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Belligerent por Slugnatic

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Notas del fanfic:

Los personajes no son míos aunque así lo deseara más que a mi vida (?

Esta historia la escribí hace muchísimo tiempo ya D: la había subido antes (en Suzutaka), pero la borré porque era demasiado larga para ser un oneshot.

Los escenarios y situaciones son en general inventados por mí, pero hay algunos datillos históricos verdaderos metidos por allí para darle más realismo. 

No está bien escrito, lo sé. No me ha dado tiempo de arreglarlo, perdón :'c pero quiero mantener la escencia de mi escrito de 'cuando lo escribí', cuando no sabía bien los términos y, aunque aún no lo domino del todo, la redacción correcta.

Lo subo como un antecesor de un próximo fanfic que también estará ambientado en una guerra, así para hacer el contraste. 

Espero les guste ;w; ! 

 

Notas del capitulo:

Bueno, casi todo está en las notas del fanfic :'D 

De antemano aviso que esto tiene solo tres capítulos, así que no las estaré aburriendo mucho por aquí. 

Es la 'antesala' de un nuevo fanfic con esta temática que estoy escribiendo.

¡A leer! 

El aire estaba atestado de olor a pólvora. Sus fosas nasales intentaban captar el oxígeno de una atmósfera que no lo poseía y sus ojos irritados apenas podían enfocar entre la tierra desprendida en los aires por alguna que otra granada lanzada por el enemigo. Podía recordar que hace no más de dos meses se encontraba en los campos de entrenamiento aún recibiendo órdenes de sus superiores y cumpliendo con sus deberes diarios. Nada fuera de lo común a excepción por la idea de la guerra a la vuelta de la esquina. 


Lo recuerda muy bien. Apenas se hizo efectiva la rendición del Imperio Japonés con las ocupaciones en Corea los grandes polos dividieron la península en dos. Lee Seung Nam había sido electo el primer presidente de Corea del Sur mientras que del otro lado se alzaba la República popular de Kim Il Sung, comunista. Después de eso faltaron un par de años para que las tropas norcoreanas avanzaran al sur destruyendo todo a su paso por la "unificación de las Coreas". 


Él seguía órdenes y todo su pelotón figuraba en carácter de 'reserva' para la batalla. Muchos de sus compañeros se habían mostrado disconformes con la orden y muchos de ellos lograron inmiscuirse dentro de las tropas que se distribuían en los puntos defensivos para evitar que los norcoreanos siguieran avanzando en su tierra. 


Kim Jongin era apenas un chico recién salido de la escuela. Había sido llamado por el ejército como soldado estudiante para recibir entrenamiento. Su madre había quedado destrozada tras su partida al igual que cientos de otras madres que tuvieron que dejar partir a sus hijos a la guerra.


De un momento a otro Jongin había cambiado su cómoda y tranquila casa por una especie de bunker con una litera apenas estable donde debía dormir por las noches después de recibir un duro entrenamiento de disparo, resistencia y trabajo en equipo. Las clases de armas eran las que más le gustaban, aprendía como cargar una ametralladora y la función de las granadas, como también a crear de las cosas que tuvieran algún tipo de explosivo que funcionara en el campo de batalla. Pronto se había vuelto experto en armar bombas molotov y a hacer de simples objetos un arma mortal. 


Pero pasó de ser el simple estudiante militar a un soldado raso en las cercanías del río Nakdong. Su función era tan simple como 'dispara hasta que te maten' su comandante le había ordenado que matase a tantos comunistas como su vida le permitiera, y que no dudara en apretar el gatillo una vez esos infelices cruzaran en su mirada. Y así lo hizo. Jong In nunca podría describir el sentimiento que tuvo después de matar al primer soldado norcoreano que vio; decepción, tristeza, vergüenza, rabia,… había mucho que sentir cuando de un momento a otro te transformabas en el asesino de tus propios hermanos. 


Durante el entrenamiento se les había dicho que los norcoreanos eran seres sin corazón y fenómenos de la naturaleza de su raza, que debían ser eliminados porque sino su país se vería inmiscuido en un desastre político. Simple: todo aquél que llevara una bandera roja debía ser eliminado de la tierra. Pero Jong In veía, en medio del desastre, de los disparos y la tierra desprendida por los cañones, que los norcoreanos eran iguales que ellos, hombres y chicos con la misma misión. Enfrentados por un ideal político. 


Y lloró, lloró por la noche en la seguridad de su campamento porque la vida de sus amigos se desperdiciaba en una lucha sin sentido. 

