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Destroy por Konan Shimizu Uchiha

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Notas del fanfic:

...Odio hacer resúmenes...

Sobre el título: no pueden esperar mucho de alguien que tiene una seria obsesión con face to face de Sadie...

Sobre el fic: es el resultado de ver Disney todo el día.

Notas del capitulo:

Luego de meses de trabajo (mentira) aquí está, el one-shot con la pareja que elegí para el UNDEAD Fanfic Project~ Lean, comenten y hagan eso que ustedes saben hacer <3

Esta es una vieja, vieja historia.

 

Érase una vez un gran reino, lleno de riquezas como ningún otro. Entre la población no existía el hambre, ni el frío, ni las peleas, pues el rey junto a su adorada reina, se encargaban de cubrir las necesidades de su pueblo. No existía mejor lugar donde vivir.

 

Más allá de los dominios del rey, donde la luz acababa dramáticamente y las flores se hundían en un espeso pantano, había otro reino, uno sumido en oscuridad. La población era poca y jamás se oía la risa de los niños. Las casas permanecían vacías la mayoría del tiempo, pues estos aldeanos eran expertos en la lucha de supervivencia. Ya que los suelos no eran adecuados para sembrar, debían correr arduamente todos los días para cazar, el agua jamás era suficiente, y más de un cuarto de población debía exponerse a la frialdad de la noche al no tener techo donde vivir. Muchos creían que era una especie de maldición, una bien merecida porque la magia negra era practicada en esas tierras.

 

Los días continuaron su curso, los meses se llevaron estaciones y los años permitieron que una hermosa princesita de largos y rubios cabellos creciera en el Reino de Luz. Era el orgullo de sus padres, amable y honrada como ningún otro ser, hermosa y cariñosa; su gracia infinita la hacía digna de admirar. Los niños del poblado amaban ir a su lado, jugando y cantando, y justo esa tarde se encontraban con ella en el prado, recogiendo flores para hacer la corona más hermosa del mundo. La princesa pronto se casaría con un noble príncipe de un reino lejano.

 

Miles de kilómetros después del prado, donde los árboles ennegrecían sin razón alguna, había una pequeña casa en el medio del bosque.

La vida en el Reino de Sombras continuaba siendo tan decadente como siempre. La gente estaba enfurecida. Veían como el Reino de Luz prosperaba y ellos sólo tenían migajas. Pero los rumores decían algo insólito: en esa extraña casa del bosque había crecido un chico que había jurado mejorar las cosas sin importar qué. Unas cuantas personas contaban que si alguien se atrevía a pasear por esa zona de noche, tu alma era robada por un brujo y le serviría para calmar al demonio que había invocado. Pero… ¿Qué buscaba ese brujo?

 

a34;〜a34;〜

 

—Mizuki, hora de despertar —llamó una señora un tanto mayor, pero seguía trabajando en esa casa justo como en sus años de juventud.

Una amorfa masa cubierta por muchas telas se movió un poco. Pocos segundos después, un rubio con cara de trasnocho había logrado sacar la cabeza de esa maraña de cobertores.

—No quiero… —exclamó mirando a la señora, poniendo su mejor expresión de súplica.

—Son órdenes. Esta mañana llegaron noticias del rey y tu padre dijo claramente que debías practicar —la señora, llamada Mari, comenzó a despejar esas hermosas cortinas.

—¿Noticias? ¿El rey? —Solo eso fue necesario, Mizuki saltó de la cama, listo para comenzar su día. Sabía bien que era algo importante con solo escuchar que era algo del rey.

Un baño rápido, un desayuno ligero y la vestimenta adecuada fue todo lo que necesitó para bajar corriendo por las escaleras hasta el establo.

Primera tarea del día: montar a caballo.

 

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—Estoy tan cansado… ¿Tú cómo estás? —un chico de cabello castaño se encontraba felizmente hablando con su caballo, Feru. Dicho equino respondió con una sacudida de su cabeza, dando a entender a Tsurugi que aún podía trabajar con él—. Buen chico.

Tsurugi volvió a montarse en la silla, hizo un chasquido con su lengua y el caballo salió corriendo. El chico jamás estuvo de acuerdo con golpear a los animales para que respondieran a los deseos humanos, por lo que entrenó a su caballo con sonidos.

