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Una Osada Navidad. por FanyMohinder

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Notas del fanfic:

*Los personajes e historia fueron creados mayormente por mi hermano, yo solo hice unas cuantas contribuciones a la trama y me encargué de escribirla. 

*Esta historia fue hecha para una antologia navideña organizada por usuarios de blogger, y la publico dos años depués de haber aparecido ahí, corregida y editada. 

Notas del capitulo:

*Esto NO es pedofilia ni shota, el primer capitulo sólo es de cómo se conocen cuando eran niños y  la historia  sigue cuando ya están grandes. 

Capítulo 1. La familia y los amigos Osos.

            Eran alrededor de las diez de la mañana, 24 de diciembre, nochebuena. Su madre lo había sostenido de la mano todo el camino hasta la caseta de teléfono, justo en la esquina del parque. Las nubes grises se extendían por todo lo ancho del cielo, y el viento helado y juguetón, intentó arrancarles más de una vez las bufandas y los gorros.

 Si bien nunca nevaba en Villaquemada, si hacía un frío de los mil demonios, acompañado de aquel viento cretino que no paraba de arruinarle el día a Grislie. Ya la estaba pasando bastante mal, teniendo que caminar de casa en casa con su madre, siendo nochebuena. Era algo injusto. No paraba de pensar en su hermano, quien seguramente estaría en casa, en donde no hacía frío ni viento. Sólo porque él era el mayor, su mamá lo mandaba a todos los mandados complicados, lo llevaba con ella de visita a todas las casas de señoras aburridas y gordas o lo sacaba a buscar de casa en casa un papel que al parecer era muy importante, y que no tenían ni sus amigas, ni su comadre, ni su abuelo.

Ahora, la madre de Grislie iba a llamarle por teléfono a no-se-acordaba-qué-persona para preguntarle sobre el dichoso papel. Mientras tanto, Grislie tenía que esperar a que terminara de hablar, sentado en un columpio que estaba ahí cerca. Su madre hablaba y hablaba por teléfono, volteando a verlo de vez en cuando para asegurarse de que seguía ahí. Grislie estaba muy aburrido ahí sentado ¿Por qué las mamás tardaban tanto en hacer una llamada telefónica? Tan distraído estaba quejándose, que solo medio minuto después notó al chico que estaba sentado en el columpio al lado suyo.

 No pudo más que sorprenderse. Aquel niño era empujado suavemente por un tipo vestido con un traje negro, gafas oscuras, y esos mini-teléfonos que sólo se colocan en las orejas los espías y los guardaespaldas. El chico también  era algo raro. Tenía el cabello naranja, no pelirrojo, no rubio oscuro, naranja. Usaba tenis café con agujetas y franjas verde limón; los pantalones de mezclilla tenían bordados un par de dragones de impresionante diseño, pero de un color amarillo fosforescente que casi lo dejó ciego; el suéter era azul claro, con un Mickey Mause preparando un cigarro de marihuana, y encima un chaleco color verde musgo.

Después de un momento incómodo en el que Grislie lo miró de pies a cabeza como si fuera un bicho raro, el chico decidió hablarle:

—Hola —saludó de una forma casual algo tonta.

—Cállate —le contestó Grislie de forma tranquila.

—Me llamo Kuma —se presentó el extraño, ignorando el hecho de que acababan de decirle que se callara. Grislie lo miró por un momento, intentando descifrar que pasaba en esa cabeza tan rara.

— ¿Tú cómo te llamas? —insistió Kuma. Grislie dudó por un momento en decirle su nombre, pero finalmente lo dijo en voz baja:

—Grislie —el chico lo miró desconcertado.

— ¿Chris Lee? —preguntó.

—No, Grislie.

— ¿Gris Lee? ¿Tienes el nombre de un color?

—No, me llamo Grislie —contestó él, quien ya empezaba a irritarse.

— ¿Cómo?

— ¡Cómo el oso! ¡Sí, me llamo Grislie como el oso! —chilló molesto. Por un momento ambos se quedaron callados, hasta que Kuma dijo:

—Grislie… Como…el… —poco a poco sus labios formaron una sonrisa y después una estrepitosa carcajada. Grislie se sintió muy molesto. Era bastante normal que los niños se rieran o se burlaran de su nombre, pero aun así le irritaba. El mayordomo intentó ignorar su tonta plática.

— ¡Te llamas como un oso! —le gritó Kuma.

— ¡Tú también!

—Pero no me llamo Gris-Gris… ¡ja ja ja ja ja! —interrumpió su risa—Espera ¿Qué?

