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Vivo por Butterflyblue

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Notas del fanfic:

Hola vuelvo por aqui un ratito con este cortito espero les guste, la pareja es Kuroda y Tsukishima de Hibrid Child, una pareja tan hermosa como triste. ES un poco de mi vision de como pasaron aquella ultima noche y los sentimientos de cada uno.

 

Los personajes son de Nakamura sensei solo los tome prestados un ratico para soñar.

 

Saludos y Gracias por leer.

Notas del capitulo:

Bueno no las entretengo mucho gracias por pasar por aqui a las que se animen a leer.

 

Saludos y besos.

 

Oh esta cancion de Sam Smith me acompaño toda la historia la amo.

https://www.youtube.com/watch?v=8jzDnsjYv9A

Vivo.

 

Mientras la tarde corre, llena de las penas de aquellos que sucumbieron, él, que está vivo, que aun siente aunque sólo sea dolor, escucha con terror las noticias que lo destrozan un poco más, que lo hacen desear haber muerto en medio de la lucha sangrienta y como muchos de sus compañeros caídos, yacer en el abandono del olvido, porque finalmente eso es la muerte, es sólo un trozo de olvido.

 

Pero la crueldad de las circunstancias no es complaciente con sus deseos, no se apiada de su dolor, es aún más cruel pues le dibuja en el horizonte, la muerte, pero no la suya, no, la muerte de alguien que está muy arraigado en lo profundo de su corazón.

 

Quiere arrancarse el corazón, pues el deseo de vivir, el aliento, la esperanza, los ha perdido en el trascurso desgarrador de aquellos minutos que lleva corriendo hacia su destino.

 

Cuando se detiene, cuando mira la puerta que muchas veces atravesó sonriente, malhumorado, esperanzado… feliz. No sabe si entrar o huir, porque en el interior de aquella casa lo espera el final de un sueño que no llegó a materializarse ni siquiera en su testaruda mente.

 

“¿Por qué no te dije que te amaba, cuando tuve tiempo para hacerlo?”

 

Pregunta en silencio, implorando por una respuesta que sabe, jamás llegará.

 

Entonces entra y allí lo consigue, sereno, impávido, incluso sonriente, como si el trascurrir de las horas no estuviera acercándolo cada vez más hasta las garras frías de la muerte. Una muerte injusta, absurda, dolorosa, aterradora.

 

Pero lo que él no sabe es que en el corazón de Tsukishima se debaten muchas emociones, miedo, dolor, agonía, orgullo… amor.

 

Lo que no sabe es que cuando sus miradas se encuentran un poco del valor con el que Tsukishima ha afrontado todo aquello, se desvanece.

 

No sabe que el joven valiente que se ofreció a dar su vida por el bien mayor, se alegra en lo profundo de verlo vivo, se preocupa por sus heridas, se interesa por sus amigos, pero por sobre todo, también se pregunta ¿Por qué no expresó sus sentimientos cuando pudo?

 

Ahora ya es tarde para decir te amo, no caben esas palabras en aquel momento del tiempo, cuando la muerte y el horror los rodea.

 

Tsukishima no puede darle forma a un sentimiento que negó con vehemencia, en el que no creyó, un sentimiento que ahora lo destroza por dentro, más aun que el acto que tendrá que realizar en pocas horas.

 

Las palabras duras que le dedica Kuroda lo hieren, pero más le duele su mirada frenética, el dolor reflejado en sus facciones, el temblor que aprecia en sus manos.

 

Él sabe que hay un sentimiento poderoso que mueve el dolor de Kuroda y lo siente cuando este lo toma violentamente entre sus brazos y lo besa como no lo han besado nunca, como nunca más lo besarán.

 

Están sobre el duro suelo, pero para sus cuerpos sacudidos por un dolor que va más allá de lo físico, de lo real, es como estar tendidos sobre un suave manto. Un manto hecho de deseos, de sueños, de sentimientos que no encontraron caminos para salir. Un manto que los cobijará en los últimos momentos que tendrán para ellos, en el fin de lo que pudieron ser.

 

Y hay palabras que gritan odio, pero no es odio lo que sienten cuando se besan por primera vez, cuando por primera vez se tocan con la intimidad de aquellos que entregan su cuerpo a la pasión, cuando se miran desesperados queriendo decir lo que no pueden, lo que en el fin de sus vidas como la conocen, no deben decir.

 

Es entonces cuando Kuroda lo ama con la avidez de un moribundo que implora un último segundo de vida. Es así como sus manos se pasean por el aún cálido cuerpo y trata de olvidar que ese cuerpo muy pronto perderá la calidez para volverse frio, yerto, etéreo.

 

Y Tsukishima grita “te amo” en su mente y aunque de su boca solo sale “ No lo hagas” “Detente” en su corazón le ruega que no pare, que lo ame con su cuerpo como ahora entiende lo amó todo ese tiempo con su corazón.

 

Mientras sus cuerpos se unen en un desesperado desenfreno, el tiempo les da un respiro, para que Kuroda lo tome lentamente, para que lo acaricie con reverencia, para que descubra el sabor almizclado de su sexo, para que bese con delicadeza sus rozados pezones, para que se abra paso entre sus piernas y los convierta con una poderosa embestida en un solo cuerpo, en un solo corazón que latirá al unísono en los últimos minutos del final de sus días.

