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Castle in the Sky por Ana Jaegerjaquez

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Notas del capitulo:

Apenas tenía tiempo para mí debido a la Universidad, una disculpa por el retraso. 

 

Los personajes pertenecen a Tadatoshi Fujimaki.

Parte II
 
 
Abrí los ojos con asombro, estupefacto de verlo de pie junto a la puerta. Se suponía que tenía que verlo hasta mañana en la noche, estaba seguro que Akashi-cchi y los demás no harían nada más que tratar de invocar al Dios, pero el que estuviera ahí sólo me decía una cosa, cuando pude reaccionar fue que me acerqué a él. Por un momento llegué a pensar que si lo hacía, Midorima-cchi me detendría, más no fue así. Al contrario, me instó a que me acercara a él, quien extendía la mano para que la tomara. Dudé un poco antes de tomarla más después lo hice, aun inseguro.
 
 
— ¿Qué… Qué haces aquí…? — se había retirado sin saber su nombre o algo más que sólo lo que sabía. 
 
 
— ¿Qué no escuchaste? Vine por ti, rubia. — la sonrisa un tanto torcida formada en sus labios no le convencía mucho, pero el abrazo a su cintura le impidió alejarse. 
 
 
— Midorima-cchi, ¿qué es esto? — su rostro estaba un tanto deformado debido al dolor provocado por el agarre sobre su cuerpo.
 
 
— Ya ha sido mucho. No perteneces aquí. No eres uno de nosotros. De ninguna raza y de ninguna parte del mundo. —  las palabras mencionadas iban causando cierto dolor en el corazón del Nephilim. — Y tampoco mereces ser nuestro alimento. Es mejor que te vayas ahora. Ellos… Akashi vendrá en cualquier momento y entonces no podrás irte jamás. Esa es la razón del por qué están invocando al Dios, para atarte y que jamás nos dejes.
 
 
A pesar de ser jalado por el  brazo del hombe-lobo, me quedé inmóvil. No entendía a qué se refería con eso. Estaba más que claro que no podía escapar más sus palabras regresaron a mi memoria, aquellas que había mencionado con anterioridad. No comprendía el significado. Todo lo que estaba pasando era más que confuso, no tenía ni la más remota idea. 
 
 
— ¿Qué no pertenezco aquí? ¿No soy parte del mundo? — su voz había tomado un tinte de tristeza. — N-no entiendo… Explícame, Midorima-cchi!. Lo exijo! ¡¿Qué es lo que me han estado ocultando?! — se había soltado, tomando de las solapas de la camisa al más alto, dejando a sus rostros demasiado cerca y mostrando un gesto entre triste y confundido. — Por favor, ¿Qué quieres decir con eso? — suplicó.
 
 
Soltó un suspiro con pesadez, conteniendo las ganas de lanzarse encima del rubio y beber de él, pues sus ojos habían tomado un color rojo, muy parecidos al único ojo de ese color de Akashi. Lo sabía inteligente pero estaban esos momentos en donde quería empinar al rubio y hacerle ver las cosas, que tomará esa clase de decisiones rápido.
 
 
— En otro momento, lo que tienes que hacer ahora es irte. Después te explicaré con detalle… — había callado repentinamente. Haizaki se había transformado, rompiendo sus ropas, al tiempo que la ventana se abría con violencia, dejando a la vista a una persona de cabello guinda con tintes un tanto negros, ojos rojos y una expresión que para los tres en la habitación no daba buena señal.
 
 
Midorima se adelantó, dejando a Kise detrás de él; lo mismo que Haizaki. El gruñido del lobo lo asustó un poco, más este creció al voltear la mirada y observar detrás de ellos a los demás. La sonrisas de los cuatro en el umbral de la puerta decían que lo ocurrido no era una sorpresa. 
 
 
— ¿Estás listo, Midorima-kun? — Kuroko alzó los brazos, El “Dios”, como ellos lo llamaban, hizo lo mismo uno de los suyos, mostrando una flama sobre la palma, que comenzaba a crecer. Midorima no se quedó atrás. Junto ambas manos, dejando que una parte de su espíritu tomara la forma de un muchacho de cabello negro y ojos azules. Las alas en su espalda y las piernas de ave dictaban que había hecho un contrato con los cambia-formas de ese tipo. 
 
