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Márcame por Suggiietor

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Nos quejamos cuando sufrimos.

 

 

Resulta obvio, ¿verdad?

 

 

Lloramos, pataleamos, gritamos al cielo reclamando lo que es justo. Y no nos damos cuenta, de que el dolor es la más ferviente y sólida prueba de que estamos vivos.

 

 

Cada vez que tus rodillas se raspan o algún corte marca tus dedos, aprietas los dientes y reprimes el dolor, sin siquiera pararte a pensar en la razón de su existencia, en el porqué de esa punzante sensación, ese palpitar en la piel enrojecida, como un invisible semáforo intermitente. No nos damos cuenta, de que únicamente puedes sentir el dolor mientras respiras.

 

 

Todos sufrimos, todos lloramos y todos morimos.

 

 

Porque, por ahora, estamos vivos.

 

 

Gritas mi nombre, y tus uñas se clavan en mi hombro, presionando la pálida piel hasta que esta se rompe. No es suficiente y no te detienes, presionando cada vez más fuerte, más hondo, hasta el punto de hacerme sangrar.

 

 

Inclino mi cabeza hacia atrás instintivamente, ardiendo en aquel segundo punto por el que estamos conectados, sintiendo las puntas de tus dedos revolverse contra la piel con tus uñas dentro, indagando de forma desvergonzada e impregnándose sin consentimiento del intenso color de mi sangre.

 

 

Finalmente tu grito cesa, y tus párpados se cierran abruptamente al tiempo que te dejas caer sobre la almohada, hundiendo tu nuca en el mullido, y siempre más reconfortante tras el orgasmo, almohadón de mi habitación.

 

 

Detengo entonces el movimiento, concediéndote unos segundos para recobrar meramente el conocimiento. No demasiado, solo lo justo como para que vuelvas a recordar donde estas, mi nombre y quizás el tuyo, solo para que puedas volver a gritar, bañando la silenciosa estancia con tus adorables gritos y jadeos desesperados una vez más.

 

 

Retiras entonces tus dígitos de mi piel, dejando a la vista unos milímetros de sangre gotear del anteriormente blanco de tus uñas. Entreabres los ojos ligeramente y me miras, justo sobre ti, apenas a unos centímetros de tus profundos orbes negro azabache que parecen brillar en su total intensidad esta noche, quizás por los rayos de luz de luna que se cuelan por los cristales carentes de persiana de mi habitación, bañando parte de tu rostro de un precioso blanco azulado.

 

 

Decidido y desafiante, llevas los dígitos mojados a tus labios, rodeándolos en un pequeño ritual pintando tus labios con mi sangre. Frotas tus labios entre sí con suavidad, cubriéndolos en su totalidad tiñéndolos de un color más oscuro, para posteriormente recorrerlos con la lengua, incitándome a invadirte una vez más, a regresar el delicioso movimiento en un concierto sin fin con el choque de nuestras carnes dando paso a los desacompasados gemidos y los gritos necesitados que tan bien se te da entonar.

 

 

Finalmente introduces dos de los dígitos en tu boca, recorriéndolos con la lengua y la boca entreabierta, dejándome presenciar con devoción el delicado baile con el que cubres tus dedos, rodeándolos de arriba abajo sin apartar tu visión de mis orbes aguamarina, tan abiertos y palpitantes como tu propia entrepierna.

 

 

Lames tus dedos minuciosamente hasta dibujar un traje de saliva en ellos. Los retiras lentamente, dirigiéndolos sin pestañear hacia mis labios. Te veo repasar mi comisura de un lado a otro, concentrado en la tarea de cubrirlos lentamente de una fina capa de saliva caliente, pidiendo permiso para entrar.

 

 

Separo mis labios vagamente, buscando tus dedos y encerrándolos en el interior de mi húmeda cavidad, donde los recibo gustoso acariciándolos sutilmente con mi lengua, saboreando la exquisitez de tu saliva, sustituyéndola con la propia y dando en alguna ocasión un pequeña succión sin demasiada fuerza.

 

 

Aprietas tus dientes contra tu labio inferior, inclinándote hacia atrás hundiéndote más aun en la almohada. Tu cabello negro yace desperdigado sobre el blanco almohadón mientras algunos de tus mechones ya han comenzado a pegarse en tu frente con algo de sudor y restos de semen.

