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*Buscando la verdad* por yane

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Notas del fanfic:

Hola

 

Bueno vengo con algo nuevo ^^ 

no estaba en mis planes pero la historia pudo conmigo. y Bueno creo que me ha gustado un mundo que quiero compartirla con ustedes.

Tengo un mundo de historias las cuales quiero que lean.. pero todo con calma ^^ ... debo decir que esta historia sera algo diferente.

lo siento si a veces no entienden @.@ pero ese es su encanto xD 

 

 

Notas del capitulo:

Hola

 

Como saben yo hago... adaptaciones y bueno este nuevo fic no es la excepcion.

espero que la hisoria sea de su agrado... quizas no se le haga interesante.. pero denle la oportunidad... ^^ 

 

@.@ como dije puede que hayan momentos que no entiendan.. pero es su encanto.

 

Bueno eso es todo : ACLARO QUE EL CONTENIDO NO ME PERTENCE..

sin mas a

leer

 

 

Quizás fuera como una tortura.

No. no era una tortura porque después existía la sensación de pura agonía, como si miles de agujas se clavaran en su piel.

En ese preciso momento, Kibum estaba experimentando lo último. O al menos eso le parecía. Cerró los ojos e intentó pensar en otra cosa que no fuera el sudor que le impregnaba la piel, el techo, que estaba demasiado cerca de su cara y el hecho de que apenas podía respirar en esa claustrofóbica caja.

Nada sirvió. El único pensamiento que ocupaba su cabeza era la certeza de que si no salía pronto de allí iba a volverse loco delante del técnico que se encontraba detrás del cristal a su izquierda.

—Un poco más, Kibum. Genial. Maravilloso. Justo lo que quería oír. Sabía que no debía moverse, que eso solo prolongaría su desdicha, pero esa prueba estaba llevando más tiempo del que debería.

¿Qué rayos hacia el técnico? La paciencia nunca había sido su fuerte. Sus médicos le dijeron que la falta de paciencia seguramente fuera la causa de que no se hubiera muerto, de que se hubiera hartado de esperar a que la luz apareciera al otro lado del túnel y hubiese decidido dar media vuelta y regresar porque se había impacientado.

Kibum no estaba seguro de ese dato: no recordaba luz alguna. De hecho, recordaba muy pocas cosas. Pero gracias al personal del University Medical Center, su «muerte» apenas había durado noventa segundos.

 Noventa segundos que le habían cambiado la vida por completo. No conservaba el menor recuerdo del accidente de tráfico que había convertido su hermoso mercedes en una chatarra. Ni el menor recuerdo acerca del conductor del otro vehículo que se había marchado mientras que el yacía en una fría camilla luchando por su vida. En definitiva, no recordaba nada de su vida anterior.

Pero había aprendido una lección muy importante ese día: había cosas en la vida por las que merecía la pena luchar. Su mente voló a Onew, a su aniversario y a la cena especial que tenía planeada. Siete años... No parecían haber pasado siete años.

 En muchos sentidos, tenía la sensación de que apenas lo conocía. Los últimos meses habían sido un torbellino de pruebas y más pruebas, y mientras tanto tuvo que acomodarse de nuevo a la vida en Tokio y conocer otra vez a su esposo y a sus amigos.

 «Un efecto secundario del accidente», le dijo él, uno que superarían juntos. Salvo que... él viajaba tanto por cuestiones de trabajo que daba la sensación de que debía adquirir ese conocimiento solo. Quería suspirar, pero sabía que no podía. De acuerdo, era un hombre entregado a su trabajo. Adoraba su trabajo. La de su esposo era una pasión admirable. ¿Qué más daba que su matrimonio no fuera perfecto? Nadie esperaba un matrimonio perfecto.

 Pero le habían concedido una segunda oportunidad. Y pensaba aprovecharla al máximo. Se alegró en silencio cuando la máquina volvió a pitar y la mesa empezó a salir del túnel. Terminado. Por fin. Veinte minutos de infierno. Esbozó una sonrisa al pensarlo. El técnico salió de la sala de control y soltó las correas que le inmovilizaban la cabeza y los hombros.

—No ha estado tan mal. ¿Cómo te sientes? Kibum se sentó y se frotó la larga cicatriz que tenía a un lado del cráneo.

 —Como una sardina. El técnico se echó a reír.

—Me lo dicen mucho.

