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The Slave Fighter {DaeUp} por HaePark

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Notas del fanfic:

Estaba deseando escribir algo como esto.

1 If you remember tomorrow

“Las personas fuertes no son aquellas que no sufren. Las personas fuertes son aquellas que, al sufrir, transforman el dolor en fuerza. En consecuencia, su vida es suya, y solamente suyo su gobierno.”

El pie del joven luchador golpeó la parte trasera de los muslos de su contrincante. No resbaló, pero JongUp fue capaz de percibir una leve muestra de vacilación en la torpeza de su próximo movimiento. Su enemigo se balanceó unos instantes sobre su talón antes de aprovechar el impulso, que casi le hace resbalar, para propinar una fuerte patada trasera directamente al pecho de JongUp.

Mala suerte.

La patada casi lo desestabilizó y por poco no perdió el equilibrio. Un rugido procedente de las gradas de la derecha, donde se habían situado sus partidarios, estaba destinado a apoyarle y propinarle coraje, pero solo logró ponerle más nervioso. JongUp trató de olvidarse del público para restablecer la concentración. Aquel embate le había pillado completamente por sorpresa.

En aquel preciso instante, solo existían para JongUp su adversario, él, y el tatami, que crujía al compás de las pisadas y los saltos de los combatientes sobre él. Era de un rojo oscuro muy similar al de la sangre reseca, sobre el que destacaban los uniformes negros de los luchadores. Sobre el pecho de cada uno se encontraba impreso y escrito en hangul el nombre de sus respectivas academias.

Por supuesto, se trataba de una competición estrictamente controlada y reglamentada. Se celebraba entonces la fase final del Torneo Nacional de Taekwondo, donde los dos finalistas se disputaban el oro. La tensión se palpaba en el ambiente, era un combate muy reñido. Ante la sorpresa de todos, los dos finalistas eran chicos jóvenes, sin ninguna experiencia en el ámbito, y pertenecientes a dos academias sencillas sin mucho renombre.

JongUp apoyó una mano sobre el suelo para impulsarse en un salto que lo llevó a impactar contra el pecho del otro chico, que era algo más alto que él. El otro no aguardaba aquel audaz movimiento, y solo fue capaz de dar unos pasos sin rumbo hacia atrás, en un desesperado último intento de mantener el equilibrio, antes de resbalar y caer sobre el tatami.

Con un estallido de salvaje alegría, JongUp corrió y se sentó sobre sus piernas. Un segundo después sonó el silbato. JongUp se había hecho, de una manera sencilla y directa, con la victoria.

La afición de la derecha se levantó y las banderas con el icono del conejo verde y negro se alzaron en el aire, que se llenó de gritos. Aturdido aún por la impresión de la victoria, JongUp apenas vio como dos hombres vestidos con dobok gris y negro atravesaban la sala y ayudaban al derrotado a levantarse.

Por su parte, JongUp se puso en pie de un salto y fue hacia el representante del torneo, que le entregó con gran ceremonia una copa dorada con la inscripción de la victoria. La alzó, repleto de júbilo. Era la primera vez en varios lustros que su academia ganaba el torneo de Taekwondo, y lo habían logrado por fin, gracias a él.

JongUp había soñado con ese momento durante todo aquel curso. En su cintura relucía su cinturón de nivel superior de artes marciales; había entrenado muy duro para aquella victoria. Pero nunca había esperado realmente obtenerla. Era una especie de mito en la academia, siempre se intentaba, nunca se lograba.  

—Estaréis contentos—oyó a lo lejos, demasiado lejos como para darle importancia—¡Ya os tocaba ganar! Es como una especie de consolación, ¿No? ¡A la decimoquinta va la vencida!

JongUp estrechaba entonces las manos de los árbitros de la competición. De pronto, se oyó un pitido de silbato, y su interlocutor dejó de aferrarle la mano para alzar la vista a las gradas. JongUp le imitó, y vio como un grupo de dos o tres chicos vestidos con el uniforme de su academia estaban próximos a desencadenar una pelea con dos o tres chicos vestidos con el uniforme de la academia rival.

