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Nictofobia por XingJing

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Notas del fanfic:

Hola, primero que nada me gustaría aclarar que esta historia la hago con intención de publicarla, por lo que aprecio todas las criticas que se animen a regalarme.

Muchas gracias a aquell@s que leen (:

Notas del capitulo:

Me disculpo si no es una historia tan romántica como a muchos les gustaría, trata más de el drama alrededor del personaje principal así que me disculpo si no es lo que esperan. De igual forma quisiera pedirles el favor que me den una oportunidad y comenten sus críticas. En verdad lo apreciaría.

Hay pocas cosas que de verdad me asustan.

No me considero un tipo cobarde, pueden preguntarle a cualquiera y seguramente les hablará de mi mala reputación, y de que en realidad son ellos los que me tienen miedo a mí. No parece creíble porque acabo de cumplir los quince años hace un par de semanas, antes de que iniciaran las clases.

Voy al Instituto Grijalva número 5, es de las mejores preparatorias de mi ciudad y entré porque tenía buen promedio, poca gente lo cree. El problema es que como inventan tantas cosas de mí las personas piensan que le importa una mierda la escuela, pero no es el caso. Sí me preocupan mis calificaciones lo que me tiene sin cuidado es lo que dice la gente.

Aquel día iba tarde a la escuela porque no puse el jodido reloj a la hora, como siempre el guardia se enojó conmigo, pero no me interesa mucho pues de una u otra forma me deja pasar.

-Vienes muy tarde, Dila – dijo el hombre de la gran nariz mientras entrecerraba la puerta metálica- si sigues así vas a conseguir una reprimenda.

Quise decirle que se fuera al diablo pero ya suficientes problemas tenía con sus constantes amenazas de que iba a dejarme afuera.

Jodido guardia, pensé mientras me acomodaba la gorra negra que se me había volteado por estar corriendo. Nunca me la quito porque no quiero que la gente vea que tengo el cabello largo, los malditos podrían pensar que está demasiado bien cuidado como para que apoye mi reputación de peligroso. Sé que suena ridículo pero necesito esa imagen alrededor de mí para que la gente no se meta conmigo. ODIO que lo hagan, el hecho de que alguien te tema es mucho mejor que a que se burlen de ti. Pero claro está que me costó tener esta imagen.

Me mudé a la ciudad de Guadalajara cuando tenía trece años, obviamente no conocía a nadie pero tampoco me interesaba. Fue una época extraña, no hablaba con nadie y me pasaba los recesos solo, dibujando en los cuadernos o cosas así. Obviamente me veía vulnerable porque un grupo de imbéciles comenzó a fastidiarme cada vez que me veían. El líder de ellos era Ernesto Tapia, iba en otro grupo pero era de mi generación y al hijo de puta ese le encantaba llamarme marica. No sé por qué nunca le contestaba, no me defendía, en realidad no hacía nada. Llegó un punto en el que simplemente me harté y le di un puñetazo en la cara.

El problema fue cuando me di cuenta de que no podía parar.

Lo golpeé hasta que el tipo terminó en el hospital. No me sentí mal por eso ya que sabía que se lo merecía, y después de vengarme de otros dos que también se burlaban de mí, la gente simplemente dejó de meterse conmigo, pero a consta de eso empezaron a inventar muchas cosas sobre mí.

Como yo no entré al mismo tiempo que ingresa la mayoría a la escuela, al 1er grado, muchos decían que era porque me había pasado aquel año en un reformatorio.

Dijeron que había golpeado hasta casi matar a un tipo en mi escuela anterior, que había destrozado el auto de un maestro que no me agradaba, incluso que traté de incendiar la escuela. ¿Pueden creer lo ridícula que es la gente? Nada de eso era cierto pero yo nunca me molesté en darle explicaciones a nadie, admito que me gustaba la reputación de ser un tipo peligroso. Ya nadie se metía conmigo, aunque la gente me sacaba la vuelta eso era algo a lo que estaba acostumbrado, sólo que ahora lo hacían por miedo.

Era una sensación extraña, sé que debería haberme hecho sentir mal o por lo menos culpable, pero no lo hizo. Me gustaba. ¿Tienen idea de lo difícil que es lograr que alguien te respete? No voy a permitir que las personas de la escuela se lleguen a enterar de que en realidad soy un tipo cualquiera al que le hacían bullying en la primaria por no tener amigos y pasarme el día dibujando. Se escucha increíblemente marica y que quede claro que yo no soy nada de eso. Pero vale, admito que me gusta dibujar, y que de hecho quiero estudiar Bellas Artes. Aunque preferiría morir antes de que alguien se entere, perdería mi reputación y la gente se burlaría de mí. No podría soportar que eso pasara.