Vas a tener que quedarte un momento mientras comprobamos las imágenes. Asintió con la cabeza, ya que se conocía el procedimiento.  Tras vestirse, se dirigió a la sala de espera, donde los televisores mostraban una imagen surrealista. Varias personas estaban reunidas alrededor de las tres pantallas, con la vista clavada en lo que parecía una zona de guerra.

El miedo le puso el vello de punta a medida que veía las imágenes. La cámara hizo zum sobre los restos de un avión. En la parte inferior de la pantalla se podía ver un letrero con las palabras ÚLTIMA HORA. «El accidente sucedió alrededor de las 10.45. El vuelo 524 procedente de Australia y con destino a Japón se estrelló justo después de despegar. Varios testigos afirman que vieron cómo el avión se convertía en una gigantesca bola de fuego a escasos metros de la pista. Las primeras informaciones apuntan a que no hay sobrevivientes.»

Kibum se quedó sin aliento. Busco en su bolso mientras buscaba entre recibos y barritas de frutas la nota que Onew le había dejado. Los datos de su vuelo y del hotel donde se alojaría para asistir a la conferencia de Australia.

—¿Kibum? ¿Pasa algo? No levantó la vista para comprobar quién le hablaba. Era incapaz de concentrarse. El bolso se le cayó y fue a parar a sus pies con un sonoro golpe. Se hincó de rodillas, rebuscando la nota de Onew. No era el mismo vuelo. No podía serlo. Seguramente estaría aterrizando en ese preciso momento. Se reiría de el cuándo le dijera que había vaciado el bolso en el suelo de la clínica.

 —¿Kibum? ¿Qué pasa? ¿Qué necesitas?

A duras penas, se dio cuenta de que Yerin, la enfermera, lo estaba ayudando. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Movió la cabeza.

—Una nota. La nota de Onew. Tengo que encontrarla. Tengo que... —La encontraremos. Tranquilo. Tú respira. Estoy segura de que todo está bien. Inspiró hondo y soltó el aire muy despacio. Yerin tenía razón. Estaba exagerando. Onew se encontraba bien. Parpadeó para librarse de las lágrimas, escudriñó el suelo y por fin vio la letra torcida de Onew en un trocito de papel, justo a la derecha de su mano. Le temblaban los dedos mientras se acercaba la nota lo suficiente para poder leer las palabras.

Los datos de mi vuelo: ida vuelo # 1498 Vuelta: vuelo # 524 El papel se le escapó de entre los dedos. La habitación comenzó a darle vueltas. Todo se volvió negro.

 El escáner, la cena de aniversario para la que había hecho la compra y los últimos dieciocho meses de su vida, comenzaron a dar vueltas delante de sus ojos, mezclándose con la voz de Yerin, que le llegaba amortiguada y desde una enorme distancia. Solo una cosa tenía sentido. Solo un pensamiento prevaleció. Su vida acababa de dar otro vuelco. Y en esa ocasión, la muerte había ganado.

 

 

—Tienes que comer algo, te lo digo en serio. —Yuki, la vecina de Kibum, dejó una humeante taza de té en la mesa de la cocina, delante de él, antes de sentarse a su derecha. Kibum no necesitaba mirar para saber que Yuki tenía una expresión preocupada y apenada. La mujer adoraba a Onew. Todo el mundo lo hacía. Ninguno de sus amigos sabía que tenía cambios de humor bruscos. Ni que se mantenía alejado de casa a propósito.

 —Gracias. —Con dedos temblorosos, Kibum rodeó la taza, aferrándose a su calidez—. Creo que me pondré a vomitar si huelo una taza de café más.

—El té debería ayudar a que te relajaras —comentó Yuki—. Ha sido un día muy largo. ¿Te apetece un poco de sopa? Kibum negó con la cabeza. Lo último que le apetecía era comer. Se le revolvería el estómago si lo intentaba. Agitó una mano y parpadeó para contener las lágrimas que amenazaba con derramar. No pensaba ceder al impulso.

En ese momento no. Ya se desahogaría cuando estuviera solo. En ese enorme dormitorio en el que estaba acostumbrado a dormir sin compañía.

—No tengo hambre. —Se hizo el silencio en la cocina. Sabía que Yuki no estaba de acuerdo, pero tenía un millar de cosas en la cabeza que nada tenían que ver con la comida—. Dios, Yuki.

 Tengo tantas cosas que hacer. Yuki le cubrió la mano con la suya, que descansaba sobre la mesa. —Hay tiempo de sobra para hacerlo.

—No. Si no me ocupo de todo, me volveré loco. —Se echó hacia atrás en la silla—. No puedo quedarme aquí.

