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Luz de luna. por smilewithaegyo

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Notas del fanfic:

Quiero empezar diciendo que esto es un completo deshaogo. Quizás carezca de sentido y quizás no. Todo depende de quién lo mire. Disfrutadlo.

Do Kyungsoo abrió los ojos lentamente, sintiendo la luz del sol colarse por su ventana sin cortina y golpear sus ojos. Parpadeó una, dos, tres veces. El único sonido audible era el trinar de los pájaros y las bocinas de coches mañaneros. Su habitación estaba en penumbra y sucia, con un par de ropas regadas por el piso y hasta una tableta de chocolate a medio comer. Kyungsoo odiaba hasta el más mínimo desorden. Quizás eso era lo más extraño en toda la situación: no había aseado su cuarto. Tampoco se había aseado a sí mismo. El bigote se le empezaba a notar y sus cabellos estaban duros y sucios. Entonces, se incorporó de la cama de sábanas que apestaban y caminó por entre el bochinche. Se tropezó con un pequeño carrito de juguete que quién sabe por qué estaba ahí, y luego salió.

Caminó hasta el baño e hizo un vano intento por lavarse los dientes, aunque apenas y rozaba las hebras del cepillo con sus incisivos. Sus grandes ojos estaban abiertos y muertos, y una mueca de disgusto se dibujaba en sus labios abultados. Estaba triste, o más bien cansado, cansado de estar triste.

Tomó su uniforme, una camisa blanca, saco negro y pantalón café, junto con zapatos de mocasín negros. Se lo acomodó perfectamente y luego salió hacia la cocina. No se peinó el cabello, no haría diferencia alguna. Después de todo, estaba muerto. O eso deseaba.

Pasó por la cocina, tomó una manzana, la lavó y se la llevó a la boca. Su hermano estaba sentado en uno de los bancos altos que rodeaban las encimeras a modo de bar. Él lo miraba, pero Kyungsoo se entretenía más buscando algún tipo de jugo que beberse antes de salir. Tenía ganas de irse, y quería que su hermano se fuera también.

— Mamá dijo que tu almuerzo está en el microondas. También dijo que no la esperemos de noche. — murmuró Kyunghwan en un vano intento por llamar su atención. El azabache, sin embargo, abrió la puerta de su avejentado microondas y sacó la comida. Arroz y curry. Últimamente no había mucha variación en su menú.

Ante la mirada expectante de su hermano mayor, volvió a subir las escaleras y tomó su maletín del buró de su habitación y también su celular. Tenía un par de mensajes, pero no era día para leerlos. Quizá lo haría en el colegio. Después de todo, sabía quién era.

Se dirigió al instituto en su motoneta del noventa, entre tráfico y estampidas de peatones que circulaban por las concurridas calles de Seúl. El clima estaba templado y algunas personas se permitían usar mangas cortas. Kyungsoo, sin embargo, las llevaba largas. No le gustaba mucho ir enseñando cachos de piel.

Entonces, luego de 15 minutos y tanto, estacionó su motocicleta en el aparcamiento del colegio y caminó hasta su salón a paso tranquilo. El sol seguía asomándose por entre los rascacielos, por lo que aún no era completamente claro. Tampoco estaba oscuro. Era, en cierto modo, como el humor y la vida de Kyungsoo.

Llegó al salón y se acomodó en su banquillo. Estaba en el medio de la quinta fila. Ni tan lejos como para no oír lo que dicta el docente, ni tan cerca como para no poder pegar un ojo durante la clase de cálculo. En el salón había un par de chicas hablando en un rincón, y también uno que otro muchacho durmiendo en su asiento. Uno de ellos saludó a Kyungsoo; este, sin embargo, no se lo devolvió.

Las horas pasaron largas y tortuosas para el chico de ojos avellana. Si era totalmente sincero, no estaba ni en el mundo real ni en el suyo propio. Flotaba en las líneas espacio-tiempo y fingía mirar a la pizarra cuando en realidad su vista se posaba en una mosca parada en la calva del maestro. Se aburría, sí, pero quizás eso sería lo más emocionante que viviría en todo el día. Aunque también estaba el almuerzo.

Se sobresaltó al sentir como el estridente sonido de la campanilla daba inicio a su pequeño primer receso. Sonrió tenuemente, y quizás él era el único que lo había percibido. Oyó como un compañero llamaba su atención y le pedía unos apuntes, pero volvió a hacer silencio cuando la mirada frívola de Kyunsoo se posó sobre él. Entonces, el azabache tomó su pequeña lonchera y fue hasta la cafetería.

El sonido de las miles de voces adolescentes llenaba sus oídos y le producían dolor de cabeza. Mientras desanudaba el pequeño empaque, miró hacia ambos lados algo alterado.

