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Perdido en tus ojos. por ChiSutcliff

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Notas del fanfic:

 Este oneshot lo escribrí para el día 17 de mes Muraka, para el grupo de facebook MuraAka fans.

 Los personajes no me pertenecen a mí, son propiedad de Tadatoshi Fujimaki. Yo sólo los utilicé para crear esta historia.

Notas del capitulo:

 Sólo diré que no es una historia bonita ni romántica, es, de hecho, una en donde dejo ver la desesperación que siente un personaje. Tampoco tiene un final feliz, o al menos no uno que se considere realmente como tal. 

Los ojos son las ventanas del alma, suelen decir. Eso lo había escuchado ya un montón de veces y Murasakibara Atsushi ponía eso por completo en duda. ¿Por qué? Eso era muy simple: Conocía a Aka-chin; su mirada siempre inspiraba cierto temor a las personas—o eso decían—puesto que siempre tenía una mirada desafiante. Sin embargo no era así, Seijuurou era alguien por completo dulce y amable.

 

Soltaba un suspiro al pensar nuevamente en eso, en los ojos de Aka-chin, en su mirada. Se echaba a la boca un dulce y alzaba su mirada hasta encontrarse con el objeto de sus reflexiones; analizó una vez más el lindo rostro del pelirrojo, desde sus delgados labios, su pequeña nariz hasta sus bellos y penetrantes ojos. Se sorprendió, la manera en que lo miraba era con reproche, con dolor, o eso creyó Atsushi. Giró su cabeza un par de veces en un intento de obviar aquello, y cogió nuevamente un caramelo, comiéndolo, concentrándose en el sabor de éste.

— ¿Por qué Aka-chin me mira así?—preguntó, aunque eran palabras para sí mismo—. Oye, Aka-chin, ¿quieres un dulce?

Esperó unos segundos, seguro de haber notado un brillo diferente en los ojos del otro, un signo de aprobación, tomaba una golosina y, tras quitarle el envoltorio, lo dejaba en la boca de Seijuurou. Sonreía.

—A Aka-chin también le gustan los dulces—rió—. Pero a mí me gustan más, y también me gusta mucho Aka-chin.

Observó unos segundos la boca del pelirrojo, posó sus labios sobre los de éste; lo besó. Pasaba con cautela su lengua por la comisura antes de introducir la lengua, jugando con la ajena, tras unos segundos alcanzaba el dulce y se separaba llevándoselo consigo.

Tuvo la intención de hacer un comentario, mas no pudo hacerlo; se vio interrumpido por el sonido del teléfono, sonaba una y otra vez, haciéndose imposible para Murasakibara ignorarlo. No estaba seguro, pero juraría haber oído a Seijuurou decirle que fuera a contestar la llamada casi como una orden amable, como solía hacer para convencerle de las cosas.

“Ve a contestar, Atsushi”

—Pero, Aka-chin…

Guardó silencio, pudo notar lo decidido del otro. En sus ojos, ¡ah, esa mirada! Le encantaba, Aka-chin siempre podía ser tan expresivo, podía observarlo con tanta seguridad, un leve reproche y, sin embargo, con tanto cariño. Decido sólo por eso se levantaba perezosamente, saliendo con cierto disgusto de la habitación, con infantil enfado—como un niño obligado a pedir perdón por ser eso lo correcto; eso sentía en esos momentos, esa clase de enfado—.

Contestaba con desgano. Habló con un tono de voz en el que se notaba claramente su hastío, algo irritado. Oyó entonces la voz conocida de su compañero de equipo, Kuroko Tetsuya, quien le preguntaba cosas cortas y precisas; un “¿cómo estás?”, un “¿estás con Akashi-kun?” y un “¿Él también está bien?”. Esas fueron las cosas sobre las cuales le interrogó para luego despedirse de esa manera suya tan propia.

Regresaba algo confundido a su dormitorio, Tetsuya le había hablado tan preocupado—además de sorprenderle que le llamara—, y, a la vez, tan calmado y comprensivo.

“Kuro-chin llamó por llamar, eso debe ser”, pensó. Miró con amor al pelirrojo.

—Atsushi, ven acá, conmigo.

—Sí, Aka-chin—obedecía gustoso.

