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Línea de Peligro por Cristiel

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Notas del fanfic:

¡Eh!~ Mi primer fanfic. :3 Espero que lo disfruten y compartan.

Notas del capitulo:

Mi madre entró a las 4:00 am a mi habitación regañándome por que todavía no me dormía, ya saben, esas veces que las Musas hacen su aparición en la madrugada. Y bueno, éste es el resultado~ 
Por cierto, si quieren maximiar su experiencia de lectura, les recomiendo leerlo escuchando "Radioactive" de Imagine Dragons y "I will not bow" de Breaking Benjamin. Disfruten~

Abel se encuentra haciendo su ronda de vigilancia. La noche es cálida, pero aun así el viento sopla insistentemente arremolinando su cabello azabache, como si jugara a trazar diferentes formas con sus curvas. Sus ojos grises se posan en el horizonte, tratando de enfocar el territorio enemigo. Últimamente los ataques nocturnos habían cesado, sin embargo nunca estaba de más ser precavido y vigilar.

La última Guerra Mundial había dejado estragos a tal grado que la raza humana estuvo a punto de desaparecer. La confrontación surgió de entre el Gran Bloque y La Resistencia. El primero estaba conformado por países poderosos que se unieron para sublevar a aquellos con menor presencia que, hartos de vivir en condiciones deplorables y constantes abusos, se habían rebelado.

La lucha fue  de proporciones apocalípticas y la Tierra sufrió los efectos de las armas biológicas y nucleares, por ello, luego de que terminara con la victoria del Gran Bloque, siguieron las innumerables plagas, enfermedades, falta de alimentos y agua. Millones murieron, la población actual no superaba los cien mil.

La única porción habitable de la Tierra se encontraba al Este de Europa, cerca del Mar Mediterráneo, era del tamaño aproximado de Nueva York y ostentaba el nombre de Novus, como un rayo de esperanza a la supervivencia, un nuevo comienzo, una segunda oportunidad. Contaba con los pocos recursos que, aunque escasos, eran primordiales: agua racionada, campos de cultivo y ganado. No había manera de hacer uso de la electricidad ni de ninguna otra tecnología, por lo que se vivía del carbón que era extraído de las minas en las que cientos de hombres trabajaban. La vida era, si no lujosa, llevadera.

Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas, ya que solamente a los supervivientes provenientes de los países que conformaban el Gran Bloque se les permitió habitar el territorio, mientras que a los sobrevivientes de La Resistencia se les había dejado a su suerte, vagando por el resto del mundo hasta que murieran enfermos de algún virus proveniente de las armas biológicas, inanición, envenenamiento o, en dado caso de que lograran sobrevivir lo suficiente, consumidos de manera dolorosa por el cáncer causado por las fuertes radiaciones.

Era por eso que una pequeña comunidad de sobrevivientes de la Resistencia se había asentado a medio kilómetro de la ciudad, entre una red de cavernas que eran imposibles de recorrer sin que al menos la mitad del escuadrón de reconocimiento desapareciera. Sin embargo, las condiciones en las que vivían eran precarias, sin agua ni comida suficiente, por lo que intentaban desesperadamente adentrarse en Novus y tomar el control. Para ello contaban con suficiente armamento y bombas, pues habían de sobra terminada la guerra. Así que aún ahora  se libraban guerrillas y bombardeos entre los dos grupos, unos para defenderla y otros para invadirla.  La ciudad contaba con murallas y torres de vigilancia, los Halcones se encargaban de resguardarla y atacar en caso necesario. Abel formaba parte de ellos desde los 12 años, el capitán lo dejó integrarse después de un mes completo de tener al pequeño remolino insistiendo,  pero más que por la “molestia” que le causaba, le permitió quedarse después de ver la determinación con la que contaba.

°-°-°-°-°-°-°-°

–¡Quiero unirme a los Halcones!

Esto tomó por sorpresa  al capitán, haciendo que casi escupiera y se ahogara con el pedazo de pan que estaba comiendo.

