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Las caras de la Luna por Valz19r

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Capítulo 08. Sombras del pasado.
(Shuuya Gouenji)





No recibí más cartas de Shirou fubuki, tampoco fotografías. La única que tenía reposaba sobre el escritorio, no se la enseñé a Hiroto; aunque él me hubiese enseñado la suya. La decisión que había tomado aquella noche iba en serio, sabía que mi novio se encontraba bien, ¿no era esa mi preocupación inicial? Bueno, ya tenía una prueba para estar más tranquilo y continuar con mi vida sin la ansiedad y preocupación que me agobiaba todos los días. Aun me sentía terriblemente solo, pero tendría que aprender a sobrellevarlo. Citando la carta de mi novio “Soy un desastre. Por dentro y por fuera.”


Pero el mundo seguía girando y de vez en cuando me preguntaba cómo se encontraría él o qué estaría haciendo en ese preciso momento.


Solía pasar mis tardes acompañando a Hiroto y a Midorikawa, ellos por lo regular hablaban sobre muchas cosas interesantes. Contaban anécdotas de sus años en el orfanato y me decían todas las cosas vergonzosas que hacía el otro y terminaban en una pelea poco seria en donde siempre reían. La vida era buena.


—Cielos, ahora que lo hablamos de nuevo.— dijo Midorikawa sentando en la cama, con las piernas cruzadas y de frente a mí. —K tiene cierta similitud con Fubuki, es como si estuviesen compitiendo entre ellos.—


Hiroto y yo nos miramos entre sí, algo incomodos y nostálgicos, no habíamos vuelto a hablar sobre él desde que nos envió las cartas.


—Bueno, sí es cierto.— asintió Hiroto pasando el cepillo por el largo cabello de su novio. —Ambos son chicos que le apasiona la aventura, ver cosas nuevas.— explicó con una ligera sonrisa.


—Odian la monotonía.— añadí y recibí una mirada cálida del pelirrojo.


—No, no es eso.— negó el chico de cabello verde, que ahora siendo peinado por su novio parecía más pequeño e ingenuo que siempre. —Ambos están rotos.— dijo y de nuevo, un silencio incomodo se instaló entre nosotros.


Hiroto le ató la coleta y se escabulló entre la manta que nos cubría a Midorikawa y a mí, quedando él en el medio, hacía frío, afuera la lluvia caía con fuerza.


—¿A qué te refieres?— me atreví a preguntar.


—Ya lo sabes.— asintió. —Las personas huyen cuando sienten que sobran. O cuando se sienten confundidas o perdidas.— dijo, Hiroto lo envolvió con su brazo acercándolo a él. —En todo caso, Shirou era un chico extraño. Ya te lo dije antes, Hiroto. Pero no es un extraño bonito o bueno; como la música disco o el helado de pistacho. Es un extraño malo, como esos actores excéntricos que terminan muertos en la bañera por una sobredosis de drogas.—explicó. No lo pude disimular, no lo podía negar, sentía miedo e incomodidad.


Nos miramos entre sí mientras el moreno esperaba una respuesta, algún comentario de nuestra parte. Finalmente, fui yo quien rompió el silencio.


—¿Crees que él esté muerto?— pregunté.


—No lo sé, ¿a dónde les dijo que iría?— preguntó intercalando las miradas entre el pelirrojo y yo.


—A Nunca Jamás.— respondió Hiroto.


—¡Oh, no! No lo está.— aseguró. —Los niños le temen a la muerte.—


Silencio absoluto. El tipo de silencio que reina en una sala luego de que un niño ha dicho que su amigo imaginario lleva su cabeza de la mano.



_____***____






Para consuelo de muchos y salvación divina de Endou, el día amaneció de mejor pinta. El cielo permanecía encapotado pero por las nubes se filtraban unos tímidos rayos de sol que indicaban que el tiempo había mejorado; posiblemente no llovería. Así que decidimos aprovechar cada segundo, luego de desayunar salimos a la cancha para iniciar el entrenamiento.


Como era usual, el entrenador le daba a Kidou una táctica de jugada, el chico la escuchaba, analizaba y luego en su pequeño cerebro nos organizaba estratégicamente en el campo a modo de asegurar nuestra victoria. Su manera perfecta de visualización era tan escalofriante que comencé a pensar que Kidou Yuuto en realidad era un cíborg y en su cabeza tenía implantada una computadora. A veces Fudou se burlaba discretamente de él haciéndole preguntas rebuscadas que a veces sabía responder y otras solo exclamaba “¿Cómo quieres que sepa el significado de algo tan engorroso?” una persona que use la palabra “engorroso” en una oración presume saber todos los secretos milenarios que envuelven el mundo. Pero no, Kidou también tenía sus preguntas incontestables del mundo que lo rodeaba, estoy seguro que la primera que encabezaba la lista era “¿Cómo terminé liándome con el patán de Fudou Akio?”. Otra milenaria pregunta imposible.


Bueno, toda la práctica se fue entre el balón y las bromas que se hacían entre sí Hiroto y Midorikawa. Mi amigo pelirrojo solía ser un chico serio, centrado y hasta elegante con esa amabilidad y cordialidad principesca que su persona emanaba. Pero ya ve, el amor cambia a las personas. Las dos primeras palabras que lo definían habían desaparecido de su personalidad cuando comenzó a Salir con el peliverde. Ahora solo era cordial, amable y principesco a lo “príncipe encantador de Cenicienta” y villano al más puro estilo de “La reina malvada”. Sí, bueno, podía ser bastante vanidoso si se lo proponía. A menudo tenía sus momentos de “Grant” donde actuaba como una diva que ama el color rosa. Se negaba rotundamente a usar ciertos colores porque lo hacían lucir resfriado o simplemente “no resaltaban el color de sus ojos”, también solía mantener continuas peleas con Endou porque ¡Vamos, son polos opuestos! Hiroto es un chico obsesivo compulsivo y Endou es relajado que cree perder tiempo valioso de entrenamiento si se detiene a tender su cama.


—Gouenji.— escuché a mis espaldas, Midorikawa me llamaba con una sonrisa serena y amigable.


—Hola, M.— respondí.


Él se acercó a mí y me susurró cerca del oído. —Hey, quiero hablar un rato contigo.— siseó. —La verdad no conozco casi nada sobre ti y pienso que pasar un rato a solas podría ser interesante.— propuso.


En el mismo instante que se alejó quise gritarle que lo sentía, pero que ya tenía novio (aunque no supiera dónde se encontraba), fue una proposición tan atrevida que mi rostro se ruborizó de la vergüenza, sabía que sus intenciones no eran de doble vía, ese chico era demasiado ingenuo como para conocer el poder de coqueteo que tenía en su boca. Porque de conocerlo, estoy seguro que tendría a todos a sus pies. Suspiré el aire que había estado conteniendo y retomé mi postura.