— Se supone que ya deberías estar aquí…

— ¿Quién?

Oh, esa voz. Esa voz gruesa y cargada de alegría, preocupación y tranquilidad. Sonaba contradictorio y estúpido, pero en realidad así era. Estaba feliz, preocupado y al mismo tiempo, intentaba sedarlo con un son tranquilo. Era como un buen analgésico después de una jaqueca. Quizás Kyungsoo necesitaba uno.

— Llegas tarde. — dijo, y por primera vez en todo lo que llevaba el día, se permitió sonreír.

El moreno de cabellos chocolate parado frente a él le devolvió la sonrisa y se sentó a su lado, dejando un gran pote de comida sobre la mesa. Kyungsoo observó este, hambriento. No se lo había dicho a su madre, pero el arroz con curry ya no era de su estilo.

— Lo siento, es que estaba ayudando a Sehun con unos problemas. Ser un hyung es cosa difícil. — respondió el chico con cierta presunción, echando varios mechones rebeldes hacia atrás.

— Y me lo dices a mí, que tengo que aguantar al peor dongsaeng de todos. — habló el pálido azabache, mirándolo acusadoramente.

Los ojos de Kyungsoo ya no estaban muertos ni tristes, sino brillantes y llenos de vida. Él era como la noche y Jongin era su amanecer, librándolo de la oscuridad y brindándole luz poco a poco, minuto a minuto, segundo a segundo.

— Eres muy malvado, hyung. — se quejó el menor de ambos, aunque más alto por casi una cabeza. Luego, miró la lonchera negra de Kyungsoo con una ceja alzada. — ¿Arroz y curry de nuevo?

— Sí, se lo dio a… — hizo una pequeña pausa, mirando al moreno con ojos casi aterrados. Este asintió. Sabía a quién se refería. — esta mañana.

— Bueno, mamá nos hizo mandu*. — dijo alegremente. Kyungsoo, sin esperar palabra alguna de Jongin, tomó la lonchera ajena y la abrió. Quizás tiró la tapa, quizás no lo hizo.

Entonces, Kyungsoo comió mientras Jongin parloteaba sobre las mil y un historias que le había contado a Sehun y a él, en su tiempo. Algunas personas los miraban con confusión, otras simplemente ya se habían acostumbrado a ellos. Jongin era el sol y Kyungsoo la luna, el día y la noche, el calor y el frío. Jongin era amigo de todos y Kyungsoo sólo hablaba cuando dinero caía del cielo. Aunque esta regla, claramente, se rompía con el moreno.

— ¿Hyung? ¿Me estás oyendo? ¡Te estoy volviendo a contar aquella vez que bailé en Busan!

— Que sí, te estoy oyendo. — bufó Kyungsoo, aunque la verdad era que se divertía bastante.

Kyunsoo era un pensador, no un hablador. Se perdía en sí mismo constantemente y Jongin lo sabía, después de todo, lo conocía desde que el de piel nívea había puesto un pie en esa misma cafetería. Tan pequeño, inocente y apagado. No era como él, que resplandecía como una mismísima estrella. Eso era quizás lo que más le había gustado de él, el hacerlo brillar y que solo lo hiciera con él.

— ¿Te parece si duermes en casa hoy? ¿Estará tu madre? — preguntó el moreno, ganándose la atención del bajito. Este sonrió abiertamente. Su corazón latía a mil por hora y su estómago se llenaba de remolinos y maremotos. Era lo que él solía llamar como “el epicentro del día”. El momento feliz.

— Sabes que no.

Y luego de un par de risas e historias de veracidad dudosa por parte del moreno, la campanilla volvió a sonar y la sonrisa de Kyungsoo se evaporó tan deprisa como un destello de luz. Volvía a ser el callado, triste y descuidado enano. Jongin se despidió de él con una última sonrisa y voló hasta su salón. A veces, Kyunsoo se lamentaba que el chico fuera dos años menor.

— Aun no comprendo cómo Do Kyunsoo logra ser amigo de Jongin. Él es tan raro y feo… — murmuró un grupo de chicas al finalizar la hora de historia. Kyungsoo las oía desde su asiento mientras garabateaba florecitas en su cuaderno de apuntes.

Quería gritarles que ese no era él de verdad, que él y Jongin eran mucho más que amigos y que se fueran a freír espárragos, pero a final de cuentas no era lo suficientemente fuerte para ello. No estando solo. No sin Jongin.

— De seguro solo lo hace por pena. — susurró otra chica. Kyunsoo volvió a ignorarla. No merecía la pena.

Al finalizar la jornada estudiantil, Kyunsoo tomó sus cosas como un mismísimo relámpago y se marchó. Quizás podría alcanzar a Jongin saliendo de su salón y abrazarlo de golpe como le gustaba hacer a veces. También quería asegurarle a Sehun que las historias que había oído no eran para nada ciertas, aunque suponía que él ya lo sabía. Jongin era poco creativo y Sehun era inteligente.

