•||• Mi corazón •||•
El rostro de Romano comenzó a ponerse rojo hasta que su cara parecía un tomate maduro.
—Todavía estoy enamorado de él...
Boqueó como pez. Tres veces.
¿Qué iba a decirle?
No sabía qué debía hacer, o decir o siquiera pensar. Todas las ideas bombardearon su cabeza y el corazón latiendo a mil por segundo no parecía ir ayudando en nada en lo absoluto.
Batió las pestañas largas en parpadeos de pura sorpresa, intentando articular palabras que, al parecer, su cerebro formulaba pero de las cuales sólo salían balbuceos de su boca.
—Y-yo...¿Q-que diablos...Tú...An-Antonio...—El corazón de Lovino estaba latiendo tan rápido y tan fuerte y tan inverosímil que si seguía latiendo así, y ponía las manos al fuego, iba a salirse de su lugar, corriendo un maratón, a toda marcha.
—¡Lovi!—exclamó el español, esbozando una sonrisa tan brillante y tan cálida que nada tenia que envidiarle al sol.—Pareces un tomate.—Lovino se lo quedó viendo, avergonzado y, ahora, medio cabreado.
—¡Deja de decir tonterías!
Antonio río levemente. Lo observó con una mirada enternecida y abrió la boca para decir algo.
Y por un momento, Lovino dejó de respirar.
—No sé si verte sea una razón estúpida para estar feliz o una razón para estar feliz como un estúpido.— una risita se le escapó se los labios.—Mi corazón~
Y lo dijo tan melosamente y con ese acento español tan remarcado que regresó a Lovino a la realidad para darse cuenta de que había quedado hipnotizado por los ojos verdes—tan verdes como el césped— que en ningún momento se desconectaron de los suyos propios.
—¿Mi corazón?
—¡Si! Tu sabes, podría llamarte cariño, amor, muñeca...¡El que prefieras!
"¡Oye, oye! ¿No es ese tu corazón el que va corriendo?"
Mi corazón...¡Mi corazón!
Y el suyo salta de alegría que Lovino no sabe si clasificar como peligrosa o como de esas alegrías que te endulzan los días y las noches, con las que sueñas y quieres que nunca se acaben.
Prefiere ponerla en lo segundo.
Aún más cuando Antonio le sonríe así, como sonríe siempre, únicamente para él.
El español se levanta del suelo y le tiende la mano a Romano para ayudarlo a levantarse. Después de meditarlo cuidadosamente, Roma acepta su mano y España lo ayuda a pararse.
Le sigue sonriendo, tan radiante como siempre.
Está feliz, después de todo.
Y está tan, pero tan feliz que sus impulsos y su alocado ritmo cardiaco lo obligan a pasar sus brazos alrededor de la cintura del menor, ciñendolo tan fuertemente a su cuerpo que podrían fundirse en uno solo.
—¡Te amo, Lovi!—le llena la cara de besos pegajosos y dulzones que Romano no es capaz de rechazar.
Y España lo entiende. Que aunque no le diga que él también lo ama, Romano de verdad lo quiere. Que no rechaza la cercanía y que a lo mejor es porque le agrada.
Antonio es una persona calmada y perseverante. Es calmada y alegre y optimista y es de ese tipo de personas que son fáciles de querer.
Y hay una persona.
Lovino es, por el contrario, demasiado flojo y muchas veces pesimista. Se molesta con facilidad y se sabe una sarta de improperios que nunca duda en lanzar. Es difícil de tratar.
Sin embargo, hay una persona.
Una persona que encaja perfectamente con él.
Son diferentes. Como rompecabezas. Tienen esas partes distintas pero que juntas hacen "click" y encajan tan perfectamente que es obvio que fueron diseñadas para estar juntas. Para encajar.
Lovino sonríe imperceptiblemente, pero la sonrisa está ahí; adornando bellamente su rostro.
Y Antonio se dice así mismo que quiere ver más esa expresión.
—¡D-deja de mirarme como tonto!—replicó Romano.
—Pero Lovi~
—Pero nada...me pones nervioso
—Eso significa que te gusto—Antonio ríe quedamente.
—¡P-por supuesto que no! Bastardo Stupido di merda!—Lovino jaloneó para zafase del agarre sin éxito, siendo apresado aún más fuerte.
Y con aquella pequeña batalla floreció aquel romance plantado tantísimos siglos atrás.
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