—¿Qué pasa con Hiroto?— inquirí con un deje de preocupación, Hiroto ya me había dejado bien en claro que con una solo de sus golpes podría matarme. No deseaba ser un blanco de su furia celosa y terminar irreconocible en la morgue.


—Él está algo ocupado.— respondió frunciendo los labios y curveándolos hacía un lado. se veía gracioso haciendo ese gesto. —Al parecer Endou hizo algunas de esas cosas inusuales que molestan a Hiroto. Él le está reclamando y dándole una clase de buenos hábitos que no quiero escuchar.— hizo un puchero adorable y suspiró. —Entonces, ¿qué dices? ¿Salimos?— insistió.


Sonreí. —Está bien, pero si Hiroto intenta asesinarme tú te interpondrás.— dije poniendo condiciones y riéndome de su expresión espantada.


Comenzamos a caminar.


—No quiero ser víctima de la bestia que se convierte Hiroto cuando está de mal humor.— dijo negando con la cabeza. —Jamás me ha hecho nada, pero por fuentes confiables sé que golpea fuerte. Una vez golpeó a uno de los chicos más rudos del orfanato porque le desobedeció una orden.— dijo frunciendo nuevamente los labios. Parecía incomodo recordando.


—¿Desobedecer una orden? ¿Quién se cree que es? ¿Hitler?— inquirí burlón. Esa anécdota que me compartía no encajaba con mi amigo pelirrojo.


—Cuando estábamos con el caso de la academia Alien, él se creía el dueño del mundo.— respondió. —Se volvió huraño, mal geniado y arrogante. Aún tiene algunas de esas actitudes, a veces puede ser bastante egocéntrico y narcisista, es solo que su personalidad calmada aplaca esas características.— explicó y yo solo asentía.


—Cuando le conocí aquí, en este actual equipo, me ha parecido la persona más bondadosa del mundo.— comenté metiendo mis manos dentro de los bolsillos de la sudadera; comenzaba a hacer frío.


—Sí, lo es.— Se apuró en decir. —Pero ya sabes, las personas no son perfectas.—


“Las personas no son perfectas”, ¿Shirou Fubuki también va dentro de ese “personas”?


Midorikawa rió. —A él le gusta mucho mirarnos a Fubuki y a mí, dice que somos bonitos.— Y ahí estaba.


Caminamos con parsimonia, sin preocupaciones de impuntualidad. Quizás con el paso muy lento y marcado, como andan los precavidos por la vida. Nos sentamos en una banca, bajo un árbol que sirve de sombra en los días soleados, pero hoy que el cielo permanece carente de luz, apenas si juega el papel de ambientador en nuestra plática. El viento sacude sus ramas creando música.


—Bueno.— Aquí estamos. Sentados en el parque. Mirándonos.— Él volteó a mirarme y me sonrió con picardía. —Y no es extraño.— Y reímos.


—Cuéntame tu historia.— pidió girando su cuerpo a modo que se encontraba frenta a mí y su brazo descansaba sobre el espaldar de la banca.


Miré hacia arriba, pero la copa del árbol apenas y me dejaba ver un pedacito de cielo gris. Pensaba. ¿Qué podía contarle sobre mi vida? Al contrario de lo que todos alejan, no es interesante en absoluto, tengo (como cualquier adolescente) momentos de risas eufóricas, acontecimientos increíbles y tristezas. Pero más que solo “vivencia de joven” no había nada más digno de contar. Jamás me he fugado de casa para ir a una super fiesta. Jamás he organizado una fiesta en mi casa sin permiso de mi padre. Jamás me he ido de casa para aventurarme a conocer las ciudades vecinas. Tampoco he armado un ejército para bombardear la casa de algún profesor con papel sanitario. Era buen estudiante, pero eso cualquiera puede serlo.


—No hay mucho qué contar.— Me sinceré al fin. —Tengo una hermana menor, se llama Yuka y es una de las dos personas que más amo en el mundo. Mi madre murió cuando estaba muy pequeño, entonces mi padre nos buscó una nana y comenzó a ignorarnos…—


Y así le conté mi historia y de cómo llegué a conocer a los maravillosos amigos que tengo ahora. Él me escuchaba atento, mostrando un interés genuino por mi charla. No me interrumpió en ningún momento, aunque advertí que quería decir algún comentario. Pero no lo hizo, simplemente guardó silencio y me permitió continuar. Mi vida no era tan corta como yo presumía, ni tan aburrida como yo me quejaba, pero aún no me sentía satisfecho.


—Como ves, mi vida no es para nada interesante. Si me han pasado cosas emocionantes, pero yo quiero otro tipo de emoción.—dije. —Algo que haga vibrar mi cuerpo cada vez que lo recuerde.— Y sonreí.


Midorikawa sonrió conmigo y asintió, entregándome su comprensión. Luego suspiró y continúo haciendo preguntas. —Ahora, háblame de tu pasión. Lo que amas, te emociona. Tus fetiches y fantasías más perversas.— pidió en un tono natural y calmado.


—¿Quieres que hable de Shirou Fubuki toda la tarde?— inquirí con una sonrisa ladina.


Le tomó unos segundos dar una respuesta, pero cuando lo hizo solo atinó a reírse con ganas.


—Bueno, me gustaría que habláramos de él. Sí.—asintió manteniendo su sonrisa, la luz golpeaba su rostro revelando sus profundos ojos castaño oscuro. Siempre pensé que eran negros. Con un poco de luz, todo se ve mejor.


—¿Qué te puedo decir?— inquirí retóricamente, suspirando. —Para mí, él es simplemente maravilloso, extraordinario y magnifico.


Soltó una risa floja. —Vaya, no es poco.— Bromeó.—¿Te enamoraste de él a primera vista?— preguntó.


—No, la primera vez que lo vi no me movió el piso ni un poco.— admití y luego sonreí. —Pero ahora, amigo, se volvió terremoto.— Y Midorikawa rió encantado.


—¿Crees que él también piense así de ti?— preguntó.


Las dudas comenzaron a salir de sus escondites como ratas en un barco naufrago, muchas veces me lo había cuestionado, pero nunca le di una respuesta. Quizás no me había interesado tanto hasta que Midorikawa me formuló esa pregunta.