Llegaba a la cama junto a su pareja y lo abrazaba, lo observó unos segundos y le contestó a las preguntas que le hacía; ¿quién era, Atsushi?, ¿Tetsuya? ¿Qué quería?, ¿Y cómo estaba?, ¿Y los demás?

Contestaba cada vez con menos calma, casi alterado por las preguntas y, principalmente, por la mirada algo herida que el otro le dirigía; como si estuviera feliz, enamorado, pero que algo le molestara, algo que lo hacía tenerle resentimiento, y eso el más alto no lo soportaba. Le parecía como si su Aka-chin no estuviera del todo cómodo, como si algo le quisiera reprochar pero prontamente se arrepentía, dejando ese resentimiento en una mirada que le dirigiría fugazmente; sabía que eso le podía afectar muchísimo más que unas palabras.

Se incomodaba. Alzó su voz tras dirigirle una rápida mirada a los envoltorios de dulces que se hallaban sobre su cama.

—Aka-chin, ¿quieres otro dulce?—decía con voz temblorosa.

—De acuerdo.

—Ten—decía feliz, ¡le encantaba pasar tiempo con el pelirrojo, especialmente si era comiendo dulces!

Se quedaba en silencio unos segundos, tal vez Aka-chin querría hacer algo más que sólo comer dulces. Decía unas palabras para entretenerle:

—Me gusta mucho estar con Aka-chin, y, ¿a Aka-chin le gusta estar conmigo?

—Sí, Atsushi, me gusta.

—Me alegra. Yo a veces me esfuerzo en los entrenamientos sólo para hacer feliz a Aka-chin, también dejé de llevar dulces por eso mismo.

—Eso está bien, pero me gustaría también que lo hicieras por ti, porque es lo correcto.

—Pero, Aka-chin…

—Está bien, lo más importante es que lo hagas.

Sonreía. Estar con el pelirrojo le resultaba ameno, aunque si se quedaba en silencio y se permitía observar atentamente los ojos de Seijuurou toda su tranquilidad de transformaba en una inseguridad única, se perseguía por completo y terminaba alterándose; perdía los nervios por completo, lo cual se transmutaba en una ira incontrolable. La explicación a eso era simplemente lo que Atsushi veía en esos ojos, en esa expresión que se podía traducir fácilmente en un reproche silencioso, callado y casi asumiendo su pesar; le parecía como si Akashi no quisiera realmente estar ahí, como si estuviera sufriendo con él; por él.

—Lo que pasa es que los entrenamientos cansan, además todos somos muy buenos, a excepción de Kuro-chin, y siempre ganamos.

— ¡Atsushi!—decía en un tono algo duro. No añadía nada más, sólo lo miraba fijamente.

—Sólo digo la verdad—hacía un puchero y desviaba su mirada—. Vamos, Aka-chin, sabes que es cierto. Aunque… si crees que estoy mal al pensar eso puede que sea así, después de todo eres muy inteligente. Ahora, Aka-chin, no me mires molesto, no quería hacerte enojar.

— ¿Sabes por qué tengo razón? ¿O sólo lo dices para que no esté enojado?

—Bueno… porque entrenar es importante.

— ¿Y por qué es importante?

—Porque…—intentaba pensar, pero no podía, se ponía nervioso ante la mirada de enfado del otro, era como si realmente lo hubiera herido y le reprochara algo más que su opinión respecto a los entrenamientos—. No lo sé, Aka-chin, pero tampoco es algo tan importante eso, ¿o sí? Yo sólo quiero… bueno… yo quiero estar contigo, quiero estar feliz con Aka-chin.

—Yo también, Atsushi, lo sabes, pero...—bajaba la vista mientras pronunciaba esa última palabra, callaba unos segundos para luego levantar la mirada nuevamente, con una expresión de dolor, resentimiento, incluso algo de súplica. Dijo con voz herida:—Atsushi…

— ¿Qué, Aka-chin? ¡¿Qué?!—decía desesperado. El simple hecho de posar sus ojos sobre los ajenos le producía una extraña sensación de malestar. Sintiendo el ambiente tenso, el aire pesado, sintiéndose el mismo agobiado por la presión en la que esa mirada le hacía sentir, se desesperaba y, sin saber que hacer, su mente se bloqueaba por un segundo.

