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Las caras de la Luna por Valz19r

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Capítulo 07. La Teoría Del Todo.
(Shuuya Gouenji).



“Un corazón es tan grande que puede albergar a dos personas a la vez”.




Hiroto Kiyama me miraba con sus profundos ojos verdes, parecía escudriñar mi alma para encontrar las preguntas que se aglomeraban como ratas en mi cabeza. Parecíamos hacer una competencia de miradas cuando yo decidí expresarle la duda que más golpeaba mi consciencia. Necesitaba saberlo.


—¿Se puede amar a dos personas a la vez?— pregunté con incredulidad. —Él nos ama a los dos.—añadí.


Sus orbes verdes se desviaron de los míos hacía el techo, sus labios se fruncieron mientras pensaba una respuesta. Tardó unos segundos pero finalmente, luego de soltar un pesado suspiro, respondió mi incógnita.


—Tal vez, su corazón es tan grande que tiene espacio para alojar a dos personas en él.— respondió con la inocencia de un niño y la complicidad de un adolescente.


No podía evitar sentirme celoso, ese deseo extraño e irracional de tomar al pelirrojo allí mismo y cortarle el cuello me era muy tentador. Pero luego, estaba mi lado racional, ese que me decía que no podía sentirme enojado con Hiroto porque: a) Es el mejor amigo de mi novio. Una de las personas que Shirou Fubuki considera importantes en su complicada vida. Y b) Hiroto estaba tan obsesionado como yo por encontrar a Fubuki. Él era el único de la selección con el cual podía aliarme para analizar el mundo de acuerdo a Shirou. Sabía que los demás permanecían encerrados en sus egoístas vidas y que no se interesaban del todo por lo que le ocurriera al chico de ojos claros. Kidou me lo dejó bien en claro: “—Él ya está grande. Es quién decide qué hacer con su vida.—“.


En cambio, Hiroto Kiyama había tomado tiempo valioso de su vida (el cual, cabe destacar, no recuperara nunca) leyendo el diario que Shirou Fubuki le había dejado a él. él también deseaba saber qué había ocurrido con su mejor amigo, tanto que esa búsqueda lo había llevado a una obsesión que ahora solo podía analizar cada palabra, cada punto escrito en ese cuaderno.


Hiroto Kiyama era mi aliado. Tenía que aprender a quererlo.


Tal vez Fubuki había planeado su huida precisamente para esto; para que yo aprendiera a convivir con su mejor amigo. Para que yo lo conociera como persona, sin la presión de él, porque sabía que Hiroto es parte fundamental de su existencia, al igual que yo, no podía deshacerse de ninguno de los dos. Pero esto era solo una teoría del momento, tal vez ni siquiera estaba cerca del motivo real. Tal vez ni siquiera había un motivo, pero esto último me desesperaba, en mi vida he aprendido que todo tiene un por qué. Pero entonces aparece este chico, con su simpática sonrisa y su forma tan abstracta de ver el mundo y todo en lo que había creído hasta ahora ya no tiene sentido.


Shirou Fubuki me hacía sentir frustrado, él era el único en el mundo que se negaba a darme una A en su materia de la vida. Pero, dudo mucho que alguien sea digno de obtener ese privilegio. Él era un profesor exigente, como cualquier niño, claro está.


—¿Aún quieres encontrarlo?— Me preguntó el pelirrojo, su mirada se había tornado preocupada, como si pensara que ya no tenía interés de encontrar a mi novio porque estuviera enamorado de él. Su mano sostenía mi antebrazo, justo donde el codo se flexiona. Lo miré a los ojos y le sonreí.


—Yo seguiré buscando la manera de encontrarme con él.— Le respondí sin pensarlo dos veces, porque no había nada que pensar. —¿Y tú?— pregunté.


Hiroto sonrió enternecido. —Yo también.— asintió.


Palmeé su mano con la mía mientras asentía, murmuré un suave “Bien”. Luego de darnos apoyo mutuo, Hiroto colocó el cuaderno abierto sobre el escritorio, mostrando dos páginas donde había escrito unas cuantas palabras, centradas y con una hermosa caligrafía. Mis ganas por leerlas eran infinitas, cuando Hiroto se levantó para buscar algo en unas gavetas que se encontraban detrás de nosotros, aproveché para saciar mi curiosidad. Apoyé mi cabeza sobre mi mano, procuré ser lo más discreto que se me permitía, pero no logre logré leer ni un kanji.


Una mano pálida cubría las letras, el dueño de la extremidad me miraba con el ceño fruncido y los ojos centellantes de enojo y desaprobación.


—No es correcto leer escritos ajenos sin el consentimiento del autor.— reprendió con un tono de voz espeso.


Fruncí el ceño, no me gustaba el tono que había utilizado para dirigirse a mí. —No eres el dueño del diario.— señalé con rudeza. Puesto que el autor original es Fubuki, Hiroto no tenía ningún derecho para referirse sobre el libro como suyo.


—Es cierto, no siempre fue mío.— asintió desviando su mirada de mi por un momento, pero luego volvió a retomarla. —Pero ahora lo es.— Y sonrió con cinismo.


Ocupó la silla donde yacía sentado unos minutos atrás, traía en su mano derecha un esmalte de uñas color negro que dejó sobre el escritorio. Aquello me produjo intriga, ¿por qué había traído eso consigo?