—¡Deteneos y bajad de ahí! —les gritó Yong Nam, director de la academia de Taekwondo de JongUp, y sensei de éste.

Los chicos se miraron con verdadero asco entre sí.

Entonces, guiado por una curiosidad pura totalmente exenta de malicia o de satisfacción, los ojos de JongUp se desviaron del incidente al sitio donde se encontraba el chico contra el que había luchado.  Le sorprendió mirar que, desde el banco de los contrarios, el chico también lo miraba directamente a él. Con un desprecio rayano en el asco. JongUp, ante tan mal perdedor, solo le dedicó una sonrisa desagradable y petulante.

Los chicos que estaban encaramados a las gradas volvieron con sus respectivos grupos. Se tomaron algunas fotos, se proclamó a JongUp vencedor del torneo y se ocuparon el segundo y tercer puestos respectivamente con el mal perdedor, por nombre, Jung Daehyun, quien ni miró a JongUp al subir al podio, y con un tal Bang Yongguk, contra quien JongUp no había competido, pero lo había visto en acción y en cierto modo lo aliviaba no haber tenido que enfrentarse contra él en el tatami. No era un chico muy ágil, pero audaz hasta la médula y absolutamente implacable.

Al término de la ceremonia, las diferentes academias concursantes se volvieron a sus respectivos distritos. En la caravana de la academia  Dadamato, a la que pertenecía JongUp, reinó un ambiente festivo hasta que, al atravesar Incheon, Yong Nam los mandó a dormir a todos. Progresivamente, mientras al otro lado de las ventanas iban iluminándose lentamente los nocturnos paisajes que dejaban atrás, el sueño fue apoderándose de los luchadores que ocupaban el interior del vehículo.

No así JongUp. El frenesí del concurso, las diferentes fases, la expectación, y finalmente la victoria, lo había dejado exhausto, pero, al mismo tiempo, sumido en un nerviosismo que le ponía la carne de gallina, los pelos de punta y le impedía procesar en su cabeza algo que no fueran imágenes de lo recientemente vivido.

Yong Nam lo vio removerse en el asiento y se acercó a él. Cuando se agachó a su lado, JongUp abrió los ojos. A su alrededor, todos sus compañeros parecían haberse quedado dormidos. Algunos roncaban, las respiraciones acompasadas y tranquilas.

—¿No puedes dormir?

JongUp se frotó los ojos. Cuando enfocó la vista en Yong Nam, cuya silueta se recortaba en la semipenumbra del autocar, negó con la cabeza.

—Ha sido un día largo—sonrió el sensei.

JongUp corroboró sus palabras con un asentimiento de cabeza.

—Pero hemos ganado.

—Hemos ganado.

—La academia estará orgullosa.

—Lo está, por supuesto.

Permanecieron unos instantes en silencio. JongUp miraba a su sensei, quien parecía estar reflexionando para sus adentros. Finalmente el joven luchador soltó una pequeña carcajada.

—¿En qué piensas, sensei?

El hombre volvió a mirar a JongUp.

—Hay algo que tengo que darte. Levántate.

Yong Nam se puso en pie y fue hacia su asiento, que se encontraba al lado del perteneciente al conductor. Sorprendido, JongUp hizo lo propio. Apartó la manta de sus rodillas y se tambaleó por el pasillo del autocar hacia los asientos delanteros, mientras se rascaba la espalda.

—¿Qué es? —preguntó a media voz para no despertar a sus compañeros.

Yong Nam le hizo sitio en el asiento y palmeó el hueco libre, instándole así a sentarse.

—Me han dado esto para ti—le tendió una hoja doblada—los organizadores del certamen.

JongUp se sentó, tomó la misiva y la desdobló. Se trataba de un texto escrito a máquina, con letra pequeña, que debido a la falta de luz JongUp no fue capaz de leer.

