El autobús de la ruta 100 tardó casi una hora en llevar a Aoi a su destino, una singular tienda que se disimulaba en el último piso de un exclusivo centro comercial de Shibuya.
Subió los diez pisos en una combinación de ascensores y escaleras eléctricas, un detalle poco práctico según el guitarrista de cabellos negros. Se perdió en dos oportunidades y tuvo que sacar ambas veces el trozo de papel donde había anotado el número exacto del local al que se dirigía para asegurarse de ir en la dirección correcta.
Cuando finalmente abrió la puerta de esa tienda que resaltaba en todo el piso por su extravagante color rojo, Aoi deseó no haber encontrado nunca el camino. En el mostrador se encontraba su amor de la preparatoria, Uruha, a quien no había vuelto a ver desde que una fuerte discusión dio por terminada su relación. Estaba más alto, con el cabello más largo y se veía espectacular. Claro, también era su ex.
No se sorprendió de que alguien le hubiera contratado para ser el vendedor de una «sex shop».
Reunió valor de donde no tenía para perderse en alguno de los pasillos, la campanilla ya había anunciado su llegada y el atractivo castaño estaba enterado de su presencia ahí. Con algo de suerte, no le recordaría. Fingió mirar algunas cosas en esa sección aleatoria.
—Bienvenido a Regret, ¿puedo ayudarle en algo? —Uruha esperaba por una respuesta a su lado y él, desprevenido, tomó el objeto que tenía ante sí para mostrárselo al otro.
—Quisiera llevar esto. —Estuvo mirando al suelo un par de segundos, luego levantó la mirada para confrontar al chico del que no se había olvidado y le encontró sonriéndole con sorna.
—Eso es lubricante para mujeres, Shiroyama.
—Así que me reconoces…
—Claro que te reconozco, la manera en que tuerces tu espalda al caminar es inconfundible. —Rio sin contenerse, aunque a bajo volumen para no incomodar al resto de la clientela.
—Lo que digas; me lo llevo, mi novia lo pidió. —Entregó la caja de lo que fuera que había cogido para poder largarse.
—Tú eres demasiado gay para tener novia; pero, suponiendo que la tienes, has de ser muy malo en la cama como para que ella te pida que le compres esto.
Uruha se fue a la caja registradora, dejando a Aoi con un pequeño berrinche. No le vio ahí cuando tomó lugar ante la computadora y supuso que se había marchado, en una próxima levantada dejaría el lubricante en su lugar.
Pasados algunos minutos, donde ganó algunas monedas en un juego virtual de mascotas, a la caja registradora llegó el pelinegro con un par de paquetes. Se le veía avergonzado, algo que el vendedor entendía como algo normal de quienes van por primera vez a una «sex shop».
A comprar un muñeco inflable.
—Tienes razón, no tengo novia. Sólo dime cuánto es para irme.
—Espere un momento, por favor.
El lado profesional de Uruha atendió a su expareja como si fuera un cliente más. Al menos hasta que empacó la compra y se la extendió al guitarrista.
—Apuesto a que te divertirás mucho usando las esposas de peluche con tu nuevo «novio», Aoi. —La sonrisa socarrona, que se había jurado no volver a dedicarle a ese hombre en la tienda, se asomó de nuevo.
—Planeo usarlas contigo, patito. —Fue el turno del pelinegro de mostrarse altivo con el castaño. Uruha tan solo alzó una ceja con incredulidad—. Por cierto, quiero hablar con el gerente, has sido grosero conmigo.
—Yo soy el gerente. —Sonrió aún más y se agachó para esquivar un golpe que contenía un par de cajas—. Oye, el sábado a las cuatro en el Hachiko. —La campanilla del local volvió a sonar, anunciando la salida del cliente. Aoi se giró apenas para verle—. Para estrenar tus esposas.