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Verde bosque por fanamorfic

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Notas del capitulo:

Bueno, aquí estoy de vuelta tras... ¿dos años?

Espero que les guste, llevaba mucho tiempo si escribir.

Disfuten.

¿Qué crees que pasa cuando desobedeces las normas? La mayoría de las personas pensarían cosas como. Te castigan. Nada si no se entera nadie. Depende de qué norma.

Mi respuesta es: cualquier cosa. Pero si me hubieran hecho esa misma pregunta hace unos años ten por seguro que esa no habría sido mi contestación. A mi yo de dieciséis años no le importaban lo más mínimo las normas. Eran, como mucho, algo que te habían repetido una y otra vez los adultos.

Me cansaba de oír una y otra vez los sermones de mis padres, profesores, familiares, vecinos… Me reñían. Me castigaban. Me gritaban.  Y eso hacía que fuera cada vez más divertido no hacerles caso.

Sí, muchos pensareis que soy un irrespetuoso o algo así como un delincuente juvenil. Bueno, lo era. Solía meterme en problemas día sí y día también. Alguna vez incluso tuvo que intervenir la policía por alguna pelea en alguno de los pocos bares que había en mi pueblo natal.

Incluso ahora que he madurado entiendo la razón de todos aquellos problemas en los que me metía. Imagino que los adultos también lo entenderían, pero, al igual que yo ahora, no los apoyaban. Y es que, dime. ¿Qué haces si te encuentras en un pueblo ruinoso lleno de viejos del que está prohibido salir hasta que cumples los veinte años? Opción número uno: morir lentamente de aburrimiento hasta tu veinte cumpleaños. Opción número dos: saltarte las normas. Ya sabes cuál fue la opción que tomé.

Como cualquier delincuente juvenil empecé por lo más simple. Desobedecer a mis padres, saltarme clases… Y fui pasando a otras normas, vandalismo… peleas… Pese a todas las veces que me habían gritado y castigado yo nunca cambiaba.

No penséis que era un mal chico. Si bien no hacía caso a los adultos nunca hacía nada que pudiera lastimar física o psicológicamente a nadie. Descartadas las peleas. Esa gente se las buscaba. Probablemente esa fuera la razón de que mi madre nunca renunciara. Siempre tenía la esperanza de enderezarme de una forma u otra. Incluso cuando hasta mi padre empezaba a dudar de mí, mi madre siempre trataba de entender mi punto de vista.

Mi vendita madre. Tan generosa y tan querida. Tan amable. Tan buena. Todos en el pueblo la queríamos mucho. Era la flor más bella entre el polvo y los escombros de las ruinosas casas. Todos lloramos amargamente su pérdida. Un invierno enfermó. Pulmonía. Los médicos lo intentaron todo, pero no se pudo hacer nada. Nos dejó.

Mi padre nunca pudo superar su pérdida. Amaba a mi madre tanto como yo. Y tal y como ella le pidió, trató de ser más comprensivo conmigo. Por la misma razón también me calmé. Empecé a comportarme.

Y de esa forma pasé de la segunda opción a la primera. Empezó mi aburrida vida. Cada día era igual y nunca ocurría nada emocionante. Yo, que me había saltado todas las normas impuestas por los adultos, de repente era un buen chico, parecía haber madurado, y no sabía qué hacer con las horas del día que me sobraban.

Bueno. Había una norma que no me había saltado aún. Ya os lo he dicho. En  mi pueblo existe una extraña norma. Sólo los mayores de veinte años pueden salir del pueblo. ¿La razón? Ni idea. Pero está escrito en documentos antiguos por la mano de uno de nuestros viejos alcaldes. Siglos atrás. Pero, por alguna razón esa estúpida ley no había sido abolida. De hecho, era una de las que más cuidaban que cumpliésemos. Nunca lo entendí. Recuerdo preguntarle a mi padre la razón de esa ley. Me miró muy serio.