 

Luego de unas cuantas vueltas, el experto jinete decidió irse a casa. Feru necesitaba comer y un poco de limpieza. Bajó de su lugar, le quitó las riendas y en vez de montar hasta su hogar, se fue caminando junto al animal. Iba charlando amenamente con su fiel amigo cuando en el horizonte apareció cierto rubio mimado.

— Arg, es él de nuevo… —bufó sin poder evitarlo. Siempre que veía a ese chico al que llamaban Mizuki, su estómago sentía ganas de devolver lo poco que comía. No podía entender cómo existían personas de ese tipo, esas que no se esfuerzan en nada, pero son reconocidos. Esa era la principal razón por la cual detestaba al rubio. La otra razón era esa: le pasó al lado y no le saludó. ¿Acaso él no existía? ¿Tsurugi no era digno de un simple “Buen día”? El castaño continuó su camino, fingiendo que no le interesaba la presencia del otro, tenía mejores cosas en qué pensar. Una de esas cosas era: ¿Qué haría hoy para ganar un poco de dinero y poder comer?

 

Las cosas nunca fueron sencillas para Tsurugi. Sin opción alguna, comenzó a trabajar desde que tuvo uso de razón. Se suponía que en el Reino de Luz todos eran cuidados por la corona, pero… él nunca perteneció. Uno de sus peores recuerdos es correr, correr como si no hubiese mañana. Su madre, una grandiosa mujer que siempre recordaría, dio su vida ese día que corría.  Ambos habían huido del Reino de Sombras, muy en contra de todas las leyes de ambos lugares. Una de  las tantas noches en que las bestias recorrían el Bosque de la Muerte, su madre y Tsurugi, con 5 años de edad, comenzaron su plan. Poco a poco y solo de noche, ambos se acercaban más y más al pedazo de mundo con el que soñaban. Pero… justo antes de lograrlo, unas enredaderas que definitivamente estaban embrujadas los atraparon. La madre del castaño luchó hasta su último suspiro intentando salvar a su hijo, cosa que logró. A cambio, las enredaderas la atraparon a ella y la asfixiaron. Tsurugi al ver como esas cosas envolvieron totalmente a su madre, huyó con más prisa, sin importarle como las lágrimas nublaban su vista. Gastó la energía que le quedaba en llegar al paraíso y cuando llegó a la meta, su decepción fue grande. Todo el pueblo se conocía entre sí, él era un niño huérfano que no podía revelar su “extranjería”. Lo llevarían preso por el único crimen de haber escapado de la muerte segura.

Tal como en el Reino de las Sombras, vivió a la intemperie durante unos meses hasta que el amable panadero del reino le tendió la mano, dándole techo y comida. Le enseñó el arte de hornear y se aseguró de educarlo. Lo que Tsurugi no sabía en ese momento es que el panadero también provenía de ese espantoso lugar que él dejó atrás, y había pasado por una historia bastante parecida a la del castaño.

Cuando el panadero vio esos cabellos castaños —poco usuales en el reino—, se dio cuenta de que ese niño era justo como él hace años. No sonreía, no había brillo en su mirada. Su infancia había sido arrebatada. Recordando cuán mal la había pasado en esos días, se apiadó y lo tomó como si fuese su hijo.

Les tomó años a los dos seres poder confiar plenamente en el otro. Se llevaban y trabajaban bien sin duda alguna, pero el tema de la confianza era muy delicado. Por la forma en la que habían crecido, les era normal no poder decir lo que opinaban sinceramente. Pero cuando lo lograron, los dos llegaron al acuerdo de que llevarían esos secretos a la tumba.

 

Tsurugi admitía que no todo era malo; hasta él tenía recuerdos valiosos. Feru es uno de ellos. Por su labor y la de su “padre”, no podía llegar a algún título en la nobleza. Nada de caballero o conde junto a su nombre. Y todos sabían que sin un título de esos, tener animales que no fuesen de consumo o de producción era casi imposible. Sentía frustración porque existía ese tipo de fallos en la organización social. Eso le enseñaba que no todo es como lo pintan. Incluso en el grandioso reino que es la envidia de todos, hay discriminación a nivel social. Totalmente consciente de ello, dejó su sueño de ser caballero. Sabía bien que sin un caballo no podría lograrlo.

