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Cuando pare de llover… por YumeRyusaki

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Notas del fanfic:

Es dificil adaptar, saben. En fin, que esto es raro, esto es muy, MUY raro y me estaba arrepintiendo de subir esto, pero soy teniente(?) de palabra, así que..

Like As The Time Will Come When It Will Rain-Kunieda Saika. 
Por cierto, gracias al coronel por invitarme a participar en este desafío ;;

Notas del capitulo:

Según wikipedia, "Tsurugi" es una palabra usada para referirse a cualquier tipo de espada ancha, o aquellas similares a las chinas. 

Les dejo esta imagen Akirugi como entremés. Sí, la cabeza cerca de la entrepierna de Aki es Tsurugi(?)

Cuando pare de llover…
YumeRyusaki


« Mierda.»

Lento, con movimientos perezosos, Aki bajó los ocho escalones que le restaban. Se detuvo un momento, observó a los lados y hacia arriba, pero no, no había una sola alma que rondara cerca. Agradecido por eso, rodeó el bulto que estaba al pie de las escaleras y siguió su camino.

Cuando regresó —poco después de veinte minutos—, el bulto seguía exactamente en el mismo lugar. Pensó en un par de opciones para deshacerse del fardo, sin embargo, todo parecía conllevar mucho esfuerzo y él solo quería fumar un rato y echarse a dormir, si era posible no despertar en un buen rato, o quizás nunca más, le daba exactamente lo mismo. Al consultar la hora en su teléfono, con hartazgo se dio cuenta que no había tiempo para dormir, era hora de ir a trabajar, así cuando empezó a llover, decidió solo rodear el bulto y subir a su vivienda.

Se detuvo a la mitad de las escaleras, y sin pensar en la razón, regresó sobre sus pasos.

—Hey, ¿estás muerto? —preguntó. El bulto al que pateó entre el costillar parecía tener unos quince años— ¡Hey! —Volvió a golpear.

—Duele —Se quejó el bulto, finalmente abriendo los ojos.

Aki se quedó quieto, sopesando la reacción del muchacho, pero este solo se había enderezado y sosteniendo su cabeza entre las manos, no dijo ni hizo nada más que mirarle detenidamente.

No entendiendo qué hacía en medio de la lluvia, Aki dio media vuelta, ahora si completamente decidido a no mirar atrás, sin embargo…

>>Espera —El chico se puso de pie tratando de seguirle, pero tan pronto lo hizo, tambaleó y cayó emitiendo un doloroso quejido. Aki, confundido, le miró sobar su tobillo, aunque no parecía soportar su propio tacto—. ¿Dónde estoy? —Fría, la lluvia estaba muy fría. Aki lo agradeció— ¿Por qué estoy aquí?

La mirada perdida del chico pidiendo respuestas fue igual a la de aquel cachorro que su padrastro le obligó a abandonar cerca de un basurero cuando era niño. Por esa misma razón no le sorprendió mucho que lo siguiente que supiera fuera que abría la puerta de su casa para entrar con el bulto de quince años en su espalda. Se agachó para entrar, aunque no lo suficiente como para evitar que el chico se golpeara la cabeza contra el marco.

—Lo siento. —Se disculpo, pero por la expresión agria, el chico supo que no lo sentía en realidad.

—Así que este es el lugar donde vive, eh…

—Es… —dudó— es Aki —añadió. Le bajó, se quitó los zapatos y entró rápidamente al interior de la casa.

Aki. El chico pronunció para si algunas veces y sonrió, como dando su aprobación al nombre. Se sostenía en un solo pie, recargado contra la pared.

—Yo soy… —Aki regresó con una toalla que aventó a la cabeza del muchacho—. No sé quien soy —dijo, y por su voz parecía estar a punto de llorar, pero su rostro estaba neutro, demasiado.

—Quien quiera que seas, déjame ver tu pie.

Aunque había estado mucho tiempo bajo la lluvia, el pie dentro de la zapatilla se había mantenido tibio, pero los dedos de Aki estaban helados. Hubo un respingo de parte del chico cuando Aki tocó el delgado tobillo, también le miró extrañado. Aki no le dio importancia a ninguna de las dos cosas.

—¿Señor?

—Te lo has torcido un poco —diagnosticó—, mantenlo en frio y sanará.

—Eh, sí. Gracias.

Sin responder, Aki caminó al interior. El chico, sin la invitación de también entrar, se quedó sentado en el vestíbulo, escuchando el ajetreo que Aki armaba en alguna habitación del fondo.

Buscó en los bolsillos de su pantalón alguna identificación, pero aparte de una púa de guitarra y algunas monedas, no llevaba nada más. No recordaba quien era, menos si tenía un lugar al cual volver, y careciendo de opciones, se dedico a esperar —aunque no sabía qué—, mientras secaba su cabello con la toalla, ahora ya húmeda.

