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"Regrette" por Crimson

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Notas del fanfic:

Nunca más entro a un desafío.

~La idea era escribir acerca de una pareja de odiáramos; obviamente yo elegí  Reituki, porque lo detesto, pero nunca creí que fuese tan difícil.

 No quedé del todo conforme, pero algo es algo.

Notas del capitulo:

Espero que les guste.

Como siempre, tarde. El desafío terminó ayer, pero yo siempre llego tarde a todo.

Mis disculpas a los jueces.

 

El verano se hacía notar con fuerza durante las tardes en el pequeño pueblo limítrofe. El incesante concierto de percusiones de las cigarras machos atrayendo a las impávidas hembras le molestaba, siempre lo había hecho; le hacía sentirse como algo antinatural.

Macho y hembra, hombre y mujer, una inquebrantable norma biológica, o así es como el mundo se la presentaba.

Él era diferente, lo había sido desde su nacimiento; a su madre le tomó seis años notarlo, mientras él necesitó doce primaveras para aceptarlo, y dos más para reunir el valor necesario y confesarle la evidente "anomalía" que padecía  a su progenitora, y única familia.

Su madre, lejos de lo esperado, jamás le rechazó o intentó amoldarle a las normas de la sociedad; sólo cariño y maternal  comprensión recibió de su parte.

Durante su pubertad, Takanori acudió a varias citas con un psicólogo, a petición de su madre; ella creía que solo un especialista de la mente humana podría blindarle la guía y consejo que ella, víctima de su ignorancia, no podría.

Takanori Matsumoto, fue formado para sentir orgullo de sí mismo, para no temer al "yo" que vivía en su interior, aquel que, por dos largos años, escondió del mundo por vergüenza y autocompasión. Para que, a pesar de su baja estatura y complexión delicada, no se dejase amedrentar por el hecho de ser diferente al ínfimo grupo de personas que conformaban su mundo.

La señora Matsumoto estaba tranquila, pues su niño había aprendido a amarse, y a todas sus "anomalías", como el joven pelirrubio solía llamarles. Lamentablemente, como muchos otros padres, la mujer no supo dimensionar la crueldad de la juventud inmadura. 

El cielo poco a poco se coloreaba en tenues tonalidades rojas, el sol se extinguía tras un horizonte dibujado delicadamente en púrpura; como la más hermosa y tradicional de las postales. Un nuevo día daba final, y la cuenta de regreso a su calvario de hacía más corta. Un suspiro trémulo escapó de sus labios, mas fue interrumpido por el dulce tintinear de un cascabel y un maullido.

— Pierre, no te vi en todo el día —Dijo, al tiempo que el felino se acomodada en su regazo— ¿Dónde estuviste, amiguito? —Añadió como si éste fuese a responderle.


Un maullido cargado de pereza resonó en la vacía terraza, siendo secundado por una risa del pelirrubio joven. Tan solo uno minutos después, amo y mascota entraron a casa; el turno de su madre casi acababa, y debía preparar la cena ante de que ésta llegase a casa.

 

 

Mudarse nunca es agradable para aún adolescente; el tener que dejar amistades de infancia, recuerdos, logros y vivencias le parecía una herida incurable, un suceso que sin duda alguna dejaría una perpetua cicatriz en su joven corazón.

La ira contra sus padres no se hizo esperar cuando el motivo de tan repentina mudanza llegó a su conocimiento, pues, para un muchacho sin ideas acerca de los costes de la vida, un ascenso y posterior traslado laboral era algo sin valor o mérito alguno. Aunque, cuatro horas de viaje en el vehículo familiar después,  la opinión de Akira había cambiado  rotundamente.

Su nuevo hogar era la casa que siempre habían deseado tener; el pueblo, a pesar de verse solitario y alejado de la sociedad, era pintoresco, con un hermoso toque tradicional que maravilló a toda la familia Suzuki; la vegetación y pequeñas construcciones de madera armonizaban de una manera tan sublime, que cualquier gran ciudad les envidiaría. Pasar los próximos tres años en aquella localidad ya no parecía el fin del mundo para Akira Suzuki, más  bien, lo consideró como aquellas vacaciones familiares que sus padres le prometieron durante su infancia, y nunca se realizaron.

