Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

¡¿TE AMO?! por Atreyu

[Reviews - 10]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

 

Pareja: Minho/Jinwoo de WINNER.

No hay mucho qué decir sobre el fanfic, no es más que una breve historia de amor. Si no la leen no se enteran, es muy cortita, por favor denle una oportunidad.

Notas del capitulo:

 

 

Primero que nada esta es la primera vez que escribo un “slash”. No estoy del todo segura sobre lo que debo decir acerca de los personajes a los que he recurrido. No es mi intención difamarlos, ni ofender a los muchos fans que estos chicos tienen. Espero dejar claro que este pequeño escrito es total ficción.

 

ÉL ES EL MAYOR ENTRE NOSOTROS, EL MÁS PACIENTE, EL MÁS AMABLE. ES TAMBIÉN EL MÁS QUERIDO. ¡EL MÁS ATRACTIVO!

Cuando yo llegué él ya estaba ahí, él estuvo ahí antes que todos. Él nos guío, nos enseñó y adoptó pronto, a cambio nosotros le dimos nuestra confianza, nuestra admiración y respeto.  Es una persona torpe y distraída. A pesar de su experiencia tiende a ser inseguro, a veces duda de sus capacidades y eso lo ha llevado a cometer errores; jamás lo hemos juzgado por ello, lo animamos cada vez que siente fallar. Es un chico inocente, confiado, intercambiamos papeles con él pues a menudo somos nosotros quienes tenemos que cuidarlo.

En resumidas cuentas, él es alguien fácil de querer. Obtuvo el cariño de todos muy pronto, el mío sobre todo. Yo aprendí a amarlo rápidamente, violentamente. Amé su aparente ingenuidad, su humildad, su trato cordial y paternalistamente equívoco. Amé su calma, su esfuerzo. Amé su rostro naturalmente bello, delicado; amé su cuerpo grácil; su mal gusto para vestir. Amé de él más de lo que debía como amigo, como hermano.

Desde que nos conocimos hemos llevado una buena relación. Aunque él sea agradable con todos me gusta pensar que nuestro vínculo es distinto, más cercano. Durante los primeros días adaptarme fue difícil, extrañaba a mis amigos, mi rol dentro del grupo, mi rutina; él hizo todo lo posible para que yo logrará establecerme. Confié poco a poco, en él y en los demás. Me acostumbre a la presión, a nuestra vida cansada, a nuestra obligada convivencia. Fue después cuando aprendí a disfrutar y a amar todo aquello, el esfuerzo, el dolor, el compromiso de los demás.

Compartimos habitación. Desde que llegué todas las noches hablábamos si no se quedaba dormido antes. Me preguntaba sobre mi antigua vida, mi familia y mis amigos. Pronto supo todo mí, y yo todo de él. Nos divertíamos mucho en esos ratos. Recuerdo bien que durante ese lapso de tiempo fue su voluntad, su paciencia y sus ánimos los que me mantuvieron optimista. Los que disminuyeron las dificultades de mi trayecto. Probablemente fuera su obligación de “hermano mayor” lo que lo llevó a acogerme, para mí eso no importó mucho porque por sí mismo él me alcanzó, me tuvo.

En algún momento comenzamos a buscarnos más. Mi soledad y su frustración se llamaban. A veces, con la lealtad de los otros salíamos de madrugada a caminar, a respirar un poco de libertad. Durante esos largos minutos el silencio era un acuerdo mutuo. A menudo volvíamos nostálgicos y tristes, y sin decir nada nos recostábamos bajo la misma sábana confortándonos con nuestra cercanía.

Pero entonces pasó que no fue suficiente. Yo necesitaba más de él, más que su confianza y su respeto, más que sus palabras y su cama. Me contuve, me aferré a nuestra situación como familia, a nuestra amistad. Y me alejé de él, por su seguridad, por mi estabilidad. Hablaba con él lo indispensable. Dejamos de salir, dejamos de recostarnos juntos, dejé de escuchar su respiración al oído mientras dormía. Cambiamos de habitaciones, se extrañó, me preguntó el por qué y yo sólo fingí cansancio, molestia. Eran evidentes mi distanciamiento y depresión pero los demás no interfirieron, me facilitaron las cosas. No me abandoné por completo, seguí esforzándome en el trabajo aunque en verdad estuviera acabando con mi única alegría.