“La gente desaparece” me dijo. No entendía bien. “Todos los menores de veinte que han salido del pueblo no han vuelto a aparecer. No se ha sabido nada más de ellos desde que han puesto un pie fuera del pueblo.”

Por supuesto, me pareció que las palabras de mi padre eran exageradas. Probablemente aquellos chicos huyeron de casa y salieron del pueblo para ir a la ciudad, escapando del aburrimiento. Tal y como hice yo. Cuando uno escapa de casa es normal que no vuelva a dar señales de vida.

En cualquier caso, mi madre me suplicó que nunca saliera del pueblo. Y yo se lo prometí. Por mucho que odiara la monotonía y parsimonia del día a día, allí estaba mi hogar. Las personas a las que quería. Aquel odioso pueblo era mi mundo. Y aún no veía razones para salir de él. Sin embargo, tras un año sin mi madre, no aguantaba más.

Decidí ir a la ciudad. No pensaba escaparme de casa ni nada por el estilo. Era una excursión. Saldría temprano de casa y caminaría hasta el pueblo que se encontraba detrás del monte. Al parecer allí había una pequeña estación de autobuses. Sólo tendría que tomar uno hasta la ciudad. Por la tarde haría el trayecto inverso y regresaría a casa con mi padre. Seguro que se enfadaría, pero ya tenía diecinueve años, ya iba siendo hora de conocer algo más que aquel pueblo.

Y así lo hice. La noche antes preparé una mochila con algunas de mis cosas. Una chaqueta, una gorra, un libro para el viaje, algo de comer, un cuaderno, un bolígrafo y el dinero que tenía ahorrado para los billetes. Me levanté temprano y dejé una nota a mi padre asegurándole que antes de que anocheciera me tendría de vuelta. Salí nada más amanecer y tuve cuidado de que nadie me viera. Mi padre no era el único que creía que algo malo me pasaría si salía del pueblo. No quería que mi aventura terminara antes de empezarla siquiera.

Anduve durante unos veinte minutos por los caminos más alejados a las viviendas, así me aseguraba no ser descubierto, hasta que llegué a las afueras del pueblo. Hasta ese punto conocía cada árbol, casa y piedra como mi propio cuarto, pero más adelante… Sentía la misma emoción y nerviosismo que la primera vez que falté a clase. Una mezcla de remordimiento, miedo y emoción que había conseguido mantenerme vivo durante la mayor parte de mi vida. Unos pasos más y estaba fuera.

Salí del pueblo.

¿Qué crees que ocurrió? Nada, evidentemente. No había nada como una maldición por la que si salías antes de tu veinte aniversario te vaporizarías o algo así. Esas cosas no existen en la vida real. Todos lo sabemos. Esas cosas son solo ilusiones que nos mantienes alerta y nos hacen disfrutar de la vida. Nos hacen pensar que quizá pudiera haber algo más. Y eso, en un pueblo como el mío, era imprescindible.

Eso es lo que pensaba entonces. Ahora… Ya no sé qué pensar.

Seguí el camino que llevaba directamente a mi destino. Había tomado una mapa del despacho de mi padre por si acaso, y según este no tenía más que seguir el sendero. Fácil. O eso se suponía. Pero un par de kilómetros más adelante el camino se dividía en dos. Uno se dirigía hacia el monte tras el cual estaba la estación de autobuses. Pero el otro…

Nuevamente sentí el cosquilleo en mi nuca. La emoción contenida de saber que no debías hacer algo, pero que aun así lo ibas a hacer. No sabía a donde me llevaría ese camino. Y la aventura del día pretendía ser un viaje a la ciudad, no un paseo por el monte, rumbo cualquier sitio donde llegara. Pero, por otra parte, ya había probado que no había nada malo en salir del pueblo. Tenía todo el día para perderme y regresar.