 La noticia de nuevos habitantes no tardó en extenderse por las quince villas que formaban el diminuto poblado; dándole una inmediata popularidad al apellido Suzuki.

Los días pasaban como lentos y tranquilos, como el respirar del habitante más anciano en el polvoriento pueblo, y antes de lo pensado las dos últimas semanas de vacaciones habían acabado.

 

La campana del establecimiento anunciaba la hora de entrada a clases, haciendo que los alumnos más aplicados corriesen a través del patio para acudir a su llamado al aula. Como el acto más natural del mundo, Matsumoto avanzaba entre los demás estudiantes con la mirada baja, ya acostumbrado a ser completamente ignorado por la mayoría de ellos.

Desde el primer año de secundaria, todos los alumnos sabían acerca de la homosexualidad de Takanori, pues éste, confiado en las alentadoras palabras de su madre acerca de la bondad y aceptación en el mundo moderno, se los había confesado; gran error. La sociedad tiene reglas, ciertas formas de ser y actuar que son implantadas por la moral de los más poderosos, muchas veces los más corrompidos; y quién no pudiera adecuarse al molde ya dispuesto sería castigado con el rechazo de sus iguales.  

Al poco tiempo de su llegada al establecimiento, Akira conoció los distintos estratos sociales que los mismos estudiantes habían construido, se hizo de un grupo de amigos y de la capitanía del equipo de fútbol. Una existencia maravillosa para el extrovertido muchacho.

A pesar de estar en el mismo salón, a solo unas bancas de distancia, nunca se hablaron, ni se miraron; cualquier contacto con Matsumoto estaba prohibido, le había dicho Jo, su ahora amigo y ex-capitán del equipo de fútbol, con tan solo una hora de conocerse. Nunca le contaron la razón de tan cruel rechazo hacia un chico de apariencia tan frágil y afable, la sola palabra era un tabú entre los habitantes del pueblo. Aún así, solo dos meses bastaron para que Akira lo descubriese; ningún chico “normal” cuidaría tanto de su apariencia como lo hacía su compañero de salón; cejas perfectamente arregladas, piel perfecta, y una manicura que cualquier chica envidiaría.

Takanori era gay 

 

El año continuó su curso regular. Las cosas no cambiaron mayormente tras la llegada de Akira, por lo menos no para el común de los estudiantes. Uno más se había unido al grupo de los populares, y solo a las más enamoradizas muchachas pareció importarles. 

Todo iba “normal”, hasta la fatídica llegada de “ese” día.

Uno a uno, el maestro entregaba los documentos que contenían sus calificaciones, aquellos conjuntos de números, cifras y porcentajes que determinarían si seguirían avanzando en su educación a un curso superior, o si sus esfuerzos no habían sido los necesarios para hacerlo.

Cinco corazones de paralizaron al leer aquel primer informe. Cinco estudiantes fueron citados después de clases.

—Ya habrán notado por qué se les citó. ¿Verdad? —Habló de forma no muy amable su profesor tutor.

—Mi madre va a matarme —Balbuceó Yutaka, famoso por su afición a dormir durante las clases.

—Lo tendrías bien merecido —Sentenció el maestro— Pero les he citado aquí para evitarles tan fatídico final.

Casi al instante, cinco centellantes miradas esperanzadas recaían sobre el profesor.

—He decido encargarles un último trabajo de investigación, lo harán en equipo ya que es largo y solo queda una semana para preparar las promociones al próximo año. —Dijo al tiempo que observaba su calendario— Espero que aprovechen esta oportunidad que de forma tan irregular les estoy dando.

—Sí, profesor —Dijeron los cinco al unísono.

Para los cuatro muchachos fue imposible no voltear al ver al más bajo, era la primera vez que escuchaban la voz de Takanori.

—Su trabajo consiste en una investigación acerca de este pueblo; desde sus más recónditos inicios, hasta la actualidad. Véanlo como su examen final. Si lo logran, pasan de año, sino, me temo que estarán en mi salón hasta que estén dispuestos a ser chicos responsables  —Concluyó, dejando a sus alumnos en completo— Pueden retirarse, les enviaré los detalles por correo, así que asegúrense de revisarlo.