Entonces, corrió a paso veloz hasta llegar al aula de 1-A, en el justo momento en el que dos altos muchachos salían por la puerta corrediza y la cerraban con suavidad. Sin pensarlo, Kyunsoo aceleró el paso y dio un brinco, colgándose así del castaño mayor. Sehun, quien era rubio y pálido, empezó a reír levemente. No era muy expresivo. Quizá se parecía al azabache en eso.

— ¡Kyungsoo hyung! ¡Me asustaste! — exclamó Jongin, aunque sonreía abiertamente.

— Anda, lo lamento.

— ¿Quieres que te lleve a tu casa? — preguntó el moreno mientras su pequeño novio se bajaba de sus espaldas. Este negó, sonriendo. Sehun observaba todo con atención, aunque sin ser partícipe.

— Traje la moto, te veré ahí en un rato. — dijo.

El moreno sonrió, miró a Sehun de reojo y, encogiéndose de hombros, dejó un efímero beso en los labios del azabache. Este se sorprendió, más no le tomó demasiada importancia. No se besaban muy a menudo, aunque si se abrazaban mucho. Todo era parte de la locura que ambos compartían y que pocos entendían.

— Adiós, hyung.

Kyunsoo volvió a despedirse de Jongin con un fuerte abrazo cuando llegaron al portón del instituto, y también lo hizo con los brazos en el momento que se subió a su coche y se marchó. Luego, caminó hasta el estacionamiento, se subió en su moto color carmesí desgastado y partió a su casa.

Sin embargo, cuando llegó a la esquina de la cuadra y vio varios coches multicolores aparcados en la acera de su residencia, Kyunsoo supo que algo iba mal. Aceleró lo más que sus 60 km por hora le permitían y se estacionó en su garaje, frente a una furgoneta Volkswagen que no era ni suya, ni de Kyunghwan, ni de su madre. Tembló. El olor a hierba llegaba a su nariz por la ventana abierta del salón y carcajadas inhumanas que probablemente se oían desde el otro vecindario chocaban contra sus oídos.

— Mierda… — murmuró, avanzando por el camino de piedra que llevaba hasta su puerta de madera barnizada, y cuando las yemas de sus dedos pálidos tocaron el metal del picaporte, esta se abrió de golpe.

Kyunghwan le sonreía tontamente y entre sus dedos sostenía un pequeño y casi incinerado pedazo de papel. Parecía un cigarro grande y mal hecho, pero Kyungsoo estaba seguro de que no se trataba de ello. Entonces, volvió a temblar.

— ¡Hermanito! ¡Ven, entra! ¡Nos estamos divirtiendo! — gritó a todo pulmón. Un par de voces masculinas lo apoyaron. Se oían igual de idas, todas juntas sonando a compás.

— Hyung, se supone que tú… Es de tarde y… Mamá… — balbuceaba. Kyunghwan rió socarronamente.

— Es divertido, Kyungsoo. — sentenció. El azabache sintió miedo e ira. El mayor, sin embargo, volvió a sonreír ampliamente y miró al pedazo de hierba enrollada. Luego, devolvió su vista a Kyungsoo. — ¿Quieres?

— ¡Aléjate de mí! — exclamó, empujándolo con fuerza. Kyunghwan se tambaleó y el azabache menor aprovechó para correr hasta su moto, encenderla y salir de ese lugar. Había chocado con dos de los coches y su casco se le había caído, pero nada de eso le importaba. Ya nada lo hacía, excepto Jongin.

No supo cómo ni cuánto tiempo estuvo conduciendo, ni siquiera se había percatado de que en uno de sus choques se había dañado la pierna izquierda y le sangraba, simplemente abrió los ojos frente a la acera de la casa del moreno. Era grande, aunque no ostentosa. Lo suficientemente acogedora para aguantar a una familia de cinco personas, a pesar de que ahí sólo eran tres.

Caminó lentamente por el sendero de piedritas y rosas que decoraban la entrada. La pierna había empezado a dolerle y rengueaba a cada paso. Parecía que la puerta roja de Jongin se alejaba cada vez más de él. Sentía a sus ojos cerrarse y los volvía a abrir justo antes de desplomarse. Estaba temblando tanto que apenas logró hacer un pequeño golpeteo antes de caer en el portal ajeno. Seguía consiente, sus ojos seguían abiertos, pero no tenía la suficiente fuerza para volver a incorporarse.