 
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Había dejado a Midorima al cuidado del rubio mientras ellos se dirigían a invocar al Dios, capaz de controlar el fuego. Kuroko y Aomine habían vertido su sangre en la urna que reposaba entre las llamas, que al abrirse había revelado la figura de un chico. 
 
 
— ¿Qué es lo que quieres ahora, Akashi? Es muy raro que me invoques. 
 
 
— Hay algo que necesito saber… — la persona sobre las brasas levantó el brazo interrumpiendo la conversación. 
 
 

— ¿Desde cuándo dejan entrar a los perros al castillo? — enarcó una ceja. Se acercó a los dos que lo habían liberado, tomando sus brazos y lamiendo ambos cortes, hasta que las heridas cerraron. 
 
 
— Al parecer, ha entrado con la ayuda de alguien. — los otros dos se acercaron al peli-rojo, al igual que el más alto, quien dejó que el recién llegado se dirigiera a la salida. Apenas puso un pie fuera de la habitación unas alas negras se extendieron en su espalda, levantando el vuelo hacia ventana. El sonido del vidrio rompiéndose llegó a los oídos de los otros que ya estaban en mitad de las escaleras. 
 
 
— No creí que realmente lo harías, Midorima. — poco a poco se acercó a ellos. Kuroko dejó que los cubos de hielo, posados en sus palmas, abandonaran sus manos, rodeando el cuerpo del lobo. Murasakibara había tomado en brazos a Kise, en sus hombros se mostraban los tatuajes de la fuerza destructora heredada. 
 
 
— ¿Por qué Kise? — preguntó Aomine. — ¿Por qué estás con él? ¿Por qué nos traicionas? 
 
 
— ¿Dices que yo? Pero… ¡Yo no sé nada! 
 
 
— Mido-chin, ¿acaso quieres solo para ti a Kise-chin? — por primera vez había hablado desde entonces. La mirada que le dirigía al de lentes no era muy buena, con los brazos apretados en torno al de cabellos rubios, que se removía dentro de ellos.
 
 
— No es que lo quiera para mí, eso lo sabes, pero tampoco merece que esté en este estado ni de esta forma, ignorando lo que es. — lo que parecían ser las ramas de un árbol comenzaban a salir debajo de sus pies, al tiempo que el chico materializado tomaba una espada desde el interior del de lentes. — ¿También te gustaría que te pasara lo mismo que a Kise? ¿No saber lo que eres, por qué mataron a tus padres y el estar encerrado? 
 
 
El chico alto se lo pensó tan solo una fracción de segundo. — Nope, porque mi padre es Akashi-cchi. — y al instante salió corriendo con el chico en brazos, siendo perseguido por el lobo. Akashi lo dejó pasar pues confiaba en la fuerza hercúlea de Murasakibara, mientras le dedicó una mirada reprobatoria a Aomine, que salió tras los mencionados. Si algo que le molestaba es que los demás no tuvieran pensamientos individuales. 
 
 
— ¿Qué fue lo que te ofrecieron a cambio de esta traición? — preguntó, paseándose mientras los otros dos lo atacaba con fuego y hielo, siendo ayudado por su familiar. — ¿Acaso fue el “perdón” por lo que has hecho? — hizo un ademan, en señal negativa. — Nah, no creo. Quiero saber, mi querido Midorima, ¿qué fue?
 
 
Había derribado al de cabello azul cielo, que, estando bajo la espada de fuego del chico halcón, se encontraba inmovilizado. El Dios sólo sonrió, un tanto aburrido de ver a la naturaleza siendo quemada, sin oponer resistencia. — No fueron ellos, si no Kise, sin saberlo. — sin que el otro se diera cuenta, debido a su confianza, había sido golpeado desde atrás, llevado al suelo y atrapado en ramas del Árbol de la Vida de Midorima. 
 
 
— Ya ve. También pudiste verlo, ¿no es así? — se acercaba a él a paso lento, mientras hacía lo mismo, dejando que las ramas del árbol sofocaran al Dios… aunque si se liberaba sabía que ya no estaría tras suyo, sino de los otros dos.
 
 
— Si, así es, pude verlo. Desde el principio lo hice. — las manos del peli-rojo comenzaban a liberar aquello que no parecía fuego, pero que hacía arder incluso más que el elemento natural.
 
 
— Entonces, por eso la insistencia de dejarlo libre.
 