Yo no soy de aquí. Me mudé a Guadalajara, como ya dije, hace dos años, pero en realidad vengo de un pueblo grande (o ciudad chica) llamado Pequeño Valladolid, en el Estado de Castilla, república de El Cor. Es un lugar más bien rural al que no he vuelto desde entonces, y no planeo hacerlo. Los pocos recuerdos que tengo de ahí no son muy buenos.

A veces me pongo a pensar en lo diferente que es la forma en que me tratan aquí a cómo me trataban allá. En ninguno de los dos lugares me hablan mucho, antes porque pensaban que era un marica antisocial (pero les recuerdo que, lo primero, no lo soy), y ahora porque piensan que soy un psicópata peligroso. Espero entiendan que no estoy exagerando, he escuchado a leguas las cosas que dicen de mí y algunas francamente me sorprenden.  Otras me dan risa. Dicen que he matado gente, que vendo droga o que le robo a quien me encuentre. Sólo lo último es un poco cierto.

En ningún momento de estos dos años me he tomado la molestia de desmentir lo que dicen, pero tampoco quiero afirmarlo. En parte es porque me gusta que me tengan respeto, incluso si es con miedo, en parte es porque me hace sentir bien que las personas crean que soy un tipo fuerte, capaz de partirle la cara a cualquiera que se atreva a mirarme mal (pero en realidad no soy un amante de estar metiéndome en peleas). También me gusta porque te da algo parecido a una sensación de poder, de seguridad. Sabes que puedes andar por los pasillos de la escuela y que nadie va a burlarse de ti a menos que quieran terminar en el hospital, como le pasó a Ernesto Tapia. Es genial, un poco solitario pero estoy acostumbrado, siempre he estado solo.

Los rumores comenzaron después de la paliza que le di a Ernesto, al inicio no me lo creía, ¿realmente podían estar hablando de mí? Es decir, sé que cuando pasó perdí el control, pero no me parecía suficiente como para que comenzaran a llamarme “Diablo Lawrence”. Tenía la teoría de que era por la cruz invertida que llevo colgada del cuello (me interesan un poco ese tipo de cosas) pero luego supe que fue por lo que había pasado.

Después de la sorpresa inicial que me llevé empecé a acostumbrarme a escuchar susurros por donde pasaba. Aunque no quiero admitirlo le agarré gusto a eso, pero me siento un poco culpable porque ni la mitad de las cosas que dicen son verdad, y sólo incrementaron después de que me volví miembro de los shockanings.

-¿Entonces, quieres unirte? –me había preguntado Beeboy, un tipo grande y gordo que va en la misma escuela, es miembro de la banda delincuente de los shockanings.

-Vale –contesté, perfectamente consciente de que los otros del salón me estaban escuchando.

Aquello había pasado un mes después de la golpiza de Ernesto, los rumores sobre mi estaban en su apogeo y Beeboy pensó que sería una buena imagen para su grupo que “El Diablo Lawrence” se les uniera, yo supe que eso también apoyaría mi reputación de no-se-metan-conmigo. Las primeras salidas que tuve con ellos no fueron la gran cosa, íbamos por ahí destruyendo propiedad privada, haciendo graffittis y fastidiando a la gente. Apenas el año pasado al Fido (uno de los miembros de los shockanings) se le ocurrió que sería buena idea empezar a robar. Fue como un ascenso en el grado delictivo.

La idea no me entusiasmó demasiado. Me gustaba mi reputación y estar en el grupo me ayudaba a mantenerla, pero nunca encontré mucho placer en todo el asunto de meternos a casas de gente que estaba fuera para robar lo que halláramos de valor. El sistema consiste en vigilar las casas grandes (pero no muy grandes porque seguramente tienen alarmas), esperar a que sepamos que la familia está fuera y luego meternos por alguna ventana.

Tomamos de todo, joyas, aparatos eléctricos, dinero, etc. Las cosas las llevamos a diferentes casas de empeño y si es algo así como celulares, el Moro (otro de los miembros) tiene un primo que nos ayuda a revenderlo. La ganancia de todo esto en realidad no es mucha, lo hacemos porque es divertido. Pero admito que me preocupan las consecuencias si algún día nos atrapan, nunca les he comentado nada a ellos porque no quiero que piensen que soy un tipo débil.

