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Popular, nerd; lo mismo. por Baozi173

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El primer día en educación inicial alcanzó desprevenido Jongdae. Una mañana su madre lo levantó de la cama y lo obligó a ponerse una camiseta con el nombre de su colegio tatuado en el lado derecho.

Había escuchado a su madre hablar sobre eso más de una vez y la idea de ir y juntarse con otros niños de su edad le pareció maravillosa. Estuvo encantado de conocer su escuela. Claro que todo eso se esfumó cuando a las seis y media de la mañana el niño de tres años desayunó sin ganas su plato de cereal y miró en la televisión programas infantiles de los cuales no sabía su existencia por lo temprano que se transmitían.

—¿Tengo que ir? —preguntó a media lengua llenándose los cachetes de su desayuno.

Su madre se volteó a verlo, dejando de lado la mochila con el único cuaderno que su hijo llevaría su primer día y se acercó a Jongdae sonriéndole tranquila. Tomando asiento a su lado le acomodó el cabello que se caía sobre su frente.

—Jongdae, tienes qué. Si quieres ser un gran hombre algún día tienes que estudiar. Como tu padre. Él trabaja mucho por nosotros y tú también cuando seas grande trabajarás para tu familia, ¿no?

La voz de su madre fue incentiva para que el niño acabara su comida y tomara la mochila en su espalda. Caminó decidido a enfrentarse a su nuevo mundo. Imaginaba que cuando creciera sería un bombero, un policía un o médico. Esperaba que tras las puertas de su salón su maestra le enseñara a usar mangueras para apagar incendios, que le enseñarían a conducir con sirenas o que tal vez su primera clase se trataría del cómo subir a un paciente a la camilla.

Pero no. Cuando el auto se hubo estacionado y su madre le estuvo quitando el cinturón de seguridad del asiento trasero, al caminar hacia la entrada notó que ningún auto de policía estaba estacionado junto a ellos, ni el de un bombero, ni una ambulancia. Vaya decepción.

—No, mamá, no quiero. —le suplicó deteniendo sus pies a mitad de las escaleras.

—Jongdae, ya lo hablamos, tienes que ir.

Pero él no quería entender. Se aferró a las faldas de su madre y empezando un llanto silencioso le rogó volver a casa.

Ella lo tomó en sus brazos y anduvo dándole palmaditas en la espalda. Cuando llegó a su aula, la maestra lo hizo ponerse de pie. Su voz piadosa lo incitó a bajar del arrullo de su madre. Ella se despidió sonriente, a diferencia de su hijo, que lloró incluso media hora después de que la campana sonara.

Y no le fue bien. El primer par de años Jongdae no hizo ni un amigo. Era un niño problemático a decir verdad. Perseguía las niñas hasta el baño, gritándoles y asuntándolas. Los niños terminaban por excluirlo en sus juegos, puesto que Jongdae tendía a tener cierta delicadeza con su persona que ellos no poseían.

Los refrigerios, meriendas y actuaciones iban de la mano de su maestra. Conversaba animoso cuando el salón se hubo vaciado. Él era feliz con eso, su madre no tanto. Esperaba que su niño de cuatro años entrara a la casa para contarle historias de juegos. Que alguna vez su rodilla llegara raspada. Un niño, una niña, lo que sea hubiera hecho feliz a su madre, estaba un poco preocupada por el aislamiento subconsciente que él mismo representaba.

La salvación, la cura, o como lo quieran llamar llegó a sus cinco años, con nombre y apellido. Kim Junmyeon caminó por la entrada del salón, con la mochila bien puesta y todo el cabello peinado con gel hacia la derecha. Un niño engreído debo agregar, que andaba con la cabeza en alto y mirando a los demás por debajo del hombro. Y sí, era un niño de cinco años.

Se sentó derecho en una esquina del salón, las sillas no eran dignas de él porque ninguna era color azul. No quiso hacerlo, no importó cuando la maestra le pidiera que se sentara junto a sus compañeros, durante todo ese día no ocupó la silla que tenía en la etiqueta impresa su nombre.

—Eres malo. —le susurró al oído Jongdae cuando pasó por su lado.

