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Una vida entera a tu lado por Lady Von Massacre

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Notas del fanfic:

Tadatoshi Fujimaki es el autor original del manga en el que se basa esta historia, Kuroko no Basket.

La autoría de ese fic si que es de mi propiedad.

Advertencias: Los personajes no me pertenecen, son enteramente de su creador,Tadatoshi Fujimaki


Espero que disfrutéis del cap.



ooooooooooooooooooooooooooooooo


Una vida entera a tu lado..

By Lady Massacre.


Oooooooooooooooooooooooooooooooooo


Kagami no prestaba atención a la clase, ni al maestro, ni a las anotaciones en la pizarra.

No era consciente de las miradas de Riko, en su nuca, ni de que los dedos de su mano derecha enredaban una y otra vez la corbata del uniforme entre ellos.

No miraba nada, solo estaba ahí, pensando.

Era una tontería, si, seguro que era eso, una estupidez de Kuroko... ya le había gastado infinidad de bromas pesadas, y seguramente esta era otra mas, con la que se reirían de él durante semanas.

Aún así, Kuroko se había llevado un rodillazo en la entrepierna, por idiota.

Mira que pedirle que se casaran. Como si fueran mayores... y encima le dice que como ya va de gala no tiene que “hacer nada especial para ser la novia”

Estúpido Kuroko.

¿Qué se había creído?... No iba a casarse con él por darle un beso. Tampoco había sido para tanto, no lo entendía. Además, para empezar, él había sido el que quería el beso. Kagami se limitó a darle el capricho, hasta que Kuroko hizo uso de su infame personalidad, atrapándole contra una pared, y profundizando el beso mas de la cuenta.

Le había metido la lengua, ¡¡La lengua!!.

Si solo fuera eso, no le habría importado, bueno si le importaba, pero eso no era lo peor.
Lo peor es que el había respondido con la suya, y le había apretado contra él... y había enredado sus dedos en los mechones celestes, aferrando su cara contra la suya, alargando el beso hasta el infinito.

Y había suspirado, cuando la presión contra la pared le hizo consciente de algo mas.

Y justo ahí, cuando las consecuencias de aquél estúpido beso eran evidentes, se asustó de que todo fuera una broma de Kuroko. Y le había apartado jadeante, sonrojado, confuso... excitado.

En sus diecisiete años de vida, nunca, jamás, había perdido el aliento de esa manera. Y el calor mareante que se extendía por sus extremidades, hasta colmar su cabeza haciéndola latir, candente, llena de sangre.

Esperaba las risas de Kuroko, sus: ¡¡¡AHHHH te lo has creidooo, inocentónnnnn!!!, con la mirada confusa y una pequeña venita palpitando sobre su sien, a la espera del golpe a su ego.

Pero las palabras del otro le dejaron en shock. Estado que aún le duraba, tres días después, seguía pensando en ello.

“Kagami-kun, me has metido la lengua... ahora tienes que hacerte cargo y casarte conmigo y lo mejor, es que como siempre vas de gala, bien vestido, no tienes que hacer nada especial para pasar por la novia ante quien nos case”.

Y le atizó un rodillazo instintivo en los bajos, le dio de lleno, de eso estaba seguro. Pero si estaba bien o si le había hecho daño no lo sabía, por que puso tierra de por medio al segundo siguiente.

Estúpido Kuroko... esperaba que estuviera bien. Los golpes directos en las partes íntimas dolían, mucho, muchísimo... y él le había dado con todas sus ganas.

Pestañeó al notar una mano en su hombro y la insultante sonrisa de Riko frente a su cara.

Ahora no tenia tiempo de sus tonterías. Quería comprobar, bueno no es como si le importara realmente, pero ver si estaba bien, no le mataría y de paso le dejaría mas tranquilo.

No estaba preocupado, no eso no tenía nada que ver.

La clase había terminado y él había estado en las nubes la hora entera.

Se colgó la mochila, cruzándola por delante del pecho.

Si, iba a seguirle el juego.

