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Where would we be now? por Angie Sadachbia

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Notas del fanfic:

Canción que me motivó para el título y que puede servir para sacar lágrimas: «Where would we be now?» de Good Charlotte.

 

Mi querida Maira: te amodio.

Where would we be now?

 

 

De la última gran batalla le quedaron varias heridas en los brazos y un par de largos cortes en el torso. Algunos días pasaron desde entonces, los ánimos estaban más calmados y alegres. La momentánea paz, que todos esperaban que durara para siempre, se manifestaba poco a poco en medio de la limpieza necesaria después de aquel despliegue de habilidades bélicas.

Él miraba por la ventana cómo se terminaban de consumir las últimas pilas de cadáveres. Estaba sentado en su cama, permitiendo sin querer que Mao, a su derecha, le hiciera la curación del día. A su izquierda estaba su segundo mayor orgullo: estantes repletos de frascos, clasificados todos meticulosamente, con venenos, medicinas y antídotos de varios tipos, que cubrían por completo la pared. Sonrió cuando el trabajo estuvo hecho, le dio las gracias y el joven se puso de pie para guardar la infusión en su lugar. Yasunori compartía ese boticario con sus dos aprendices, el pequeño Mao y su hijo Kei.

La vida en el desierto le había sentado de maravilla a pesar de la edad. Entre otras cosas, le permitía encontrar su tabaco preferido a la vuelta de la esquina, en la plaza del mercado.

Encendió un poco en la pipa que había conseguido a cambio de atender a un importante comerciante, el estúpido de Anzi le reprendió en privado cuando llegó con ella algunos años atrás a la tienda de mala muerte en la que vivían en ese momento.

Anzi, el traidor, el mentiroso, el sujeto que fue capaz de matarle después de enterarse de la verdad sobre Kei. Despertó bañado en sangre, no supo cuánto tiempo después, en un pasillo del castillo recién tomado. A su lado, algunos mocosos atendían a un chiquillo de cabellos negros que convulsionaba. Zin le exigió reunirse de inmediato a solas en un improvisado despacho junto a él y a Atsushi. Ese día su vida cambió para siempre —por primera vez—: no harían nada en contra de lo que el pequeño pretendía hacer en esas tierras «conquistadas» y, a cambio, seguirían vivos. Significaba que no podría vengarse de Anzi por haberle matado, le fue difícil controlarse; pero pudo lograrlo.

No todo fue un camino de espinas. En medio del aburrimiento, una pequeña rosa se dejaba ver: el pequeño bebé, hijo de Miwa, que pretendía criar en su retiro. Zin estuvo tan ocupado con levantar su sociedad en medio del caos, que él tuvo la oportunidad de convertirse en el padre de Kei. El niño les veía a ambos con cariño; pero Yasunori se ganó un lugar especial en su corazón. A medida que crecía, le iba guiando en los estudios que Zin le hacía tomar y le enseñaba con peculiar pasión esa afición que tenía por la medicina. Para su orgullo, el pequeño Kei demostraba especial curiosidad por ella y aprendía con rapidez.

Kei Miwa fue, sin proponérselo, la razón de su primera muerte y el motivo de su nueva vida. Su mayor orgullo.

Muchas cosas cambiaron a través de los años para Kei, para él, para Anzi y para todos los chicos que les acompañaban a pesar de las adversidades. Varias vidas se perdieron, incluidas la de Zin y la de Atsushi; pero habían crecido fuertes, eran excelentes guerreros y contaban con el apoyo de veteranos de guerra y de tres entusiastas de la medicina. Si lo veía en retrospectiva, lo extraño era que se hubieran perdido tantas vidas en esas circunstancias. Quizá no eran tantas, sólo las que tuvieron que ser en su momento. De no haber sido por Ryutaro, su otro pupilo y maestro en las plantas del desierto, él haría parte de la lista.

Se despidió de Mao y salió de la habitación para tomar aire fresco. Se dirigió con lentitud a las escaleras que conducían hacia la terraza, su lugar favorito para fumar y tomar el sol. Escuchó de repente el inconfundible sonido de la lluvia, una bastante fuerte como no había vivido en años. El júbilo se notaba en las voces de las gentes de la capital: finalmente acababa la sequía. No tomaría el sol; pero podría caminar despreocupadamente bajo la lluvia en la terraza. Sonrió ante la idea.