Ya habíamos dicho que Jongdae era un niño problema, bueno, Junmyeon era un buscapleitos de igual manera.

El que fuera el primer día de Junmyeon en esa escuela no impidió que el auto de juguete que tenía en sus manos, azul debo decir, pasara de sus manos por el aire a la cabeza del niño que anteriormente había alterado su tranquilidad. Jongdae chilló por el golpe. Su mejilla le dolía mucho, pero antes de echarse a llorar, tomó la muñeca que su compañera tenía en la mano, quitándosela a la fuerza, para ir junto al niño nuevo.

Los golpes, o la rara imitación de estos, iniciaron con poca fuerza y en una coreografía que los obligaba a dar vueltas por toda el aula. Las niñas asustadas por el escándalo se arrinconaron, viendo al par de infantes.

—¡Niños! —exclamó la maestra con todo el aire de los pulmones cuando entró al salón.

La profesora nunca más volvió a dejar sola el aula.

Pero claro, como toda figura de autoridad, tenía que dar el ejemplo al resto de niños en su clase. Aunque eso incluyera mandar a Jongdae, el niño que la consideraba su única amiga, y a Junmyeon, el que a un no tenía ni amigos, al rincón castigados y gruñendo el porqué de la penitencia.

Ahí mirando a la pared, cruzados de brazos el silencio se hizo más que incómodo. Ambos jugaban con sus dedos, mirándose por el rabillo del ojo. Pasaron minutos tan solo y con ellos llegaron las primeras palabras sin tono agresivo entre ellos.

—Hola.

—Hola.

—Jongdae.

—Junmyeon.

Y así de fácil, y después de tanta espera, Jongdae consiguió el primer amigo que le duraría eternidades. Ellos anduvieron de la mano hasta entrar a la primaria. Llegaron corriendo al portón, esta vez el menor no le lloró a su madre que se quedara. Ella orgullosa volvió a su casa cuando vio a su hijo sonreír alegre, guiándose por el camino sosteniéndose de las tiras de la mochila de Junmyeon.

Había rostros nuevos, aunque eso no importó cuando se ubicaron los dos en los asientos del fondo, evitándose molestias ellos mismos y al resto del aula.

No prestaron atención a las sumas que en el pizarrón se dibujaban. ¿Por qué necesitarían saber sumar llevando? Jongdae estaba convencido de que algún día sería muy famoso haciendo cualquier cosa y no necesitaría la escuela. Y Junmyeon como buen amigo, prometió acompañarlo a conocer el mundo.

El recreo llegó y la diferencia no fue mucha. Después de todo, ese par de cualquier modo, llevaba jugando desde que llegaron. Saltando salieron al patio. Era pequeño, no tanto como cuando tenían cinco, pero un año más tampoco les ofrecía demasiado.

—¡Junmyeon, ven aquí!

Jongdae se adelantó al mayor, tomando asiento en una esquina del patio. Atrayendo hacia él varios de los juguetes regados en el suelo. Estaban siempre ahí, esperando por los alumnos de turno, listos para jugar.

El mayor tomó asiento junto a su amigo, y tomando los muñecos, de esos superhéroes que en ese entonces estaban de moda, comenzaron el juego. Con los efectos de sonido ofrecidos por la garganta de Junmyeon, los personajes volaban con ayuda de sus manos, aprovechado los quince minutos que les ofrecía el colegio como recreación.

Todo hubiera seguido bien. Sin problemas, sin llamadas a sus padres, sin ninguna mancha en su registro de conducta el primer día de clases.

Pero no hubieran conocido a Sehun.

El niño nuevo, que hasta ese momento solo era un personaje insignificante en sus vidas, llegó sin preguntar ni saludar y retiró de las manos de Junmyeon el juguete. Iba dándose la vuelta, para regresar a su esquina en el lado opuesto del patio, cuando el mismo a quien le había robado hace unos segundos se abrazó a su pantorrilla.

—¡Devuelve eso!

—No es tuyo.

El niño quiso continuar su camino, quitándose al que lo retenía, por lo que agitando la pierna y un ligero golpe en la nariz con su rodilla, logró dejarlo atrás.

Y Junmyeon buscapleitos como siempre, tenía que hacer presencia.