—¿Qué papel juega un esmalte de uñas en todo esto?— inquirí de manera inconsciente. Mis pensamientos se deslizaron hasta mi boca y escaparon de ella.


—Necesito recordar.—dijo suavemente, entre suspiros y laxos perdidos, —Él lo usaba la primera noche.— Pude notar un tono melancólico en su voz.


—¿La primera noche?— inquirí curioso.


—Sí, cuando me llevó al Burdel de las estrellas.— respondió asintiendo infantilmente con la cabeza y una sonrisa bonita. —Fubuki pintó sus uñas de negro.— añadió. Tomó el objeto y lo observó durante segundos. —Me hace recordar también, la noche cuando me dijo que se iría; “Segunda estrella a la derecha y hasta Nunca Jamás”.— citó.


Suspiré pesadamente, como un niño fatigado que espera su turno con el doctor. —Insisto en que de verdad se encuentra allí.— bufé haciendo un puchero y sé que mi conclusión no tenía sentido, no había manera de que una persona real se encontrara en un mundo imaginario. Sin embargo, mi Yo enamorado, aquel que amaba a Shirou, me repetía que él se encontraba allí.


—Explícame cómo es eso posible.— pidió el pelirrojo, se notaba cansado, ya estaba frustrado de rechazar mi hipótesis y más aún, de mi insistencia. Sus palabras eran rudas y frías, del tipo que usaba cuando era Grant en el instituto Alien.—No veo como haya podido ¿qué? ¿Salió volando por la ventana? Eso es absurdo.— negó, su indiferencia me dolía, pero su capacidad de crueldad sobrepasaba los limites hasta para sí mismo. Con ira escupió. —Solo que esté muerto.— Y automáticamente calló. Sus ojos estaban abiertos de par en par y poco a poco se fueron encogiendo, hasta que solo eran ventanitas empañadas de lluvia. —Lo siento.— se disculpó lastimosamente.


Pero no, lo que Hiroto había dicho no estaba del todo errado. De hecho, podía ser posible y eso era precisamente lo que más me asustaba. El pasado del fugitivo era turbio, lleno de momentos tristes y desesperantes, en cualquier oportunidad la idea de acabar con su vida le hubiese parecido tan atractiva.


Hiroto me miraba, adivinando mis pensamientos, su expresión era de preocupación extrema. Él sabía lo que pensaba. Comenzó a pasar las páginas del diario, sus ojos buscaban minuciosamente hasta que se detuvo en una página. Sabía que él no estaba muy seguro de mis suposiciones, el pelirrojo alegaba que algo como un suicidio no era algo que sonara como su Shirou; valiente, atrevido, audaz. Luego recordaba a mi Shirou; roto, asustado, solo, me di cuenta que sí encajaba con el perfil de suicida. Los Shirou Fubuki de Hiroto y mío eran distintos. Una misma persona era oscuridad y luz al mismo tiempo y yo me preguntaba cómo era eso posible. Si Fubuki estuviera aquí, sabría responderme a esa pregunta.


—“Había una vez, una historia. El niño hizo un dibujo en una página de papel. Con creyones de colores trazó líneas que formaron personas. Él lo llamó “Mi familia”. Y de eso se trataba todo.
Y su mamá lo felicitó y lo colgó en la puerta del refrigerador. Ese fue el año en que su padre lo llevó con su hermano a la cancha de fútbol y los inscribió a ambos en el equipo. Y su hermano par metió dos goles en el primer partido. Y su padre y su madre los besaron mucho. Una vez el niño hizo un dibujo en un pedazo de papel. Con creyones negro y gris hizo trazos que se convirtieron en personas grises, salvo uno, él. Y lo llamó “Mi familia”, porque de eso se trataba todo. Y su mamá nunca lo colgó en la puerta del refrigerador porque ella ya no estaba. Entonces su padre no volvió a llevarlos a la cancha porque tampoco estaba, y él lloraba mucho. Ese fue el año en que ya no lo podían confundir con su hermano porque del par de gemelos, ya solo quedó uno. Una vez más, en un pedazo de papel hizo un dibujo. Con creyones grises y negros trazó líneas que se convirtieron en personas, todas grises incluyéndolo a él. Y lo llamó “Mi familia: la despedida.” Porque de eso se trataba todo. Y su madre no la colgó porque él ni siquiera se lo mostró a nadie. Ese fue el año que descubrió que Santa no era real y encontró al Reverendo haciendo cosas indebidas con uno de los niños del orfanato. Ese año descubrió que los adultos mentían y que eran malvados. Por última vez, en un pedazo de papel hizo otro dibujo. Con lápiz (porque se le acabaron los crayones negros y grises), trazó líneas que se convirtieron en personas, personas chuecas y descoloridas. Y lo llamó “Absolutamente nada” porque era lo que realmente le quedaba. Y él mismo se felicitó y se dio un corte en cada maldita muñeca. Y lo colgó en la puerta del baño, porque no creía poder llegar a la cocina. ” —


