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A new adventures awaits por Leia-chan

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Notas del fanfic:

¡Y entraron a leer! Dios bendiga sus almas.

Esta historia nació después de una maratón de la era del hielo, que terminó con la cuarta, en donde Sid y Diego se besan y me hacen el día.

NO SOY UNA PERVERTIDA, TÚ ERES UNA PERVERTIDA.

También lo estoy subiendo a DeviantArt, porque acabo de abrirme una cuenta ahí y quiero promocionarme :3

Hago fics y otros escritos por puntos :D pueden visitar mi perfil aquí

Notas del capitulo:

No hay una categoría de La Era del Hielo. Gracias al cielo. Pero tampoco una de Jojo. ¿Qué clase de blasfemia es esa?

 

Si llegaron hasta aca, es porque le quieren dar una oportunidad y yo me aseguraré de que tengan un lugar en cielo con bonita vista por eso.

Que un amigo se quedé en tu casa por una noche es bastante normal. Incluso lo es si la estadía se extiende a una o dos noches más. Una semana de convivencia podría ya empezar a incomodar y capaz lo ideal sería tener una charla amena sobre la situación en cuestión. Pero, habiendo sido amigo de Sid por demasiados años, Manny había creado cierta tolerancia y su paciencia terminó recién al final de la segunda semana. El tema que inició la disputa fue, como había de esperarse, la comida. Sid estaba desplomado sobre el sofá y Manny abría la puerta del refrigerador para contemplar su alarmantemente vacío interior.

-       Sid, ¿acaso te terminaste mis galletas… otra vez? – preguntó Manny, cerrando la puerta de golpe. La pregunta, obviamente, era retórica, porque Manny ya sabía la respuesta.

Sid, por su parte, no estaba prestando mucha atención y contestó, obedeciendo a ese reflejo primitivo que te susurra “miente para sobrevivir” – No, claro que no. Son tuyas.

-       Pues, no están y no recuerdo haberlas comido yo. ¿Podrías explicarme eso? – el enfado era evidente en la voz de Manny e hizo que Sid pasara su atención de las chicas en bikini de la televisión a la conversación que estaba manteniendo.

-       No lo sé. Tal vez, comienzas a comer dormido… No quería decirte nada por cortesía, pero me pareces más subidito de peso que de costumbre – ofreció Sid, mirando por sobre el respaldo del sofá.

-       ¡No estoy gordo! Solo retengo líquidos – murmuró, abochornado, pero pronto volvió a su enfado - Y cortesía. ¿Qué cortesía? Viniste y te quedaste aquí a tus anchas por dos semanas. Ya va siendo hora de que te vuelvas a tu casa y dejes de ser una lacra insolente.

-       No, no – dijo Sid, moviendo el dedo – Dos semanas son catorce días y solo se han pasado doce – explicó el castaño y Manny explotó al ver que su amigo prefería señalar sus errores en vez de enfrentar los propios.

-       ¡Vete de mi casa, ahora! – exclamó señalando la puerta.

-       Oh, vamos, Manny. Aún no conseguí el dinero para pagarle a mi casero y sin ese dinero, no me dejara entrar.

-       No es problema mío, Sid. O te vas o te saco – y de hecho, Manny ya comenzaba a arrastrarlo a la puerta.

-       Bromeas, ¿verdad? No serías capaz de echar a la calle a un amigo en desgracia – trató de negociar Sid, pero ya estaba fuera del departamento.

-       ¿En serio? Solo obsérvame – dijo Manny y le cerró la puerta en la cara – Ya decía yo que lo consentía demasiado…

Y así, Sid quedó en la calle, un triste viernes de tarde.

Sídney y Manfred se habían conocido ya en sus primeros años de colegio. Sid era un escuálido chico al que todo el mundo molestaba, hasta que llegó Manny, siempre el más grande y maduro para protegerlo, le gustara o no. Las cosas no se dieron muy fácilmente al principio, ni se hicieron más fáciles después y siguieron difíciles incluso después del colegio, pero Sid era persistente y Manny tenía que admirar eso al final del día. Su amistad continúo todo ese tiempo y cuando llegó el momento de dejar el nido, ambos terminaron en la misma ciudad aunque en carreras distintas.

Sid se había convertido en un igualmente extraño joven de 21 años, estudiante irregular de Artes en una universidad pública. Tenía problemas para conseguir trabajo y mucho más para mantenerlos, por lo que era un milagro que haya durado todos esos años sin vender uno o dos órganos. Siempre daba la imagen de descuidado y tenía a arrastrar las palabras cuando hablaba. Pero era muy animado y buscaba como sea alegrarle un poco la vida a su malhumorado amigo, Manny. Manny, por su parte, era un pelirrojo que seguía igual de imponente. Era un estudiante de cuarto año de ingeniería y todo parecía ir bien para él. Todos se preguntaban cómo era posible que pasara tanto tiempo con alguien como Sid, pero de amistades nadie entiende mucho.