 
— Porque será nuestra destrucción. 
 
 
— Mientras haya sangre que pueda tomar, no importa quienes mueran. — aquello lo había enfurecido un poco más. Al parecer había creído mal, pues el Dios se había lanzado contra su familiar, liberando a Kuroko y pelando con ambos.
 
 
— Realmente ha sido así siempre, ¿no es así? ¡Tú fuiste quien entregó a Caín!
 
 
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Murasaki-cchi no dejaba de correr, lastimando mi estómago y cintura con sus brazos. Detrás de nosotros corría Haizaki, convertido en un lobo enorme y tras él, Aomine-cchi. No sabía por qué estaba pasando esto, incluso sentía ganas de llorar, más me controle. Un hombre no llora por no entender las cosas, sólo tiene que afrontarlas y seguir en ello. Aun así, quería respuestas, entender el porqué de la traición de Midorima-cchi. 
 
 
Se detuvo en el límite del río. No es que le tuviera miedo pero tampoco quería ser purificado, por lo que bajó al rubio. Sus sentidos le habían dicho que tras ellos estaba Aomine, así que bien que podrían contra el lobo. 
 
 
Ambos se detuvieron frente a ellos, el lobo gruñó al más alto, mostrando los colmillos y una expresión que denotaba que no era el hombre si no la bestia bajo el control. No tardó mucho para que se lanzara sobre ellos, más específicamente sobre el alto, que apartó al rubio de un manotazo. El moreno no se quedó atrás, era al único que no le pasaba nada estar en contacto con el agua, debido a su poder para manipularla. Sin embargo, el espectador se quedó a la orilla, sintiendo como el líquido le mojaba el pantalón y los zapatos. 
 
 
¿Qué podía hacer? No había sido entrenado para la batalla por orden de Akashi-cchi ni nada por el estilo, lo consideraba algo corrupto para mí. Y ahora me arrepentía de aquello, seguir sus órdenes. El lobo apenas podía contra ellos, más ya había causado heridas en ambos, que - para mi sorpresa  no se curaban al instante como otras veces - quedando tal cual, como en los humanos. Las partes interiores de sus cuerpos  venas, músculo, hueso  quedaban a la vista. Estaba hartándome de aquello, para mí, más que la violencia entre ellos tres, me dolía que no dijeran nada y se estuvieran matando como viles animales aunque uno de ellos lo era ahora. 
 
 
A pesar del peligro, y de que seguramente moriría, me acerqué, en un intento de separarlos, cuando escuché el aullido del lobo, siendo lanzado por los aires por el agua y el golpe de Murasaki-cchi. Cayó frente a mí, lleno de sangre. Su pelaje plateado ya no lo era más, sólo una mancha roja en la tierra de un café claro. Me agaché lentamente, tocando sobre su hombro, sin importar el ensuciarme. 
 
 
— N-no, no mueras, lobo idiota. Tienes cosas que decirme y aún no lo haces. — lo recostó sobre una de sus piernas, acariciando su cabello con la otra mano pues la transformación se había terminado y ahora mostraba al hombre. 
 
 
— D-deja de de-cir tont-erías, rubia… esto es una pelea… — la tos lo interrumpió, salpicando sangre y manchando el rostro del Nephilim, quedando un poco cerca de sus labios. Hizo ademan de levantarse, más el rubio se lo impidió.
 
 
— No más… No puedes pelear en esta condición… — no sabía qué hacer o cómo ayudarlo. La única opción era dejarlo ahí e intentar enfrentar a los vampiros que había conocido por años.
 
 
— E-espera… ru-bia… — el vano intento de levantarse fue eso, porque no pudo. El chico se había parado frente a sus rivales, dándole la espalda. — No lo ha-gas Kise
 
 
Gire el rostro en su dirección, yo ¿le había dicho mi nombre? Si lo hice, no lo recuerdo, pero eso hizo que volteara la cabeza, dispuesto a protegerlo aunque me costara la vida. 
 
 
Lentamente se acercó a él, haciendo un esfuerzo sobre-humano hasta alcanzar su pierna, provocando que se agachara. Apenas lo hizo, lo tomó del cuello, llevándolo a su boca y mordiendo la piel. El rubio gritó del dolor, pues a pesar de ya haber sido mordido demasiadas veces, ninguna de las mordidas de los vampiros se comparaba a esta, recibida del lobo.
 