Resentido por la acción, y un dolor que pronto se iba expandiendo por sus ojos dejándole lágrimas acumuladas sobre las mejillas, tomó el juguete de las manos de Jongdae y poniendo en práctica su perfecta puntería le dio en la cabeza a Sehun.

Él chilló, llevándose una mano a la cabeza, volteando luego con el ceño fruncido. Junmyeon ya estaba de pie, mirándolo molesto. Empezó un forcejeo extraño. El mayor golpeaba con sus puños, mientras que Sehun le atacaba por las piernas, dándole en las rodillas con la punta de sus pies.

Fue el calor del momento, el no saber que más hacer, o simplemente la imaginación de niños, no se sabe exactamente qué pasó para que Sehun en un ataque de nervios y adrenalina, atrapó con los dientes el brazo de Junmyeon.

Apretó tanto como pudo, haciendo que el contario empezara a gritar.

Los otros niños del patio voltearon a verlos. Junmyeon llorando e intentando sacarse de encima ese dolor tan insoportable que le atravesaba y a Sehun arrugando los ojos por la violencia de su mandíbula.

—Yo, yo, yo… ¡Yo te ayudo!

Jongdae, viéndose de rodillas en el suelo y que su amigo ya no aguantaba el llanto —y de paso ninguna profesora estaba a la vista— se lanzó a clavar sus colmillitos sobre el pantalón, en los bolsillos traseros de Sehun, agitando la cabeza y ajustando el agarre cual perro.

Sí, en la nalga derecha.

Ahora dos de tres gritaban y lloraban.

Fue Sehun el que hizo su primer movimiento, para salvar lo que quedaba de su trasero. Dio una vuelta, soltando a Junmyeon con ella, pero dándole en la mejilla a Jongdae con su rodilla, haciendo que este cayera de costado contra el suelo.

—¡NIÑOS! —la maestra ya tenía suficientes dolores de cabeza.

Pero repito, sin todo esto, Sehun hoy no sería su amigo.

Esa escena les costó una audiencia con las tres madres, claro, después de mandar a revisar los maltratados cuerpos de los niños.

Las madres se mataban. Gritaban e insultaban el colegio en los que sus pobre hijos habían llegado a caer, con tremendas bestias como compañeros de aula, los tres niños miraban con los ojos bien abiertos el escándalo que habían causado.

Sí, tal vez Junmyeon tuviera que usar ese pequeño vendaje por las marcas de dientes que se asentaron moradas en su brazo; y puede ser que Sehun no pudiera sentarse correctamente desde el incidente por el dolor que representaba las vendas en su trasero, pero ¿era enserio tan malo?

—¿Quieren jugar con tijeras aptas para niños? —preguntó Jongdae sintiéndose responsable de aligerar el ambiente, siendo el único sin lesionar, dejando fuera el chinchón en su cabeza.

—Claro. —respondieron los dos restantes.

Junmyeon había presenciado cuando a Jongdae por primera vez se le pusieron las mejillas rosas por un niño. La miraba andar y dar vueltas con los cabellos rosándole las orejas. Él se moría por él, y Sehun se preocupó en hacer que él también se diera cuenta de su existencia.

Así como Jongdae también ha ayudado cuando los niños le buscaban pelea a su mayor, él entraba primero, Sehun no se quedaba atrás y defendiendo al más débil de los tres daba el primer golpe, y más de una vez su madre había tenido que llegar para hablar con su tutora de aula.

Sehun dio su primer beso con una niña cuando cursaba su quinto grado, tenía diez años y quiso concederle el deseo. Se rumoreaba que ella gustaba de él. De su parte no había interés alguno, pero la caridad era buena, y Sehun deseaba practicarla. Así que plantó en los labios de la niña un pequeño beso sin siquiera sonrojarse ante el acto.

Jongdae también lo había hecho, a los once. Fue más meticulosa su elección, quiso elegir a la persona digna de recibir el primer rose de sus labios y fue él quien le robó el suspiro a un niño. Sus rasgos finos y delicados, Jongdae lo consideró más lindo que las niñas, y tomándolo por los hombros se posó por algunos segundos en la boca ajena.