¿Quería que se casaran? Bien, estupendo.

No pudo hilar un pensamiento mas, por que la chica le arrastró literalmente al pasillo. Aun quedaban tres clases mas, pero si lo había notado, lo estaba ignorando a propósito, por que asomó a la clase de al lado, hizo un cabeceó a quien estaba dentro, y lo sacó a tirones del instituto.

Teppei apareció correteando tras ellos al final de la calle de la instituto. No terminaba de entender que pasaba, aunque intuía por donde iban los tiros cuando Izuki se unió a ellos en la siguiente calle.

No podía ser cierto, no podía haberse atrevido a hacerlo.

La vena de su frente resurgió, palpitando furiosa.

Le guiaban, agarrado por ambos brazos a las afueras, era malo, muy malo.

–Qué, Kagami-chan, ¿Nervioso?. –La otra chica del grupo preguntó casual, con normalidad.

–Nervioso...¿Por qué?. –No lo digas, no lo digas.

–Por que va a ser, por que te casas. –Posó las dos manos abiertas en su propia cara tapando el sonrojo y sacudió la cabeza a los lados. –Que envida te tengo.

Estaba por responder, si. Tenía que pensar rápidamente una contestación mordaz, grosera y contundente.

Pero no le dio tiempo. Hyuuga le empujó, sin mas, contra Kuroko, que simplemente estaba ahí de pie, seguramente sonriendo bajo la expresión de estúpido que le adornaba toda la cara.

Y Kise le miraba. Y todos estaban ahí, metidos en el ajo.

Si era una broma acababa de pasar al rango de multitudinaria.

Una promesa de mucho dolor se instaló en su expresión. Miró alrededor, confuso, a todos y cada uno de ellos. Momoi traía un ramo de flores, genial.

–Bueno, ¿Quién empieza?. –La pregunta sonó a insulto traicionero a su persona.

–Teppei es el mayor, tiene que casarlos él. –Vale, esto ya rozaba lo absurdo.

Su enfado se extendió a todos sus miembros, clavando su mirada, ahora iracunda, en el relajado cuerpo del otro chico, que, estaba seguro sonreía debajo de esa estúpida cara de absoluta felicidad con la que los miraba a todos.

Si hubiera prestado un poco de atención extra, habría notado la mano de otro muchacho cerrada en un apretado puño dentro de sus pantalones, pero sus ojos, cual rayo láser, enfocados en el otro, a la espera de que estallara en carcajadas, listo para dispararse y darle la paliza de su vida.

–Pero no tengo ni idea. –Teppei cambió el palito del caramelo que sobresalía de su boca al otro lado de los labios, encogiéndose de hombros.

–Ya sabes, como en las pelis. Tu te pones aquí, ellos delante y nosotros de testigos o invitados. –La voz resabida de Hyuuga le sonó a rebuzno.

–Vale. –Esperó hasta que alguien, no supo quien, le empujó de nuevo para dejarle frente a Teppei.
–Gente que ha venido aquí para esta ilustre y sagrada ceremonia...

Un gruñido bajo, surgiendo de sus entrañas, se escuchó perfectamente por encima de la voz grave del oficiante.

– … nos encontramos aquí para que estos dos se casen, o lo que sea... mas o menos... a ver, Kuroko, ¿Quieres a Kagami por esposa?.

Ahí estaba, la gota que colmaba el vaso.

–¡¡¿PERO SE PUEDE SABER QUE OS PASA?!!. –Estalló, al fin, rojo como un tomate, sin tener muy claro si era de rabia o de vergüenza. Si era una broma, se estaban pasando tres pueblos. –¡¡NO SOY LA NOVIA DE NADIE. SOY UN CHICO, UN HOMBRE, JODER!!. –Agarró la mano del novio y la posó directamente en su paquete, con la suya encima.

Decir que era innecesario queda de mas, todos sabían de sobra que era un chico, pero sus arranques de ira eran tan monos, que le dejaron desahogarse a gusto. Mala idea.

