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El precio de mi voz por MiyavissKriss

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Midorima Shintaro y Takao Kazunari se habían conocido en el turno diurno del hospital Akashi, el hospital más prestigioso de todo Japón. El primero era un médico muy importante, tenía una especialidad en neonatología y otra en oncología, por su parte, el segundo era un precioso enfermero, estaba especializado en pediatría aunque trabajaba en todo el hospital. Ambos eran maravillosos en su trabajo, aunque Kazunari tenía la habilidad de agradarle a todo aquel con quien platicara y Shintaro se limitaba a la relación médico-paciente.

Se habían conocido gracias a una urgencia en el área de oncología pediátrica, cuando una niña que padecía de cáncer había caído de las escaleras de su casa, lamentablemente para ambos, todos sus esfuerzos no dieron fruto, la pequeña estaba sumamente débil y falleció. Desde ese día el moreno nunca volvió a dejarle en paz, y conquistó su corazón con el mínimo esfuerzo.

Entonces, después de dos años de conocerse como amigos, iniciaron una relación de noviazgo, aprobada por el jefe del hospital y mejor amigo de Shintaro, Akashi Seijiro. Ya que años atrás una mujer había herido terriblemente a Midorima, puso muchas pruebas para Takao, desde bajarlo de puesto, hasta colocarlo en los turnos más cansados del hospital, colocó a muchos jóvenes muy guapos e inteligentes en su camino y en ningún momento Kazunari cedió sus sentimientos por el peliverde, así ganó el respeto del jefe y una relación mucho más estable con su amado “Shin-chan”, como solía llamarlo cada que le encontraba.

Justo cuando era el aniversario de su segundo año, ambos se encontraron a la hora de la comida para planear la maravillosa noche que pasarían juntos, habían pedido ese fin de semana de vacaciones para pasarlo en grande, así que al salir ambos se dirigirían hacia el aeropuerto y viajarían a unas termales- cortesía de Akashi-. Takao sería el primero en salir, iría a su apartamento por su equipaje y después pasaría por el peliverde al hospital.- Shin-chan, compré algo que te va a gustar mucho.- Le guiñó coqueto, a lo que el mencionado simplemente desvió su mirada, pretendiendo no notar aquello.- Cállate Bakao… yo también compré algo.- Lo dijo, pues sabía que el moreno no podría estarse tranquilo hasta saber qué era, y le gustaba ver la emoción en sus ojos.- No, lo sabrás hasta que lleguemos a las termales.- Murmuró para calmar un poco su entusiasmo y que terminaran de comer en paz. Pero él también se encontraba ansioso, incluso había pasado más de tres veces a su casillero para asegurarse que la cajita gris terciopelo continuaba en aquel. Terminado su almuerzo, ambos se despidieron con un beso y marcharon a sus respectivas tareas.

Al cabo de las horas, Midorima se levantó de su escritorio, listo para tomar sus cosas y marchar al estacionamiento, en donde seguro encontraría a su ansioso pelinegro dispuesto a robárselo. Caminaba tranquilamente a la puerta, llevando su maletín en una mano y su saco en el otro brazo cuando la puerta se abrió de golpe. Frente a él llegaba un agitado Akashi, dejó sus cosas caer al suelo y comenzó a correr detrás del pelirrojo rumbo a urgencias. Sabía que al conocer al paciente no tendría permitido interferir, pero al ser amigo del dueño y del personal, se le permitió observar con terror la lucha de médicos y enfermeras por mantener con vida al carismático chico. Akashi estaba entre ellos, dando órdenes, manchando su impecable uniforme e incluso llamando a Kazunari en su inconsciencia, prohibiéndole morir… prohibiéndole dejar al peliverde.

 

Al cabo de media noche, el menor se encontraba estable, y el peliverde escuchaba con furia el testimonio de los paramédicos que habían logrado llegar a tiempo cuando escucharon los gritos y de una señora que se encontraba ahí. Un joven muy drogado había intentado asaltar al  menor, lo había obligado a salir del vehículo y a entregarle todo lo que portaba, no conforme con eso, utilizó una navaja oxidada para degollar al menor y después llevarse el automóvil, el cual según los oficiales, había estrellado unas cuantas cuadras después, muriendo en el acto.