¡Mierda! Recuerdo ese sentimiento desesperanzado, un vacío inmenso en mi interior. Recuerdo haberlo visto llorar solo, lo recuerdo mirándome con incomprensión, incluso con enojo. Recuerdo haberlo tratado injustamente. Recuerdo el eco de mi llanto rebotando en la sala de prácticas. Recuerdo su expresión tranquila mientras soñaba. Recuerdo el día en que lo conocí y su cordial mirada me aprisionó. Recuerdo el sonido de su andar ligero mientras recorríamos las calles solitarias. Recuerdo la insaciable necesidad de tocarlo. Recuerdo sus labios, su voz, y mi deseo intenso de abrazarlo. Bien, en realidad no es que recuerde todo esto porque todo sigue allí, en mi interior, haciéndome perder la cabeza. Haciéndome amarlo cada vez más.

 

 

AQUELLA NOCHE TODO FUE CIRCUNSTANCIAL. MIS ACCIONES PUEDEN ENTERDESE MALINTECIONADAS, FUERON MÁS BIEN PROVECHOSAS. SÍ SOBRE TODO PARA MÍ.

Con una fiesta organizada por la compañía, así comenzó. Hacía tiempo que no teníamos una convivencia tan grande, todos celebrábamos, el concierto había sido muy exitoso. Bailábamos, bebíamos, reíamos… bebíamos. Mientras iba de aquí a allá lo perdí de vista; y consciente de ello quise olvidarme de él durante ese rato, olvidar mi frustración, olvidar mi devoción. Lo logré, seguramente el alcohol ayudó mucho.

Salí un instante a la terraza, necesitaba aire y silencio, y ahí estaba, el destino jodiendo mi pequeño respiro. Él, nostálgico y ebrio. Sus grandes ojos se abrieron aún más cuando me enfocó.

-          ¡Estás aquí! – gritó, y estirando sus delgados brazos apresuró su atolondrado andar hacía mí.

-          Sí.

Con toda naturalidad, no la de un hermano ni un amigo, sino la de un amante, lo recibí en un dulce abrazo. El olor, su fragancia me hizo olvidar mi pena. Sostuve su cintura, y acaricié desvergonzadamente su nuca mientras él escondía su rostro en mi cuello. Sentí sus pequeñas manos rozando mi espalda, y mi deseo crecer más y más. Tenía tanto tiempo sin tocarlo. Permanecimos así durante largos minutos. Quizá su borrachera le impidió sentir la violencia de mis caricias, la prohibición de mis impulsos.

-          Me siento cansado, me quiero ir, ¿vas conmigo? – me preguntó, mientras se despegaba suavemente de mi cuerpo.

-          ¿Temes perderte de nuevo?, sí, vamos, te acompañó – su risita débil resonó en mis oídos.

Dentro del auto, durante el camino no soltó mi mano, y yo me dejé llevar. Estaba triste, no necesitaba decirlo, lo había notado antes cuando nos encontramos en el balcón. Últimamente le pesaba mucho la distancia con su familia y eso, aunado a los duros entrenamientos, lo desmoralizaban. Su acogedora mirada se había llenado de cansancio y pesimismo.

-          Hoy todo fue genial, ¿no crees? – quise distraerlo.

-          Sí, lo fue, me divertí bastante y cantamos muy bien – respondió y yo callé.

Llegamos. No había nadie en casa como tenía que ser. Seguramente todos estarían increíblemente borrachos, haciendo el ridículo con cualquier chica que se encontrara libre. Tomamos un poco de agua y nos dispusimos a dormir; me sentía cansado, no tenso, ni molesto, ni triste. Sólo cansado.

-          Duerme conmigo por favor. Como lo hacías antes – me pidió, y yo no respondí, su voz me debilitaba. Sólo pude asentí inseguro.

Nos recostamos frente a frente mientras el pestañeaba y yo contenía todos mis impulsos para tocarlo y besarlo. Esa falta de sensibilidad suya no podía exaltarme, después de todo él no sabía lo mucho que me lastimaba. Palmeé su espalda con un ritmo lento, y quizá poca fuerza de más.

