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AMOR EN PELIGRO por perliix

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Notas del capitulo:

Bueno mis chicas les triago el nuevo cap :3 espero les guste :D ....

 

 

Sherlock estaba hundiendo el cuchillo en un pastel fresco de setas cuando escucho los pasos de John descendiendo por la escalera de acero. Tenía la impresión de que él había pasado muchísimo tiempo metido en el cuarto de baño. Sacudiendo la cabeza, saco de la nevera dos filetes. El acei9te de la sartén ya estaba caliente.

 

No podía dejar de mirarlo. Estaba precioso, con el rostro levemente sonrosado tras el baño y el cabello revuelto y rizado. Su pijama le quedaba enorme, y no paraba de remangarse constantemente las mangas y las perneras de los pantalones.

 

 

-  Siempre vas muy peinado, y me gusta, pero lo prefiero así – Comento Sherlock sacudiendo la cabeza-. Un poco salvaje.

 

 

- A mí me gusta más peinado que “salvaje”, así parezco vagabundo – Concluyo John paseando la mirada por la encimera, repleta de cacharros e ingredientes-. No tenía idea de que supieras cocinar.

 

 

- Pues estamos aprendiendo mucho el uno del otro – Respondió el con una sonrisa-. Tú pensabas que yo no sabía cocinar, y yo creía que eras un vagabundo – Dijo con sarcasmo la última frase, pero eso no impidió que se acercara a John y acariciara un pequeño mechón de su cabello recién mojado.

 

 

Sherlock soltó el cabello de John con el que estaba jugando y dejo que las yemas de los dedos recorrieran la suave piel de su cuello.

 

 

- ¿Te habían dicho alguna vez que tu piel parece hecha de pétalos de rosas?

 

 

- Sherlock… - murmuro el poniéndose tenso-. No, por favor…

 

 

Pero él no quería parar. Quería acariciar y saborear aquel cálido rincón en el que su cuello se encontraba con el hombro. Quería deslizar las manos bajo la chaqueta del pijama y averiguar si John tenía las tetillas erizadas por los roces. Tenía unas tetillas preciosas y él quería volver a verlos, saborearlos.

 

Lo deseaba, lo deseaba mucho.

 

Sherlock dio un paso atrás con el corazón latiéndole a toda máquina. Estaba tan excitado como si hubiera estado jugueteando con sus tetillas en lugar de pensar en ellos. Era ridículo, preocupante incluso excitarse así de rápido.

 

 

- ¿Cómo prefieres la carne? – Pregunto Sherlock aclarándose la garganta-. A mí me gusta poco hecho. Me parece un crimen estropear un buen filete cocinándolo demasiado.

 

 

- En su punto, por favor – susurro John con voz ronca.

 

 

Sherlock creyó notar un tono distinto en su voz. Para él era un consuelo saber que John también estaba algo afectado, aunque no demasiado. Johnny era demasiado frío.

 

Aquella era la razón por la que nunca le había pedido salir. Por eso bromeaba con él, coqueteaba y discutía, pero siempre con la precaución de no verlo fuera del despacho de su padre. De acuerdo, John le gustaba. Pero había algo en él, algo más que hacía sonar todas las alarmas de advertencia. Era demasiado complicado, ocultaba demasiado de sí mismo. Un hombre así podía clavar sus garras y hacer que su pareja sienta que no volvería a sentirse libre nunca más.

 

En silencio, Sherlock se dirigió a la nevera para sacar el agua. Era un poco tarde para que se preocupara de su libertad. Él mismo se había echado la soga al cuello la noche en que se lo llevo a la cama, y desde entonces no se le había podido quitar de encima. Aquel maldito hombre seguía apareciendo en sus pensamientos, cuando nadie le había llamado. Y ahora…. ahora tenía el valor de decirle que no quería casarse con él.

 

 

- ¿Qué tipo de aliño le pones a la ensalada? – pregunto John acercándose a la nevera.

 

 

- Tienes vinagreta fresca en la botella que hay en la encimera ¿Qué tipo de anillo quieres?

 

 

- ¿Por qué piensas ahora en eso? – dijo el con el ceño fruncido-. No pienso casarme contigo.

 

Sherlock miro hacia la franja de vientre que le asomaba por encima del pantalón del pijama, y juro que pudo observar que John tenía las tetillas erectas. En la cama, John perdía el control. Sherlock se prometió a si mismo que pronto, muy pronto comenzaría a desvelar algunos de los secretos que el guardaba tan celosamente.