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Habían sido amigos desde la primaria. Se conocían de toda la vida y habían aprendido el uno sobre el otro como si fueran ellos mismos. Habían pasado de los juegos inocentes de niños, a jugar fútbol y algo de básquet en el instituto y compartir su gusto por la música, componían sus propias canciones que dejaban guardadas en una gaveta en la habitación del menor. 


El ejército había estado llamando por varias semanas a voluntarios para luchar en la guerra de Corea en apoyo a los norcoreanos comunistas que temían la posible llegada de los aliados. El mayor, Yifan, se había mostrado entusiasmado en ingresar al ejército a aprender el arte de la milicia y participar en la guerra. En cambio Yixing, el menor, estaba reacio a ello pues él se consideraba más pacifista. Ambos acordaron no presentarse para no discutir. Yixing había convencido a Yifan de no inscribirse voluntario porque lo podía perder en la guerra. Yifan, por supuesto, aceptó. 


Pasaron un par de semanas antes de que los fueran a buscar a sus casas. Las fuerzas aliadas habían intervenido en el avance de los norcoreanos y ahora eran ellos los que habían comenzado a retroceder y perder territorio, así que habían sido llamados obligatoriamente aunque les hicieron firmar algunos papeles justificando que su ingreso a las tropas de apoyo había sido voluntario. 


Una vez habían ingresado al campo de entrenamiento les habían dado sus uniformes y les habían rapado la cabeza. Yixing se mostraba afectado por los bruscos acontecimientos que habían surgido en su vida y Yifan no podía hacer más que tratar de apoyarlo y ayudarlo a pasar los duros entrenamientos a los que habían sido sometidos. 


Yixing había sorprendido al comandante, y a Yifan, con su perfecta puntería. Podían ponerle un objetivo a cincuenta metros de distancia y aún así le daría directamente en la cabeza o en el corazón. Satisfecho, el comandante lo llamó para formar parte del pelotón 21 como francotirador y para presentarle a su sub comandante Hangeng, un chico de mirada amable y sonrisa bonita. 


Una tarde Yixing y Yifan habían salido de los dormitorios sin permiso. Pronto comenzarían a llamar a las tropas de apoyo y sería momento de entrar completamente a la guerra. Yixing estaba aterrado, incluso no había podido comer bien desde hace tres días y se le veía desnutrido y enfermo por esa razón. Yifan, más tranquilo, lo llevó tras los camarines para poder ver las estrellas y descansar sin tener que escuchar los ronquidos de mal sueño de sus compañeros. 


La noche estaba despejada y la Luna brillaba en todo su esplendor, acompañada con las estrellas que bañaban todo el manto nocturno que se cernía sobre ellos. Yixing, algo pálido y ojeroso, observaba y sonreía a las constelaciones, sintiéndose un poco más en paz. Yifan había sonreído después de ver a Yixing más contento. 


—No sabemos nada— murmuró Yixing, de repente perdiendo el poco ánimo que había ganado. Yifan dejó de mirar al cielo para concentrarse en su mejor amigo—Yo quería ir a la universidad.


—Vas a ir, ya verás que esto se acabará pronto— contestó el mayor, sacando un cigarrillo de su bolsillo y encendiéndolo. Yixing lo observó con los ojos tristes y luego se apoyó en sus hombros para descansar la cabeza. Yifan dio una calada a su cigarro y suspiró cansado. 


—Yo quería casarme, tener hijos, ser músico…— siguió, Yifan escuchó con pesar cómo la voz del castaño se hacía cada vez más dificultosa, como los espasmos sacudían su cuerpo y cómo las lágrimas mojaban su uniforme— Yo quería una vida. 


—No te pasará nada, Yixing. Volverás sano y salvo a casa— aseguró, volviendo a botar el humo de sus pulmones. De pronto sentía como el pecho se le oprimía, y dolía, dolía mucho. 


—Pero tampoco quiero que te pase nada a ti— susurró, muy bajito y bañado en lágrimas. Yifan cerró los ojos y soltó un suspiro lastimero que empañó sus ojos, apagó el cigarro en una piedra cercana y ayudó a Yixing a levantarse. Tomó de su mano y lo llevó cerca de los campos, donde practicaban camuflaje. Una vez protegidos por la espesura del bosque pudo abrazarle con fuerza y permitirse llorar todo lo que no había podido desde que los habían reclutado y haber visto como el Yixing niñato y divertido se convertía rápidamente en un desgraciado. Lloró porque extrañaba sus tardes componiendo música, hacer estupideces y quizá solamente sentarse en el parque a conversar y reír toda la tarde. Eran pocas las veces que este nuevo Yixing sonreía— Yifan…


—Ambos vamos a salir de aquí. Es una promesa— gruñó aún con las lágrimas recorriendo sus mejillas, ambos se miraron un segundo antes de que Yixing secara esas lágrimas con sus pulgares. Y Yixing sonrió ampliamente, asintió convencido y volvió a abrazarse fuerte a su mejor amigo. 