–Kagamicchi sabemos que eres un chico. –Puntualizó Kise.

La mano no se movió del sitio,

–Y,... y... los chicos no pueden casarse. –Añadió con normalidad, ahora si, apartando la mano de Kuroko de su entrepierna y alejándose un paso atrás. –Ademas, soy menor de edad... todo esto es una estupidez, y no quiero formar parte, me voy.

No se movió, esperando el final de la broma.
Silencio.

Todas las miradas puestas en su persona.
Lo notó, se dio cuenta de que Teppei miraba a Kuroko, ¿Con lástima?

–Vale, está bien. –Kuroko suspiró, derrotado.

–Pues eso, que me voy. –Repitió por si alguien no le había escuchado bien. Su ira aplacada, confundido por la actitud de todos.

Ahora todas las miradas estaban en el suelo.

–¿Pero que os pasa?. –En serio, era una pregunta buenísima. ¿Era el único que pensaba que estaba mal?.

–Nada, Kagami, puedes irte si quieres. –Kuroko le dio la espalda, su voz demasiado dulce.

–Somos chicos... no podemos... –Trató de hacer ver al resto lo que para él era evidente. –No me gusta... estas cosas, si no me decís de que va todo esto, yo...

–Te lo hemos dicho Kagami-kun. –Riko le tomó de la mano, mientras agarraba con la otra a Kuroko y evitaba así que se largara de ahí. –Vais a casaros... lo haremos nosotros, por eso, por que no podéis delante de nadie mas, os queremos y queremos que...

–Déjalo Riko. –Palmeó el hombro de la chica. –Que se vaya, es lo mejor.

Y le dejaron ahí, solo.

Todos se habían ido y él seguía ahí, sin entender nada.
Todos menos Kuroko, que esperaba a unos metros, en silencio.

Esperó a que empezara a andar, y le siguió... bueno no exactamente, solo iba, casualmente, en la misma dirección, nada mas. A diez metros de distancia. Sintiendo que había hecho algo muy gordo y terrible, pero sin saber qué exactamente...

Se escondió tras un cartel de publicidad y vio a Kuroko entrar en la joyería.
Le dio una caja al joyero, que estaba en el bolsillo de su pantalón, la abrió, miró dentro, abrió la caja registradora y le dio un enorme montón de billetes, que Kuroko guardó en su pantalón.

Sus pasos se perdieron dentro del jardín de su casa y él se fue a la suya.

¿De que iba todo eso del joyero?

¿De verdad quería casarse con él?, ¿Es que estaba loco?, ¿Por un beso?, ¿De que iba?

Suspiró y se tumbó en la cama, enterrando la cara en la almohada, para luego ladear la cabeza y fijar su vista en la puerta.

No era el mejor de los amigos, de hecho, la mayor parte del tiempo le estaba gritando, o pegando, o las dos cosas al mismo tiempo.

El otro siempre, siempre aguantaba sus ataques con calma, quitando algunas veces que se limitaba a reducirle y espachurrarle contra algo cuando se pasaba de la raya, o cuando los gritos de Kagami les meterían en un lio tremendo. Nunca le devolvía los golpes, ni los insultos; a veces simplemente desaparecía sin mas.

Aunque si que pasaba la mayor parte del tiempo tomándole el pelo, no era nada grave como para meterle en la cárcel... bueno, lo de la tinta en la ducha se merecía la leche que le dio, por que pasó toda la semana siendo verde.

Giró sobre sus caderas, mirando la pequeña mesa de su cuarto.

Siempre le hacía sonreír. Siempre.

Aunque primero le gastara una broma pesada, o le pinchara hasta hacer perder los nervios, sus encuentros casi siempre terminaban con él sonriendo y murmurando, o pensando que Kuroko era un tonto.

Se sentó de golpe. Era un chico, él era un chico, y Kuroko también, lo sabía y aun así, quería casarse con él, había metido a todos sus amigos en el ajo para organizar ese teatrillo... puede que fuera una farsa, pero...

