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Colores primarios por blendpekoe

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Sonó un golpe en la puerta y creyendo que se trataba del médico que debía darle el alta al Santiago, respondimos con un simple "adelante". Pero al abrirse la puerta una mujer joven se dejó ver, no llevaba ropa del hospital, era una visita. La mirada de la desconocida pasó por nosotros hasta detenerse en Santiago, quien tenía una expresión de sorpresa y confusión. La visita llegaba sin que nadie la esperara. Miró hacia atrás antes de cerrar la puerta, dando la sensación de que alguien quedaba del otro lado, y se acercó inquieta a la cama.

—Estás bien —dijo con alivio—. Julieta contó que te veías muy mal.

Gabriel se acercó a mí y se quedó a mi lado por la desconfianza que le despertaba mi desconcierto y el claro descontento de Santiago. La visita se volteó para presentarse.

—Soy Lucía, hermana de Santiago.

Se mostraba reservada, nuestra intensa mirada era mucho para ella. Según entendía, era la hermana del medio.

—Yo soy Daniel —me presenté aún confundido por su presencia e hice un gesto hacia mi derecha—. Él es mi hermano Gabriel.

El silencio siguió a ese intercambio. Me observó con cautela sin saber qué decir, su hermano vivía conmigo y ella no me conocía, dejando en evidencia la situación compleja en la que se encontraba su relación.

Cuando Santiago hablaba de sus hermanas siempre era con cierta melancolía. Crecieron distanciados por un hecho tan común que hasta sonaba irrelevante: ellas, con poca diferencia de edad, eran, además de hermanas, mujeres, compañeras, cómplices, y él era el hermano menor intruso y molesto. Sus vidas nunca fueron paralelas como era en mi caso con Gabriel. Se llevaban bien pero los vínculos con él parecían superficiales, así lo describió Santiago, tomando la responsabilidad de la parte que le tocaba. Aun así, sus hermanas lo apoyaron en todo momento... hasta que él decidió castigar a sus padres con indiferencia, esa situación marcó una línea que ellas no se atrevían a cruzar.

Santiago no dejaba de mirarla molesto y resentido. Ella lo notaba y eso contribuía a la inquietud que no la abandonaba, desde que entró sabía que no era bienvenida por su hermano. Cualquier familiar hubiera reclamado la falta de aviso ante una cirugía de emergencia pero ella omitió el detalle con la culpa de alguien que era consciente de que estaba en el bando equivocado.

—Hace mucho no te veía —murmuró con tristeza.

Él no respondió, seguía mirándola con un reproche sin igual. Yo no estaba acostumbrado a verlo enfadado pero las pocas oportunidades me enseñaron que su silencio, porque su enfado comenzaba con un frío silencio, era una bomba de tiempo. Era una persona que guardaba demasiadas cosas como para ser provocado, sus sentencias podían ser absolutas, como la que pesaba sobre sus padres. Conociéndose, se alejaba del conflicto pero la cama del hospital no se lo permitía en esa ocasión.

—Estaba preocupada.

Pero el humor de su hermano no cambiaba. Gabriel me dio un leve codazo que ignoré.

—Papá y mamá vinieron a verte —anunció buscando una reacción—, están afuera.

—No quiero verlos —respondió inmutable.

Lucía volteó a vernos.

—¿Podrían dejarnos...

—No —interrumpió Santiago—. Los que están demás aquí son ustedes.

Gabriel volvió a darme otro codazo pero más fuerte y con urgencia. Ella decidió dejar de comportarse frente a nosotros.

—No hagas esto —reclamó—. Ellos lo están pasando muy mal, desde que te fuiste no ven a su nieta y no saben nada de ti.

—¿Por qué lo están pasando mal? ¿Cuál es el motivo? —cuestionó con ironía.

Ella no esperaba esas preguntas, tomó aire pero no hizo ningún intento en responder; el motivo, o los motivos, no eran los correctos.

—Deja que te vean —suplicó angustiada.

No conseguía su cooperación y sus ojos comenzaron a humedecerse. Santiago desvió la mirada, incómodo por la situación, pensando, luego volteó hacia mí y tomó su decisión.

—Lu —llamó—. Si esto sale mal, no quiero que vuelvas a intermediar por ellos nunca más —exigió con dureza.