—No lo sé.— respondí con sinceridad.—Me gustaría saberlo.—


—Todos ven a las personas que estiman como seres perfectos.— comentó con su sonrisa segura. —Bueno, él te ama mucho. Así que, asumo que también te ve como un ser magnifico, extraordinario y maravilloso.—


—Sí es así…— dije, pero las palabras se resbalaban de mi boca. —Si me ama tanto, ¿por qué se fue?—pregunté, una duda que me carcomía por dentro desde el primer momento que note su ausencia en el recinto.


—Shirou te ama, pero jamás podrás domarlo.— dijo. —Estar con una persona así de libre es difícil, porque por mucho que él te amé a ti, siempre buscará momento para escabullirse de tus brazos y huir.— Él tenía razón, en cada maldita palabra acertaba a la perfección con la situación que envolvía al pequeño asesino de osos. —Gouenji, te has enamorado de un ave.—


Nos quedamos en silencio, largo rato observando el atardecer, el sol se escondía… no, nosotros nos movíamos. El arrebol del cielo comenzó a desaparecer de a poco y se iba tornando de naval, las estrellas comenzaban a hacer su aparición.


—¿Qué crees que esté haciendo ahora?— preguntó, aun observando el horizonte.


—Imagino que debe estar haciendo el tipo de cosas que las personas legendarias como Shirou Fubuki hacen.— respondí sin ganas, no tenía deseos de hablar. Solo quería quedarme así, en silencio deleitándome con el tintinar de las estrellas en el cielo. Solo así, mirando mi estrella brillar al lado de la de Fubuki. Es lo más cerca que puedo estar ahora de él.


—Sí pero, ¿qué cosas?— insistió y su actitud me hizo recordar al pequeño albino de esos claros. Solo por eso decidí responder.


—Puede estar cantando en los bares del pueblo. Haciendo presentaciones de patinaje para celebres jurados. Estaría escribiendo una novela sobre su vida enigmática y trágica.— expliqué imaginándomelo vestido con jeans gastados y una camiseta de The Smiths, tocando una guitarra y cantando baladas románticas a un público despechado. Recibiría aplausos y halagos de hombres desconocidos que llegaran a su camerino con ramos de flores rojas. El tipo de atención que los chicos como Fubuki adoran recibir, porque él estaba consciente del poder de seducción que poseía y lo explotaba cuanto podía.


—Volverá.— preguntó luego de un rato de silencio.


—Lo hará, por supuesto.— aseguré. —Lo prometió.— Me convencí.


—¿Y esperarás a que él vuelva?, ¿No lo buscarás?—preguntó dirigiendo su mirada curiosas hacía mí.


—No tengo por qué hacerlo, él prometió que volvería. Así que lo hará.—respondí.


—¿Y qué tal si él no quiere volver sino que quiere ser encontrado?— preguntó, ya comenzaba a volverse incomodo e insoportable.


—Lo habría dicho, por supuesto.—


—Pero las personas por lo general no dicen todo lo que sienten, o en el caso de Fubuki, no dicen nada.— dijo acercándose un poco más a mí. Parecía desesperado intentando convencerme de salir a buscarle. —¿Qué tal si…—


—Creo que ya son muchas preguntas por el día de hoy.—interrumpí. Me vi obligado a callarlo cuando sus preguntas se volvieron sofocantes, no me molestaba hablar sobre mi novio von Midorikawa, el tema que me molestaba era el de su huida. Me hacía recordar que no tenía el poder suficiente sobre Shirou para impedirle que se quedase a mi lado.


El chico calló repentinamente, pero no parecía ofendido a pesar de que había sido algo brusco con él. solo miró al cielo y musitó un suave “Tienes razón”, acompañado de una petición: —Si te decides a ir por él, llévame contigo, ¿de acuerdo?—


—De acuerdo. Es una promesa.— respondí.


Nos levantamos de la banca e iniciamos nuestro camino de vuelta, en el trayecto hacíamos bromas sobre lo furioso que debía estar Hiroto y que cuando llegamos al recinto iba a asesinarnos a ambos, con nuestra piel se haría unos bonitos abrigos y vendería nuestros órganos en el mercado negro. Luego decíamos que nos encontraríamos a mitad de camino y que juntos observaríamos al pelirrojo haciendo de carnicero con nuestros cadáveres, sus ojos destilarían la perversión que se escondía en lo más recóndito de su corazón. Luego Midorikawa y yo partiríamos al infierno y…


—¿Por qué al infierno?— inquirió con el ceño refunfuñado. —El que seamos homosexuales no nos da un pase de oro al infierno.— alego aun con su expresión refunfuñada.


—Quita el hecho de ser homosexual de la liste y quédate con las demás cosas que te vuelven malvado.— señalé. Pensó por un rato y luego suspiro.


—Estoy jodido, espero seamos vecinos y también espero que no te pongas tacaño con la azúcar.— dijo bromeando.


—No prometo nada.— respondí.


Él me golpeó en el brazo, jugándose conmigo comenzó a empujarme y yo le seguía su infantil juego, reíamos y todo estaba bien; éramos dos amigos que caminaban por la noche y charlaban de chicos desaparecidos. Me empujó de nuevo y logró tirarme al suelo, se rió de mi torpeza y me ayudó a ponerme de pie, pero en el comentó que sostuve su mano entre la mía tiré de ella para que cayese a mi lado. Cayó sobre mí y se quejó maldiciéndome y golpeándome el hombro con su pequeña y huesuda mano. Cuando entramos al recinto Hiroto Kiyama nos sorprendió a medía risa, él esperaba sentado en un sofá del recibidor, leyendo un libro con el ceño fruncido. Alzó la mirada para clavarla en nosotros y atravesarnos con la daga que eran sus ojos esmeraldas.


—¿Dónde estaban?— nos preguntó tratando de mantenerse sereno.


—En el parque, queríamos camianr.— respondió Midorikawa quien al parecer no se había percatado del ánimo de su novio.


—¿Ustedes dos solos?— preguntó colocando el libro a su lado.


Virgen santísima, apiádate de tus dos hijos.


—Pues, sí.— asintió mi compañero como si fuese lo más normal del mundo.


—¿Por qué no me esperaste? —inquirió con los brazos cruzados sobre su pecho.


—Tú estabas ocupado con Endou.— respondió.


Y bueno, aquí comienza una escena de celos de cualquier novio que ve a su chico reír con otro.


—Pudiste haberme esperado.— protestó con el ceño fruncido.


—Ibas a tardarte demasiado, y yo quería caminar ahora.—


—Pero por Dios, sabes lo inapropiado que es andar por ahí con otro chico que no soy yo.—


—¿Qué tiene de malo? Gouenji-kun es nuestro amigo. Tuyo y mío.— protestó.