Junmyeon no lo hizo a diferencia de los otros dos. Él quiso esperar, a quien le moviera el piso y lo convenciera de que sonreír al soñar despierto, era lógico.

Así, entre castigos y castigos, cruzaron la primaria.

La secundaria fue donde la mayoría de cosas de quebraron. Aunque inició todo muy bien, y como es lógico, con un castigo de parte de sus profesores. Tal parecía que cada que iniciaban el año con castigos, un nuevo miembro llegaba al grupo. Pues ese año fueron dos los raros que se unieron su primer año de secundaria. Jongin y Chanyeol fueron ingresando a un nuevo colegio, igual que Junmyeon, Sehun y Jongdae.

Un colegio únicamente para alumnos de nivel secundario.

Las primeras clases fueron pesadas y más para un trío de niños que nunca en su vida habían hecho nada bueno, en un aspecto académico. Iniciando con temas más pesados y compañeros que no conocían.

—Sehun, dime que dice en la pizarra.

Jongdae se había sentado en la carpeta del fondo, junto a su menor y con Junmyeon solo frente a ellos. Fue por ese tiempo donde se dio cuenta de que su vista era mala, su madre ya le tenía preparada una cita con el oculista ese fin de semana.

—Solo cópiate de mí cuaderno.

Sehun señaló la hoja que él iba llenando a la par del maestro. No importó si las letras parecieran estar en algún idioma no descifrado, Jongdae imitaba los garabatos como podía. La campana no tardó en sonar, las cosas se movían rápido y eso era conveniente cuando los tres chicos tenían planes para luego de la escuela.

El tan esperado receso llamó a los alumnos como un primitivo pitido y acorde al instinto salieron despedidos por la puerta.

Jongdae, junto al otro par, no quiso bajar a la primera planta. La idea de colegio nuevo, compañeros nuevos y un nuevo horrible uniforme, no les había caído del todo bien. Aun después de la inscripción, no se hubo aceptado del todo que el ambiente cambiaría. Parecía que hasta el aire era distinto. Jongdae se dejó de sentir el rey, la mirada despectiva de las niñas y la poca estima de las maestras. Igualmente Sehun comprendió que su imagen de chico malo se había perdido entre camisas con corbatas azules, como esta nueva institución lo ordenaba. Y por último Junmyeon, más callado de lo usual, andando entre sonrisas incómodas y análisis a gente extraña sin encontrar algo en lo que de verdad estuviera interesado.

Admirando el patio de recreo lleno de preadolescentes corriendo, convencidos de que aún eran niños, no tuvieron más opción que observar.

—¡Hey, ustedes tres!

La voz se percibió en el aire. Sehun, siendo el más cercano a las escaleras volteó antes. La escena que sus ojos captaron lo dejó pensando, hicieron arquear una ceja y dar un golpe a Jongdae, quien a su lado aun miraba por la ventana. Él llamó igualmente a Junmyeon.

Nadie comprendía del todo bien que pasaba.

—¿Quieren probar? Es cómodo.

El extraño, sonriente, les ofrecía lugar junto a él. Sobre su amigo, bien acomodado sobre la espalda baja del más alto quien parecía dormir sobre el escalón cruzado de brazos hundido de nariz al suelo.

—Ya qué. —un poco más animado, Jongdae avanzó y se sentó bajo el cuello del individuo.

—¡Auch!

Despertó de un sobre salto, mirando lo que pasaba, buscando la razón por la que sus pulmones se hundieron un poco. Luego, segundos después, se fueron uniendo Sehun y Junmyeon, entre Jongdae y el otro chico de cabellos cafés oscuros y un tanto largos.

—¡Salte de encima!

Él se agitó, pero el peso de cuatro personas sobre su cuerpo, que igualmente cortaba el oxígeno que sus pulmones podía recibir, no le permitió moverse.

—Soy, Jongin. —se presentó el niño del final del dizque asiento. — Y nuestro asiento humano; Chanyeol.

—No es como si me gustara ser su alfombra. —se quejó el más alto respirando por la boca.