Tiempo después de haberse resignado, un equino de tres años aproximadamente llegó al establo donde las gallinas se encontraban. Estaba herido y parecía que no tenía cura, mas no le detuvo. En ese tiempo, los herreros eran quienes cuidaban de estos animales, por lo que comenzó a pasar mucho tiempo en el taller de trabajo de uno. Aprendió lo esencial en pocos días, y más que complacido, logró sanar la herida que Feru tenía. En especie de agradecimiento, el caballo no se fue después de ser curado. Una nueva amistad nació.

Ahora podía pisar un establo de alto nivel, entrenar justo como lo hacían los aspirantes a caballeros y vivir de dos artes: panadería y herrería.

—La gente no lo sabe, pero sería perfecto atendiendo las labores de la casa —comentó alegremente mientras Feru emitía un relinche.

Tal vez las experiencias vividas le estaban volvieron lo suficientemente loco como para mantener conversaciones con dicho equino.

 

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Luego de un grandioso y para nada agotador día, Tsurugi logró dormir tres horas. Por el estilo de vida que llevaba era normal dormir tan poco y rendir mucho, por lo que tres horas eran más que suficientes —o eso quería creer él—. Se aseó y salió de casa mordiendo un pan que sobró del día anterior. Por supuesto, no iba él solo. Como cada día, Feru iba a su lado. Entrenar desde las cinco de la mañana era lo más adecuado para ambos. A esa hora todo se encontraba desolado, pero Tsurugi tenía tanto tiempo en ello que no necesitaba ningún tipo de ayuda para armar el escenario. Montar a caballo era importante para él, era perseguir su sueño.

Solo dos sonidos emitidos por el castaño fueron necesarios para que Feru se concentrara y comenzara a correr por las siguientes horas.

 

—¿Agua? —preguntó Tsurugi como mala costumbre. Obviamente Feru necesitaba tomar agua. Entró al establo en busca de un balde, pero quien menos quería ver apareció junto a uno de sus amigos.

—Jamás adivinarás qué pasó ayer —escuchó claramente a Mizuki, pero ni se inmutó—. El rey mandó una carta en la mañana y mis padres la leyeron en la tarde —ahora sí había llamado la atención del castaño. ¿El rey necesitaba algo? Con cuidado, tomó el balde que buscaba y se ocultó estratégicamente.

—¿El rey? ¿No me estás mintiendo, Mizuki? —su interlocutor lo veía poco probable, tal vez porque tanto él como Tsurugi sabían la poca habilidad del rubio en el arte de volverse caballero.

—El mismísimo rey me solicitó. Los rumores que se habían estado extendiendo son reales, un grupo de salvajes del Reino de Sombras secuestró a la princesa el día antes de su boda. El rey está buscando hombres que la busquen —continuó explicando Mizuki—, hombres que puedan cumplir su pedido.

 

¡Estaba listo! ¡Ese era el golpe de suerte que necesitaba Tsurugi! Por fin podría ser un caballero reconocido por el propio rey. Su felicidad era mucha en ese momento, tanta que podría salir de allí saltando. Solo que… ¿A dónde debía ir? Esperaba realmente que Mizuki dijera más detalles o tendría que hacerlo a ciegas.

—Eso suena peligroso… Si lo logras, tendrás mucho dinero —Mizuki observó al chico que iba con él con cara de pocos amigos.

—¿Para qué necesitaría más? Hago esto para matar el aburrimiento.

 

Con esa respuesta supo que de no soportar a Mizuki, ahora Tsurugi lo odiaba. ¿Cómo podía ser tan… él? Si se aburría que fuese a jugar por ahí, pero no en ese lugar donde manejaban espadas y armas que podían herir a cualquiera. Tal como pensaba, Mizuki era otro niño rico más en búsqueda de atención. Solo que en ese momento, le era muy útil que fuese el niño rico preferido del rey y también que fuese por allí contando a todo pulmón lo que pasaba.

Pero como no todo podía ir perfectamente, Mizuki se alejó con su amigo y no pudo escuchar más sobre el evento.

Tsurugi tomó el balde, buscó agua y se fue a discutir la información de Feru.

—Primero, sabemos que mañana es la reunión. He de suponer que es en la mañana… Y que se dirige al Reino de Sombras… —viendo atentamente al caballo, Tsurugi hablaba y sacaba conclusiones. No sabía a dónde y a qué hora debería ir, pero lo iba a intentar—. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Descansar? ¿Preparar algo? Oh, tú sí necesitas descansar… —el castaño comenzó a quitar la silla del caballo— Es hora de ir a casa. Tal vez hoy sea el primer día del resto de nuestras vidas.