—Me voy a trabajar.

Aki regresó vestido con una camiseta igual a la anterior —aunque seca—, y se colocó los zapatos. No le miraba y más parecía que hablaba solo.

>>Si te da hambre, toma algo de la cocina. Puedes usar la ropa que está por… allí —señaló distraídamente el interior de la casa—. Cuando puedas caminar puedes ir a tu casa, si recuerdas donde es, o puedes ir a la policía; como quieras. Bien, nos vemos.

Y sin más, se marchó. El chico observó la puerta también con ganas de salir de ahí, no recordaba nada y tampoco se sentía en confianza como para permanecer en la casa de un desconocido, sin embargo, el recuerdo de la lluvia helada le obligó a permanecer quieto.

Su ropa ya se estaba secando cuando tomó una decisión. Él no tenía muchas opciones, así que sacudiendo su cabello castaño se levantó y, dando pequeños saltitos en un solo pie, apoyándose en la pared, caminó.

 

Una semana después, Aki regresó.

—¡Bienvenido a casa!

—¿Todavía estás aquí? —Había pasado tanto tiempo que incluso había olvidado que había recogido al chico. Le miró un poco, parecía más mejorado que la última vez—. Lo que sea, no importa.

Había pasado un tiempo desde que alguien estuviera en su casa, mucho más desde que alguien le diera la bienvenida, Aki se detuvo a procesar la sensación, aunque no encontró nada de especial en que le estuvieran esperando, por lo que pasó de largo sin prestarle más atención.

Al ir a la cocina por un vaso de agua y regresar a la sala, Aki reparó en dos cosas: primero, que la casa estaba tan limpia que no la reconocía; segundo, que el chico le estaba siguiendo por toda la casa como un perrito, tan solo le faltaba mover la colita porque ya era idéntico a uno.

—¿Está mejor tu pie?

—Sí, está mucho mejor —respondió radiante. Y debía ser cierto, porque, pese a no apoyar completamente el pie en el suelo, no dejaba de trotar detrás de él.

Tentado a buscar entre sus pertenencias algún hueso que distrajera al chico por un rato, notó algo más: el chico no dejaba de mirarle un solo segundo.

—¿Qué? —preguntó incómodo.

—Es que se ve un poco diferente…

Ah. Por supuesto que estaba diferente, su ropa estaba sucia, su cabello desaliñado, tenía ojeras y una barba de días. Aunque no lo acostumbraba, estuvo tentado a decirle alguna grosería, si no lo hizo fue porque el chico tenía una cara de inocente que era imposible lo dijera con malicia. Y además sonreía; sonreía mucho para el gusto de Aki.

Una hora más tarde, recién salido de la ducha y bien afeitado, entró a la cocina. Si pensaba sorprender al chico con su aspecto limpio, el sorprendido fue él: había dos tazones colmados de arroz, verduras y un solo pescado, dispuestos para la cena.

—¿Tú lo preparaste?

—Sí, solo puedo preparar cosas simples, pero…

Pero él no solía cocinar, así que incluso una comida sencilla como esa, era mejor que la de la tienda de conveniencia.

—Sabe bien.

El chico sonrió.

—Pero no había casi ningún ingrediente en la cocina.

El chico también sabía quejarse. Aki se propuso vehementemente a sí mismo no volver recoger nada de la calle.

—Haz una lista de lo que necesites; mañana lo compraré para ti.

—Lo haré.

 

*

—¡Hey! ¡Chico! —Aki no hablaba mucho, así que no había reparado en que el chico no tenía un nombre, aunque llevaba dos semanas viviendo con él. No había tenido la necesidad de llamarlo, solo debía voltear y ahí estaba el chico, siguiéndole.

—¿Me llamaste?

—Tarou, Shiro —El chico sonrió al verle mascullar muy concentrado, Aki arrugó la nariz un poco molesto—. No tienes nombre —dijo—, debemos darte uno bueno. Al menos mientras estás aquí.

—Dame un nombre, Aki —No había dicho nada acerca de su falta de nombre, quizás no se había dado cuenta o si lo había hecho no dijo nada, pero ahora que Aki lo mencionaba, el chico parecía estar ansioso por uno. Su voz, un poco más infantil, suplicó por una identidad—: Nómbrame, Aki, dame un nombre.

Varios minutos en silencio pasaron después de eso, el chico no se atrevía a hablar para no molestar o irrumpir sus cavilaciones, mientras que Aki  no se decidía que nombre darle. Levantó la mirada en los rasgos del chico, delgado, muy delgado, pero había un punto atractivo en esa delgadez que Aki no lograba explicarse. Los labios curvados en una sonrisita nerviosa y los ojos, pequeños y avispados, esperaban expectantes.

—Tsurugi —pronunció finalmente, escondiendo su mano izquierda, su voz salió en un hilo, como si hubiese estado en un trance.

