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¿Feliz Navidad? *RoyEd* por Jade Edaj

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Notas del capitulo:

FMA es de Hiromu Arakawa, las ideas son mías y las correcciones de Shisain-chan, a quien le dedico este fic.

Amiga: No es el primero que escribo, pero es el primero que publicaré en mi cuenta gracias a tu motivación y consejo.

Un  dolor punzante en el cuello me obliga a detener mi tecleo veloz y a despegar, después de varias horas, los ojos del ordenador. Despacio levanto la cabeza, enderezo un poco la espalda y me llevo las manos al cuello, el masaje alivia un poco la tensión en los músculos. Miro alrededor y me doy cuenta de que la oficina ya está completamente vacía; no es que sea una sorpresa, escuché perfectamente cuando todos comenzaban a despedirse: felicitaciones, risas, regalos, besos y abrazos. Todo lo que intencionalmente quise ignorar.

 

Guardo el archivo que  acabo de escribir y apago el ordenador. A esta hora todos deben estar en sus casas con sus familias y no sería justo que hiciera esperar más al conserje del edificio.

 

Me disculpo cuando me lo encuentro justo antes de salir

 

— De nuevo se me hizo tarde.

 

—No se preocupe señor Elric, mi esposa también dobló  turno así que prácticamente llegaremos iguales —me dice sonriente aunque el cansancio claramente se nota en su semblante.

 

—De todas formas, lo lamento. Siempre le hago pasar por lo mismo. 

 

Cada día, cuando todos cuentan los segundos para salir, yo, tan solo me saturo de trabajo para no pensar. Deseo mantener mi mente ocupada en otras cosas, para hacer mi vida más soportable. 

 

Sin darme cuenta salgo del edificio demasiado a prisa, tanto que, el pobre hombre casi tiene que correr mientras me llama.

 

—Señor, a mi esposa le gustan mucho sus campañas  y me ha repetido hasta el cansancio que le gustaría conocerle ¿Qué le parece si nos acompaña esta noche? Sería una buena oportunidad para que le conozca.

 

El antisocial y adicto al trabajo, Edward Elric, claro que debió suponer que no tendría a dónde ir.

 

—Le agradezco mucho la invitación, pero este día acostumbro pasarlo con alguien especial que me espera en casa —mi sonrisa es forzada y de seguro lo nota.

 

— ¡Oh! En ese caso,  deseo que tenga una feliz navidad Señor.

 

¿Feliz? Soy todo menos eso.

 

– ¡Gracias! Le deseo lo mismo a usted y a su esposa.

 

Después de esa incómoda situación, reanudo mi andar lo más rápido que puedo. El hombre no quedó convencido. Él ya trabajaba para la empresa cuando yo inicié y, al igual que los demás, conoce mi historia. Su mirada compasiva tardará en desaparecer de mi cabeza. Y de seguro no sería la única con la que tendría que lidiar si, cuando todos se iban, no hubiese estado fingiendo demasiada concentración en el trabajo.

 

Camino a prisa por las resbalosas calles. La suave nieve amenaza con volverse más espesa. Todos van apurados por llegar a casa y felicitando a quien se les cruza en el camino. Intento sonreír y corresponder, tampoco quiero ser descortés, aunque por dentro esté gritando.

 

Las luces de colores en los techos me indican que he llegado a mi parada, bajo del autobús y camino un par de cuadras. Los vecinos ya se encuentran instalados en sus mesas, puedo verlos a través de las ventanas, puedo ver el árbol y escuchar los villancicos. En vano, intento ignorarlos y sacudo la cabeza tratando de avanzar más aprisa para llegar a casa, nuestra casa. Frente a la entrada mis piernas tiemblan y mi corazón se acelera. Aun así, tomo el pomo de la puerta con fuerza, introduzco la llave y me obligo a entrar.  Ante la penumbra, respiro profundo para calmarme y subo el interruptor. Todo está hermosamente decorado, la mesa puesta, y la cena, lista y caliente. Recordaré agradecerle más tarde a la muchacha del servicio.

 

– ¡Ya estoy en casa Roy! –digo en un suspiro.

 

Cuelgo mi abrigo y bufanda en el perchero. Un rápido aseo y estoy listo para la cena. 

 

La mejor vajilla, los mejores guisos, postres y bebidas, pero no tengo apetito. Tan solo tomo una copa y me levanto. Desesperado por encontrar el calor de la chimenea a su lado.

 

Acomodo a Roy entre mis brazos mientras contemplo el fuego desde el sillón, una frazada nos cubre a ambos. Dejo mi copa en la mesita junto a su botella de wiski y me recuesto cerrando los ojos. La imagen de sus ojos rasgados, su irritante sonrisa de lado y su tremendo sex-appeal llegan a mí, logrando hacerme estremecer por completo. Abro los ojos.  Observo la alfombra de la casa, recordando que allí tuve mi primera vez con él y que allí conmemorábamos cada año ese encuentro. Las huellas de sus besos y sus caricias, las tatuó en mi cuerpo con fuego y nada ni nadie podrá borrarlas jamás.