 

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—Bien, Tsurugi. Vamos a encontrar a alguien que parezca que va de cacería. Solo queremos eso, alguien a quien puedas interrogar y hacer un nuevo plan.

El castaño definitivamente había enloquecido. Permanecía hablando solo o con el caballo que fielmente lo acompañaba en la aventura.

Los preparativos del día anterior habían acabado con su cordura. Encontrar una espada propia le costó en exceso. Para su buena suerte, acabó convenciendo al herrero del pueblo de dejarle usar una de sus maravillosas obras de arte. También pudo encontrar el dinero suficiente para alquilar una silla de montar y los ingredientes necesarios para preparar la comida que le serviría por los siguientes ocho días. Parece que Dios y todos los Santos estaban de su lado… Por una vez esto no le resultaba tan malo.

Eso sí, el ambiente ya había comenzado a cambiar. El aire se hacía más pesado y aunque él sabía que apenas eran las siete de la mañana, todo se veía como si el sol no hubiese salido en todo el día. Estos detalles no los recordaba de su niñez. Quizá en ese momento no tenía el tiempo o el ánimo suficiente para ver atentamente el lugar. Se alegró de que en su infantil memoria esto no estuviese marcado, fácilmente pudo haber sufrido múltiples pesadillas con el escenario.

 

Continuó cabalgando, ignorando el frío que de repente le recorrió toda la columna vertebral. No quería creer, pero eso significaba que algo malo se acercaba.

—¡AYUDA! —un gran grito resonó por el área. El cuerpo de Tsurugi actuó más rápido que su propia mente. Antes de darse cuenta, ya estaba dirigiéndose junto con Feru al origen de ese grito.

—Definitivamente esto es muy, muy malo —susurró cuando vio a cierto rubio de gruesos labios tendido en el suelo. Bajó de su caballo y buscó el ajeno, pero no estaba por ningún lado. Muy en contra de lo que haría normalmente, fue acercándose a Mizuki poco a poco.

—¿Quién eres tú? ¿Por qué estás aquí? —un chico prepotente, de rasgos femeninos y herido igual conservaba su dignidad. Tanto así, que intentó sacar su espada.

—Cálmate un poco, ¿quieres? Acabas de gritar por ayuda y aquí estoy —contestó Tsurugi dejando de lado la pequeña molestia que siempre sintió hacia el rubio— ¿Qué te pasa, niño mimado?

—¡No soy un niño mimado! ¿Te importaría irte de acá si vas a insultarme de tal manera?

—Eso te hace aún más niño mimado. Calla y deja que te ayuda —sí, Tsurugi sabía que estaba siendo rudo con el chico. ¿Le importaba? No—. ¿Qué te pasó?

—Me caí… —tal como un niño regañado, Mizuki contestó haciendo un puchero. El castaño casi ríe por lo tierno que se veía el contrario, solo le faltaba caer en cuenta sobre quién se trataba.

—He de suponer que algo pasó con tus piernas y que tu caballo se fue —poco a poco, fue acercándose a Mizuki quien continuaba sentado en el piso.

—Mi pie, caí sobre él y no puedo moverlo para nada…

—¿Piensas volver? —el castaño ya se encontraba revisando el pie de Mizuki pero al hacer la pregunta, le vio directamente a los ojos— Sé que dirás no.

—¿Por qué? ¿Por qué lo sabes? ¿Por qué me estás ayudando?

—No lo sé. Debo ser más estúpido de lo que creía —tanta honestidad en sus palabras. Le odiaba, y mucho… Pero allí estaba— Te pido que no grites.

—¿A qué t-… —el rubio no tuvo tiempo de finalizar la pregunta cuando una punzada aguda recorrió todo su sistema nervioso. Lo intentó realmente, mas no pudo evitar el grito que salió de sus labios.

—Te lo advertí… —Tsurugi continuó con su labor—. Niño mimado, la mala noticia es que necesitas descanso. La otra mala noticia es que no te quieres ir. La otra peor aún noticia es que si no descansas, tu pie nunca sanará. Ahora —de nuevo sus ojos de enfocaban en Mizuki—, ¿Qué harás?

—Lo único que tenía planeado hacer: buscar al dragón.

—¿Qué no me acabas de escuchar? —muy sumido en su regaño, el castaño no se percató de algo que era de mucha importancia.