Yo no sabía de cuál lado estar, por supuesto, estaría del lado que me sacase de esa discusión pues ya habían mencionado mi nombre y eso nunca es bueno. Que mencionen tu nombre en una discusión es tan malo como que tu madre te llame por tu nombre completo (apellidos incluidos).


—Si pero tú eres mi novio. No de Gouenji, mío.—


—Eso ya lo sé. Pero no porque sea tu novio quiere decir que ya no pueda salir con mis amigos.— se defendió. Punto para Midorikawa.


—Pero es que…—


—Pero nada, ya sé lo que te pasa.— interrumpió el peli verde. —Crees que porque soy tu novio ahora te pertenezco.—


—Pues sí, así funciona.— respondió Hiroto.


—Hiroto.— dijo lastimosamente el moreno, se acercó a su novio celoso y colocó sus manos sobre las pálidas mejillas. —Te amo, pero no te pertenezco, ni ahora, ni después.— Le acarició las constelaciones que tenía por encima de sus mejillas, el parecía realmente ofendido. —Y me lastima tanto que piense en mí como un objeto.— Y se apartó del chico.


—No, eso no es así.— Hiroto intentó arreglar la situación, pero estaba más que claro que ni él mismo comprendía lo que estaba ocurriendo. —Te amo, por eso quiero que seas mío.—



—Solo puedes adueñarte de los objetos, cariño. Tu amor solo puede compararse con el que sientes por tu móvil.— dijo Midorikawa.


Midorikawa: 100 Hiroto:0


El moreno se fue de la habitación y detrás de él su novio arrepentido. Antes de desaparecer, Hiroto me dirigió un suave “Lo siento”. Cuando ya no podía verlos ni oírlos me senté en el sofá que hace unos minutos había ocupado el pelirrojo, suspiré y tomé el libro que mi amigo había estado leyendo mientras nos esperaba. Miles de preguntas rondaban mi cabeza, pero la frase de Midorikawa daba vueltas y vueltas hasta marearme. “Te amo, pero no te pertenezco. Ni ahora, ni después.” Y entonces, el rostro de Fubuki llegaba y me golpeaba con fuerza “Te has enamorado de un ave, Gouenji”. ¿Habría yo sofocado a Shirou de la misma manera que lo hizo Hiroto con su novio? ¿Por eso se habría ido? Dios, todo en el mundo parecía ser una respuesta que encajaba con Shirou Fubuki y su complejo de ninja.


Necesito un descanso. Abro el libro no cabe en una de mis manos, por eso debo tenerlo con ambas. Una página está marcada y en ella, una frase remarcada con resaltador rosa (muy varonil, Hiroto).


“NO IRSE:
Acto de confianza y amor, mayormente descifrada por los niños”



Tienes que estar jodiendo. Buena jugada universo, muy buena jugada.



Inmediatamente cerré el libro y lo dejé sobre la mesa, no tenía intención de seguir leyendo, tal vez, cuando a no me sintiera tan miserable, le pediría a Hiroto que me prestase ese libro para leerlo pero ahora mismo no me sentía en condiciones emocionales para disfrutar de una literatura que señalaba lo egoísta que había resultado ser Shirou. Porque ya lo sabía. Me dirigí directo a las habitaciones, ni siquiera me tome la molestia de pasar por el comedor, mi apetito había desaparecido. Mis pasos eran pesados, tanto como si a mis pies estuviese atado un gran bloque de concreto. Mis ojos veían mis pies y con la misma actitud depresiva abrí la puerta de la habitación. Ingresé a ella y fue cuando alcé la mirada, recorriendo la habitación de pared a pared. Los afiches enmarcados seguían adheridos en la pared, al igual que el corcho con muchas fotos y frases. Sobre una repisa había varias copias de libros cuyos títulos desconocía, no me había parado a revisarlos. Sobre el escritorio había varias figuritas de animalitos de invierno. Y al lado de un pequeño lobo gris estaba la foto de Fubuki, sus ojos claros me miraban como si quisieran decirme algo, si clamaran por ayuda “¡Encuéntrame!” gritaban. Ignoré completamente aquellos pensamientos, creía que mi mente se encontraba demasiado paranoica. Él estaba bien, lo estaba, sí. Me fui a la cama con el recordatorio de que mañana tendríamos un partido importante y debía descansar para dar lo mejor. Cerré los ojos y ni siquiera advertí cuando me fui.


“—Gouenji. No quiero… ¡No quiero estar solo!—“



Fueron segundos los que soñé, pero cuando mis ojos se abrieron de par en par mis oídos se llenaron con el sonido repetitivo del despertador. Pasé mi mano por mi rostro y me quejé, odiando tomo por un corto laxo de tiempo, me levanté de la cama y me dirigí al cuarto de baño. Estaba atrapado en la línea que separa el pasado del presente. Todas las voces que resonaban en mi cabeza eran de momentos que había vivido ya.


“—Sigue caminando por el camino que tú elijas.—“


Las voces me golpean y me siento como si me hubiese bebido una botella de whiskey yo solo y ahora comenzaba a sentir los efectos del licor en mi cerebro; las paredes se deformaban como si se derritieran y cayeran, el suelo se tambaleaba bajo mis pies. Entré al baño temeroso de resbalar, caer y morir, pero ante todo mantengo mi compostura e intento no perder el raciocinio. Sé que todo está en mi mente, solo necesito despertarme. Entre la realidad y mi propio sueño, el agua caliente de la tina es la única que me recuerda que estoy vivo. He caído en una especie de trance psicótico, ahora parece que mi madre está sentada a mi lado y me sonríe.


—¿Mami?— balbuceo ingenuo. Todo está en mi mente.


Ella me muestra sus dientes perlados en hilera y me acaricia el cabello mojado. Quiero decirle lo mucho que la he extrañado y lo difícil que ha resultado la vida sin ella, quiero pedirle consejos de amor ¡cómo lidiar con un chico invisible que se desvanece cada vez que lo beso? Pero antes de que yo pueda pronunciar siquiera una letra, ella coloca su dedo índice sobre sus labios indicándome que haga silencio.


Entonces comprendo que sobre su regazo tres niños apoyan sus cabezas pequeñas, sus cabellos lacios se riegan por sus piernas cubiertas por el vestido de satín que trae puesto. Los infantes son aún muy jóvenes, los más pequeño deben tener alrededor de 8 años y el tercero, que ha de ser el mayor, debería tener unos 10. Los dos niños pequeños están durmiendo y el niño mayor está despierto, mirándome con sus profundos ojos verdes. Entonces mi madre pregunta:


—¿Cuántos niños duermen sobre el regazo?—


Esa pregunta es sencilla. —Dos.— respondo de inmediato.