—Se trata de un programa que van a lanzar en el transcurso de este próximo año lectivo—le explicó Yong Nam—Especial para artes marciales. Se supone que nuestra academia no iba a formar parte de él, al no alcanzar el nivel, pero hoy, gracias a ti, lo ha alcanzado.

JongUp no pudo disimilar su satisfacción. Se volvió hacia Yong Nam para preguntar:

—¿A qué clase de programa te refieres?

Yong Nam se sentó con las piernas cruzadas. Los ojos le brillaban cuando respondió:

—Un programa de estudios integrado y especialmente diseñado para deportistas.

—¿Cómo un internado?

Yong Nam asintió con una seca cabezada.

—Exactamente. Un internado que hace las veces de instituto y academia de artes marciales. Muy bien preparado, con el equipamiento requerido, excelentes oportunidades, etcétera.

JongUp trató de leer la carta que Yong Nam le había entregado.

—¿Se trata de una broma? —inquirió.

Yong Nam sacudió la cabeza. JongUp le creyó, pero no sació su curiosidad su respuesta:

—¿Cuál es mi papel en todo esto?

El sensei soltó una leve risotada.

—¿Aún te lo preguntas? Con el premio de hoy venía incluida una matrícula gratuita para el primer año. Es una escuela cara, por supuesto. Sin este documento, probablemente nunca te hubieras podido permitir el ingreso.

JongUp frunció el ceño. Se sintió tentado a preguntar para qué querría él asistir a un centro integrado, pero supuso que la pregunta resultaría chocante de cara a su sensei, quien había expuesto la idea como quien encuentra por la calle un boleto premiado en la lotería.

—¿Y qué pasaría con Dadamato? —decidió preguntar en cambio.

Yong Nam agitó la cabeza.

—Dadamato es una academia para luchadores principiantes, para niños que deciden dedicar su tiempo libre a darse patadas entre ellos. Si de veras quieres progresar y llegar a ser un gran combatiente, como hoy has demostrado que vas encaminado a ser, tienes que centrarte en expectativas mucho más ambiciosas que ser el mejor alumno de Dadamato.

JongUp se concedió unos instantes para apoyar la cabeza sobre el asiento y cerrar los ojos. Él se sentía cómodo en Dadamato. Tenía amigos ahí, su sensei le agradaba, y él tenía la impresión de que había aprendido una técnica buenísima en sus años sobre los tatamis verdes y negros. Para él, ganar una  copa como la que acababa de ganar suponía ya un logro grandísimo. ¿Qué podía haber más ambicioso que ganar una copa a modo de agradecimiento por tan buenos momentos pasados en Dadamato?

Pero, con la inercia de la victoria y la euforia del momento, su mente pasó por estos pensamientos como quien acaricia las teclas de un piano, sin tocarlas, y sin realmente saber las consecuencias que pueden desencadenar determinadas acciones y sin realmente ser consciente de si se desea realizar esas acciones en cuestión. Frente a los ojos de JongUp se extendía un futuro prometedor, muy prometedor, como el que acababa de augurarle Yong Nam, y se dijo, ¿Acaso no sería de idiotas rechazarlo?

Guardó la carta como un tesoro hasta el día siguiente, cuando llegaron a Gyeonggi-do. En el gimnasio Dadamato realizaron una ceremonia informal de acogida del premio y de los ganadores. Tras quedar todos en ir a celebrarlo un próximo día, se separaron. A JongUp lo recogió su familia, a quienes llevaba mucho tiempo sin ver.

El concurso había constado de tres largas semanas de constantes combates entre miembros de una academia u otra. Pese a lo divertido  y estimulante que había sido ir superando las diferentes fases, al tumbarse sobre su cama, JongUp se dio cuenta de que estaba molido.

Fue entonces la primera vez en la que se planteó si asistir al programa que Yong Nam le había explicado. Bueno, por una parte…¿Cuándo se le volvería a presentar una oportunidad como aquella en la vida? Era el primer torneo serio que ganaba. Si dejaba pasar la ocasión de convertirse en un magistral luchador, quizá se arrepentiría toda su vida.