-Shintaro.- Volteó reconociendo la voz de Akashi, ya estaba cambiado, portando una bata blanca y una cara de cansancio.-… Me temo que existe la posibilidad de nunca escuchar su voz de nuevo.-

Sintió un balde imaginario echar agua helada en su cuerpo y se sentó en una silla cercana, de esas sillas de plástico en el ala de espera que detestaba. Nunca volvería a escuchar al menor llamarle por aquella muletilla que decía odiar pero que en verdad amaba. Tal vez no podría volver a escuchar su melodiosa risa, sus palabras de amor, ni siquiera sus traviesas provocaciones. Nada.

Durante el primer mes en que Takao aprendió a vivir sin su voz, Shintaro parecía mucho más afectado que el menor. Akashi le había permitido continuar sus labores, utilizando un tablero electrónico para escribir y lograr comunicarse con sus pacientes. Gracias a la comprensión de sus compañeros de trabajo, pronto pudo volver a una rutina, no la de antes, tal vez nunca más, pero seguía ahí. Se había cansado de llorar.

Al despertar de la inconsciencia, había llorado por tres días y sus noches, negándose a ver al peliverde. Hasta que este, molesto, entró por la fuerza y lo abrazó, con fuerza, con amor. Le había mandado una nota, en la cual le pedía continuar su vida con otra persona, con alguien con quien pudiera comunicarse, que no tuviera cicatrices como la que adornaba su cuello ahora y por siempre. Y como respuesta, el peliverde le colocó el anillo plateado que había comprado el día antes de aquella catástrofe en el anular, alegando que combinaba con sus preciosas orbes gris azuladas, las cuales ahora estaban borrosas gracias a sus lágrimas.

-Kazunari, desde antes, ahora y seguramente después de este accidente yo tomé la decisión de casarme contigo, así que te convertirás en mi esposo.- el moreno reaccionó a los pocos segundos de su shock y tras una leve risa/la cual no tenía un sonido/, asintió con felicidad.

Gracias al apoyo de Akashi, su pareja Furihata Kouki y los otros conocidos de la pareja, después de medio año se encontraban bajo un bellísimo arco de flores blancas en la playa privada de los Murasakibara- un médico pediátrico-. Midorima llevaba un traje negro, una camisa blanca y una corbata verde, la cual combinaba con su cabello. Frente a este se encontraba Takao, un muy sonrojado Takao pues Kagami, Kuroko y el mismo Akashi habían batallado con él para colocarle el atuendo que ahora llevaba puesto. Frente a un muy caliente Shintaro se presentaba una muchacha de cuerpo increíble, con un largo vestido blanco ceñido al cuerpo, un velo del mismo color, de encajes cubría sus cabellos, así como un tono rojo llenaba su rostro. Tal vez Shintaro no podía verlo por detrás pero casi juraba que si lo hacía entonces el trasero del menor estaría muy marcado por aquel vestido y si lo veía mandaría toda su cordura a la mierda, se llevaría al menor y lo haría suyo.

El juez, quien para molestia del novio parecía estar babeando por su prometido, como la mayoría de los invitados, tal vez exceptuando a un par, como Akashi- quien para su fortuna había vestido con ropas parecidas a su completamente apenado pelicastaño- y Murasakibara-quien seguramente se estaba comiendo a Himuro en alguna habitación-, comenzó con la ceremonia, enviando después sus palabras a los novios, específicamente a Kazunari, pidiéndole sus votos, a lo que el peliverde pidió ser el primero.

-Kazunari… eres lo mejor que ha podido pasarme en la vida, me has entregado una felicidad que nunca pensé lograría, yo quiero darte todo, todo lo que soy, todo lo que te pueda dar e incluso si no puedo, te lo daré, porque te mereces ser el joven más feliz. Cuando pensé que te perdería mi corazón se detuvo, yo ya lo sabía pero me confirmó que sin ti yo no podría vivir. Te amo Kazunari, eres mi todo.

El menor sacó un pequeño papel, tras limpiar sus lágrimas con una pequeña sonrisa adornando sus labios y se lo entregó a su prometido para que lo leyera.- “Shin-chan, eres el mejor hombre que pueda haber en mi vida, me has hecho muy feliz y yo quiero hacerte feliz a ti así que… entonces…” El peliverde calló y volteó completamente sorprendido a ver a su menor, quien aún sonriente asintió. Dejó caer el papelito al suelo para poder sujetarlo entre sus brazos y tomar posesión apasionada de sus labios, la cual no dudó en responder.