—¿Tsurugi? ¿Cómo una espada?*

—No, yo estaba pensando en otra cosa —Aki reparó en la mirada del chico sobre su mano, así que la sacudió en el aire, mostrándole que el dedo meñique le había sido cortado. Agradecía que el chico no hiciera preguntas, porque seguro las respuestas no le iban a gustar.

>>Si no te gusta, pensaremos en otro.

—No —parpadeó como si hubiese estado dormitando—, sí me gusta. Entonces, ¿qué pensabas, Aki?

—Nada.

—Aki, dime. Aki, Aki, Aki… —Extrañamente animado, Tsurugi continuo llamándole, una y otra vez sin obtener respuesta.

Fastidiado por la energía del chico, Aki salió al patio, volvió a ingresar a la casa a tirarse en el sofá de la sala, tomó un cuaderno de dibujo y se dedicó a ignorarle con bastante esfuerzo. Tsurugi a su lado, seguía llamándole.

>>Oye, Aki… Aki, también llámame.

—No —Ruidoso. Tsurugi era demasiado ruidoso, tanto que le provocaba jaqueca.

—Aki, hazlo. He esperado mucho tiempo por un nombre, y Tsurugi suena guay. Vamos, Aki, vamos.

—Tsurugi, cállate.

—¡Sí!

Aunque Aki estaba al borde de la histeria y habló enfadado, Tsurugi sonrió feliz por haber sido llamado por primera vez por su nuevo nombre. Aki suspiró largo, el chico tenía demasiada energía como para soportarle por más de dos minutos.

No se dio cuenta, pero los dibujos que casi siempre exponían rabia, odio y frustración, ese día estuvieron un poco más suaves, había un matiz que exteriorizaba quietud.

 

*

—Tengo dieciocho años —Aki no había preguntado su edad, incluso estaba dormitando cuando Tsurugi habló. No parecía decirle específicamente a él, aún así abrió los ojos y le miró fijamente, pero Tsurugi no añadió nada más.

Durante la cena, Aki recordó que la memoria de Tsurugi no estaba bien, por lo que si sabía que tenía dieciocho era porque había recordado algo. Sin embargo, cuando le preguntó, Tsurugi dijo que no había recordado nada, que su edad era una de esas cosas que simplemente se sabían.

—Estás muy flaco, pensé que no tenías más de quince.

Tsurugi rió, para entonces, Aki ya se había acostumbrado a escuchar sus risas por todos lados.

 

*

—Aki —llamó Tsurugi mientras arrancaba pelusitas del suéter gris que había encontrado en el fondo del armario de Aki, y del que se había apropiado sin pedir permiso—, ¿conoces a alguien que se llame igual que yo? —añadió, mirándole con curiosidad.

«Mierda. »

—Tal vez.

—¿Quién? —Saltó a su lado, ansioso por saber con qué clase de persona compartía el nombre. Siempre le pareció que «Tsurugi» para Aki tenía un significado especial, que no solo era un nombre que se le había ocurrido aquel día.

—Un perro.

Y por primera vez, una pequeña —aunque burlona— sonrisa apareció en los labios Aki ante la mueca enfadada de Tsurugi.

 

*

Las primeras semanas, Aki salía a trabajar y no regresaba en una semana entera, pero después de dos meses, empezó a llegar cada dos días tan solo para dormir y marchándose después del desayuno. También, los días libres empezaron a ser cada vez más frecuentes.

—Aki, ya no hay comida.

—Haz una lista con lo que necesites.

—Sí, la haré más tarde.

En la cocina, la tetara silbaba y Tsurugi salió corriendo a apagar la estufa, Aki se quedó viendo el lugar por donde su delgaducho fardo había desaparecido, y solo devolvió la mirada al libro que intentaba leer —aunque su concentración se había ido a bailar hacia bastante— cuando Tsurugi regresó con un pan en la boca y un onigiri en la mano, anunciando que el té estaba listo.

—Me daré una ducha —anunció.

Había una extraña tranquilidad alrededor del chico que lograba ponerlo incómodo, pero al mismo tiempo necesitaba más de eso.

 

*

Tsurugi tendió —como siempre— su futon al lado del de Aki. No le gustaba dormir solo, no le gustaba sentirse solo. Las noches que Aki no regresaba solía dormir junto a la nevera, con el radio al lado con volumen bajo, tan solo para sentir que no estaba solo en el mundo.

Aki, en cambio, le molestaba la idea de compartir su espacio. Entre más solo y silencioso estuviera, mejor. El asunto era que Tsurugi no había pedido permiso, había llegado y se había instalado como si fuera su casa, como si hubiese pasado toda su vida ahí, con él. Continuamente, mientras Tsurugi dormía profundamente y él padecía insomnio —como ahora—, Aki se preguntaba cómo había terminado en tan bizarra situación, pero cuando trataba de recordar como era su vida antes del chico, su cerebro se apagaba. No le gustaba lo que sus recuerdos le mostraban. Había culpa serpenteando alrededor de su corazón por todas las cosas que había hecho.