Ella titubeó, no iba a salir bien, lo dejó ver en el desconsuelo que le causó la condición impuesta por su hermano. Pero asintió de todas formas. Le hice una seña silenciosa a mi hermano para salir de la habitación, afuera estaban los padres que nos miraron de arriba a abajo con gravedad al pasar, detrás se escuchó la voz de Lucía pidiéndoles que entraran.

Nos sentamos frente a la puerta con impaciencia.

—Que tenso —comentó Gabriel.

Afirmé con un gesto sin poder dejar de mirar la puerta.

—Su hermana es una traidora —agregó.

Mi hermano intentó levantarse para ir a buscar café pero lo detuve tirando de su ropa para que volviera a sentarse. Se quedó allí esperando conmigo. Quería creer que estando dentro de un hospital los ánimos se mantendrían calmados, que no perderían el control pero, increíblemente, desconfiaba de Santiago. Si ellos no iban con intenciones de mejorar la relación, él podría reaccionar muy mal. No me preocupaba que les dijera cosas que merecieran, me preocupaba que por todo lo que guardaba no se midiera y expresara algo de lo que pudiera arrepentirse. No por sus padres, por él, que le pesaría si, impulsado por el enojo, decía cosas que no eran ciertas.

La espera se me hizo eterna a tal punto que cuando salieron dudé de que tan corta fue la visita. Al salir de la habitación las miradas fueron hacia nosotros, por sus caras fue fácil saber que el diálogo no los favoreció. En ese momento Gabriel cometió el error de pararse y el padre de Santiago lo tomó como una confrontación.

—Así que esto —dijo despectivamente dirigiéndose a mi hermano— arruinó nuestra familia.

Me tomó por sorpresa que actuara de esa manera pero no era suficiente para que decidiera discutir, era una de esas cosas que había que dejar pasar, lo mejor era permitir que se fuera. Pero Gabriel tuvo ganas de hacerse cargo de la acusación.

—Por supuesto —respondió con una marcada ironía—, mi vida gira alrededor de su familia.

Lucía quiso interrumpir pero no logró hacerlo.

—Eres un irrespetuoso, como todos los de tu clase —replicó señalándolo.

—No me señale —amenazó Gabriel devolviendo el gesto— que no tiene pinta de saber pelear.

Me paré frente a mi hermano para evitar que siguiera hablando, asustado por su atrevimiento, porque se hacía el malo cuando él jamás se había peleado en su vida.

—No sigas —ordené—. No digas nada. No hagas caso.

Pude escuchar que la hermana de Santiago le decía a su padre que hablaba con la persona equivocada.

—Entonces tú eres la desgracia —proclamó a mi espalda.

Gabriel me miró con severidad, solicitando seguir con el enfrentamiento, deseando repartir justicia. Y yo no era de piedra. Me di vuelta para mirar al hostigador. Lucía actuaba nerviosa y su madre hacía un gesto constante de negación, exasperada y apurada por irse, aunque no detenía a su esposo.

—Por lo menos no me estoy yendo ofendido de un hospital abandonando un hijo.

Lucía decidió intervenir antes de que su padre respondiera.

—Es mejor que nos calmemos. —Pero nos miraba solo a nosotros como si fuéramos el problema.

—No hace falta. —Escuché contestar con enfado a mi hermano—. Ya hay mucha tibieza en este lugar —agregó con malicia mirándola.

También la miré reafirmando la acusación, a la espera de una respuesta, pero ella quedó sorprendida por las palabras que recibió. En el pasillo una enfermera levantaba la cabeza intentando entender qué estaba sucediendo.

—Si tú no hubieras aparecido mi hijo tendría una vida normal.

Sentí unos golpecitos en mi espalda que buscaban animarme a responderle.

—¿Tanto miedo le da pensar que Santiago decidió solo?

Mi pregunta dio en el clavo, agitándolo más que todo lo que se había dicho antes, lo hirió, y su expresión dejó de ser de furia para mostrar una conmoción que seguía muy fresca dentro suyo. Él lo sabía, que otros no eran responsables, que su hijo dentro de la habitación era el real y el que él solía conocer había sido una ilusión.

La enfermera se acercó decidida y nos pidió a todos salir del hospital si queríamos discutir, acostumbrada a escenas como esas. Se quedó ahí parada en señal de que no se movería al menos que nos fuéramos o dijéramos que la discusión había terminado.

—No hay de qué preocuparse —aseguró Gabriel animado—, se estaban yendo —exageró su tono de voz mientras señalaba el pasillo en dirección al ascensor para que sonara más a que los estaba echando—. Por allá pueden salir.