Otro día podía ir a la ciudad, me dije. Ni la estación de autobuses iba a moverse de donde estaba. Aunque, bueno. El camino tampoco iba a desaparecer de la nada. ¿O sí?

Tomé el desvío y empecé a andar. No me preocupaba poder perderme, tan solo seguía el camino, lo único que debía hacer si quería regresar era seguir de nuevo el sendero. Así fue al principio al menos. Poco a poco las hojas caídas de los árboles iban cubriendo el camino hasta finalmente hacerlo desaparecer. Me debatí entre seguir adelante y dar media vuelta.

La cuestión era que a esas alturas ya no me daría tiempo a ir a la ciudad y volver. Y siempre había tenido buen sentido de la orientación, incluso en el bosque. Una vez oí a alguien decir que no se descubre nada nuevo si sigues los caminos ya andados asique… Tal vez había tomado el camino equivocado y perdido el tiempo, o tal vez si seguía adelante me encontraría con una aventura que vivir.

Me adentré en el bosque asegurándome siempre de saber cómo regresar. No había nada especial a mi alrededor. Árboles y matorrales por todos lados. No se diferenciaban en nada de los que había detrás de mi casa. No podía evitar sentirme desanimado. Tras cerca de una hora de andar y andar me rendí. Sí. Definitivamente había tomado el camino equivocado. Di media vuelta y me dirigí de vuelta.

Pasó por lo menos hora y media hasta que me rendí. Sí. Tal y como habrás imaginado, me había perdido. Pero no podía hacer nada. Empecé a andar más y más deprisa cada vez. Empezaba a asustarme. Los árboles empezaban a parecerme todos iguales y sentía que me encontraba en alguna clase de bucle, cada vez pasaba por los mismos sitios. Tal vez estuviera andando en círculos, pensé. Lo dudaba, pero ya no sabía que pensar.

Y entonces me choqué. Contra un árbol. Sí, un árbol que cayó al suelo junto a mí tras el impacto. Tenía la corteza marrón y muy suave. Unas hojas sedosas color miel, entre otras rugosas y secas. Cuando me incorporé el árbol también lo hizo, con un quejido.

Nos levantamos los dos y nos miramos a los ojos, los suyos eran azul mar. Me frunció el ceño.

“¿Por dónde mirabas?” me preguntó molesto, mientras desenredaba un par de hojas secas de su pelo.

Vale, no. No era un árbol. Era un muchacho algo más alto que yo, de piel morena, pelo castaño enredado y unos ojos azules hipnóticos.

Me debí de quedar mirándole con cara de tonto, pues hasta yo me di cuenta de que mi boca estaba abierta de par en par y mis ojos se salían se sus orbitas. No sólo no esperaba encontrarme con un chico en aquel bosque, sino que este chico era especialmente atractivo.

“Te has perdido” no parecía una pregunta, y tampoco parecía sorprendido. Tan solo algo preocupado. Bueno. Seguramente no sería el primero que se perdiera por aquella zona. Los turistas suelen desorientarse muy a menudo por el monte. Mi padre participó en unas cuantas batidas por el bosque buscando a algún extraviado.

“Te ayudaré a encontrar el camino” Acepté su oferta. Caminamos por el bosque durante largo rato. No sé cuánto, no llevaba reloj ni móvil donde mirar la hora, se me había olvidado en casa.

Andamos en silencio. De vez en cuando trataba de empezar una conversación con mi nuevo compañero, pero él no parecía muy dispuesto a hablar conmigo. Andaba pensativo, sin rumbo concreto parecía. Me hacía pensar que él tampoco sabía por dónde íbamos. No inspiraba mucha confianza.

Puesto que no tenía mucho más que hacer aparte de buscar alguna pista que me indicara el camino de vuelta me centré en la tarea. Todos los árboles parecían iguales. Nunca me había sentido tan perdido. Era la sensación de andar en círculos y pasar una y otra vez por el mismo lugar. Como si el bosque no tuviera fin y el maldito camino hubiera desaparecido.