Cuando terminó de leer vi que se estremeció y sonrió. Hiroto estuvo un minuto entero en esa posición, pensaba cosas que yo no podía descifrar. Una lágrima rodó por su mejilla y otra le hizo compañía. Entonces Hiroto estaba llorando y yo solo podía acariciar su espalda en un vano intento de transmitirle consuelo. Pero yo también estaba llorando, y nadie me consolaba a mí, aunque eso no me importaba. Las palabras de un niño nos había conmovido de tal manera que ahora no podíamos dejar de hipar y sollozar. Mi amigo se llevó sus pálidas manos a la cara y se cubrió el rostro para silenciar un poco su llanto, pero aun así lograba oírlo. Y me oía a mí mismo llorar como cuando de niño le rogaba a mi padre que se quedara conmigo hasta que me durmiera, pero él nunca lo hacía. O como cuando el médico me dijo que mi madre ya no podría volver con nosotros a la casa porque ella ya se había ido a otro lugar. O cuando mi hermanita me preguntaba sobre nuestra madre y cuándo sería el día que ella volvería. Todos estos recuerdos me hacían imposible frenar mis lágrimas. Pero eso tampoco me importaba.


Cuando nos sentimos mejor, limpiamos nuestro rostro con nuestras manos y nos miramos. Fue cuando nos dimos cuenta que teníamos los ojos rojos y el resto de la cara hecha un desastre. Pero eso no nos importó, solo nos echamos a reír porque no sabíamos qué más hacer, pero no nos importaba. Hiroto me abrazó y yo le correspondí y no sabíamos por qué lo estábamos haciendo, pero tampoco nos importaba. Cuando nos soltamos, aún estábamos sonriendo, con los ojos humedecidos y las mejillas mojadas.


A ese momento de mi vida lo llamé “La teoría del todo” porque de eso se trataba.




La jornada de entrenamiento transcurrió como cualquier jornada de entrenamiento. El mundo no se había detenido en ningún momento para pensar analíticamente dónde se encontraba uno de tantos humanos en este mundo repleto. Los chicos dejaron de preguntarse dónde podría estar o si estaría bien y comenzaron a hablar sobre sus propias vidas dentro del recinto y fútbol. Solo unas pocas personas habíamos quedado atascadas en la mente del peli-plata. Pero yo hasta ahora conocía solo a dos: Hiroto y yo.


El pelirrojo caminaba hacia mí, tomando a su novio de la mano y en su otra mano sostenía el diario de Fubuki. Venían con una sonrisa en su rostro y charlando entre ellos. Cuando llegaron hasta donde me encontraba, dejaron de hablar y me miraron.


—Gouenji.— habló el pelirrojo. —Iremos por un helado.— dijo, señalando a la distancia, un grupo de tres personas que era conformado por
Kidou, Fudou y Tsunami. —¿Vienes?— preguntó sonriéndome con amabilidad.



Lo pensé unos segundos para luego aceptar la invitación. Hiroto sonrió mostrando sus perlados dientes, me rodeo con su brazo y me llevó con ellos hasta el grupo que me recibió con sonrisas y fugaces abrazos




Caminamos por las calles de la ciudad y sentí que todo era diferente, que todos éramos amigos desde toda la vida. Tsunami cantaba Search Party a todo pulmón y Midorikawa le acompañaba en el coro. Kidou reía como nunca antes lo había visto reír. Fudou también reía mientras estrechaba al estratega principal del equipo, se jugaba con él y parecía divertirse molestándolo de manera amistosa. Hiroto se mecía de un lado a otro, escuchando música desde el reproductor mp3 que llevaba Tsunami sobre su hombro. Me pregunté cuánto tiempo había estado encerrado en la oscuridad que me había perdido de los días soleados. Aquella felicidad era tan contagiosa que me hacía sonreír sin tener un motivo aparente. Cuando la canción cambió a Lost It To Trying pude notar a mi lado, un aire de nostalgia. Mi nuevo amigo se encontraba caminando a la par mía, mirando el suelo con una sonrisa melancólica y sumergido en sus pensamientos. Me miró, porque se percató de que yo lo miraba y me sonrió. Y en sus hermosos ojos estaba el rostro de mi novio. Sus pensamientos siempre volvían a él, igual que los míos.



La canción terminó llevándose consigo el recuerdo de Shirou Fubuki.


Llegamos al pintoresco lugar, pedimos nuestras órdenes y ocupamos una mesa, la música que ambientaba la heladería era Now de Trouble Maker, Tsunami no se hizo esperar para ganarse el protagonismo y continuo cantando la canción, se detuvo por un momento y le dio un golpecito en el brazo al novio de Hiroto para indicarle que le prestara atención. El moreno le dirigió la mirada y el surfista habló:


—Acompáñame. Canta las partes de Hyuna.— pidió.


El chico frunció el ceño. — ¿Por qué me tocan las de Hyuna?— inquirió confundido.


—Porque tienes voz de mujer. Ahora canta.— ordenó.


Y sin objetar ni protestar, porque no tenía nada a lo cual apoyarse para desprestigiar esa acusación, comenzó a cantar. Eran dos locos cantando en una heladería y el resto de nosotros rezaba porque no nos sacaran de ese lugar a escobazos. Kidou degustaba su helado con tranquilidad, a su derecha estaba Hiroto, meciéndose en su haciendo al ritmo de la canción mientras comía su helado y el mojigato degustaba con modestia el Banana Split que compartía con Kidou.