A Jocoy no le gusta que esté en el grupo.

Jocoy podría decirse que es mi mejor amigo. No se lo diría en palabras textuales (no vaya a tomarme por marica) pero de toda la gente con la que me llevo es a quien más le tengo confianza. Lo conocí de una manera medio extraña. El mismo año que entré al Instituto Grijalva él también era nuevo. Ambos veníamos de otras partes y teníamos acentos diferentes, pero el suyo era aún más distintivo porque viene de México. Pensarían que esa es su única cualidad rara pero la verdad es que el tipo tiene muchas peculiaridades. Es buena persona, tampoco tenía muchos amigos antes de mudarse a El Cor por culpa del trabajo de su padre. Le gustan las mismas novelas, las mismas películas y los mismos videojuegos que a mí, aunque diferimos en la música, y seguramente en todo lo demás. Como dije es buena persona, le importa mucho quedar bien con la gente, es medio sentimental (sobre todo con su novia), le puede caer bien a cualquiera y se lleva con todos en el salón, aunque más conmigo, sobre todo porque se sienta justo delante de mí.

-Hola –me dijo el primer día de clases del 2do año, cuando todavía no lo conocía y los dos teníamos trece.

Lo miré de reojo entre el cabello que me caía por la cara y la visera de la gorra. Estaba dibujando en el cuaderno de matemáticas y no tenía ánimos de socializar, ni en ese momento ni después. Volví a lo que hacía y no me molesté en contestarle.

Quién iba a pensar que el tipo fuera lo suficientemente insistente para que, desde ese momento, todos los días empezara a tratar de establecer una conversación conmigo. Cada vez que me veía.

Primero me lo encontraba en el pasillo, me decía hola e intentaba sacar un tema, nuevamente sólo lo ignoraba. Después empezó a sentarse en el asiento vacío frente a mí, todas las clases, preguntándome si había hecho la tarea, qué opinaba sobre no-sé-qué-cosa, etc. No entendía por qué esa insistencia de querer hablarme, nadie se molestaba en fijarse en mí, ni mucho menos trataban de ser mis amigos obviamente porque yo tampoco ponía de mi parte, no tenía el más mínimo interés en hacer amistades.

Pero Jocoy ahí seguía, como siempre, hasta que un día por fin le contesté.

Ernesto Tapia había tomado mis cosas y las había hecho volar por el salón, sólo para fastidiarme. Antes de que me levantara para recogerlas, sin preguntarme, Jocoy lo hizo primero, y me pasó todo lo que tenía regado por el suelo mientras el resto del salón solamente se había quedado viendo. No lo entendí.

-…Gracias –le dije, tomando uno de los cuadernos que me estaba pasando. No sabía cómo se supone que tenía que sentirme, pero creo que estaba más extrañado por lo que hacía que agradecido. A partir de aquel día empezamos a hablar.

Él siempre ha sido mi mejor amigo, y extrañamente se preocupa mucho por el bienestar de las personas (yo pienso que tiene algo así como un complejo de héroe). Por eso no me sorprendió que aquel día sacara a relucir su desacuerdo con los shockanings.

Les recuerdo que había llegado tarde el primer día de clases, era 6 de agosto y acababa de entrar a la preparatoria.

-¿Por qué tarde?-  me preguntó Jocoy con una pequeña sonrisa.

-Porque me da la gana.

-¿Te diste cuenta de que el Javier estaba hablando de ti?

-No me sorprende, el estúpido no tiene nada mejor que hacer.

El resto del salón me había estado observando cuando entré, como cada año todos tenían la esperanza de que el loco ese del Dila fuera puesto en un reformatorio y no volviera a la escuela para ese semestre. Abreviaron mi apodo de “Diablo Lawrence” a “Dila” cuando se dieron cuenta de que era demasiado largo. No me sorprende que la gente se me quede mirando cuando camino, ni mucho menos que una gran cantidad d alumnos me odien, sobre todo por pasársela preocupados de que vaya a hacerles algo si los escucho hablando mal de mí.

-¿Oye, qué hiciste el sábado que dijiste que no podías ir a mi casa? –preguntó Jocoy con curiosidad. La maestra seguía hablando dándonos la bienvenida pero pocos le estaban poniendo atención.