Todo lo contrario a lo que se esperaba, la situación parecía muy normal para todos. Hasta ahora, nadie sabe por qué fue que Kai terminó sentado sobre Chanyeol, o por qué este también se quedó dormido a mitad de la escalera. YiFan, más tarde, interrogó más de una vez la razón, pero el ataque de amnesia impidió que los demás pudieran contestar.

Pero bueno, lo que más resalta de la historia, fue lo que pasó dos minutos más tarde. Cuando en un especie de descuido, mientras Jongdae le hincaba el rostro a Chanyeol —ahí el mítico origen del por qué él era a quien más se molestaba— todo resbaló. Tal vez fue la cera del piso y la mala postura al sentarse de Junmyeon, pero un mal movimiento provocó la avalancha.

Chanyeol y Jongdae no salieron ilesos de eso, rodaron escaleras abajo golpeándose más de una parte del cuerpo. Chanyeol se golpeó la cabeza en la parte posterior y Jongdae se moreteó la mejilla derecha.

Y ahí encontramos la excusa de la maestra para mandarlos a dirección. Nadie, en absoluto nadie, tira de la escalera a dos alumnos el primer día de clases. Al menos, para bien de su nula reputación, el rumor se expandió de una forma un tanto diferente.

«Los muchachos, los nuevos, ¿has oído de ellos? Se lanzaron de la escalera por una apuesta, ¿los viste?» Y nadie los vio. Nadie negó los hechos.

Así empezaron a aceptarlo todo. Todo iría mejorando desde ahí.

Se conocieron mejor, el par de chicos, aunque un poco extraños al principio, resultaban cálidos al tacto. Una extraña sensación de hogar se presentaba cada que estaban juntos. No lo decían en voz alta, era más como un cariño silencioso de cinco atolondrados compañeros de clases que pronto marcaban tendencia, eran el modelo de amistad, los personajes que todos querían imitar. Y el tiempo fue pasando.

Mientras Sehun se acercaba más a Chanyeol, Junmyeon se distanciaba más de Jongdae. Y no es que lo hiciera adrede. Todo fue para arriba en la escuela. Pero tras las puertas de la casa de algunos, las cosas se iban desmoronando.

Fue por ahí, cuando en su mayoría habían alcanzado los doce años. Un ligero golpe en la vida de un niño. Por encima de Jongdae, Sehun, Chanyeol y Jongin, el mejor amigo de Junmyeon se iba de casa para hacer su vida fuera del país. La entrada de las sirvientas en la casa, la distancia que se formaba con su padre, y pronto sentir más cerca la personalidad venenosa de su madre. Digamos, que la escuela era su refugio, y aunque más callado de lo usual, Junmyeon prefería mil veces quedarse a dormir en casa de Sehun a pasar tiempo en casa, notando como parte de su vida empacaba dieciséis —casi diecisiete— años en tres maletas.

También, en esa misma línea de tiempo, podemos notar la llegada de las niñeras. En casa de Jongdae su madre había empezado a trabajar, igual que su padre. Se ausentaba en casa, y como nunca le hizo falta. El niño que aún no alcanzaba el metro sesenta veía como sus padres empezaron a dejar de acompañarlo al almuerzo, y así la transición hasta llegar al punto de no venir a dormir. Jongdae vivió en un vaivén emocional, mudo. Fue el año cuando terminó la secundaria cuando los viajes empezaron, y así su apresurada madurez, o en el caso de Jongdae que se apresuró en construir sus paredes al mundo.

Cosas que duelen, las hay siempre. Junmyeon y Jongdae le ponían esfuerzo en encontrar el cuidado perdido en atención ajena. Sus compañeros, las chicas sobre todo, se la brindaban.

Jongin y Chanyeol notaban las pequeñas heridas de ambos, y siendo ellos conocedores del dolor humano, estaban para dar su hombro, uno donde llorar.

Por qué Jongin recuerda en empañados recuerdos como su madre partió de casa. Su padre le dijo que volvería, que sus vacaciones de la vida eran temporales. Con el tiempo se dio cuenta de que no sería así. Nada de llamadas, ni mensajes, siquiera saludos por fiestas o el cumpleaños de su hijo. La mujer desapareció sin dejar rastro, nada se recordaba de ella más que la colección de libros que en cajas su padre guardaba en su armario. La amaba aun, con gran pasión, con locura, pero ella ya no. Buscaba algo más que dedicarse a la casa, a un niño, quería ser más. Y falta de un matrimonio, puesto que bajo papel nunca se casaron, ella solo se marchó. Empacó y dejó atrás al hombre de oficina.