… si todos estaban de acuerdo... pensó que ¿Y si no era una broma?

Los pensamientos se amontonaron de golpe en su cerebro, saltando, haciéndole daño al tratar de ordenarlos. Apretó sus manos, una contra la otra.

No era ningún secreto que entre ellos el concepto de amistad era mucho mas que una simple palabra, al igual que sabían la razón por la que Kuroko siempre, siempre, le dejaba ganar en todo.

Cualquier acto, discusión, entrenamiento, lo que fuera, Kagami siempre era mejor, y si no era así, cobraba.

Un par de hostias y el triunfo era suyo.

Había devuelto lo que él creía un anillo, de boda, un anillo de boda de una joyería, muy caro, aunque eso era lo de menos.

Kuroko se había rendido, como siempre, resignado y subyugado a sus caprichos.

¿Que había hecho?

Bien, este era el momento justo de sincerarse consigo mismo. Al fin y al cabo, nadie iba a enterarse de nada.

El beso había estado bien, no tan bien como para casarse para siempre con él, pero lo bastante bueno como para repetirlo...¡¡Oh dios mío!!

Se calzó las zapatillas y salió a la calle, a la carrera.
Que era tarde, pues muy bien.
Que se había dejado las llaves en casa, pues eso.
Que iba en camisetita y pantalón y hacia un frió glaciar, pues mala suerte.

Se deslizó dentro del jardín, después de explicarle a su abuela, durante mas de un cuarto de hora, que iba a secuestrar a su nieto, y que no pensaba devolverlo en unos días.

No quería recompensa.
No había dinero en el mundo para pagar por Kuroko.

Le molestó un poco, que en lugar de estar en la habitación, estuviera en el solitario y tétrico ático. La abuela le contó que había pedido estar solo. Y él tenía la culpa.

La puerta chirrió y Kuroko, posición de batalla, cara adormilada, móvil en la mano, descalzo y confuso, esperó frente a ella.

Una mano le agarro, tirando de él fuertemente, palabras atropelladas, sin sentido, solo le alejaba de su cálida camita, ahora que por fin había conseguido dormirse sin pensar en el día de mierda que había terminado, tan mal para él.

Kagami le había abandonado en el altar, bueno no exactamente, pero algo parecido. A lo mejor, era muy posible, que si hubiese tenido el detalle de decirle que iba en serio, Kagami no se habría puesto … tan él. Pero bueno, ya había pasado, o eso pensaba él, iluso.

Un descuido terrible, imperdonable.

El frio de la noche le golpeó como un puñetazo en plena cara, y por fin, se decidió a comprobar quien tiraba de su mano, y le arrastraba por la calle principal.

Kagami, en camiseta... rojo, a la carrera, apretando el agarrare y tirando de él.

Kagami, su Kagami.

Se había colado en el ático, a saber con que excusa... miedo le daba preguntar.

Una pregunta muda en su mirada, los ojos rojos disculpándose con él, por ser tan... tan Kagami.

–¿Qué pasa,Kagami-kun?. –Molesto, un poquitito enfadado pero, muy poco.

–¡¡Cállate, te estoy secuestrando!!. –Lo dice en serio, labios apretados, un “Lo siento” entrelazado entre las letras de esas cuatro palabras.

Se detienen, frente a una tienda. Alivio al ser soltado... Kagami es fuerte, mas de lo que recordaba. Las manos de Kagami en su espalda, empujándole levemente hacia delante.

Levanta la vista, al nombre del cartel. La joyería está cerrada.

–Quiero mi anillo. –Labios apretados, puchero infantil que tanto le gusta.

–Esta cerrada y eso es robar. –La lógica tratando de ganar la partida.

–Eres una sombra, cuélate. Y deja el dinero que te han dado, una nota. No es robar-robar, es solo una compra nocturna. –Ahí tienes tu razón para hacerlo. –Quiero mi anillo, dámelo.

Egoísta. Caprichoso. él...