 
Traté de alejarlo, separarlo de mí, pero se aferraba con más fuerza, como si quisiera arrancar la parte mordida. A pesar del dolor, ciertas memorias que no me pertenecían llegaron a mi mente. El cómo un pueblo era masacrado por los vampiros, aquellos a los que había estado sirviendo. La vida de niños, ancianos, incluso de animales era arrebatada cruelmente, sin ningún tipo de remordimiento. Prácticamente toda su vida, desde su nacimiento hasta la vez que lo había visto dentro del castillo. Fue entonces que supe lo que era, pues el mantenía aquella información. Mi identidad.
 
 
Una vez que se separó, saciado, observó como Kise lamía la sangre que había estado machando su rostro. Pudo darse cuenta que sus ojos habían cambiado, al igual que él. Los del rubio plateados, sus iris cambiadas como si el lobo dentro de Haizaki hubiera pasado al cuerpo del chico; y los de Shougo, tomando el color dorado del sol , exactamente iguales a los de su pareja. Sus heridas habían sanado mágicamente, pudiendo sentirse más fuerte que antes. Se levantó, ayudando al rubio, que miraba los otros con odio. Los pensamientos desbordantes del Nephilim eran escuchados en su cabeza. 
 
 
— ¿Por algo tan simple no pudieron decirme la verdad? — apenas podía quitarle la vista de encima, sorprendido de lo que estaba pasando. — ¿Tanto miedo les causo? Debieron decirlo…
 
 
No pudo continuar, en ese momento llegó el peli-rojo, acompañado del Dios y un Kuroko en brazos del mismo. 
 
 
— Ryouta…
 
 
— ¿Por qué Akashi-cchi? — trató de acercarse, más fue detenido por Shougo. — ¿Qué le hiciste a Midorima-cchi?

 

— Shintarou... — soltó un suspiro. — Él creía que lo que hacíamos estaba mal y nos traicionó. Sólo hice mi deber. — la expresión neutral que acompañó a las palabras del líder vampírico fue demasiado para Kise. Una vez más hizo intento de acercarse a Akashi y nuevamente detenido por el hombre-lobo.

 
 
— Suéltame Shougo-kun, por favor. — suplicó.
 
 
— No lo haré. — abrazó de la cintura, apretándolo contra él. — Sé lo que estás pensando, pero eso no ayudará en nada. — el chico en brazos abrió los ojos.
 
 
— ¿Cómo…? Ya entiendo… 
 
 
— Hemos formado un vínculo. Aunque aún no está completo, es fuerte, ¿sabes por qué?
 
 
A pesar de haber visto dentro de él, no lograba comprender del todo lo que significaban aquellas cosas que tenían que ver con los suyos. Quería saber, más algo o alguien me apartó de su lado; sentí que me desvanecía al estar lejos de Shougo... Incluso su nombre lo había aprendido tras aquella mordida. Akashi-cchi me tenía junto a Murasaki-cchi; Shougo-kun sujeto por los brazos de Aomine-cchi y Kagami-cchi, sometiéndolo
 
 
— Akashi-cchi suéltalo, por favor. — se removió entre sus brazos. No sabía cómo podía liberarse de él. 
 
 
— ¡Suéltalo, jodido gigante! — el más alto le dedicó una mirada aburrida. 
 
 
El peli-rojo se acercó a él, siendo casi incapaz de moverse. — Haizaki, al parecer ya lo hiciste, pero él no sabe cómo activarlos ni mucho menos controlarlos. — una sonrisa que denotaba que ya había ganado apareció en sus labios. — Y tú no estás junto a él ni lo has marcado para que lo haga… Al menos no de aquella forma. — el de cabello plateado tenía la vista fija en la figura del rubio, que se removía dentro del abrazo de Murasakibara. Lo mismo fue hecho por Akashi. — Es demasiado débil. Tanto, que incluso el más débil empujón de alguno de nosotros y morirá. 
 
 
Abrió los ojos, sorprendido por sus palabras. Claramente denotaban que si él era incapaz de tenerlo, entonces nadie más lo tendría. Apretó los dientes, haciendo demasiada fuerza que sus uñas se incrustaron en la palma de sus manos. Los hombre-lobo, una vez que encuentran a su pareja, sólo se dedican a ella. Son incapaces de volver a estar con otra u otro si su amante ha muerto, lo que los lleva a volverse antisociales, recluirse e incluso, suicidarse. Porque viven mucho tiempo y eso vuelve loco. 
 