El padre fue quien marcó la retirada y se marcharon casi en silencio, solo se escuchaba el reclamo que hacía la madre de Santiago a su marido por armar escándalo en el hospital, un reclamo que llegaba muy tarde pero que no cuestionaba su posición.

La enfermera nos miró con reprobación por lo ocurrido antes de irse.

Me quedé ahí parado intentando calmarme, me tapé el rostro con las manos mientras gruñía por la ridícula e innecesaria discusión que había tenido lugar.

—Eso no tuvo que haber pasado.

—Están locos, no fue tu culpa —se apuró en decir Gabriel.

Lo miré poniendo en duda sus palabras siendo que él cayó ante el primer insulto en lugar de dejarlo pasar. Nosotros tendríamos que haber puesto el ejemplo a seguir en semejante situación. Suspiré y entramos a la habitación. Santiago estaba sentado, preocupado, se percató que algo había ocurrido, de seguro algo había escuchado.

—¿Qué pasó?

Dudé cómo responder.

—Nos peleamos con tu familia —informó Gabriel—. Ellos empezaron —aclaró.

Lo miré queriendo matarlo por no callarse. Santiago se recostó con desilusión por la desastrosa visita, sus puños se cerraban con fuerza. Apoyé mi mano sobre una de las suyas.

—Fue algo sin importancia —aseguré.

Asintió apenado y no dijo nada. Intentamos cambiar el tema para distraerlo y él nos siguió la corriente por el bien de que no se hablara de lo que pasó. Su ánimo regresó cuando apareció el médico que lo liberaba de ese hospital. Quería irse lo más pronto posible y volver al único lugar dónde se sentía en paz. No le gustó la idea de ser trasladado en silla de ruedas pero tardaba mucho caminando y el trecho hasta el estacionamiento era largo para él. Su prisa fue más fuerte que su orgullo.

Cuando llegamos a casa mi hermano nos dejó al ver que ya no se requería más ayuda. Se fue rápido para evitar la escena del agradecimiento, le gustaban los elogios pero escapaba de lo emotivo. Santiago pareció aliviado al sentarse en la cama, lejos del hospital y lejos de las visitas, disfrutando el silencio y la tranquilidad que garantizaba nuestra casa. Las flores que Gabriel le regaló lucían mejor en nuestro cuarto, las quiso ahí para poder tenerlas a la vista mientras duraran. También insistió en querer darse un baño antes de que los efectos de los analgésicos pasaran y quitarse, lo que él llamaba, el olor a fármaco. No quiso ayuda, lo que creí temerario, y solo me dejó estar al pendiente sin intervenir. Luego volvió a sentarse en la cama, encaprichado en vestirse sin ayuda. Pero sí dejó que secara su cabello porque le costaba mantener los brazos en alto tanto tiempo. Intentaba hacer de cuenta que no estaba afectado por todo lo que ocurrió en el hospital.

—Eres uno de esos pacientes.

—¿Cuál?

—El que dice "yo puedo solo".

Empezó a reírse. Conocíamos muy bien ese tipo de paciente, terminaban siendo los más problemáticos, retrasaban todo, no acataban indicaciones, rechazaban ayuda necesaria, complicaban un trabajo que debería ser sencillo, la negación personificada.

—Ahora los entiendo un poco más —bromeó.

Lo ayudé a recostarse porque los movimientos que requerían la fuerza del abdomen le costaban mucho y cuando el efecto de los analgésicos del hospital dejaran de protegerlo, esos movimientos serían, además, dolorosos. No me soltó una vez acostado, a pesar de no necesitar más mi ayuda, así que me quedé a su lado. Lo abracé acurrucándolo un poco, acariciándolo suavemente aquí y allá. Me costaba mucho imaginar lo que podía sentir, mis peleas y enojos con mi familia nunca llegaron tan lejos, los peores desacuerdos habían durado días y, aun así, en esas situaciones, no se me pasaba por la mente la posibilidad de no hablarnos. Era difícil tratar de entender cuál era el problema. Era claro que sus padres eran el problema, pero sus motivos eran los difíciles de entender, absurdos en sus dichos, pensamientos y acciones. Ninguna persona razonable actuaría como ellos. Haberlos visto y escuchado era diferente a solo saber de los problemas, era más impactante y angustiante. Santiago se durmió pero yo seguí a su lado acariciándolo, tratando de encontrarle sentido a todo el asunto para saber qué palabras serían las correctas cuando él necesitara esperanza.

Notas finales:

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