En un cuadernito pequeño, encartonado y fielmente llamado por mi novio Diario, escribí en la última página: “La teoría del Todo”. Con un plumón negro, y consistía en esto:


Hiroto pestañea mucho cuando va a llorar, lo hace para que las lágrimas regresen a su lugar. En su rostro pálido tiene pecas, muy claras y tímidas en el tabique de su nariz, que se esparcen por encima de sus mejillas. Nadie más las ha notado (eso es lo que pienso) siempre que lee, me quedo mirando su rostro sereno; entonces descubro muchas cosas nuevas. Él era muy atento con su novio y con sus amigos, creo que es el chico más agradecido del mundo; de esos que saben que las cosas pequeñas en realidad son las más grandes.


Quiero decir. Cuando Hiroto llegó aquí, literalmente no poseía más que bienes materiales. Tuvo la bendición de ser acogido por una familia adinerada, nada le faltaba en su nueva vida. Bueno, solo algo, algo que opacaba todo el dinero del mundo: le faltaba un amigo. Era el chico más desdichado que he conocido (luego está Fudou, pero de él hablaremos luego), los primeros días se la pasaba apartado del grupo, solo leyendo a Otelo y escuchando a The Smitchs (siempre era la misma canción una y otra vez). Pero entonces, Shirou comenzó a fijarse en él y lo quiso tener en su lista de amigos y lo consiguió. Encontró pues, a su primer y único mejor amigo. Y lo cuidó con tanto esmero que ahora se encontraba al borde de un suicidio por no saber de su paradero.


Luego llegó Midorikawa, quien en realidad siempre estuvo allí; solo necesitaban tiempo para notarlo. Se hicieron novios, ¡Y Dios bendijo a Midorikawa con un ángel! Hiroto era así, un ángel disfrazado de persona. Él no hace grandes acciones como salvar personas que quedan atrapadas en edificios ardiendo en llamas. Tampoco dona sus órganos ni cura a los niños del cáncer. No cumple milagros como hacer ver a los ciegos ni caminar a los inválidos. Ni mucho menos dar la paz mundial. Pero de algo estoy muy seguro, si él pudiese hacer todas esas cosas, lo haría sin pensar en nada más.


Sus milagros consistían en granos, granos como azúcar que esparcía en la vida de quienes lo rodeaban. Mis milagros eran: desayuno en la habitación, siempre puntual a las 8:00 a.m. cuando ya comenzaba a sentir hambre pero sentía demasía pereza para bajar al comedor.


En la noche, los constantes “Será mejor que le ponga una manta, no vaya a ser que se resfríe”, entonces lo sentía, me arropaba bien y se devolvía a su habitación. Él no dormía en su cama, y la habitación que habíamos intercambiado era una de las primeras y yo me encontraba al final del pasillo, pero aun así Hiroto siempre iba a ver cómo me encontraba. Si estaba dormido o no. Cuando no lo estaba, entonces se sentaba en su cama (yo dormía en la de Shirou porque aún tenía su olor) y me contaba historias.


—¿Conoces la leyenda de K?— Con esa pregunta iniciaba una noche de risas.


—No.— respondía.



Entonces él me contaba (siempre eran historias distintas) la leyenda de K es así. Su nombre es Krhistopher Lancaster, pero él prefiere que lo llamen K (y siendo sinceros, entiendo por qué). K vivía en Londres-Whitechapel. Hijo de una prostituta que se salvó de las garras de Jack el Destripador, pero la historia no es sobre ella. Un día de octubre, el circo llegó a la ciudad y K se marchó con ellos. Huyó de casa para unirse al circo y empezar su carrera como trapecista porque, según el elenco “Tenía talento”. Pero lo suyo era la aventura, saltó de circo en circo; de caravana en caravana; y de inmigrantes en inmigrantes. Así fue como llegó indocumentado a Japón, alojándose en el orfanato Sun y adoptando el nombre de K. Para todos, el chico K, de 10 años era todo un misterio, hasta dudaban de que su verdadero nombre fuese Krhistopher escrito con K, pero todos se entretenían escuchando sus increíbles hazañas y las cosas que vio en su viaje. Las hermanas del orfanato creían que solo era un niño con mucha imaginación y que en realidad se llamaba Klaus, pero el niño no lo admitía (caprichos de niños). A fin de cuentas que jamás pudieron demostrar que sus historias eran ciertas, porque unos años después fue adoptado por una pareja de estadounidenses y ahora se encontraba más lejos que nunca. Quizás viviendo nuevas aventuras increíbles que no sabría nadie y que solo él podía contar.


Me recordaba tanto a ese chico.


Lo historia en sí es muy insólita, pero Hiroto me aseguraba que era tan real como los fantasmas, así que tenía que creerle. Y como esa, tenía muchas otras, podría escribir un libro con todas sus historias y sería la sensación mundial. “Es lo que me gustaba del orfanato. Las vida pasada de las personas que estaban allí”, y cuánta razón tenía. Luego comenzaba a tararear suavemente a Mama Oca; Tom, el hijo del flautista. Y era cuando, finalmente, me quedaba dormido.


La teoría del todo que envolvía a Hiroto Kiyama; un ángel recolector de historias.


Y como Hiroto también había muchos otros teoremas.