 
Lo he visto, como algunos de mi clan llevan sus vidas; miserables, sin ningún signo de vida dentro de sus ojos. No quiero, me aterra estar solo, no puedo imaginarme sin Ryouta No había notado que mi vista estaba baja, hasta que la alcé, específicamente sobre él. Estaba llorando. Mis pensamientos habían llegado a su mente. No debí mostrarle tal dolor.
 
 
Suspiró, pensando en lo que estaba pasando. A pesar de relajarse un poco y apenas ser capaz de escuchar la voz del líder de los vampiros, los otros dos no aminoraban su agarre No importaba, sería capaz de librarse de ellos. Algo que los hombres-lobo mantenían oculto era su transformación; o mejor dicho, las fases. Pero no era momento de pasar una por una, necesitaba llegar a aquella que le confería más poder. Haciendo acopio de todos sus pensamientos, intentó calmar a Kise  hablándole mentalmente , que continuaba llorando mientras le explicaba lo que haría Hasta que se tranquilizó.
 
 
— ¡Cierra los ojos! — gritó, mientras todos se mostraban sorprendidos. Casi al instante, Ryouta obedeció.
 
 
— ¿Qué demonios…? — los brazos del muchacho se comenzaban a tornar más gruesos, al tiempo que se cubrían de vello, poco a poco convirtiéndose en pelaje. Pronto, el resto de su cuerpo comenzó a crecer con él. Su rostro se deformó, formando el hocico de un lobo; sus orejas, así como el resto de su cuerpo, cambiaban. Sus rodillas se adaptaron, llevando el hueso hacia atrás, dejando que se observara como la bestia y el hombre se unían en uno solo. 
 
 
Los dos que lo sujetaban lo soltaron apenas se dieron cuenta de su cambio. Era horrible. Esa forma jamás la habían visto. Siempre se había creído que los licántropos solo tenían dos formas: el homínido y el lobo; más esto demostraba que no era así. Donde hace unos instantes se mostraba un hombre, ahora había algo que no se acercaba a ninguna de sus visiones. Krinos. 
 
 
Pude sentir como los brazos que me sostenían comenzaban a perder fuerza, hasta el punto de dejarme libre. Pude escuchar la voz de Aomine-cchi, maldiciendo, y después, escuchar algo parecido a un rugido. Intenté mantener mis ojos cerrados, pero fue imposible. La curiosidad me ganó y los abrí, observando con horror en lo que Shougo-kun se había transformado. No era nada parecido al lobo que había antes, sino a un monstruo. Un hombre transformado en lobo, parado en dos patas, con orejas puntiagudas, unos caninos enormes al igual que sus garras y sus ojos, totalmente fuera de sí. Luchaba contra casi todos los vampiros, recibiendo heridas de toda clase, sin molestarse en evitar los ataques. La sangre había comenzado a recorrer su camino hacia el río, manchándolo. 
 
 
Corrió hacia él. Por su culpa se había tornado de esa manera, adquiriendo aquella forma. Mientras lanzaba a todos en el aire, incluido a él, alcanzó a divisarlo, lanzándose contra él. Sintió sus garras, afiladas como un cuchillo, incrustarse en su espalda. Lo mismo pasó con sus dientes, mordiendo en su hombro y muy cerca de su tráquea, temiendo que lo matara. 
 
 
Su cuerpo cayó sobre el de él, casi aplastándolo. Un rayo de razón había iluminado su ira, evitando que cometiera su propia destrucción. Mientras levantaba el cuerpo en brazos, lamía la herida del cuello. Una vez que se cercioró que ya no sangraba y que comenzaba a cerrarse, procedió a correr, en dos patas. Iría mucho más rápido si ponía a Ryouta en su espalda, pero también era seguro que lo tiraría pues estaba desmayado.
 
 
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— ¡No puede ser! — su rostro se mostraba iracundo, dejando ver ese ojo dorado otra vez, asustando un poco a sus iguales. Murasakibara y los demás aún estaban levantándose.
 
 
— Akashi… — se encontraba jadeante. Había utilizado parte de su poder en regenerarse. — ¿Qué haremos con Kise? Ese maldito lobo se lo ha llevado. 
 