 

Lo recuerdo perfectamente.

 

 

 

Era la víspera de navidad y ya se me había hecho costumbre tomar el trabajo que otros no querían para ese día. ¡Qué más daba! No había nadie en casa que esperara por mí. Tomé una caja de licor para colocarla justo en la cima del pino de cajas de champagne, que el flamante decorador había sugerido poner en la tienda. Solo que la escalera no me fue suficiente y mis brazos eran demasiado cortos para llegar hasta la cumbre. Al perder el equilibrio, tan solo pensé en la cantidad que debería al dueño si le caía encima, así que preferí lanzarme hacia atrás. 

 

— ¿Qué hace un niño tan pequeño a estas horas en un lugar como este? —me dijo alguien al recibirme en sus brazos. Yo, aun apretaba los ojos en espera del golpe.

 

— ¡N-no me digas pequeño! —le miré un poco sonrojado —. Yo ya soy mayor de edad, aunque eso no tiene por qué importarle un carajo a un extraño como tú —traté de salir de esa vergonzosa situación en la que un apuesto, y al parecer fuerte hombre, me cargaba como princesa.

 

— ¡Vaya! Nunca me habían dado las gracias de esa manera. —El hombre soltó unas cuantas carcajadas ante mi hosca actitud, incrementando con eso el calor que había  invadido mis mejillas. Estaba acostumbrado a ver a muchos hombres atractivos que frecuentaban el establecimiento, pero a este no le había visto antes. Estoy seguro, porque hubiese recordado su rostro si así fuera, no era un rostro fácil de olvidar, no señor. Su piel era casi tan blanca como la nieve, cabello negro azabache y unos exóticos ojos azules como la inmensidad del océano.

 

— ¿Te obsequio una foto?— preguntó, sonriendo con picardía.

 

— ¡Idiota! —Lo notó.

 

¿Y cómo no hacerlo? si me había quedado como poseso ante su imponente presencia. Lo cierto es que eso bastó para que se me quedara pegado como una mosca. Se presentó para ya no ser un extraño, según sus palabras. ‘’Roy Mustang’’ me dijo con su grave y varonil voz, incluso al decir su nombre era sexy el bastardo y eso tan solo consiguió ponerme más nervioso, casi tiro las botellas que estaba acomodando de nuevo. Una sonrisa de autosuficiencia se dibujó en sus labios cuando eso pasó. Era obvio que por su culpa no podía trabajar, así que tomó la botella de whisky que había salido a conseguir al último momento y se despidió, no sin antes insistir hasta que le diera mi nombre. ”Edward Elric” le dije justo antes de escuchar su inesperada invitación a cenar en su casa. Por supuesto que me negué con groserías, pensé que al notar su efecto en mí, se burlaba; pero grande fue mi sorpresa al terminar mi turno, pues cuando salí, lo encontré en la calle pasando frío mientras me esperaba. Y eso fue suficiente para convencerme.

 

Su casa no era muy grande pero era bonita, la decoración navideña me irritaba un poco. El barrio era de gente hogareña y amable, los vecinos no paraban de felicitarnos mientras esperábamos que abriera la puerta, él correspondía con una gran sonrisa y buenos deseos a todos ellos. Yo tan solo podía responder con una que otra mueca.

 

— ¿Podrías tratar de ser amable? —me dijo.

 

—No conozco a nadie, lo siento.

 

—Puedo presentarte a todos —se dio vuelta, dispuesto a hacerlo.

 

—Mejor entremos, me estoy congelando —y a regañadientes le hice pasar. 

 

Dentro, la decoración de la casa también era navideña, no era ostentosa pero sí de buen gusto. La mesa estaba lista para la cena, y en mi opinión, era demasiada comida para dos. De inmediato mis ojos se pasearon y encontraron en una fotografía el motivo. Y estuve observando la puerta de la cocina esperando a que se abriera y que de ella saliera su esposa, incluso, había demasiado silencio para una casa con niños; al menos en mi casa, mi hermano y yo solíamos hacer mucho escándalo, claro, eso fue antes de que nos separaran.  Odie a mi padre por eso y ahora empezaba a odiar a Roy Mustang por hacerme recordarlo.

 

Empezamos a comer solos y así terminamos, fue inevitable el preguntar por la hermosa mujer y el niño de la fotografía, entonces.

 

—Ella es mi hermana Solaris y mi sobrino Selin. ¿Pensaste que era casado Edward? —y esa sonrisa de lado definitivamente se volvió chocante.

