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Diario de un Mayordomo por SebMich

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07 de mayo de 18…

(No me atrevo a decir lo que realmente pienso.) Hoy comencé a buscar empleo y… Es una suerte que ya haya encontrado uno.  Los mayordomos no son tan necesarios hoy en día como lo eran hace algunos años.  Sin embargo, en mi búsqueda de puerta en puerta, una chica me ha dicho que la mansión Phantomhive buscaba un mayordomo. 

Me encaminé de inmediato hacia el lugar, revisando constantemente el estado de mi frac negro para evitar cualquier arruga. (Honestamente) esperaba encontrarme con alguien mayor.  No obstante, lo que hallé fue un joven.  Dieciocho años a lo sumo con el cabello oscuro y los ojos azules.

-¿Cómo te llamas? – Me preguntó al nomás cruzar la puerta de su despacho. Los otros sirvientes me miraron con pena y no entendía aún por qué.

-Me llamo Sebastián Michaelis. –Respondí y él me miró de pies a cabeza con una mueca torcida. ( Y su cara era hermosa.)- Y si usted me lo permite, desde hoy podría ser su más leal sirviente. – Añadí, llevando una mano al pecho y haciendo una leve reverencia.

-Soy el Conde Ciel Phantomhive. Consígueme una mujer para follar hoy en la noche.  Mi prometida es una dama. – Dijo con sorna.

Sonreí ante la orden que me dio. - ¿Significa eso que estoy contratado? – Fue todo lo que atiné a preguntar.

-Sí, sí.  Ahora lárgate. – Masculló, volviendo a los papeles que tenía en su escritorio y lo que yo imaginaba era su trabajo. 

Sin dudarlo ni un momento, obedecí su mandato y a las seis de la tarde en punto, me encontraba con la mujer de regreso en el despacho de mi amo.  – He vuelto, señor. – Dije, llamando a la puerta con un pequeño golpe aún cuando ésta estaba abierta de par en par.

Ciel levantó la vista y examinó a la chica tal como lo hizo conmigo. La chica meneó sus curvas ligeramente, mostrándole a mi nuevo amo lo que tenía para ofrecerle. – Mmm… Veo que no tienes mal gusto.  – Se puso de pie y avanzó unos cuantos pasos. – Ahora llévanos a mi habitación que  no quiero perder tiempo.

Asentí y, como aún no conocía la mansión, (Ciel de repente creía que llevaba más tiempo ahí de unas horas.) él nos guió hasta su habitación.  Allí le ayudé a desvertise y acostarse en la cama para esperar a la prostituta, quien solo dejó caer su vestido y refajo al suelo, y luego me preparaba para marcharme. - ¿A dónde crees que vas? – Me interrumpió justo antes que pudiera tomar el pomo de la puerta.

-Voy a continuar con mis labores. – Mentí, sintiendo un leve calor en el rostro al verlo desnudo en la cama junto a la mujer.

Ciel rió. – No lo entiendes. Eres mi mayordomo personal.  Tienes que estar conmigo en todo momento.  ¿O es que acaso vas a dejarme solo con una mujer que sacaste de la calle y que podría robarme?

-Eh…  - No entendía de qué venía todo eso pero, quería obedecerle en todo.  No quería perder el empleo.  No quería salir de su mansión. (No quería dejar de verle. )-¿Debo quedarme? – Pregunté dudoso.

-Sí. – Respondió Ciel secamente e hizo como si yo ya no existiera en esa habitación. 

Jaló a la chica haciéndola acostarse sobre la cama y comenzó a acariciar sus senos.  Se colocó en medio de sus piernas y tomó su propio pene con una mano. – Chúpalo. – Le ordenó a la mujer, quien se mordió el labio lista para obedecer.

El ojiazul se sentó en la cama y ella se puso en cuatro, mostrando su trasero y parte de su sexo sin ningún pudor.  Nunca me había afectado el sexo.  Es más, jamás había sentido la necesidad de masturbarme siquiera.  Tenía sexo cuando tenía tiempo de ir a las caballerizas con alguna criada de las casas donde había trabajado pero, más allá solo me dedicaba a trabajar.

Escuché entonces el gemido proviniente de los labios de Ciel, quien se aferraba a las sábanas mientras la mujer le daba una felación.  Nunca había sido de una sexualidad específica pero, en ese momento sentí que mi favoritismo iba con los hombres.  La chica engullía el miembro de mi amo y éste no estaba mal dotado.  Por el contrario, tenía un falo bastante generoso y cuando ella le dejó para ponerse en cuatro en la cama, sentí un deseo muy poco decoroso. Tragué en seco e intenté mirar hacia abajo pero, mi cabeza demandaba más de aquella escena por lo que volví a subir la vista.

