Llevábamos jugando para el mismo equipo dos años de preparatoria, ahí es dónde le había conocido y aunque al inicio sólo sabíamos pelear, con el tiempo esas peleas fueron menguando, convirtiéndose en discusiones que sólo pretendían retar al otro y molestarnos entre sí con un comentario tonto.
Kagami era el tipo de jugador con el que solía pasar horas y horas sin perder el interés. Cuando él se unió al equipo en el segundo año —que fue cuando entró a la misma escuela que yo—, pensé que sería otro jugador más, un idiota mediocre que sólo llegaría para estar en las bancas, pero nuestro primer encuentro fue más emocionante de lo que había sido la final que jugamos en el campeonato anterior a su llegada. Jugar con él causaba una sensación en mí que si intentaba describir sería algo así como el fuego, porque me consumía pero al mismo tiempo lograba que ardiera.
Y fue esa misma emoción la que me llevó a detestarle al no comprenderla del todo. Solía tratar de hacerle la vida imposible, vivimos pelea tras pelea hasta que por fin, casi medio año después, o quizás más, esas riñas disminuyeron convirtiéndose en simples burlas que eran más amistosas que nada. Sólo nos provocábamos para encender la llama de la competencia y entonces jugar un uno a uno hasta que casi nos desvanecíamos del cansancio en el gimnasio después de las prácticas en grupo.
Creo que puedo hablar por todos nuestros compañeros cuando digo que nadie esperaba el camino que tomaría nuestra relación. Porque pasamos de ser rivales que se odiaban, a rivales que eran amigos para terminar siendo pareja. Oficialmente y ante los demás lo éramos.
Todo se dio tras un partido que nos llevó a la final, ahí un chico del equipo contrario se acercó a Kagami para felicitarlo por sus excelentes clavadas, le confesó su admiración por los saltos tan increíbles que daba y mientras Kagami sólo se rascaba la cabeza incómodo sin saber qué hacer o qué decir, parecía nervioso y eso me hizo enojar. Caminé en dirección hacia él y lo abracé desde atrás, rodeando su cintura y dejando mi barbilla sobre uno de sus hombros.
—¿Qué sucede, Taiga? ¿Listo para celebrar en las duchas? —Pregunté sintiéndome muy molesto pero sonriendo mientras notaba la mirada avergonzada del tipo que casi se le confesaba y él no hacía nada para evitarlo.
—No pensé que ustedes dos... —hizo una pausa en la que nos señaló intercaladamente.
—Pues ahora que lo sabes, ¡piérdete idiota! —Respondí grosero, me sentía en verdad molesto y no pretendía fingir nada.
—Nos vemos, Kagami —dijo el chico y sólo pude sentir cómo el pelirrojo se apartaba de mí y giraba a verme sorprendido.
—¿Por qué hiciste eso? —Cuestionó.
—¡De nada! —Respondí y me alejé a paso rápido, entrando al pasillo que llevaba a los vestidores, donde nuestros compañeros ya se encontraban. Pasé de largo la puerta de estos y me salí del gimnasio. Estaba cansado y asustado por lo que acababa de hacer, porque no lo había pensado antes, pero estaba por demás celoso de lo que ese sujeto le decía a Taiga y mi reacción fue espontánea, ahora huía de él pero lo sentía cerca siguiéndome los pasos.
—¡Te estoy diciendo que esperes, imbécil! —Escuché su grito y me detuve a la mitad de las escaleras, después giré a verlo desde ahí hasta tenerlo frente a mí— ¿Por qué hiciste eso? —Indagó bajando el tono.
—Porque se me dio la gana, por eso...
—¡No seas un idiota, te estoy preguntando bien! —Regañó.
—¿Y por qué no habría de hacerlo? ¡El tipo casi se te declaraba! "Aay sí, Kagami qué saltos que dabas, por qué no saltas así conmigo en mi cama" —dije imitando la voz estúpida del tipo, me giré para seguir bajando pero fue el turno de él para tomarme de un brazo y girarme para encararlo.
—Si tan celoso estás, sólo tienes que decirlo, Ahomine, no tienes que comportarte peor que un idiota, aunque quizás sea mucho pedir —dijo riéndose.
Mi respuesta inmediata fue besarlo, estaba por sobre mí un escalón y gracias a la igualdad en nuestras alturas tuve que elevar el rostro y con una mano atraerlo desde la nuca hacia mí. No recibí oposición de su parte, al contrario, sentí sus brazos enredándose por sobre mis hombros y su cabeza inclinándose hasta profundizar el beso, permitiéndome sentir una emoción y electricidad distinta a la que ya había experimentado cada vez que jugábamos uno a uno, o simplemente cuando estaba a su lado.
...
..
.
—¿Recuerdas esa ocasión en que te pusiste como loco porque otro jugador, según tú me estaba coqueteando? —Escuché la voz de Kagami, riéndose de su recuerdo.
Yo estaba recargado en su hombro dormitando gracias a lo cansado que estaba después de nuestro anterior partido. Él, sentado un escalón debajo del que yo me encontraba, era mi actual apoyo, así podía rodearlo con mis brazos mientras él elevaba una mano para acariciar mi cabello y me permitía acceso a su cuello ladeando la cabeza.
—Cállate, no me puse como loco —corregí.
—Sí, sí te pusiste como loco, tanto, que fue cuando me besaste por primera vez —comentó.
—Y exactamente, ¿por qué recuerdas eso ahora? —Indagué pues ya tenía mucho tiempo de eso.
—Porque hoy uno del equipo contrario se acercó para invitarme a salir...
Apenas escuché eso elevé mi cabeza y tensé mi cuerpo. Él comenzó a carcajearse y entonces entendí que había sido una broma para probar lo celoso que soy.
—¡Si vuelves a bromear con eso me encargaré de que no puedas caminar para el siguiente juego, Taiga!
—Puedes intentarlo...
—¿Me estás invitando a tener sexo rudo contigo? —Cuestioné volviendo a mi anterior posición y besando suave el área de su cuello, sintiendo ahora cómo su cuerpo se tensaba ante mi acción.
—Eres un idiota, celoso y posesivo... pero así me gustas —admitió.
—Lo sé. Te faltó decir que soy mejor que tú en todo.
—Claro, claro, como si eso pudiera ser verdad, Daiki. Mejor vuelve a dormir, el cansancio te está dañando las neuronas.
Y así, sintiendo sus dedos correr a través de mi cabello, comencé a quedarme dormido una vez más, mientras esperábamos a los demás para irnos.
.:Fin:.
—¤Žhena HîK¤—
“Todo dura siempre un poco más de lo que debería”
—Julio Cortázar