 

Si más, y haciendo repetidas reverencias, los estudiantes abandonaron el despacho de su maestro, con la pequeña esperanza de lograr completar su nueva misión con éxito.

Ya estando en el corredor, Takanori se dedicó a observar a quienes serían sus compañeros de trabajo, y tuvo que reprimir un suspiro de pura desolación. Takashima Koyou, el más alto entre ellos, y quizás de todo el colegio, rara vez se le veía asistir a clases, pues su prematuro oficio como vendedor de sustancias ilícitas consumía gran parte de su tiempo y esfuerzo. Tanabe Yutaka, un castaño que parecía estar siempre en las nubes. Takanori no tenía más recuerdo de ese muchacho, que la vez en que su maestra de ciencias le había lanzado el libro de asistencia por interrumpir la clase con sus ronquidos, y como al caminar por el pasillo su mochila sonaba por estar llena de colgantes; pero le pareció alguien agradable.

—Creo que esta será una semana muy dura… —Murmuró Shiroyama, un alto pelinegro de sonrisa simpática; uno de los pocos estudiantes que hablaba con Takanori.

—No podemos perder el tiempo. Los veo mañana después de clases, en mi casa —Habló Takanori por segunda vez en todo el día, dejando boquiabiertos a tres de los presentes por su voz increíblemente gruesa.

—Por mí está bien. Nos vemos, debo llegar temprano o mi madre se preocupará —Dijo Shiroyama con total naturalidad.

Él no le temía a Jo y sus manada de seguidores, y más de una vez había almorzado, o simplemente charlado con Takanori, descubriendo que era increíblemente conversador y afable.

—Haré mis entregas por la mañana —Dijo Koyou resignado; encontrar a sus clientes antes del medio día era una verdadera hazaña, algo casi imposible.— ¡Espera! —Chilló al ver que Takanori también planeaba irse— No sabemos dónde vives.

—Yuu conoce mi dirección, él podrá llevarlos. De todas formas, vivimos en la misma calle, Kouyou. No creo que te pierdas  —Habló Matsumoto con la mirada llena del más profundo resentimiento. Hasta parecía hilarante que su vecino de en frente, y compañero de salón, no le conociese.

Algo impactados por la ácida respuesta del más bajo, los tres restantes le vieron alejarse hasta la salida. Inevitablemente, Akira sentía cierta aprensión por la idea de ir a la casa de Matsumoto; sabía que Jo y sus demás amigos se escandalizarían si se llegaban a enterar. Mientras, Koyou repasaba en su cabeza su rutina vespertina, la misma que prescindía de la ducha y le hacía buscar bajo su cama los sobres a entregar durante el día, para luego partir rumbo a la escuela; nunca había visto Matsumoto.

 

 

Con un tímido rayo de sol, el día daba inicio. Las clases pasaron lentas y aburridas para todos por igual, la campaña sonaba extrañamente ruidosa ese día, y los recesos parecían terminar tan rápido como un pestañeo.

La última campanada del día, y todos los alumnos partían rumbo a sus hogares, otros a prácticas extraescolares o simplemente a pasear por las sucias avenidas con sus amigos. Como cada día, el primero en escapar de la jaula pestilente que llamaban escuela fue Takanori, dejando a sus tres compañeros abandonados, a expensas de la memoria de Yuu.

 

No habían pasado ni diez minutos en su hogar, ya llevaba sus pantuflas puestas y comenzaba  a dudar acerca de la llegada de sus compañeros de trabajo, cuando el timbre sonó. Su madre, cual niña emocionada, corrió a atender la puerta, no sin antes arreglar su cabello y delantal.

—Bienvenidos. Pasen, pasen, les hice galletas por si sienten hambre —Dijo la mujer con una sonrisa marcando los infinitos pliegues de su rostro envejecido.

—Con permiso —Habló Shiroyama, con tono galante.

—Buenas tardes —Dijeron Kouyou y Yutaka al unísono, haciendo reír a la mujer.

Akira se quedó en la puerta, dudando. La mujer le llamó, y él, con la paranoia a flor de piel y sintiéndose observado, entró a paso raudo en la casa.