Ciel se puso de rodillas tras de ella, sostuvo su falo erecto con una mano y … deseé sentirlo dentro de mí. ( Me siento avergonzado de continuar. )

Mi propio miembro exigió atención en ese momento y traté de no prestarle atención. Sin embargo, podía sentir la erección crecer en medio de mis piernas.  Mientras, mi amo embestía y gemía como loco, profanando el cuerpo de la joven prostituta, quien temblaba ante la fuerza descomunal con que el ojiazul la poseía. - ¡Ahhh! ¡Ahhhh!

Repentinamente las embestidas cesaron y Ciel salió de su interior.  Se veía claramente satisfecho y no le importaba ni un poco si la chica lo había disfrutado o no.

Yo coloqué las manos ligeramente al frente creyendo que así cubriría mi necesidad pero, mi amo la detectó antes que yo pudiera pensar en decir algo siquiera. – Vaya, vaya. – Dijo, bajando de la cama.  La chica lo imitó, tomó rápidamente su ropa del suelo y se detuvo a su lado.  Ciel sin quitarme la vista de encima fue a su buró, tomó unas libras, se las entregó a la mujer y le hizo un gesto para que se marchara. 

Le abrí la puerta y de inmediato Ciel la cerró detrás de ella. – Eres un mayordomo muy pervertido. – Dijo con una sonrisa maliciosa. – Voy a tener que castigarte.

Así, desnudo como estaba, fue hasta su armario y sacó un cinturón de castidad de él. –Bájate los pantalones. – Me ordenó.

-Amo… - Previendo lo que se me vendría, intenté persuadirlo. – Por favor, no me haga esto.  Yo nunca más voy a…

-¿A ponerte duro cuando veas a tu amo teniendo sexo? – Dijo sarcásticamente. – ¡No me digas, Sebastián!  Ahora, obedece.

Sin más remedio bajé mis pantalones y mi amo me hizo un gesto para que bajara la ropa interior también.  Bajé la ropa y mi miembro pareció encenderse más al darse cuenta que se encontraba frente al que causaba el calor en su interior. – Amo… no… - Supliqué.

-Separa las piernas. – Fue todo lo que él dijo. Yo hice como decía y él procedió a colocarme el cinturón, el cual dejaría mi pene enclausatrado en una prisión de cuero mientras dos trenzas del mismo material la sujetaban por mis gluteos para terminar en la espalda.  Ciel colocó un candado al final para evitar que pudiera quitármelo. – Te daré la llave el domingo. – Me dijo. – Es tu día de descanso y ese día no me importa lo que hagas.  Mientras estés en mi mansión no tendrás sexo.

Tragué en seco y asentí. Tenía ganas de tener sexo o por lo menos de masturbarme pero, no tenía otra, tendría que conformarme.

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09 de mayo de 18…

Llevaba más de cuarenta horas con el cinturón y a cada momento sentía que me volvería loco.  Mis sueños estaban invadidos de momentos lujuriosos y cada vez que mi falo tenía una erección, sentía el dolor de endurecerme contra el cuero.  En varias ocasiones tuve que salir de la mansión, ir a las letrinas de los sirvientes y echarme un poco de agua fría. 

Tenía ganas… muchas ganas y, para mi desgracia, ésta crecía cuando estaba cerca de él.  Su piel suave, su rostro fino y sus enormes ojos azules.  Los trajes con los que le vestía en la mañana le quedaban tan bien y yo… sentía el maldito deseo de sentir su cuerpo junto al mío.

¿Qué me sucede? ¿Es que acaso me estoy volviendo loco?

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11 de mayo de 18…

Conforme los días pasaron, mi cuerpo (se acostumbró)… No, en realidad no se acostumbró pero ya me había hecho a la idea que tendría que estar así… Humillado y deseoso hasta el día de descanso. 

No obstante, esa tarde fue algo diferente. 

Después de terminar de limpiar la biblioteca, me dirigí a la cocina para preparar el té de Ciel.  Sin embargo, cuando llegué ahí no había nadie.  Como llevaba tan poco tiempo trabajando ahí, supuse que podríamos tener días de descanso diferentes y que en aquella ocasión era el suyo.