Lo comentó con sus padres, quienes se mostraron muy interesados en el programa, y, como ya había supuesto JongUp que ocurriría, lo alentaron a participar.

—Está claro que el Taekwondo es lo tuyo—afirmó su madre tras leer la carta.

Su padre corroboró las palabras de su mujer afirmando con la cabeza.

—Es una ocasión preciosa, ¿No crees, JongUp? ¿No estás emocionado?

JongUp se sentó frente a ellos en la mesa de la cena y apoyó el rostro sobre las manos.

—Estoy cansado—dijo sinceramente.

Sus padres se miraron.

—Es comprensible. Han sido unos días largos y fatigosos, y has dado lo mejor de ti. Te corresponden unas vacaciones.

No volvieron a tocar el tema programa hasta pasado el mes de agosto. Y, según la carta, el programa empezaría el día quince de septiembre.

JongUp, con el verano, la fiesta, los amigos, la playa y el surf, casi había olvidado que, en Incheon, donde se encontraba la escuela, se le había ofrecido una plaza gratuita para convertirse en un luchador profesional.

Tampoco había querido pensar mucho en ello. Una vez pasado el impulso inicial, se dio cuenta de que sentía ciertas reticencias a ir a enfrentarse a un lugar nuevo, amigos nuevos e instituto nuevo. Resolvió dejar correr el asunto, y lo que fuera, sería.

A principios de septiembre fue, como solía hacer todos los años, a inscribirse a Dadamato. Por aquellas fechas era cuando se realizaban las inscripciones y los primeros pagos, por lo que el recinto del gimnasio se encontraba casi siempre repleto de familias que iban a inscribir a sus niños, gente que únicamente iba a informarse, y luchadores que miraban a su alrededor con porte fiero y orgulloso. JongUp había sido uno más durante varios años y sabía que el tatami era el hogar de todos ellos; pero ahora contempló a esos muchachos como si se trataran de una clase diferente de guerrero. A ellos no les habían ofrecido una enseñanza para convertirse en profesionales. A él, aunque declinara la oferta, sí.

De hecho, cuando entró en la parte de atrás del gimnasio, donde estaba el mayor tatami de la academia, lo abordaron unos chicos que se acercaron desde diferentes partes del patio hacia él.

—¡Eh, Jong Eob! —exclamó uno enfilando el camino al borde del estanque de lotos, típico en los jardines decorados al modo coreano tradicional—¿Qué haces aquí? ¿No te ibas a Incheon?

Antes de que JongUp pudiera abrir la boca, los otros dos chicos aparecieron por detrás del gimnasio. Probablemente advertidos por el grito del primero, pues miraron a JongUp con una expresión de golosa curiosidad.

—¡Eso! ¿No tenías una plaza reservada en una academia mejor que Dadamato?

JongUp comprendió, pero solo en cierta parte, el comentario. La lealtad hacia Dadamato era incondicional.

—¿A vosotros que os importa? —farfulló molesto.

—Solo queremos saber—replicó uno. Era uno de los chicos que habían asistido al concurso junto a JongUp. Xiumin, le pareció recordar que se llamaba— Cuéntanos, pues, ¿Cuál es el motivo? ¿Demasiado lejos? ¿Te da demasiado miedo enfrentarte a los chicos de ahí? ¿Temes que sean más duros que nosotros?

Xiumin pegaba unas patadas formidables. Era difícil imaginarse a un pateador más duro que él.

—No tiene nada que ver.

Abrió la puerta del gimnasio de un tirón y entró dentro. Las luces se prendieron una a una, iluminando el tatami esmeralda sobre el que JongUp tantas veces había luchado, o descansado al término de los entrenamientos.

Tras él, la puerta se abrió una segunda vez y entraron Xiumin y los otros dos.

—¿Entonces? ¿No te gusta Incheon?