Midorikawa, por ejemplo, era la persona más apasionada que he conocido. Debajo de esa fachada de chico fresco que no le importa si el fin del mundo está sobre su cabeza, se encuentra un sentimiento que es el motor que lo impulsa a ser cada día mejor. Sabía lo mucho que se había esforzado para el partido contra Corea, y lo frustrado que se sentía al creer que no llenaba las expectativas del equipo. Poseía una cualidad que había anhelado toda mi jodida vida; sentido del humor. Ese chico era un Cantinflas revolucionado, asiático y con cara de mujer. Hacía comentarios que tenían un poder amnésico capaz de hacerte olvidar por qué te sentías enojado o triste. Él podía estar enojado, insultarte y aun así no percibías sus humos de rabia; simplemente reías.


Pero claro, aquí el dicho de “Quienes ríen mucho son los que más lloran”, tiene su protagonismo. El chico estaba triste, completa y absolutamente deprimido, ni siquiera su atento y perfecto novio podía alejarlo de esa tristeza que lo poseía cada día cuando recién abría sus ojos. Pero no era culpa de Hiroto, ni del universo, ni de los chicos del equipo, ni siquiera de Midorikawa. Es que sencillamente él nació para ser un Pierrot.


La teoría de Midorikawa: Un comediante triste.


Y luego estaba la teoría de Shirou Fubuki: El milagro. La creatura más hermosa y perfecta creada por Dios (amo y señor del universo).




---****---





El rostro de Fubuki se vuelve cada día un poco más borroso, como si poco a poco quisiera escapar de mi mente también. A pesar de que yo quiero mantener su imagen nítida en mis recuerdos no puedo evitar que su ausencia arrastre a su persona hacía el olvido. Lo sigo amando, por supuesto, pero las mariposas de mi estómago solo despiertan cuando escuchan su nombre, antes los pequeños insectos no dejaban de revolotear dentro de mí, causándome nauseas. Pero supongo que ya comienzan a olvidarlo también.


No he detenido mi búsqueda, pero mis investigaciones comienzan a ya no dar más frutos; las pistas comienzan a escasear como comida en tiempos de guerra. Me he quedado estancado en las mismas pruebas, me he releído una y otra vez el expediente pero lo único simbólico que hay allí son las palabras “Nunca Jamás” una dirección que se indica así: “Segunda estrella a la derecha y hasta el amanecer”, y por muy extraño que se escuche indica el paradero de un lugar real. un lugar tan real como donde me encuentro parado y aun así no logro dar con él en ningún mapa.


Me enternece que Hiroto tampoco se dé por vencido y aún continúe insistiendo, pero sé que él también comienza a sentirse cansado; como cualquier persona que no ve resultado en algo por lo que ha trabajado por horas. No lo culpo ni lo juzgo, lo comprendo y sin embargo es mi corazón quien me impide dejar a Fubuki en paz. He sostenido su pequeña mano durante todo este tiempo que si lo dejase caer al vacío me llevaría con él, pues siempre ha tenido todo de mí. Entonces, resumiendo todo, no me queda más opción que continuar. Alimento mis ánimos con una secuela de imágenes: sus enormes ojos grises, sus largas pestañas, el beso escondido que guarda en la comisura de sus labios. Y mi corazón late como una locomotora a vapor.


Esa noche busqué la estrella de Fubuki en el cielo, sabía que la mía se encontraba al lado de la suya, le recé a mi estrella porque, según ellos (Hiroto y Fubuki) el motor que mueve la vida de una persona es la fe. Pedí que por favor me diera alguna señal que me ayudase a encontrar al chico.


Esperé paciente durante días, no quería ilusionarme con que una plegaría lanzada a un astro luminoso sería suficiente para que la máquina de milagros comenzara a fabricar uno para mí. Bueno, no podía evitar que cierta esperanza me recorriera el cuerpo cuando las managers traían consigo el correo que habían enviado nuestros amigos que se quedaron en Japón, siempre quería creer que entre todas esas cartas se encontraba una de Fubuki para mí. Pero nunca había nada. Hiroto siempre recibía cartas, pero yo asumía que se trataba de sus amigos del orfanato o de su padre, porque sé que si se tratase de Fubuki, él me mostraría las cartas. Sí, él lo haría.


El pelirrojo me había otorgado permiso para leer algunas cosas que estaban escritas en el diario de mi novio, pero era solo aquellos párrafos donde se mencionaba mi nombre. Para mí eso estaba bien, me decían lo muy enamorado que estaba ese chico de mí, ¿cómo era posible que no lo hubiese notado antes? Quiero decir que cuando una persona siente tanto amor, es imposible que se quede dentro de él.


“Sus labios eran tan suaves como el terciopelo.
Y nos besamos hasta que las farolas de la ciudad se apagaron.”




Me hubiese gustado haberme percatado de sus sentimientos antes. En uno de las páginas había escrito la canción Chasing Cars, acompañada de una foto de nosotros dos.


“Si me quedará aquí.
Si simplemente me quedara recostado aquí.
¿Te acostarías conmigo y simplemente te olvidarías del mundo?”





Me olvidaría del mundo entero si eso significara pasar una tarde con él.




Dios jamás desampara a sus hijos y, como cualquier padre, se entristece cuando ve a uno de sus niños sufrir por cosas como el amor. Finalmente se apiado de mí y me mostro una luz, una pequeña línea que iluminó un todo.


