Le había visto pasar decenas de veces por el pasillo. Siempre iba solo, pero mantenía una sonrisa en sus labios. Todo el mundo se metía con él por ser un chico extraño. Mis amigos también lo hacían. Yo trataba de defenderle, pero solía acabar cayendo en el mismo juego que ellos por temor a las represalias. Muchos días les odiaba, pero no podía soportar la idea de quedarme solo, por lo que me tocaba aguantar a ese grupo de imbéciles que se creían moralmente superiores al resto del mundo sólo porque el resto les temían. Tenía que alejarme de ellos.
Un día cualquiera, tras haber terminado un examen del que no estaba muy orgulloso, decidí saltarme las clases siguientes, ya que no tenía ninguna gana de aguantar otra hora de charla de un profesor que lo único que lograría seria que me entrara por una oreja y me saliese por la otra. Se notaba que el curso estaba acabando y que las vacaciones de verano se aproximaban, ya que un sol ardiente lo bañaba todo con su brillante luz.
Me escondí tras uno de los edificios más alejados y me encendí un cigarrillo. Inhalé el humo y lo retuve unos segundos en mis pulmones antes de soltarlo lentamente. Y entonces fue cuando le vi.
Estaba agachado, mirando atentamente las flores de brillantes colores que crecían junto a la verja. Su menuda figura lo parecía aún más con el uniforme dos tallas más grande que llevaba puesto. Su larga y rizada cabellera negra resaltaba notablemente contra su pálida piel. Había oído mil cosas sobre ese chico, la mayoría malas. Pero en esa posición parecía inofensivo.
Me acerqué por detrás y le observé atentamente, aún con el cigarro en la boca.
-Creía que los niños buenos no hacían pellas- dije, haciendo que él se sobresaltara. Se giró lentamente y me miró con la cabeza ligeramente inclinada. Al ver que era yo suspiró aliviado y volvió a prestar atención a las flores. Eso hizo que me empezara a enfadar.
-¡Eh! Te estoy hablando- dije levantando la voz. Él volvió a girarse hacia mi y me dedicó una leve sonrisa.
-Lo sé, te he oído- dijo quedamente.
-¿Cómo te llamas?- le pregunté mientras me acercaba un poco más a él.
-Meto- respondió suavemente. Le dediqué una sonrisa.
-Yo soy Koichi-dije. Y vi cómo se hacía más amplia.
-Lo sé- murmuró antes de volver a darse la vuelta para continuar su tarea de observar exhaustivamente las flores. Meto era un chico extraño, pero a la vez era terriblemente adorable. Era de ese tipo de personas de las que no estás muy seguro de como calificar.
Le miré atentamente, mientras él continuaba con sus flores y yo fumando mi cigarro. Sin haber cruzado más que un par de palabras, sentía que Meto me había conquistado por completo y no podía permitir que nadie lo supiera jamás, ni siquiera el propio Meto.
Tiré el cigarro al suelo y lo aplasté, antes de irme sin despedirme. Tenía que alejarme todo lo posible de aquel chico o lo acabaría lamentendo