En la calle, Sid vagó algunas cuadras. Paseó por el centro, haciendo el amague de encontrar un nuevo trabajo. No estaba muy preocupado por donde pasar la noche. Es cierto que Manny lo había echado, pero conocía al grandote. Siempre terminaba cediendo ya que, bajo su apariencia de huraño, había un gigante de enorme corazón. Fue a la plaza, pensando que tal vez podría vender algunas obras. Por suerte se había traído su mochila con sus instrumentos y pensaba instalarse en una esquina a esperar que la gente apareciera, cuando ella se acercó. O más bien, chocó contra él, lanzándolo al suelo, y desperdigando sus cosas.

Iba a reclamarle, pero la vio. La visión más inspiradora y artística de su corta vida de artista. El cabello rosado corto, en un caprichoso peinado que dejaba ver lo bello de su precioso rostro. Y su vestimenta, que combinaba a la vez lo intricado y la simpleza, en un conjunto que no hacía más ensalzar las bellas curvas de su cuerpo.  Sid estaba enamorado. Aunque acababan de verse, Sid sabía que por esa mujer daría la vida.

Aunque no esperaba que eso sucediera tan rápido.

-       ¿Es esa tu mochila? – preguntó la mujer y tomó la mochila de Sid y la vació – La necesito – y antes de que pudiera Sid decir algo, la chica guardó algo en la bolsa y salió corriendo.

-       ¡Espera, amor de mi vida! – gritó Sid y corrió tras ella, dejando tras suyo todas sus pertenencias.

-       ¿Eh? ¡No me sigas, idiota! O terminarás muerto – le hablaba la mujer, sorprendentemente sin dejar de correr y sin perder el aliento al hablar – Te devolveré la mochila luego. Lo prometo. Ahora, ¡desaparece!

Era obvio que el objeto de sus afectos era renuente a sus avances, pero Sid estaba muy acostumbrado a negociar con paredes. – No te dejaré escapar, mon cheri, porque en las estrellas está escrito que tú y yo… - y rompió el romance un par de balas que volaron muy cerca de su rostro.

Ambos se tiraron al suelo y se escondieron tras un banco de cemento. – Diablos, todavía no logro perderlos… - farfulló la mujer y se arrastró para salir corriendo por el otro lado.

Sid no sabía qué hacer. Y aquello era un suceso en sí mismo. Siempre tenía alguna idea, aunque la mayoría de esas ideas fueran muy malas. Por un lado, estaba enamorado, y por el otro, era un cobarde. Por un lado, el amor de su vida estaba en peligro, y por el otro… seguía siendo un cobarde. “Pero los cobardes no conocen el amor”, se dijo y salió corriendo tras la mujer.

Gracias a esos pequeños segundos de vacilación, Sid logró ver el panorama. A la mujer la seguían un grupo de hombres vestidos de traje y con armas en la mano. Más que salvar al amor de su vida, lo que movió a Sid fue el simple sentido del deber. Había alguien en problemas y Sid no se podía quedar de brazos cruzados. La mujer estaba a punto de ser rodeada tras unos árboles, en la parte más desolada del parque, por lo que Sid apresuró el paso.

-       Ven aquí – le dijo apenas logró alcanzarla. Sid podía tener pocas cualidades, pero era rápido cuando se lo proponía – La jefatura esta por allí, si nos apresuramos…

Y nuevamente, un disparo lo calló. Ese había sido aún más peligrosamente cerca. Miró hacia atrás para ver si la mujer estaba bien y notó su cara de espanto. Solo entonces, reconoció el dolor en su hombro derecho.

-       ¡Te dije que te alejarás! – le gritó la mujer – Ahora es demasiado tarde. No pierdas la cabeza, ¿de acuerdo? Debemos seguir huyendo.

Esa vez, fue la mujer la que tomó a Sid y lo forzó a huir con ella. Sid aún estaba algo espantado. Había una parte suya que no creía que los hombres dispararan en un lugar tan público. Pero se equivocó. Por lo menos, la mujer aún seguía sana y salva y pronto llegarían a la jefatura.

Se tranquilizaba con esa idea cuando, a una cuadra del edificio, la mujer decidió dar una vuelta y correr hacia una iglesia. – Pero, la jefatura…

-       No podemos meter a la policía en esto. Ellos están con Diávolo – le explicó la mujer, como si Sid pudiera entender.