–¿Qué demo… ¡Mocoso! ¿No ves que es mi hora del almuerzo? Y ¿Qué quieres decir con que quieres unírtenos? – se burló –  Mírate, no eres más que un crío.

Los subordinados que estaban acompañándolo se rieron con ganas y esto molestó a Abel. Arrugó el entrecejo y agravando la voz todo lo que podía a sus recién cumplidos doce años, dijo

–Estoy hablando en serio y soy lo suficientemente capaz, valgo al menos tres de tus hombres. – Nuevo ataque de risa.

–Mira, niño, no tengo tiempo de estar jugando contigo, así que vete a molestar a otro lado.

El rosto de Abel se tensó aún más y miro fijo al capitán con un brillo retador en los ojos – Bien, te demostraré qué es lo que un crío puede hacer y tú mismo pedirás que entre – se dio media vuelta y se alejó con un singular aire de solemnidad.

Esto lo dejó un poco descolocado  – Tsk, estos niños…

No pasaron ni dos días cuando, de camino a la muralla,  se encontró al pequeño cargando sacos de carbón a una carreta.

 – ¡Vaya!  al menos haces algo de provecho, yo  creí que sólo eras un enano que se la pasaba de vago todo el día haciendo canalladas como los demás.

–Tengo que trabajar u hoy no como – contestó Abel, sin voltear a verlo y siguiendo con su labor.

–¿No comes? ¡Rayos! que padres tan estrictos tienes.

–En realidad no tengo, por eso trabajo.

–Oh… lo siento, chico… no pensé…

–No hay  problema, no fue tu culpa – Arrojó el costal que estaba  cargando en su hombro con un poco más de brusquedad que los demás

 –Oh, bien… pero dime una cosa, si ya tienes un empleo aquí ¿por qué quieres unírtenos? ¿No estás más seguro dentro de la ciudad que al borde de ella, peleando con esos salvajes?

–La razón de ello son precisamente esos salvajes, simplemente quiero mantenerlos lejos de la ciudad que me dio una segunda oportunidad de rehacer mi vida. Ésta vez sí quiero ser capaz de evitar que vuelvan a arrebatar algo a mí o a otros.

–Chico, no tienes una idea de a lo que nos enfrentamos…

–Sé exactamente de lo que son capaces de hacer. Además, quiero regresarles el favor– dijo Abel, sonriendo de lado, medio divertido con la idea. – Pero por ahora, tengo que llevar esto al almacén principal y después regresar a la mina. Y espero que tomes en serio mi petición de unirme a ustedes. —subió a la carreta y puso en marcha a la pequeña mula que la conducía.

Así pasaron tres semanas de encuentros casuales por la ciudad, y siempre que se veían, Abel le insistía una y otra vez que lo dejara integrarse a los Halcones, mientras que el capitán lo mandaba al demonio una y otra vez.

En su siguiente encuentro fue Abel quien se topó con el capitán al pie de la muralla, de nuevo almorzando

–Y ¿bien?, ¿qué te trae por aquí?

– Vine a entregarles el cargamento de carbón que pidieron.

– ¡Al fin, se me congela el trasero!

–Bien, te costarán 2 costales de sal.

–¿Acaso estás loco? Esos valen una fortuna

–Hemos estado algo escasos de carbón, no tenemos las herramientas suficientes para escarbar más profundo y cada vez hallamos menos. Aunque podría darte un precio especial si me dejas entrar a la cuadrilla.

–Olvídalo, mocoso. Toma– Le arrojó los costalillos– Ahora vete, es peligroso que andes por…

En ese preciso momento la tierra se cimbró y un fuerte estallido dejó desorientados a todos los que se encontraban de guardia.

–¡Los salvajes nos atacan! ¡Los salvajes nos atacan!– se escuchaba desde las torres de vigilancia.

–¡Demonios! Chico, es mejor que te vayas ahora.– y dicho esto, subió hasta lo alto de la muralla por una de las escalinatas que se encontraban cerca.

