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Reflexiones sobre una tarde de otoño por Arawn87

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Notas del fanfic:

Regreso en mi segunda incursión. Esta vez es algo corto, de un capítulo.

Básicamente es un delirio que tuve y dejé volar mi imaginación pensando en como Afrodita tomó la desición de jurar lealtad a Arles, qué fue lo que sintió y pensó en esos momentos. Al mismo tiempo escuché esta canción y me pareció que vendría bien para acompañar sus reflexiones.

La canción es "Déjate caer" de Los Tres.

 

Notas del capitulo:

La historia y los personajes no me pertenecen, son de Masami Kurumada y sus respectivos estudios de animación.

Era una fría noche de otoño, el cielo se encontraba despejado y una gran luna llena iluminaba los Templos de aquel silencioso recinto.

En los aposentos privados del Templo Principal un joven Santo reposaba en el lecho patriarcal, el sueño se negaba a llegar pese a que pasaba la medianoche. Muchos pensamientos rondaban su cabeza.

Llevaba un tiempo así, sin moverse, solo pensando. Giró su cabeza para observar al hombre durmiente que lo había tomado como tantas otras noches durante los últimos seis meses. Desde su decimo sexto cumpleaños aquel que ahora se erguía como líder de la Orden comenzó a tratarlo diferente, a hablarle diferente, a propiciarle toques y caricias innecesarias. Él no era inexperto en esos temas, pero no dejaba de inquietarle que la persona a quien llamaban “Su Santidad” se le insinuara de esa manera. No obstante, se entregó a él cuando lo exigió, no fue capaz de desobedecerle. Aún se le hacía extraño yacer a su lado, ver junto a él la imagen desnuda del Santo poseído, de aquel hombre por quien hasta hace poco sentía gran admiración.

Siempre sospechó que algo andaba mal con el comportamiento de su antiguo compañero de armas, pero no fue sino hasta esa tarde que comprobó la magnitud de la situación que vivían.

Déjate caer, déjate caer
La tierra es al revés 
La sangre es amarilla déjate caer

Esa tarde llegó de una de sus clásicas misiones donde debía eliminar a un grupo de rebeldes que se negaba a obedecer el llamado del Patriarca. Cuando ingresó al Gran Salón para informar de su éxito vio al hombre de rodillas junto al trono, sujetándose la cabeza con ambas manos, su cuerpo temblaba. Se acercó con cautela y notó la máscara en el suelo, de esa manera fue testigo de la transformación. El cabello platinado recuperó el color azulino que recordaba y las manos que cubrían su rostro descendieron lentamente dejando al descubierto sus facciones. El joven Santo se dio cuenta de inmediato que por primera vez en muchos años tenía frente a él a Saga de Géminis, entendió que su compañero no actuaba por voluntad propia, sino que era dominado por una fuerza más poderosa que él.

Si aquella revelación hubiese llegado unos años antes sin duda su reacción hubiese sido distinta, pero ya era demasiado tarde, después de tantas muertes su alma estaba marchita, no fue capaz de sentir emoción alguna, ni empatía, ni compasión. No reaccionó ante la mirada afligida del gemelo, tampoco cuando le susurró una desesperada súplica “Afrodita…ayúdame… mátame por favor”. Tras escucharlo no emitió palabra ni se movió de su sitio, solo se quedó viendo al hombre con la misma expresión ausente y desinteresada que lo caracterizaba desde que se convirtió en el principal asesino de la Orden.

El Santo de Géminis lo observó desde el suelo, aún luchaba por mantener el control de sí mismo. Pronto entendió que el menor no lo ayudaría, pudo ver en sus ojos vacíos que ya no quedaban rastros del niño que había conocido hace años, y era su culpa, él lo había transformado en eso, por culpa de su debilidad el Santo de Piscis había perdido su humanidad. Al darse cuenta de ello lo único que pudo hacer fue esbozar una triste sonrisa y soltar un lamento, “Lo siento tanto…” alcanzó a murmurar antes de perderse nuevamente en la oscuridad. Volvería a ser testigo inerte de lo que aquel monstruo hacía con el joven frente a él.

El viento ya no sopla, la boca bien cerrada
Amárrate los pies
Piensa en tu madre y déjate caer

El Patriarca se levantó lentamente sin colocarse la máscara. Se acercó para quedar a un paso del joven Santo que seguía de pie inmutable, lo observó intensamente y le hizo la pregunta que sellaría su destino “¿a quién jurarás lealtad Santo de Piscis?”.

Afrodita meditó su respuesta, sabía que lo que hacía aquel hombre estaba mal, que había corrido mucha sangre inocente por su causa, él mismo había sido ejecutor de muchas de esas órdenes. El asunto es que ya no le importaba, si aquellas personas habían muerto fue porque eran débiles, merecían ese destino… “el poder es justicia”, la frase que tantas veces le había repetido el Usurpador hacía eco en su cabeza, al principio no entendía, pero en ese momento se dio cuenta de que tenía razón.

La persona frente a él había sido capaz de matar al antiguo Patriarca, de poseer al Santo más poderoso de la Orden y manejarlo a voluntad, había sido capaz de dominar el Santuario entero junto a todo el ejército de Atenea. Entonces comprendió que era el indicado para gobernar, nadie podría oponérsele.

El joven Piscis se arrodilló frente a él en señal de respeto, al fin estaba seguro de su respuesta, “Juro lealtad a usted Su Santidad, siempre a usted”. 