-Nomás salí con los Shockanings.

Él frunció un poco el ceño.

-La neta yo pensé que entrando este año ibas a dejar por fin toda esa basura.

-¿Por qué lo dices?

-¿Cómo que por qué? Ya pasamos a preparatoria, ¿no se te hace que estás grandecito para seguir haciendo esas cosas? – él es la única persona en toda la escuela que se atreve a hablarme así, pero no me molesta.

-Que te valga mierda, aparte no es como que me va a pasar nada.

-¡Ja! –se rio Jocoy, pero sin una pizca de humor- ¿Según tú no te va a pasar nada? ¿Si sabes que entre más te acercas a la mayoría de edad, peor te va a ir si te atrapan robando una casa?

-Cállate- contesté, observando a mí alrededor por si alguien lo había escuchado.

No porque me gustara mantener la reputación iba a ser tan idiota como para presumir lo que hacía con los shockanings en voz alta. No pienso darle a nadie el gusto de verme en un reformatorio de verdad.

-Pero lo digo enserio –continuó Jocoy-. Tú sabes lo que haces sólo…

-¡Hey! Ya empezó la clase por si no se dieron cuenta –interrumpió la maestra desde el frente del salón.

Apenas la miré y me recargué en el pupitre con toda la arrogancia que pude, pero sin decir nada, no quiero llevarle la contra a los maestros. Jocoy me observaba tratando de no parecer demasiado intranquilo. Sé que le molesta que esté en los shockanings, y la verdad me hace sentir culpable que se preocupe como si fuera mi madre (así es él), pero no por eso voy a dejar el grupo, le sirve demasiado a mi imagen y no hay nada que me importe más que el hecho de que nadie se atreva a meterse conmigo. El miedo y el respeto son poder, siempre lo he pensado.

Cuando sonó la campana para anunciar el receso, yo me fui por mi lado y él por el suyo. No me junto con sus amigos porque son demasiado buenos para mi reputación, Jocoy es la única excepción porque podría decirse que tenemos historia. Así que me voy al patio de la escuela, en las bancas del campo de béisbol es donde me reúno con los otros shockanings, nos juntamos a fumar y planear qué vamos a hacer el fin de semana. En total somos seis; Beeboy, Fido, Kenny, Moro, Marco y yo.

-Hey, ¿estuvo buena la del sábado no? –me preguntó Beeboy, refiriéndose a la casa de la familia García.

-Si casi ni sacamos nada –era cierto, no importó cuántos cajones revisara no pude hallar ni un miserable billete de 50 varos.

-Pues no sé tú pero yo me hallé una sudadera de marca, la que tenía ya estaba vieja –dijo Kenny.

-¿Y a ti de qué mierda te sirve una sudadera si todavía es  verano, estúpido?

-Jódete Moro, nunca está de más.

Seguían hablando y fumando, no estaba permitido en la escuela pero los maestros no pasaban mucho por acá. Yo era el único de ellos que no le gustaba fumar pero decía que era porque tenía asma, lo que pasa en realidad es que no me gusta el aroma.

-¿Oye, vamos a ir al centro el viernes? -preguntó Marco.

Decían que querían comprar unas latas de pintura para rayar terrenos cerca de la escuela Génova número 12, así le llamábamos a poner nuestra firma en un territorio que considerábamos nuestro. El problema es que los de la doce, otra banda parecida a nosotros, ya veían a esa zona como propia. Yo no quería meterme en conflicto con ellos.

-Pues hagan lo que les venga en gana –dije, aunque en realidad no tenía interés en rayar esos terrenos. Me asustaba que iniciáramos una pelea con los de la doce por una tontería como esa.

-¿Entonces le entras? –me preguntó Beeboy. Él siempre era el más insistente en que cumpliéramos nuestras propias expectativas como aspirantes a banda delictiva. Tenía algo parecido a una visión empresarial.

-Como sea –le contesté.

Comprábamos la latas, entre otras cosas de gusto propio, con el mismo dinero que ganábamos dela reventa de lo robado. Por ese lado era muy ventajoso ya que siempre tenía algo de dinero extra para gastar, pero aun así soy cuidadoso cuando compro algo. Tengo mis ganancias escondidas en el clóset, y todas las cosas medianamente caras que poseo digo que me las prestaron o las oculto en algún lado. No quiero que mi tía sospeche nada.

