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Bésame Mucho por Cachorro De Gato

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Notas del capitulo: Capitulo dos ¡A leer!
•||• Amore mio •||•


Los pedazos fragmentados de un corazón.

Por Lovino Vargas.

Rezaba aquel escrito sobre un montículo de libros corroídos por el tiempo; de paginas amarillentas y letras cuya tinta comenzaba a mermar.

Era un libro que sólo tenía una copia y esta la poseía el mismo autor. Más que un libro, era un diario que le recordaba toooooodo eso que no debía de olvidar. Que le recordaban que no se debe uno fiar de nadie porque cuando menos te lo ves venir, te pegan una puñalada de espaldas. Y duele.

"Los pedazos fragmentados de un corazón". Titulado así por un momento de desamor y desengaño que desembocó a ese titulo tan gilipollas.

—"Nadie va a leerlo, de todas maneras"—se dijo a si mismo.

Y todo hubiera ido de las mil maravillas si no lo hubiera dejado ese día sobre el escritorio. Si Feliciano no se hubiera metido al despacho. Si no hubiera leído las primeras doce paginas o si no hubiera considerado buena idea enviarselo a Antonio.

Y que hijo de puta.

Lovino, cuando regresó y no encontró el libro, se escandalizó por completo. Aterrado y pensando en el peor de los escenarios, corrió hecho una furia a preguntarle a Feliciano no de muy buenos modos.

—Stupido Fratello!—llegó a la habitación de Feliciano, azotando la puerta al entrar.—¡¿Tomaste el libro que estaba en la pila de los libros de mi escritorio?!—Lovino se acercó peligrosamente, medio inseguro medio enojado.

—Vee~.—Feliciano se lo pensó un poco.—Lo tiene España-nii-chan.—dijo finalmente.

El rostro de Lovino se coloreo de ira. 

Salió de la habitación, intentando controlar aquellas ganas de partirle la cara a su Fratello a palos. 
No. …l no era el culpable de nada, sino de ser idiota. Había que tratarlo con cuidado y ponerle un ojo encima todo el tiempo. La culpa era suya; por su descuido de haberlo dejado ahí. 

Ahora, sin embargo, el problema era otro muy distinto.

•||•||•||•||•||•

En Madrid, España, Antonio había recibido un paquete llevado desde Italia.

Su corazón comenzó a acelerarse de pura felicidad y emoción y, con una sonrisa surcando sus labios, leyó el remitente. 

Desde Italia, Feliciano le había enviado el paquete que llevaba una nota simple que pregonaba: "Leelo".

Abrió el paquete y un libro de pasta gruesa emergió del interior. Color rojo, con el titulo grabado en relieve.
No se detuvo a mirar el objeto con más detenimiento y lo abrió en la quinta página. No había notas de autor ni dedicatoria, se iba directo a la lectura y eso le gustó, porque él no era muy dado a eso de leer.

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"No me lo creí en ese entonces. Hice bien en no hacerlo porque meses antes ya lo había dicho. Cada vez que me dice que me quiere no lo puedo creer.

Es una historia larga y muy estúpida de contar, pero como no tengo nada que hacer, voy a ir yendo a contarlo por partes.

Por un tiempo fui cuidado por un español que se llama Antonio, en Madrid. Se iba por mucho tiempo y regresaba con heridas por todas partes. Y yo, como no era bueno en nada, sólo podía vendarle los rasguños y limpiar los cortes.
No me gustaba verlo llegar así, era doloroso y yo [...]

Por espacio de cuatro años acepte mi amor por este individuo y me emocionaba cuando me decía que me quería. Todos los días lo decía y yo no podía mas que sentirme amado y un poquito [...]

Le preguntó a mi hermano si quería ser su esposa.

Yo no dije nada pero en ese momento sentí muchas ganas de ponerme a llorar.

[...]

Y lo peor es que todavía conservo esa clase de sentimientos por él desde entonces. Sin embargo, no quiero verlo de esa manera. Si pudiera borrarlo de mi cabeza así lo haría. Detesto quererlo, principalmente porque nunca será algo reciproco."

El libro constaba de 50 paginas. 

A Antonio le llevó cuatro de ellas comprender de que iba la cosa y cuando terminó de leer, un agujero se le formó en el pecho y en la boca del estomago.

Y su cabeza se lleno del mismo nombre repitiendose una y otra y otra vez en su cabeza hasta que su cerebro hizo "click" y pudo aventurarse a pensar algo coherente. 