 

Tsukishima llora con la potencia de aquel deseo, quisiera que el tiempo se detuviera en aquel momento donde el silencio de sus palabras fue sustituido por la suave melodía de sus gemidos.

 

“Ambos necesitamos dejar de hablar”

 

Le ha dicho Kuroda unos minutos antes y ahora entiende, sabe que en la belleza de aquel acto se están diciendo lo que con palabras no hubiesen alcanzado a describir. Ciertamente él sabe que no habría palabras para describir lo inconmensurable de aquel sentimiento y a parte de un profundo amor, de un increíble respeto, siente pena por Kuroda, porque sabe que en su ira tenía razón en todo lo que le dijo. Cuando la hoja afilada del Tanto que cegará su vida, lo atraviese, de él solo quedara el silencio, pero ¿y Kuroda? ¿Qué le quedará a aquel hombre que ahora lo hace llegar más allá del cielo, donde no hay más que luz y un calor placentero que hace olvidar la realidad?

 

Lágrimas corren por sus mejillas, mientras su cuerpo se estremece por el frenesí erótico y apasionado del amor y sus miradas por un momento se encuentran, allí descubren que hay más cosas que debieron decirse con palabras, pero que sólo se dicen con silencios. Mientras Kuroda lo mira con vehemencia llevándolo con aquella danza primitiva hasta el final inolvidable de aquel encuentro, ambos piensan que debieron poner en palabras el amor que en aquel momento los llena.

 

La pequeña sala se llena de gemidos, de sollozos, de respiraciones entrecortadas amortiguadas con besos, jamás volverán a escuchar aquellas paredes el canto celestial del deseo que llenó a aquellos dos corazones, en esa, su primera y última noche.

 

 Los minutos vuelven a su cauce normal y el tiempo recorre de nuevo el camino que los separará para siempre.

 

El amanecer los consigue cobijados entre sus brazos, no han dormido, no han hablado, no han pensado, solo sintieron, el calor, el anhelo, el deseo, el adiós que se forma entre las horas muertas.

 

Cuando es tiempo Tsukishima se desprende lentamente de los tibios brazos y se levanta. Las huellas en su cuerpo no se han borrado, las siente con complacencia, se siente vivo por última vez y afronta lo que vendrá con un atisbo del valor que sintió en un principio, pero también hay dolor, el dolor de dejar atrás a aquel que aún yace en el suelo. Aquel que le dio la última noche más perfecta de su vida.

 

No se despide, no dice nada, no lo mira, si lo hace perderá el pequeño resquicio de valor que consiguió con el recuerdo de sus besos, de sus caricias, de su amor.

 

Desaparece cerrando las puertas tras de sí y su mente le susurra con dulzura.

 

“Adiós amor, siempre te amé y siempre te amaré”

 

Kuroda lo ve partir y en medio de aquel silencio, de aquella soledad, batalla con las lágrimas, le duele que no lo haya mirado ni una sola vez, pero quizás si lo hubiese hecho no lo habría dejado marchar, lo habría raptado llevándolo muy lejos de allí, pero así lo habría destruido, le habría quitado su orgullo, su valor, su idea de que estaba haciendo lo correcto.

 

Y “Maldita sea” él lo ama tanto que si tiene que dejarlo ir, si tiene que dejarlo morir para que sea feliz, aunque su corazón se desvanezca en medio del dolor, lo hará.

 

Una tarde muchos años después cuando ya todo no es más que historia, Kuroda se da cuenta que él no ha olvidado ni un segundo aquel amor.

 

El ser que ha creado, al que le ha dado una vida artificial, aquello que quizás lo ha mantenido con vida durante aquellos lúgubres años, le trae un recuerdo. Un recuerdo amado, precioso, irreal, que a veces en el lento desfallecer de aquellos años se ha preguntado si fue real.

 

Sí lo es, allí están las flores y son iguales sus palabras “Te lo doy” su corazón da un doloroso vuelco y por primera vez se siente vivo, no le importa que sea dolor lo que siente, pues no siempre será así. Tsukishima le dio aquel día más que unas flores, le dio su corazón y aquella noche antes de su muerte le entregó su alma.

 

Tsukishima no murió preso de los malditos preceptos de una guerra sin sentido. No, el vivió en sus recuerdos, en sus preciadas memorias, en su corazón, vivió en su ingenio al crear a aquella criatura preciosa que ahora lo liberaba de su prisión de dolor.

 

Kuroda dejó libre sus recuerdos, le dio permiso a sus lágrimas para salir, se dejó llevar por las penas retenidas y evocó en sus recuerdos al amor que solo vivió una noche, pero que le alcanzará para vivir en paz lo que le reste de vida.

 

 Porque Tsukishima jamás estuvo muerto, siempre vivió, vivió en lo profundo de su alma como un recuerdo hermoso del que jamás se desprenderá.

 

Kuroda mira al pequeño ser que le devolvió un poco de paz y murmura.

 

“Estas vivo Tsukishima siempre estarás vivo en mí corazón…”

 

 

 

 

 

 



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