El rugido de mi estómago me hizo regresar a la realidad. No sabía cuánto tiempo llevaba perdido, pero el sol seguía en la parte más alta del cielo, por lo que podía ver a través de las hojas de los árboles. Saqué un paquete de galletas de la mochila y le ofrecí a mi compañero. Él miró el paquete de galletas con una expresión extraña, pero finalmente aceptó una. Nos sentamos junto a un árbol a comer.

Estaba agotado, como si llevara casi todo un día andando. Aunque por el sol no parecía más que medio día. Cuando acabamos las galletas mi compañero se giró y se me quedó mirando durante largo rato sin decir nada. Es una sensación incómoda el que alguien se te quede mirando sin decir absolutamente nada. No sabía si apartar la mirada, dejarle espacio, decir algo… Pero sus ojos… Oh… Esos ojos azules…

No me di cuenta de lo cerca que estábamos hasta el momento en que juntó sus labios con los míos. Le separé de un empujón, sorprendido. Él seguía sin decir nada. Me sonrojé ante su mirada penetrante. Me observaba. No de la forma en que miras a alguien que acabas de conocer, ni a alguien a quien ya conoces. Me miraba por completo. Mi tono de piel, el color de mi pelo, mis ojos. Parecía medir mi altura y tomar nota de mi complexión. Pero era más que eso. Parecía querer ver más de lo que se puede simplemente mirando a alguien. Parecía estar buscando algo más. Evaluándome.

Se volvió a aproximar a mí y juntó nuevamente nuestros labios. Por alguna razón esta vez no lo separé de mí. Nos besamos durante un rato hasta que él pareció satisfecho. Rompió el contacto entre nuestras bocas y volvió a mirarme. Alargó su mano y la apoyó en mi mejilla, acariciando mi rostro con su pulgar.

“Pareces cansado. Quieres… ¿Venir a mi casa a descansar un rato?” Su expresión era extraña, pero no lo pensé mucho. Acepté su oferta.

Emprendimos el camino hacia su casa nuevamente en silencio.

“Lo siento”

Supuse que se refería al beso. Le iba a contestar que no pasaba nada, pero él no parecía esperar una respuesta.

Llegamos sorprendentemente rápido a su casa. Después de tanto andar por el bosque uno no pensaba que en lo que parecieron cinco minutos llegaras a algún sitio. Pero así fue. Era una casita no muy grande. Parecía vieja. El musgo había empezado a colonizar la entrada, lo que me hacía dudar de que la puerta pudiera cerrarse. Eso era peligroso. Si tenías la puerta abierta nada impedía a los animales salvajes entrar. Aunque tampoco me había encontrado con ninguna clase de animal en todo el camino. Ni ningún rastro de uno.

Mi compañero me invitó a pasar, serio. Entré y me encontré con una habitación muy sencilla. Una simple mesa con dos sillas, un sofá algo desgastado. Las paredes estaban repletas de dibujos. La mayoría eran retratos. Parecían pintados con los dedos, pero no eran la clase de dibujos que un niño pequeño haría. No. Estos eran retratos increíblemente buenos. Yo jamás había visto algo similar. Aunque había algo peculiar en ellos. Si lo pienso ahora, qué se podía esperar. Unos peculiares dibujos para un peculiar pintor. Más que peculiar diría yo.

El resto de la casa era una cocina tradicional, un desván, un sótano y un dormitorio con una enorme cama y un chico desnudo en ella. El autor de los retratos y dueño de la casa.

El chico tendría no más de quince año, y no parecía sorprendido de verme allí. Era muy pálido y delgado. Pelo castaño de distintas tonalidades. Te entraban ganas de alargar la mano y comprobar su textura. No parecía que una persona pudiera tener esa clase de pelo. Y sus ojos. Verde bosque. Es la única descripción que puedo darte de ellos. Parecían inmensos. Podías perderte en ellos durante toda una eternidad.

