Ver los árboles de sakuras florecer era un escenario hermoso, ya sea por su aroma o porque el viento las mueve sutilmente, creando así una vista esplendida de la ciudad, pero, para Kagami Taiga, esos árboles representaban algo más profundo para él. ¿Por qué?, pues la respuesta era fácil: bajo un hermoso cerezo perdió al amor de su vida, a su querido peli azul.
Todo pasó muy rápido para él. Fue en un horrible accidente en el que Aomine prefirió salvar la vida de Kagami en vez de la suya propia; ya habían pasado algunos años desde ese fatídico día. Le dolió. ¡Oh! ¡Dios sabe cuánto le dolió! Lloro, grito día y noche, preguntándose siempre ¿Por qué a nosotros? Pero por muy doloroso que fue, lo tuvo que superar aunque fuera difícil.
Es verdad que aun dolía la partida de su amado, extrañaba sus sonrisas, sus estupideces, sus “bakagamis”, simplemente extrañaba todo de él; eso pensaba Taiga cada vez que veía los hermosos árboles de cerezos bañar la tumba de su querido Aomine.
—Ya estoy aquí como cada año—Susurro a la lápida —Tal y como te lo prometí ese día. ¿Sabes? Te extraño mucho, nunca llegue a pensar en lo mucho que extrañaría tanto a una persona—intento sonreír, no obstante solo logro una mueca torcida —Tú…no sabes las veces que he soñado contigo: las veces en las que nos besamos, en las que me hiciste el amor con tanta dulzura como si yo fuera a romperme, definitivamente…no sabes cuantas veces.— No pudo más, su mueca no resistió y dio paso a las largas lagrimas —¿Por qué Aomine?, ¡¿Por qué maldita sea?!—Se arrodillo ante la tumba y lloró, lloró por el pasado que tuvieron, por el presente que no lograron completar y por el futuro que les fue completamente arrebatado de la manera más cruel de la que alguien se pueda imaginar o sentir siquiera.
Y ese era Kagami Taiga a sus cortos 25 años de edad, el que aparentaba fuerza frente a sus conocidos, pero por mala suerte la realidad era otra.
Su único anhelo era poder verlo frente a sus ojos, pero sabía que eso no sucedería por más que lo desease.
Los años pasaron, las estaciones cambiaban rápidamente, el tiempo se iba volando, sus amigos poco a poco formaban sus vidas, todos ellos con el tiempo se casaron y tuvieron bellos hijos ¿Y él? Pues él ya era una persona de 33 años.
Estaba en su habitación, observando por la gran ventana las estrellas. Un viento helado se posó por su brazo derecho, sintió una mano rozarle el cuello, se giró asustado y lo que vio fue la gloria; allí estaba su querido Aomine, sonriéndole cálidamente.
—Tardaste mucho Taiga—Susurró el moreno —No sabes cuánto tiempo me hiciste esperar.
—Tú… ¿Acaso…?—
—Así es, ya ha llegado tu hora.—
—¿Eso quiere decir que he muerto?—
—Estas equivocado, este es el inicio de una nueva vida juntos.—
—Yo….Aomine….yo—Lo abrazó —No sabes cuánto espere para verte.—
—Claro que lo sé, al igual que sé cuánto sufriste por mi pérdida, pero ahora…— Se separó de Taiga unos pocos metros y le dijo con una sonrisa —Es hora de continuar lo que dejamos pendiente mi pequeño tigre— Le extendió su mano, que fue rápidamente estrechada por el pelirrojo.
Y esos eran Aomine Daiki y Kagami Taiga: dos simples personas, que se amaron fervientemente en su juventud y que continuarían haciéndolo por su larga eternidad.