Ya que ambos parecían encerrados en su mundo, Kise se acercó de chismoso a leer el papelito junto con Momoi, los cuales comenzaron a gritar emocionados, dejando aún más confundidos a los presentes.- ¿Quieren decirme ya por qué mierdas gritas, Kise?- cuestionó un muy cabreado Aomine, sujetando con firmeza a Taiga y a su hija.-

Lo lamento.- Murmuró el peliverde cuando ambos tuvieron que separarse debido al maldito aire, y tomando al pelinegro en sus brazos al estrilo “princesa”, aclaró el problema.-Vamos a ser padres.- Dijo a todos con una radiante sonrisa, marchando tras esto rumbo a la habitación de los novios en la casa de playa, sin importarle un carajo las felicitaciones de los invitados, él iba a hacer al menor suyo toda la noche.

….

Los últimos meses de su embarazo el menor los había pasado en casa, no porque tuviese problemas, más bien porque no habían preparado nada para los bebés y los pintores, albañiles y demás iban casi diario para preparar la habitación de sus hijos, porque eran gemelos, acomodar los muebles y guardar sus cosas. Ahora que todo estaba terminado, se dedicaba a atender a su esposo. Shintaro había acordado con Akashi, quien lo había nombrado socio, trabajar sólo medio día ahora que el menor estaba por tener a sus hijos, y así no tener que dejarlo solo por mucho tiempo.

Ya desayunado se levantó de la mesa, dio un corto beso a sus labios y se calzó, saliendo a toda prisa al trabajo. Mientras trabajaba, Kazunari solía preparar la comida, hacer algo de limpieza y después descansar un poco, los gemelos absorbían mucha energía.

Al llegar, Shintaro se sentó en su escritorio y se dedicó a mirar con atención una de las fotos que lo adornaba, en ella ambos estaban saliendo de su primera ecografía y sus compañeros de trabajo los habían sorprendido con una fiesta. –Shintaro….- La voz de Akashi lo trajo a la realidad, se sentía incómodo, algo no estaba bien y no lograba entender el por qué, pero tenían una junta con un socio más que se quería unir al imperio Akashi-Midorima, así que se levantó con sus papeles que había regados en el escritorio. Al momento en que esto sucedió, la foto que estaba mirando minutos atrás cayó al suelo, provocando en el peliverde un estremecimiento. Le entregó los papeles al pelirrojo y echó a correr fuera de su oficina, fuera del hospital.

 

El menor se levantó de golpe, sentándose en la al momento en que un dolor provocaba su vientre tensarse. Se levantó lentamente de la cama, sujetándose de una de las mesas de noche y ahogó un sollozo cuando una nueva contracción recorrió su cuerpo, el agua que manchaba sus pantalones y parte del suelo solo podía significar una cosa. Tendría que salir de ahí tan pronto como pudiera, pero el dolor le hacía la tarea casi imposible.

Había llegado a penas al final de las escaleras, a unos metros de la puerta y sus piernas le fallaban, no soportaba aquel dolor. –Shin..Shin-Chan!- Sollozó al momento en que la puerta se abría y por esta ingresaba un agitado Midorima, un suspiro de alivio emitieron los labios de ambos. El cual no duró por mucho, las contracciones eran tan constantes que el menor no quería moverse más, el alto corrió en busca de unas cuantas toallas y cobijas, agua caliente y su maletín que tenía en casa. Se hincó colocando todo en el suelo, sacando unas tijeras, rasgando tras una disculpa los pantalones y ropa interior del menor. Ya lo había recostado boca arriba y él mismo había elevado sus propias piernas para acomodarse y pujar.

Casi se desmaya al ver la cabeza del bebé, tuvo que abofetearse y sujetar una de sus piernas, ayudándole con el arduo trabajo, pronto su primogénito llegó, llorando a todo pulmón. El mayor lo colocó sobre las cobijas, envolviéndolo bien para asegurarse que estuviera caliente y se acercó nuevamente a su esposo, uniendo sus frentes, su mirada lo decía todo.- Lo sé, sé que te duele, pero solo un poco más y ellos estarán aquí, eres muy fuerte mi amor.- Ni si quiera había terminado de hablar y el menor volvía a pujar, más lágrimas salían de sus ojos y quejidos de sus labios.- Eso… eso, una vez más!- Apoyó al menor.