— Sí, tu nombre también significa oso.

— ¡No, tú estás mintiendo! —replicó Kuma, quien no podía creerse la terrible verdad. Grislie estaba a punto de decirle algo cuando sintió que alguien le jalaba del brazo. Era su madre.

—Grislie, tenemos que irnos. Pasaremos a la casa de tu tía Darla para recoger mi cheque y luego regresaremos a casa.

— ¡Pero ya estoy cansado y ella vive muy lejos! —contestó Grislie, deprimido.

— ¡No me repliques! —Se dirigió a Kuma y a su mayordomo con una amable sonrisa— Discúlpennos.

Mientras se iban, Grislie se volteó y le sacó la lengua a Kuma, lo que en lenguaje de niños sería algo así como ‘’ ¡veta a  $%&#!’’. Kuma, por su parte, también la sacó la lengua, mientras estiraba con el dedo índice el párpado inferior del ojo, algo como ‘’ ¡$%&# la tuya!’’

Llegaron a la casa hasta las tres de la tarde. Su madre había dejado lista la comida antes de irse, así que solo tuvieron que recalentar. Generalmente celebraban la nochebuena en casa con una rica comida, y al otro día, después de recibir los regalos en la mañana, los niños y sus padres asistían a una fiesta en la tarde en casa del abuelo materno, para celebrar la navidad todos juntos en familia, porque también iban los hermanos de su madre, los primos y los hijos de algunos primos, con uno que otro colado por ahí, usualmente había uno en todas las fiestas.

Mientras comían, su hermano menor les habló de cómo había estado ayudando a su padre mientras no estaban en casa. Grislie no supo en qué exactamente, porque solía ignorar todo lo que decía su hermano, pero debió de ser algo muy bueno porque su madre lo felicitó, asegurándole que Santa Claus le iba a traer muchos regalos por ser un niño tan bien portado.

—Tú en cambio —se volteó a ver a Grislie— como sigas con esa actitud tuya…

— ¿Qué hizo mamá? —preguntó su hermano menor fingiendo inocencia, pero sin poder ocultar el brillo de emoción que tenía en los ojos. Brillo que solo Grislie notó.

—No le digas nada. —Le pidió Grislie a su madre.

— ¿Qué hizo ahora? —preguntó su padre mientras masticaba el puré de papas.

— Nada, que lo llevé a casa de mi amiga para que se probara el traje que va usar mañana, y de paso para ir a recoger el cheque que me dio el abuelo, porque pensé que lo había olvidado ahí, pero no  estaba, así que lo busqué por todos lados. Yo estaba muy preocupada pensando ‘’ay, como le voy a hacer, era mucho dinero’’ y encima este niño, quejándose y quejándose que estaba cansado y que ya se quería ir. Es que no le puedo pedir que me acompañe a ningún lado, ni por un momentito, porque se aburre. ¡Ningún favor se le puede pedir! Pero eso sí, le gusta que yo lo esté acompañando al parque y al cine.

— ¡A mí no me llevas ni al parque ni al cine! —se quejó Grislie.

— ¡Porque no obedeces!

— ¡Sí obedezco, solo que…!

— ¡No le contestes a mamá! ¡Los niños malos como tú solo deberían guardar silencio! —interrumpió su hermano.

— ¡Cállate enano, a mí no me dices que hacer!

— Grislie, no le grites a tu hermano, solo trata de poner orden. –—ntervino su padre.

— Y hablando de peleas —recordó la mamá— ¿ni siquiera te puedo pedir que te estés quieto un rato mientras hablo por teléfono verdad?

— ¿Qué pasó? ¿Hizo un berrinche en el parque? —preguntó preocupado su padre, perdiendo todo interés en el puré de papas.

— Estaba hablando en la caseta que está en la esquina del parque —empezó la mamá— resulta que dejé el cheque en casa de Darla, cuando fui ah… No me acuerdo a que fui. Pero mientras hablaba con ella por teléfono, Grislie se estuvo peleando en el parque con otro niño. Imagínate que vergüenza…

—Para empezar, era él el que me estaba molestando a mí, además solo discutimos un momento, no es como si me hubiera agarrado a golpes con él o algo así.

—Como lo hiciste con tus compañeros de clase ¿no? —comentó su hermano en voz baja. Todos se habían enterado de la pelea que hubo entre Grislie y otros cuatro compañeros suyos, lo sabían tanto alumnos, como profesores y padres de familia. Ese día el director mandó a llamar a los papás de todos los que estuvieron en la pelea y su madre le dio un buen regaño.