Y pensó en Lovino y en su ceño fruncido y sus mejillas coloreadas de rojo. En sus ojos pardos brillando y destilando belleza y luego se los imagina llenos de lagrimas y no le gustó.

Se llevó la mano al pecho y se dijo con convicción renovada que iba a evitar eso. Que no quería que Lovino llorara más y por eso iba a ir y le besaría las mejillas y la frente y lo apretujaría en sus brazos.

Y ese era el plan.

Sin embargo, antes de poder hacer nada, la puerta principal se abrió de un horrísono portazo y pasos apresurados se movieron en su dirección.

Lovino, con el ceño fruncido y los ojos vidriosos se acercaba con molestia muy obvia.

—¿Lo leíste?—comenzó.—¡¿Lo hiciste?!—su rostro cambió a una expresión más bien desesperada.

—Lovi...—España iba a hablar, pero las palabras no salían de su garganta. La verdad era que Antonio no tenía ni idea de como expresar aquello que quería dar a entender. 

—¡Lo leíste! ¡Grandísimo hijo de puta!—su rostro se volvió rojo de pura rabia y cerró los ojos.—¡Eres un puto idiota, bastardo di merda! ¡Vete al infierno pedazo de alcornoque!—los ojos de Lovino se fragmentaron y comenzaron a caer de sus orbes pardos.

Y como impulsado por una fuerza misteriosa, Lovino corrió a refugiarse a la que alguna vez fue su habitación.

Se encerró con el seguro echado y se acomodó en el armario de madera pegado a la pared frente a la cama. Se incrustó con maña en el rincón izquierdo y cerró los ojos. Hecho ovillo allí en el armario, se dio cuenta de que habían pasado años, décadas enteras y él todavía era un crió.

Había escrito un libro con la historia de su desamor único y verdadero pero había cortejado a una sarta de mujeres bonitas.   
Decía poder ser valiente pero cada vez que tenía miedo llamaba por España.

No había crecido ni un poco.

Todavía quería a Antonio y algo dentro de su cabeza todavía le susurraba: "Antonio es así, comprendelo." Lo extrañaba cuando no se veían en mucho tiempo y esperaba ansiosamente sus llamadas.

Lo quería y no podía hacer nada por detener ese sentimiento porque ya estaba bien jodido y hundido en él.

Y pensó un momento que a lo mejor y Antonio no estaba enojado y que él se había ido a esconder allí porque estaba aterrado de que Antonio lo comenzara a odiar.

Y justo en ese momento, el cerrojo cedió a la llave que Antonio sabiamente había mandado a hacer hace tiempo.  
El español entró en la habitación y se recargó en el ropero. Tocó con los nudillos una, dos veces y habló.

—Mi Roma está muy molesto conmigo ¿Qué debería hacer?—Lovino hundió el rostro entre sus piernas.

—Irte al infierno.—habló desde el interior del ropero.

—Si me voy al infierno no habrá quién cuide de Romano.—

—Me puedo cuidar solo.—

No hubo respuesta y Lovino se mordió la lengua. ¿Porqué tenía que hablarle tan reacio a Antonio? 

—¿Sabes? Tengo una historia que contar.—pronunció el español.—Hace mucho tiempo atrás traje a casa a un niño muy lindo, no sabía hacer nada útil y era muy exigente.—España río.—Decía muchas palabrotas y nunca era honesto, pero era la cosita más linda y adorable de todo el mundo.—las mejillas de Lovino se colorearon.—…l tenia un hermano mucho más hábil en muchas cosas, pero había algo en lo que él nunca iba poder ser el numero uno.—hubo una pausa.—Mi Roma era mucho más lindo, Roma era mi numero uno.—

Las mejillas de Romano se encendieron fuertemente.

—Mi Roma creció y se volvió independiente de mi...lo extrañaba tantísimo.—las puertas del armario se abrieron de par en par y Lovino subió la mirada para ver a Antonio sonreír tan radiantemente como siempre.

Sonreír sólo para a él.

—Y me di cuenta que siempre lo quise diferente que a todos los demás.—España se inclinó hasta su altura.—Lo amaba así como uno ama a la persona con la que quiere estar para siempre. Sin pedir nada a cambio y sin poder hacer nada por evitarlo.

Sus miradas se encontraron y se quedaron conectadas.

—Todavía estoy enamorado de él
Notas finales: Bueno, a lo mejor ha sido muy cursi...pero anda, que si no te gustara lo cursi no estarías leyendo esto, pillín~

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