Tomó su chaqueta. No importa cuánto caminara o explorara las calles, su única intención era olvidar la tristeza.
Mordió sus labios.
La esperanza que mantenía con cautela, se tornaba ansiosa; el hallar la bandeja del teléfono vacía desencadenaba un incesante golpeteo de pulgares que a él mismo parecía irritarle.
Jinwoo no podía alejarse tanto tiempo. Jinwoo siempre estaba cerca; le buscaba, incluso cuando tenía miles de motivos para no volver.
Jamás tuvo la oportunidad de disculparse por ser un patán. De alguna forma, le gustaba jugar con la paciencia de las personas. Encontraba satisfactorio hacer y deshacer sin consecuencia alguna, siempre mostrando una actitud radiante e infantil; encantador todo el tiempo. Seunghoon era intocable, nada parecía a propósito.
En las discusiones, invicto. No permitía el fracaso. Cuando las cosas se salen de control, pretender que uno así lo quiso es la opción más fácil. Esperar a que otros den el primer paso, también.
Se vio reflejado en el cristal de una cafetería. Descubrió a Jinwoo dentro. El chico cambió su corte de cabello, al parecer, su empleo también... Como primer impulso, tomó la manija de la puerta. Había fantaseado con el reencuentro tantas veces que tenía bien aprendido su discurso, sin embargo, en ese momento, decidió abandonar el lugar.
Tal vez fue vergüenza, quizá culpa. Ni siquiera lo sabía. Apresuró el paso. Si las paredes hablaran, probablemente se estarían burlando de su cobardía.
Escuchó una voz llamarle. Seunghoon no se había percatado de cuánto tiempo pasó desde la última vez que la cálida voz de Jinwoo pronunció su nombre.
Le miró un momento y sin poder contenerse, lo abrazó fuertemente.
—Perdóname... —susurró al mayor.
No había respuesta.
Repitió sus palabras una y otra vez hasta que comprendió, por fin, que Jinwoo no le encaró para obtener una disculpa, sino para despedirse.