 

—Bueno, es que a tu edad la mayoría de los hombres lo están —gancho al hígado.

 

—No es que me hallan faltado oportunidades Ed, es solo que en ninguna de ellas sentí haber encontrado a la persona indicada, aunque eso… podría estar a punto de cambiar —y sus ojos se posaron en mí con demasiada intensidad.

 

Era increíble como ese hombre podía darle un giro completo a la situación. El haber conseguido que mis mejillas se calentaran, fue prueba suficiente de que él era el ganador de ese round. 

 

Fue así como la velada continuó, hablamos de todo y de nada, yo supe que él era soltero y él supo que yo era un huraño que vivía lo suficientemente lejos de su familia y que por ende aborrecía la navidad. La plática marchó a buen ritmo hasta que llegó el momento del brindis, me llenó mi copa de burbujeante champagne, tomó un vaso de whisky y caminó hasta la chimenea. Yo le seguí.

 

Tomó su lugar en el sillón más cercano al fuego y yo me senté en el mueble más grande de la sala. La luz era tenue y… romántica. Entonces el silencio reinó. 

 

No sabía por qué ese hombre me ponía tan nervioso, tan solo tenía un par de horas de conocerlo y no podía quitarle los ojos de encima, demonios.

 

Pero, en ese momento, la persona refinada, de buen vestir y calzado fino, que se había portado bastante molesto, insistente y platicador en la licorería, había desaparecido. Ante mis ojos solo estaba un hermoso maniquí con la tristeza claramente dibujada en su rostro. Sentí congoja y una gran aflicción en mi pecho, miré al fuego al igual que él y me vi como un ser sumamente egoísta. Creo que desde que vivo solo nunca había tenido un momento como éste en el que me pusiera en el lugar los demás en vez de estar pensando nada más que en mis propias penas. 

 

—Creo que ya es hora de irme —dije para romper con el incómodo silencio que se había apropiado del lugar.

 

— ¿A dónde? —logré hacerle reaccionar.

 

— ¿Cómo que a dónde? A mi casa, necesitas tiempo a solas y…— cortó mis palabras y se puso de pie de inmediato.

 

—Yo ya he estado demasiado tiempo a solas Edward, disculpa por descuidarte ¿He sido un pésimo anfitrión? —sus ojos ya se encontraban a la altura de los míos pues se había hincado ante mí.

 

—Nada de eso, te has portado muy bien aunque no me lo merezca —contesté nervioso— gracias por… evitar que cayera, por… la invitación y la cena también.

 

—Si es tan difícil no agradezcas, no es necesario.

 

—No es eso, en verdad… gracias por todo Roy, pero debo marcharme, salí de mi casa muy temprano y necesito descansar— intenté levantarme, él ya se estaba dando cuenta de lo nervioso que me ponía, pero mis piernas no me obedecieron.

 

—Puedes quedarte y descansar aquí, está nevando allá afuera y es peligroso transitar de noche con tanta gente ebria. —No pude contestar de inmediato, me tomó por sorpresa, o tal vez lo estaba considerando—. Puedes usar mi habitación, mi baño, mi ropa y mi… cama.

 

Usó un tono demasiado sexy con cada palabra mientras se iba acercando peligrosamente a mi rostro, hasta que sus labios se unieron a los míos. Un fuerte puñetazo en su cara hubiese bastado para alejarlo, pero no lo hice. Mis maldiciones hubieran sido suficientes para que no volviera a intentarlo, pero tampoco lo hice. Y cuando sus labios se despegaron lentamente de los míos, mi corazón se desbocó junto con mi deseo. ¿A quién quería engañar? Desde el principio quise probar esos labios, por eso fui a su casa, por eso me decepcioné al pensar que era casado y por eso busqué su boca de nuevo. Él me correspondió apresando de nuevo mis labios; pero su pasión en nada se comparaba con el primer casto beso. Entonces me fue quitando la ropa y devorando cada centímetro de mi cuerpo en el proceso, incluso mi trasero, y con paciencia me preparó hasta penetrarme. 

 

Terminamos acostados en la alfombra bañados con la luz del fuego y el sudor de nuestros cuerpos. Aun agitado mi cuerpo recordaba sus embestidas, estaba extasiado entre los brazos de ese hombre mayor, que me deshacía con sus besos mientras aún estábamos unidos. Y así permanecimos hasta el amanecer.

 

Nunca antes había hecho algo así, había tenido experiencias y no era virgen. Y era obvio que las experiencias de él eran más que las mías. Pero no se trataba de eso, no.  Por lo general, me costaba abrirme ante la gente pero con este hombre enloquecí por completo pues me había abierto hasta de piernas a unas escasas horas de conocernos. Me sentí demasiado expuesto, desnudo de cuerpo y alma también.