Entonces oyó un par de pasos provenir de la casa y de un segundo a otro vio el rostro resplandeciente del castaño sonreír a donde se suponía que él debía estar parado. Kyungsoo sintió a los segundos pasar lentamente hasta que por fin los ojos de Jongin bajaron y lo encontraron ahí, postrado. Y luego, sonriendo por estar con él, se durmió.

Despertó al oír voces roncas hablar en voz baja detrás de su puerta. Su cuarto ahora estaba arreglado, con pósteres nuevos y hasta pintura nueva. Su armario también se veía mayor. Su cama era diferente, y hasta sus sábanas. Iba a sonreír, quizá su mamá se había ganado la lotería; luego, percibió que no era su cuarto, sino el de su novio.

— ¿Jongin? — preguntó. Las voces que se oían tras la puerta cesaron y luego de poco, Jongin ingresó a la habitación.

Su piel trigueña se veía más pálida y sus labios se fruncían en una mueca de tristeza que Kyungsoo solía usar muy a menudo. Avanzó con lentitud, para luego sentarse junto al azabache, quien seguía acostado. Entonces, Kyungsoo volvió a la realidad. Había llegado a esperar que todo se hubiera tratado de un mal sueño.

— Kyungsoo hyung… — el chico tomó su mano. Estaba caliente y sudada, y temblaba casi imperceptiblemente.

El mayor iba a responder, pero Jongin lo atrajo a él y lo abrazó con fuerza. Sentía a su corazón latir desbocado y su respiración agitarse a producto de las lágrimas. Estaba llorando.

— ¿Jongin?

— Pensé… — sollozó. — Cuando te vi ahí, ensangrentado y tirado, pensé que…

— No fue así. No llores. — Kyungsoo intentó incorporarse, mas un fuerte dolor en su pierna izquierda lo impidió y soltó un quejido. Jongin, al notarlo, se alejó. De sus mejillas canela seguían corriendo pequeñas gotas de lágrimas.

— Te has fracturado la pierna. Papá dice que estabas en shock y que por eso no te diste cuenta y pudiste caminar hasta la puerta…

Kyungsoo permaneció en silencio. Imágenes de lo que había vivido en la casa que antes había llamado hogar llegaron a su mente como un balde de agua helada. Jongin tomó su mano. Lo miraba con preocupación, sin felicidad ni tranquilidad, simplemente con inquietud.

— Yo volví a casa y… — sus grandes obres cafés se habían abierto en demasía. —…él estaba ahí, con… Tenía un… — pequeñas lágrimas habían empezado a resbalar por sus mejillas y su voz se quebraba. Jongin sujetó su mano con mayor fuerza. — Todo es su culpa, Innie…

— No dejaré que vuelvas ahí.

El moreno rodeó la cama y se recostó a su lado. Kyungsoo depositó el rostro en su pecho como solía hacer cuando tenían relaciones y se dejó romper. Lloraba, lloraba por su vida, por su madre, por lo que su padre hubiera querido, por la vida que Kyunghwan había arruinado… Lloraba, más que nada, por el mismo. Se deshacía, se quebraba y dejaba todos sus pedazos en manos de Jongin para que él pudiera volver a armarlo, como siempre.

— No dejaré que vuelvas ahí. — repitió el moreno.

Jongin juntó sus labios y los besó con parsimonia. Kyungsoo, poco a poco, iba olvidando al mundo exterior y se centraba únicamente en él, en su luz, en su sol. Su felicidad dependía de él, de su amor, de sus sonrisas y de su protección. Entre sus brazos, sentía que nada podía dañarlo.

Las ropas de los chicos se perdieron con el pasar del tiempo. Sus cuerpos se mezclaban, sus labios se rozaban y sus lenguas se enlazaban. Jongin lo tocaba de arriba abajo, memorizando sus facciones y cada centímetro de su piel blanca, cada expresión de placer, cada gemido, cada jadeo. Se volvían uno, aunque si Kyungsoo lo meditaba bien, siempre lo habían sido.

— Te amo… — murmuró con voz ronca mientras el moreno se adentraba en él con maestría, aunque con cuidado de no dañar su pierna lastimada.

Estaban sudados, sonrojados y hasta cierto punto avergonzados, pero a pesar de ello, se habían curado. Jongin no podía perder a Kyungsoo, y Kyungsoo no podía perder a Jongin, porque la luna no brilla sin el sol y el sol no sería nada sin la luna, porque ambos se necesitaban y porque a veces era necesario estar en la oscuridad para apreciar la luz. Y Kyungsoo apreciaba a Jongin más que a nada, porque Jongin era su sol, y él era su luna. 

Notas finales:

Como dije al inicio, esto se trata de un desahogo y no de un escrito serio. Espero que os haya gustado y si no, pues que pena. No pediré reviews ni nada, de hecho, creo que yo soy la que debería agradeceros por leer esto. Nos vemos, tened un bello día.


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