—Takanori está en su habitación, la última puerta, ustedes sabrán cuál es, está decorada —Dijo señalando hacía el corredor— No saben cuán feliz estoy, es la primera vez que Takanori trae amigos a casa.

Todos sintieron un nudo formarse en sus estómago ante tales palabras. Ellos tenían la culpa de la soledad de Takanori, ellos se dejaron guiar por tontos prejuicios, y le habían excluido; y se sentían peor que mierda por ello.

 

La primera tarde de trabajo fue incómoda, y silenciosa.

 

Akira no podía despagar su mirada de la enorme cantidad de libros que descasaban sobre la repisa, o los posters de excéntricos artistas extranjeros que colgaban de las paredes. Yuu y Yutaka leían los enormes y antiguos libros que habían pedido en la biblioteca pública, en busca de algún dato relevante, mientras Kouyou gruñía porque su computadora no podía conectarse a internet.

Ninguno de ellos era un alumnos sobresaliente en materias teóricas, mucho menos eran los más responsables, pero se habían prometido hacer un buen trabajo, y lo lograrían.

 

Los días pasaban extrañamente rápido para los jóvenes, casi sin remordimiento alguno, Akira le mentía a su grupo de amigos; inventaba cenas familiares y visitas de parientes lejanos para excusar su inasistencia en el club de fútbol y a salidas en grupo. Takanori ya no se pasaba el día solo, pues Yuu y Yutaka estaban más que decididos a derrumbar los muros del prejuicio, y ser sus amigos.

 

Era jueves por la tarde, y el entrenador le había regañado. Faltar a toda una semana de entrenamientos era imperdonable para el capitán del equipo, y apelando a ello, le había quitado el cargo; Jo sería nuevamente el capitán.

Una sensación agridulce estaba germinando en su pecho; Jo era su amigo, y estaba feliz por él, pero la rabia contra sí mismo, y todo lo que tuviera que ver con el informe, era inevitable. Él se había ganado ese puesto a base de victorias y esfuerzo, y se lo arrebatan de las manos por unas cuentas inasistencias.

Akira estaba emputecido, así llegó a casa de Matsumoto. Y su ánimo no hizo más que empeorar al enterarse que Yuu había enfermado de varicela, Yutaka tenía asuntos familiares y Koyou no había dado señales de vida en todo el día.

—Supongo que tendremos que trabajar los dos solos —Dijo un sonriente Takanori.

—No te tomes libertades conmigo, nosotros no somos iguales —Gruño enfurecido, al tiempo que lanzaba su mochila al suelo.

—Lo siento —Murmuró algo cohibido ante tal hostilidad— Si gustas comer algo, hay galletas sobre el escritorio —Añadió, antes de volver a su trabajo.

—¿Acaso no puedes ser menos gay? —Murmuró Akira al ver los tiernos diseños con chispitas de colores que tenían las galletas.

—Estás siendo grosero —Advirtió Takanori.

—¿Cómo esperas que la gente te acepte si eres “así”, y ni siquiera te preocupas de esconderlo? ¿Acaso has visto cómo te vistes? —Dijo señalando los ajustado pantalones rosa que el más bajo vestía— Todo tú es pura mariconada; tu ropa, tus gestos, ¡Tu habitación! ¡¿Es que acaso no te importa lo que diga la gente?! ¡¿No te da vergüenza ser un maldito marica?! —Exclamó presa de la furia.

—Vete, ¡Vete de mi casa! —Chilló Takanori, intentando controlar el temblar de su cuerpo.

 

Al día siguiente, Matsumoto no llegó a clases. Preocupados, sus dos nuevos amigos le visitaron después de clases, mas éste solo abrió la puerta unos centímetros y susurró un “Yo acabaré el trabajo, no se preocupen”, para luego cerrarles en el rostro.

 

Al lunes siguiente, Matsumoto tampoco asistió a clases, pero el informe sí apareció sobre el escritorio del profesor; impecable, con imágenes en colores, ortografía perfecta, empastado y los cinco nombres figurando en la portada.

 

Akira se sintió un estúpido.

 

Caía la noche, Takanori disfrutaba viendo a las mariposas nocturnas volar con su inconfundible gracia por el jardín trasero, mientras el gato dormitaba tranquilamente sobre su regazo. La señora Matsumoto había tomado el turno nocturno en la farmacia en que trabajaba, dejando a su retoño solo en casa.