 

— ¡Feliz navidad Edward! —dijo con una amplia sonrisa. 

 

Al abrir los ojos con pereza, noté que llevaba un tiempo despierto. Me confesó que estuvo observando mi rostro y evitó moverse para no despertarme. Entonces froté mis ojos y con una sincera sonrisa correspondí a la de él.

 

— ¡Feliz navidad Roy! —Y por primera vez, esa frase me salió del corazón.

 

Tal vez fue un poco precipitado pero la siguiente semana me mudé a su casa. Nos fue difícil acomodarnos por la diferencia de gustos, más bien, Roy se empeñaba en decir que yo no tenía gusto alguno, incluso, guardó bajo llave mis juguetes de colección para que no volviera a ponerlos en la sala. Él era demasiado ordenado y yo un desastre total. Se pasaba diciéndome que regresara las cosas a donde las tomaba y que le bajara el volumen a la música metalera; que comiera sano y no las porquerías que vendían en cada esquina de la ciudad; que si el baño mojado, la ropa fodonga, mi manera de conducir; ese hombre en verdad que me tenía entre ceja y ceja. Peleábamos por eso y me pasaba esperando el momento en el que me fuera a echar de su vida, y con justa razón, aunque ante él jamás lo admitiría. 

 

Pronto me llevó a su trabajo y me enseñó todo lo que hacía. El era publicista y uno de los buenos. Aprendía con facilidad y no le fue difícil colocarme como su asistente. Luego, contrató a Rose, la chica que se haría cargo de arreglar nuestro hogar. Y fue entonces que los problemas se trasladaron a la oficina, discutíamos todo el tiempo y nos costaba mucho ponernos de acuerdo, pero hacíamos un buen equipo: experiencia y juventud, que al final, se reflejaron en nuestros excelentes resultados. Desde mucho antes, él era el sueño de las chicas en la oficina. Todo el tiempo me preguntaban qué es lo que había tenido que hacer para atraparlo y nadie creía  que él había sido quien, literalmente, me había atrapado al caer entre sus brazos. 

 

Sí, Roy Mustang se convirtió en mi novio, mi jefe y mi amante, y por mucho tiempo, lo último fue la  mejor parte de nuestra relación. Su maestría y vigorosa actividad sexual consiguió que me enamorara como un estúpido de su persona, y lejos de lo que los demás pudieran opinar, la diferencia de edades fue la clave para consolidar nuestra relación. Aprendimos a complementarnos y la convivencia me hizo sentir que cada día que pasaba lo amaba más y más.

 

Por varios años yo fui todo para Roy y él lo fue para mí. Aprendí a amar cada cosa en el mundo a través de sus ojos y su experiencia la hice mía. Cada año pasamos navidad juntos, y sin hacer preguntas, simplemente me uní a la tradición de contemplar la chimenea para terminar como de costumbre en la alfombra haciendo el amor con él. 

 

Dicen que nada dura para siempre y pronto descubrí por qué, pues un buen día, todo esto cambió. Nuestros días cayeron en la rutina y nuestra actividad sexual disminuyó. Roy hacía lo que le decía en el trabajo y ya no me debatía más. No puedo negar que me gustó eso al principio, pero tuve que cometer errores para entender que con su consejo, se podrían haber evitado. Dejó de salir conmigo a ejercitarse, se empezó a aferrar más y más a la casa incluso ya no disfrutaba de ir al cine o a cenar.

 

Entonces me permití mirar más allá de mi relación. Las parejas de mi edad tenían hijos, con una vida más agitada, pero entretenida, y lo más importante: llena de amor. Sentí el vacío entre mis brazos y el anhelo tan grande de tener un hijo, un hijo de los dos.

 

— ¿Podríamos adoptar? —propuso cuando me sinceré y le hablé al respecto.

 

—No lo sé Roy —al ver que esa posibilidad podía concretarse, me aterró pensar el que pudiera cometer los mismos errores que Hohenheim, mi padre.

 

— ¿O tal vez prefieras rentar un vientre? Así, al menos llevaría tus genes —pero la enorme tristeza en sus ojos, me reveló cuánto le dolía el que no pudiéramos formar una familia por nuestra cuenta.

 

Un fuerte abrazo acabó con mi idea y decidí seguir, seguir fingiendo ante él que todo estaba bien; seguir sintiendo sus embestidas con menos fuerza, pasión y duración; seguir mirando el techo insatisfecho cuando agotado se quedaba dormido a mi lado. Seguir nuestra vida, seguir en el trabajo, seguir adelante. Simplemente seguir.

 

Pero ¿hasta cuándo?