—Sí te escuché, pero no me interesa. Quiero continuar mi búsqueda.

—No sé para qué me preocupo… Igual harás lo que te de la ga-… Espera ¿Dijiste dragón? ¿Dragón lanzallamas? ¿De esos gigantes que solían aparecer hace años?

—Sí, ¿el rey pidió tu ayuda y no sabías qué había magia negra implicada?

—¿Magia… negra? Oh, no… Esto es malo… Tenemos que salir de aquí, ahora mismo —por experiencia propia, Tsurugi sabía que en esos bosques la magia era común, pero con ese grito que había lanzado el contrario se habían convertido en presa fácil.

Tan equivocado no estaba porque pronto Feru emitió un sonido nada alentador… Algo se acercaba.

—Vamos, de verdad necesitamos salir de aquí —ni corto ni perezoso, el castaño tomó a Mizuki en sus brazos, cargándolo justo como si de una princesa se tratase. Aunque el otro protestó bastante por dicho gesto, lo sentó sobre el caballo, se montó y la huida empezó.

La brisa sacudía violentamente las descuidadas ramas secas del feo paisaje justo como si una gran tormenta se acercase. Poco le importó a la pareja de chicos que intentaban permanecer a salvo, pues pocos minutos les tomó a ambos encontrar una cueva que parecía segura. Aún era muy temprano para hacer una fogata, pero comer no era mala idea. Sacó un par de panes de su bolsa y le entregó uno a Mizuki. El rubio, por su parte, lo aceptó sin emitir agradecimiento alguno.

—De nada, su alteza —susurró Tsurugi—. No pude evitar notar que… estás algo pasado de peso—. Poco podía ver entre tanta oscuridad, pero la expresión de Mizuki se había endurecido.

—Mientes —replicó inmediatamente.

—No lo hago, y lo sabes. Al cargarte lo noté. ¿Cómo puede tu caballo soportar tanto peso?

—Cállate —un nuevo grito por parte del rubio.

—No, no. Cállate tú —en definitiva Tsurugi había escuchado eso— Agáchate y no dejes que la luz te pegue.

Feru se había quedado muy quieto cuando Mizuki soltó el grito, cosa que alertó al castaño de una vez y lo hizo actuar. Los dos chicos se encontraban tirados en el suelo, ocultándose detrás de una gran roca cuando lo vieron. Una pequeña sombra fue creciendo de la nada, adquiriendo una forma humana poco familiar. Cuando se terminó de formar, una capa negra cubría todo su cuerpo, pero dicha capa parecía hecha por las sombras del principio. El extraño personaje solo caminó por el lugar, dio unas cuantas vueltas y se fue tal como apareció.

—¿Qué fue eso? —susurró Mizuki sin saber el error que cometía.

 

La sombra reapareció detrás de ambos chicos. Estaba esperando que alguno diera una señal y encontrar a esos dos humanos que había escuchado.

—¿Cuántos de ustedes son? —esa voz áspera justo detrás de Mizuki y Tsurugi les hizo saltar. ¿En qué momento había llegado? ¿Debían contestar?

Nuevamente, el cuerpo del castaño respondió antes que su cerebro.

—¿Quién eres tú? —se levantó de su puesto con rapidez, interponiéndose entre el hombre-sombra y Mizuki.

—Soy… Soy la persona que este reino necesita.

Tsurugi no supo si lo hizo con intención o no, pero parte de la capa de sombras se difuminó y permitió que el rostro pálido de ese ser pudiese ser observado por ambos muchachos.

—¿Eres tú quien se llevó a la princesa? —mientras el castaño continuaba hablando, le hacía señas a Mizuki para que se levantara. Tenía un nuevo plan: correr lo más rápido posible. Menos mal que todas las pertenencias continuaban sobre Feru, hasta las espadas.

—Yo no lo diría de esa forma —soltó una risita nada amigable—. Igual creo que alguien jamás respondió mi pregunta.

—Como si no lo supieras —Mizuki ya estaba estratégicamente posicionado detrás de Tsurugi.

—¡Vamos! —gritó el castaño. Mizuki se subió a su espalda con rapidez y el mayor empezó a correr cargando el peso de ambos. Apenas vio a Feru, emitió tres chasquidos con su lengua, señal que indicaba que corriera en dirección opuesta. El caballo obedeció, en pocos segundos ya estaba fuera de la vista de Tsurugi.