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Las cosas cambian en un segundo. Oh Sehun era muy consciente de ello. 


Vivía tranquilamente con sus padres en una finca en Pusan. Con la guerra habían sido evacuados a campos protegidos por el ejército y ahí convivía con otros chicos con los que a veces jugaba fútbol o a las cartas. 


Una señora, que había sido profesora hace algunos años, había decidido darles clases para que no abandonaran sus estudios y también para ocupar su tiempo. 


Sehun tenía dieciséis años cuando lo fueron a buscar junto a sus nuevos amigos para formar un grupo de estudiantes soldados que servirían para proteger el punto estratégico de P'ohang, en una escuela de niñas. Sehun se vio abandonado por las tropas después de recibir un arma y sus municiones, había quedado a cargo de un chico no mucho mayor que él y su entrenamiento había sido nulo. Sehun apenas y podía tomar la pistola sin que esta temblara en su mano y terminara por caer al piso.


Eran en total setenta y un chicos protegiendo una base estratégica por dos días. Lo único que sabía Sehun es que el miércoles llegarían las fuerzas aliadas y podría finalmente irse a casa, a estar junto a sus padres y recibiendo las clases que se había perdido. 


Una vez distribuidos debían hacerse cargo de las tareas. A uno de los grupos se les encargó preparar la cena y a otros a limpiar y ordenar las salas donde dormirían. Sehun movía mesas y barría el piso con un escobillón destartalado que había encontrado en el armario de limpieza. Si no fuera por los uniformes y las balas que cargaba en todo su cuerpo, junto con el arma que le habían dado colgando firmemente en su brazo, podría haber pensado que había sido castigado con ordenar el salón en su periodo de clases, hace meses atrás. Pero luego con una sonrisa estúpida eliminó la idea, aquellos tiempos estaban lejos de su realidad. 


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Jong In había deseado por la noche estar en su casa junto a su madre. Pensaba en cómo estaría pasándolo ella con toda esta masacre, ¿creería que ya ha muerto? ¿Pensará en que nunca volverá? A veces se recriminaba lo débil que estaba siendo. Sus ojos se empañaban más seguido de lo normal porque de una forma sabía que no saldría de ésta con vida, y se lamentaba porque precisamente no había podido vivir su vida. 


Tenía dieciocho años, apenas estaba saliendo del nido, apenas era un crío adolecente extrovertido y con ánimos de no seguir las reglas. Había sido privado de su libertad y ahora en lo único que podía pensar era en su madre y en las vidas que estaba quitando. Su piel estaba curtida, había más barro y sangre en su cara que piel, los ojos oscuros y con reducida visión, una herida en el brazo que no había podido tratarse y que sangraba a raudales sostenida torpemente por un pedazo de tela que había sacado de una bandera. El fusil en sus manos, el dedo en el gatillo disparando allá donde una bandera roja apareciera. La enseñanza era simple: Matas o te matan, y Jong In valoraba su vida. 


Fue por la tarde cuando tuvieron que retroceder porque los norcoreanos eran demasiados. Habían salido los pocos que se habían salvado en los camiones y fueron a uno de sus refugios, donde había médicos. Una vez llegaron una enfermera se hizo cargo de su brazo, la herida era profunda y comenzaba a coagularse la sangre, unas puntadas dolorosas y tenía cocido el brazo. Un paño casi limpio cubría la herida y la sonrisa que le dio la mujer antes de irse le alivió un poco el corazón. 


Salió del pseudo hospital y fue al descampado para descansar un poco. Tenía hambre y muchísima sed, le dolía horrores el brazo y además estaba la sensación de vacío en el pecho porque a pesar de todos los esfuerzos estaban perdiendo la guerra, su país, su patria. Estaban quedando bajo las manos de los comunistas. 