 

A pesar de que en la oficina todos sabían de nuestra relación, a más de una, eso les importó un cacahuate. Me coqueteaban, se subían la falda, se bajaban los escotes con descaro y sus insinuaciones estaban haciendo ruido en mi cabeza. Ahora yo era el hombre atractivo de la oficina. Las canas de Mustang a las chicas no les resultaban atractivas y siempre estaban comparándonos cuando pensaban que no me daba cuenta. Tuve novias en el pasado y tuve experiencias con chicas, pero tal vez no las suficientes para asumir así de fácil que era gay. Y debo agradecer a Winry Rockbell el que me besara inesperadamente junto a la copiadora, porque me ayudó a aclarar de inmediato esa duda y me hizo sentir el ser más despreciable de todos. “Amo a Roy, nunca olvides eso” fue lo único que pude decir antes de apartarla  bien lejos de mí.  Camino a casa, no dejaba de pensar en ese beso con un enorme sentimiento de culpa. 

 

Esa misma tarde, Roy tuvo una cita con el presidente de la nueva compañía a la que le diseñaríamos la nueva campaña; llegó cansado, como de costumbre, y se quería ir a dormir, pero insistí tanto en tener intimidad que terminó por aceptarlo a pesar de alegar que le dolía la cabeza. Entonces decidí probar algo diferente. Esa noche, fui yo quien lo penetró a él. Pensé que se negaría, que se enojaría, pero nada de eso pasó. Lo aceptó diciendo que muy pronto él no podría conseguir una erección y que tarde o temprano nuestra relación tendría que seguir así. Sus palabras fueron dagas que apuñalaron a mi corazón. Lo besé frenéticamente, lo toqué hasta conseguirle erecto y me senté encima. No iba a permitir que él desperdiciara ni un minuto, él seguiría penetrándome mientras pudiera. 

 

Nuestra vida sexual mejoró un poco a partir de ese día, aprendí a disfrutar de ella de una manera diferente ya no se trataba de tener sexo fuerte, sino de hacer el amor con cada beso, palabra o caricia y eso hizo a Roy más feliz. Pero mi felicidad no se basaba en el sexo y estaba empañada, aunque no conseguía ver qué provocaba la espesa neblina que cubría mi camino.

 

Empecé a observar a Roy más de cerca para tratar de entender este sentimiento. Me molestaba que se moviera más lento, que ya no pudiera leer sin lentes e incluso que olvidara ciertas cosas. Su rendimiento bajó y ya no conseguía ganarme ni una carrera, se lesionó la espalda al tratar de mover un mueble y ya no podía cargar cosas pesadas e incluso a mi. Empezó a ser más sedentario, callado y aunque me duela decirlo… se volvió aburrido. Al menos antes, se entretenía molestándome con mi estatura y peleábamos casi siempre. Al diablo la madurez.

 

—Roy, pensé que hoy iríamos a la fiesta anual de la empresa —propuse esperando cambiar la rutina.

 

—No puedo trasnocharme Ed, mañana tengo un evento temprano y no resistiré bajo el sol con una mala noche, pero ve tú. Seguro preguntarán por el autor del último proyecto —dijo y me sonrió mientras se arremangaba la camisa para iniciar con los preparativos de la cena, incluso  sus sonrisas habían cambiado; sonreía con pereza.

 

—En ese caso, le pediré  a Ling que pase por mí —decidí probar con otra cosa pero…

 

—Me parece bien, el asiático tiene ideas frescas. Tal vez pueda proponerte el mensaje de marketing para tu nuevo proyecto —contestó sin dejar de cortar los vegetales.

 

Los celos no funcionaron, cuando al inicio de nuestro noviazgo, había tenido una acalorada discusión con el vecino Jean Havoc por tan solo mirar mi trasero, algo definitivamente andaba mal.

 

—En ese caso, podría preguntarle eso después de la fiesta o tal vez después de acostarme con él —dije con sarcasmo logrando que Roy  detuviera sus movimientos y cuando me miró  a los ojos para confirmar si lo que dije fue en serio, salí molesto de la cocina.

 

Estaba sentado en las escaleras del  pórtico cuando al fin salió.

 

—Lo siento, no debí decir eso —me disculpé pero todavía estaba muy molesto, él lo notó en el tono serio de mi voz.

 

Entonces no contestó y tan solo se sentó a mi lado en silencio. 

 

—¿Qué nos pasó Roy?

 

—Algo maravilloso Ed —me dijo asomándose y buscando mi rostro—. Nos conocimos, nos enamoramos, nos amamos y dimos lo mejor de cada uno de nosotros en todo este tiempo, es solo que… yo ya no puedo hacerlo más.

 

— ¿Qué demonios dices? — lo que dijo me hizo enfrentar su mirada y tomarle por el cuello de la camisa.

