Te despiertas con el sol en tu cara. Anoche se te olvidó cerrar las cortinas y ahora el maldito sol da justo en tus ojos.
Estiras tu brazo, cierras la cortina y te giras. Te giras para encontrarte con la cara más linda del jodido mundo -según tú- durmiendo a centímetros de ti. Tu novio duerme pacíficamente, con respiración acompasada y el cabello desordenado.
Ambos están en boxers, porque anoche hacía demasiado calor y tu aire acondicionado está descompuesto. Observas su torso desnudo, dado que la sábana les cubre hasta la cintura, y sonríes ante la cantidad excesiva de pecas que tiene su piel. Antes pensabas que las personas sólo tenían pecas en la cara, pero cuando conociste a Yamaguchi -más aún cuando viste su cuerpo completamente desnudo-, comprobaste que no es así. El cuerpo completo de Yamaguchi está salpicado de pecas, y tú amas cada una de ellas.
"Sin sus pecas, no estaríamos aquí", piensas. Bueno, en realidad sí estarían allí, en tu casa, en una mañana de domingo. Pero estarían con ropa, y como amigos. No casi desnudos, y abrazados en la misma cama, luego de haber tenido sexo la noche anterior.
Pero es que sin sus pecas, no estarían en esa situación. Y es que fueron sus pecas lo que te ayudaron a darte cuenta que él te gustaba. Fueron sus pecas, la primera cosa de él que te gusto. Luego de pensar incontables veces "que lindas son sus pecas", comenzaste a pensar en qué otras partes de él te parecían lindas y te gustaban, y terminaste descubriendo que el completo paquete Yamaguchi Tadashi te gustaba. No sólo sus pecas. No sólo su sonrisa boba. No sólo su voz chillona diciendo "Tsukki, Tsukki" 400 veces al día. No. Todo él te gustaba, y cuando te diste cuenta, ya era así desde hace mucho.
Y recuerdas que al principio te asustaba el hecho de darte cuenta que todo lo que en otras personas te parecía molesto e irritante, en él te parecía malditamente lindo. Te asustabas porque pensabas que él podría rechazarte, aunque si ahora te detienes y lo piensas un momento no sabes porqué carajo pensabas así, si Yamaguchi siempre estaba detrás tuyo con su sonrisa bobalicona y brillo en sus ojos. Se sonrojaba cuando lo mirabas mucho, y te hacía cumplidos cuando ni siquiera hacías algo que los mereciera.
Pero te asustaba. Te asustaba que te rechazara, te odiara, le dieras asco, y se alejara de tí por completo. Te asustaba no verlo sonreírte nunca más. Te asustaba que te mirara con mirada inexpresiva, decepcionada de que el magnífico Tsukki fuera un gay.
Pero Yamaguchi jamás te miró así. Ni siquiera cuando se te escapaban cumplidos. Ni siquiera cuando se te escapaba decirle que sus pecas eran lindas. Ni siquiera cuando te le confesaste. Ni siquiera cuando lo besaste sin esperar su respuesta. Ni siquiera cuando lo desnudaste y te desnudaste tú también. Ni siquiera cuando le dijiste que lo amabas una y otra vez. Jamás. Siempre sonrisas, sonrojos, ojos llorosos y palabras dulces.
Una vez le confesaste que antes sentías todos esos temores, y él simplemente te abrazó en respuesta. Acunó tu cara en sus manos, y te susurró que te amaba y siempre lo haría sin importar que.
Poco es decir que te sentiste el hombre más afortunado del mundo. Tú, con esa personalidad malditamente insoportable, y él, con esa sonrisa boba y esas palabras siempre de aliento. Creías estar en las nubes, en un sueño, muchas veces te cuestionaste estar alucinando. Pero no, se sentía demasiado real para ser un sueño o una alucinación. Tadashi se sentía demasiado real.
Y te sientes agradecido por ello.
Yamaguchi se remueve levemente, aún dormido, y se le escapa un "Tsukki..". Y es cuando te preguntas "¿Cómo no amarlo? Sí es así" Tan dulce, tan tierno, tan bueno, pensando en tí hasta en sus sueños.
Estiras tu mano hasta la mesita de noche, y del cajón extraes una lapicera. La tienes allí porque te gusta hacer siempre lo mismo. Unir esas pecas que tanto te gustan en palabras, dibujos. Constelaciones, porque sus pecas son como estrellas para tí.
Luego de haber escrito todo su pecho y un poco su cara, besas delicadamente su cara y te levantas, con cuidado de no despertarlo. El reloj marca las 10 a.m., y piensas dejarlo dormir hasta la hora que quiera, después de todo, es domingo y tendrás a casa sola hasta la noche.
Vas hasta la cocina, preparas un café para tí y un chocolate para él, porque aunque tu deseas dejarlo dormir, Yamaguchi se despierta un rato después que tú si lo dejas solo en la cama, como si sintiera tu ausencia aún cuando su mente vaga por el mundo de los sueños.
Momentos después, sonríes al escuchar su voz desde el baño, de seguro se ha visto en el espejo.
-¡Tsukki! -te dice cuando está a tu lado- ¡Ya te dije que no deberías escribirme tanto!
Pero tu sabes que no le molesta, porque un sonrojo y una sonrisa avergonzada cubren su rosto, en lugar de una expresión de enfado. Porque no le molesta que le escribas, le molesta que lo avergüences tanto con las cosas que escribes.
-Pero me gusta hacerlo, Tadashi -le dices con voz inocente-. Además igualmente en un momento irás a bañarte como haces todas las mañanas, te haya escrito o no.
Le ofreces la taza de chocolate, y se sonroja, sorprendido porque conozcas tan bien sus costumbres y horarios. Pero lo acepta, se acerca a tí, y apoya su cara en tu pecho, recostándose en tí.
-Buenos días, Tsukki -dice sin mirarte.
-Buenos días, Tadashi -y tú sonríes aunque él no lo vea.
"Kei y Tadashi", "Amo a Kei", "Pecas lindas", "Te amo", "Propiedad de Kei".
Por un momento, piensas que Yamaguchi te sigue llamando "Tsukki", porque tu siempre que lo escribes te llamas a tí mismo "Kei", y el recordar lo que escribes debe avergonzarlo aún más que llamarte por tu primer nombre.
Te prometes y anotas en algún lugar de tu mente que de ahora en adelante cuando lo escribas te llamarás a tí mismo "Tsukki", a ver si comienza a llamarte "Kei".