—Tienes que tomarte tu tiempo. No puedes tomar decisiones ahora mismo.

 —No. Esta casa fue idea suya. Vivir aquí... —Cerró los ojos con fuerza—. Él tomaba todas las decisiones importantes de nuestras vidas.

—Era tu esposo. Y tú has pasado por mucho durante este último año y medio, con lo del accidente.

Por supuesto que tomaba todas las decisiones. Es lógico teniendo en cuenta tu historial médico. Su historial médico. La pérdida de memoria. Había sido la excusa de Onew para encargarse de que él nunca estuviera solo. El estómago le dio un vuelco y tuvo que tragar saliva para deshacerse de la bilis que se le había subido a la boca. Se inclinó sobre la mesa y apoyó los codos en ella antes de sujetarse la cabeza con las manos. Sabía que tenía que alejarse de esa casa todo lo posible. Llevaba meses sintiendo esa necesidad, pero había desistido por Onew. Porque su vida estaba allí. En ese momento... en ese momento ya no sabía qué pensar.

—Era Onew quien adoraba Japón, no yo. —Le dolía la cabeza. Esa noche no iba a tomar sus medicinas. No cuando su mente ya estaba abotargada.

—Es tu casa, Kibum. No puedes irte sin más. La familia de Onew está aquí. Se le escapó una carcajada carente de humor.

—Su padre y él llevaban más de un año sin hablarse. Ese hombre apenas acepta que tiene un nieto. No es la clase de familia que quiero para Seunyeol

—En su opinión, era preferible no tener familia. —Prométeme que no tomarás una decisión impulsiva. Por favor. — Sus ojos castaños, rebosantes de preocupación, se clavaron en la cara de Kibum. Yuki no lo entendería. Jamás. No entendería la sensación de no pertenecer a ese lugar, una sensación que llevaba mucho tiempo en su interior. Que llevaba atormentándolo desde el accidente. Y esa noche no era el momento para explicárselo. Kibum le dio un apretón en la mano.

—Te lo prometo. Ahora mismo no puedo pensar con claridad. —Se levantó y se llevó la taza de té, que no había probado, al fregadero—. Necesito dormir un rato. Gracias por todo lo que has hecho hoy. No sé cómo lo haría sin ti. Yuki se puso en pie y le colocó las manos en los hombros.

—¿Te las arreglarás bien esta noche? Seunyeol ya está dormido en su cama, pero podría llevármelo a casa si necesitas estar solo un rato. Kibum miró la escalera que conducía de la cocina a la planta alta de la casa, donde su hijo de cuatro años estaba dormido, y después negó con la cabeza. Todavía no le había contado la verdad. No quería que se enterase por los vecinos.

 —No, gracias. Tengo que quedarme con él por si se despierta. Estaremos bien.

—Puedes contar conmigo para lo que necesites, Kibum. Que no se te olvide. Si necesitas algo, solo tienes que salir.

—Gracias. —Kibum se obligó a esbozar una sonrisa forzada. Tras darle un breve abrazo, Yuki se dirigió a la puerta principal. Nada más escuchar el sonido de la puerta al cerrarse, Kibum se volvió y contempló la casa vacía. Estaba solo. Totalmente solo.

 Desterró el dolor que amenazaba con abrumarlo de nuevo. Aunque casi era medianoche, sabía que le resultaría imposible dormir, bien o mal.

Se dirigió al despacho de Onew. Una vez allí, se sentó tras el escritorio y dejó que la mullida tapicería de cuero envolviera su dolorido cuerpo. Recorrió la estancia con la mirada. La pantalla de un ordenador parpadeaba en el tramo más corto del escritorio con forma de ele. Una foto de un sonriente Seunyeol, tomada en verano, lo miraba.

El despacho de Onew, las cosas de Onew. Casi nunca había entrado allí porque era su habitación privada. Una extraña sensación, muy inquietante, se apoderó de el mientras estaba sentado en su sillón. Encendió la lámpara situada junto al teléfono y ojeó las cartas que había en el rincón del escritorio. Esa tarea tan mundana consiguió distraerlo de los detalles de los que todavía tenía que encargarse y calmó sus destrozados nervios. Facturas,  cartas.

Tiró el correo basura en la papelera que tenía junto a la rodilla y clasificó el correo profesional de Onew en un montón y el correo personal de ambos en otro. Fue a coger el abridor de cartas que solía estar en el lapicero, pero no lo vio. Abrió un cajón y rebuscó en su interior, y, al no encontrarlo, procedió a hacer lo mismo con otro cajón. Lo localizó al fondo del tercer cajón, junto con otra carta sin abrir. Kibum meneó la cabeza mientras una sensación melancólica acrecentaba su tristeza.