A lo lejos vio un par de chicos que lloraban en silencio. Parecían ser de otro pelotón porque nunca antes los había visto, y debían figurar también como estudiantes soldados porque su uniforme era diferente. Ellos no debían tener mucha más edad que él. Se acercó tambaleante y con la cara afiebrada, bien decían que el relajo era la peor enfermedad en momentos de crisis, te dejaba sin fuerzas, bajaban tus defensas y eras más propenso a enfermarte. 


Los chicos lo miraron apenas llegó. Uno parecía asustado de su presencia y el otro sólo frunció un poco el ceño por la cara de mártir que seguramente traía. Uno le ofreció sentarse en la misma banca, gustoso aceptó. Pronto supo que uno era Baek Hyun y el otro Kyung Soo y que ambos eran mayores que él por un par de años. Habían quedado como soldados rasos pero no poseían su uniforme completo, así que habían decidido usar aquellas ropas. 


Baek Hyun tenía una herida horrible en su pierna derecha que le dificultaba moverse. Kyung Soo sólo tenía unas cuantas heridas en la cara por los perdigones, al igual que él. Conversaron durante mucho tiempo, mientras las tropas volvían a dividirse y a planear estrategias. Con la poca gente que quedaba Jong In comenzaba a sentirse algo solo y encontrar a ambos chicos había sido casi mágico. Pero sabía que su realidad estaba un poco más allá y debía dejarlos, sin saber si en algún momento podría volver a verlos. Esperaba no encontrarlos tirados por allí, muertos. 


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—Soy Park Chan Yeol, ¿cómo te llamas? — el castaño apenas había levantado la mirada y se había encontrado con una mano que se le era ofrecida. Con la luz no podía ver el rostro del chico que le estaba hablando, pero por educación la aceptó y éste le ayudó a levantarse del suelo donde había pasado los anteriores quince minutos pelando papas. 


—Oh Sehun— contestó, ahora mirando al otro castaño de orejas y ojos grandes que tenía parecido a un duende. Era muy alto, incluso más que él, y tenía una cara de niño que le causó algo de ternura. El más alto giró a su alrededor mirándole y luego se acuclilló donde antes estaba Sehun. 


—¿Puedo ayudarte? Soy bueno pelando papas— ofreció, sonriendo. Sehun asintió, sentándose a su lado y volviendo a su tarea. Mientras hacían aquello Chanyeol le hacía preguntas a Sehun y éste de vez en cuando hacía lo mismo. Para el final del día Sehun pensó que le había contado toda su vida. —Hey, Sehun ah, vamos a dentro y escribimos algunos deseos, ¿sí?


—¿Deseos? — preguntó, incrédulo. 


—Ahora mismo es en lo único que puedo pensar que podamos hacer juntos. ¿Quieres? 


—Está bien. 


En los armarios de un aula del último piso encontraron papel y tinta. Chanyeol tenía unas ramas de árbol a las cuales les había sacado punta con un cuchillo haciéndolos un lápiz. Ambos escribieron un par de deseos antes de dejarlos en una cajita de metal que seguramente se le había quedado a una niña. 


Deseo volver a mi casa.

Deseo poder ver a mis padres.

Deseo mi vida normal.

Deseo que no te pase nunca nada.


Chanyeol abandonó la habitación luego de guardar los deseos. Limpió el fusil y las balas, sonrojándose en el proceso. Había escrito una estupidez. Mañana sería un nuevo día y le tocaba enterrar los cadáveres en el patio de al lado. Se acostó, tratando de acomodarse en el duro piso y concilió el sueño rápidamente.


Sehun en cambio se mantenía alerta. No se sentía capaz de dormir sabiendo que en cualquier momento los norcoreanos aparecerían para asesinarlos. Su mano temblorosa tomó el fusil y antes de que pudiera poner el índice en el gatillo el arma se cayó de sus manos, causando un ruidoso estruendo. Menos mal que no estaba cargada.


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Temprano en la mañana su madre lo reñía para que se levantara. Llegaba tarde a clases y seguramente conseguiría una suspensión y el castigo. La chica que le gustaba le había rechazado por un tipo que había llegado hace menos de un mes desde la Capital y además su mejor amigo estaba furioso con él por no acompañarlo la tarde anterior a seguir a su futura novia. Había sido un día horrible y se había lamentado toda la semana por ello. 


Ahora tenía dos amigos y quién lo despertaba no era otro que Kyungsoo que era su compañero centinela. Ambos salieron del galpón y fueron a recorrer las inmediaciones del campo, vigilando que nada extraño merodeara cerca de su base. 