El muchacho miró a mi compañero de viaje y pareció decirle algo. A día de hoy no sé qué le habría dicho, pero imagino que sería algo como lo que me dijo a mí hace poco. Se trata de un mensaje sin palabras. Es algo así como un permiso. Como si te diera su consentimiento. Era un mensaje de despedida. Pero yo aún no lo sabía.

El muchacho se levantó de la cama lentamente y se acercó a mí. Me miró muy de cerca. Muy muy de cerca. Le sacaba casi una cabeza, asique se puso de puntillas y rodeó mi cuello con sus brazos. De un tirón me lanzo sin ningún cuidado sobre la cama. Rápidamente se colocó encima de mí y empezó a quitarme la ropa. Intenté impedírselo. Forcejeé con él, pero era increíblemente fuerte y rápido. Grité pidiendo ayuda a mi silencioso acompañante, pero él había desaparecido dejándome completamente sólo.

El forcejeo continuó durante un rato hasta que me di cuenta de que el chico estaba llorando y murmurando.

“Quédate”

Fue una sensación extraña, dada las circunstancias. Pero de un momento a otro pasé de sentir el más puro pánico a la necesidad de consolar al que ahora me parecía un pequeño niño indefenso. Tomé su rostro entre mis manos y le di un dulce beso en la frente.

“Estoy aquí”

Pasamos mucho rato en la cama. No sé cuánto. El tiempo ya empezaba a distorsionarse para mí. Pero hacía ya un rato que el muchacho de ojos verdes se había dormido entre mis brazos y yo empezaba a notar mi cuerpo agarrotado. Decidí levantarme, no me molesté en vestirme siquiera, tan solo tomé mis pantalones del suelo. Salí de la habitación… Y entonces la vi.

Una carta sobre la mesa de la entrada. El muchacho que me encontró en el bosque la había dejado para mí. Se había ido dejándome solo con el chico de ojos verde. Me contó su historia. Y me dejó allí.

“Por favor, cuida de él” leí las últimas palabras en voz alta.

Me giré al notar que alguien me observaba. Era el chico de ojos de bosque. Me miraba como un niño cuando espera que sus padres le den permiso para salir a jugar.

Aquello fue demasiado. Lo que había en aquella carta… No podía ser. Simplemente no era posible. Salí corriendo de la casa. Buscaba a mi silencioso acompañante de ojos azules. Corrí sin rumbo por todo el bosque. Ya no me importaba perderme. Pero aun cuando mis pulmones ardían y mis ojos lloraban por el esfuerzo y el agotamiento de llevar tanto tiempo corriendo, no encontré ni rastro de él ni del camino que me llevaría de vuelta a casa. Me dejé caer de rodillas al suelo, aplastando un par de ramitas secas en el suelo y arañando mis rodillas con ellas. No me importaba. Miré al cielo. El sol seguía en lo más alto del cielo. Con todo el tiempo que había pasado… Pero el sol no se había movido. Como si el tiempo se hubiera detenido.

Sin ningún lugar al que regresar decidí que tal vez debía volver a la casa. No tarde ni un par de minutos en llegar. El niño seguía en la habitación, desnudo, esperando a que regresara. Al verme asomar la cabeza me sonrió muy feliz.

Me sentía abatido. No parecía posible el regresar a casa. Tal y como el chico de ojos azules me había dicho. Sin embargo, cuando veía una sonrisa tan inocente y feliz como aquella… Por alguna razón me sentía reconfortado. Me hacía sentir en casa. Y era completamente incapaz de dejar sólo a aquel chico.

Eso no significa que dejara de intentar salir del bosque y regresar con mi padre. Muchísimas veces recorrí el bosque tratando de memorizarlo para encontrar una salida, pero todos mis intentos fueron inútiles. Además, no podía simplemente irme. No me atrevía a dejar a aquel misterioso chico solo.

