Había terminado el primer día de trabajo tras las vacaciones navideñas, y la editorial Marukawa se encontraba desierta. Todos los departamentos aparecían a oscuras y perfectamente ordenados, dado que los editores aún no tenían que preocuparse por los manuscritos. Todo estaba en completo silencio y oscuridad.
Bueno, casi todo.
En el piso cuatro había una puerta por la que se filtraba, a través de los resquicios, una luz blanquecina proveniente del interior. Dentro estaban nuestros ukes. Habían arrimado todas las sillas al fondo de una sala de conferencias, colocándolas en círculo alrededor de una mesa acristalada, donde tenían servidos vasos de té y agua, además de algunas chucherías.
Al principio los únicos en reunirse, después de un largo día de trabajo, eran Onodera y Kisa. Tras una fiesta, en la que conocieron al famoso mangaka Yoshino Chiaki – que se ocultaba bajo el seudónimo de Yoshikawa Chiharu, debido a que dibujaba mangas shoujo – pasaron de ser dos hombres sin oficio, a tres. Con la llegada de un nuevo miembro a la editorial, Takahashi Misaki, no pasaron a ser cuatro, ¡sino seis! Tener a ese muchacho los unió inevitablemente con Hiroki, un irascible profesor universitario; y Shinobu, un colegial recién graduado. Aquel grupo de personas tan dispares no pudo sino abrir la curiosidad de Isaka, el director de Marukawa, e incluso de Yokozawa, representante del departamento de ventas.
Formar esas pequeñas reuniones les hizo darse cuenta de que todos guardaban algo en común: eran ukes. Irremediables, adorables ukes sometidos por sus semes. De forma que los encuentros se volvieron frecuentes.
- ¡Bien! Teníamos tiempo sin vernos. Seguro que han hecho cosas muy interesantes esta Navidad – empezó Kisa, sonriéndole con picardía a sus compañeros - ¡Vamos! Quiero saber qué cositas han hecho con sus semes
Un violento sonrojo sacudió a todos los ukes. Kisa comenzó a reírse por lo bajo.
- Ah, conque si han hecho cositas, ¿eh? Pervertidos
- ¡No es verdad! ¡Todo tiene una explicación lógica, pero no es amor! ¡No es amor! – saltó Onodera
- ¿De qué estás hablando? – terció Yokozawa, mirándolo con severidad
Aunque Yokozawa se llevaba bien con el resto del grupo, todavía trataba a Onodera con un distanciamiento rallante en la odiosidad.
- Para armar ese escándalo, seguro que algo hiciste, Ricchan – agregó Kisa
- ¡Claro que no!
- ¿Qué le hiciste a Masamune? – la frialdad de Yokozawa era casi agresiva
- ¡¡Nada!!
- ¡Qué ridículo! ¿Por qué tendríamos que hablar de esas cosas? – exclamó Hiroki
Quería parecer fastidiado, pero su leve sonrojo y su mirada, clavada en el suelo, lo delataban: estaba pensando en lo ocurrido durante la Navidad. Sólo pensar en poner esas cosas en palabras lo avergonzaba. Y saber que todos se darían cuenta de lo feliz que había sido, con lo poco que a Hiroki le gustaba mostrar sus emociones, no facilitaba las cosas.
- Es verdad. Mejor hablemos del último capítulo de The Kan – dijo Yoshino
Había sacado, de entre sus cosas, un tomo de manga donde aparecía un cocinero gordo blandiendo un cuchillo. Cuando Yoshino iba a la editorial podía olvidar sus lápices, sus bocetos, incluso los manuscritos. Pero jamás olvidaba llevar un volumen de su manga favorito. Al verlo, a Misaki le brillaron los ojos.
- Fue genial. No puedo esperar a ver cómo termina la batalla entre Zanagi contra Youchuuhei. ¡Cada vez se pone más interesante!
- ¡Sí! Y el próximo mes saldrá una edición especial por…
- …Su quinto aniversario – completó Misaki, cada vez más emocionado
- Que traerá como regalo
- ¡Un afiche de Zakkan!
- ¡Sí! – gritaron al unísono.