Recordó a tiempo que Kei estaba cuidando al enigmático Ryutaro, desvió su camino y se fue a su habitación primero. Quería preguntar por su estado, quería preguntar por sus misteriosas habilidades y quería, sobre todo, asegurarse de que estuviera bien. Todo eso quería, pensaba más en el pelinegro que en su pequeño que podría resfriarse a causa de la lluvia; pero sus pensamientos fueron cortados de tajo por un tropezón con uno de los líderes del ejército del desierto. Leoneil, supuso, se disculpó y siguió corriendo hacia donde él también iba. Diez segundos después salió con Ryutaro en brazos, prodigándole mimos y besos, Kei le seguía furioso.

—Te puedes resfriar si sales así. —Detuvo a mitad del pasillo a su notan pequeño retoño usando todo su cuerpo, luego le intentó llevar de regreso con poco éxito.

—¡Debe guardar reposo, aún no sana del todo! Tengo que hacer algo.

—Comprendo, créeme; pero tu salud está primero. —Le tomó de los hombros, le dio media vuelta y le llevó algunos con relativa facilidad en la dirección que quería—. Yo me encargaré de Ryutaro, tú confía en mí.

—Está bien —dijo en un suspiro, se giró para abrazarle y, antes de irse, le tiró del cabello con un poco de rudeza. Yasu se quejó más de lo necesario, lo que le arrancó la primera de muchas risas de regreso a la alcoba—. ¡Eso fue por meterte así en mi camino!

Cuánto había crecido el bebé del navío.

Giró sobre sus pies para buscar al escandaloso guerrero que osaba llevarse al pelinegro que necesitaba reposo. Arrugó la nariz cuando se los topó a la vuelta de la esquina, el hijo de Anzi se les había sumado y estaba traduciendo las cosas que Leoneil dedicaba a Ryutaro. No entendió nada de lo dicho y no le interesaba.

Aceleró el paso hasta bloquearles el camino, les miraba con dureza con los brazos cruzados.

—Ryutaro necesita reposo, está enfermo.

Intentaron rodearle, pero no se los permitió. Entonces Hakuei tradujo la solicitud a su pareja. Leoneil protestó en el idioma del desierto que Yasu nunca quiso aprender.

—Dile que le dará las gracias cuando esté sano, si se lo lleva ahora puede empeorar su estado. —Prestó poca atención a las explicaciones, se acercó con sus brazos extendidos para recibir al joven—. Yo lo llevaré.

Leoneil se resistió, pero cedió al final ante la petición de Ryutaro de obedecer al rubio exmilitar. Antes de retirarse con el botín en brazos, Yasunori le dedicó una mueca burlona al par de hombres.

—Está agradecido por la lluvia, eso es todo —susurró su salvador mientras le pasaba los brazos por el cuello, el sueño le ganaba poco a poco. El efecto de alguna infusión reciente.

—Así que terminaste con la sequía —afirmó ligeramente sorprendido. Ryutaro asintió y cerró los ojos—. Eres inexplicablemente genial para ciertas cosas y un torpe para el resto.

—Tú eres un bobo confiado. —El mayor bajó la mirada, el chico lucía apacible y, aun así, decía esa barbaridad. Retomó la caminata sin responder—. Sigues celoso —canturreó en bajo antes de llegar a la alcoba, volvieron a detenerse.

—Nunca he estado celoso —le contradijo mirando por la ventana esa lluvia que no cesaba—. Sólo creo que pudiste elegir mejor a tus amigos de cama. —Ryutaro rio por lo bajo hasta quedarse dormido.

Kei les esperaba con la cama recién tendida, acomodaron al pelinegro para que pudiera reponerse y luego charlaron algunos instantes sobre la lenta mejoría de Ryutaro, aquel extraño sujeto que había recuperado a varios de sus compañeros de las garras de la muerte, que era como un hermano mayor para Kei y que era desde hace varios años, en secreto, la pareja romántica de Yasu.

Notas finales:

Agradezco a Maira por su fic y a quienes lean este shot conmemorativo.

Pueden seguirme en Twitter :)

¡Feliz año 2015!


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