Ella me pide que me fije mejor y que piense mi respuesta. Cuando vuelvo a enfocar la vista en los niños, todo cambia, el niño de diez años está dormido y los niños de ocho años están despiertos, mirándome. Mi madre vuelve a formular su pregunta:


—¿Cuántos niños duermen sobre el regazo?— Y sonríe.


—Dos.— respondo con un atisbo de duda en mi voz.


Ella amplía su sonrisa, como si estuviera burlándose de mí.


—Pero si están todos despiertos.— exclama con alegría.


Y es cierto, los tres niños me miran con sus enormes orbes. eso hacen, me miran.


—Entonces, todos están despiertos.— aclaró con una sonrisa.


Ella coloca su dedo sobre sus labios nuevamente y emite ese sonido “shhh” y dice:


—Silencio, están durmiendo.— pide acariciando el cabello rosa del niño que duerme sobre su regazo.


—¡Pero si hace un momento estaban despiertos!— exclamé enojado, el juego comenzaba a irritarme.


—¡Pero es que lo están!— asegura ella.


Y entonces de verdad lo estaban. Los tres dormían plácidamente sobre el regazo de mi madre. Todo se volvía tan confuso e inteligible que necesitaba una respuesta, así que me vi obligado a expresar mi incertidumbre.


—¿Cómo es posible que los tres duerman si al principio solo uno estaba despierto?— inquirí.


Ella volvió a sonreírme, dejó escapar un risa tan sutil que ni siquiera llegó a ser risa, me acarició el cabello, en esos momentos ya me sentía extrañamente ansioso porque me respondiera.


—Sencillo.— dijo. —Él está despierto.— El niño pelirosa me miraba con sus impactantes ojos naranjas que, extrañamente me hacían pensar que ya los había visto antes.—Él está despierto.— El niño pelirrojo también mantenía su mirada verde sobre mí. El tercer niño había desaparecido como si nunca hubiese estado con nosotros. —Y tú, amor mío, estás soñando.—


“Estás soñando” “Estás soñando” “Estás soñando”


Si hay una sensación parecida a volver de la muerte luego de que te declararon perdido, era la que yo experimentaba en esos instantes. Abrí mis ojos de golpe y tomé aire como si llevase mucho rato sin respirar y me senté sobre la cama. Todo había sido un sueño, una broma pesada de mi subconsciente. El corazón me latía a millón, como si fuese a explotar en cualquier momento y mis pulmones se comprimían por la falta de aire. Sentía que me asfixiaba. Sentía que moriría. Y tal vez suene exagerado, pero el dolor en el pecho era tan intenso que comencé a creer que estaba sufriendo un infarto. Necesitaba ayuda y de pronto la puerta de la habitación fue tocada cuatro veces. Sabía que no era Hiroto porque él solo tocaba tres veces a un ritmo específico, tampoco era Midorikawa o Endou porque ellos solo entraban y ya. Tampoco podía ser Kidou porque él me llamaba primero y si no le respondía, tocaba dos veces. Entonces no sabía quién podría ser.


—¿Gouenji? Amigo, tenemos que salir en 30 minutos.— Esa voz, esa voz profunda y gruesa. Esa voz solo podía pertenecer a una persona.
—¿Gouenji?— insistió al no recibir ninguna respuesta.


Cerré mis ojos, respiré profundo y… se marchó. Todos mis males se habían esfumado. Suspiré con más fuerza y me dispuse a responderle.


—Sí, Someoka. En unos minutos bajo.— dije alzando la voz.


—De acuerdo. No te tardes.— dijo y luego escuché sus pasos alejarse.


No podía negar que me sentía muy incómodo por todo lo que había ocurrido, jamás en mi vida había experimentado algo tan horrible como eso, tendría que comparar la sensación que da en la parálisis del sueño y multiplicarla por 100 y aun así sería poco. Muy poco. Tuve que alejar esos pensamientos, cuando vi el reloj de mesa me di cuenta que ya iba retrasado por 30 minutos y aun debía ducharme y vestirme.


Me levanté para dar inició a mi día que, presentía, sería largo y cansado. Era mejor estar preparado. Nunca se va sin armas a la guerra.


____***____




Cuando íbamos en la caravana Relámpago, no podía seguir el hilo que había tomado la conversación que mantenían mis dos amigos. Solo escuché algo como esto.

Hiroto: —No lo sé, amigo. Las relaciones son mucho más complicadas de lo que hubiera pensado.— se quejaba.

Tsunami: —Solo es complicada si tú quieres que sea complicada.—

Hiroto: —¿A qué te refieres?— Sus ojos brillaban con incertidumbre.

Tsunami: —Que debes depositar más confianza en Midorikawa, en lugar de atacarlo cuando lo veas con otro chico.—

Hiroto: —¡Pero ellos reían!— se defendió.

Tsunami: —¿Qué hay con eso? Se supone que Gouenji es tu amigo, debes confiar en él. Además, no creo que tengas derecho a reclamar nada, porque tú también eras demasiado cariñoso con Fubuki.— Y el pelirrojo se sonrojo de la vergüenza.


Y ahí se zanjó la conversación.


El resto del viaje solo hablaron del partido que aún no teníamos y a los rivales que aún no hemos enfrentado. Nos tocó jugar con la selección de Argentina y todos se encontraban preocupados por su supuesta defensa de acero.


—¿En dónde tienes la cabeza?— Escuché que alguien preguntaba, luego una mano se apoya sobre mi hombro. Giré mi cabeza y me encontré con la mirada almendrada de Kazemaru. No había notado que había estado sentado en el puesto de adelante junto a Endou. Le correspondí a su sonrisa con otra discreta, no sabía que responderle porque la verdad tenía la cabeza en muchos lugares distintos.


—No lo sé.— respondí sincero.




—Puede que con Fubuki.— propuso él, encogiéndose de hombros y ocultándose un poco detrás del asiento.


—No.— negué. —Con Shirou está mi corazón.—


Kazemaru se quedó callado y me miró como si hubiese dicho la cosa más genial del mundo. Luego sonrió y dijo:


—No te preocupes. Un día de estos, volverán a ser como el viento.— dijo y yo me quedé callado, mirándolo como si hubiese dicho la cosa más genial del mundo, porque así era.


Cuando llegamos a nuestro destino y yo coloqué el pie sobre sobre el suelo me invadió un malestar familiar. Comencé a mirar mí alrededor con desconcierto, las voces de las personas me aturdían. El suelo se sacudía bajo mis pies. Las casas distorsionadas. Entre la multitud divise a un chico delgado, estatura promedio y cabello plata. ¿Podría ser? ¿Sería él? ¡Shirou? El chico se escabulló en un callejón y sin tener control sobre mis acciones lo seguí.