Uno de ellos rió. JongUp sintió que su nivel de paciencia, de por sí bajo, disminuía drásticamente.

—Repito, ¿A vosotros que os importa?

—Es miedo—dictaminó Xiumin.

—Desde luego—corroboraron los otros dos.

JongUp llegó hasta el borde del tatami y se descalzó.

—Es miedo, ¿No? Venid y aquí y os demostraré cual es mi respuesta al miedo.

Los otros tres se miraron entre ellos. JongUp era el gran campeón de la academia. Pero ellos eran tres, y él, uno solo.

—¿Los tres contra ti? No sería correcto—refutó Xiumin.

Una ancha sonrisa se presentó en el rostro de JongUp.

—Ah, ¿Es miedo?

Xiumin sonrió a su vez. Se descalzó. Los otros dos lo imitaron.

Se colocaron sobre el tatami, ellos tres, en un lado, JongUp, en el otro. Se miraron a los ojos durante unos segundos, antes de que JongUp diera la señal de inicio.

—¡Ya!

Xiumin se arrojó contra su cintura, uno de los otros dos hacia sus pies, y el otro, hacia su pecho. JongUp clavó un puño en el tatami y se apoyó con una rodilla, mientras despejaba el ataque con la pierna y el brazo libres. No consiguió desmantelar por completo el triple ataque, pero sí esquivó el primer embate.

Se puso en pie de un salto. Xiumin no le concedió tregua, se arrojó por la espalda. La adrenalina al sentir las manos de su compañero aferrándole por la espalda se desató en el interior de JongUp, le hizo experimentar una energía sin antecedentes. Sus reflejos se despertaron de golpe, su cerebro se activó al máximo de su intensidad, sus sentidos, completamente vivos y despiertos, cada uno de sus instintos, dotado de vida propia. Y con esas armas luchó.

Empleó eficazmente las manos, las piernas y el propio impulso de su cuerpo. No le preocupó la desventaja numérica, ni la mella que el cansancio fuera a ir haciendo en él, puesto que su único cometido era proseguir en pie un segundo más. Un segundo más, cada vez. Y ser capaz de permanecer en pie lo sobrecargaba de euforia. No atacó, solo se defendió. Y no le hizo falta hacer más para procurarse una bonita y limpia victoria.

Cuando se quiso dar cuenta, sus tres adversarios estaban tirados sobre el tatami. Jadeando. Xiumin reía. Se incorporó fatigosamente y encaró a JongUp.

—¿Sigues diciendo que es por miedo? —inquirió JongUp.

—No, por supuesto que no.

JongUp asintió con la cabeza y fue a ponerse las zapatillas. Xiumin atravesó el tatami para seguirle.

—Tío, supongo que tienes tus motivos para rechazar esa oferta—se sentó a su lado mientras JongUp se calzaba—pero te pido, como compañero tuyo, que los reconsideres. Eres increíble. Nunca he visto a nadie luchar con tantas ganas, ni aliado ni enemigo. Nadie es invencible, pero, pienso que tú podrías serlo.

—Me han derrotado varias veces.

—No, no creo que nadie te haya derrotado nunca.

JongUp sonrió.

—¿Lo pensarás? —musitó Xiumin.

—¿Lo de ir a Incheon?

El joven dejó unos instantes de atarse los cordones para mirar a Xiumin, quien asintió.

JongUp profirió un largo suspiro.

—Lo pensaré.

Y lo pensó.

Pasó bastante tiempo pensándolo antes de llegar a una conclusión que ni siquiera entonces le satisfizo por completo. Por una parte, sus recelos permanecían ahí, vivos, incomprensiblemente existentes, pero, por otra, después del combate mantenido con sus compañeros, sentía la sangre arder en sus venas de puro placer, de pura emoción. Como una droga.

Tuvo la certeza de que, si pasaba el resto de su vida sintiendo aquello, sería feliz.

Y aquella convicción fue lo que cambió todo…y dio inicio a esta historia.


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