—Aki…

Escuchó a Tsurugi modular despacio, aunque el tono más parecía un sollozo ahogado.

—¿Qué? —Tsurugi no respondió, le daba la espalda, y por momentos, se sacudía por el llanto que trataba de ocultar—. ¿Tuviste una pesadilla?

—No es eso —respondió entrecortado—. Estaba soñando. Era como un recuerdo, yo diría que un sueño agradable.

—¿Entonces por qué lloras?

—No lo sé —admitió—. Tengo la sensación que no fue un sueño malo, pero cuando desperté había una sensación sofocante que no me dejaba respirar, algo como angustia.

Tsurugi pronunció como si se estuviera ahogando, como si fuera difícil respirar. Y para Aki había visto todo tipo de expresiones en Tsurugi, desde las felices por algo tan simple como darle un nombre, pasando por la ansiedad por no tener sus recuerdos, terminando con el disgusto por perder el último pedazo de pizza, verle así era chocante. Tsurugi era como un niño redescubriendo el mundo a través de los ojos recelosos de Aki. Escandaloso como él solo, hiperactivo de dar jaqueca pero con una extraña tranquilidad que dejaba mansitos a sus demonios. Tsurugi era solo Tsurugi. Y Tsurugi reía, Tsurugi comía, Tsurugi imaginaba; y soñaba despierto también, viéndose a sí mismo en grandes conciertos que amenizaba con sus poderosos rifs y solos que estremecían al público, moviéndose animado con su air guitar mientras Aki pensaba en lo idiota que era. Eso era Tsurugi, definitivamente no lo otro: Tsurugi no lloraba, no ponía un rostro lastimero que al mismo tiempo causara que algo extraño se removiera dentro de Aki por encontrarlo irritante y dulce, muy dulce como para querer empalagarse.

 

«Pude evitarlo, pero no quise.»

 

—¡Aki, no! —Apenas había visto el rostro lloroso, se había ido hacia él, como si le jalaran, y presionó su boca contra la del chico, empujando su lengua adentro, mientras sus manos se movían inquietas sobre el pantalón de Tsurugi.

Y finalmente, no pudiendo vencer la persistencia del acoso de Aki, Tsurugi le mordió con la fuerza suficiente como para cortarle y que sus labios quedaran manchados con la sangre del otro.

Uno… dos… tres.

La bofetada que Aki le soltó fue tan violenta, que Tsurugi estuvo aturdido por largos segundos. Cuando reaccionó, Aki le tenía sujeto por las muñecas contra la espalda y le apretaba tanto que Tsurugi tuvo miedo que se le fuera a dislocar un brazo. La cabeza la tenía enterrada en la dura almohada, respirar era complicado como para siquiera pronunciar palabra en su defensa, como para suplicar a Aki que se detuviera.

¿Qué había hecho para que Aki le hiciera tal cosa? Una pesadilla, se dijo, era solo una pesadilla y se removió con desesperación para despabilar; pero no era así, no había un sueño macabro del cual despertar, era real, tan real como la vida, o como ese malestar que sentía en el pecho por sentirse traicionado por Aki. Chilló y no supo si fue por el dolor ante el brusco trato o por  la decepción cuando su pantalón cedió para atorarse a la mitad de sus muslos.

—Aki… —balbuceó al sentir el frío sobre su espalda al ser despojado de su playera—, por favor, Aki, detente…

Para Aki si fue como el despertar de un sueño. Quizás no se detuvo tanto por las súplicas emitidas por Tsurugi, sino por la cantidad de cicatrices que el chico portaba en la espalda; cicatrices que no se veían tan viejas como para poder ignorar. Tsurugi había sido golpeando brutalmente antes, mucho antes de encontrarse, y el ahora en vez de ayudarle como se había propuesto, revivía el maltrato.

—Yo… —Tsurugi no le miraba con miedo, en sus ojos había algo peor: reproche y confusión.  No sabía cómo disculparse, ni siquiera si merecía pedir perdón.

El chico se mantuvo en silencio, casi sin parpadear, y de la misma manera, sintiéndose el mayor imbécil de la historia, salió de la habitación y luego de la casa.

En la mañana que regresó, la casa estaba tan silenciosa como antaño. Armándose de valor, se pasó por el cuarto, todo estaba exactamente como la noche pasada, excepto que Tsurugi no estaba ahí, y aunque no le extrañaba que fuera así, lo lamentó.