Se mantuvo corriendo, y poco importó. La sombra, que era mucho más rápido que él, estaba a punto de atraparlos. Ninguno sabía que el terreno acaba ahí; los dos chicos cayeron dramáticamente pues el bosque se hizo de geografía bastante irregular. Ni los matorrales amortiguaron la caída.

—Demonios… Eso ha dolido… —se quejó Mizuki. Al ver el estado de Tsurugi se dio cuenta que su dolor de cabeza era la menor herida. ¿Ahora qué haría?— Tú, chico raro, despierta —ordenó sin éxito alguno. Con cuidado movió la cabeza del contrario y vio un poco de sangre empapando su cabello—. Oh, no… Esto no. No sirvo para esto —lloriqueó un poco. No tenía ni la mínima idea de qué hacer en este tipo de casos— ¡Vamos, colabora un poco! —volvió a alzar la voz, sin darse cuenta que la sombra seguía detrás de ellos.

—Así los quería —escuchó Mizuki justo detrás de su espalda. La aventura de ambos parecía llegar a su fin.

 

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Cierto castaño recién despertaba de su no deseada siesta. Su cabeza dolía un montón y estaba tan desorientado que creía estar encerrado en un calabozo junto a Mizuki. Parpadeó varias veces y volvió a ver la misma imagen del calabozo.

—¿En dónde estamos, Mizuki? —preguntó, queriendo no creer.

—La sombra nos atrapó. Realmente pensé que nos mataría… En cambio, nos trajo a este lugar.

—¿Te hizo daño? —Tsurugi intentó levantarse sin saber que unas cadenas le atrapaban sus pies y manos.

—¿Por qué tendría que herirlo, querido Tsurugi? —la voz que solía ser áspera ahora le resultaba muy familiar, tanto que podría llorar en ese instante.

—No puede ser… —susurró el  mayor, y seguía sin querer creer—. Tú estabas muerto.

—La gente como yo no muere tan fácil —contestó justo cuando las sombras abandonaron su figura. Tez pálida, cabello oscuro, mismos ojos… Sí, la persona que lo había criado por años estaba viva y mucho más joven de lo que podía recordar—. Deberías saberlo, tú también compartes esa característica. La magia negra está en tu naturaleza.

—¡Creí que habías huido para tener un mejor futuro! —gritó Tsurugi, muy enojado por la situación. No lo entendía, había vivido con él durante años y jamás vio algo sospechoso.

—Nadie logra salir de acá sin una buena razón, esto también deberías saberlo mejor que nadie. ¿Crees que es casualidad de que hayas llegado conmigo? ¿Crees que la suerte te salvó de ahogarte en los pantanos? —la risa que soltó en ese momento fue espeluznante, y parecía que continuaría riendo por un buen rato— No seas iluso, hasta tú formabas parte del plan. Un hijo fue la fachada perfecta, ¿no lo crees?

 

Mizuki permanecía callado, escuchando atentamente porque no entendía casi nada. Lo único bueno es que ya estaba consiguiendo la manera de quitarse las cadenas sin que nadie se diese cuenta. Si ese tal Tsurugi seguía entreteniendo al hombre-sombra, saldrían de allí lo antes posible.

—¿Por qué no dices una frase tipo “No te saldrás con la tuya”? —se acercó al castaño y acarició su mejilla como en los viejos tiempos—. Me gustaría escucharla de ti, querido Tsurugi.

—¡Cállate!

—Sabes que no me gustan las malas palabras —dijo justo antes de desaparecer.

—¡Pero no dije nada malo! —chilló el mayor.

—Supongo que estabas por hacerlo… —Mizuki ya tenía sus manos libres— ¿Qué haremos al salir de aquí?

—La princesa debe estar en algún lado, vamos a buscarla y salir de acá como podamos. ¿Ya puedes ponerte de pie?

—No mucho que digamos, pero debo quitarte las cadenas.

 

Dichas cadenas fueron lo de menos. Después de media hora los chicos salieron de esa habitación, Tsurugi seguía cargando al menor en su espalda y buscar a la princesa con Mizuki encima no fue nada fácil. Seguía preguntándose cómo su caballo lo lograba cada día.

—Creo que no te lo había dicho, pero me llamo Tsurugi. Nací en… Emm…  Crecí por… Ugh… Simplemente soy Tsurugi.