Dormía. Lo contemplé mucho tiempo, no era la primera vez. Casi siempre podía controlarme, había aprendido a esconder mis anhelos por el bien de él y de los otros. Pero entonces me di el lujo de rosarlo, casi tocarlo. No sé cómo no lo había hecho antes. Acaricié el contorno de sus labios, su larga nariz y sus cejas tupidas.

Liberadamente acerqué mi cuerpo al suyo. También yo había bebido, esa era mi excusa. Sentí su calor y acaricié pesadamente sus cabellos mientras respiraba pausadamente. Los segundos transcurrían hasta que me atreví a cruzar esa línea que tanto había cuidado. Fue un instante de locura, de imprudencia, de estupidez. Cuando toqué sus labios con los míos sentí de pronto su aliento y el movimiento de su boca.

-          No me he dormido – me susurró - no siempre has sido tú el velador de sueños.

Me congelé. Abrí mis ojos sorprendido y retrocedí. Su fino rostro permaneció estático, sus párpados no temblaron. Sus labios húmedos me esperaban. Unos segundos tardé en responder y él esperó paciente. Me acerqué rápido a su boca y la besé, con crueldad e inseguridad. Para calmar mi temblor él se abrazó a mi cuello, el latido de mi nervioso corazón se aceleró.

Pude sentir por primera vez el nerviosismo de mi propio tacto acariciando su suave piel. Pude respirar por primera vez, tan cercanamente, tan veraz, el olor que su cuerpo desprendía. No me cansé de frotar mi nariz con su cuello, con su abdomen y sus piernas. No me cansé de su ronca voz llamándome.

Jamás me habían mostrado sus ojos tanta madurez como aquella noche, decían una y mil cosas: amor, deseo, lascivia. Todo en él me intimidó: su perfecto cuerpo, su exigencia, su anhelo, su poca vergüenza. Intenté con toda mi voluntad controlarme, intenté no dañarlo con mi locura, no acabarlo, en el fondo sé que fue mi necesidad de él la que dictó mis actos.

Contemplé su cuerpo desnudo tanto como pude, lo acaricié hasta cansarme. Sentí la suavidad de su sexo en mis manos. Probé con mi lengua lo salado de su piel, el sabor de su esencia. Conocí lo abrasador de su interior, una, dos veces. Escuché el sonido de su placer y también el mío. Le mostré todo lo brutal que había en mí, pero también todo lo puro y sincero que guardaba para él. Lo amé tanto como había imaginado.

 

 

DESPERTÉ ABRAZADO A SU DELGADO CUERPO, Y SENTÍ TODO EL TEMOR QUE HABÍA ACUMULADO DURANTE MESES.

Fue entonces cuando me pregunté si de verdad había esperado por mí, si de verdad me quería, ¿desde cuándo?, ¿por qué no lo había dicho?, ¿por qué había permitido que yo me hiciera un lado?, ¿estaba jugando? Tuve miedo, un miedo mortal. No había nadie en la habitación además de nosotros dos. Intenté levantarme sin despertarlo, y ahí estaba de nuevo, su apacible voz.

-          No te vayas – me dijo, y sus grandes ojos me miraron con dulzura.

-          No quería molestarte. Pueden venir pronto los otros… - me soltó. – Yo, hace un rato… no debí de hacerlo, debería de disculparme debidamente.

-          Bien, discúlpate – su mirada cambió.

-          Perdóname, esto no debió pasar – tartamudeé. Escuchar mi propia voz me dolió.

-          ¿Sabes?, me cuesta trabajo creer que seas tan estúpido y ajeno. ¿No te lo dije antes?, ¿acaso piensas que yo haría “esto” sólo por diversión? Te conozco más de lo que tú quisieras, te he visto mirarme, he sentido tu aliento tan cerca de mi rostro, conozco la reacción de tu cuerpo cuando estoy muy cerca de ti. Sé que te tengo Minho, sé que eres mío, pero yo no puedo ser tuyo porque tú no lo has querido; por tus dudas y tu inseguridad; porque te preocupas más por los otros que por nosotros; porque temes perder la comodidad de una amistad, el confort. Porque eres cobarde.

-          ¿Pero por qué no lo dijiste antes?