Su rostro se descompuso por la aprensión que sentía en el pecho ante el abandono, y por primera vez se arrepintió por haber recogido a Tsurugi aquel día. Incluso con la mente en blanco, el dejarlo tirado le habría ahorrado tantos sinsabores al chico y a sí mismo también. No habría experimentado nunca la calidez de una bienvenida ni habría tenido una charla insustancial pero dulce durante la comida. No habría tenido días blancos que guardar en su memoria, pero tampoco tendría la necesidad de un abrazo, y no extrañaría, y no dolería; no padecería por primera vez la orfandad.

 

—Aki —La voz tan terriblemente familiar le hizo tragar saliva tibia y espesa que revolucionó su estómago al punto de provocarle arcadas.

Tsurugi no se había ido como había pensado —Había terminado durmiendo en la cocina— y aunque era porque seguramente no tenía un lugar a donde ir, se sintió feliz por tenerlo más tiempo a su lado, o al menos lo más cerca que el chico le permitiera estar.

«Si que soy repugnante. »

>>Dijiste que hiciera una lista de lo que hace falta.

Le tendió un papel y volvió a salir del cuarto, no tenía la apariencia de una víctima pero tampoco parecía feliz de verlo. El trato frío le hizo sentir como un extraño, pero eso era mejor a nada.

 

—¿Tú no me tienes miedo?

Tsurugi detuvo el carrito de las compras y volteó a mirarle como quien ve a un gusano a través de un telescopio. No había miedo, cosa que agradecía Aki, pero lo que veía no estaba seguro de que le gustara. Es que ahora no podía leer nada en las expresiones de Tsurugi, no sabía cómo reaccionar ante eso.

—¿Por qué debería? —inquirió, reanudando la compra y deteniéndose nuevamente para escoger la carne de ternera más cara que encontró—, eres solo un idiota.

—Pero un idiota que no es un tipo respetable.

—Por alguna razón entiendo ese tipo de cosas —respondió con un tono de voz pausado, casi distante—: porque te vas tanto tiempo y regresas con mucho dinero, el significado de tu meñique…

Instintivamente, Aki escondió la mano en la bolsa de su pantalón, Tsurugi sonrió ante eso y no añadió más.

—Y lo que intenté hacer anoche, ¿entiendes eso también?

La mirada feroz que recibió, le clavó los pies en el piso.

—Si realmente hubieses querido hacerlo, no importaría cuanto me resistiera, lo harías de todas formas —Aunque le estaban gritando a mitad del centro comercial y estaba recibiendo más atención de la que podía tolerar, Aki solo podía concentrarse en las orejas rojas de Tsurugi y en sus ojos pequeños pero tan  vivos que echaban chispas—. Si quieres hacerlo… puedes… pero voy a resistirme todo el tiempo, idiota.

—Más idiota es el que está gritando tan amenazante cosas sin sentido en un centro comercial.

Tsurugi — en respuesta— empujó el carrito repleto de comestibles y otras cosas que no sabía que eran hacia Aki y se dirigió a la salida. Ya sufriría Aki estando media hora esperando en la fila para que le cobraran cosas que en su mayoría, no sabía que eran.

 

*** *** ***

—¿Has pensado en continuar tus estudios?

—No, buscaré un trabajo.

—¿Qué?

Para entonces, Tsurugi había estado viviendo con Aki cerca de medio año, y en todo ese tiempo sus actividades se reducían a las de la casa. No tenía amigos con los que salir y tampoco parecía interesado en tenerlos, no estudiaba y tampoco quería hacerlo, pero se negaba a seguir viviendo gratis a costillas de Aki, le hacía sentir inútil.

Sabía que no tenía un lugar a donde ir, había algo que le decía que no había nadie en el mundo que esperara por él, o que le estuviera buscando.

—Si el vivir gratis aquí hace que quieras cobrarte como esa vez, no voy a permitirlo, y sé que no me obligarás, pero... Bueno, tú me salvaste —dijo, y se tomó tiempo para añadir—: creo que eres una buena persona, quiero aportar algo a esta casa.

«Inocente. »

 

*

La televisión llevaba tiempo anunciando un parque de diversiones que había inaugurado recientemente, Aki no tenía interés y cambiaba de canal inmediatamente. Pero no pudo dejar de notar que cada que el comercial aparecía, la atención de Tsurugi se magnetizaba a la pantalla. Casi podía jurar que sus ojos brillaban cuando veía las relucientes norias, la montaña rusa, la caída libre o el montón de personajes que aparecían saludando y regalando globos a los niños.

—¿Quieres ir? —finalmente una tarde se animó a preguntar, y casi sonrió ante el sonrojo de Tsurugi mientras negaba con vehemencia.

—Yo ya no soy un niño.

 «Evidentemente. »

—¿Te gustaría ir? Vamos.

Y al Aki dar su oferta, Tsurugi sonrió.

 

*

—¡Eso fue tan divertido!

Con el cabello más revuelto que siempre y la garganta adolorida, Tsurugi casi aplaudía de recordar la emoción de subir a la montaña rusa. Aunque quizás lo más divertido de todo fue ver a Aki, casi verde, feliz por tocar tierra.

