Corrían los primeros días del nuevo milenio. La familia Oh llegó para pasar sus vacaciones en aquella ciudad costera. El más pequeño corrió desde la puerta de la pequeña cabaña que habían alquilado hasta el mar, justo al frente de esta. Su madre preocupada corrió detrás de él, solo para vigilar que no se metiera al mar solo.
El pequeño SeHun era un niño muy activo e inquieto, siempre haciendo preguntas y pidiendo de salir a jugar. Amaba reír y hacer reír a sus padres y hermano. También amaba ensuciar su ropa, molestar a sus maestras y hacer bromas con sus amigos.
El viaje a la playa había sido un completo sueño para él. Salir de la ruidosa ciudad de Seúl para encontrarse en la tranquila soledad del mar. Era la primera vez que lo veía. Sin miramientos se sacó las pequeñas zapatillas, al igual que las medias, tirándolas por el camino. Rió al sentir la extraña textura de la arena en sus pies, pero luego se preocupó cuando comenzó a sentir ese calor doloroso contra sus plantas. Corrió lo más rápido que sus cortas piernas le dejaron y metió sus pies en la fría agua salada, el primer contacto le estremeció, pero agradeció ya no pisar esa inmunda arena que le había hecho doler sus piecitos.
“Nota mental” pensó, “: no quitarse los zapatos en la arena clara.”
Escuchó como su madre le gritaba algo, pero el fuerte ruido de las olas golpeando sus pies no le dejaron oírle.
Se giró con rapidez, cuando una de esas olas un poco más fuerte que las anteriores llegaba a sus pantorrillas, golpeándolo y haciéndole trastabillar y caer. Sintió toda su ropita mojarse y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era su conjunto favorito, sus pantalones negros y remera con la imagen de un murciélago, exactamente la misma ropa que Batman solía usar y que él sabía, tenía sus poderes. Porque en la vida real podía ser Oh SeHun, un simple niño de ciudad, pero muy en secreto era Batkid, el niño murciélago, que atrapaba a los villanos de Seúl con su Batibici.
Miró a su madre con ojos llorosos y ella no pudo evitar soltar una pequeña carcajada. Tomó a su hijo entre sus brazos y lo llevó hasta la cabaña que ahora le pertenecía a su familia.
Dos días habían pasado desde que llegaron al pueblo costero. SeHun no podía estar más aburrido. A cada rato preguntaba a su madre cuando volverían a la ciudad, donde estaban todos sus amiguitos y sus juguetes, con los cuales podría divertirse.
Fue el cuarto día cuando le conoció. Un niño bajito, aunque un poco más alto que SeHun—supuso que por la edad—y regordete, con grandes orejas y grandes anteojos de pasta. SeHun se sentía tan solitario que se acercó, aunque a primera vista le había dado miedo, seguía siendo un niño y su curiosidad aumentaba cuando veía algo extraño, y sin dudas ese chico era extraño.
Park ChanYeol, mejor conocido como Yoda por sus amigos, era el hijo del dueño del complejo de cabañas que la familia Oh había alquilado. Era apenas dos años mayor que SeHun y tenía un hurón de mascota. A SeHun le gustaba molestar al animal cada vez que lo encontraba durmiendo en una de las bancas, el hurón solía retorcer su largo cuerpo y correr por la arena caliente, la cual SeHun nunca más había pisado descalzo, hasta la cabaña que ocupaba la familia de ChanYeol.
El verano siguió avanzando, SeHun y ChanYeol se hicieron cada vez más cercanos. No pasaban un minuto separados, incluso dormían en la misma cama todas las noches, a veces con la familia de uno, o del otro. Se bañaban en el mar, bajo la atenta mirada de sus padres, jugaban en la arena—para ese entonces, SeHun había aprendido que cuando el sol se iba, la arena más alejada del agua no era tan caliente, aunque la que estaba mojada parecía mejor para hacer castillos—, inventaban historias, ambos eran los súper héroes que salvaban la playa de los súper villanos. Batkid, Súperkid y su inseparable amigo, Batihurón, cuyo poder especial era morder a los malos para distraerlos mientras Súperkid lo derretía con su vista infrarroja y Batkid los llevaba a ambos en su Batibici, la cual era en realidad de ChanYeol y le quedaba demasiado grande.
Cada tanto ChanYeol robaba las sábanas de su casa y armaban refugios con ramas en la playa. Varias veces habían planeado dormir ahí, pero casi siempre despertaban en la cómoda cama de ChanYeol, y cuando regresaban al refugio, este había desaparecido. Muchas veces preguntaron como sucedía eso, pero nadie lo sabía. Fue entonces cuando descubrieron que había un súper villano que no habían apresado y debían encontrarlo.
Pero como todas las aventuras, la suya llegó a su fin. Entonces al final del verano, la familia Oh dejó el pueblo para volver a la gran ciudad.
Tanto SeHun como ChanYeol estaban muy tristes, quizá demasiado para haberse conocido por tan solo tres meses, pero así era la vida, y aunque eran muy pequeños, lo entendían.
Lo que nunca hubiesen pensado era que el verano siguiente la familia Oh decidiera volver a pasarlo en aquella misma cabaña. Los niños se volvieron a encontrar felices.
Los años comenzaron a pasar y durante cada verano la familia Oh iba a aquella playa, usaba la misma cabaña y SeHun jugaba con el mismo chico extraño de orejas grandes. Y sin querer sus familias también se hicieron muy cercanas.
Sin embargo, los juegos de niños se transformaron en juegos de video cuando ambos pasaron los diez y, fogatas y cantos a la luz de la luna cuando ChanYeol llegó a cumplir quince.