Sonríe levemente y lo hace.

Entra y sale en apenas una docena de parpadeos. Kagami nervioso vigila, mirando ambos lados de la calle.

Cuando reaparece frente a él se lleva un susto de muerte que le hace caer de culo en mitad de la calle.

–Dámelo. –Mano extendida, palma arriba. Va a cogerlo, pero recula rozando la caja.

No, aún no. empuja con los dedos la joya de vuelta a su, aún, por poco tiempo, dueño y le agarra de nuevo, de la misma muñeca y con la misma fuerza.

Otra vez a correr. Bueno no exactamente correr pero casi. Esta seguro de que mañana la lechosa piel de su muñeca será morada, segurísimo.

Las zancadas de Kagami le arrastran, trastabillando alguna que otra vez, en dirección desconocida.

Aunque tiene una ligera idea, de por que están en la casa de Teppei, no habla.. recordemos que es un rehén.

Kagami martilléa la puerta cruelmente con sus nudillos.

Una, dos, tres, setecientas treinta y cuatro veces. El toc, toc, casi es similar al de un pájaro carpintero con sobredosis de cafeína, espídico perdido.

Si no fuera por que estaba aún, pese a todo lo ocurrido, medio dormido, podía jurar que Kagami estaba nervioso, y tenía prisa, y frio, piel de gallina por todo el cuerpo.

Kuroko mira sus pies, al menos va calzado. Suspira cansado, Kagami es un suertudo con sandalias, él sigue descalzo. Mierda.

La abuela de su amigo abre finalmente, una pequeña chispa de molestia en sus comprensivos ojos. Parece que no es la primera vez que Kagami viene a la casa del mayor de madrugada.

–¿Está Teppei?. –Pregunta avergonzado. La mujer en pijama le da pistas sobre la hora.

–Está durmiendo, Kagami-kun. –Repara en nosotros, y nota que estamos escasos de ropa de abrigo... las prisas son muy malas.

–¿Puedo saber que pasa?, ¿Para que necesitáis con tanta urgencia a Teppei?. –Nos “invita” obligados al interior de la cocina. Su esposo se asoma, y le manda de nuevo a la cama con un gesto de la mano.

Esperan, solos, aún helados, tiritando. Dulcemente sonrosadito Kagami amenaza a su secuestrado con una tímida mirada, dándose cuenta al paso de los segundos, silenciosos y pesados segundos, de que su idea del secuestro, puede, es posible, que no sea tan buena...

Teppei aparece, pelos desordenados, pijama de rayas.

–¿Sé puede saber que pasa?. –Se rasca el trasero, mano dentro del pantalón. Bostezo, lágrima colgando de sus pestañas.

–Espera aquí. –Kagami sale, como si fuera su casa, corriendo, azotando la puerta a su marcha.

Kuroko se encoge de hombros a la pregunta muda de su amigo.

Treinta minutos después, un jadeante Kagami aporrea la puerta, con menos energía.

Hyuuga en pijama, con un gorro en la cabeza.
Momoi arrastra un oso de peluche, que abraza contra sí.
Kise camina dormido.
Izuki duerme con la ropa puesta, rastro de babas en su propio pecho...
Riko pelo suelto, en bragas y camiseta de tirantes. Huele a cerveza y está enfadada. Puede que Kagami sea su amigo pero no le gusta ser despertada, arrastrada a casa de Teppei, lejos de su novio y su cálida camita.

–Ahora si, quiero mi anillo. –Pide, exige, solicita tirano.

Todos en posición, Teppei bosteza, cansado.

–Tengo sueño a si que, … –Sonríe internamente.

Kagami ansioso, ávido, le mira fijamente, atendiendo cada uno de sus gestos.
Su mano aferrada a la del otro muchacho, que sonríe, sin poder evitarlo.

El resto de sus amigos, pensando, entre la bruma de su propio descanso interrumpido, la suerte que han tenido los que, ignorantes del plan, se están perdiendo la “ceremonia”, pero en el fondo felices, por ellos dos, por que Kuroko, por fin, después de mucho esperar ha conseguido lo que quería, al amor de su vida frente al … bueno, delante de Teppei en pijama.