—Tú estabas más ruidoso que una vuvuzela, me das dolor de cabeza.

—Oye, Aki, no me digas que te dio miedo.

—¡Cállate! Es la primera vez que me subo a una de esas cosas.

—Así que sí te dio miedo.

Tsurugi no tuvo recato al reírse de él, y Aki consideró la idea de dejarlo amarrado a la noria un rato a ver si se tranquilizaba. Cuando giró para gruñirle nuevamente que se callara, Tsurugi iba varios metros más adelante, gritando que compraría un helado.

 

Mientras esperaba en una banca, casi palideció al ver una cara sonriente que se acercaba.

—¿Aki? —Deseó que Tsurugi tardara una eternidad comprando—. Oye, es muy extraño encontrarte por aquí.

« Mierda.»

>>¿Qué pasa con esa cara? No me digas que has olvidado a tu viejo amigo, ¿eh, Aki?

—Mizuki —saludó de mala gana.

Las primeras semanas que Tsurugi vivió con él, Aki recordaba todo el tiempo a Mizuki. Le habría gustado no saber nunca más de él, aunque si la noticia era que le habían encontrado muerto en algún basurero, lo habría agradecido aún más.

—¡Aki, mira! Chocolate para ti, vainilla para mí.

Tsurugi se acercó y tendió el helado a Aki, y aunque este tendió la mano para aceptarlo, Tsurugi nunca se lo dio. Su atención había sido robada por Mizuki.

—Creí que te gustaban las mujeres —Mizuki dijo con retintín, evaluando a Tsurugi y luego a Aki—, así que tienes gusto por hombres también. Bueno, podría decir que Kei…

—Vamos —Antes de que Mizuki siguiera escupiendo su veneno, Aki empujó a Tsurugi para que fuera por delante. Confundido y con los helados derritiéndose, Tsurugi obedeció.

—Oye, Aki, estaba bromeando. Eres tan desagradable como siempre. —Y antes de que se alejaran lo suficiente, Mizuki gritó con malicia casi palpable—: ¡Aki, vamos a encontrarnos de nuevo!

 

*

Tsurugi estaba recostado en el piso cerca de la salida al patio, a veces refunfuñaba y otras  veces se quedaba muy quieto, sin pestañear siquiera; llevaba toda la tarde así.

—Si me entero que iba a llover tanto, me habría quedado a trabajar, al menos estaría haciendo algo.

Aki apenas le prestó atención y siguió concentrado en su cuaderno de dibujo, era raro tener a Tsurugi sin corretear tanto, así que estaba aprovechando la temporada de huracanes. Ya que la tormenta que había empezado en la madrugada no parecía querer llegar a su fin, Tsurugi no podía entrar y salir corriendo como siempre. Los días de lluvias eran buenos, no le dolía la cabeza y tampoco sentía ganas de estrangular a Tsurugi para que hiciera silencio.

—Así que… —Tsurugi se levantó y se sentó frente a él con las piernas cruzadas en loto. Aki tuvo un mal presentimiento al notar su inesperada seriedad—. Aquel tipo, el del parque, ¿quién era?

« No te gustará saber, Tsurugi, no te gustará.»

—Eso —dijo, bajando su cuaderno— no tiene nada que ver contigo.

—Yo como que tengo un mal presentimiento —Y no era el único. Aki se negó a devolverle la mirada—. Algo horrible, Aki.

—Al final… —Se levantó para no darle la cara, se quedó de pie en la puerta, donde la llovizna le alcanzaba.

Tsurugi se acercó y se detuvo a su altura. Tenía la sensación de que algo pasaba con Aki, algo que no auguraba nada bueno.

>>Te vas a mojar —Aki susurró, levantando su mano a la cabeza de Tsurugi, frotando las hebras negras entre sus dedos. Sus ojos que nunca mostraban nada, ahora poseían una extraña tristeza que solo podía confundir y preocupar a Tsurugi.

—Tú también —dijo, cazando la mano que revolvía sus cabellos—, entra.

Aki negó con la cabeza.

—Algún día te irás; recordarás sin duda tu vida anterior, lo bueno y lo malo, todo —Aki hablaba como si hubiese memorizado todo, y en parte era así, mucho tiempo había considerado lo que pasaría si Tsurugi recordaba, lo que sería de él, lo que haría con él; pero con el paso de los días, escuchando sus risas por toda la casa, lo había olvidado. Aki suspiró largamente y continuó como si se tratara de una predicción que llevaba repitiendo años para no olvidar—: Y cuando recuerdes, definitivamente te olvidarás de pasar el tiempo conmigo, te olvidarás del nombre «Tsurugi», te olvidarás de mí.