 
— ¡¿En serio? No me digas! — aquello demostraba cuan enojado estaba. 
 
 
— Akashi-kun, ¿puedes explicar qué pasó? Estoy seguro que sabes. — el mencionado comenzó a caminar, siendo seguido.
 
 
— La verdad… quien sabe de esto es Midorima. — hasta ahora nadie se había preguntado qué había pasado con el vampiro de lentes.
 
 
— ¿Sabes dónde está? Creí que te habías hecho lo que debías. 
 
 
— Así es, lo hice. Sólo que no completamente. 
 
 
— Ya veo. — Kagami volvió a levantar en brazos a Kuroko, adelantándose hacia el castillo. 
 
 
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— ¡Shin-chan! ¡Shin-chan! — llevaba varios minutos así, desde que se habían escapado del peli-rojo. Por poco y no lograba salvarlo. Se vio obligado a invocar su verdadero cuerpo para poder llevárselo, en caso contrario hubiera muerto desangrado. No sabía que el poder de Akashi fuera así de grande. Volvió a suspirar.
 
 
Su mano se posó nuevamente sobre la mejilla manchada de sangre, tratando de despertarlo, sin obtener respuesta. Había retirado las cadenas de fuego y telequinesis a costa de sus alas; y ahora lo tenía en una habitación.
 
 
— Shin-chan, si no despiertas vamos a morir! Por favor, despierta! — ¿estaba bien hacerlo? No tenía qué pensarlo, solo tomar acción. Si se puede ir intercambiar su energía vital para salvar a la de su amigo y amor de su vida lo haría, pero el ritual involucraba no sólo el hacer que regenerara sus heridas. — Sería a costa de mi propia vida. — suspiró, amar tanto a un vampiro sanguinario, ocasionar que su clan lo desterrara y que la montaña donde había estado viviendo por siglos le impidiera regresar no era algo que quisiera perder a manos del peli-rojo. 
 
 
— Shin-chan, entregar mi vida por ti y por los que quiero, aún cuando ellos me han dado la espalda no es algo de lo que me arrepentiré, si no de que jamás sabrás de mis sentimientos por ti, porque, al igual que los otros vampiros... 
 
 
— Yo no tengo sentimientos, los demás seres vivos son alimento. ¿Es así? — el moreno había sufrido un sobresalto de susto, colocando sus manos sobre su pecho. 
 
 
— ¿Te... Estás bien? Pensé... Pensé que habías muerto, Shin-chan. — los ligeros sollozos comenzaron a llenar la habitación, haciendo que rebotaran en las paredes, provocando el eco. 
 
 
Movió sus brazos, igual que sus piernas, se levantó lentamente siendo auxiliado por su familiar. — Gracias a ti, si, estoy bien. Pero estoy débil, imposibilitado para pelear si Akashi vuelve. Prácticamente estoy seco. — los ojos rojos del más alto lo asustaron, jamás se había atrevido a mirarlo con esos ojos que hacían a su corazón acelerarse debido al miedo, retrocediendo. 
 
 
— N-no Shin-chan... No puedes... Ustedes beben sólo de ese Nephilim! 
 
 
Sus pasos, más grande que los del otro le habían ayudado a acorralarlo contra la pared. — Pero él no está aquí y necesito sangre. Akashi vendrá y necesito tener mis fuerzas al cien. 
 
 
— No puedes, m-mi sangre no será suficiente. — antes que pudiera siquiera acercar su rostro a su cuello, escuchó como la puerta del castillo era derribada. — Lo siento, Takao. — cubriendo su boca con una de sus manos y la otra sobre su cintura mordió la piel, rompiéndola con los colmillos hasta que sintió el sabor casi dulce bañar sus pupilas gustativas y recorrer su garganta. 
 
 
Tenía que apresurarse, sin poner en peligro la vida de su familiar, pues el aroma de su sangre lo esta haciendo perder la cordura. Haberse abstenido de beber de Kise estaba provocando que el hambre lo dominara, alejándose a regañadientes de él. Ahora era su turno de cuidarlo, abriendo la piel de su muñeca procedió a darle de tomar de su sangre. La transformación dolería peor que lo que haya sentido en la vida pues estaba siendo transformado sin estar al borde de la muerte.
 
 
— Era la única forma de mantenerte a mi lado, Takao. 
 

Notas finales:

Espero que les guste. 


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