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B'Shert por HokutoSexy

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B’SHERT

(Yiddish, באַשערט, destino)

 

 

 

Lo que ocurre una sola vez, probablemente no ocurra nunca más, pero lo que ocurre dos veces, probablemente ocurra una tercera vez.

Proverbio judío.

 

 

 

Para IGR, Alea iacta est

 

 

 

1. EL DON

 

 

 

 

 

Calcante y Egisto Dalaras habían nacido en Salónica, no nacieron en austeridad, ni se las habían visto negras durante su infancia, todo lo contrario, nada les fue negado, nada echaron en falta… al menos no hasta que ambos hermanos gemelos empezaron a crecer. El primero en dar muestras de ello, fue Calcante: a veces despertaba en medio de la noche dando alaridos, completamente empapado de sudor, jadeando. Con la lengua pegada al paladar, sin poder pronunciar palabra alguna, después, un torrente de palabras ininteligibles y sin sentido. Un mar de sonidos difíciles de entender.

 

Tendrían unos diez años, cuando mucho. Eran sólo unos críos.

 

Al mayor de los dos, por minutos, a Calcante lo habían sometido a una pila de estudios, desde un tratamiento bastante holístico de trastorno del sueño, hasta evaluaciones con los psiquiatras más reputados, y en algún momento discutieron la opción del tratamiento de choque.

 

Leda, la hermana mayor de los dos, no parecía encontrar raro todo aquello, o al menos se lo estaba tomando con una frescura que daba envidia. Indisolublemente por fuera y por dentro los rechazaba, a los dos, como cosa abominable. Era fácil: odiaba tener hermanos, y odiaba tener por añadidura a dos, idénticos uno al otro.

 

Egisto pasó sus infantiles dedos por el cabello color ónix, que caía desordenado y lacio por su frente, a diferencia de Leda, que poseía un cabello ondulado y que parecía siempre en orden.

 

—No está loco, lo que pasa es que los dioses han decidido darle el don de la visión… —le dijo un día la hermosa jovencita a Egisto.

 

—¿La visión?

 

—Así es… eso lo hace muy especial, ¿sabes que en el mundo, a lo largo y ancho hay guerreros que protegen a la humanidad desde tiempos inmemoriales?

 

—Eso no dicen los libros…

 

—No, eso no lo dicen los libros, pero existen… ¿Sabes por qué se desató la guerra de Troya?

 

—Claro por el dominio de la tierra y…

 

—No… hay algo más profundo que eso… ¿Recuerdas que Casandra predijo que Helena sería la perdición de Troya?

 

—Sí —Egisto se rascó la cabeza, confundido.

 

—¿Sabes por qué?

 

—Porque era la mujer de…

 

—Porque Helena huyó de Esparta llevándose algo consigo, algo que descubrió mientras estuvo en cautiverio con Teseo… algo que pensó sería beneficioso para los argivos y que robó, algunos dicen que en una distracción de Teseo mientras dormía plácidamente después de un sexo oral de miedo… ya sabes, por aquello de conservarse vírgenes… y yo en su lugar, no me habría contenido… y a raíz de ese robo la misma Atenea fue quien castigó a Helena con aquellos a quienes más amaba: los Dióscuros, Cástor y Polideuces, o Pólux… a los gemelos…

 

—¿Qué es sexo oral? ¿Qué fue lo que se robó? —Volvió al ataque con sus preguntas.

 

Leda, por toda respuesta simplemente rio divertida.

 

—La manera en la que obtuve toda esta información, esa fue la forma en la que un hombre me mostró los libros que están prohibidos para todos los mortales… los libros del Santuario; y lo que se robó… lo has visto en las representaciones de Atenea Partenos, en su mano derecha —contestó con aire de sapiencia—. Helena  después se llevaría consigo ese símbolo en la huida con Paris hacia Troya, en realidad… aquel trato con Afrodita por la mujer más bella… sirvió más para los Troyanos, pues fue Paris mismo quien pidió los amores de Helena, pero… a sabiendas que ella tenía en su poder el símbolo de Atenea… —tragó saliva disfrutando la perturbación de su hermano.

 

—Leda, ¿de dónde has sacado todo eso…? ¡Eso no está en los libros! Me estás mintiendo… —arguyó el niño con cara de fastidio.

 

—Claro que no, no te estoy mintiendo… lo he leído de libros prohibidos. Por aquellos entonces, Diómedes y Odiseo, que eran amantes, trataron de dialogar con Príamo para que éste les devolviera, más que a la mujer, el símbolo de Atenea… y al obtener la negativa, sellaron su destino… como puedes ver, el Santuario y sus guerreros siempre han existido…

 

—¿Y qué sucedió entonces con los gemelos? —Cuestionó aterrado.

 

—Que estuvieron malditos desde entonces… los gemelos siempre han estado malditos… como tú y como Calcante… —la risa siniestra de Leda inundó el lugar.

 

Egisto sin acabar de entender todo lo que le acababa de decir su hermana prefirió dejarla sola, nunca había entendido porque ella disfrutaba tanto el hacerles la vida miserable a los dos, ni tampoco entendía cómo es que todo lo que le acaba de contar tenía que ver con él y con su hermano…

 

Y no lo entendió hasta un par de años después, cuando una tarde mientras ambos niños jugaban, notaron la presencia de un ser extraño en la gran mansión de la familia Dalaras, en Salónica… Egisto estaba impresionado, el hombre con el que hablaba su padre era con mucho uno de los más altos que había visto, incluso era más alto que su propio padre, su piel era tan blanca que incluso parecía un ser irreal, en donde se supone que debería tener cejas, no las había, y en su lugar tenía dos lunares redondos, de un color violáceo…

 

—¿Quién será…?