—¿A dónde vas?— alguien preguntó, pero no pude diferenciar quién era.


Corrí entre casas, esquivando objetos y unas pocas personas, el muchacho solo caminaba pero me resultaba imposible alcanzarle. Esa era una de las cosas que caracterizaban a Fubuki Shirou, él camina tan rápido como corre. La única manera en la que puedo igualar sus pasos es cuando vamos tomados de la mano. Cruza en una esquina y cuando estoy por hacer lo mismo algo me detiene, chocó directamente con un cuerpo. Sé que se trata de una persona porque se ha quejado cuando la he golpeado, me disculpo tan rápido que ni siquiera veo el rostro del sujeto. Iba a retomar mi camino, pero un agarre en mi brazo me lo impidió. Giré con brusquedad, pensando entonces que esa persona quería buscar pelea.


Afuro Terumi me sostenía.



—¿Gouenji? ¿Qué haces aquí?— preguntó, parecía confundido e impresionado.


—¿Tú qué haces aquí?— pregunté. Si no me equivocaba, su equipo debía haber regresado hace semanas atrás a Corea. —No importa, déjame ir o perderé su rastro.— dije mirando hacía la esquina que, se supone, debía cruzar.


—¿De quién?— preguntó, aún sin soltarme.


—De un chico. Ahora déjame ir.— insistí.


—¿Ahora te dedicas a acosar?— preguntó juguetonamente.


Pero yo no tenía tiempo para sus bromas. Y él tampoco pacería tener intensiones de dejarme ir.


—¿Me acompañarías a tomar un café?— pidió.


—Pero lo voy a perder.—dije.

Él me miró con sus brillantes ojos rubíes, y su sonrisa seductora, se acercó a mí y me susurró.


—Igualmente ya le perdiste el rastro.—





Tiró de mí, me murmuró un sutil “Vamos” y comenzó a caminar conmigo detrás de él. Me guió por las callejuelas con tintes europeos, no sabía a dónde me llevaba ese chico rubio, solo podía dejar que tirara de mi brazo mientras andaba como un turista, miraba hacia los lados buscando el lugar perfecto. Sabía que estábamos lejos de donde nos encontrábamos al principio pero el chico que estaba siguiendo aún revoloteaba en mi cabeza como una hadita brillante. Aunque no podía asegurar con mi vida de que se trataba de mi pequeño novio, su presencia me disloco por completo. Todos los recuerdos de Shirou Fubuki se alborotaron en mi cabeza y las mariposas de mi estómago revolotearon como si quisieran escapar porque ahora eran tantas que no cabían.


Finalmente, Aprhodi terminó por llevarme a la calle donde se alojaba su equipo, pero no me llevó directamente al recinto sino a un café con un nombre que no sé cómo pronunciar. Nos metimos ahí y el lugar parecía una casita de muñecas con tantos colores y objetos humanizados que adornaban las mesas y las repisas, y el ambiente era cubierto por una horrible canción, un intento de rock pesado que era cantado por un par de chicas asiáticas con voces chillonas, lo único que decía la canción era Chocolate. Por suerte, estaba lo suficientemente bajo para poder ignorarla. Nos acercamos a la empleada, una muchacha de largo y lacio cabello castaño oscuro, nos sonreía con sus labios pintados de rojo. Era muy bonita, me hacía recordar a esas mujeres glamurosas que salen en las revistas y que, usualmente, son de origen español.


—¿En qué puedo ayudaros?— preguntó con una voz suave y dulce, tenía un acento extraño pero bonito.


Mi compañero me miró. —¿Qué vas a querer tú?— preguntó.


—Un Cappuccino helado.— respondí sin pensarlo mucho.


Él murmuró un suave “Okay”, volvió a dirigir su atención a la chica (que por el mismo Afuro me enteré, ella mantenía su atención sobre mí), el rubio pidió un cappuccino helado, un expreso doble con nata y chocolate y rollitos de canela. La chica anotó la orden en su pequeña libreta rosa, con un bolígrafo rosa que sostenía con sus manos cuyas uñas estaban pintadas de rosa. ¡Jodido color rosa! Ocupamos una mesa (rosa) y comenzó una batalla de miradas que duró unos segundos.


—¿Cómo has estado?— preguntó.


—Bastante bien.—respondí. —¿Y tú?—


—Igual.—


De nuevo el silencio.



—Mientes, ¿cierto?— inquirió.


—Absolutamente.— respondí. —¿Y tú?—


—También.—


Abrí la boca para decir algo más y fue cuando llegó nuestra orden. Lo traía una chica que usaba un excéntrico vestido de maid (nunca me gustaron esos vestidos). La chica lo dejó sobre la mesa, hizo una reverencia y se alejó. Afuro fue el primero en tomar un rollito de canela y comerlo, sus ojos brillaron y sonrió como niño pequeño.


—¡Están deliciosos!— expresó. —Vamos, pruébalos.— invitó.


Acepté, tomé uno y descubrí que ¡Tenía razón! Era el rollito de canela más delicioso que había probado en mi vida, tan ricos que hasta me asusté. Pronto, entre él y yo acabamos con todos y tuvimos que pedir otra orden de esos mágicos rollitos de canela. Proseguimos con el café, mientras llegaba nuestra orden.




—¿Sabías que ese es el café favorito de Fubuki?— preguntó señalando mi taza.


—Lo sé.— respondí.


—Siempre le dije que era extraño tomar café frío, ¡El café se debe tomar caliente! No conforme con esa rareza, también insistía en agregarle malvaviscos “De los pequeños”.— Intentó imitar la voz de Shirou y sonó muy chistoso.


No sabía por qué siempre que me encontraba con alguien era Shirou Fubuki el tema principal de la conversación, pero la verdad no me molestaba, porque yo siempre sentía deseos de hablar sobre él aunque en el equipo nadie compartía ese deseo (Hiroto ya comenzaba a volverse apático) y nadie parecía interesado en hablar sobre Shirou Fubuki, lo que me hacía sentir muy solo. Por eso era bueno que Afuro hubiese sacado el tema.


—Bueno, él hacía las cosas a su manera.— Suspiró con pesadez. —Pero habían cosas de él que no podía explicar, porque a veces se llevaba la cortaría a sí mismo y yo no sabía que eso podía ser posible.— comentó y luego pegó sus labios al borde de la taza humeante y bebió.


—¿Cosas como cuáles?— pregunté con genuina curiosidad.


Sus ojos me miraron, su boca se alejó de la tza blanca y se dispuso a hablar.


Me contó que, al segundo día de la fiesta, Fubuki llegó a su habitación escabulléndose por la ventana (como él solía hacer) y le contó todo lo que había pasado aquella noche, incluyendo nuestro encuentro íntimo. Le dijo que tuvimos sexo, Shirou uso el término “Hacer el amor” porque así había sido como él lo sintió. También le dijo que yo le había confesado que lo amaba y que luego de escuchar eso se echó a llorar desconsoladamente. Y Aprhodi no lo entendía, porque él sabía que Shirou me amaba también. Entonces le explicó. A Fubuki no le habían dado una educación religiosa, pero creía muchísimo en Dios, leía siempre la Biblia y uno de esos días descubrió lo que (se supone) Dios pensaba sobre los homosexuales y se sintió incómodo por eso, porque en ese tiempo Shirou también descubrió que estaba enamorado de mí. Estaba enamorado de un chico siendo él también uno. Él realmente quería estar conmigo cada vez que nos encontrábamos en la habitación y nos besábamos, pero su temor de Dios no lo dejaba en paz; Shirou tenía temor de Dios no temor a Dios, lo que son dos cosas distintas. Afuro me explicó que temor de Dios significaba respeto y temor a Dios significaba miedo. Entonces esa noche (la noche de la fiesta) tuvo que emborracharse para que su amor por mí se sobrepusiera por sus creencias. Se acostó conmigo y fingió estar más ebrio de lo que en realidad estaba. Y, de verdad no estaba ebrio porque cuando terminamos fue cuando se echó a llorar. Cuando Shirou le contó esto a Afuro, también rompió a llorar y dijo algo como “Espero no haberlo decepcionado” y Afuro sabía que se refería a Dios. Luego el albino se quejó, dijo que era muy injusto porque él realmente me amaba y se supone que cuando haces las cosas con amor no existe pecado.



—Él es realmente noble, ¿sabes?— dijo luego de terminar su relato.


—Lo sé.— Fue lo único que pude decir.


—¿Cómo está Hiroto?— me preguntó cambiando drásticamente el tema.


—Está muy bien, o al menos eso creo. Ha estado todo el día cortejando a su novio porque lo hizo enojar.— respondí, entonces me di cuenta que me emocionaba hablar de mi amigo pelirrojo casi tanto como me emocionaba hablar de Fubuki.


—Ya veo.— dijo y suspiró, se veía desanimado.


—¿Pasa algo?— pregunté.


Él me miró con melancolía y respondió. —Es que, estoy enamorado de él.— Y yo no lo podía creer.


—¿En serio?— pregunté. —¿De verdad?—


Afuro rió por mi incredulidad y asintió mientras reía.


Me contó su breve historia. Lo conoció cuando Fubuki lo llevó al observatorio y de inmediato quedó prendado de él, dijo que cuando lo vio supo que ese lindo pelirrojo tenía algo especial, algo que no había visto jamás en otro chico. Afuro ha salido con muchas personas, chicos y chicas, pero nunca supe de algo serio. El caso es que él pensaba que podía tener una oportunidad, pero entonces, Shirou le dio una noticia que lo dejó helado “A Hiroto ya le gustaba alguien y ese alguien también gustaba de Hiroto” el rubio no tuvo otra opción que resignarse, sin embargo, le gustó haberlo besado aquella noche dentro de la tina. Aunque también me dijo que también se sentía arrepentido, porque ahora lo traía más clavado que nunca en su corazón. Dejó escapar un largo suspiró y soltó una queja.


—Jamás he tenido suerte en el amor.— reprochó.


—Podrías tener a la persona que quisieras, Aprhodi.— dije.


—No puedo tener a Hiroto, yo quiero a Hiroto.— Había adoptado la posición de un niño que quiere un juguete y que, por ninguna otra negociación se niega a dejarlo. Yo no dije más nada al respecto, porque no sabía qué más decir. —Háblame sobre él.— pidió con una emoción especial en sus ojos.


—¿Qué puedo decirte de Hiroto?— inquirí. —Es narcisista, tanto, que aprecia la belleza de los demás. Conoce el valor del amor, aunque en ese campo él es un principiante. Propenso al sentimentalismo y con un corazón tan grande como un cielo sin nubes. ¿Estás satisfecho?— concluí con una sonrisa.


—Bastante, sí.— respondió.


Nuestra orden de rollitos de canela llegó y Aprhodi no pudo esperar a que la mesera los colocará en la mesa para tomar uno, yo fui más paciente y esperé a que la chica se fuera. No podía creer que estos estuviesen más ricos que los anteriores. Le pregunté a Afuro qué ingrediente pensaba él que llevaban los rollitos de canela para que fuesen así de deliciosos, él se quedó pensando largo rato y finalmente dijo:


—Polvo de hadas.— Y es que no había otra explicación.


Estuve todo el rato platicando con Afuro Terumi sobre cosas que habían pasado en su vida y que yo no sabía. Inició hablando sobre el instituto, agradecía mucho haber sido elegido para el torneo porque así no tendría que ver clases aburridas durante horas. Él ni siquiera sabía por qué se estaba quejando de la escuela si ni siquiera estaba inscripto en una, y eso era porque Afuro se había mudado hace poco a Corea (mudado oficialmente). Se sentía muy nervioso e indeciso, pero agregó que estaría bien en donde estuvieran Suzuno y Haruya.


Estos dos chicos se habían convertido en “sus mejores amigos”, y lo dijo entre comillas porque era una manía que él tenía al hablar. Realmente los quería mucho. Estaban pensando en alquilar un departamento y vivir allí los tres. Se tomó bastante tiempo hablando sobre sus dos nuevos “mejores amigos”. Dijo que ambos chicos eran pareja. La pareja más dispareja que había conocido en su joven vida, Suzuno y Haruya eran muy disfuncionales pero aun así permanecían juntos, se amaban (sí, suena muy cursi, pero así son las cosas). Ellos decían que las diferencias unen a las personas, lo que me parecía una filosofía de vida muy bonita.


Estuvo hablando mucho sobre Corea, llegó un momento en que lo único que escuchaba era “Corea. Corea. Corea. Suzuno, Haruya y yo”. Y así, pero él se veía tan emocionado que no podía dejar de prestarle atención a todo lo que decía.


—¿No extrañaras Japón y a todos tus compañeros dela secundaria Zeus?— pregunté una vez que terminó de hablar.


Su ánimo se aplacó un poco, sus ojos ya no brillaban con intensidad de aventura y curiosidad, sino de nostalgia y recuerdos.