La muralla contaba con cabinas especiales hechas de roca equipadas con metralletas, cañones y otras armas que servían para contraatacar y deshacerse de los intrusos, sin embargo, no había suficientes y gran parte del escuadrón se veía en la necesidad de disparar desde los flancos más descubiertos, por lo que muchos caían muertos o heridos.

El capitán se había ganado el respeto de sus hombres y su puesto  a pulso, ya que él nunca disparaba desde una de las habitaciones blindadas, siempre atacaba, lideraba y daba instrucciones desde los flancos más  desprotegidos. Se quedaba junto a sus hombres.

Abel hizo caso omiso de la orden del capitán y sin que nadie lo viera, se coló por la misma escalinata por la que el mayor subiera. Una vez arriba se encaramó cerca de un barril de municiones, cubriéndose de la lluvia de balas y las fuertes ondas expansivas provenientes de las bombas arrojadas a la muralla. Buscó con la mirada al capitán, pero justo cuando lo había localizado, ocurrió una explosión que hizo colapsar la parte del muro en la que se encontraba el capitán y sus hombres. Abel pudo ver cómo él y otros dos hombres caían al precipicio, mientras que las líneas enemigas avanzaban con cierta rapidez, encontrándose a unos 500 metros. Entonces rápidamente tomó la escalinata por la que había trepado y cortándola de tajo con un pequeño y útil cuchillo que siempre cargaba, la amarro lo mejor que pudo desde dos varillas de metal que se encontraban adheridas a la piedra para servir de apoyo a armas pesadas y grandes. Aventó la escalinata del otro lado y descendió lo más rápido que pudo. Una vez abajo volteó a ver hacia la cuadrilla enemiga que se encontraba ahora a unos 200 metros de él. Buscó rápidamente a los hombres, pero lamentablemente los otros dos que cayeron habían sido aplastados por los escombros, mientras que el capitán sólo estaba semi– inconsciente. Cuando Abel se hubo acercado, pudo ver el verdadero problema. El capitán reaccionó a la presencia desconocida y despertó por completo.

–¡Qué mierda haces aquí, te dije que te fueras! … ¡Aghh!– sóltó un grito de dolor cuando Abel intentó mover la roca que estaba sobre la pierna del capitán.

– ¡JA!– rió irónico– Vaya vida, al menos podré morir como siempre imaginé. Esos malnacidos no me tendrán tan fácilmente– dijo sacando un revolver de su chaqueta marrón– Déjala, niño, es muy pesada. Ahora lárgate, que se acercan, ve y dile a Isaac que ahora él está a cargo.

–Usted mismo se lo dirá– Y dicho esto Abel colocó los brazos bajo la roca y la movió, no sin mucho esfuerzo, pero lo suficiente para liberar la pierna del capitán.

–Ugh… Carajo, muchacho, habría de verse cuanta fuerza te cargas– dijo  mientras Abel lo ayudaba a levantarse y le servía de apoyo.

– La escalinata está por aquí– dijo conduciéndolo a ésta. El capitán le ordenó que trepara primero, pero cuando ya iban a medio camino, cinco de los salvajes estaban a menos de 50 metros y se acercaban. Abel al ver esto, le dijo – Continúe por favor–  tomó el revólver que el capitán había guardado de nuevo en su chaqueta y saltó, cayendo agazapado como un gato. Inmediatamente se posó sobre su rodilla y apuntó. ¡PUM,  PUM,  PUM! Tres balas al hilo y tres de los salvajes cayeron muertos al instante. Rodó sobre sí mismo para evitar las balas enemigas de los otros dos. Se posicionó de nuevo y disparó ¡PUM,PUM! Sólo uno de los hombres cayó, el otro pudo esquivar el tiro y se abalanzó contra Abel con tanta fuerza que le sacó el aire y lo azotó contra el piso, sintiendo cómo algo en su interior hacía crack. El hombre lo tenía a su merced, pero Abel era más rápido y pudo empujarlo lo suficiente como para sacárselo de encima, inmediatamente buscó algo con qué defenderse.  Mientras el otro hombre volvía a recargar su arma con premura, Abel dio con una roca de las que habían caído de la muralla, el hombre ya le estaba apuntando pero en ese momento Abel fue más rápido en reaccionar y logró darle con ésta en la cabeza.