 

—Es el que viene a decidir tu destino y el mío —comentó enigmático Calcante.

 

—¿Cómo sabes?

 

—Lo he visto, en mis sueños, a él y a otros…

 

Egisto se volvió hacia su hermano, le dirigió una mirada de soslayo, frunció el ceño y negó con la cabeza.

 

—Pensé que ya no tenías esos sueños.

 

—Nací con esta maldición, no puedo hacer nada con ello…

 

Tenía razón, porque cuando aquel hombre, el líder de aquellos que protegían a Atenea, y a la Tierra que esta tanto amaba, les dijo que se irían con él y que a partir de entonces dejarían su vida mundana… Egisto empezó a armar un complicado rompecabezas de lo que le había dicho Leda años atrás y de lo que ahora tenía delante de su nariz… el problema era… que ellos eran dos, que estaban malditos desde siempre…

 

Sucedió cuando tenían quince años… Calcante había empeorado, eso o cada vez sus visiones eran peores, eran más vívidas. Egisto era quién estaba en un entrenamiento cada vez más duro… aunque ambos tenían el poder del cosmos dentro de sus cuerpos, tal como Shion lo vio en sus cartas astrales, de los dos hermanos era Egisto el más adecuado, Calcante estaba completamente descontrolado, cuando entraba en transe no había poder humano que lo pudiese sacar de ahí, salvo el mismo Egisto.

 

Un año después, ya que Egisto se había convertido en el Arconte de Géminis y Calcante pasaba los días entre libros, fue que éste último fue a visitar la mansión de Salónica, cuando regresó… no era el mismo, era distinto… pero a decir verdad, tenía meses que se había vuelto más arisco, más siniestro…

 

Cuando el Arconte de Géminis lo encontró, movido bajo un mal presentimiento, estaba en la Biblioteca del Santuario, refundido como siempre entre libros, lo vio cuando se enredó la cuerda en el cuello…

 

—¿Qué demonios crees que estás haciendo…? ¡Baja de ahí! —Le ordenó.

 

—Sabes que debe ser así, sólo uno de los dos puede subsistir…

 

—Calcante, en serio… baja de ahí… no me hagas ir y…

 

—En realidad, muy dentro de ti, sabes que debe ser así y sabes que no lo evitarás, porque es el destino: aunque somos dos bajo la misma estrella, sólo uno puede ser el guardián… y si no lo hago yo, tú acabarás dejando la orden, cometerías muchas atrocidades con el poder que tienes…

 

Ni siquiera se movió, Egisto se había quedado helado y boquiabierto ante aquellas palabras, con algo atorado en la garganta que no logró liberar.

 

Calcante saltó de la mesa ante la mirada impávida de su hermano… su cuerpo de agitó en el vacío, en el aire, y después… se quedó quieto, quieto meciéndose como un péndulo, en el silencio absoluto de la Biblioteca… era tan irreal ver el rostro idéntico al de Egisto ahí… era como ver su propia muerte a través de un cristal… pero era cierto, Egisto no se movió, no lo impidió…

 

Los años habían vuelto al Arconte de Géminis un ser solitario, sarcástico, y lleno de rencores. Le parecía deleznable cargar con una maldición de miles de años atrás, le parecía absurdo…

 

Volvió una última vez a Salónica, pasado el tiempo; la gran mansión de la familia Dalaras seguía tan impresionante como siempre, en realidad estaba de paso por el lugar, le habían dado la tarea de localizar al siguiente aprendiz de Géminis, y lo cierto era que… su paso casual por ahí era un pretexto. Según lo que las estrellas revelaban y tal como él lo había podido constatar la última vez que estuvo en Starhill acompañado por Shion, era probable que el heredero estuviese en Arcadia… y Arcadia estaba muy lejos de Salónica, pero… allá fue a dar…

 

Cuando Leda le vio casi no lo reconoció… su hermano ya no era el chiquillo de antes, y para diferenciarse de su hermano Calcante, llevaba el cabello distinto, mucho más largo.

 

—Vaya, pero que sorpresa —dijo ella.

 

Por toda respuesta su hermano le sonrió, amistoso… sólo que la sonrisa no llegaba a sus ojos…

 

Un par de horas después dejó la mansión, para siempre, estaba dispuesto, ahora sí, a dejar ir todo lo que una vez le había unido a su vida mundana…

 

Leda estaba enredada entre las sábanas blancas de su amplia y mullida cama, echa un ovillo, desnuda, cubierta de cardenales, la sangre de su rostro tumefacto se mezclaba con las lágrimas de sus ojos… sollozaba y susurraba que “debí deshacerme de los dos”…

 

A su lado, sobre la otra almohada estaba un pequeño huevo decorado, pintado a mano: una broma cruel de Egisto, un huevo, tal como aquel mito en el que Leda había acogido en su seno los huevos de donde nacerían Helena, Cástor, Pólux y Clitemnestra…

 

El huevo tenía un cisne nadando en el agua y tras él, un hermoso templo griego… en la base se leía en perfecta caligrafía griega: “De Calcante y Egisto, amantes hermanos de Leda”…

 


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