El pequeño pelirrubio se sintió infartar cuando alguien tocó a la puerta, pero al poco tiempo la paz volvió a su ser; los ladrones o asesinos no tocaban a la puerta.

Abrió con algo de desconfianza, encontrándose con Akira haciendo reverencia, y una bolsa de color oscuro justo frente a sus pies descalzos.

—¿Qué quieres? El horario para molestar al maricón del pueblo es de ocho a cuatro de la tarde, en la escuela. —Espetó con semblante imperturbable, para luego cerrar la puerta.

— Espera, por favor —Murmuró completamente avergonzado el pelirrubio más alto, deteniendo las acciones del menor.

— Pasa, antes que me arrepienta —Dijo haciéndose a un lado.

Lo que menos quería Takanori, era llamar la atención de los vecinos discutiendo en el pórtico de su hogar.

—Toma —Dijo Akira, extendiendo la misteriosa bolsa— Lamento haber sido grosero contigo, y en tu casa. —Balbuceó al fin.

—Una gaseosa, que generoso —Bromeó Takanori, al percatarse que había comprado “el obsequio” en un minimarket de atención las veinticuatro horas. 

—No quise ser tan idiota, es solo que estaba enojado, y apareciste en mi camino. Sé que estar en tu posición debe ser terrible, yo no lo soportaría… Lo siento—Verborreó Suzuki sin dejar de caminar en círculos por la sala.

— No hay problema, estoy acostumbrado a la gente ignorante —Musitó Matsumoto, que sin miramiento alguno abrió la gaseosa y la bebió de un solo trago— Carpe díem —Añadió.

—¿Qué significa eso? —Habló completamente curioso el joven Suzuki.

—Vivir el momento. No me importa qué me digan o hagan, eso pasa hoy. En el futuro no sé dónde estaré o qué haré, pero todo esto ya habrá quedado atrás; por eso no tiene mayor relevancia —Explicó con una sonrisa relajada en el rostro.

—Eres extraño, Matsumoto. Yo no soportaría un día en tus zapatos —Confesó con pesar.

—Ni yo uno en los tuyos. Prefiero ser odiado por quién soy, a amado por negar mi verdadera naturaleza —Recitó severamente.

La mente de Akira se tornó un completo caos, aquella simple frase le había llevado a analizar toda su existencia; a odiarla.

Un maullido perezoso quitó a ambos jóvenes de sus pensamientos. Un gato de pelaje gris y ojos pardos entraba lentamente en la habitación, hasta llegar a la pierna de Takanori, que colgaba del sofá donde estaba echado, y frotarse contra ella.

—Oh, Pierre, gato coqueto. Guarda recato, tenemos visita —Fingió estar apenado por el “coqueteo” del animal.

—¿”Pierre”? —Repitió Akira, con un deplorable intento de acento francés— Es un nombre inusual para un gato, por lo menos uno de este pueblo.

—Le he bautizado Pierre, como Pierre Auguste Renoir, un famoso pintor francés que murió en mil novecientos noventa; fue tan famoso que hasta tiene su museo —Dijo Takanori, alegre de por fin contarle a alguien la historia del nombre de su mascota.

—¿Cómo sabes tantas cosas? —Habló Akira verdaderamente intrigado.

—Yo no me la paso en fiestas, de hecho, apenas salgo de casa, así que me sobra el tiempo para aprender de lo que me importa verdaderamente. —Afirmó completamente orgulloso de su estilo de vida.

Aquella noche, las luces de la casa Matsumoto no se apagaron ni por un solo segundo; ambos jóvenes se la pasaron en vela, solamente hablando de la vida, sus sueños y más infantiles recuerdos. No importó que al otro día debieran asistir a clases, aunque ninguno de los dos lo hizo. No hubo barreras, solo dos chicos contándose lo que a nadie podían decir.

 

Con el paso de las semanas, las noches en vela se le hicieron una costumbre. No importaba quién diese la fiesta, o si estuviera enfermo, Akira acudía todos los viernes a la casa de Takanori a escuchar sus sueños, y a compartir los propios, a escucharle hablar en perfecto francés, o solo bromear mientras tomaban una gaseosa.