 

—Que estoy envejeciendo Edward. Lo siento, pero esta es la realidad: ya no puedo seguirte el ritmo. Y sería muy egoísta de mi parte mantenerte atado a mí —Miré sus ojos de ida y vuelta con el ocaso reflejado en ellos, trataba de asimilar sus palabras—. Siempre supe que este momento llegaría. Tarde o temprano la diferencia de edades nos iba a pesar.

 

Tomó mis manos y lentamente deshice el agarre

 

— ¡Roy…! 

 

—Está bien —cortó mis palabras— todo va estar bien Ed. Estoy preparado para esto.

 

— ¿Para qué? —mi corazón se aceleró sin poderlo evitar.

 

—Para verte partir —le había visto enojado miles de veces pero esta vez su semblante era diferente, no había enojo, tan solo esa seriedad que realmente me estaba asustando—.No soy estúpido Ed y me he dado cuenta de que ya no eres feliz a mi lado ¿no es cierto? —sus palabras me dejaron helado y no pude contestar—. El auto tiene suficiente gasolina y tal vez quieras regresar por tus cosas cuando yo no esté en casa —agregó poniendo sus llaves entre mis manos.

 

— ¿Y qué se supone que haga ahora? —dije con demasiado ardor en los ojos.

 

—Ser feliz, tener libertad y… puedes aceptarla o no. Pero piénsalo ¿quieres acostarte con Ling? ¿Con Winry? Necesitas decidir lejos de mí Edward —puso su mano en mi nuca obligándome a ver su rostro cansado e impasible.

 

—No, no es eso lo que quiero Roy —presentí que eso acabaría mal y no hallaba cómo remediarlo–. Tan solo mencioné a Ling porque quería llamar tu atención. Y te expliqué que Winry me besó, yo no quería que ocurriera nada más. 

 

—No lo hiciste porque nunca me traicionarías, no eres ese tipo de persona Ed. Pero… ¿y si no estuviéramos juntos? ¿Qué hubieras hecho? Eso no lo sabrás si te quedas, necesitas descubrirlo y aclarar tu mente. Las dudas tan solo te harán infeliz si te quedas y eso nunca me lo perdonaría, ya suficiente tengo con haberme robado tu juventud —sus ojos se volvieron vidriosos y se esforzó por sonreírme, quiso hacérmelo más fácil pero, lo conocía demasiado bien.

 

—No me robaste nada Roy. Me entregué a ti y lo volvería a hacer porque te amo —dije sosteniendo su nuca también y uniendo nuestras frentes. Pero tenía razón, siempre la tenía, ya no era feliz y necesitaba estar lejos para descubrir por qué.

 

— ¡Te amo Roy! —y era verdad, lo amaba, con todas las fuerzas de mi corazón, pero me dolió mucho el que me dejara ir tan fácilmente, sin pelear por mí.

 

— ¡Lo sé, Ed! —dijo escuetamente y me soltó.

 

Me fui de su lado en ese mismo instante, no miré atrás o ya no lo haría. No regresé por mis cosas, casi todo lo que tenía me lo había comprado Roy. Traté de empezar de nuevo, en un pequeño apartamento y con un nuevo empleo. Salí, conocí personas, me acosté con ellas, me embriagué hasta perder la conciencia y tuve ciertos excesos por un tiempo, hasta que empecé a extrañarlo con cada fibra de mi ser.

 

Pero estaba enojado, no sé si con él, no sé si con el mundo. ¿Acaso las personas como nosotros no tenían derecho a la felicidad? Siempre nos criticaron por tener diferentes edades, por ser del mismo sexo y además, no teníamos derecho a formar una familia con el producto de nuestro amor. Las dudas se multiplicaban mientras pasaban los días, eran más que cuando estábamos juntos. Y me estaban consumiendo. Muchas veces pensé en volver, pero los días se volvieron semanas y las semanas, meses. Tal vez si no me hubiese obligado a decidir, tal vez si ese día él me hubiera dicho lo mucho que me amaba también, aun seguiría a su lado. Eso me hacía cuestionarme si alguna vez de verdad le importé. Dudé incluso si sus achaques eran el problema o tan solo se había hartado de mí y había estado fingiendo para que me alejara. Hay muchas personas que a su edad pueden hacer muchas cosas. Y Roy no era muy viejo todavía y me enojaba tanto que tan solo él lo creyera así.