Vivo con ella desde los seis años, se llama Katia Tena y es la hermana menor de mi padre. O al menos lo era.

Mi madre, Lorena Clawson, y mi padre, Oscar Tapia,  fueron asesinaron en un viaje de negocios porque alguien sabía que cargaban con mucho dinero. Yo no tenía idea de eso hasta que un día mi tía me contó la verdad, fue cuando tenía doce años.

Ella es como Jocoy: buena persona. La trato como si fuera mi madre aunque es mucho más joven. Acaba de cumplir los treinta años. Cuando consiguió mi custodia sólo tenía veintiuno, me imagino que debió ser complicado por eso le tengo mucho respeto.

Al final del receso no quedamos de acuerdo en nada, pero creí que decidirían sí ir a rayar esas zonas. Muchos problemas iban a venir por culpa de esa estúpida decisión.

A la hora de salida me despedí de Jocoy, me eché la mochila al hombro y me fui por la puerta oeste de la escuela, no tenía que caminar mucho para llegar a la primera parada.

Ese día hacía calor, pero no lo sentía tanto porque siempre llevaba el cabello oculto en la gorra negra, una gorra vieja y gastada que jamás me quito. Lo llevo así francamente porque me avergüenza que la gente sepa que tengo el cabello es largo, me gusta de esa manera pero odio que se me queden mirando como si fuera algún artista marica que quiere llamar la atención con un corte así. No lo soy, simplemente me gusta y no tengo por qué darle explicaciones a la gente.

Estaba jugueteando con el anillo de plata que tengo en la mano derecha cuando pasó el camión.

Me subí, tengo que tomar dos autobuses para llegar a la cerrada en la que vivo pero me gusta más el primero porque tiene aire acondicionado. Es lo malo de una ciudad tan grande, muchos sistemas (como el de transporte) son una mierda.

Bajé a esperar el segundo camión en la calle del Sol. El sudor me caía por la frente.

Estaba impaciente porque llegara el autobús de la ruta 108 cuando algo me llamó la atención.

No fue la vieja con el montón de bolsas del súper que estaba a mi lado, no fue el auto que pasó con la música a todo volumen, no fueron el par de tipos de la escuela privada que se estaban peleando detrás de mí.

Fue un sentimiento extrañó que me golpeó cuando lo miré de reojo.

Como dije, hay muy pocas cosas que me asustan en este mundo y odio la sensación que te causa el miedo. Es como no poder respirar, te quedas sin aire, el corazón parece que se te va a escapar por la boca, no sabes qué hacer con las manos y lo único que quieres es que todo termine. Conozco perfectamente bien lo que es tener un terror por completo irracional que no te permita hacer nada. Es ridículo, vergonzoso y puedes llegar a odiarte a ti mismo por no poder controlar algo tan imbécil como esa sensación.

Fue parecido a lo que me pasó en aquel momento, pero de una naturaleza completamente diferente a la que me provoca la fobia.

Estaba sentado en la parada, con la mochila vieja sobre las piernas y la mirada fija en el anillo de plata. Ignoraba a los tipos que se gritaban y fingía que no estaba viendo a la vieja de las bolsas para no sentirme obligado a ofrecerle ayuda. El auto con la música de mal gusto dobló en la esquina, el camión todavía no llegaba. Mi curiosidad por ver quién era el tipo patético que escuchaba esa basura a tan alto volumen me hizo levantar la cabeza.

El reflejo del sol causó que por poco no alcanzara a mirarlo, me cubrí el exceso de luz que la gorra no tapaba y bajo la sobra de mis dedos vi una figura alta que caminaba despreocupadamente delante de mí.

Era tan grande que no pude simplemente ignorarlo.

No sé si se dio cuenta de que lo miraba o si sólo volteó por casualidad, pero el punto fue que nuestras miradas se encontraron y la extraña sensación parecida al miedo me dejó sin respirar.

Lo conocía.

Joder, estaba seguro de que lo conocía.

Pero no tenía idea de quién era, mucho menos de por qué me emocionaba tanto verlo.

Quién iba a pensar todo lo que provocaría el hecho de que mi parada del camión fuera precisamente en ese lugar, que yo me encontrara ahí precisamente a esa hora y que él hubiera decidido desviar su camino precisamente aquel día.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¡¡Muchísimas gracias por leer hasta aquí!! 
Todas las críticas son aceptadas y si les interesa postearé pronto el siguiente capítulo.


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