 

 

- Tal vez no pienses casarte conmigo, pero lo harás, John. Lo harás.

 

 

Fue un almuerzo tenso. La comida estaba deliciosa, y John comió más de lo que el mismo hubiera esperado. Pero algo fallaba en la compañía. Por ejemplo, la habilidad para mantener una conversación.

 

Normalmente, los estados de ánimo de Sherlock eran fáciles de entender. Cuando estaba enfadado, explotaba. Cuando quería ser encantador, encandilaba. Y así con todo. Tal vez sus pensamientos fueran un misterio, pero todo lo que sentía era claramente visible desde el exterior. Y normalmente, hablaba. Pero cualquiera que fuera el estado de ánimo en el que se encontraba aquella noche, implicaba el silencio. Las respuestas monosilábicas que John recibió cada vez que intento entablar una conversación acabaron por sumirlo a él en su propio mutismo.

 

Para ser un hombre que quería casarse con él, no parecía demasiado interesado en hablarle.

 

John regreso a la cocina en cuanto pudo, con la excusa de que ya que él había cocinado, se encargaría de limpiar. Sherlock le dedico una mirada seria, se encogió de hombros y le dijo que allá él. Cuando ya no estaba a la vista. Miro hacia arriba de las escaleras y escucho el inconfundible sonido del agua de la ducha. En ese caso, él se quedaría abajo.

 

A pesar de haber dormido, se sentía exhausto, vago por la habitación recogiendo algunas cosas y colocándolas en su sitio. Lidiar con las cosas de Sherlock era más fácil que hacerlo con él, o con sus propios sentimientos. John colgó el abrigo de Sherlock en un perchero de madera y se mordió el labio.

 

Quería volver a su casa.

 

Tenía nostalgia de su pequeño hogar. Sacudió la cabeza con incredulidad. A los veintisiete años, y tras haber vivido solo desde los dieciseis, sentía de pronto una gran nostalgia de su hogar. Que ridiculez. Con aire ausente, John se pasó la mano por el pecho, allí donde el dolor parecía más fuerte, y levanto la vista hacia el enrome cuadro de bufón.

 

No pudo evitar sonreír. A pesar de su ridículo sombrero, aquel personaje parecía muy seguro de sí mismo, como si se viera capaz de controlar todas aquellas bolas que volaban a su alrededor.

 

 

- ¿A qué viene esa sonrisa de Mona Lisa?

 

 

John se dio la vuelta. Sherlock estaba al pie de la escalera, sacándose el pelo con una toalla. Llevaba puestos unos pantalones de pijama color azul… y nada más. John sintió que se le aceleraba el pulso. Para compensar, arqueó una ceja e impostó el más frío de sus tonos de voz.

 

 

- ¿Ya te has decidido hablar?

 

 

- Lo siento. Estaba pensando – respondió él sin sonreír.

 

 

- Y supongo que es muy difícil hacer dos cosas a la vez. Hablar y pensar.

 

 

Sherlock se pasó la toalla por el pecho, como si buscara en él una inexistente gota de agua, y no respondió.

 

 

- Me gusta – continuo John volviendo la vista hacia el cuadro-. ¿Es de algún artista conocido?

 

 

- Es de una artista local. Una amiga pintó para mí cuando compre esta casa. Dice que le recuerda a mí.

 

 

- Al parecer, te conoce bastante bien – respondió él con aquel gesto de suficiencia tan típico suyo.

 

 

- A veces creemos conocer a las personas pero no es así – aseguro Sherlock acercándose más-. ¿Por qué lo hiciste, Johnny? ¿Por qué traicionaste a mi padre?

 

 

A John se le agarrotaron los músculos del estómago, y se le tenso la columna vertebral. La mente se le lleno de un sinfín de excusas, explicaciones, disculpas… y de culpabilidad. Pero no fue capaz de articular ni una sola palabra.

 

 

- ¿Cuánto te pagaron? ¿O te hicieron chantaje? ¡Maldita sea, John! – Exclamo Sherlock agarrándolo del brazo para obligarlo a mirarlo de frente-. ¡Me debes una explicación!