Jongin lloró mucho, Chanyeol estuvo ahí cuando pasó, aunque eso fue hace muchos años, cuando eran niños. Fueron muchos años después, antes de terminar su primaria, cuando al más alto le pasó lo mismo, viviéndolo en carne propia, las peleas y la amargura del ambiente enrarecido que se formaba en su casa. Cuando su madre le preguntó por primera vez con quien desearía vivir si se separaba de su padre. No confesó de inmediato, pero las respuestas con el tiempo llegaron. Y Chanyeol quedó solo con su padre, ella no se alejó, le siguió el rastro por mucho tiempo. Quería demasiado a su hijo, aunque ya no a su exmarido. Él era un niño grande, y ella una mujer con aspiraciones más allá de un matrimonio escaso. Se aburrió de esperar que su marido creciera.

Malas mujeres habían llegado, el señor Kim nunca se volvió a casar. Seguía esperando a la mujer de la que se enamoró. Y el señor Park amó a su hijo, demasiado, como padre y madre.

—¿Qué les parece? ¡Nos graduamos!

Sí, tal vez nunca dijeron palabras de más de tres sílabas. Pero eso es lo bello de ser joven, ¿no? O quizá eso creían ellos. Porque durante la fiesta de fin de curso pequeñeces como esas no importaban. Entre cosa y cosa, los alumnos abandonaron la fiesta que la escuela les ofrecía y mudaron la diversión a la casa de uno de los compañeros, Sehun.

Sucesos como el beso a los cuadros de la familia Oh no habría que repetirlos, porque lo especial de esa noche pasó cuando gente de todos lados llegó sin invitación. Un joven alto, que recién aterriza en Seúl se había colado en la fiesta, había bebido de más y pronto quedado ebrio.

YiFan debería aprender que el alcohol no le sentaba bien, que era algo que no debía pasar de una botella, pero una chica linda le invitó una, luego él le llevó una a un muchacho a su parecer le resultaría fácil convencer.

Pero nada, todos los ligues se fueron y quedó él, mareado bailando sin. Porque su amigo, o más bien el conocido que lo había dejado ahí, ya no estaba y dudaba volver a toparse con esa gente. YiFan tomó la amistad de muchos al azar, al menos hasta ese momento, ninguno duraba y no esperaba que las cosas en Corea fueran diferentes.

Su vida, allá en China, era incluso actualmente, anónima. No se sabía mucho de ella, era como un misterio envuelto en un acertijo sin variables ni ecuación. Y por lo tanto sin respuestas.

Sabía que su vida era una interrogante hasta para él mismo. Intentaba llenar, inconscientemente un vacío que por sí solo hubo creado hace años. No esperaba encontrar un buen amigo, no otra vez. Pero las cosas, cuando dan su giro correcto, son para bien.

YiFan se entera de esto a la mañana siguiente, cuando cinco chicos a su alrededor, igual de quemados por la resaca, le ofrecieron un par de pastillas y cobijo por el resto del día. Desde entonces YiFan dejó de pensar tanto en su pasado, en esos años perdidos sin compañía verdadera a su lado, descubrió nuevamente las sonrisas de verdad. Y aunque todo lo que dejó a medias seguía acosándolo, y él no hacía nada para repararlo, sabía que no pasaría nada porque siempre estarían ahí para acompañarlo. Desde Jongdae hasta Chanyeol, cada uno de ellos. Fue esa tarde en la que supo a qué academia se inscribiría.

Todo es bueno, YiFan se sintió en casa dos meses después de salir de la suya. Pero como todo tiene un rumbo marcado, como ya lo sabemos, hay cosas que tienen que ajustarse, volver a su lugar. Y para eso hay que dar pequeño empujoncitos.

A veces un salto al vacío.

Yifan, he encontrado un nuevo departamento. Dime, ¿podrías pagar este tú solo?

En el acantilado hay algo más allá del posible final, puede que alguien te enseñe a volar.

 


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