Seguramente Seunyeol había metido esas cosas allí. Siempre metía cosas donde no debía. Y Onew siempre se molestaba cuando Seunyeol le cambiaba las cosas de sitio. Claro que ya nadie tendría que preocuparse por eso nunca más. Con más tristeza si cabía, abrió la carta y miró la factura que tenía en la mano. Frunció el ceño al ver su nombre. Cogió el sobre que acababa de abrir. Aunque la dirección a la que iba dirigida era a Onew, era evidente que se trataba de una factura por el tiempo que había pasado el en el hospital después del accidente.

 Un cuadro de balance mostraba que aún se debían diez mil dólares. Onew le dijo que el seguro lo había cubierto todo. Al leer la carta con más detenimiento, se dio cuenta de que no era la factura de un hospital, sino de una clínica privada. ¿Una clínica privada? No podía ser. Él había estado algo más de una semana en el hospital. Cuatro días en coma en la UCI, otros tres antes de que lo trasladaran a planta y después cinco más en la planta de recuperación de cirugía para recuperarse de sus heridas. Miró la factura una vez más. Seúl. No, eso tampoco podía ser. El accidente sucedió en las afueras de Tokio. Volvía a casa tras asistir conferencia de Global de la moda.

 Jamás había estado en Seúl. Las fechas de la factura también estaban mal. Cubrían más de dos años. Le temblaban las manos al dejar la factura en el escritorio. Tuvo un mal presentimiento. Informes médicos. Onew era muy meticuloso con sus archivos. Se volvió hacia el archivador y revisó las carpetas en busca de una con su nombre. Nada. Abrió el segundo cajón.

¿Dónde estaban los documentos referentes a el? La impaciencia se apoderó de él, así como un mal presentimiento que no quería reconocer. Abrió el tercer cajón de un tirón y respiró aliviado al ver las carpetas con la información médica de Onew, de Seunyeol y las suyas. Sí, todo estaría allí. Alguien había metido la pata y le había mandado la factura a la persona equivocada. Abrió su carpeta y la dejó sobre el escritorio, tras lo cual comenzó a examinar el montón de papeles.

La petición de que le pusieran puntos en el pie cuando pisó un trozo de cristal el mes pasado. Informes médicos del doctor Kento, el neurocirujano que lo había estado atendiendo desde el accidente. Documentos y evaluaciones que se extendían durante el último año y medio de su vida, y nada más. Ningún informe de su embarazo, ni del nacimiento de Seunyeol. Nada sobre su estancia en el University Medical Center, donde lo habían tratado después del accidente.

 La documentación tenía que estar en otra carpeta. Algo separado, marcado como «parto» y «accidente». Cerró el cajón e intentó abrir el último. No pudo. Volvió a tirar, pero en ese momento se dio cuenta de que estaba cerrado con llave. Rebuscó en los cajones del escritorio para encontrar la llave. Una extraña sensación de urgencia lo instaba a seguir. Probó con todas las llaves que encontró, pero ninguna encajaba. Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta, buscó por los estantes. Ni rastro de la llave.

Se le subió la sangre a la cabeza, intensificando el dolor punzante que sentía alrededor de la cicatriz. Corrió hacia el dormitorio que tan poco habían compartido y abrió de un tirón los cajones, rebuscando entre calcetines, calzoncillos y camisetas viejas. Tenía que estar en alguna parte. Era imposible que hubiera tirado la llave después de cerrar el cajón. Sus dedos acariciaron las prendas de algodón hasta que por fin dieron con algo metálico y frío. Se le formó un nudo en el pecho al sacar el llavero del fondo del cajón.

Dos llaves una más grande que la otra. Regresó al despacho con piernas temblorosas y se arrodilló delante del archivador. «No lo abras. Olvídate de la llave. Olvídate del cajón. Olvídate de esa ridícula factura. Nada bueno puede surgir de esto. Ya has pasado suficiente por hoy», se dijo.

 Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Antes de poder cambiar de idea, giró la llave en la cerradura. El cajón se abrió con un chasquido. En el interior había una caja metálica alargada. La dejó con cuidado en el escritorio antes de volver a sentarse en la silla y secarse el sudor de las manos con los pantalones. La segunda llave entró en la cerradura de la caja con facilidad. Inspiró hondo y levantó la tapa.