-          ¿Para qué? Tú no estás seguro de que lo que sientes sea bueno. Tú no aceptas del todo tu amor por mí, has decido vivir con él como si fuera una carga. No soy tan cruel para obligarte a tomar un riesgo que ni siquiera has contemplado.

No dije más. Mi impresión y alegría se empataron con la decepción que sentí de mí mismo. Reaccioné de la forma más estúpida en que pude hacerlo. Mi silencio comprobó sus palabras y él sólo cerró los ojos. Seguíamos recostados, frente a frente, pero el con el rostro triste y quieto. Toqué con mi mano su mejilla visible, y él beso la palma de mi mano. No me miró más.

-          Jinwoo…

-          También lo siento – fue lo único que escuché.

Probablemente él de mi boca no quería oír nada, y no lo hizo.

 

 

PASARON VARIOS DÍAS, MUCHOS. YO SEGUIÍA PENSANDO, (¡DIOS, QUE ESTÚPIDO!). TODOS NOTARON EL DISTANCIAMIENTO, ERA DISTINTO AL DE ANTES, AHORA ERA ÉL EL QUE ME REPELÍA CON ENOJO, CON PENA.

Tardé mucho en asimilarlo. La verdad me cayó como un cubo de agua helada. Él me amaba, y yo sólo había decidido ignorarlo por cobardía. Porque seguía temiendo. No es fácil romper con una idea, no es fácil que el sueño se introduzca de golpe a la realidad.

Yo lo adoré en silencio por mucho tiempo. No me permití pensar mucho en nosotros como pareja porque para mí nunca fue una posibilidad. Me conformé con tenerlo a mi lado, como amigo, como compañero, como hermano. Me conformé con soñar con él, con abrazarlo por las noches, con tomar su mano de vez en cuando. Me había perdido en la ilusión de un amor unilateral, idólatra. Un amor para él pero no con él.

Sin embargo él me amaba. Me tenía. Me esperaba. Y yo, antes de aquella noche, no me arriesgué. Preferí no saberlo, no saber que podría ser mío, no saber que era mío.

Ahora sentía que lo perdía.

-          ¡No es tarde idiota! – me dijeron los otros. En distintas formas, directa o indirectamente.

Vaya que era imbécil. Todos parecían saber lo que sucedía, y yo sin saber que los otros lo sabían. Bueno, después de todo nos conocíamos, éramos amigos… no familia. Me di tantos topes en la pared, los merecía. Mi preocupación, en el fondo, no se debía tanto a afectar a los otros como a afectarme a mí, a mi propio dolor: al rechazo, a la soledad, a la respuesta negativa de aquella persona.

Poco a poco mi preocupación y desconfianza comenzaron a desvanecerse. Me llené feliz de él, de todo eso que antes me abrumaba. Comencé a sentir, con intensidad, la alegría de tenerlo en mi vida; de tenerlo como amigo; de tenerlo como amante al igual que aquella noche. Lo necesitaba a mi lado, conmigo, en mí. Me decidí como jamás lo había hecho antes. Lo busqué con precaución, él no se resignaba a sólo perdonarme y me hizo padecer toda la frustración que él había sentido con mi silencio.

Una noche, cuando probablemente todos habían planeado casualmente salir, abrí la puerta de su recamara. Me encontré nuevo ante él, con la intranquilidad de mis acciones intacta, pero con la necedad de un amor honesto y valiente. Y él me miró de nuevo, y esperó por mi como lo había hecho aquella vez, como lo había hecho tantas otras. Y aceptó mi beso, mi abrazo brutal, mi ser dentro del suyo. Y nuestros cuerpos se respondieron las pequeñas dudas que aún podía quedar, que esperaban en el interior por ser saciadas hasta el cansancio. Y cuando así fue, cuando nos mirábamos uno al otro extasiados y felices, por impulsó, por naturaleza, porque que de verdad lo quería, hablé.

-          Te amo - en el silencio de aquella habitación me respondió complacido.

-          Lo sé.

 

 

 

 

Notas finales:

Había querido escribir algo desde hace tiempo, algo que involucrara a estos chicos. Probablemente tenga errores por ahí, espero que aún con todo eso haya sido de su agrado. Fue bonito para mí escribir esta pequeña historia.

 

Espero sus comentarios, si tienen algo que decir, que opinar, por favor háganmelo saber. Gracias por haber leído. ¡Saludos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).