Sin perder más tiempo Abel corrió hacia la escalinata

–¡SUBA!– le gritó Abel al capitán, que se había quedado estupefacto porque  todo había pasado en menos de un minuto. Abel trepó ágilmente por la soga, logrando alcanzar al capitán, que aunque herido, aún podía arreglárselas para subir rápidamente. Cuando Abel miró hacia abajo pudo vislumbrar a una docena de hombres que venían tras ellos con una gran bazooka. Se posicionaron, apuntaron  hacia ellos y…

¡CRASH!

Isaac los había visto trepar y al ver que estaban en problemas había arrojado una granada, haciendo volar a los salvajes, dándoles más tiempo de llegar a la cima.

Luego de la gran explosión patrocinada por Issac, las fuerzas de los salvajes se dispersaron y retiraron. 

–¡Por aquí!– gritó Abel a los hombres que traían cargando al capitán. Recostándolo en una mesa que se encontraba en una de las torres de vigilancia. La adrenalina del momento hizo que no sintiera tanto dolor al principio, pero ahora que el susto había pasado dolía como el mismo infierno.

–Traigan agua y paños limpios –  dijo, mientras cortaba la tela del pantalón de la pierna fracturada y vio que efectivamente era una fractura expuesta. Afortunadamente el hueso no estaba astillado, había sido limpia, por lo que sería relativamente fácil devolverlo a su lugar. Limpió un poco la herida cuando hubieron llegado los paños. Le dio a morder uno al capitán y sin previo aviso tomó la pierna y movió el hueso a su lugar de manera rápida y precisa.
–¡NGHH!– intentó gritar el capitán. Pero lo peor ya había pasado e inmediatamente después, Abel limpió la herida, vendó con los demás paños, colocó dos tablillas a modo de torniquete y vendó con más paños.

Cuando hubo acabado, la negra noche ya había caído y ahora se encontraba sentado junto a la hoguera que los demás hombres habían encendido, tratando sus dos costillas rotas por el salvaje que lo tacleó. Suspiró resignado, hace mucho que había perdido la cuenta de las veces que había tratado sus heridas y fracturas.

–Espero que no sea grave, chico.– Dijo el capitán acercándose con ayuda de unas muletas improvisadas y sentándose a su lado.

–He tenido peores.

–Oh, eso explica el por qué un chiquillo de tu edad sabe cómo lidiar con las fracturas de un viejo como yo. – dijo con un poco de diversión en su voz. – Por cierto, niño, que no sé tu nombre.

–Abel.

–Muy bien, Abel, mi nombre es Duke.

Abel terminó de vendarse y ambos se quedaron viendo las hipnotizantes llamas de la hoguera, que repiqueteaban y bailaban al compás de la suave brisa de una fría noche de primavera. Así quedaron varios minutos en un agradable silencio que fue roto por Duke.

–Tenías razón, Abel  – esto llamó la atención del muchacho que volteo a verlo con mucha curiosidad– Vales por tres hombres, el primero por bajar a ayudarme, el segundo por enfrentar a los cinco salvajes tú sólo y el tercero por tratar mi pierna rota. Bienvenido, muchacho. Te lo has ganado y estoy en deuda contigo.

°-°-°-°-°-°-°-°

Abel se perdió en sus memorias de seis años atrás, por lo que no notó a una pequeña figura que escalaba ágilmente la muralla. Sólo hasta que sintió el filo hiriente de una navaja sobre su cuello y una voz susurrando en su oído.

– Silencio, y no te muevas…

Notas finales:

Disculpen las faltas de horrografía o redacción que se hayan colado :p

Actualizo todos los sábados en la noche ^^
Por favor, háganme saber sus opiniones :3


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