— ¡Fueron ellos los que estaban molestando! —replicó Grislie furioso.

— Deja de mentir. A veces no entiendo cómo puedes ser tan mentiroso. —Se quejó el idiota de su hermano.

— ¡No miento! De hecho, tú mejor que nadie sabías por qué me golpeaban esos gigantones ¿por qué no lo admites ya? ¡En todo caso tú eres el mentiroso!

— ¡Bueno, ya, dejen de discutir! —intentó pararlos la madre.

— Pero bien que les dejaste el ojo morado a todos, con todo y que eran el doble de altos que tú, como dices asegurar —insistió el pequeñajo— creo que eso nos dice que tan bestia eres. Incluso estaban llorando.

—Sólo lloraron cuando llegaron los profesores y los soplones como tú. Porque cuando te conviene estás en contra, y cuando no, formas parte. Antes de eso me golpearon como unos animales.

— ¿Oh, te dolió mucho Grislie? ¿No que muy gallito? —susurró tan bajito que nadie habría podido escucharlo, ocultó tan bien  la malicia de sus ojos que cualquiera lo hubiera tomado por un ángel. A excepción de Grislie.

— ¡NO TANTO COMO TE DOLERÁ A TI!

Todo se volvió confusión. Grislie no sabía exactamente qué había pasado. Tenía recuerdos muy borrosos de lo sucedido hace apenas un instante. Él abalanzándose encima de su hermano, mientras lo golpeaba con toda su fuerza. Sus padres gritando. Un montón de comida que salía volando en todas direcciones. El calor de las lágrimas de rabia que derramó al recordar como esos abusones lo habían estado golpeando. Y más rabia al recordar que eso fue en la escuela y con público, porque a la salida de clases, con un montón de gorilas detrás, siempre estaba su hermano para decir que pasaría ese día. Cerillos o piedras.

Cuando se dio cuenta ya estaba en el parque. Había corrido alrededor de cinco cuadras y estaba muy cansado. Y ahí, sentado en el mismo columpio, estaba el mismo niño. Era casi imposible pensar en otra persona con el cabello naranja y la ropa tan colorida.

— Hola —saludó en voz muy baja. No entendió por qué aquel chico lo miró así cuando lo saludó. Y es que no sabía que aspecto tenía en ese momento. Estaba sucio de puré de papas y de carne, con el cabello apuntando a todas direcciones, los ojos rojos, la mejilla roja y la nariz con un moretón.

— ¿Sigues aquí? —Preguntó Grislie. Kuma tardó un poco en contestar, pero finalmente lo hizo:

— Es uno de los pocos lugares a los que me permiten ir.

— ¿Y el sujeto que te acompañaba?

— Mi mayordomo se fue hace una hora y me dejó solo.

— Eso es muy triste. —Susurró Grislie, sintiendo verdadera lástima por él.

— No te preocupes, mañana ya no estará. Lo que si me preocupa es que mis padres no han llegado. Creo que se les olvidó que tienen un hijo. Nunca me toman en cuenta.

— ¿No pasas la nochebuena con tu familia?

— No ¿es divertido? —Preguntó Kuma, aunque por como lucía Grislie, dedujo su respuesta.

— Al menos para mí, no. Yo también siento que la mayoría de las veces mis padres no me toman en cuenta. —Se acercó a uno de los columpios y se sentó. No supo cuánto tiempo estuvieron ahí conversando, en el sentido de que no supo si fue o muy poco o mucho. Le contó a Kuma sobre su hermano, le dijo que era un lame suelas que se portaba como un ángel en presencia de adultos, pero que con los niños le salían los cuernos, pues aunque era debilucho como él solo, siempre conseguía a matones para defenderse y molestar.  Y que sus padres creían que él era peor de lo que en realidad era porque su hermano siempre lo hacía quedar mal.

— Una vez, me echó la culpa de que había sido yo el que rompió el disco favorito de mi padre. Claro que ellos le creyeron porque mi hermano ‘’nunca miente’’, y que ‘’en boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso’’. El mentiroso soy yo en este caso.

Kuma también le habló mucho sobre su familia. Le dijo que sus padres eran personas muy contradictorias, porque le dejaban comprarse lo que quería y hacer lo que quisiera en su casa, pero no lo dejaban salir a casi ningún lado, no le dejaban ir a la escuela y lo dejaban estudiando en casa con profesores particulares. No tenían expectativas en él, como si fuera un muñeco roto imposible de reparar, lo cual lo hacía sentir muy triste porque en el fondo sabía que no era bueno en nada. Era alguien que necesitaba que lo estuvieran cuidando para que no se matase él solo. Sin embargo, luego le salían con que se olvidaban de él. De un modo más bien literal.