—¿Por qué dices eso? —No es que él no hubiese considerado que Aki se iba a cansar de él y echarlo de su casa, pero lo que el mayor decía, sonaba más a que iba a ser él, Tsurugi, quien le iba a abandonar. No entendía porqué de pronto habían empezado a hablar de algo así, pero ya que lo habían hecho, confesó—: No voy a olvidar, Aki. Eso no pasará; quiero quedarme aquí para siempre.

Aki abrió ligeramente sus brazos, como si quisiera abrazarlo, pero nunca se animó y sus brazos empezaron a bajar con lentitud a sus costados. Se limitó a mirarle con algo parecido a la diversión y a la tristeza. Fue Tsurugi el que se animó a acercarse y envolverle en sus delgados brazos. Aki por primera vez notó que la altura entre ambos no era tanta como había creído siempre, notó también que el cuerpo de Tsurugi era tan cálido que en días de invierno, si solo pudiera abrazarle como en ese momento, no necesitaría una manta para apaliar el frío. Y finalmente notó que Tsurugi le miraba esperando reacción. E hizo más que corresponder el abrazo. Subió su mano a la cabeza de Tsurugi y acarició ahí los cabellos negros, y acercó sus labios tentativamente, y no, Tsurugi no se apartó.

—Esta vez no estás huyendo.

—No lo haré más, no huiré porque yo quiero a Aki —confesó, y Aki sintió algo cálido haciendo estragos en su estómago. Era algo que él solo podía identificar como felicidad.

—Yo… —antes de pronunciar palabra, Tsurugi juntó sus labios. No era un beso apasionado como el de los amantes, ni tímido como el de unos niños en su primera vez, era más como aquel beso de un matrimonio viejo que no necesitaba palabras para decir un «oye, aún te quiero», y era perfecto así.

 

*

Tsurugi sabía que tenía cicatrices en la espalda, pero no sabía la magnitud de estas, y Aki tampoco le quiso decir.

 

—Ese día cuando te conocí, no sabía nada, pero tuve la sensación de que eras alguien que yo conocía —Desnudo, tomando el brazo de Aki como almohada, Tsurugi dio sus impresiones de aquel lejano día por primera vez—. El mundo alrededor mío era borroso, como si todo estuviese envuelto en niebla, y lo único que podía ver era la cara malhumorada de Aki. Y cuando me diste la espalda para alejarte, pensé «tengo que ir detrás de él». ¿No es raro? ¿Qué piensas tú?

Nunca había puesto atención a alguien como ahora a Tsurugi. ¿Que qué pensaba? Aki se removió y sintió el cuerpo desnudo, igual que él, a su lado. Tsurugi no querría saber que en ese momento la imagen que apareció en su cabeza fue la de Mizuki sonriendo con malicia.

—Creo que eres un idiota —dijo finalmente, y atrapó con sus labios la boca del otro, deseoso por apagar su cerebro.

 

*** *** ***

Su nuevo trabajo como guardaespaldas no le dejaba mucho tiempo libre, estos más bien eran escasos, pero mejor paga no iba a encontrar en otro lado. Pensaba que después de ahorrar lo suficiente, bien podía independizarse y montar su propio negocio. Y aunque había sido difícil por no tener sus documentos, Tsurugi también trabajaba, por lo que los gastos no eran muchos. Luego, cuando su jefe tuviera suficiente confianza en él como para aceptar hacerle un favor, iba a pedirle que le ayudara a que el nombre “Tsurugi” fuera el nombre real para su preciado mocoso.

Y entonces…

—¡Aki! —Exactamente en el lugar donde una vez Tsurugi estuvo tirado, Mizuki le esperaba. Maldijo en silencio y subió las escaleras, afortunadamente, Tsurugi aún no llegaba de su trabajo.

Bajó luego de un rato. Mizuki no se había movido y en cambio le miraba como una sonrisa muy del tipo del gato Chesire. Silencioso y con la mala cara de siempre, siguió a Mizuki al auto que estaba aparcado metros más adelante.

—¿Qué quieres?

—Oye, no seas tan desagradable. En los viejos tiempos estábamos juntos todo el tiempo —Aki recordaba perfectamente el equipo de maleantes que eran. Mizuki negociaba, Aki ejecutaba. La primera vez que hicieron aquel tipo de trabajo, dudó, pero aquella benevolencia que había tenido con sus víctimas, sus jefes se la habían cobrado cortándole el dedo meñique a cada uno. A Aki no le gustaba recordar ese episodio, era casi como la transición de niño a maleante. Afortunadamente se había salido a tiempo.

>>Acabo de recordar — cantó Mizuki, tomando la vieja carrera que les alejaba de la ciudad—, ese chico era hijo del dueño de corporación S. Hace cuatro años tú y yo fuimos allí para cobrar una deuda. ¿Recuerdas el desastre que armaste?