 

 

Tus piernas se cierran sobre mi cintura, apretando con fuerza pareciendo querer quebrar mis huesos, mientras permanezco impasible dentro de ti, ignorando el palpitar de mi apretado miembro en tu carne, degustando pacientemente tus deliciosos gemidos disconformes cuando comienzas a mover tus caderas con violencia y lujuria en busca de una función más, haciéndome deslizar en tu interior, facilitando la fricción gracias al anterior orgasmo que me hizo derramar mi esencia en tu interior.

 

 

Nunca te apartas y nunca me permites hacerlo, aferrándote con mayor desesperación en cada deliciosa auto estocada que tomas sin detenimiento de mí, frotando tu carne contra mi carne.

 

 

Arañas mi espalda a propósito, marcándome sin demasiado interés en el cómo o en qué dirección. Marcas de arriba abajo, desde debajo de mis omoplatos hasta donde comienzan mi cintura, dejando a tu paso un reguero de doloroso ardor que no hace sino aumentar la velocidad de mis caderas.

 

 

Regresas tus manos a mis hombros, solo para hacerlas volver a descender, marcando un nuevo camino esta vez con más ímpetu y profundidad.

 

 

Aprieto los dientes con fuerza sin dejar de embestir, descargando en tu deliciosamente estrecha y húmeda entrada el dolor de cada herida con la que me marcas, de cada mordisco y arañazo con el que grabas mi cuerpo, proclamándole enteramente tuyo, porque tú eres enteramente mío.

 

 

Tu garganta se desgarra y tus chillidos comienzan a sonar quebrados. Jadeas estrepitosamente zarandeando tus caderas con mayor ímpetu, presionando contra mi carne hundiéndola en una unión imposible.

 

 

Y vuelves a gritar.

 

 

Tus labios forman un perfecto círculo cerrado y tus manos se aferran con desesperación a los mechones de mi pelirrojo cabello, enterrando tus dedos presionando para acercarme a ti, uniendo nuestras bocas en un violento choque de lenguas mientras tus piernas tiemblan alrededor de mi cintura. Haces presión contra mis labios reprimiendo un par de sonoros gemidos conformes cuando tu semen acaba de ser derramado entre nuestros cuerpos en un intenso orgasmo.

 

 

Salgo entonces de tu cuerpo, jadeante y sudoroso, para clavar una rodilla sobre el colchón más cerca de tu rostro y de tus preciosos y enrojecidos labios que se abren ante mí.

 

 

Tus ojos no son capaces de abrirse por completo y, yaciendo exhausto sobre la cama con las muñecas descansando junto tu rostro, me observas, frotando tus caderas contra el colchón, pequeño muñequito impaciente.

 

Recorro mi miembro desde la candente punta hasta la base, deslizando mi mano de arriba abajo con increíble facilidad en una espesa capa de presemen y semen.

 

 

Mi espalda se arquea porque lo veo venir, y me esfuerzo en mantener los ojos abiertos cuando mi espesa y blanquecina esencia comienza en salir con fuerza solo para verte recibirla gustoso, abriendo aun mas tu cavidad en un intento por abordarlo en su totalidad, pero es demasiado, y este se desborda por la comisura de tus labios mientras algunas partes escapan traviesas con mayor fuerza, cubriendo tu rostro en trazos irregulares de espesas líneas calientes.

 

 

Finalmente mi orgasmo cesa, deteniendo el blanquecino líquido que ahora degustas en mi presencia. Introduzco mi glande entre tus labios, que con suaves besos limpian todo rastro de sexo y lujuria de mi carne. Lo saboreas paciente con los ojos cerrados mientras tus rodillas se frotan y te revuelves sobre el colchón.

 

 

Echo la vista atrás dejándote en la tarea de limpiar mi miembro con tu deliciosa lengua para contemplar cómo entre una espesa capa de blanquez tu carne vuelve a erguirse en mi dirección, buscándome.

 

 

Retiro mi miembro obteniendo a cambio un gemido disconforme, y me inclino para besar tus labios en un pequeño y casto beso antes de dejarme caer a tu lado.