— Por ejemplo, una vez, por mucho que le di pistas, no pudo recordar mi nombre ¡realmente no pudo recordar el nombre de su propio hijo! caramba. Y en otra ocasión, me llamó diciéndome ‘’Gerardo’’ ¿Puedes creerlo? Dicen que me quieren, pero no recuerdan mi nombre. Dicen que soy especial y por eso no voy a la escuela y me pagan mil clases con distintos profesores, pero no creen que llegue a ser alguien importante. Dicen que no puedo salir porque es peligroso, pero aquí estoy porque olvidaron que estaba aquí. Es decir, si van preocuparse por mí, que se preocupen, y si no, pues no. Y si no tienen esperanzas en mí, ¿para qué esforzarse tanto en lecciones de piano, de historia, literatura, o qué sé yo, si al fin y al cabo nunca aprendo nada? Solo deberían tener otro hijo que cumpla con todas sus expectativas y dejarme a mí en paz, porque yo nunca podre ser lo suficientemente bueno. Mi vida sería más cómoda si no fueran tan indecisos. —Suspiró. Cuando desahogaron todas sus penas, empezaron a hablar de cosas alegres.

—Por suerte, cuando sea grande ya no tendré que vivir con mis papás. Tendré una casa muy grande, y viviré tranquilo y feliz aunque no sea bueno en nada. Saldré al parque, al cine, a la tienda, caminaré todos los días. —Empezó Kuma, emocionado.

— Yo también tendré una casa —continúo Grislie— viviré lejos de mi hermano, en un lugar donde nadie podrá juzgarme. Podré hacer lo que se me pegue la gana sin que me digan que es incorrecto.

— Me divertiré mucho.

— Yo también lo haré.

— Y tendré un gran jardín.

— Eso sería bueno.

— ¡Y se hará lo que yo diga!

— ¡Sí! Y si tengo hijos, siempre los trataré igual, los escucharé como se debe y los respetaré.

— ¿Hijos? ¡Qué horror! ¿No me digas que piensas en casarte?

— Nunca se sabe, además, aunque sea mi casa y yo sea el que manda ahí y todo, creo que al final me sentiría solo. Sería bueno compartirla. ¡En especial con alguien que no me juzgue, que odie a mi hermano y me escuche cuando lo necesite! — gritó Grislie hecho una furia, mientras se acordaba de sus padres.

— ¿Quieres un pediatra? Te doy el mío, ya me trae hasta la coronilla. Dice que estoy perturbado o algo así. — Entonces se acabó la diversión, porque en ese momento llegaron los padres de Grislie, que habían estado buscándolo junto con su hermano. Kuma tuvo que presenciar como la madre de Grislie le daba dos bofetadas por haber huido, y no le siguió pegando porque estaban en público, y ella odiaba pasar vergüenza, aún si el ‘’público’’ se trataba de un niño ignorante y raro como Kuma, cuyo desprecio no valía tanta vergüenza. A menos claro que le contara a sus padres, o hubieran sido ellos los que estuvieran en el lugar de Kuma.

El padre de Grislie le contó a su hijo que lo llevaban buscando desde hacía rato, pero que no sabían por dónde se había ido. Grislie recordó que en el momento de su huida, en vez de irse directo al parque, dio varias vueltas, en parte para despistar a sus progenitores y en parte porque la furia no le dejaba concentrarse en el camino correcto. Encima, según lo que le decía su padre, habían estado siguiendo a su hermano porque él ‘’había visto en qué dirección había ido’’. No dudaba que los hubiera llevado por otro lado.

— Bueno, vámonos de una vez. —Fue todo lo que dijo su madre. Ella estaba furiosa más que nadie. Dudaba el recibir regalos ese año.

— Adiós, Kuma. —Se despidió él mientras era arrastrado por sus padres.

— ¡Grislie, regresa al parque, voy a estar aquí! —todos se quedaron mudos de la sorpresa. Fue entonces cuando su hermano tomó la palabra:

— Por cierto ¿Tú de que conoces a Grislie? No creo que seas un compañero suyo.

— Nos conocimos hoy. Hablamos de cosas interesantes. Sobre lame suelas y otras cosas.

— Lo siento, pero no podrás ver a Grislie, estará castigado. —Lo cortó la madre de Grislie.

— No importa, no tengo un mejor lugar a donde ir.