 

Ese año pasé la noche buena solo, lejos de Roy Mustang. Sin embargo, lo recordaba con cada cosa, por más insignificante que fuera. Incluso pensé en llevarle un obsequio, lo compré, le puse un moño y me pasé horas observándolo. El orgullo me impedía volver. Tonta navidad. Las familias reunidas, las parejas abrazadas, los cantos y las risas, penetraban las almohadas a las que me aferraba y llegaban hasta mis oídos. Me levanté furioso de la cama y prendí el televisor, especiales navideños, no tenía escapatoria. Y mi pequeña mesa vacía me hizo recordar el festín que muchas veces compartimos. ¿Realmente Roy está bien? Esperaba que no se hubiese empeñado a mover las cosas pesadas de un lado a otro, ese era mi trabajo. ¿Seguro que está tomando sus medicinas para el reuma y la osteoporosis? ¿Habrá recordado comprar sus vitaminas para fortalecer su sistema inmunológico? ¿Las medicinas para el dolor de cabeza y espalda? Tal vez hasta viagra a estas alturas debía comprar. Tenía toda una farmacia el bastardo y creí que exageraba, pero era necesario. Justo en ese momento, comprendí el terror que significaba el no saberle con bien, el no estar a su lado para cerciorarme de que así fuera. 

 

Podía volver en cualquier momento, eso me dio valor para dejarlo. El hombre había echado raíces en su casa y de ahí no se iba a mover. Aunque no por eso me sentía menos miserable. Estuve intranquilo y no dormí bien. Entonces supe que si pensaba regresar, ese era el mejor momento para hacerlo. 

 

Cavilé en las posibilidades de mi regreso: Mustang me aceptaba  como si nada hubiese pasado y yo habría aprendido la lección; Mustang se había cansado de esperar y había conseguido a alguien más; Mustang ya no me amaba y me confesaba que tal vez nunca me amó, en el peor de los casos; Mustang me arrojaba a la calle con todas las cosas que nunca me llevé. Pero había una opción más que nunca consideré y que no estaba preparado para enfrentar.

 

Conservé las llaves, así que entré sin problema. La casa no estaba decorada y la cena no estaba servida. Se supone que en la mañana de la navidad aún debía seguir ahí pero una ligera capa de polvo cubría la mesa en su lugar. Mis cavilaciones fueron interrumpidas por Vato Falman, el vecino de a lado, que con sigilo atravesó la puerta llevando en mano un bate de beisbol.

 

— ¿Joven Elric? Pensé que un ladrón se había metido a la casa —se relajó y bajó el “arma”.

 

— ¡Hola Vato! Tan solo vine a traerle un obsequio a Roy —no era toda la verdad, pero fue lo primero que se me ocurrió.

 

—Edward ¿No sabes que Roy lleva varios días hospitalizado? Tuvo una recaída.

 

— ¿Una recaída de qué?

 

No sé qué tan a prisa manejé, pero cuando pude pensar en eso ya estaba frente a la cama de Roy, observando su cara demacrada, sus labios resecos y su frágil cuerpo.

 

—Hubiera preferido evitarte todo esto —enunció con dificultad al verme.

 

— ¿Ya lo sabías antes de que me fuera? —pregunté enojado.

 

—Sí —respondió sin vacilar.

 

—Tan solo tenías que decirlo y jamás me hubiera apartado de tu lado. —Apreté los dientes para no gritar.

 

—Por eso no lo hice, no quería que te quedaras conmigo por lástima. —y su dura mirada fue suficiente para hacerme romper en llanto, mi cerebro terminó por asimilar todo lo que los doctores me habían dicho— ¿Por qué te pones así? Siempre supiste que sería el primero en partir —me reprendió.

 

—Pero no así, no tan pronto —contesté entre sollozos.

 

—Roy Mustang no nació para morir siendo un viejo decrépito Ed. ¿Qué traes ahí? —preguntó enfocando su vista en el paquete que traía bajo el  brazo.

 

— ¡Ah! ¿Esto? Es tu obsequio —Me limpié los ojos con el brazo y me acerqué junto a él para desenvolverlo.

 

—Tan solo son galletas, es una bobada en realidad, vi el recipiente en forma de salamandra y…

 

—Conozco la historia de la salamandra Ed, y es perfecta ¡Gracias! —dijo mientras la observaba con detenimiento—. ¿Sabes? me gustaría que aquí pusieras mis cenizas cuando me vaya.

 

— ¡Roy! —pensé en su difícil propuesta.

 

—A esta cara no se la comerán los gusanos, cariño. ¡Prométeme eso! —Odié su humor negro y me desvanecí ante su cama. Lloré. Lloré hasta que los ojos se me hincharon tanto que parecía que se me iban a salir. 

 

Estuvo acariciando mi cabello en todo ese tiempo y me odié por no ser tan fuerte.

 

—Juré que nunca te haría llorar —dijo cuando me calmé un poco.

 

—No es tu culpa, en realidad la culpa es mía. En estos meses hice cosas que ahora aborrezco, las aborrezco porque no estabas conmigo y estoy dispuesto a pedirte perdón, así, de rodillas.

 

—No te sientas culpable de nada. Tú y yo ya habíamos terminado, además, también me divertí por aquí  —Sonrió de lado y quiso animarme.

 

—No mientas, viejo impotente —intenté lo mismo.