Sh..Shin-chan!- El menor gritó con fuerza, dejándose caer después sobre el suelo, había terminado, el bebé se encontraba en brazos de su padre, ambos estaban tensos, no se movía- por favor…- Murmuró su padre, moviendo un tanto brusco a su hijo hasta que este comenzó a llorar y a moverse. El aire regresó a sus pulmones y ambos sonrieron con felicidad. Entonces hizo lo mismo que con su hermano y tras estar bien envueltos los colocó con cuidado sobre el pecho de su “madre”. El moreno no podía detener su llanto, ellos eran perfectos.

-Te amo Kazunari.- Le miró y sonrió.- Te amo Shin-Chan…- Unieron sus labios, agotados, felices.

Tras un par de días en el hospital, el moreno y los gemelos habían sido finalmente dados de alta y podían volver a casa. Akashi en persona había revisado al menor, dando con alegría el visto bueno a su voz, todo parecía estar perfecto, aún con aquella cicatriz su voz había regresado, aunque debía tener cuidado de no forzar mucho sus cuerdas vocales.

Era el día de su primer cumpleaños, y todos sus conocidos con sus respectivas familias se encontraban presentes, incluido Kagami, pues en su delicado estado no podía hacer muchas cosas, pero sabía cómo obligar al moreno a cumplir ciertos caprichos. Kasamatsu y Kuroko también se encontraban en la dulce espera, y sus respectivas parejas parecían andar en las nubes. “Hasta que lleguen a la etapa de los antojos” pensaron aquellos que ya habían sido padres. Incluso Akashi, había asistido, acompañado de Furihata y su primer hijo, casi recién salidos del hospital.

-¿Por qué no abrimos los regalos?- Llegó un emocionado Takao, todos sonrieron al ver la escena, tal vez Shintaro no era el mejor mostrando sus sentimientos, pero las sonrisas que eran para Kazunari parecían dignas de fotografía. – Está bien Bakazunari, antes de que se duerman. Son flojos, como tú- Señaló a sus hijos, a sus pequeños quienes en ese momento bostezaban con cansancio.- Sabes que no soy flojo Shin-Chan, además siempre te dejo rendido en la cama.- Respondió sonriente el menor a su oído antes de buscar y besar sus labios.

 

El día había sido muy largo, lleno de niños, dulces y personas en su pequeño hogar, un día agotador que estaba dispuesto a terminar con una placentera ronda de sexo y después se dejaría caer con su esposo en la cama, dispuestos a entrar en coma ante el agotamiento que el tener gemelos y trabajar representaba para ellos. Pero todo esto era bien recibido en esa familia, el peliverde era feliz con la gran y extraña familia que había logrado gracias a su pequeño esposo y sus amigos del colegio.

Deslizó sus largas manos a través de sus costados, escuchando con una sonrisa ladina los suaves suspiros que el menor emitía, aun cuando su voz estaba ahí, y ambos solían ser muy ruidosos en la cama, el despertar a sus hijos no era una idea muy agradable en ese momento. Su lengua serpenteaba a través de su pecho, deteniéndose breves segundos en sus pezones y elevándose después a su cuello, en donde besaba la cicatriz que adornaba aquella zona, era ligeramente más clara que el color normal de su piel, y en ocasiones el menor tenía problemas al verla, pero él siempre estaría ahí para mostrarle la belleza en su cuerpo, para admirarlo en su defecto y en su perfección. –Shin.. ah…Ch..no..-

Sonrió de lado, acomodándose entre sus piernas y buscando sus labios, besando estos mientras se internaba en su cuerpo, gruñendo sobre la suavidad de sus belfos.- J..joder Kazunari…por qué siempre tienes que ser tan estrecho..- Solo obtuvo como respuesta una corta risa y un movimiento de caderas, un incitador movimiento con una lujuriosa mirada que le invitaba a dejar al menor sin la capacidad de caminar por una semana y él dejaría de llamarse Midorima Shintaro si rechazaba aquella oportunidad.

 

 

Justo a las tres semanas, ambos recibirían la maravillosa noticia de que su familia crecería, pues aquella noche concibieron a un par de pequeños más, específicamente dos princesitas idénticas a su madre, dos sonrientes pelinegras con los ojos de su padre, las sobrinas preferidas de Akashi Seijiro y Aomine Taiga.

Notas finales:

Gracias por leer.


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