— Fantástico, se ha hecho amigo de un vago que se pasa los días en el parque. No me extraña. — Se quejó el hermano. Su madre lo regañó, aunque no de forma severa, además, lo que decía podía ser verdad. No quería que Grislie tuviera malas influencias que solo lo hicieran empeorar.

— No soy un vago. —Fue todo lo que Kuma, mordiéndose la lengua para no decir que le gustaría ser uno. Después de todo, lo que le gustaba era estar fuera de casa. — Y sólo vengo al parque de vez en cuando.

— Lo siento mucho, pero Grislie no volverá a salir el resto de las vacaciones — fue todo lo que dijo la madre y se fue de ahí con pasos rápidos y severos, tomando a Grislie de la mano, y con su esposo y su otro hijo detrás de ella.

Al otro día, asistieron a la fiesta del abuelo. Todos vestían elegantemente, porque aun cuando juntando los sueldos de todos no les alcanzaba para comprarse un buen auto, les gustaba hacer como que podían. No era que fueran pobres, simplemente no tenían tanto como les gustaría tener. Para esas ocasiones, Grislie tenía un traje negro de botones dorados, pero como había estado creciendo mucho, dejó de quedarle y su mamá le mandó a hacer otro, que era el que llevaba esa tarde.

Grislie hubiera preferido quedarse en casa castigado. No era que no le tuviera aprecio a su familia ni nada, pero no le gustaban las fiestas. Le daban asco la frituras, los refrescos y la comida grasienta, cosa rara en un niño de siete años. Su abuelo era un hombre muy correcto, también era divertido, pero no era alguien con quien se sintiera cómodo hablando. Sus tías siempre lo molestaban con lo lindo que era, con lo mucho que crecía, que si tenía novia, mientras que sus tíos le preguntaban si le gustaba el fútbol, que si no quería ganarse veinte pesos fáciles, que si tenía novia.

Luego estaban los primos. Los grandes estaban con sus locuras de chicos grandes (la novia/o, el chisme, la cerveza, los cigarros, los chistes groseros, etc,), y los chicos con sus locuras de chicos (jugando en el patio a la pelota, a las atrapadas, con los juguetes que habían llevado, etec), locuras que a Grislie no le interesaban. Incluso si le interesaran, sus primos mayores odiaban tener a los niños cerca porque tenían que estarlos cuidando, mientras que sus primos menores lo consideraban aburrido y nunca lo invitaban a jugar. Así que, sin nada que comer, y sin nada que hacer, Grislie se aburría mucho.

Nunca celebraban navidad con la familia de su padre, porque no tenía. Lo único que tenía era a su padre, el abuelo de Grislie, al cual iba a ver él solo porque no estaba muy bien de la cabeza. Grislie era el único que lo acompañaba, porque su madre no era paciente con el hombre, y se negaba a llevar a Kuma desde que el anciano lo había golpeado con su bastón mientras gritaba ‘’ ¡un hobbit!’’.

Si bien Grislie era aún menos paciente que su madre, siempre iba a visitar a su abuelo con su padre. Puede que no estuviera muy cuerdo, pero algo le decía que se alegraba cuando ellos llegaban, y que cuando se iban se ponía muy triste, lo cual significaba que loco o no, seguían siendo una familia, y la palabra familia era muy importante para Grislie, aún si no se llevaba muy bien con ella y odiara las fiestas. Por eso, aunque Grislie se mudara a su propia casa cuando creciera, nunca se olvidaría de visitar a su madre, a su padre, a su abuelo si seguía vivo, y con toda la pena del mundo, también vería a su hermano. E iría igualmente a aquella ridícula fiesta.

Pasaron cinco días y finalmente su madre le levantó el castigo, aunque dijo que duraría una semana entera. Así era ella. Siempre le ponía castigos, pero se le arrugaba el corazón de ver a su niño triste y se lo quitaba enseguida. Aquel había durado más que los otros, pues estaba realmente muy enojada, pero una vez más se arrepintió y lo dejó pasar. El castigo consistió en aún más tareas de las que ya tenía y en no dejarlo salir a la calle. En cuanto su madre le dijo que el castigo había quedado anulado, Grislie le agradeció, le dio un beso en la mejilla y se apresuró a salir en dirección al parque. Algo en su cabeza le decía que él no estaría ahí, que seguramente sus padres no le dejaron salir ese día, que no era necesario angustiarse tanto; pero había otra voz, una que le decía que debía llegar al parque.

Y ahí estaba.

El mismo chico, en el mismo columpio.

Eran alrededor de las diez de la mañana, 31 de diciembre, año viejo. Ese día, a esa hora, la amistad de Kuma y de Grislie empezó.

 


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