Nada les separaba mientras la luna estuviese en lo alto, y la madre de Takanori trabajando. Y al amanecer, Akira volvía a casa acompañado de los primeros rayos de sol, que iluminaban su camino.

 

Cierto día, mientras Takanori, a pedido de Akira, recitaba un antiguo poema francés; Suzuki comenzó a recorrer las repisas repletas de cosas con la yema de los dedos, hasta llegar a una pequeña caja de metal, bastante antigua. Con todo el cuidado posible, la tomó entre sus manos.

—¡No toques eso! —Chilló Takanori, rompiendo la calma que reinaba en la habitación.

Excuse moi —Dijo Suzuki con una ligera sonrisa.

—Idiota —Murmuró Takanori, tratando de ignorar el encantador gesto de Suzuki. —Esta caja es sagrada —Sentenció— Aquí están todos mis ahorros para viajar a Paris —Añadió antes de que el otro le creyera loco.

Con pasos rápidos, Matsumoto se dirigió a la sala, siendo seguido cual perro fiel por Akira.

—Paris —Susurró Suzuki. Comprendiendo por fin las “locas” aspiraciones de Takanori.

Él sabía que en un lugar como su pueblo jamás podría ser feliz, jamás sería libre; Matsumoto soñaba con la dolce vita, con asistir a fiestas elegantes y beber vino caro, con vivir un amor de película frente a la Torre Eiffel, y caminar vistiendo ropas excéntricas bajo una cálida lluvia de media día.  

Akira sintió un inmenso vacío en el estómago al imaginarse una vida sin Matsumoto; sin sus charlas llenas de referencias literarias complejas, con citas de artistas extranjeros, y su gracioso acento al hablar francés. ¿Qué haría cuando Takanori no estuviese? Sus amigos ya no le hacían sentir bien; solo Takanori le hacía sentir bien, le hacía sentir vivo, como un verdadero ser que piensa, vive y sueña.

—Si pones esa cara, hasta me hace pensar que te sientes triste con la idea de que me vaya —Bromeó Takanori, soltando una risa torpe, que calló al instante al ver que Akira no emitía objeción alguna.

Por primera vez en mucho tiempo, el ambiente entre ellos dos fue tenso.

—Creo que me harás falta cuando te vayas —Susurró Akira, sin siquiera ser consciente de sus palabras.

El corazón de Takanori latió con fuerza, y a sus mejillas subió un leve tono rosáceo. Sabía que estaba “mal”, pero poco le importó. Ambos compartían el sofá principal, la distancia era poca; tentadora. Conmovido por las palabras de su amigo, Takanori acercó su rostro al ajeno y, de forma torpe, unió sus labios a los contrarios. Aquel contacto tibio, lleno de temor e incertidumbre, sería siempre su primer beso.

Los ojos de Akira se abrieron a más no poder ante la idea de estar besando a un hombre, pero, poco a poco, se cerraron, y sus sentidos se rindieron a disfrutar el momento. No era cualquier hombre quién le besaba, era Takanori.

Non je no regrette —Recitó Takanori cuando los nervios le traicionaron, y le hicieron separarse abruptamente de Akira.

—¿Eso qué significa? —Dijo el más alto, con una sonrisa en el rosto.

—“No, no me arrepiento”—Susurró algo perplejo por la actitud del otro.

Un nuevo beso cayó sobre los labios de Matsumoto, esta vez, acompañado de una tierna caricia en su mejilla; así daba inicio su amor. 

 

 

Notas finales:

Maldito romance. Esta historia fue, es y será mi primer Reituki; luego de cinco horas escribiendo, ya tolero la pareja, así que quizás no sea el último. Sólo la tolero, no me gusta para nada.

No cuidé mi ortografia, ni mi gramática, ni mi redacción. Me fui a la mierda con esto, y tengo una jaqueca de los mil demonios. 

Escribí casi todo desde el teléfono, así que lo siento si hay "fallas de dedo" 

Nunca más entro a un desafío. Estos fueron los peores dos días de mi vida.

 

Espero les haya gustado. Mil gracias por leer.

¿Opiniones?

Besos~

Au revoir~


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