 

— ¡Auch! Supongo que lo merezco, solía ser tan arrogante —me levanté y le di un suave beso en los labios.

 

—No tienes idea de lo mucho que te extrañé —le dije acomodando los rayos de plata en su oscuro cabello y acaricié las arrugas de sus ojos, adorando cada una de ellas. Para mí él nunca dejaría de ser el hombre más guapo del planeta.

 

—Disculpa que no te comprara un obsequio.

 

—Tú siempre serás el mejor regalo que recibí en navidad, Roy Mustang —Y la sonrisa que me brindó por decir eso, fue la mejor de todas las que le había visto—. ¿Entonces también me amas? 

 

—Claro que te amo pequeño —levanté el puño amenazante por la última palabra que usó, pero tan solo pude darle un abrazo. Sus acciones me lo habían confirmado pero necesitaba desesperadamente escucharlo de sus labios.

 

Entendí todo hasta ese momento, estaba asustado, siempre lo estuve. La muerte iba a separarnos tarde o temprano, y me dejaría solo, con su amor y con sus recuerdos.  

 

Apenas le dieron de alta me mudé de nuevo a su casa y juré que no volvería a apartarme de su lado nunca más. Al volver me di cuenta de todo lo que Roy había tenido que hacer para que no me diera cuenta de su enfermedad. No había reuma, osteoporosis, ni vitaminas; lo que estuvo haciendo en todo ese tiempo fue cambiar las cajas de sus verdaderos medicamentos. El cansancio y la debilidad eran síntomas del cáncer que lo invadía y fue difícil verle soportar tanto dolor. Muchas veces desee morir cuando él lo hiciera. 

 

Regresé a nuestro antiguo trabajo, hubiese preferido quedarme todo el tiempo junto a él, pero no me lo permitió. Penosamente muchos me descubrieron llorando en la oficina en varias ocasiones, hasta que les confesé la verdad. Rose me ayudaba en las mañanas pero trataba de tener siempre mis tardes libres para bañarlo, alimentarlo, darle los medicamentos, leerle un libro o simplemente para permanecer a su lado en la cama.  Lo cuidé y le di amor hasta que el fatal aviso me llegó, hacía las últimas compras para la cena de noche buena. La llamada era del hospital.

 

Mientras manejaba mis manos temblaban con al idea de que al llegar ya se hubiese ido. Quería verlo, demonios, aunque sea por última vez, quería verlo aun con vida. Cuando entré a ese deprimente lugar, expiré profundamente y la tristeza en sus ojos me hizo tomar una decisión. Lo desconecté de todas las máquinas, en contra de los enfermeros, en contra de quien fuera y salí de ahí cargándolo en brazos. Su delgado cuerpo no representó ningún problema para mí. Siempre fue atendido en casa y estoy seguro que lo que menos hubiese querido es pasar precisamente esa noche en ese lugar.

 

En casa, todo estaba decorado para la navidad, Roy me hizo prometer que no dejara de hacerlo nunca. Lo acomodé entre mis brazos frente a la chimenea y cubrí nuestros cuerpos con una frazada. Juntos contemplamos el fuego, perfectamente conscientes de que era el final. Fue un año difícil. Se negó a la quimioterapia, y sin eso, los doctores no le dieron más de seis meses pero él luchó con todas sus fuerzas duplicando ese tiempo y sé que lo hizo por mí. Sería injusto pedirle más. Tan solo tenía que dejarle ir, tan solo tenía que dejarle descansar.

 

Escuchamos la leña consumirse en silencio. No tenía ya nada más que decir, tuve la fortuna de repetirle hasta el cansancio lo mucho que le amaba, él lo sabía y eso era todo lo que importaba. Frunció el seño en varias ocasiones y apretó mis ropas, evitando quejarse, siempre evitó hacerlo frente a mí. Mis lágrimas caían en cada ocasión consciente de su dolor. Hasta que completamente exhausto me miró con esos hermosos ojos que me enamoraron para dedicarme su último aliento.

 

— ¡Feliz navidad, Ed…!

 

Su voz fue un suave suspiro, el movimiento de su pecho se detuvo y de la comisura de sus ojos, una lágrima rodó.

 

++++++++++

 

 

 

Los villancicos se escuchan a lo lejos interrumpiendo mis pensamientos. 

 

 

 

Me aferro con fuerza la salamandra que tengo entre mis brazos. 

 

 

 

“¡Feliz navidad Roy!”

 

 

 

Le doy un beso al recipiente que contiene sus cenizas, e incontrolablemente empiezo a llorar. 

 

 

 

Cada veinticinco de diciembre es lo mismo, cada navidad es igual. No es que ahora odie la navidad, es solo que, mi tristeza se hace más grande en esta fecha.

 

FIN

Notas finales:

¡Gracias por leer y comentar!

 


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