Estaban tan enfrascados en su conversación, que no notaron cómo iban acercando sus sillas, hasta estar tan cerca que podían besarse. ¿Pero quién no se pondría así? A todos nos gusta charlar de nuestros temas favoritos, y más cuando no hay muchos que comparten nuestros gustos. La escena arrancó carcajadas a Isaka.
- Ese es un manga de Ijuuin-sensei. Oye, Yokozawa, ¿tú seme no es el editor en jefe del departamento “Japun”? Ahí está el editor de Ijuuin, si mal no recuerdo.
Un ligero tic sacudió el ojo de Yokozawa. ¿”Su seme”? Aquella expresión le irritaba, sobretodo viniendo del director de la editorial. Pero Yoshino y Misaki no prestaban mucha atención a eso. Con tan sólo oír el nombre de su mangaka favorito, ambos se acercaron a Yokozawa con los ojos brillantes y el rostro enrojecido. Cualquier fanático de un manga entenderá esa reacción, pero a Yokozawa casi le daba miedo.
- ¿Puedo trabajar allí? – preguntó Misaki
- A ti ya te asignaron a otro departamento
- ¿No me pueden cambiar? Así podré estar más cerca de Ijuuin-sensei
- ¿El editor de Ijuuin-sensei no querría publicar uno de mis trabajos? No creo que sólo sepa hacer mangas shoujo. ¡También puedo crear un shounen si me esfuerzo en ello! – exclamó Yoshino.
- No creo que te acepten un shounen-ai – apuntó Isaka
- ¡Oigan! ¡Oigan! – gritaba Kisa, sonando una taza con una cuchara para hacerse escuchar – Se supone que vinimos aquí para hablar de cómo pasamos las vacaciones con nuestros semes. No me van a decir que no les da curiosidad
Aquello bastó para imponer silencio. Ninguno podía negar cuánto deseaban saber qué hicieron los otros, para que sus rostros enrojecieran ante cualquier mención de las navidades. Se alzó un pequeño murmullo, puesto que no sabían qué hacer.
- Bueno, ¿quién empieza?
Nuevo silencio.
- ¿Por qué no empiezas tú? – respondió Shinobu, a la defensiva
- Vamos, estaba tratando de ser democrático
- ¿Y si lo decidimos por un juego? – aventuró Yokozawa.
Inmediatamente se arrepintió. ¿Proponer un juego? Definitivamente se le estaba pegando el comportamiento infantil de Kirishima. Pasar demasiado tiempo con él y su hija, como si fuera una mamá, lo estaba afectando. Pensaba que se burlarían de él; sin embargo, para su sorpresa, los demás asentían ante su idea, aceptándola. Al principio pensaron en el típico juego de las varitas, en el cual rompían una vara según la cantidad de participantes, sin fijarse en pedazos cortos o largos; luego alguien los sujetaba todos con una mano y cada quien agarraba uno. Quien tuviera la vara más corta, perdía.
El problema es que no tenían varitas.
- Pero podemos hacerlo más interesante – propuso Kisa
No tendrían varitas, pero tenían una caja de Pocky sin abrir. Decidieron que cada quien agarraría un palito y lo mordería, sin fijarse en lo largo del mordisco; luego compararían los trozos, y el que dejara el palillo más corto, comenzaría. ¡Ojalá hubiesen estado sus semes! Cada uno ofrecía una imagen sensual de sí mismo, sin saberlo, al morder el palillo. Sus parejas no habrían aguantado esa escena sin querer formar parte de ella, y seguro terminarían jugando muchas cosas no tan inocentes.
Todos dejaron los palitos en la mesa acristalada. Se habían esforzado por dar los mordiscos más pequeños que pudieran para no tener que ser los primeros, y la diferencia entre cada palito era casi imperceptible. Tuvieron que medirlos para nombrar al perdedor.
- Qué karma, Yokozawa-san. El tuyo es el más corto – declaró Kisa
Yokozawa quiso protestar, pero la idea del juego había sido suya, de modo que no podía quejarse. Su orgullo tampoco le permitiría retroceder ahora que las cosas habían llegado tan lejos. Se dejó caer en la silla, y cruzando los brazos con un gesto irritado, inició su historia: