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Las caras de la Luna por Valz19r

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Segunda parte: El nuevo Shirou Fubuki





___***___





Shirou Fubuki había resultado ser un huracán que llegó a mi ordenada vida llena de calma para desordenarla por completo, como un fuerte ventarrón lleno de ira. Él simplemente llegó, con sus comentarios ocurrentes y su inteligencia peculiar, sus besos cálidos y abrazos reconfortantes. Él simplemente llegó para enamorarme. Solo para eso.



De pronto pasamos de ser “El chico que juega en mi equipo” a “Él es mi amigo”, éramos los nuevos nominados al premio “Mejores amigos” porque el título de “Mejores amigos para toda la vida” se lo llevaron Kazemaru y Endou (sí), y aunque a los ojos de ellos éramos solo dos chicos que se llevaban muy bien entre ellos, nosotros sabíamos lo que realmente éramos. Dos amantes ocultos y se suponía que no debíamos caminar más de la línea. Nuestras vidas no cambiarían en lo absoluto por nuestros encuentros casuales, encuentros que no pasaban de besos y simples roces. Técnicamente, no estábamos haciendo nada malo, porque Shirou también besaba a Hiroto en la boca “Los amigos también pueden besarse. También nos queremos”, esas eran sus palabras. Lo que él jamás dijo, era los besos que me daba no eran besos de amistad. No era los besos que le dabas a tus amigos. Eran distintos.




___***___



Las luces de neón se proyectaban en el suelo y las paredes en forma de círculos incandescente. Las esferas de colores iluminaban tenues rostros y cuerpos que se movían al ritmo de la música excesivamente alta. El salón donde el equipo se dedicaba a reunirse para hablar sobre asuntos importantes (fútbol) había sido convertido en una pequeña discoteca, con aroma a licor y un densidad caliente en el ambiente.



El motivo de tal fiesta era un regalo de compensación por el arduo trabajo que habíamos hecho en los entrenamientos durante estos meses. Idea propuesta por Fudou Akio y aceptada por todos. Un viaje al centro comercial, trabajo grupo, mucha motivación juvenil y ¡Boom! Así llegamos al ahora.



Me dediqué a ser un espectador sofisticado; sentado en una mesa con un vaso de vodka en la mano, observando a mis compañeros de equipo protagonizar una escena de película Jersey; de esas donde los chicos tienen vidas perfectas, van al instituto pero no ven clases, hacen verdaderas fiestas cada fin de semana y tienen sexo, y al día siguiente es igual. Algunos se tambaleaban con parsimonia en la pista, victimas del alcohol que viaja por su torrente sanguíneo como un corredor de nascar. Otros se escondían en los rincones oscuros, consiguiendo una entrada V.I.P al infierno. Bebí de mi trago y escuché las patas de la silla rechinar contra el suelo; alguien había ocupado el lugar. Me giré para a mi acompañante: Endou Mamoru.


—Capitán.— saludé con una sonrisa de medio lado, el castaño me sonrió divertido. Él había pasado gran parte de la fiesta con su nuevo novio Kazemaru Ichouruta, sí, luego de ganar el premio a “mejores amigos para toda la vida” decidieron que también querían el premio a “Mejor pareja de la selección”, pero ahora el capitán estaba allí, al frente de mí sin su pareja. Extraño, muy extraño. —¿Dónde está tu novio?— inquirí con la intención de molestarle.


Ni siquiera de inmutó de mis intenciones, no quitó su sonrisa ni dejó de mirarme con calidez. Frunció los labios y pareció pensar, como buscando al chico entre sus pensamientos. —Está teniendo una charla con el novio antisocial de Kidou y estos chicos.— Señaló con la mirada a la distancia, yo seguí sus ojos hasta encontrarme con el chico “emo”, sentado en un largo sofá acompañado de tres personas más: el “antisocial” Fudou Akio, quien tenía una botella en sus manos y bebía de ella directamente, sus mirada perversa brillaba con furor. Y los dos chicos transferidos que “se cargaron a medio Japón”, un muchacho de cabello largo y verde, ojos profundos, nombre: Midorikawa. El peli-verde era rodeado por el brazo del otro chico; un pelirrojo, de piel pálida y ojos jade: Hiroto Kiyama.


Los cuatros chicos ríen con euforia, parecen compartir un divertido dialogo, el cual no puedo escuchar ni comprender. Indiferente a lo que ellos están haciendo paseo mis ojos por el salón, examinando a cada persona y cada rincón de la habitación. Mis ojos parecen analizar todo lo que ve, buscando algo.


—Me parece que lo vi subir a las habitaciones.— comentó Endou.


Dirigí mi atención a él, me sonreía con picardía, como si supiera algo que yo ignoraba. —¿Quién?— pregunté confundido por sus palabras. Tal vez el alcohol ya comenzaba a afectarle el cerebro, quizás ya no estaba lucido y hablaba solo incoherencias.


—Fubuki.— respondió.


Un escalofrío surcó mi columna en el momento en que pronuncio su nombre, la vergüenza me golpeó como un camión de carga a toda velocidad y sin frenos, inconscientemente había estado buscando al albino entre las personas de la fiesta y mi amigo se había percatado de ello antes que yo: eso era lo que había estado ignorando. Pero el simple hecho de admitir que le estaba buscando era aún más vergonzoso que el hecho de que se percatara de ello. Chasquee la lengua. —¿Qué te hace creer que lo estoy buscando?— bufé indiferente.


Él frunció los labios, hizo un sonido con ellos y miró hacía su derecha, pensativo. —Yo nunca dije que lo estabas buscando, en todo caso acabas de admitir que lo hacías.— respondió mirándome.


Diablos, su argumento rebosaba de validez y no podía objetar nada al respecto. Sentí mi rostro arder y su sonrisa burlona. —No tiene nada de malo, de hecho es algo que esperaría.— añadió. Y yo le di una mirada curiosa e inquisitiva, queriendo que explicara su punto. —Porque tú estás enamorado de él.— Y de nuevo esa oleada de sentimientos eléctricos surcaba mi cuerpo.


—No es así.— apenas logre balbucear aquellas palabras. Él comenzó a reír con fuerza, divertido de mi vergüenza , evite mirarle directamente, encogiéndome de hombros, sentía como si sus carcajadas fueran golpes que intentaba esquivar de una manera pasiva.


—Gouenji, estás sonrojado.— señaló sonriendo.


—¡Claro! ¡Estoy borracho!— exclamé, lo que evidentemente era una no muy creíble respuesta, y mi compañero no había caído en tal
mentira, no era tan idiota como aparentaba. Por el bien de mi orgullo, tenía que escapar de esa mirada burlona. —En todo caso, no deberías ocuparte de la vida amorosa de otros, sino en la tuya, Fudou no le importaría acostarse con Kazemaru. Eso seguro.— recalqué, quería que se fuera y dejara de molestarme, Endou había adoptado una conducta similar a la del mojigato rebelde.


—Eso no pasará, Fudou es mi amigo.— Y eso explica su nueva y ocurrente actitud. —Lo importante aquí es tú y Fubuki. Es obvio que se gustan, ¿por qué son así?— preguntó y yo no supe que responder. —Se supone que cuando dos personas se besan deben quedarse juntas para siempre.—añadió y yo seguía allí callado, y por más que no quería admitirlo Endou tenía razón. Yo de verdad estaba enamoro de él, aunque no sabía si Shirou sentía lo mismo.


—Todo con él es diferente.— respondí, lo que era cierto, con Fubuki Shirou no sabía qué estaba bien y que estaba mal. Él hacía las cosas a su manera, de una forma diferente a lo tradicional.


—No creo que el amor sea parte de eso.— dijo, pero entonces tuvo que guardar silencio porque el chico del cual hablábamos había aparecido como un santo: sin advertirlo.


Endou y yo le sonreímos para disimular, cosa que obviamente no funcionó, porque Fubuki nos miró extrañado. —Hola.— saludó inseguro.


—Bueno Gouenji, tú sabes qué hacer. Ahora debo ir con Kazemaru, no confío en Fudou ni un poco.— dijo levantándose de la silla.


—Creí que eras su amigo.—


—Soy su amigo, no estúpido.— Y dicho esto, se fue.


Fubuki lo observó marcharse y sonrió incómodo. —¿Qué pasa con él?— preguntó.


—Es lo mismo que me he preguntado desde que lo conocí.—respondí.


Fubuki rió quedamente y bebió un sorbo del vaso que traía en sus manos, suspiró y tomó asiento en la silla donde minutos atrás había estado Endou. Dejó el vaso sobre la mesa y me miró con una sonrisa. —Así que, aquí estás.— dijo. —Tomando vodka como un lobo solitario. ¿Sabías que Toramaru pagaría lo que fuera para que lo invitarás a bailar?— inquirió divertido, haciendo esa expresión tan atractiva de un ceja alzada y una sonrisa ladina.


Yo solté una carcajada, negué con la cabeza y lo miré aun sonriendo. —Yo solo quiero bailar contigo.— respondí. Shirou sonrió y sus mejillas se tiñeron de rojo. —No tendrías que pagarme nada.— No, yo era quien debía pagarle a él.


—Entonces vamos.— aceptó.


Lo tomé de la mano y caminamos hasta la pista de baile, acoplándonos con las personas que bailaban animadas, sin advertir que dos personas más se habían colado en su territorio. Pronto comenzamos a movernos al ritmo de la música, estábamos tan cerca que me era inevitable no chocar con él. la aglomeración volvía el lugar caluroso con tantos cuerpos juntos. En ese jodido lugar hacía calor, el sudor comenzaba a correr por cada extremo de mi cara. Fubuki se encontraba muy ensimismado bailando y debía admitir lo obvio: tenía talento. Dirigí la mirada hasta la cabina de música, donde Hiroto seleccionaba la música ( él era extremadamente hábil con la tecnología) . él levantó la cabeza y enfocó sus ojos jade sobre mí, me sonrió de una manera sospechosa, como si tuviera un plan en su retorcida mente de vampiro. Le hizo señas a Fudou y este se acercó, le susurró algo al oído que anhele poder oír, el de cabello castaño asintió. Hiroto se alejó de allí, perdiéndose entre la multitud y dejando la selección de géneros al pequeño convicto, lo que claramente, era una mala idea.


Una canción latina sonó a todo volumen, estridente haciendo vibrar el suelo, los jóvenes parecieron recibir una descarga eléctrica, pues su baile se tornó más frenético y motivado. Miré a Fubuki, él sonreía y se acoplaba a la canción, ejecutando movimientos lentos y sensuales. Alzó la mirada y clavó sus orbes en las mías, llamándome a acercarme, sin embargo me cuestionaba sobre si era correcto.


Unos brazos envolvieron a Shirou por la espalda y lo halaron hacía atrás, no me di cuenta cuando Hiroto se había colado hasta llegar a nuestro espacio y comenzó a bailar con Fubuki como si se encontrara solo. Shirou volteó solo para mirarle y sonrió, continuó bailando mientras el pelirrojo lo apegaba más a su cuerpo. Giré mis ojos con la intensión de demostrarle que sus acciones no tenían importancia para importancia. Pero entonces, ese chico abrazó a mi pareja, su rostro quedó cerca del cuello blanquecino del defensa, quien intentaba alejarlo de esa zona de su anatomía (él era extremadamente sensible allí, yo lo sabía). Pero ese vampiro insistía en pasear su puntiaguda nariz, aspirando su fragancia y depositando un corto beso que hizo estremecer al chico “No sigas” pidió Fubuki, aquello había sido el detonante que hizo explotar la bomba de celos dentro de mí. Tomé a Shirou del brazo y tiré de él, se soltó de los brazos que lo tenían secuestrado y se recargó sobre mi pecho. Hiroto frunció el ceño enojado y buscó tomar nuevamente a Fubuki. Llevé mis brazos hasta su pequeña cintura y lo apresé, el pequeño albino enredó sus brazos en cuello y yo me apropié de sus labios que me pertenecía por contrato. Será para otra, Hiroto-kun.


Disfruté el contacto de sus labios que habían correspondido al beso, mismo que se volvió más hambriento, nuestras lenguas se encontraron y parecían ansiarse con locura, con el intenso sabor a licor que corroía mi garganta. Me había lanzado varias copas, pero aún estaba lucido, consciente de la manera tan salvaje con la que besaba a ese chico. Cuando sentí que ya no podía más, porque él me había robado todo el aire, se separé de sus labios y enterré mi rostro en su cuello, aspirando su fragancia con la respiración entrecortada, sintiendo el rápido latido de su corazón. Luego de un rato miré su rostro, estaba encendido; completamente ruborizado, sus labios entre abiertos e hinchados, aun goteando. La temperatura ascendió, concentrándose en una parte especifica de mi cuerpo.


—Ven conmigo.— pidió.


Agarró mi mano y lo dejé guiarme, como aquella tarde. Nos abrimos paso entre las personas y siguió caminando, subiendo las escaleras sin soltar su agarre. El último pasillo se encontraba ahogado en una oscuridad siniestra y solitario; como siempre se encontraba. Abrió la única puerta con un pasador que rebuscó entre sus cabellos e ingresamos.


Soltó mi mano y se dirigió hasta la cama y se sentó, una sensación de deja vú me invadió, era como si ya hubiese vivido esto antes.


—Necesitaba salir de ahí.— dijo entre jadeos, parecía estar muy cansado y ansioso. Estiró su brazo hasta alcanzar una botella de tequila que reposaba sobre la mesa de noche que estaba un lado de la cama, vertió el contenido en un vaso y comenzó a beberlo, primero lo hizo rápido, de un solo golpe trago todo el contenido, se sirvió de nuevo y esta vez disfrutó la bebida. —Sírvete.— invitó, cosa que no rechacé. Me llene un vaso de tequila y me senté a su lado.


—Hiroto está obsesionado contigo.— comenté divertido, bebiendo pequeños tragos de mi bebida. El alcohol me corroía la garganta haciéndome sentir ardor.


—Y tú necesitabas demostrar tu dominancia.— respondió y luego rió. —Es mi amigo. Mi mejor amigo.— añadió con un toque de tristeza, parecía estar melancólico. Bebió todo el contenido de su vaso y se sirvió más.


—Los amigos no tienen ataques de celos.— bufé socarrón, con prepotencia.


—Claro que sí.— respondió él, como siempre: llevándome la contraria. Ese era su hobbie.


Después de eso no dijo nada más, solo bebía y cuando se terminaba el líquido del vaso servía más. lo único que interrumpía el silencio era la tenue música que se escuchaba a lo lejos, parecía música ambiental de elevador y nosotros dos extraños que íbamos al mismo piso. Shirou mantenía una expresión taciturna, sumergido en sus profundos pensamientos, bebiendo directamente de la botella como un joven herido que quería ahogar sus sentimientos y pena. De pronto se me hizo más hermoso que otras veces, porque de por sí yo ya amaba cuando él se perdía en sus pensamientos profundos e incomprensibles; sus ojos se perdían, su rostro parecía iluminarse.


Concentrado en su bonito perfil no pude reprimir mis acciones, acaricié su mejilla enrojecida logrando despertarlo de su ensoñación y ganándome su atención, en parte deseaba que me incorporara, si se bebía toda esa botella él solo sería desastroso. Giró su cabeza para mirarme y sonrió, bajo la botella y se acercó para apoyar su cabeza en mi hombro.


—Supongo que ya estás ansioso por nuestro triunfo en el próximo partido.— dije. —Así no tendremos que volver a nuestra vida en Japón por unos meses. Escaparíamos de la monotonía y sé que al nuevo Shirou Fubuki le gusta huir.— Sonreí con arrogancia, pero él parecía indiferente a mi comentario. Su expresión era muy parecía a la de una persona cansada, parpadeaba lentamente como si quisiera dormirse.


Suspiro. —Y seguiremos en esta pasarela, en el mismo concurso de belleza improvisado. —dijo con la intención de anexar algo más a mi monologo. Y volvió a beber.


Sus palabras me consternaron y no sabía exactamente a qué se refería con “la misma pasarela” y “concurso de belleza improvisado”. Estaba claro que eran unas de sus muchas metáforas que guardaba en su baúl de léxico, el cual era difícil de comprender. Me di cuenta que me había quedado mucho tiempo pensando en pasarelas y concursos de belleza improvisados y aún no tenía una respuesta.


—¿Qué quieres decir?— me atreví a preguntar, pero yo sabía que no iba a recibir respuesta, a Fubuki no le gustaba responder a dudas, era como un niño obstinado, caprichoso y consentido.


Levantó su cabeza de mi hombro y se alejó lo suficiente para mirarme, sonrió y sus ojos brillantes viajaron hasta mis labios. Se apoderó de ellos, iniciando un beso.


—Eso no importa.— respondió al romper el contacto, pero en terminó su oración reanudó los besos, cortos y presionando fuerte sus labios contra los míos.


—A mí sí.— dije cuando tuve una corta oportunidad se hablar.



Pero mi insistencia no parecía motivarlo a explicar sus palabras, siguió repartiendo besos profundos. —Cállate.— ordenó con firmeza. Rodeó mi cuello con sus brazos atrayéndome más a él e intensificando los besos. Shirou parecía ejercer una dominancia sobre mí, y no se lo iba a permitir. Le mordí el labio inferior y se alejó rápidamente, sabía que no le gustaba cuando hacía eso.


Shirou estaba agitado, con la respiración errática, como si hubiese viajo por todo Japón caminando, sus mejillas estaban rojas y sus ojos brillantes; parecía que el alcohol comenzaba a realizar sus travesuras.


—Te has portado muy mal.— le reñí burlón, riéndome de la actitud que él había tomado. —Así no deben actuar los niños buenos.— añadí acercándome para acariciar su mejilla.


Él sonrió con sarcasmo, prepotente y orgulloso. He hizo recordar cando jugaba como delantero un año atrás. —¿Y quién te dijo que soy un niño bueno? Lucifer fue un ángel, no lo olvides.— inquirió y por un momento logré percibir un brillo naranja en sus ojos.


No pude evitar sentirme intimidado, Fubuki nunca me había mostrado esa faceta de su personalidad, y ahora que la había liberado tan repentinamente no sabía cómo reaccionar. Supongo que aún tenía algunas cosas que conocer de él. —Muy mal.— negué, tratando de recobrar mi compostura, pues por sus palabras me había alejado tímidamente de él. —¿Sabes lo que le hacen a los chicos malos?— pregunté sonriendo igual que él o, al menos intentando lucir tan soberbio.


—Los castigan.— respondió más como una afirmación. —Eso está bien para mí.—


Aquellas palabras fueron el incentivo que me impulso a tomar de nuevo sus labios, a besarle con hambre y ferocidad. Todo ocurrió como la primera noche que estuvimos aquí; nos quitamos el calzado y gateamos hasta subirnos por completo en la cama. El calor comenzó a opacar la lúgubre habitación y su atmosfera tensa. Me quitó la chaqueta y yo le quité la suya me alejé para contemplar su rostro y darme cuenta de que él también contemplaba el mío. Ataqué la piel de su cuello y desabrochando los botones de su camisa para poder acariciar su tersa piel. Shirou llevaba un collar que sostenía un botón de color rojo intenso, varias veces se enredó con el mío así que intente quitárselo, pero él siempre se negaba a desprenderse del accesorio; parecía estar muy unido a él, supongo que era importante. Yo no insistí más.


Shirou desabrochó mi camiseta y paseó sus manos frías por mi pecho, haciéndome estremecer con sus caricias suaves y relajantes. Me hacía despojarme por completo de mi camiseta y entonces levantaba su espalda de la cama y besaba mi cuello, me susurraba cosas incomprensibles al oído, acariciaba mi espalda mientras yo hacía lo mismo con él.


Usualmente no llegábamos más allá de cómo nos encontrábamos ahora, solo eran caricias, besos y roces, nunca sexo. Y era porque habían muchos factores que lo impedían: mi mente. Él se separó y supuse que ya era momento de finalizar, siempre era esa la señal. Pero muy lejos de mis deducciones llevó sus manos hasta el botón de mis pantalones y lo desabrochó. Me alarmé por sus acciones y lo detuve, tomando sus manos entre las mías.


—¿Qué haces?— le pregunté confundido.



Me miró con esa chispa naranja, radiante en sus ojos de cristal que se intercalaban con el azul, como un corto circuito. —Doy el siguiente paso.— respondió.


—Pero…— murmuré, las dudas comenzaban a atacarme.


—¿Qué sucede?— preguntó, su expresión era una mezcla de confusión y tristeza.


—Natsumi. Ellos. —respondí automáticamente. Me gustaba mucho Shirou Fubuki. Lo amaba. Pero aún estaba confundido, tenía la idea de que todo esto era solo una fase de mi vida, un loco descontrol de mis hormonas. Por ello no le dije nada a Natsumi, ni a ninguna otra persona (solo ha Endou, quien se percató de todo), yo pensaba que aún la amaba a ella. Si yo me acostaba con Fubuki Shirou ahora, no habría vuelta atrás, ya no podría escapar de sus manos.


Mi rostro fue tomado por sus manos y me obligó a mirarlo. —Ahora mismo ya nada existe. Ya nadie importa. ¿No quieres sentirte infinito conmigo?— dijo.


Y estaba en lo correcto, todo lo demás dejó de importar aquella noche, cuando lo bese por primera vez. Desde entonces mi mente se convirtió en un caos, cada oportunidad de poseer por completo su cuerpo las dudas inundaban mi cabeza y me impedían concentrarme en quien tenía al frente. Pero ahora mismo, con el sofocante calor y el alcohol que nublaba mis sentidos, aquellas voces se habían callado. Lo único que sabía con certeza, era que deseaba completamente a Shirou Fubuki; no solo contemplarlo desde la distancia y besar sus labios. Era el momento de romper las ataduras.


—Vamos Shuuya.— me llamó, devolviéndome a la realidad, a sus orbes manchadas de naranja. —Seamos infinitos.— invitó. Ya no habría vuelta atrás.


Entonces ahí estaba, consumando actos sexuales con un chico. Sin duda ese cuerpo sometido bajo el mío no era otro que Shirou Fubuki, su aroma y tacto seguía siendo el mismo, aunque con tantas emociones mezcladas apenas atinaba a reconocer su rostro vagamente. Su piel era pálida y gélida, tan delgada que se adhería a sus huesos enmarcándose. Estiré una mano y la coloqué sobre la mejilla, presionando para asegurarme que él era real y no un producto de mi imaginación. Pero estaba allí, con sus cabellos húmedos y los labios entreabiertos. Acaricie el tabique de su nariz, viajando hasta la curvatura de su ceja poblada. Arrastró sus uñas por mi espalda, como si quisiera arrancarme la piel. No podía dejar de mirar su rostro andrógino, con sus enormes ojos que se habían teñido por completo de ese naranja tan chispeante, su expresión de dolor placentero se enmarcaba en su rostro mientras me movía más rápido y preciso.


Y entonces me encontraba ahí, quebrando su inocencia aunque la delicadeza con la cual tocaba su cuerpo parecía purificarlo. Tampoco había cordura, solo el olor del tequila derramado en el suelo y las ganas de detener el tiempo y volver el momento eterno. No había Natsumi, ni amigos, ni dedos con intenciones de juzgar. Solo estábamos él y yo, solo nosotros y no había nada más perfecto que esa revelación. Observando sus expresiones para penetrarlo con más fuerza y así lograr las mejores sensaciones, las más electrizantes. Y Fubuki gemía extasiado, exclamando lo mucho que le gustaba como le hacía aquellas obscenidades. Sí, le gemía y separaba más sus piernas para que fuera más profunda la penetración. Él me dijo entre gemidos un suave y sutil “Te amo”, sabía que el increíble Shirou Fubuki ya era mío, me pertenecía a mí y a nadie más, porque ya me había entregado todo de él. y al final terminamos en un efímero y placentero orgasmo.


Me acosté a su lado tratando de recuperar el aliento. No había sido perfecto, pero Dios, se había sentido increíble. Me había sentido infinito, como él había dicho. Giré mi cabeza para mirar a mi amante, él me miraba a mí. —Te amo, Shirou Fubuki.— confesé con el corazón en la boca y le sonreí con calidez.


El pequeño se sentó y, sin motivos que yo conociera, se echó a llorar. Las lágrimas se resbalaban por el rostro y su cuerpo se estremecía a causa de los sollozos que intentaba callar, abrazándose a sí mismo, con el miedo de romperse a pedazos. Él realmente parecía estar dolido, porque lloraba con tanto esmero y pasión que sentí una opresión fuerte en mi pecho. Comencé a preguntarme si lo había lastimado mucho, si él no sentía lo mismo y ahora se sentía comprometido (aunque esto no era probable porque él también me había dicho las mismas palabras). La preocupación me carcomía por dentro, me senté a su lado y lo tomé de los hombros.


—¿Qué pasa Shirou? ¿Por qué lloras?— le pregunté mirándole, pero él mantenía su rostro oculto por su cabello. No me respondió, solo siguió llorando como un niño pequeño, hipando cansado. —¿Te lastimé? Shirou, dime qué te pasa.— insistí, pero él seguía sin responderme, he allí el problema: a Shirou Fubuki no le gustaba responder preguntas. —Lo siento. Lo siento mucho.— me disculpé, por si el motivo de su llanto era mi culpa. —Pero ya no llores, estoy contigo y no me iré de tu lado. pero si sigues llorando, entonces yo también voy a llorar y seremos dos chicos desnudos llorando en una habitación.— añadí, por si el motivo de su llanto era desconocido para mí y yo solo quería alegrarlo un poquito.



Alzó la mirada, el color gris de sus ojos había vuelto, tenía el rostro completamente rojo y mojado por la insistencia de su llanto. —Yo en serio te amo.— me dijo y las lágrimas comenzaron a rodar nuevamente, parecía la escena de una persona a la cual le habían rechazado. Pero este no era el caso, porque yo también lo amaba, yo también estaba enamorado de él, era una barbaridad por supuesto, pero no había nada que pudiese hacer. Shirou no tenía por qué llorar.



—Ya deja de llorar. Yo también te amo. Te amo mucho.— respondí, lo rodeé con mis brazos y lo atraje hacía mí, abrazándolo contra mi
cuerpo para darle conforte y calidez, su cuerpo estaba helado. Correspondió rodeándome con sus delgadas extremidades y ocultando su rostro en mi pecho, lentamente sus llantos se fueron apagando.



Igual que él.




Al cabo de unos minutos ya se había quedado dormido. Como la primera noche que estuvimos aquí, me quedé contemplando su existencia con el alma en los ojos. Ahora se miraba más bonito que otras veces, ni siquiera cuando lo contemplaba corriendo por la cancha se veía tan bonito como ahora. Creo que era porque ahora había visto más de él que antes, también podía deberse a que ya tenía la plena certeza de que me pertenecía. A partir del mañana, mi vida cambiaría, acomodaría todo con todos; hablaría con Natsumi y le explicaría el motivo por el cual terminaba nuestra relación. Me quedé dormido observando al pequeño chico que dormía a mi lado y pensando que desde el amanecer, seríamos más que solo amigos.




Cuando abrí mis ojos y dejé que estos se acostumbraran a la luz, noté que él ya no estaba a mi lado. Shirou se había marchado en algún momento de la madrugada lo que estaba bien, porque no debíamos estar en esa habitación, aunque yo deseaba poder tenerlo en mis brazos más tiempo. Me levanté y me dispuse a tomar una ducha, de seguro hoy no habría entrenamiento, lo más probable era que todos estuviesen aún dormidos, con una resaca nivel Dios (amo y señor del universo).



Pero los pasillos resultaron no estar tan solitarios como lo había anticipado, algunos miembros del equipo vagaban como zombies con dirección al comedor. Mis ojos se pasearon por cada placa de cada puerta hasta toparme con el número 18-09; la habitación de Fubuki. Sonreí y me dispuse a caminar, deseaba ver como se encontraba, quería hablar con él. Cuando llegué me detuve, estaba por pedir permiso para pasar, y escuché una voz “—¿Seguro no quieres ir al comedor?”— Era la voz de Hiroto, quien aunque no recibió respuestas insistió nuevamente. “—Vamos Shirou, necesitas comer algo.—“ Y de nuevo no recibió respuesta, parecía estar hablando solo con las paredes “—Te traeré algo ligero.—“ propuso y, asumo, que su interlocutor acepto pues el pelirrojo dijo un “De acuerdo” luego se escucharon pasos y la puerta se abrió. Me encontré cara a cara con esos lacerantes ojos jade.


—¡Ah! Gouenji-kun.— exclamó con una sonrisa amable. —Me alegra verte, tu padre es doctor ¿cierto?— preguntó, yo asentí confundido por su pregunta repentina. —Genial, ¿podrías quedarte con Shirou mientras le buscó algo en el comedor? Él no se siente muy bien.— dijo, yo miré sobre su sombro y advertí un bulto en la cama, Shirou. —¿Podrás cuidarlo?— preguntó lento, como si supiera que no le estaba prestando mi total atención. —¿Seguro?— insistió, se veía desconfiado y precavido.


—Sí. Lo haré.— respondí.


Hiroto sonrió más tranquilo, asintió y finalmente se fue.


Tan pronto no tuve obstáculos ingresé a la habitación. En las paredes estaban pegadas varios poster’s de fútbol y bandas músicales, también había un curiosos corcho adornado con fotos y recortes. Traído por la curiosidad me acerqué para poder observarlo mejor. Era un collage; en la parte superior había recortes de letras de diferentes colores, fuentes y tamaños, ordenadas para formar la palabra “Friends” y luego, muchas fotos y recortes. Me enfoqué en cuatro fotos: dos de Hiroto y dos de Fubuki, solo enfocaban sus rostros sonrientes, radiantes de felicidad. Transmitían calma y ternura. Y en las otras dos era igual, ellos dos (uno en cada foto) solo enfocaban sus rostros, con la diferencia de que mantenían una expresión neutral, casi depresiva, sus ojos brillaban con una profunda melancolía. Transmitían tristeza. Me parecía tan curioso, porque se parecía a esas fotos del Antes y el Después o, algo que ellos estaban intentando ocultar. No lo sé con claridad, pero tampoco me dispuse a darle más vueltas al asunto y seguí observando. En una esquina estaba una foto de la cantante Lana del Rey con la frase “A veces el amor no es suficiente cuando el camino se pone difícil, no sé por qué”. Fotos de Mikaela Hyakuya (1), Endou y un dibujo de un chibi Ciel Phantomhive (2). También fotos de Demi Lovato (3), Marilyn Monroe (4). Un niño idéntico a Fubuki, de cabellos rosa pastel y ojos traviesos y otro niño idéntico a Hiroto, sobre ambas fotos estaba la frase “Es hora de irse”.


—Shuuya.— escuché a mis espaldas, aquella suave voz me hizo apartar la mirada del collage y enfocarla en quien me llamaba.


Shirou se veía más pequeño y delgado bajo todas esas frazadas. Me acerqué y me senté en el filo de la cama, mirando su rostro, él se veía realmente cansado, la palidez de su tez rosaba el gris espectral.


—¿Te sientes bien?—pregunté, aunque ya sabía que no lo estaba, a simple vista podías notarlo.


Una enmarcada expresión de asco se dibujó en su rostro. —La verdad no. Vomité todo, menos los recuerdos de mi pre adolescencia.—respondió, ante tal ocurrencia no pude evitar soltar una carcajada. Él sonrió. —Me duele todo el cuerpo.— añadió débilmente, sus mejillas estaban ruborizadas.


Llevé mi mano hasta su frente y resulto que estaba caliente, no apostaría nada, pero cabía la posibilidad de que Shirou estuviese enfermo. —Creo que tienes fiebre.— comenté.


—Sí, Hiroto me tomó la temperatura, estaba un poco alta.— respondió él. —Jamás me había enfermado por una borrachera.— añadió riendo, pero pronto se detuvo, le dolía la cabeza; síntomas de la resaca.


Fubuki actuaba tan normal, como si la noche anterior no hubiese pasado nada. Quizás sí estaba ebrio y ahora no recordaba nada. Baje la mirada hasta mis manos, me sentía desilusionado, porque si era así, si todo aquello era producto de una borrachera ocasional, no significaba nada; eso era lo desilusionante. Sentí su pequeña mano posarse en mi mentón y levantar mi cabeza lentamente hasta mirarlo a él.


—¿Es cierto lo que me dijiste anoche?— preguntó con una sonrisa y los ojos iluminados. —¿Me amas?—

Y sentí como mi alma regresaba a mi cuerpo y mi cerebro liberaba millones de endorfinas por todo mi cuerpo. Él recordaba todo, las sensaciones, emociones, sentimientos y cada palabra dicha la noche anterior. —Sí. Te amo.— asentí.


—Yo también te amo.— respondió ampliando su sonrisa. —Y quiero que recuerdes: sin importar lo que ocurra, las decisiones que decida tomar, yo siempre voy a amarte.— me dijo con firmeza, acariciando mi mejilla como si sus palabras fuesen un importante decreto real; algo que yo jamás debía olvidar. En ese momento no le había tomado gran importancia a sus palabras, yo estaba absorto en su confesión, me quedé atrapado en aquel “Te amo”. Era todo lo que necesitaba oír, porque si él correspondía mis sentimientos ya nada más importaría, no habría hecho que pudiese cambiar esas palabras. No hay fuerza tan grande que pueda deformar un Te amo.



Shirou alzó sus brazos y me invitó a refugiarme en ellos, cuando lo abrasé fue él quien terminó refugiándose en los míos; como debía ser. Busqué sus labios con los míos, cuando al fin los encontré, me acoplé a ellos, él me correspondió y solo nos quedamos ahí, en un simple contacto. Y es que, era más que suficiente el simple hecho de tenerlo entre mis brazos, tocando su boca con la mía; no había nada más perfecto que eso. Creo que todos deberían experimentar estos sentimientos alguna vez en su vida, porque no puedo explicarlo con simples palabras; porque es algo mucho más.



La puerta de la habitación se abrió, anunciando que alguien había llegado, pero aun así no nos soltamos, no queríamos. Shirou me abrazaba con fuerza, temblando.


—Vaya.— exclamó la persona extra. — ¿Es una nueva técnica de medicina Gouenji-kun? Eso es demasiada devoción. —expresó burlón.



Entonces nos separamos y observamos a nuestro compañero de equipo, portador del dorsal 18 y un espectacular tono de cabello rojo. Sostenía una charola en sus manos, con algo que olía extremadamente bien. El chico se acercó y coloco la charola en las piernas de Shirou, quien apenas logro incorporarse.


—Mira, te traje té de manzanilla y galletas de avena con chispas. — dijo con una sonrisa amable.


Todo estaba perfectamente acomodado, las galletas incluso estaban apiladas unas sobre otras formando una pirámide que no era exactamente una pirámide, y el té estaba finamente depositado en una tacita de café muy atractiva. Parecía uno de esos desayunos que vez en Kuroshitsuji (5). — ¿Ese es el postre de hoy?— pregunté sorprendido, de ser así, las manager se sentían motivadas.


Hiroto me miró. —No, es que… las hice para Shirou.— respondió observando como el pequeño albino tomaba una galleta y la metía en
su boca, saboreándola con los ojos cerrados. Los celos se dispararon de inmediato, y no pude contener esa expresión de enojo. Hiroto era realmente atento con Shirou, tal vez yo no podía impedir que ellos se siguieran tratando (no tenía derecho), así como Hiroto tampoco pudo evitar caer en el hechizo de Shirou Fubuki, sabía que resultaba inevitable toparse con Fubuki y enamorarse de él. Y yo tendría que aprender a sobrellevar eso, pero realmente no importaba.




Era momento de acomodar oficialmente las cosas. —Debo hacer algo importante.— anuncié. Ambos chicos me miraron curiosos. —Hiroto, Shirou queda en tus manos. Cuídalo bien y no le hagas cosas raras.— pedí bromeando con ellos. Fubuki se sonrojo de la vergüenza y Hiroto sonrió nervioso.



—De acuerdo.— respondió el pelirrojo.


Entonces salí de allí, dejando a los dos chicos solos. Mi misión ahora (sí, suena demasiado absurdo), era encontrar a mi primer amor adolescente: Natsumi Raimon. Aún no tenía idea de lo que le diría, no había atribuido todo el tiempo extra que tuve horas atrás para pensar en un bonito monologo que lograra mantener su corazón en una pieza. Me había confiado de que, en el camino a encontrarla podría organizar las palabras en mi mente. Pero ese tiempo fue más corto de lo que yo hubiese querido. Pues allí se encontraba ella, de pie en la puerta que daba a la cocina. Vestía su casual uniforme y un delantal rosa, su hermoso cabello caoba se movía con sutileza cuando ella hacía el más pequeño movimiento. De pronto, todo comenzó a verse en cámara lenta, mi pulso se aceleró cada vez que estaba unos pasos más cerca de ella. Retumbaba en mi pecho tan fuerte como un tambor, y resonaba en mis oídos de forma molesta y alarmante. Cuando menos me percaté, ya estaba frente a esos ojos rojizos.


—Shuuya.— saludó ella con una sonrisa.


—Hola, Natsumi.— saludé nervioso. Suspiré y recuperé mi compostura porque, aunque yo no me estuviese viendo, sabía que estaba actuando como un completo idiota y no podía perder más tiempo, le había estado ocultando todos estos sentimientos y sé que ella no se merecía esto. Quería dejarla ir, para que fuese libre. —Necesito hablar contigo, ¿tienes un momento? —pregunté.


—Claro.—asintió.


Salimos del recinto, lejos de las miradas curiosas y los oídos alerta, caminamos por el pequeño campus siendo bañado por los calientes rayos de sol mañanero, el cielo estaba despejado, tan claro y azul. Nos sentamos en una banca, observando el césped brillante y las colinas más allá. Había llegado el momento.


—Necesito confesarte algo.— inicié.


—Se trata de Fubuki-kun, ¿cierto?— inquirió con una sonrisa en sus labios color durazno. Ella se veía que no estaba sorprendida y que anticipaba este momento, porque estaba realmente calmada, como si se hubiese estado preparando desde hace mucho.



Su respuesta me tomo por sorpresa, ¿cómo lo sabía? ¿Alguien le habría dicho? Mi mente planeaba millones de ideas homicidas contra el capitán del equipo, Endou era el único que sabía sobre mi relación con Shirou (aunque en ese entonces Fubuki y yo solo éramos amigos/amantes).


—¿Cómo lo sabes?— pregunté sorprendido, tanto que ni siquiera me percaté cuando la pregunta salió de mis labios, solo lo hizo automáticamente.


Ella río como solo Natsumi raimo sabía hacerlo. —Vamos Shuuya, no soy estúpida. Me di cuenta en el preciso momento en que comenzaste a verlo diferente.— dijo. —Comenzaste a mirarlo, como me veías a mí… no.— negó con la cabeza. —Realmente era mucho más especial. Quería que me lo dijeras tú, para yo responderte que todo está bien.— aseguró con una sonrisa.


—¿No estás molesta?— pregunté aún sorprendido.


Ella enfocó sus ojos en mí. —Al principio sí lo estaba, resultante chocante saber que tu novio se ha enamorado de otro chico… recalco
CHICO.— e hizo énfasis en cada letra de la palabra chico. —Pero al final, sabía que no había nada que yo pudiese hacer para hacerte cambiar de opinión.— Ella se mordió el labio inferior y sonrió, deslizó su mano por mi mejilla y me miró directo a los ojos. —Está bien, no estoy enojada contigo ni con Fubuki-kun y solo anhelo que puedas encontrar el verdadero amor eterno en él. Sé que lo harán.— dijo.


No pude evitar sonreírle con calidez, Natsumi Raimon era una chica maravillosa, la más maravillosa de todas. Me acerqué a ella y la abrasé con fuerza, agradecido por su comprensión y amabilidad, porque esa era la verdadera Natsumi Raimon y no lo que otros solían murmurar. Porque sí, todos hablaban pero ¿realmente sabían? Realmente sabían lo que ella representaba lejos de su ropa cara y cabello cuidado, su porte de princesa y actitud algo egocéntrica. Bueno, hay mucho más que simples rumores de pasillos y primeras impresiones. Mucho más.


Luego de aquellas confesiones, nos quedamos platicando sobre nosotros, sobre ellos, sobre aquellos que no conocíamos, pero sobre todo: de Shirou Fubuki.


Y hablando del pequeño príncipe de los campos helados, él permaneció todo el resto del día en cama, alegaba que se encontraba muy cansado para andar por ahí simplemente vagando entre los pasillos, también dijo que: “—Cada vez que me siento o doy un paso, me duele a horrores el culo… en serio, no creo que sea necesario que todos se enteren de nuestra alocada noche.—“ Al oír eso no pude evitar echarme a reír, Hiroto quien nos acompañaba también soltó unas cuantas carcajadas, cuando Shirou se percató que no podíamos parar de burlarnos de su comentario, se enojó tanto que nos corrió de la habitación con las sutiles palabras “—Fuera, ahora o escribiré obscenidades en los baños con su sangre.—“ Y entonces tuvimos que salir, porque de verdad no podíamos detenernos “—¡Voy a explotar!— exclamó Hiroto y yo lo acompañé con “—Dios mío, llévame ahora.—“ Los chicos que se encontraban en los pasillos solo se quedaron observándonos con curiosidad y con esa expresión de “Se han vuelto locos”. Pero juro, que jamás en mi vida había reído tanto como aquella vez, el dolor de los músculos y la falta de aire en mis pulmones me hicieron sentir más vivo que nunca.


___***___



—Mira. Hiroto dice que esa es su estrella.— dijo, señalando el cielo estrellado. —Él dice que todos tenemos una, y que cuando nos perdemos ella nos ayuda a encontrar el camino de vuelta a casa.— Su dedo viajó por el manto azul naval y se detuvo en otro puntito brillante. —Y esa es la mía, segunda estrella a la derecha.— dijo con seguridad.


—¿Esa no es la que te lleva a Nunca Jamás?— pregunté con una ceja en alto, cuando en las películas querían decir el camino que lleva a
Nunca Jamás decían “Segunda estrella a la derecha”.


—Sí.— asintió. Bajo la cabeza y miró sus manos que se tomaban entre sí con vergüenza. —Es que, siempre he creído que ese es mi verdadero hogar.— explicó, sus mejillas habían adquirido un todo rojizo. Se notaba que le costaba un poco confesar aquello, tal vez él pensaba en lo que yo pudiese creer, lo que estaba en mi mente era: que lo consideraba aún más maravilloso.


—Estoy de acuerdo contigo.— asentí, él me miró. —Esa estrella está allí para demostrarnos que la magia existe, bueno, tú eres una especie de magia maravillosa y milagrosa.— admití. Shirou sonrió y se acercó a mi acostando su cabeza sobre mi hombro.


—Y ahí está la tuya.— Señaló la estrella que estaba al lado de la que, se suponía, era suya. —Siempre juntos.— añadió, cerrando sus ojos y quedándose dormido.


—Siempre juntos.— asentí.


___***___



A pesar de que solo llevábamos unos tres días de ser novios oficiales, yo sentía que nuestra relación iba a ser eterna, me sentía como una chica de 15 años que ha encontrado el “amor de su vida” pero yo si estaba plenamente seguro de mis palabras. Shirou y yo parecíamos estar hechos el uno para el otro, y aún me pregunto cómo había podido vivir tantos años sin él a mi lado. Todo era perfecto.


Hasta el día del partido.