No recibió respuesta en palabras, pero sí en gestos; la expresión del rostro del pelirrojo era una expresión rayana en sufrimiento y ocultaba tras de sí una ligera súplica de… no sabía bien qué, Atsushi no era capaz de descifrar el significado total de aquella intensa mirada, sólo llegaba a entender que un dolor infinitamente mayor a lo que se imaginaba era lo que su Aka-chin sentía y, además, se lo atribuía a él. Murasakibara no sabía si el otro lo creía o el mismo se culpaba por eso, tal vez por no ser capaz de aliviar su pesar. Sin embargo, fuese como fuese, en él recaía la responsabilidad y, cayendo ya en desesperación, se alejó rápidamente del otro, fijando su mirada en los ojos contrarios; se convenció a sí mismo entonces que todo era por ellos, por los ojos que le miraba y culpaban incesantemente.

—Aka-chin… ¡Ya basta, Aka-chin! Por favor…

—No he hecho ni dicho nada, Atsushi, sólo guardé silencio mientras te observaba—señaló con voz calmada.

— ¡Eso mismo! Basta, Aka-chin, no sé qué te hice o qué pasó, pero deja de mirarme como si yo tuviera la culpa—decía casi en súplica.

La intensidad de la mirada del otro le molestaba, le hacía sentirse inseguro y fuera de sí; era como un niño asustado. Los nervios le hacían desesperarse, su respiración se agitaba y el aire se hacía pesado, su cabeza le dolía y su vista se nubló levente por un repentino mareo. Sin ser capaz de mantener la calma fijaba su mirada en lo único que le llamaba la atención: los ojos de Seijuurou, cosa que era extraña pues estos mismos eran el motivo del repentino terror del que se vio presa nada más sentirse observado de esa manera.

Se sentía mal, la sangre se le helaba ante aquella expresión que era el reflejo del sufrimiento ajeno y la manera de acusarlo de la misma. Su cuerpo reflejaba enseguida el terror que se apoderó de él al sentirse culpado de eso—y una parte de él consideraba eso cierto—; sus manos comenzaron a temblar levemente, en su cabeza sentía un palpitante dolor, le costaba mucho trabajo respirar, se sentía por completo sofocado y se desesperó. Una ansiedad se hizo dueña de él en ese instante. Era imposible quitar la vista de los ojos del pelirrojo pues les temía, ¿por qué? No sabía, tampoco llegaba a comprender de qué modo pues estaba claro que esa mirada no podía hacer más que juzgarlo y podía asegurar que Aka-chin sería incapaz de hacerle algo que le dañara. Entonces, ¿a qué se debía ese horrendo malestar, ese agujero que sentía en el estómago y que rápidamente se le subía al corazón hasta que éste se le contrajera.

—Aka-chin...—decía al momento en que bajaba la vista cubriendo sus ojos, no porque quisiera, sino porque sentía una fuerte punzada atravesar su cabeza. Oyó una pequeña risa, subió su cabeza y pudo ver una curva en los labios de Seijuurou; era burlona sonrisa lo irritó. Entonces perdió el control de sí mismo. Con todos sus sentidos nublados su conciencia quedó fuera.

El techo, las paredes, el piso y todo lo de su habitación se desvanecía y sólo podía ver con claridad el rostro del otro; sus ojos. Le pareció que, al momento de mirar con mayor detenimiento al pelirrojo, Aka-chin era muy lindo, su rostro era el de alguien muy dulce—y es que lo era, siempre tenía una actitud amable con él y cuando lo regañaba por algo no perdía ese aire de amabilidad—, era realmente hermoso. Sintió una adoración por el otro, sabía que lo amaba incluso más que a sus dulces y que lo quería para él—y eso era, de hecho, de una manera que lindaba en lo infantil, y de ese mismo modo actuaba cuando Seijuurou hablaba demasiado con Mido-chin, con un sentimiento de egoísmo y celos que le hacían reaccionar como un niño y, corriendo hasta su Aka-chin, decía o hacía cualquier cosa por captar su atención, añadiendo luego un “Aka-chin es mío” que ocasionaba generalmente que el de anteojos sólo rodara los ojos y se marchara—. Sabía también que era mutuo, que Seijuurou lo amaba mucho, por eso se quedaba en esos momentos con él. Era feliz, tan sólo eso le bastaba para estar feliz, Aka-chin le hacía feliz y junto a él creía ilusamente que todo siempre sería perfecto. Y era por eso que se sentía tan agobiado por la mirada del otro, el sólo pensar que su Aka-chin, su amado Aka-chin, estaba sufriendo y lo culpaba a él le hacía perder la cordura.