Siguieron corriendo en dirección a la iglesia, con uno o dos disparos rompiendo su concentración a cada tanto. La mujer piso el primer escalón y lo siguiente pasó casi en cámara lenta. Un hombre salió del costado de la iglesia, ya apuntándolo con una pistola. La mujer se movía para sacar su respectiva arma, pero no llegó a tiempo y la bala se clavó en su pecho. Sid no tuvo tiempo para pensar. Solo tomó el arma de la mujer y disparó en dirección al hombre. No vio si atinó o no, solo supo que ya no hubo disparos después de eso. Actuando rápido, tomó a la mujer y la llevó dentro de la iglesia.

-       Es-estamos aquí. Pero, no hay nadie – dijo Sid, arrastrándola a una esquina más o menos cubierta.

La mujer tosió algo de sangre y Sid se levantó diciendo que llamaría a una ambulancia.

-       No, no. Ellos llamarán a la policía y eso… - tosió más – no puede pasar. Hay algo más importante aquí – le pasó la mochila – Debes asegurarte que lo está aquí dentro llegué a salvo a Passione exactamente dentro de dos semanas. Ni un día más, ni un día menos, ¿entiendes?

-       ¿De qué hablas? Estás herida, necesitamos…

-       Voy a morir – la detuvo la mujer – Pero lo que te acabo de decir, esta misión es mucho más importante que mi vida o la tuya. El futuro de esta ciudad, no, del país mismo, depende de que este paquete llegué a manos de Passione en dos semanas. Por favor – la mujer volvió a toser y se veía cada vez más débil – No quería involucrarte. Eres inocente, pero no tengo a nadie más. Por favor…

Sid le tomó la mano, como haciéndole saber que podía confiar en él. – No confíes en nadie, no le des el paquete a nadie más. Los han comprado a todos… El padre de esta iglesia, la policía… todos… prométeme… - la mujer ya empezaba a perder la conciencia – Prométeme que…

-       Lo prometo – dijo Sid, casi por reflejo, solo queriendo dejar que la mujer descansara en paz – Lo prometo. Lo llevaré a Passione… Lo haré, yo…

-       Gracias… - musitó la mujer con lo último que le quedaba de vida y falleció en brazos de Sid.

Estaba tan conmocionado y hubiera dado todo por unos segundos para procesar todo lo que había sucedido, pero la situación no estaba a su favor. Oyó que la puerta de la iglesia se abrió de golpe y con desesperación buscó una salida alterna. Se encontró con una ventana y, haciendo uso de su particular naturaleza escurridiza, huyó por ella con sigilo y luego corrió y corrió, ignorando que la noche ya caía y la luna se escondía tras nubes de tormenta.

La lluvia caía como un monzón en la ciudad. Las calles parecían riachuelos que arrastraban basuras y los zapatos de alguno que otro desafortunado. Manny dormía, o al menos, fingía dormir. Era tarde y Sid no había llegado. Peor aún, ni siquiera contestaba su celular. No quería preocuparse, pero… Lo estaba. Sid era un chico tan problemático. A eso de la una de la madrugada, en el auge de la tormenta, sonó el timbre de su departamento. Manny se levantó, exaltado. Podría ser Sid, aunque también, podría no serlo. Se levantó y caminó a la cocina, para tomar una pesada sartén y caminar a la puerta. Preguntó quién era, pero gracias al incesante canto de la lluvia, su voz no llegaba al otro lado. Y no tenía mirilla. Resoplando para darse valor, abrió la puerta y tomó con firmeza el mango de la sartén.

Solo se calmó al reconocer a Sid, empapado de pies a cabeza y tiritando como una hoja al viento. Aquello era una imagen bastante extraña, aún cuando se trataba de alguien como Sid. Manny bajó la sartén, queriendo preguntar qué había pasado, pero sin encontrar su voz.

-       Pasa – le dijo Manny, tratando de que no se notara lo preocupado que estaba – Estas hecho un asco – comentó.

Sid obedeció y se paró en medio de la sala, abrazando su mochila. Miró a Manny, con sus ojos abiertos de par en par y como si hubiera visto un fantasma, dijo: - No vas a creer lo que me pasó esta tarde.

Y Manny sabía que, a pesar de que había curado de casi todo estando con Sid, esa sería una historia muy asombrosa.

Notas finales:

La chica que se murió será nombrada luego pero deberían saber que se llama Trish Una :D y sí, es personaje de JoJo... OMG, que estoy haciendo XDDD

 

Dejen comentarios! Que no saben lo insegura que me siento con esto XDDD


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