Kyungsoo era un chico algo tímido que hablaba poco y trasmitía todo por los ojos. En las pocas horas que llevaba conociéndolo podía decir perfectamente lo que estaba pasando por su cabeza sólo mirándolo a los ojos. Era algunos centímetros más bajo y si no le hubiera confesado que tenía veinte años no se lo creía, fácilmente pasaba por un chico de instituto. 


Un soldado que hacía guardia en una caseta se les acercó y les ofreció cigarrillos. Kyungsoo preguntó por la hora y el tipo le dijo que debían ser más o menos las tres de la mañana. Jongin aceptó uno y después de prenderlo le dio la primera calada bajo los ojos aprehensivos de Kyungsoo. Continuaron la guardia y caminaron por el descampado mirando alrededor. Jongin aspiraba el humo y jugaba con él cuando lo botaba. 


—No deberías fumar. Aún eres un niño— sentenció Kyungsoo.


Jongin no contestó y siguió caminando.


Había pasado un tiempo sin que nadie le retara por algo. Una suave sonrisa curvo sus labios y una encantadora mirada hizo añicos las barreras de Kyungsoo. El mayor golpeó su hombro y se adelantó, apurándolo para que pudieran llegar pronto al galpón para hacer tiempo y tomar el relevo, Jongin no hizo caso. 


—¡Jongin ah! — se quejó, el menor botó el cigarro y lo aplastó con sus bototos, se acercó a Kyungsoo y paso el brazo por sus hombros acercándolo como si fueran viejos amigos.


—Eres adorable, hyung— confesó y más que divertido apuró el paso tirando al más bajo con él.


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El P21 debía salir a las cinco de la mañana de la base militar de entrenamiento para llegar a Pionyang en exactamente dos días. Yixing alzaba la mochila que les habían entregado con todo lo necesario, la cargó a su espalda y luego aseguró las agujetas de sus bototos. Tomó el fusil en sus manos y pasó la correa por su torso para cargarla cómodamente y luego se acomodó la gorra. Yifan lo miraba desde su litera y esperaba pacientemente a que Yixing terminara de arreglarse para poder despedirse. 


Los camiones que los transportarían estaban casi listos y muchos de los soldados que conformaban la tropa estaban acomodándose en ellos. Yixing soltó un suspiro cuando se encontró preparado. 


Miró el camarote donde se suponía que Yifan dormía y lo encontró mirándolo fijamente. Trató de sonreír con sinceridad pero le era imposible, estaba tan aterrado que no podía fingir lo contrario, nunca había podido hacerlo y mucho menos frente a la persona que más le conocía. Sus ojos se inundaron en lágrimas cuando vio al mayor sonreírle dulcemente. 


—Ten un buen viaje, Yixing. Te veré en Pionyang cuando todo termine, ¿está bien? — Con una rapidez asombrosa lo tenía frente a él, y le había dado un fuerte abrazo. Yixing temió que el arma estuviera cargada, pero luego se relajó y aceptó con gusto el cálido contacto. Quería llorar y gritar como un crío pequeño, pero no podía. Debía concentrarse en el único objetivo que tenía por ahora: Volver a ver a Yifan en Pionyang cuando terminara la guerra, debía volver a verlo. Era una promesa.


—Volveré a Pionyang a salvo y juntos volveremos a casa— murmuró, Yifan logró escucharle aunque su voz se haya amortiguado con sus ropas. Afianzó más el abrazo y finalmente lo dejó ir. 


Yixing no volvió a mirar atrás cuando salió de los dormitorios. Subió al camión donde iban sus compañeros y Hangeng. Luego de unos minutos los camiones emprendieron marcha y poco a poco el campamento militar se alejaba de su vista entre la espesura del bosque. Mordió sus labios y miró sus pies, aguantando sus gritos, sus lágrimas, su tristeza y desesperanza. 


Quizás nunca más volviera a ver a Yifan. 

Notas finales:

¡Y hasta acá se queda! Espero les haya gustado. Sé que no es lo mejor de lo mejor pero aquí las entretendré, aburriré o haré llorar por partes iguales (? okno. 

Por favor, si lees esto, deja un comentario. No te cuesta nada y a mí me ayuda muchísimo a mejorar. También puedes darme ideas o parejas para la próxima historia que empezaré a escribir pronto. 

La actualización requiere reviews. Lo siento, pero he descubierto al pasar de los años que es la única manera de que en verdad lo hagan. Si veo buena aceptación, lo continuaré. (: 

PD: Hay un escenario que está inspirado en una película, la/el que me la diga se ganará reconocimiento en el próximo cap (? X'DDD

 


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