Imposible olvidarlo. Con un bat de metal en una mano, y una pistola en el cinto, Aki había golpeado a todo aquel que se atravesaba en intentos inútiles para que no se acercara al dueño de la empresa en quiebra. Había destrozado huesos e inmuebles por igual sin remordimiento. Pero había algo que difícilmente no le revolvía el estómago: en medio de aquel altercado, abrazando a una mujer de mediana edad, los ojos llenos de odio de un chico le miraban como queriendo fusilarle. Ese chico era Tsurugi.

—Vamos a ver —comenzó Mizuki con aquel tono cantarín que Aki tanto detestaba—, al final el marido y la mujer acabaron suicidándose, ¿no? Qué triste. Después de eso, la deuda fue pasada a los miembros restantes de la familia, y parece que ese chico tuvo una experiencia mala también.

Y era así, las cicatrices en la espalda de Tsurugi eran la muestra de que el chico había sido golpeado hasta casi la muerte como último medio por no pagar la deuda.

>>Estoy seguro de que va a guardar rencor contra nosotros hasta la muerte.

«Efectivamente. »

Cuando empezó a llover, Aki casi se echa a reír. Cerró los ojos y recordó que los días de lluvia en verdad eran buenos.

Aquel día en que encontró a Tsurugi no había sido exactamente así, más bien al contrario, Tsurugi le había encontrado a él. Temblando de rabia, con un cuchillo en las manos, Tsurugi le recordó que por su culpa sus padres habían muerto. Mirándole con vivo odio había jurado matarle a él también, y con aquella furia que le cegaba por completo, se había lanzado sobre él. Pero Aki estaba acostumbrado a pelear, esquivarle había sido fácil. Y en el forcejeo, Aki había sujetado la mano en la que llevaba la cuchilla y la había doblado hacia atrás, hasta que el chico soltó el arma. En el intento por liberarse, resbaló y cayó por las escaleras. Aki esperó a que se levantara pero cuando esto no ocurrió, se agachó para recoger el cuchillo y bajó los ocho escalones que le separaban.

Oh. Había deseado tanto olvidar eso, había confiado en que Tsurugi no recordaría nunca, pero ahí estaba Mizuki, sacando a la superficie cosas que él solo quería enterrar.

—Yo no lo podía creer cuando vi a ese chico contigo; aunque lo que más me sorprendió fuiste tú —Mizuki detuvo el auto. Para donde sea que mirara, no había una sola alma a varios kilómetros a la redonda—. No me digas, Aki, ¿tienes la intención de convertirte en un hombre respetable?

Aki metió las manos en la bolsa de su pantalón y solo estuvo un poco más tranquilo al tocar algo frío.

>>Ese chico no reconoció mi cara. ¿Perdió la memoria? Mira que conveniente. Bueno, para él es probable que lo mejor sea que nunca recuerde —Mizuki se apoyó en el volante y sonrió enormemente—; sin embargo, yo podía recordarle la mano que tuviste en su desgracia.

—¿Quieres dinero?

Por supuesto que Mizuki quería dinero, era por lo único que se movía.

—Solíamos ser amigos, así que te haré una oferta —La mano de Aki dentro del bolsillo de su pantalón, se asieron de aquel objeto frío—: así que, para empezar… bueno, voy a pedir un deposito de 50, 000… —Aki le miró, más tranquilo que nunca—. ¿Qué? Esto es barato si lo comparamos con tu felicidad actual.

—Es verdad —Suspiró. Sacó aquel objeto de su pantalón: era el cuchillo con el que Tsurugi le había amenazado. Mizuki fue afortunado por tener a Aki como ejecutor, un fino corte en la boca del estómago y lento, sin retorno, su vista se fue haciendo nublosa hasta perder el conocimiento para siempre.

 

*

—¿Estás bien, Aki? De repente se puso a llover —Pudo respirar tranquilo al ver a Tsurugi corriendo por una toalla, tan dulce, tan inocente, tan ignorante de él—. Es mejor que tomes un baño, estás empapado.

—Tsurugi —Detuvo la carrera del chico al abrazarle con fuerza—, algún día te diré…

«Perdón. »

—¿Aki?

—Que llueva, que llueva a cantaros, no voy a dejarte ir —Aunque no entendía nada de lo que Aki decía, Tsurugi sonrió—. No voy a dejar que nadie se interponga en nuestro camino.

En las noticias de la mañana siguiente, un periodista reportaba la muerte de un hombre, vinculado con la mafia, en la carretera del sur. Aki apagó la televisión y se levantó para ayudar a Tsurugi a preparar el desayuno. Sus manos temblaban ligeramente cuando servía el café en las tazas.

—Estamos bien, Aki, estamos bien… —Asintió, y sin el recuerdo de cómo se hablaba, solo pudo corresponder el dulce beso de buenos días.

 

«Sí, estamos bien por ahora.  Y cuando llegue el momento en que recuerdes todo, en ese momento voy a…»

Notas finales:

F I N ヽ(;▽;)ノ


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