Mira el cielo ceder y a la tierra después
Vuelve a creer
La sangre es amarilla déjate caer

Se removió inquieto al recordar la reacción del Patriarca frente a su juramento, el hombre estaba complacido y se lo hizo saber. No perdió tiempo para guiarlo a las estancias privadas, por primera vez se bañaron juntos. Arles se encargó de sacar todo vestigio de la misión recién cumplida, la sangre y el sudor desaparecieron en el agua. Mientras lo lavaba iba propinando suaves besos en su espalda y cuello, pero él seguía inmutable, no era capaz de estremecerse frente a las caricias.

Tras el baño se dirigieron a la habitación donde aún reposaban ambos. Ese día fue tomado con más pasión que nunca, Arles le susurraba al oído mientras lo embestía, “solo en ti puedo confiar…” “tú me protegerás siempre” “Afrodita… MI Afrodita”. Sintió como se aferraba a él con más y más fuerza hasta que llegaron al clímax, entonces su amante cayó rendido a su lado durmiéndose casi al instante y dejándolo solo con sus pensamientos.

El pisciano se levantó de la cama y caminó lentamente hacia una de las ventanas que otorgaba vista completa a los doce templos. Mientras observaba el paisaje nocturno, el joven Santo comenzó a preguntarse en qué momento se había convertido en eso que era ahora, en qué momento dejó de sentir e interesarle todo.

Las olas ya no mojan la ira de las rocas
Amárrame otra vez
Un beso a mi madre y déjame caer

Aún conservaba memorias de su primera infancia en Suecia, se veía sí mismo como un niño alegre en el seno de una familia feliz, con unos padres amorosos y su hermana gemela a quien adoraba. Recibió amor y cariño, buenos modales, valores. Un recuerdo muy presente era el de su madre, estar con ella en el jardín de su casa, ambos sentados a la sombra de un gran árbol, la mujer lo abrazaba y hablaba con dulzura: “mi pequeño, recuerda siempre ser bueno con los demás, nunca pierdas ese espíritu alegre y compasivo, eres un ser de luz que está destinado a grandes cosas”. Ese era su último recuerdo feliz, tres días después su familia desapareció ya él se lo llevaron al Santuario sin mayor explicación, solo le dijeron que las estrellas lo habían señalado como futuro guerrero de la Diosa Atenea y que dedicaría su vida a luchar por la justicia y la paz en la tierra. Tal vez a eso se refería su madre cuando lo llamó “ser de luz”.

¿Qué pensaría su madre si lo viera ahora? Soltó una risa amarga ante aquella pregunta, la respuesta era obvia. Estaría decepcionada, lo repudiaría como persona y como hijo. Lo más triste de todo es que eso tampoco le importaba, su familia era un eco lejano, ya no la sentía como parte de sí mismo, ni siquiera el recuerdo de la mujer que le dio la vida lo conmovía. En ese momento lo único que movía sus pasos era la voluntad de aquel hombre, lo que pensara o sintiera el resto del mundo era irrelevante.

Mira el cielo ceder y a la tierra después
Vuelve a creer
La sangre es amarilla déjate caer

Ese día se dio cuenta que ya no había vuelta atrás, había perdido toda posibilidad de redención, ya no tenía excusas para justificar su comportamiento. El último secreto le había sido revelado y en lugar de enmendarse decidió continuar por el camino de muerte y sufrimiento, construir un mundo donde primara la ley del más fuerte. Eso era en lo que creía ahora, ese era su concepto de justicia y de paz.

A pesar de todo se sentía satisfecho porque él mismo había escogido su destino, decidió unirlo a la fortuna de aquel hombre cuyo poder se asemejaba al de un Dios. El Patriarca podría gobernar el mundo en lugar de Atenea y él estaría a su lado como su mano derecha, lo ayudaría y protegería hasta el final, no importaba que tan errado estuviera, no importaba que tan injustos fueran sus métodos, no importaba a cuántos inocentes más tuviese que ajusticiar con sus propias manos, él no cambiaría de parecer porque ya había tomado una decisión.

Consuélame otra vez porque no pienso volver
El suelo tiene sed
La vida es imprecisa déjate caer

El futuro era incierto, pero fuese cual fuese el resultado le quedaría la satisfacción de haber actuado acorde a sus deseos y no por lo que las estrellas señalaran, se reusaba a seguir su mandato, se rebelaba contra los dioses, contra Atenea. Él sería el único dueño de su destino aunque se condenara en el camino.

Encendió su cosmos para invocar una de sus bellas rosas, rojo carmesí, veneno puro. Jugueteó con ella entre sus dedos y luego volvió hacia la cama donde aún descansaba su amante en un sueño imperturbable. Se acercó a él con cuidado y depositó la flor en el espacio que antes ocupara su cuerpo. Se detuvo un momento para observar el semblante del hombre, lucía inusualmente tranquilo.

Se visitó lentamente y se retiró con cautela hacia su templo. No le gustaba dormir acompañado, disfrutaba de su espacio personal en el único refugio que poseía, el Templo de los Peces. El Patriarca seguramente se enfadaría al notar su ausencia y le llamaría la atención como las otras veces que se había escabuido en medio de la noche; pero no importaba porque sabía que ese hombre no le haría daño, después de todo él era su última defensa, su hombre de confianza, el único que conocía todo sus secretos, su principal asesino. Arles lo necesitaba demasiado y darse cuenta de ello le produjo una extraña sensación que no supo interpretar.

Ese día Afrodita de Piscis juró lealtad al Usurpador, ese día terminó de enterrar lo que quedaba se su alma, ese día había sellado su destino. A pesar de todo, la decisión tomada aquella tarde de otoño es algo de lo que el joven Santo jamás se arrepintió.

Las horas no demoran a mi alma desertora
Explícalo muy bien
Se abre la tierra el cielo está a mis pies

Notas finales:

Así concluye este relato.

Como dije al principio, solo dejé volar mi imaginación y este fue el resultado. Gracias a los lectores.

Saludos.


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