La sed venganza ha estado presente en el ser humano desde tiempos remotos, como fiel compañera. Este sentimiento ha logrado envenenar muchas almas, sin que nadie pudiese salir de ese eterno círculo de rencor.
El año era 87 a.C., el emperador Sujin estaba al poder. Kenshi Sukimoto, era uno de los generales al mando de las tropas del monarca. Vivía con su bella esposa y su pequeño hijo.
Tras regresar de una larga batalla por conquistar nuevos territorios, Kenshi supo que su mujer le era infiel y su pequeño ya no lo reconocía como padre. Tal fue su dolor que huyó a las montañas y se refugió en una fría y oscura cueva. Maldijo a todos quienes le habían hecho daño y empezó a llorar amargamente.
No muy lejos de donde estaba, logró divisar en el suelo un objeto resplandeciente. Era pequeño, circular, y le calzaba perfectamente en su dedo anular derecho. Parecía una joya valiosa, y el hombre no pudo resistirse a su encanto. Al ponerse el anillo sintió una cálida brisa recorrer su cuerpo.
Poco a poco aquel demacrado y humillado Kenshi quedaba en el olvido. Empezó a sentirse vigorizado y lleno de energía, poderoso e indestructible. Tantas emociones y solo una idea: Vengarse.
Kenshi, ya no era dueño de sí, la venganza tomó posesión de su cuerpo. Era un extraño poder que buscaba justicia por las humillaciones y desaires de la vida propia. Lo que no sabía era que ese anillo traía consigo desgracia tras desgracia.
Perdió a su esposa en un intento de buscar destruir su infidelidad, su hijo yacía muerto junto al cuerpo de su madre, el miedo que la sola mención de su nombre provocaba lo dejó en la más profunda soledad.
Pobre y sin ser ni la sombra del hombre que aquel anillo había convertido, se deshizo del anillo maldiciéndolo. Se quitó la vida luego de años habiendo gobernado esa región como el tirano y poderoso mago SHITSUREN.
El rumbo del anillo es incierto, sin embargo macabras historias se han escuchado a lo largo del tiempo. Muchos fueron dueños de aquella maldición, tuvieron desgracia tras desgracia, cumplieron su deseo de saciar su sed de venganza. Mas el anillo cobra su parte, y estando en la cima los hacía caer.
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“Tanto se dijo, tanto se prometió… tanto se mintió. Hoy en día no eres más que un estorbo de recuerdo. ¿Por qué no te puedo odiar? ¿Por qué me sigues importando? Si tan sólo pudiese hacerte sufrir para que sepas lo yo que yo sentí. ¿Acaso no te conmovieron mis lágrimas? Lloré varias noches por ti. Nada tiene sentido ahora, y mi soledad me carcome el alma. Heme aquí, confiando sólo en el papel, desahogándome con un pedazo de materia no viva. Mi máscara es fría por fuera, tú me hiciste lo que soy. Tú…”
- ¡Hey! ¿Nos vamos ya?
Aquella voz hizo que cerrara abruptamente el cuaderno en el que escribía.
- ¿Eh? Oh, sí, vamos.
- ¿Qué escribías? –indagó un curioso Jonghyun- Te veías muy concentrado en eso.
- Nada importante Jonghyun, no seas curioso. Vamos, se nos hará tarde.