 

 

- A quien tal vez se la deba es a tu padre. Él…

 

 

A John le falló la voz. No había vuelto a ver al Sr. Holmes desde que confeso ante la policía. No quería verlo, pero tendría que hacerlo. Sus disculpas no servirían de nada, ni sus explicaciones tampoco arreglarían las cosas, pero él se merecía al menos aquello. Y también la oportunidad de decirle a la cara lo que pensaba de él.

 

 

- Pero a ti no te debo nada – concluyó estirando los hombros.

 

 

- No podemos empezar nuestro matrimonio con este asunto interponiéndose entre nosotros.

 

 

- ¿Qué matrimonio? – Exclamó John apartándole la mano-. Mírame a los labios, Sherlock, y lee en ellos: NO VOY A CASARME CONTIGO.

 

 

Él levanto el labio superior en gesto escéptico. Luego lo sujeto por los hombros y bajo la cabeza hasta besarlo en la boca.

 

John se revolvió y trato de zafarse. Pero Sherlock se movió con la rapidez de una serpiente, le sujeto con ambas manos y se las coloco a la espalda con una sola mano mientras con la otra le agarraba la mandíbula para que no pudiera apartarse de su boca.

 

Aquello no se parecía en nada a la primera vez que lo había besado. En aquella ocasión le había acariciado levemente la mandíbula con una mano, sin sujetarlo de manera que el no pudiera escapar. Aquella vez la boca de Sherlock le había resultado tierna y segura de sí misma, y no dura y ardiente como ahora, pidiendo a gritos cosas que él no podía negarse a satisfacer. John abrió los ojos desmesuradamente, totalmente sorprendido. No podía moverse, ni siquiera podía apartar la cabeza hacia un lado. Lo único que podía hacer era quedarse como estaba y dejar que él lo besara. Sintió una chispa de miedo recorriéndole el cuerpo, como si se hubiera prendido fuego sobre hojas secas.

 

Pero se suponía que el miedo tenía que ser frio, y aquella sensación no lo era. La corriente salvaje que le atravesaba las venas era ardiente, una brasa que despertó algo oculto en lo más profundo de sí mismo. La boca de Sherlock lo estaba devorando, y su mano había pasado de su rostro a su cuello, dibujando amplios círculos sobre su garganta con el dedo pulgar. John sintió que le temblaban las rodillas. Se le aflojaron los músculos de los hombros, y sintió también que tenía las manos súbitamente libres.

 

Estaba equivocado. Era exactamente igual que la primera vez que se habían besado. Era perfecto.

 

John abrió la boca y reconoció el sabor de Sherlock y el ritmo salvaje de su corazón. Su propio latido se volvió extraño e impredecible. Se sentía invadido por una ola de confusión que le hacía desear recorrer el pecho de Sherlock con la lengua para sentir el latido de su corazón en la boca. Le entraban deseos de golpearlo, de hacerle daño, y de introducirlo dentro de él, tan profundamente que no pudiera salir nunca de allí.

 

Fue aquella confusión, más que cualquier atisbo de sentido común, lo que lo hizo apartarse de Sherlock.

Sherlock seguía sujetándole una de las manos. La otra la había dejado libre en algún momento sin que él se diera cuenta.

 

 

- John… - murmuro el acercándose de nuevo con los ojos encendidos de pasión.

 

 

John dio un respingo.

 

Sherlock se quedó helado. Luego muy lentamente, poso la mano sobre la mejilla de John y la dejo allí un instante.

 

 

- Si estás pensando en clavarme un cuchillo, no te molestes. Con solo ver el modo en que me estas mirando… lo siento -  se disculpó Sherlock con un suspiro.

 

 

- No me gusta que no me dejen elección. No tienes derecho a agarrarme y… y hacerme esas cosas. ¡No tienes derecho! Yo… ¡Yo nunca se lo que vas hacer!

 

 

- Yo tampoco sabía que iba a hacer esto – aseguro Sherlock acariciándole la mejilla con el pulgar-. Contigo siempre me sorprendo a mí mismo.

 

Su ternura le daba miedo que cuando había utilizado la fuerza. John trato de apartarse de aquella mano tan suave, pero no fue capaz.

 

 

- ¿Qué es lo que quieres Johnny? ¿Quieres que te diga que lamento haberte hecho daño? – Pregunto el acariciándole los labios con el dedo-. Pues así es: lo lamento.