Herví el agua, coloqué el té en el colador y lleve la bandeja al despacho del ojiazul.

-Amo, - Dije llamando a la puerta. - ¿puedo entrar?

-Pasa. – Respondió secamente y subió la vista al verme caminar con la bandeja al interior.  Coloqué la bandeja en la mesa del centro del despacho y tomé la taza y la tetera para servir a mi amo en su escritorio. - ¿Podría hacerle una pregunta? -  Inquirí mientras servía.

-Adelante. – Dejó la pluma fuente en su escritorio y me miró.  Yo sentí nuevamente llegar la sangre a mi rostro pero no dije nada.

-¿Qué ha sucedido con los otros sirvientes?

-Los he enviado a pasear.  – Dijo para luego ponerse de pie y avanzar hasta detrás de mí. – Ahora respóndeme tú algo a mí. -  Ahora que lo volvía a ver de pie, me daba cuenta que con ayuda de sus tacones, Ciel era de mi altura.

-Lo que quiera, amo.

-¿Estás caliente? – Preguntó en mi oído, para luego cepillar sus labios contra él.

Un escalofrío recorrió mi espalda y solo cerré los ojos asintiendo. – Sí…

-Voltéate. – Ordenó.

Me giré y miré a su rostro, a solo unos centímetros del mío.  (Sentía ganas de besarlo. )– Amo… - Susurré, sintiendo el roce de su aliento.  Me había equivocado, ya no podía más.  Mi cuerpo hervía al tenerlo cerca y ahora no podía pensar en otra cosa que ser suyo.

-Llámame Ciel.- Dijo, tomando mi rostro entre sus manos y besando mis labios.  Su boca era dulce.  Mecánicamente dejé la taza en el escritorio y aferré mis brazos a su cintura.

-Ciel… usted es exquisito. – Murmuré contra sus labios, acariciando su espalda por encima de aquel traje elegante.

-¿Y tú Sebastián? ¿Es qué no te has dado cuenta de cuánto me gustas? – Mientras él hablaba, mis labios buscaron su cuello y comencé a besarlo desesperadamente.

-No he podido conciliar el sueño desde que le vi. – El ojiazul detuvo mis besos y me obligó a mirarle al rostro. - ¿Por qué crees que te he obligado a verme haciéndolo? Quería esto, Sebastián.  Quería que me desearas.

-Lo deseo, amo. – Respondí, deseoso de poder decirlo finalmente.

-Quiero que digas “Te deseo, Ciel.”.

Sonreí. –Te deseo, Ciel.

Comenzamos a quitarnos la ropa entre besos y caricias hasta que solo el cinturón nos separaba de estar juntos. – Tendrás que ser solo mío. – Susurró contra mis labios.  Tenía la llave colgando de su cuello en una cadena.  La retiró y removió el candado. – No habrás de olvidar quién es tu amo desde hoy.

-Tú eres mi amo… - Respondí, arrodillándome frente a él y tomando su miembro con mi boca.  El sabor ligeramente salado de su falo mezclado con el perfume fougere que utilizaba.

Ciel jadeó, echando la cabeza hacia atrás mientras aferraba sus manos a mis hombros. - ¡Ahh! ¡Ahh!

Sus deseos cambiaron progresivamente pues, unos momentos después era él quien obligaba a mi boca a ir más rápido al mover sus caderas contra mi rostro. – Mmm… Ahhh… Ponte en cuatro. – Dijo entre jadeos.

Mi pene tenía una erección pero en ese momento volvió a doler a causa del deseo que sentía.  Obedecí su orden y pude sentir como mi entrada palpitaba al sentir que su dueño se acercaba. – Ciel… por favor… - jadeé, mientras me masturbaba con una mano. – Fóllame.

Nunca antes pedí algo así.  En otras circunstancias habría sido yo quien lo hiciera pero, hoy lo deseaba sentir a él. Tenía celos de esa mujer y quería todo lo que ella había tenido.

(Me podría haber sentido infantil, asqueroso.) Pero no, me sentía muy bien.  El sonido de sus testículos cuando chocaban contra mi trasero, la precisión de sus embestidas cuando encontró el punto de clímax en mi cuerpo. Eché la cabeza hacia atrás y pude sentir cómo se derramaba en mi interior y como yo ensuciaba la alfombra con mi propio semen.

Nos acostamos rendidos en la alfombra.  Reímos y nos besamos.  Podríamos haber comenzado así, pero la espera lo había hecho mucho mejor.

 


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