Si fueran pájaros…
1. El amor vuela a mi jardín
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Aquel día hacía tanto calor…
El sol estaba en su punto más alto y el cielo totalmente despejado. Los árboles frondosos se alzaban alrededor de toda la cuadra. Aquel barrio era por demás tranquilo. Casa bajas, con grandes tejados, patios delanteros y mucho pasto verde y húmedo por los aspersores.
Y en una de aquellas residencias vivía el pajarito más consentido del barrio.
—Kise, es hora de tu alimento~
Una adorable anciana se acercaba a la jaula del mismo y le dejaba un poco de alpiste. El pequeño y dorado pajarillo pío en agradecimiento y en seguida saltó a su plato para comer.
—Awww~ la abuelag es tang buegna conmigo~ —se dijo con el buche lleno.
La casa era grande y a veces silenciosa, pero todo tomaba color con el piar del pequeño canario. La abuela Mayu lo había criado desde que nació. Ella no tenía hijos. Y su esposo había fallecido muy joven en una guerra. Pero tenía amigas, que amaban ir a visitarla y llenar de cumplidos al lindo Kise.
—Mmm~ —terminaba de tragar, quedándose con una semilla al costado del pico—. Me pregunto si hoy vendrán las amigas de la abuela; está limpiando demasiado.
A través de las doradas rejas de su jaula, Kise podía ver a la anciana ir lentamente de un lado al otro con un plumero en la mano.
—Ah. Parece que afuera hace calor —veía, entonces, por la ventana, a cuyo lado casi siempre estaba, notando que muchas aves se acercaban a bañarse en la pequeña fuente que la abuela tenía en su patio.
Sin perder demasiado su atención en el exterior, Kise volvía a tomar un bocado de semillas, para luego volver a ver el paisaje de afuera. Su buche se llenó, y estaba a punto de tragar cuando vio lo que vio.
Allí en el parque, de entre todos aquellos pajarillos que llegaron a la fuente, uno de ellos llamó su atención.
A lo mejor por su brillante color azul.
Quizá porque era el más lindo de todos ellos.
Tal vez, y sólo tal vez, porque era diferente…
—¡Oye, largo de aquí, intruso; nosotros vinimos primero!
—¿Ha?
—Eso, vuela. Sal de aquí, enano raro. Feo.
Las cejas del pequeño azulado se fruncieron en cuanto hoyó los primeros reproches de aquellos pájaros salvajes que, al parecer, no tenían intenciones de compartir la fuente con él.
Con el trabajo que le había tomado encontrar ese lugar, ¿se iría, así, sin más? No con su carácter.
—¡PIIIII!
El primero de ellos salió volando de una patada en el trasero.
El segundo, que vio la fuerza bruta del “intruso”, sólo se quedó con el pico abierto, para luego salir volando a toda prisa. Encontraría una fuente en la que, por lo menos, esté a salvo.
Un pequeño pajarillo celeste se le quedó mirando sin miedo alguno, más bien sin una sola expresión. El “ganador”, por su parte, sólo se limitó a hacer silencio y acercarse para beber algo de agua y mojar sus plumas.
Y acaso todo se hizo tan, tan lento que Kise podía apreciar la forma en que el agua escurría, cristalina, de su pico. Cómo sus plumas azules se erizaban, mientras sus pequeñas alas chapoteaban en la fuente.
Qué espectáculo.
Sus ojos dorados brillaron. Sus plumas amarillas se erizaron en un sutil estremecimiento. Su pequeño corazón bombeaba tan fuerte que podía oírlo.
—¿Quién… es él~?
Su suspiro se hizo audible para sí mismo.
Allí estaba; tan cerca y tan lejos.
Cupido, santo patrono de los pájaros, lo había flechado… justo, justo en el corazón.
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