—Y ese brujo loco es tu padre —completó  el rubio, a lo que Tsurugi negó con la cabeza.

—Es mucho más complicado que eso, pero definitivamente no es mi padre.

—¿Qué haces aquí, Tsurugi? —el menor apoyó su mentón en el hombro ajeno. Sentía que se estaba creando un lazo entre el chico raro y él.

 —Intento salvarte, ¿Qué no lo habías notado? —Mizuki lo había entendido, mas le era muy difícil entender cómo ese perfecto extraño continuaba luchando tanto por él. Además… ¿Qué esto no era para salvar a la princesa? La respuesta que le había dado no tenía esa meta— ¡Es lo que he estado haciendo desde hace horas!

—¿Hay alguien allí? —preguntó una voz femenina.

—¡La princesa! —gritó Mizuki de una vez— ¡Viene de esa habitación!

El castaño se apresuró en llegar pero al abrir la puerta, un remolino de sombras los engulló. Esta vez ambos estaban despiertos, sintiendo claramente como se ahogaban. Esas sombras no eran para nada normales, intentaban entrar en sus pulmones como si fuese un humo tóxico.

Ambos iban cayendo, por lo que esperaron un gran impacto que nunca llegó. No sabían en dónde estaban ni cuándo se había hecho de noche, pero por intuición, Tsurugi sabía que ese frío espectral pertenecía al Bosque de la Muerte.

—¡Mizuki! ¡Mizuki! —gritó un tanto desesperado porque no veía nada.

—Estoy bien —su reconocible voz se encontraba más cerca de lo que esperaba.

—Menos mal… —el castaño abrazó a Mizuki sin saber qué hacía. Al darse cuenta, lo soltó como si hubiese sido un error. Lo mejor sería cambiar de tema— Me pregunto dónde está Feru…

—Claro —en ese instante, el menor agradecía que su rostro no se veía para nada. El sonrojo que exhibían sus mejillas era bastante vergonzoso.

—Ahora… —una voz desconocida emergió de las sombras. El tono esta vez era amenazador, como si destilara veneno en cada sílaba— …verán todo el poder que puedo liberar.

Las sombras tomaron forma, creciendo rápidamente, convirtiéndose en un reptil que nadie quería ver.

—¡Demonios! ¿En serio? ¡¿Un dragón?! —la queja que salió del castaño fue tomada con gracia por Mizuki.

Lastimosamente, Tsurugi hizo demasiado caso a Mizuki, dándole la oportunidad al enorme dragón de tragárselos de un solo bocado.

 

 

 

—¿A qué te refieres con que nos tragó? ¿Por qué? —Mizuki, que se encontraba acostado entre los brazos de Tsurugi, se quejó por ese intento de final del cuento. No le parecía nada justo terminar siendo la cena de un animal mitológico.

—Es tu culpa, hiciste que me distrajera y nos comió —ahora el mayor era quien reía. Esa noche estaba siendo muy interesante gracias a su rara imaginación.

—¡Quiero otro final! ¡Uno que me guste!

—Está bien… Hay que retroceder un poco —Tsurugi tosió un poco e hizo como si nada hubiese alterado su historia.

 

 

 

—¡Demonios! ¿En serio? ¡¿Un dragón?! —la queja que salió del castaño fue tomada con gracia por Mizuki. No había tiempo para detallar la sonrisa de Mizuki, todo lo que rondaba en la cabeza del mayor era cómo salir de allí con vida. No tenían armas, y realmente no hubiesen funcionado. La luz tampoco era de ayuda. Quizás… ¿Magia? —Niño mimado, tienes que entrar a la casa nuevamente. En algún lado debe haber un libro de magia. ¡Debes traérmelo mientras yo distraigo al dragón! —gritó mientras se alejaba. El reptil había dado su primer paso, uno no muy corto. El piso tembló, pero no tumbó a ninguno de los dos héroes.

Mizuki, haciendo caso al pedido del contrario, comenzó a correr en dirección a la casa donde habían despertado. No estaba tan lejos y su pie dolía cada vez menos gracias a los cuidados del mayor.

No necesitó buscar mucho, pues un gran libro de cubierta violeta estaba en medio del salón. Le resultó hasta sospechoso, cosa que le hizo revisar rápidamente si era algo relacionado a magia. Tenía muchas anotaciones completamente extrañas para él. De seguro eso serviría.