–Estamos aquí muriéndonos de sueño para casar a estos dos, si es que esta tontería sirve de algo a estas alturas...

Detiene su discurso, mirada culpable del pelirrojo. En su ceguera egoísta no ha notado que es demasiado tarde, ya de madrugada.

–Si alguien tiene algo que decir, que se calle o Kagami-kun aquí presente le partirá la cara.

Risitas contenidas, sonrisas sinceras. Kagami asiente. Teppei si que le conoce bien.

–Bueno, como nadie se opone y todos queremos dormir: Kagami, ahora si quieres casarte con este desorden de persona que es Kuroko. –Kagami asiente, sin mirarle. –Tienes que decirlo en voz alta o no vale.

–¡¡SI!!, Si quiero, si, por supuesto que si. –Después de toda la que ha liado, si dice que no le pegan.

Los dedos del otro muchacho se aferran con un poco mas de fuerza.

–Kuroko, tu sabrás donde te metes, pero, ¿Estás seguro de que, de verdad, quieres casarte con Kagami?.

–Si, Teppei, por supuesto que quiero. –Gira su cuerpo un cuarto, para encarar a su, ahora, esposo.

No puede dejar de sonreír, de hecho duda que alguna vez pueda dejar de hacerlo.

–Pues, ¡¡Hala!! os declaro... casados o lo que sea. –Dirige a sus amigos a la entrada, invitándoles groseramente a salir de su casa. –Todo el mundo a su casa, a dormir que ya toca. –Mira a la pareja antes de cerrar la puerta. –Y vosotros dos ha hacer bebés, ¡¡Hale!! fuera de mi casa.

En la calle siguen de la mano.
Frío de nuevo, mas intenso, por que ambos, los dos, están mucho mas sonrojados y alterados. Los dos han sopesado la posibilidad de aceptar la sugerencia de Teppei.

–Entonces... –Kuroko duda, a medio camino. –Te lo pongo ya, ¿No?.

Se refiere al anillo,que las prisas han hecho olvidar al oficiante, al igual que el final... el “Puede besar a la...”, mejor no completar la frase. Está seguro de que puede oír sus pensamientos, Puede hacer cualquier cosa.

Kagami piensa en eso.

Levanta la mano y espera, que el anillo descanse en su dedo. Lo mira, una y otra vez, desde todos los ángulos, tranquilo.

Le está grande, así que lo cambia de dedo. Sonríe.

–¿Puedo besarte o me darás otro rodillazo?. –Duda, con la mano suspendida en el aire. Toca su hombro, sigue mirando el anillo, sonríe.

Asiente, débilmente, sorbe los mocos sonoramente.

Por un momento el muchacho cree que está llorando, de felicidad, de rabia, de coraje, solo él puede saberlo. Los caminos de Kagami con inescrutables y solo él mismo puede saberlo con certeza real.

Las horas de frío a la intemperie, hacen mella, en los dos, y el desenlace real de aquella “ceremonia”. Kagami sorbe los mocos, por que se le caen. Está resfriado.

Y para cuando llegan a casa del mayor, casi una hora después, la fiebre abrasa la totalidad de su piel, y la del otro muchacho también.

La clase del día siguiente, se post-pone, al igual que cualquier actividad del los siguientes días, incluyendo la sugerencia de Teppei.

Los dos, enfermos, el frío tirando por tierra la celebración. Pero terriblemente felices.

No hay nada mejor que pasar el resfriado en compañía.

Los días siguientes sus amigos, aún enfadados, les “cuidan” a su manera. Juntos, sudando los calores del otro en su propio pijama.

Aprenden varias cosas. Momoi huele a amapolas, Teppei le sonríe mas de la cuenta.
Nunca, jamás, jamás de los jamases, que nadie deje cocinar a Riko. Mantenerla lo mas alejada posible de las cacerolas, por el bien de la humanidad.