 

 

- No me hiciste daño – respondió el apartándose de Sherlock como movido por un resorte-. Me puse furioso contra ti, pero no me hiciste daño.

 

 

- Lo que tú digas – contesto Sherlock con una mueca de frustración.

 

 

- Y ahora también estoy furioso.

 

 

- Te hago sentir muchas cosas, y por eso te enfadas. Nuestro matrimonio será muy entretenido.

 

 

- Sherlock, sé razonable – dijo John con un suspiro de exasperación-. Tal vez hace quince años, ser padre o madre omega soltero tuvieran que casarse por el bien del bebé. Pero ya no es necesario.

 

 

- A lo mejor no es necesario, pero es lo mejor, pero es lo mejor. Sé razonable – lo imitó él con cierta mofa-. Seré un buen marido. Tengo dinero, y eso es importante, nos guste o no.

 

 

- Muchas gracias, pero no necesito tu dinero – respondió el frunciendo la boca.

 

 

- Y luego está la familia. De eso tengo mucho. Sabe dios que a veces pueden ser insoportables, pero es bueno para los niños tener familias: tíos, tías, primos, abuelos…

 

 

Sherlock tenía razón en aquel punto. Una gran familia era algo que él no podría darle a su hijo.

 

 

- Pero tus padres… yo creo que El Sr. Y la Sra. Holmes aceptaran al niño aunque no nos casemos.

 

 

- Por supuesto que sí – aseguro Sherlock con una mueca-. Cuando les conté que el hijo que esperabas era mío…

 

 

- ¿Cómo? Pero… ¿Cuándo se lo has dicho?

 

 

- En cuanto regrese. También les dije que iba a casarme contigo.

 

 

- Seguro que están encantados con la idea – susurro John con tristeza-. Sobre todo tu padre.

 

 

- No puso ninguna objeción. Mira John, nuestro hijo será un Holmes pase lo que pase. Pero si tú no te casas conmigo, no formaras parte de la familia. ¿Cómo crees que se sentirá nuestro hijo al saber que su “Madre”  no es miembro del clan? ¿No crees que se sentirá diferente a los demás, y, seguramente, mal?

 

 

- Hay muchos niños de padres divorciados – aseguro el apartando la mirada-. Y no creo que todos se sientan marginados.

 

 

Sherlock debió intuir de alguna manera que estaba llegando hasta él.

 

 

- Pero no debemos arriesgarnos a que nuestro hijo se sienta así – dijo colocando las manos sobre sus hombros.

 

 

- Hablando de arriesgarse, el matrimonio es siempre un riesgo en cualquier circunstancia. Y estas circunstancias no son las mejores.

 

 

- Todo en la vida es un riesgo. Si no nos casamos estaremos asegurándonos de que nuestro hijo no crecerá con sus padres en la misma casa – aseguro Sherlock apartándole suavemente los hombros-. ¿Qué puedo hacer para convencerte? Pídeme lo que quieras... ¿Dinero? Si es así, podemos entendernos. Podemos llegar a un acuerdo. Tengo suficiente como para mostrarme generoso.

 

 

“Gracias”, pensó John sintiéndose de pronto mareado ante aquel súbito mazazo. “Gracias por recordarme lo que realmente piensas de mí. ¿Qué otra cosa podría yo desear que no fuera dinero?”

 

 

- ¿Qué me dices, entonces? – pregunto Sherlock con aquella sonrisa suya que era una obra maestra una mezcla de encanto y seducción.

 

 

- Digo que estás loco al querer casarte con un hombre que esta mas interesando en lo que tienes que en lo que eres – aseguro John, tragándose su orgullo para responder de forma que el también recibiera un mazazo-. Pero allá tú. Pensare en tu propuesta y te daré una respuesta cuando haya decidido exactamente cuánto quiero.

 

 

Mientras se daba la vuelta, John se dijo a si mismo que no quería nada. Su proposición no valía absolutamente nada para él.

 

Esta vez, Sherlock no intento detenerlo. Lo dejo subir las escaleras en dirección al dormitorio sin decir una palabra más.