 El interior estaba lleno de informes médicos, evaluaciones y facturas. Sacó cada papel por separado para leer las fechas y el contenido. Todos hacían referencia a una clínica privada en Seúl. Todos mencionaban fechas que iban desde hacía cinco a dos años atrás. Según esos documentos, él había estado en coma casi tres años, no cuatro días. Seunyeol nació por cesárea mientras él seguía en coma. Cerró los ojos. Era imposible. Había sufrido el nacimiento de su hijo: más de veinticuatro horas. Onew le había sostenido la mano durante todo el tiempo. Lo habían llevado al quirófano en silla de ruedas. Onew estuvo con él en cuanto le sacaron a su hijo.

 Se lo había contado todo. Le había contado tantas veces la historia del nacimiento de su hijo que se lo imaginaba perfectamente. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Volvió a mirar los documentos mientras su cabeza se debatía entre lo que le habían contado y los hechos que tenía delante. No había fotografías. No había fotos de su embarazo.

En ninguna parte de la casa. Onew le había explicado que se debía a que detestaba estar embarazado y no quería recordar su aspecto. Sin embargo, tampoco había fotos con el camisón del hospital, sonriente y con su hijo en brazos. Ninguna dándole de comer a su hijo. Había creído a Onew cuando le dijo que se le había olvidado la cámara de fotos el día que Seunyeol nació. Corrió hacia el salón, sacó los álbumes de fotos de la estantería y comenzó a hojearlos. Onew acunando a un Seunyeol recién nacido. Onew bañándolo. Onew dándole de comer sus primeros alimentos sólidos.

 «¡Dios mío!», pensó. Onew sonriéndole en su primer cumpleaños. En todas las fotos aparecía Onew. No había ni una sola de Seunyeol y de el hasta después de su segundo cumpleaños. El pánico lo atenazó. Siempre había supuesto que fue el quien hizo las fotos. Nunca se había planteado otra posibilidad. Se frotó una mano sobre el nudo que tenía en el pecho, intentó encontrarle una explicación lógica a todo eso. No pudo. Onew era médico. Era su esposo. Había creído en su palabra.

 Nunca se le había pasado por la cabeza no hacerlo. ¿Por qué? ¿Por qué le habría mentido? «No, no, no. No puede ser verdad», se dijo. Aunque las piernas amenazaban con flaquearle, regresó al despacho. Clavó la mirada en la evaluación de un neurocirujano cuyo nombre desconocía. «Daños en el córtex lateral del lóbulo temporal anterior como resultado de un fuerte traumatismo. Pronóstico: pérdida de memoria, posiblemente permanente e irreversible.»

Pérdida de memoria permanente. Coma. Tres años. Con lágrimas en los ojos, siguió leyendo los informes. Se le cayó el alma a los pies al ver la firma de Onew en varios documentos. Había sido uno de los médicos de la clínica privada. Concretamente, el médico que lo atendió.

 «No, no, no», se repitió. Jamás le habrían permitido a su esposo que supervisara su recuperación. Jamás. Ni en un millón de años. Él no era doctor, pero conocía las reglas. Sintió un reguero de sudor que le bajaba por el cuello hasta empaparle la espalda. Tenía que haber una explicación. Algo. ¡Cualquier cosa!

 Sacó cada uno de los documentos que contenía la caja, impulsado por la frenética necesidad de saber la verdad. Su mente era un hervidero de preguntas y de recuerdos que ya no sabía si eran ciertos o inventados. Cuando sacó el último papel de la caja, creyó que el suelo se abría bajo sus pies. Le fallaron las piernas y se dejó caer en el sillón.

En el fondo de la caja había una foto. Se le atascó el aliento en la garganta. Con dedos temblorosos, sacó la foto al tiempo que sentía una punzada en el corazón. Era la foto de una niña, de unos dos años de edad. Estaba sentada en una cama rodeada de peluches. La cara de la niña le resultaba inquietantemente familiar.

 Tenía una melena oscura, y los ojos color miel. Sus propios ojos. La misma forma, el mismo tamaño, el mismo color... exactamente los mismos ojos que Kibum veía todos los días en el espejo.

«¡Dios mío! ¡Dios mío!» Se quedó sin aliento. Y en un recóndito lugar de su interior supo que esa niña solo podía ser su hija.

Notas finales:

*-*

 

Diganme una cosa. les llamo la atencion. si... no

le daran una oportunidad. 

 

 

Lo se el nombre del fic esta como medio chafo xD

 

espero rw

 

bye bye


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