Mizuki salió y ubicó a Tsurugi, quien prácticamente huía del dragón con cada paso que el gigante daba.

—¡No me molesto si me ayudas un poco por acá! —gritó el mayor.

¿Qué debería hacer? Intentar hacer el hechizo era imposible, de por sí no entendía nada del libro. Tal vez… ¿Distraerlo? Y ya vio con qué lo haría.

—¡Por acá, lagarto feo! —Mizuki tiró el libro en dirección al castaño y a su vez, tiró la primera piedra que encontró en el suelo al dragón. Al ver como dicho objeto “contundente” atravesó las sombras como si nada, replanteó su idea de distracción. O mejor aún, seguiría con eso que parecía una mala idea. Tomaba y lanzaba las piedras con toda la rapidez posible, haciendo que el dragón sí se molestara un poco. Un pequeño descuido fue todo lo que necesitaron. Tsurugi había logrado agarrar el libro, solo que al hojearlo, estaba vacío. Ya decía él que el rubio no había tardado casi nada. ¿Qué tocaba ahora? Improvisar.

 

Sombras… Sombras… ¿Qué era contrario a las sombras? ¡El reino vecino era justo lo opuesto! Por lo que…

—Dispergo terríficae umbrae… ¡Adduco omnia lux! —gritó como si fuese lo más natural para él. Tal vez sí estaba en su sangre el usar la magia.

El hechizo había funcionado de una manera… un tanto peculiar: el enorme dragón negro hecho a base de sombras se convirtió en uno pequeño, tan pequeñito que podía entrar perfectamente en la mano de Mizuki. Su apariencia y consistencia también había cambiado, ahora parecía una estatuilla moldeada en piedra, pero era liviano como una pluma. ¿Qué decía el hechizo que logró eso? Ni el mismo Tsurugi lo sabía. Lo importante era que había funcionado.

—Sigues siendo un lagarto feo… —comentó Mizuki, robándole una sincera sonrisa al mayor.

 

Juntos habían derrotado al enorme dragón, y como habían devuelto a la princesa a salvo, la aventura de ese largo día se dio por terminada. El fin.

 

 

 

—¿Eh? ¿Qué pasó ahí? ¿No se enamoraron? ¿Nada de nada? —Mizuki, en vez de dormirse con el cuento, se había alterado más. El mayor no iba a proponer nada igual porque ya reloj marcaba más de la una y Mizuki estaba tan despierto como siempre.

—…Bien, bien… —contestó un poco cansado—. Derrotaron al dragón, salvaron a la princesa y como ya se conocían, una amistad fue floreciendo poco a poco. El fin.

—¿De verdad?

—Estoy agotado… No puedo más, soy muy malo creando ese tipo de historias… —las caricias que Tsurugi realizaba en la mano del rubio fueron disminuyendo a medida que los segundos pasaban y el sueño se apoderaba del cuerpo del mayor.

—Eso fue más que suficiente —un sutil beso en los labios de Tsurugi fue lo último que hizo antes de disponerse a dormir. Sinceramente, Mizuki jamás cambiaría esos momentos por nada en el mundo.

 

a34;〜a34;〜

 

—Siento mucho su pérdida —susurró una enfermera del lugar. Tsurugi hizo una pequeña reverencia como signo de agradecimiento, pero ni siquiera había escuchado lo que decía. Sus oídos se mantenían con un zumbido aturdidor, uno que no dejaba paz para sus pensamientos. De verdad lo habían hecho, lucharon hasta el último momento, pero el cáncer que había atacado a Mizuki fue mucho más fuerte. Tsurugi se encargó de hacer que Mizuki sonriera en cada instante, pues siempre alimentó la esperanza de derrotar al enorme dragón a su lado.

 

a34;〜Fin〜a34;

Notas finales:

Con este fic aprendí que... Si no puedes escribir porque no te da, haces que un dragón se coma a los personajes y LISTO :D...

Sí, realmente ese fue mi aprendizaje... Les juro que tenía unas notas finales mucho más interesantes que esto, pero he olvidado donde quedaron <3

Tenía tiempo sin escribir... Como que mucho tiempo... Pero aún así, espero que hayan disfrutado el fic. Y el trágico desenlace del mismo :3 <3

 

XOXO

KSh~

P.D: no olviden seguir los otros fics del UNDEAD Fanfic Project, organizado por Nichts, Runa y yo <3


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