Fueron tantos pensamientos, tan lindo encontró a Aka-chin, tan dulce y amable, tanto sintió ese inmenso amor y adoración. Le dolió tanto el sufrimiento en los ojos ajenos y tanto se irritó… Y, sin embargo, apenas sí fue un segundo el tiempo en que sintió todo eso; tantas sensaciones, revelaciones, en tan poco tiempo le abrumaron en sobremanera y así, perturbado, perdió el control de sí, el contacto con la realidad se desvaneció. Con toda su consciencia inhibida sus pensamientos se distorcionaban. Odió entonces la mirada del otro; le producía un sentimiento casi repulsivo mirarlo a los ojos y hallar en estos un reproche tal, un dolor desmesurado, que incluso él sentía como propio. La culpa lo invadía, la desesperación le ganó, pues se sabía inocente—o al menos así se sentía; esa era su realidad, él se convencía de aquello—. ¿Qué hacer? La respuesta llegó como un impulso corporal. Sin pensarlo se movía, actuaba maquinalmente, guiado por el sentimiento más primitivo de su ser, se dejaba llevar por un instinto que le dictaba deshacerse de la amenaza, del objeto causante de su inquietud y malestar: Los ojos de Aka-chin. Habíase abalanzado sobre el pequeño cuerpo del otro para rodear su cuello con su mano, acariciando casi con temor su mejilla con la otra. Dudó unos segundos, lo observó, en la vista del pelirrojo continuaba la misma sufrida expresión; el dolor y acusación. Se exasperó, su respiración se hacía pesada, agitada, lanzaba su cálido aliento en el cuello de Seijuurou. Con una calma no acorde a su real sentir, subió lentamente sus manos, deleitándose con la sensación de la piel del otro bajo su palma; ubicaba sus dedos cerca de sus ojos, muy cerca, bordeando sus párpados, rozando incluso su globo ocular. Dio un suspiro pesado, odiando aún esa expresión que mantenía. Presionó con fuerza. Era cálido, se sentía viscoso, era blando… hurgueteaba un poco más en el lugar, disfrutando la sensación, esa victoria ante la mirada del otro. Satisfecho sacaba sus dedos, llevándose consigo lo que tanto le había atormentado.

Aka-chin era hermoso, incluso con ese vacío en su rostro, con la sangre brotando del lugar que hacía muy poco era ocupado por los lindos ojos que, pese a su belleza, le hacían desesperar. Tomó las manos contrarias entre las suyas, dejó ahí ambas esferas y se encargó de cerrarlas para no ver su contenido; estaba seguro que continuaría viendo odio en esos ojos.

—Son tuyos, Aka-chin—susurró besando su mejilla, apoyando el rostro en su pecho, siempre amó recostarse en el cuerpo de su amado.

Pensó, subió la vista, vio una hermosa sonrisa en los labios del otro. Comprendía que ahora todo iría bien, ya no había sufrimiento en el otro pues era sólo la mirada, era imposible que no fuera feliz si se amaban tanto y estaban juntos.

—Tus ropas están rojas, las mías igual. Iré a traer algo para ayudarte con eso.

Se puso de pie sin esperar una respuesta—aunque estaba seguro de haber oído un “gracias, Atsushi”—, caminó con calma por el pasillo hasta llegar al baño, revisaba el botiquín y hallaba lo que buscaba: las vendas para Aka-chin. Regresó a paso más rápido que en su ida. Ingresó algo aliviado a su habitación, caminó hasta su cama y, tras sentarse, tomaba entre sus brazos el débil cuerpo del pelirrojo. De manera algo torpe pero con cariño rodeaba la cabeza con la venda, repetía varias veces el proceso hasta que la tela dejaba de lucir de un bello carmesí. Sonreía al terminar su labor. Limpiaba el rostro de Seijuurou con un paño limpio, pensó en lo lindo que era y no se resistió ante el deseo de abrazarlo, y lo hizo.