 

 

No pareces estar de acuerdo y prontamente siento la prisión de tus brazos rodear mi cuello, obligándome a mirarte, a ver cómo me observas suplicante, deseoso y necesitado por un poco más, luciendo una de tus enormes y radiantes sonrisas imposibles de negar.

 

 

Así que beso tus labios, suspiro y me acomodo sobre el colchón, dándote permiso para trepar sobre mí, y sin esperar un segundo te abalanzas contra mi cuerpo, sentándote en mi abdomen para apresar mi miembro adolorido entre tus suaves y enrojecidas nalgas, acariciándolo en un sensual vaivén mientras sonríes complacido notando mi miembro vuelve a erguirse rápidamente sin demasiada dificultad.

 

 

Suspiro, aceptando mi derrota, porque soy incapaz de  negarle la más insignificante petición a esos profundos ojos negros y esa tenue voz que susurra en mi oído suplicando por una vez más.

 

 

Pero yo sé que es mentira, porque el reloj suena y las manecillas del reloj giran señalando las seis de la mañana, felicitándonos por batir nuestra propia marca, cuando levantas las caderas y las dejas caer hundiéndome en tu interior una vez más.

 

 

Y yo te consiento.

 

 

Te consiento y te aprieto entre mis brazos, y beso tu cuello, y tus labios, impregnando mis labios del sabor de tu carne, demostrando lo mucho que mi cuerpo necesita tu cuerpo, porque habían sido cinco largos meses sin ese delicioso contacto, sin tu carne acariciar mi carne, quemándome allí por donde pasa, sin tu oír tu dulce voz suplicar y clamar mi nombre entre embestida y embestida en leves suspiros cansados.

 

 

-Te amo Gaara-sama -logras pronunciar, y yo te beso, apretándote aún más en el abrazo, porque no hace falta que digas en voz alta lo que tu cuerpo me susurra en cada caricia, porque no hacen falta palabras, porque solo quiero hacerte el amor hasta que amanezca, quiero recordar el sabor de cada parte de tu cuerpo. Tu sabor, tu olor, tu tacto... como la más bella y delicada joya que eres, mi muñequito. 

 

 

Quiero que cuando la mañana llegue y el despertador anuncie el nuevo día y con ello el deber de mi partida, hayas tenido tiempo de marcar la integridad de mi piel con tu firma. Porque soy tuyo, mi vida, porque tú eres mío, mi amor, y quiero poder gritarlo a los cuatro vientos, arrodillarme frente a ti y coronar uno de tus finos y largos dedos con un pequeño trozo de oro y diamantes que anuncie que eres de mi propiedad, pero no puedo, porque eso significaría negar lo que eres.

 

 

Seria cortar las alas de la más bella y hermosa de las bestias, seria arrastrarse a mi mundo privándote del tuyo, y tú, pequeño inocente, aceptarías sin pensarlo dos veces, condenándote a una entera vida a mi lado.

 

 

Así que dejo que me entierres en ti, recibiéndome con las piernas abiertas y tus hermosas caricias cada vez que me presento en tu apartamento cuando se me concede la oportunidad y te ruego que grabes en mi piel, porque sabes bien que eres el único que puede hacerlo, el único capaz de llegar hasta mi con mas que la punta de sus dedos y no salir herido en el intento.

 

 

Porque mi chakra, mi arena, Shukaku y mi propio cuerpo saben lo mucho que necesito tu roce, tus dedos pasear por mi piel sin destino alguno, haciendo muescas aquí y allá, gritando lo que no puede ser hablado, porque el señor Kazekage está casado, pero dicen las malas lenguas que nunca ha estado enamorado realmente.

 

 

Y, pequeño muñequito, solo tú sabes cuánto se equivocan.

Notas finales:

Acepto ideas/sugerencias para One-Shots y para la historia que estoy escribiendo ahorita "Vivimos del quiebre"

Si quereis mas porno y cosas hardcore podeis leer "Violación gratuita" que está terminada.

Ahora dejen comentario si les gustó y quieren más, o dejenme desvanecer en la oscura penumbra que es el rechazo, déjenme consumirme lentamente en el dolor de una lenta agonia que... (A ver si el chantaje emocional funciona)

Okno ñ.ñ

 

Gracias por leer!!!! :3


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