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Si pudiera... por Fyenne

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                “Verdaderamente no sé qué es más estúpido y retorcido de todo esto. Que estoy varado en la era vikinga, pudiendo recordar mi vida pasada (¿O futura?) o el hecho de que tengo la clave para revertir este ridículo hechizo, pero estoy encaprichado con algo más importante (Para mí, al menos) ¿Qué? Ah, sí. Pues resulta que metí mi hermosa nariz en un lugar que no debí, y una maniática me ha maldito, o algo por el estilo.  Al menos eso es lo que estoy intentando creer para sentirme menos culpable, pero lo que yo creo… es que metí la pata más a fondo que de costumbre.

Recapitulemos. Mi nombre es Kleng, y tengo 17 años. Bueno, siempre me dijeron que era una edad complicada, pero no puedo creer lo jodidamente complicada que es mi edad por estos lados. En fin, no es el punto. Logré tomarme un respiro para sentarme a anotar esto, ¡Lo que me costó encontrar algo para escribir! (No quieren saber con qué estoy escribiendo, pero vino de algún animal.) Para peor de los males, aquí todos escriben extraño… sinceramente nunca me interesó saber ni un poquito sobre runas, mal que hice…  ¡Kleng, concéntr-

 

El joven de rubios y alborotados cabellos guardó rápidamente el trozo de tela en el talón de una de sus botas. Guardó silencio, y tras no escuchar sonido alguno, comenzó a limpiarse la mano izquierda, la que había utilizado para escribir. Tomó aire, y caminó distraídamente hacia la salida, encontrándose así con un joven un poco más alto, que le obstruía el paso.
                —L-Leidolf —susurró el chico, tras encontrarse de sorpresa con la persona menos indicada.
                Leidolf se acercó rápidamente al chico, sin darle tiempo a comprender qué quería, lo tomó del mentón y lo miró fijamente.
                Kleng no pudo evitar acercar su cuerpo al más grande, extrañaba el contacto con su novio no-reconocido, y dejó que sus memorias viajaran al pasado, a su vida anterior por un momento.

 

Grünerløkka, Oslo, Noruega
                Septiembre 2013

                El otoño estaba ya golpeando las puertas de todos los hogares, reflejándose en cada una de las hojas que se amontonaban. Kleng caminaba a paso lento, con la cabeza gacha, escuchando el crujir de las hojas bajo sus pies. Quería escuchar cualquier cosa, lo que fuera, con tal de no escuchar el grito de un joven que lo llamaba por su nombre a sus espaldas.
                — ¡Kleng! —exclamó el joven de oscuros y largos cabellos — ¿No me escuchabas? Te vengo llamando desde la otra cuadra.
                — Ah, lo siento — se disculpó con falsedad —no te escuché.
                Kleng siguió su camino hacia la escuela, y su amigo le siguió la marcha. ¿Por qué era tan persistente? Se preguntó Kleng, no le gustaba tener un perro faldero. Leidolf hablaba, y hablaba, y Kleng solo asentía, pretendía escuchar.
                — ¿Me estás escuchando? —le cuestionó el joven de ojos azules — estás muy distraído hoy.

Kleng no contestó, pero se quedó mirándolo a los ojos, lo que quería evitar, el motivo de su silencio. Esos ridículos pensamientos que aparecían en su mente cada vez que estaba cerca suyo.
                — ¡No pasa nada! —rió de repente, golpeando fuertemente a su amigo en el hombro —¡Nada, de nada, de nada!
                Kleng comenzó a correr en dirección a la escuela, riendo y burlándose de Leidolf por ser tan lento, mientras este reclamaba que no había sido justo. Al llegar a la escuela, miraron sus relojes, y notaron que aún era temprano.
                — La carrera sirvió de algo, ¿eh? — se burló Kleng.
                — Carrera que, — contestó Leidolf molesto — hiciste trampa.
                Kleng siguió burlándose de Leidolf, alegando que era un mal perdedor, hasta que guardó silencio.
                — ¿Qué pasa? — le interrogó Kleng, aún burlándose — ¿Admitiste tu derrota?
                Leidolf permanecía callado, simplemente se limitó a mirar al interior de su casillero, al que se aferraba fuertemente como si  algo lo detuviera. Levantó la miraba, y miró a su amigo, quien lo miraba expectante, ansioso por seguir la tan amistosa discusión. Finalmente volvió a mirar a su casillero, tomó aire y volvió a mirar a Kleng, quien había comenzado a cambiar su expresión.
                — ¿Estás bie….
                Pero fue callado por los labios de Leidolf, que se posaron fuertemente sobre los suyos. Su amigo, el que últimamente es el culpable de tan vergonzosos pensamiento,  y los que, al mismo tiempo, quería evitar pensar.
                — Lo siento, —susurró Leidolf al separase un momento —no lo resisto.
               

Con ese fugaz recuerdo Kleng volvió a la realidad, a su realidad, por más irreal que le pareciera, añorando los recuerdos de hace dos años. Extrañando a su vida anterior, a su Leidolf. El de esta época simplemente lo abrazó, y le susurró al oído.
                — Lo siento, no puedo permitir que te hagan daño.


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