Kuroko despierta, al cuarto día, sintiéndose cansado, pero mas cómodo, sano.
Kagami está despierto, mirando el anillo, mano en alto, dedos abiertos a contra luz.

No mueve la extremidad, gira su cara a un lado y otro, cambiando el ángulo.

Sonríe, se agita, al verse descubierto.

– Hola, dormilón. – Voz ronca, afectada. La vergüenza embellece sus facciones.

– Quiero mi beso. – Ahora es el otro el que exige, mandón.

Podría negarse, hacerle sufrir, estaría bien, la verdad... pero no lo hace, su valentía, escondida, solo suya, saca lo mejor de él, en los peores momentos. Tratando de huir cae de la cama, y le arrastra con él.

Rompe a reír, sus carcajadas son tan bonitas como una canción. El otro muchacho ríe con él, tan inusual escucharle reír, que hace parar al otro.
Kagami se curva, labios sonrientes se posan sobre los del otro.

Y se aparta. Sin darle tiempo a nada mas. Puerta del baño cerrada.

Pánico. Hiperventila apoyado en la puerta. Están solos, solos en casa.
Bueno no es como si fuera la primera vez que están así, ¿No?... pero, esta vez es diferente, muy diferente.

Su mirada baja entre resuellos al anillo, en el dedo equivocado, pero con el mismo significado, independientemente del lugar en el que esté.

“Hacer bebés”, vuelve a su mente, como un puñetazo en la boca del estómago. Bien, si quiere huir ahora es el momento. La ventana es minúscula, mierda de baño enano.

No, no puede marcharse. Si ha aceptado el anillo, tiene que encontrar lo bueno de su situación.

Reabre la puerta, despacio, una rendija apenas. Medio ojo azul asoma, busca y encuentra en décimas de segundo. Un orbe carmesí en la misma rendija, del otro lado, le intercepta.

Susto, culetazo, maldición entre dientes. Una mano con su ropa aferrada en un puño cruza el mismo abismo que se forma en la rendija de la puerta.

Debería aceptarla sin mas, pero no lo hace, en su lugar tira de ella, hacia dentro, hacia él.

No tiene fuerzas, al menos no como le gustaría, pero las suficientes como para arrastrar al otro muchacho dentro del baño, sobre él, literalmente.

Kuroko reclama su beso. Se inclina despacio, dándole tiempo de negarse, pero los brazos en su cuello le indican que va por buen camino.

Aparta el pijama, la parte de arriba, extendiendo el beso de los labios al resto del cuerpo. Kagami jadea sorprendido. No esperaba que le besara ahí, al menos no tan pronto.

En esos tres días de incertidumbre tuvo tiempo de “reunir pruebas”. Vio películas para adultos, al menos para despejar ciertas “dudas” que le asaltaban.

No hizo falta nada de eso. El instinto, diabólico y listo como el solo, guió sus manos, sus labios, sus dedos, al lugar correcto, al cuerpo contrario con certeza. Seguramente no era así, pero ambos se sentían así, que hacían lo correcto, que los jadeos contrarios solo podían significar que lo estaban haciendo bien.
Placer, con todas sus lascivas letras.
Una y otra vez, durante todo el día, hasta que la falta de fuerzas les hizo parar. Kuroko sobre la cama, sobre las mismas sábanas enredadas, clavadas en sus costillas. Kagami sobre él, mirada roja clavada en el anillo. Escala por su pecho, y le besa, en mitad de una sonrisa.

Es solo eso, un beso, nada mas que un beso.

Un beso, el primero de muchos.
El primero de “casados” después de su primera vez. Sus primeras veces siempre acababan o empezaban con una sonrisa.