Era de nuevo, ese día donde las cartas de quienes nunca se olvidan de nosotros llegaron a las manos de las chicas, las repartieron a los jugadores, yo recibí una de mi hermana y de mi Nana. Y me sentía bien, sabía que cuando volviera tendría un hogar esperando por mí. Esa tarde Hiroto se acercó a mí, traía consigo una sonrisa radiante y un pedazo de papel doblado en sus pálidas manos que contrastaban con la página. Llegó hasta mí y estuvo unos minutos mirándome a los ojos y yo solo podía corresponder sus gestos. Suspiró.


—Me ha llegado una carta.— inició. —Creo que deberías leerla.— Y me la tendió.


La acepté con cierta incertidumbre, su acción me había extrañado bastante pero ese brillo en sus ojos me indicaba que debía encontrar la respuesta por mí mismo y no preguntar nada al respecto. Desdoblé el papel y entonces ocurrió. La alegría que atacaba a mi amigo me fue contagiada, no recuerdo en qué otro momento de mi vida he admirado con tanto cariño unos kanjis ¡Es de Shirou! De eso no cabe duda. Al inicio está la fecha que indica que la escribió el día de ayer y al final pone “Te ama. Shirou Fubuki”. Ya no hay espacio para las dudas.



“Perdóname por hacerte sufrir. Sé que desde agosto no has logrado dormir y sé que es por mí. Y aunque suene egoísta, me alegra saber que tus ojos se han manchado de negro porque estás preocupado, y es por mí.
Bueno, ya lo sabes; estoy enamorado de ti, pero no me acostaría contigo porque eres mi mejor amigo y además amo a alguien más.
Y te conozco incluso más de lo que me conozco a mí mismo.
Soy malo para las matemáticas, pero tú eres un genio con los números (aún si estos vienen acompañados por letras).
Pero cuando hablamos de videojuegos, entonces ambos somos un desastre.
Y me gusta el té caliente por las mañanas y el café helado por las tardes.
Pero tú prefieres el café caliente al despertar, y el té helado mientras observas el atardecer.
Aunque yo bebo más, eres tú quien siempre se emborracha primero.
Te conozco muy bien.
Sé que odias el olor a cigarrillo porque te causa nauseas.
Y sé que lloras con “El diario de Noah”.
Y sé que las películas de Disney son tus favoritas.
Y sí, no hay día que no piense en ti y añore hasta la última de tus pestañas.
Extraño deslizar mis dedos por tu cabello.
Amo la manera en que cae sobre tus hombros desnudos. Nunca lo dije, lo hago ahora.
Y sé que muy pronto volveremos a caminar por la orilla de la playa con la espuma del mar haciendo cosquillas en nuestros pies descalzos.
Solo tienes que tener paciencia.
Te ama. Shirou Fubuki.



Cuando termino de leerla se la devuelvo a su dueño, a pesar de que quiero conservarla conmigo pues es el único recuerdo actual que tengo de mi novio, no puedo hacerme con ella pues es a Hiroto a quien se le ha escrito. Él la acepta y se la lleva consigo, mientras se aleja me siento agobiado. Quisiera tener una para mí, que Shirou me hubiese escrito una también para mí. Pero no.


El entrenamiento avanzó como siempre lo hacía, sin interrupciones y sin que las emociones se interpusieran entre uno y el balón, pero ya me estaba resultando imposible disimular los alborotados celos que se habían despertado por culpa de Hiroto. Comenzaba a pensar que me había mostrado esa carta para regodearse de su buena suerte.


Claro, uno no puede andar por el mundo como una caja de emociones, las personas somos más semejantes a los globos pues luego de mucho soplar terminan por reventar.


Corríamos por la cancha cuando la defensa marcó mi jugada, Kidou me hacía señas para indicar que se encontraba libre, tiré y a un lado del
estratega se encontraba Hiroto, concentrado en su propio juego, tanto que no pudo frenar el balón que se impactó contra su brazo izquierdo. Soltó un alarido de dolor y calló al suelo sosteniéndose el brazo con fuerza. Todos corrieron para ayudarle, un circulo de personas lo rodeo mientras que unos tres lo sostenían para ponerlo de pie. Endou le preguntó si se encontraba bien y el chico se apartó la mano del brazo; estaba enrojecido, de seguro tendría un gran hematoma mañana al amanecer.


La culpa y arrepentimiento me invadieron cuando los celos mermaron, claro, ahora que habían realizado su jugada escapaban como cobardes. Me acerqué a mi amigo.


—¡Oh Dios!— exclamé sosteniéndole de los hombros. —Déjame ayudarte.— dije.


Entonces nos alejamos del grupo para sentarnos en una banca fuera de la cancha. Aki me ofreció el botiquín de primero auxilios que siempre traía consigo y me dijo que ella podría curar a Hiroto “Para eso estamos aquí” alegó con una sonrisa cálida, “Gracias, pero en serio quiero ocuparme yo de él” dije y ella lo comprendió, asintió y se alejé dejándonos solos.

Le coloqué una pomada en el golpe procuré ser cuidadoso ya que parecía dolerle. Sus ojos miraban atentos lo que yo hacía y de momentos fruncía el entrecejo. Suspiré.


—De verdad lo siento.— me disculpé sintiéndome avergonzado.


Él sonrió forzado. —Está bien.— asintió. —Fue un accidente.—


—Estaba muy distraído, no entiendo cómo el balón se desvió de Kidou hacía ti.— alegué con agitación.


Él soltó una pequeña y ligera risa que me obligó a encararlo, Hiroto se veía tan entretenido por la situación, no estaba enojado y triste, estaba sereno y sonriente. Dios, cuánta vergüenza sentía entonces, el pobre se había llevado la peor parte de mis celos injustificados y aun así estaba allí, sonriéndome para calmar mis nervios.


—Hey, estoy bien. Solo fue un golpe.— insistió sin dejar de sonreír.


—¿Quieres ir por un helado luego del entrenamiento? Puedes traer a Midorikawa también, sé lo mucho que le gustan.— invité en un pobre intento por remendar mis errores.


—Eso me gustaría mucho.— acarició mi cabello, como solía ser él para mostrar amabilidad con las personas. Se levantó de la banca y me sonrió. —Le diré a Mido, seguro te amará por el reto de tu vida.— bromeó.


—Me sentiría honrado, entonces.— respondí.


Él arqueó una ceja. —Hey, cuidado, es mi novio.— dijo a modo de amenaza y después reímos juntos. —Entonces me voy.— hizo un ademán con su mano y se alejó hasta la cancha.


Cuando el entrenamiento finalizó, se acercaron a mí dos chicos. Uno de cabello verde y otro pelirrojo. Venían cantando una canción en español que debería decir algo así “¡Haces que yo pierda la cabeza por ti. Tú la pierdes por mí. Te deseo. Me deseas!”, ellos se señalaban entre sí y sonreían ¡Amor señores, amor homosexual! Cuando llegaron hasta mí me miraron con sus radiantes sonrisas y sus ojos enamorados, y no sabía cómo sentirme al respecto porque, por un lado me aliviaba su felicidad y lo unido que estaban, por otro lado, moría de celos.


Creo que es complicado no ser egoísta.


—¿Nos vamos?— inquirí correspondiéndoles la sonrisa.


—Nos vamos.— respondieron.


Y nos fuimos.


Caminábamos por las calles que ya conocíamos de memoria, mientras reíamos y platicábamos se sentía como un deja vu. Yo les seguía los pasos, pero no podía evitar que una gran tristeza me invadiera por completo, jamás en mi vida había experimentado un sentimiento de soledad tan fuerte como el que me atormentaba ahora. Ni siquiera cuando mi madre murió y mi padre me ignoraba por completo, en ese tiempo aprendí a crear una coraza alrededor de mí, una donde el mundo exterior no importaba, ¿cómo iba a saber yo que esa armadura se caería al momento de enamorarme? Debieron advertirme pero, aun así lo hubiese aceptado. Estoy seguro pero, ¿cómo iba a saber yo que luego de entregarle a Shirou mi corazón en una bandeja, él se escaparía como un vil ladrón con mi corazón dentro de su bolsillo? Bueno, lo que sí sabía era que Shirou Fubuki era un chico al cual le apasiona la aventura y que le resulta fatídico estar en el mismo lugar con las mismas personas por mucho tiempo. En base a esta observación, debía anticipar que el chico se marcharía lejos sin importar qué tan enamorado estuviese de mí, porque, ni siquiera su amor por dos personas lo detuvo. ¿A dónde van los chicos invisibles cuando desaparecen? Necesito saberlo.


Mi asistencia en la salida con mis dos actuales amigos fue superficial, recordaba dónde me encontraba cuando alguno de ellos me preguntaba algo o hacían algún comentario del cual debía reírme, pero el resto de la tarde me mantuve absorto en mi mundo de sueños. Recordaba los días que compartí con mi madre, aunque yo era muy pequeño cada acción quedó firmemente grabada en mi memoria. Sé que ha pasado tanto tiempo pero, aun cuando llego a mi casa me preguntó si ella ya habrá llegado de su trabajo o si me estará esperando como ella siempre solía hacerlo; leyendo un libro en la pequeña biblioteca que era suyo pero compartía con nosotros. En las noches esperaba a que ella subiera y me diera las buenas noches. Aun aquí, en mi nueva etapa de viva donde estoy lejos de mi hogar, me preguntó por qué no me ha llamado en todo el día y ¡Sorpresa! Recuerdo que ya se ha ido.


—Ha sido una buena noche.— dijo Hiroto cuando ya nos encontrábamos en frente de la puerta de su habitación luego de haber dejado a Midorikawa en la suya. —Bueno, tú has estado ausente todo el rato, ¿qué sucede? Y no intentes engañarme, te conozco.— dijo señalándome con su dedo acusador y amenazante.


Reí. —¿Cómo puedes decir eso? Ni siquiera yo me conozco, así que dudo que tú lo hagas.—respondí desviando la mirada de sus ojos claros.


—Bueno, las personas ven cosas en ti que tú no puedes notar. —dijo. —Midorikawa también lo notó y, parecía una cita de novios con un amigo haciendo de lámpara.— Rió. —¿Hay algo de lo que quieras hablar? Sabes que puedo escucharte e infartar ayudarte.—dijo.


Sonreí por su oferta tan noble y me apoyé en la puerta de madera con los brazos cruzados sobre mi pecho. —Estaba pensando en mi madre.— respondí.


Sus ojos brillaron de curiosidad, me miraban atentos revoloteando por la preocupación que afloraba en su corazón. —¿La echas mucho de menos? Cielos, no te preocupes, cuando termine todo esto podrás volver a verla.— dijo con una sonrisa ingenua, la misma que usaría un niño para tranquilizar a otro niño.


Sonreí enternecido. —Ella ha muerto.—respondí, esperaba que su expresión alegre cambiara a una afligida y culpable, preparé mi dialogo para cuando se disculpara. Pero nada de eso llegó, él seguía sonriendo y solo dijo:


—Por eso digo, cuando se termine todo esto podrás volver a verla.— Entonces comprendí que se refería a la vida.


Luego de una corta él entró en su habitación compartida y me despidió con su mano antes de desaparecer en la penumbra, la puerta se cerró tras él y sentí que ya no volvería a verlo nunca más. Quise entrar y asegurarme de que estuviera ahí, o quedarme con él toda la noche en vela, asegurándome que no se evaporaría como lo había hecho Fubuki. Pero no hice nada de eso, solo caminé por el pasillo con un nudo en mi garganta hasta el final, donde se encontraba mi habitación. Entré a ella y me llevé una gran sorpresa.


Como mis ojos estaban pegados al suelo, me fue casi instantáneo percatarme de la presencia de una carta que yacía tirada. Me agaché para recogerla y mirarla, era totalmente blanca de punta a punta y sin ningún identificador de quien la había enviado. Con mi uña separé la pestaña que estaba pegada y pude entonces, ver el contenido del sobre: una carta doblada y varias fotos. Desdoblé la carta y comencé a leer.


“Amor mío:
Ahora mismo soy un desastre, por dentro y por fuera. Irreversible como un anciano y loco como un escritor. Estoy buscando un poco de luz entre tanta oscuridad, por ello mismo me he marchado lejos: por una respuesta. Lo siento por no decirte antes, pero las despedidas no son lo mío (sabía que, en cuanto me suplicaras que me quedara yo iba a ceder). He estado leyendo mucho en la cafetería y reescribiendo esta carta muchas veces (siempre pienso que las palabras no son suficientes) pero sabía que si no te la enviaría ahora no lo haría nunca. Ahora tengo mucho tiempo libre.


No puedo revolverlo. ¿Cómo lo hago? Sé que hubiese sido más fácil hablar sobre el tema y pedir tu ayuda, pero sabes que no soy bueno escuchando. Quisiera leer lo que las señales me quieren decir, ellas aseguran que siempre lo he sabido, ¿saber qué? Tengo tantas teorías en mi cabeza que no sé por cuál apostar.


Que la misericordia de Dios me brinde su don de sabiduría para poner en orden mi vida. Y oro porque nuestro amor no se haya congelado dentro de tu corazón, porque a pesar de que haga tanto frío aquí, el amor que siento por ti me calienta el pecho y me mantiene con vida.

Te ama. Shirou Fubuki.”



Entonces era así, él no me había olvidado, se había acordado de mi existencia y me amaba. Quería saltar hacía la silla del escritorio y comenzar a escribirle una respuesta, pero rápidamente me percaté de que no sabía a cuál dirección enviársela. Mi único consuelo eran las fotografías que me había enviado, en la primera era él en una cafetería (de seguro donde se encontraba al escribir la carta). Parecía una pequeña cabaña cálida y con ambiente familiar, de esas cafeterías donde sirven pancakes en el desayuno y café con pie de manzana en las tardes. Habían algunos cuadros colgando de la pared, pero no lograba ver sus ilustraciones, la luz de la ventana se reflejaba en ellos. El rostro de Shirou abarca el 50% de la imagen. Sonreía, sus labios se veían más rojos y apetecibles que en mis sueños. Su nariz respingada seguía siendo tan adorable como siempre y sus ojos enormes aún alojaban en su interior el invierno, como una esfera de cristal. Lo vi, él se encontraba bien. No estaba muerto, ni perdido. Estaba bien en su mundo perfecto.


Sentí un alivio en mi corazón, como si lo hubiesen soltado luego de mantenerlo tanto tiempo apretado. Guardé la carta dentro del sobre y la fotografía la apoyé sobre un adornito que estaba sobre el escritorio a modo de verla siempre; al despertar, al volver del entrenamiento y antes de cerrar mis ojos. Me fui a la cama y la soledad veló por mis sueños, no se había marchado, pero ahora era más amable para conmigo. Sonreí cayendo en un estado de ataraxia con un único pensamiento que había vibrar mis emociones.


Quizás ya era momento de dejarlo ir. Agitar la bandera blanca indicándole que ya dejaría su agitada alma en paz. Era suficiente. Ya no buscaría más su rastro, estaría dispuesto a esperarlo aunque pasen 50 años y cuando recrece será tan emocionante como si lo hubiese encontrado por mi cuenta. Hablaremos de todo, de lo que hicimos y lo que no. le preguntaré los lugares que conoció y las cosas asombrosas que hizo en su viaje. Él solo quería tiempo para encontrarse, porque Shirou Fubuki también buscaba a Shirou Fubuki. Era un ciclo sin final, pero ya me había decido a salir de él.



Después de todo, Shirou volvería, él lo prometió. ¿No?


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