 

 

~~~~~ 

 

 

Sherlock se revolvió suavemente sobre el sofá del salón y miro a través de la ventana. Las luces de la noche habían cambiado el pulso de la ciudad, alterando su tranquilo ritmo.

 

Se sentía en casa. A Sherlock le gustaba viajar, le gustaba ver sitios nuevos y probar cosas diferentes, pero ningún lugar llenaba tanto su corazón como lo hacía Chicago. Cada vez que regresaba de un viaje, siempre se concentraba en las vistas, los sonidos y los olores de su ciudad, como si fuera un niño que se arrebujaba en su cama familiar.

 

Pero aquella noche, Chicago no le ofrecía ningún consuelo.

 

Durante toda su vida, Sherlock había visto dibujado el singo de dólar en los ojos de la gente cuando lo miraba. Formaba parte inherente de ser un Holmes. Incluso la gente en apariencia decente estaba a veces más pendiente de la riqueza de su familia que de cualquier cosa que él pudiera decir. Pero lo curioso era que nunca se le hubiera ocurrido pensar que John era una de aquellas personas. Al menos no hasta que él había  llegado a la conclusión de que Sherlock estaba intentando comprarlo. Y desde que le había metido aquella idea en la cabeza, no podía sacárselo.

 

Cuando le había ofrecido un acuerdo, Sherlock estaba pensando en el poder que el dinero otorga. En otra ocasión, John le había preguntado si intentaría quedarse con la custodia del niño en caso de que no se casara con él. Aquello lo había impresionado, pero, tras pensar sobre ello, pudo ver claramente que se sentía indefenso. Por eso había pensado tranquilizarlo dándole algo de dinero para él, un dinero que Sherlock no controlaría. Y lo único que había conseguido era enfurecerlo… y hacerlo dudar.

 

Pero cuando estaban en la cama, no era en su dinero en lo que John pensaba. Ardía de deseo por él, maldita sea. Estaba seguro de equivocarse en aquello. John guardaba sus emociones bajo llave casi siempre, pero cuando las dejaba libres eran tan reales y sinceras como una tormenta.

 

Sherlock sabia como se sentían las mujeres cuando no las llamaban, quizá eso también aplicaba con John. Aquello estaba en cabeza de lista de los pecados masculinos que no tenían perdón. Por mucho que John dijera ahora, le había hecho daño.

 

Sherlock tenía que admitir que llamarlo un mes más tarde no servía para nada. Se había tratado de una cuestión de responsabilidad. Sabía que había posibilidad de que su acto amoroso hubiera traído complicaciones de sentimientos heridos, y su sentido del honor lo había obligado a llamarlo.

 

Aunque tal vez también había querido hablar con John una vez más. Tal vez lo deseaba tanto como deseaba permanecer alejado de él, y tal vez le había dolido que él no respondiera a su llamada. No mucho, se apresuró a asegurarse a sí mismo. Pero le había dolido.

 

Sherlock se dio otra media vuelta y tuvo que admitir que las cosas se habían complicado todavía más. Él le había hecho daño. John había traicionado a su padre. ¿Qué clase de matrimonio seria aquel si no confiaba el uno en el otro? Sherlock apretó los labios. No tendría oportunidad de averiguarlo, porque ni siquiera había podido hablar con John del asunto. “Cada cosa a su tiempo”, se dijo a sí mismo. Él lo había deseado en una ocasión. Y estaba seguro de que seguía deseándolo, así que tenía aquello a su favor. Y el cielo sabía que él también lo deseaba, aunque a veces sintiera deseos de sacudirlo de los hombros.

 

John acabaría en su cama. Se lo prometió a sí mismo. En cuanto al asunto de la confianza… Sherlock exhaló un suspiro. Aquello iba a resultarle bastante más arduo.

 

Para Sherlock seria infinitamente más sencillo confiar en él si le contara que estaba ocurriendo. Si supiera porque había hecho lo que había hecho. En realidad, sabía muy poco de John. Tendría que excavar un poco para averiguar sus secretos, aunque se pusiera furioso en cuanto lo intentara. Sabía que John había pasado momentos duros en la infancia, y que sus padres habían muerto. Esto último lo había averiguado con la ayuda de Dix, cuando rastreaba su pista a través de los ordenadores.

 

Le resultaría sencillo averiguar más cosas. Había pocos archivos a los que su amigo no lograra tener acceso, incluidos los del departamento de policía. Pero Sherlock sabía cómo reaccionaría John si se enteraba de que estaba investigando sobre él a su espalda. No se construye la confianza espiando en el pasado de alguien.

 

Maldición le iba a tocar hacerlo de la manera más difícil.


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