Durante muchos años fue así. Incluso cuando llegaron los hijos, súbitamente. Kagami rozaba los treinta y el bombero apareció sin mas, con un bebé en la puerta, cara de angustia. Un huérfano, de los muchos que una catástrofe natural genera con sus actividades.
No hizo falta un argumento, y eso que el pelirrojo se había currado uno muy bueno, estaba incluso dispuesto a suplicar, pero Kuroko se limitó a puntualizar que necesitarían una casa mas grande, nada mas.

Los primeros años de padres fueron confusos, frustrantes. Luchando contra el mundo, contra ellos mismos, contra lo que el instinto paterno les indicaba, contra sus propios pequeños que se empeñaban en hacerlo todo mas difícil.

Por que vinieron mas. Kuroko no se conformó con solo uno, no, eso habría sido lo contrario a su doctrina.

Antes de los cuarenta ya tenían seis hijos, seis. Dos chicas y cuatro chicos. Volviendo su vida un infierno algunas veces, pero un infierno del que no saldrían por nada del mundo.

A los hijos siguieron los novios, las bodas, los nietos... la vida

Se amaron, mucho, durante años, incluso cuando los hijos fueron marchándose, dejándolos solos, como al principio, Incluso cuando sus servicios dejaron de ser necesarios, Kagami siguió siendo profesor de los nuevos bomberos, hasta que ya no le dejaron continuar por la edad. Incluso cuando Kuroko empezó a perder sus recuerdos, Kagami le quiso por los dos.

La puerta del porche se abre, una cabeza pelirroja asoma.

–Abuelo Kagami. –El joven, quince años, perfecto, hermoso, sonríe cuando el anciano le mira. – Mamá dice que la comida ya está lista.

Entra dentro, sin esperar la respuesta. Kagami se vuelve y le mira, sonriendo.
Las arrugas en su rostro no ensucian su sonrisa, nunca lo han hecho, desde que empezaron a poblar su rostro.
Palmea la mano de la persona junto a él. Le mira , confuso, espera que hable.

–Vamos Tetsuya, la comida está lista. –Se levanta, despacio, el otro hombre le imita.

Mano en su brazo le detiene.

–¿Quién eres?. –Duda, asustado. La sonrisa en la cara del otro hombre le hace mirarle mas fijamente. Levanta sus dedos y roza los párpados en la otra cara.

Un tic entre sus cejas, su mente tratando de enseñarle algo importante.

–Conocí a alguien, con unos ojos como los tuyos, mucho mas guapo que tú. –Su risa, como una canción sigue ahí. –¿Cómo se llamaba... ?

–Taiga. –Susurra junto a su hombro.

–Si, eso es, Kagami Taiga... me besó, ¿Sabes?, cuando éramos unos mocosos... –Sonríe y él le imita. –Le engañé para que se casara conmigo.

–Eso no es verdad. –Protesta, su mirada puesta en el horizonte frete a ellos. –...él te engañó a tí.

–Y tú... ¿Cómo sabes eso?. –Enfadado, sonriente, le encara. Aún le queda un poco de orgullo intacto.

–Me lo ha contado un pajarito. –Sonríe, guiándole al interior de la casa.

Su familia espera, la familia que ha creado entre los dos, sentados en la enorme mesa, esperando por ellos, para celebrar... su aniversario de bodas..

–Te pareces a él. –Kuroko le obliga a detenerse en el pasillo, tomando su cara entre las manos, mirando cada rincón con atención.

–¿A quién?. –Pregunta posando sus manos sobre las de Kuroko.

– A Kagami, te pareces a él. –Sus ojos tratan de establecer la conexión entre ese anciano y su Kagami, mucho mas joven, hermoso, divino, en su mente sigue teniendo diecisiete años.

–Sí, últimamente me lo dicen mucho. –Y entran en el comedor, de la mano.

Ese toque le hace sonreír. Kuroko le mira, y mira su mano, el anillo sigue en el dedo equivocado. Kagami lo sabe, los dos lo saben. No importa, para ellos siempre han estado casados, aunque el anillo de bodas no esté en el dedo adecuado...

Eso ya no importa.

Han sido inmensamente felices, juntos.


Fin.
Notas finales:

Gracias.


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