Ese día jugaríamos contra Corea, el partido que decidiría si valdría la pena nuestra estadía. Nos habíamos preparado de todas las maneras posibles (físicas, psicológicas, emocionales, sentimentales, como dije, todas las maneras posibles). Y allí estábamos, vistiendo nuestros uniformes, cuando un integrante del equipo Dragon Fire ingresó a los vestidores sin siquiera tocar (lo que hubiese sido muy conveniente, ya que varios aún estaban en ropa interior).


— ¿Shirou?— llamó ese chico, observando por todos lados, buscando al dueño de ese nombre que había pronunciado. No pude evitar que instintivamente, mi mirada se enfocara en ese individuo.


— ¡Afuro!— exclamó el pequeño defensa, quien de inmediato se lanzó a los brazos del chico rubio.


Afuro Terumi no era una de esas personas legendarias, enigmáticas e inalcanzables creadas por Dios. Él ERA Dios.

Ese chico se había convertido en uno de los amigos más allegados de Shirou, lo que era comprensible porque el rubio lo había ayudado en sus etapas en las cuales no podía ni agarrar un pase, aparte de que se había sacrificado audazmente en el partido contra Caos (una fusión entre Polvo de Diamante y Prominence) lo que causo gran impacto en el perturbado defensa.


—Me alegra tanto verte, Shirou-kun.— dijo cariñosamente mientras apretujaba al chico entre sus brazos.


—Yo igual, “Aprhodi”.— y ambos rieron. Fubuki se acercó a Afuro y le susurró algo en el oído, el rubio de largo cabello asintió con una sonrisa y dirigió su mirada hacía nosotros. —Buena suerte en el partido.— deseo, y acto seguido se marchó llevándose a Shirou con él.


No le tomé mayor importancia, lo más probable era que ellos dos querían un rato para hablar a solas, contarse todas las anécdotas que habían estado coleccionando desde la última vez que se vieron, lo que ocurrió con sus vidas luego del capítulo del hospital. Los amigos hacen ese tipo de cosas y aún más los que tienen tiempo sin verse los rostros, sin oír la voz del otro. Uno debe siempre luchar porque las cuerdas afectivas que uno crea no se rompan. Todo estaba bien, sí, hasta que Afuro volvió a hacer acto de presencia cuando nos encontrábamos a punto de calentar. Llegó agitado y con los nervios crispados.


—¡Necesito hablar con Grant!— exclamó en un grito. Todos voltearon sus miradas hacía Hiroto y este, muy nervioso, caminó al frente.


—Ahora soy Hiroto.— le dijo al rubio con una sonrisa nerviosa.


—¿Cómo?— inquirió confundido.


—Ese es mi nombre, mi verdadero nombre.— respondió.


—Hablando de personas indecisas.— murmuró, pero pronto recobró la compostura nerviosa con la que había llegado. —Hiroto o Grant, con cualquiera puedo hablar. Vamos.— dijo, tomó al chico por el brazo y se lo llevó a rastras por el campo de fútbol, solo Dios sabe que le hizo a nuestro delantero de dorsal 18. Pero tampoco le di importancia a esos hechos.



Tal vez si debí hacerlo, tal vez si debí sentir curiosidad.


En ese partido, Fubuki Shirou se lesionó considerablemente una pierna, no tenía remedio, se notaba que no sanaría pronto. Tsunami le cayó encima y todo fue un completo desastre. Pero yo no quería que él se marchara de regreso a Japón por quién sabe cuánto tiempo, yo lo necesitaba a mi lado. Entonces pues, forme una alianza con los demás integrantes del equipo para hablar con el entrenador Kudou. Entrar en su oficina, a la cual cariñosamente apodamos “La fosa de la muerte”, resultó una tortura. Después de rogar y enumerar las razones por la cual queríamos que Shirou Fubuki permaneciera en el equipo y aunque le prometí cuidar de él, parecía no estar convencido “Mañana les daré una respuesta”, y todos salimos de ese lúgubre lugar suspirando y echando plegarias al cielo.


—No te agobies, de seguro el entrenador Kudou aceptará. —le prometí muy confiado. —Soy bastante persuasivo. — Él sonrió divertido y me abrazó.


Esa noche nos desvelamos hasta muy tarde reviviendo lo que había sucedido en el partido, intentábamos ahogar nuestras risas en las almohadas para no despertar a los demás, aunque eso era poco probable, puesto que nos encontrábamos en el último piso.


Tal vez debí quedarme vigilándole toda la noche. Quizás jamás debí cerrar mis ojos. Tal vez debí ver las señales en lugar de fingir que nada ocurría y todo era normal, porque evidentemente no lo era, Shirou Fubuki ocultaba un secreto (uno de tantos) dentro de sus ojos. Debí mirarlos con más detenimiento. Debí ser más listo.


Cuando desperté él ya no estaba a mi lado, me tomé mi tiempo para alistarme y bajar pues asumía que se había devuelto a su habitación. Bajé las escaleras y todos estaban allí, frente a esa habitación con la placa 18-09, observando directamente la puerta barnizada de blanco.


Hay una escena de algún libro de Shakespeare, en donde las últimas páginas anuncia la muerte de su personaje, lo más curioso no es el hecho de que el personaje fuese asesinado por el escritor (eso ya se anticipaba) sino el hecho de cómo lo narró. En la última página solo escribió: “Murió”. Simplemente así, sin usar ninguna metáfora o extender ese último aliento de vida hasta ser más de una página. No, él solo dijo lo que ocurrió y ya “Murió”, y nada más. Solo un genio como Shakespeare pudo describir tan momento con una sola palabra.


A lo que quiero llegar con esto es, cuando me acerqué curioso a donde ellos observaban, ondeaba una nota, un pequeño cuadrado de papel con la palabra “Sayonara” (Adiós), escrito con una letra legible y una hermosa caligrafía, y más debajo de ese “Adiós” estaba la firma del autor: Shirou Fubuki. Entonces resultaba que Shirou se había marchado, y había dejado una nota en la puerta con la simple palabra “Adiós”. Una nota de despedida que no indicaba el porqué de su partida, tan solo una palabra y eso era todo. Sin dudas, una hazaña como esa solo podía ser llevada a cabo por alguien como Shirou Fubuki, el increíble, inalcanzable y enigmático Shirou Fubuki.


Entonces, me tomaré la modestia de ser Shakespeare por un momento, y les contaré lo que ocurrió con Shirou Fubuki,






Él se marchó.



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