Estuvo unos minutos sin pensar en nada más que su amor por Aka-chin, tal vez fue por lo ensimismado que estaba con eso que no oyó que llamaban a la puerta de la casa, que ésta era abierta pues jamás cerró con llave, ni los pasos en las escaleras, o en el pasillo, ni siquiera se percataba de las voces conocidas tras la puerta. Reaccionó al sentir el golpe en la madera, acompañada de la voz de… Kuro-chin.

—Murasakibara-kun, Akashi-kun—decía en un tono moderado, golpeando con sus nudillos la puerta con poca fuerza. Sin embargo fue la suficiente como para que ésta se abriera.

— ¿Kuro-chin, Kise-chin?—preguntó tras ver a sus amigos en el umbral de la puerta. Tras unos segundos de un extraño silencio habló algo consternado por las expresiones en los rostros de sus amigos—. ¿Qué ocurre? ¿Nos vinieron a ver? Estamos bien, Aka-chin y yo, ahora sí. Antes estaba molesto conmigo, no sé porqué, pero ahora está todo bien, íbamos a comer algunos dulces, ¿cierto, Aka-chin?

Estaba sin palabras, no había nada que pudiera decir, por eso calló hasta oír a Atsushi decir un “¿lo ven?”, uno despreocupado, como si nada malo hubiera ocurrido.

—Eh, Murasakibaracchi, Akashicchi, él no...—no pudo continuar su frase, un codazo en su estómago se lo impidió.

—Ya veo, me alegra que estén bien, nosotros nos iremos entonces para no molestarnos. Vámonos, Kise-kun—se giraba para observar al rubio y arrastrarlo por el pasillo hasta las escaleras como podía, con paso acelerado y con sus piernas débiles. Sin energías para continuar de pie se dejaba caer al pie de las escaleras, apoyándose antes en el pecho de Ryota. Ambos quedaban en silencio sentados en el piso.

—Kise-kun—su voz era temblorosa, sus manos se aferraban con fuerza en el pecho del otro, escondía su rostro en el mismo lugar. No quería hablarle, pero decir su nombre hacía que se sintiera mejor, se percataba de cómo el rubio rodeaba con fuerza y cariño su cuerpo, la calidez de éste le reconfortaba y aliviaba nimiamente aquella horrible sensación; tenía ganas de vomitar, su cuerpo estaba débil y no era capaz de pensar claramente. Intentaba olvidarla, pero la imagen del cuerpo de Akashi volvía una y otra vez, una y otra vez, era imposible que olvidara esa escena. No sólo se horrorizaba con el rostro vendado, la sangre del lugar y el contenido de las manos del pelirrojo, era, más bien, con las marcas de su cuello, lo pálido de su piel, con el silencio ante la pregunta de Murasakibara, aunque era obvio que no iba a contestarle, después de todo las marcas de las manos del otro eran claramente el resultado de mucha fuerza aplicada, era la suficiente como para cortarle a alguien la respiración. Realmente no sabía lo que hace menos de media hora había pasado ahí, ni cómo, sólo sabía que el enfado de Seijuurou, el cual mencionó su amigo, debió acabar mal. También sabía que el otro estaba mal; había hablado como si nada hubiera pasado, dejaba clara su creencia de que su Aka-chin continuaba con vida y, lo peor de todo, veía normal el haber mutilado su cuerpo, el quitarle los ojos vivo—pues así Atsushi lo creía—.

 

Notas finales:

 Sinceramente, espero que les haya gustado y que no me odien por mi maldad. Personalmente quería escribir algo así. Y si sufrieron pues... los invito a leer los otros oneshots de este mes MuraAka, hay unos muy bonitos y de seguro les ayudarán a superar mi maldad.

 *Créditos especiales a la Yuiko por ayudarme con el título. ¡Juntas ganaremos la Winter cup!* 

 

 Quiero decir, y me daré el derecho de hacerlo aunque tal vez no sea correcto, que he vuelto a la vida—por si hay alguien que lee mis otros fics—, estaré más activa. Las explicaciones realmente no corresponden acá.

 


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