Casi nunca hablaba. Se dedicaba a pintar en la cama todo el tiempo. Yo era uno de sus modelos favoritos. Colgué uno de mis retratos sobre el sofá, junto tantos otros. Ver mi rostro entre todos aquellos dibujos siempre me hacía sentir incómodo, pero él parecía muy feliz cuando lo colgué. Rara vez salía de aquel cuarto. Y la mayor parte del tiempo lo pasaba en la cama conmigo.

Cada vez que le proponía salir del bosque se entristecía. Se echaba a llorar y me suplicaba que me quedara con él. Entonces le proponía que viniera conmigo, pero él jamás salía de la casa. Ni una vez le vi fuera. La puerta seguía abierta y jamás vi a ningún animal salvaje colarse por ella. Bueno, jamás vi a ningún animal en aquel bosque. Cuando teníamos hambre salía a recoger algunas frutas y plantas comestibles del bosque.

Nunca conseguí salir, pero me acostumbre a aquel estilo de vida. El tiempo dejó de tener sentido para mí. En todo el tiempo en el que he estado en el bosque ni una solo vez he alzado la vista y he visto el sol en otro lugar que en lo más alto del cielo. Aquello ya no me perturbaba. Si me preguntaras, te diría que he estado perdido durante más de tres año, pero no sé si eso tiene algún sentido. Al fin y al cabo llegué este mismo día hace mucho tiempo a esta casa en la que ahora te encuentras tú. Ni siquiera he encontrado signos del paso del tiempo en mi cuerpo o en el de él.

Sé que muchas partes de esta carta te son familiares. No sé cómo o por qué has llegado a este bosque. Lo único que sé es que te encontré  perdido en él al igual que yo lo estaba cuando llegué, el día de hoy, hace mucho tiempo. Te traje a esta misma casa y te presenté a este curioso chico. No sé qué habrá ocurrido entre vosotros, pues no me quedaré tanto tiempo como para descubrirlo.

Lo siento. Pero es tal y como el chico de los ojos azules me dijo hace tanto tiempo. Hoy podré salir del bosque. O eso creo al menos. Él salió. Él tuvo que salir. Espero que saliera. Él me dijo exactamente eso. Que no podría salir hasta que alguien más se quedara.

Lo único que sé es que él ya no está, y tú has llegado. Y tal vez, con un poco de suerte, yo ya no esté cuando leas esta carta.

Sinceramente. Me da miedo. Ha pasado una eternidad desde que no he salido. Pero necesito comprobarlo. Cuando salga, cuánto tiempo habrá pasado. Habrán sido solo unos minutos desde que decidí tomar el camino que me trajo hasta aquí, o ha pasado el tiempo suficiente como para que mi padre pensara que se ha quedado definitivamente solo. Sin mi madre y sin mí.

¿Podré siquiera salir de aquí? Mi padre me dijo que todo aquel que menor de veinte años que salía del pueblo no volvía a dar señales de vida. Tal vez todos se vieron atrapados en este mismo bosque. O, por el contrario, tenía yo razón y tan sólo eran chicos que huían de sus casas y no querían saber nada de aquellos que dejaban atrás. No lo sé. Pero tengo que comprobarlo.

Sólo por esa razón. Gracias por perderte en este bosque. Ojalá tú no te veas en la misma situación que yo, atrapado por siempre. Pero… Lo siento. Lo siento porque te voy a devolver las mismas palabras que me dirigieron a mí una vez.

Ese chico extraño que seguro te observa en estos momentos… Es increíble. No sé nada de él, ni siquiera su nombre, si es que tiene alguno, pero debe de haber estado aquí desde el principio. Si es que hubo alguna vez algo así como un principio. Ese chico con ojos tan profundos y tan verdes como este mismo bosque. Me ha robado todo lo que soy.

Por favor, cuida de él.

Notas finales:

¿Qué les ha parecido? Espero que les haya gustado. Denme su opinion en un comentario. ^^


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