—Claro que sí.— exclamó, casi pareciendo ofendido y también, comprometido. —Pero, es mejor marcharme.— dijo. Y yo no lo pude entender porque, se supone, que las personas siempre vuelven a aquellos lugares en donde fue feliz. Verdaderamente feliz.


—¿Por qué sería mejor?— me atreví a preguntar. Él me miró, diciéndome que le diera una explicación por la cual le llevaba la contraria. —Allá serías el chico nuevo, tendrías que adaptarte a otras personas. Otra cultura. Otro idioma.— expliqué, pero él no había cambiado su mirada.


Entonces Aprhodi suspiró, se echó el cabello hacía atrás y entrelazó sus manos sobre la mesa ¡Oh! Y no olvidemos la mirada “Tenemos que hablar seriamente”. Abrió la boca y comenzó a relatar. Se trataba de una de sus muchas historias de amor sin un final feliz. Con un final trágico. A veces, Afuro se me vincula en el papel de una prostituta con el corazón roto, que intenta repararlo bebiendo sus propias lágrimas con licor. Se reúne en los bares para hablar sobre sus penas del corazón mientras fuma y bebe algún champagne caro.


Inicia la obra.


En su anterior equipo; Zeus, conoció a un chico del cual quedó ridículamente encaprichado, el chico se llamaba Hera (o al menos, ese era su mote). De inmediato, comenzó a buscar medios para llamar s atención, sabía que para él, Afuro Terumi, eso sería sencillo, por la razón de que es atractivo y él mismo estaba consciente de ello. Sabía que nadie se atrevería a rechazarlo, creyó entonces, que Hera no podía ser la excepción. Jugaban en el mismo partido y el rubio, con sus encantos naturales, buscaba excusas para que ambos pasasen más tiempo juntos. Y así sucedió. Descubrió que tenían más gustos en común que solo el fútbol. Pronto comenzaron a salir juntos, todos los viernes se iban de fiesta y bailaban bajo el reflector de las luces de Neon. Conocían personas, jugaban con ellas, pero siempre eran ellos dos juntos. Se sentían bien. ¿Qué podría decirme él sobre su dislocada vida? Eran dos niños fingiendo ser adultos que conocían todas las mañas de la calle. Pero lo que en realidad le interesaba al rubio era poder hacer todas esas estupideces junto al chico que le gustaba. Él creía que lo tenía en sus manos y que podía aplastarlo con solo unir sus dedos. Pero en esa tierra de Dioses y Monstruos, él era un ángel.





Como suele suceder, el ingenuo ángel se enamoró locamente del dios. Pero las cosas no resultaron tan fáciles como confesarse y ¡Zas! Ser novios. No. Afuro se llevó una gran sorpresa cuando descubrió que Hera era más heterosexual que una película de James Bones. Se podría decir que aquella fue su primera decepción amorosa. Recogió los pedazos de su corazón y escribió el nombre de ese chico en la primera página de una libreta. Pero bajo ese mismo nombre se fueron acumulando otros más. Él no se lo esperaba, tampoco comprendía por qué un corazón de trece años debía sentirse así.


—Aunque pudiese tener la posibilidad de dejar de amar, no lo haría.— dijo. —Ni siquiera sería una opción.— Jugueteó con sus dedos, lucía ansioso, demasiado como para ser pasado por alto. —¿Podemos ir afuera?— suplicó frotando sus manos una contra la otra.


—De acuerdo.— asentí.


Nos levantamos y salimos sin mirar a nadie, aunque varios ojos curiosos estaban sobre nosotros. Ya afuera Afuro suspiró profundo, como si llevara mucho tiempo con la cabeza sumergida en el agua. Me tomó del brazo, sus manos estaban mojadas, él estaba sudando mucho. Nuevamente me dejé guiar por sus pasos, caminó apresurado rodeando el café y se detuvo en la parte trasera, donde quedaba una puerta de hierro frío y algunos contenedores de basura. El lugar daba la sensación de soledad callejera, sabía que era el lugar perfecto para que él siguiera relatando sus historias de desamor y abandono.


Se apoyó contra la pared de ladrillos sucios como si estuviera realmente agotado. Cerró los ojos por unos segundos y echó su cabeza hacía tras, respiraba pausadamente. Metió la mano dentro del balsillo de su chaqueta y saco un estuche rosa, lo abrió y dentro habían muchos cigarrillos, la cantidad exacta que podría fumar una persona durante toda su vida. Tomó uno, me tendió el estuche y acepté tomar uno. Encendió el mío y luego el suyo. Le dio una larga calada y soltó el humo en un largo y aliviador suspiro. En cuanto hizo aquello noté que su cuerpo tenso comenzaba a soltarse, la ansiedad que lo abrumaba había abandonado su alma. Se sentía liviano.



Comprendí que el chico se había vuelto un verdadero adicto a la nicotina, pero no de esos que señalas para burlarte, no. Afuro Terumi era un adicto de verdad. En mi caso era distinto, yo lo había aceptado por cortesía, pero me agradaba la sensación de adulto hasta que el cigarrillo se terminara.


—Como te decía…—


Después de esa decepción amorosa, inició a salir con otras personas, pero no llegaba a sentirse enamorado y eso le frustraba. Era Hera quien ocupaba todo su corazón. No importaba cuánto lo viera besarse con esa chica, él seguía creyendo que podría llegar a ocupar el lugar de esa mujer algún día. Pero mientras eso sucedía, se encargó de crearse una reputación. Muy pronto estaba en boca de todas las chicas y chicos que querían estar con Afuro de una manera nada decorosa, y él usualmente aceptaba. Aunque él mismo lo dijo yo no podía verlo de la manera que estaba insinuando. Ese perfil no encajaba con Aprhodi. Igualmente, de ser cierto, no pienso juzgarlo por su pasado pues sé que él tampoco me juzgaría en base al mío.


—A veces me miraba en el espejo y me preguntaba, ¿por qué me estoy haciendo esto?— dijo y en su rostro se vio una clara expresión de dolor.


Intentó con fuerza enderezar su vida, pero siempre volvía a caer en el mismo agujero, por más que se esforzaba no lo conseguía. Llegó a la conclusión de que necesitaba una distracción, algo en lo cual ocupar su mente para dejar de pensar en soledad y tristezas. En ese entonces, Raimon enfrentaba al instituto Alien, entonces sabía que quería unirse. Creía que su corazón se mantendría indiferente, pero no, descubrió un sentimiento que no sabía que podía habitar en él. Tan cálido y blanco que podía confundirlo con el amor. Empatía, se llamaba.



En cuanto vio a Fubuki Shirou supo que una gran tristeza azotaba a ese pobre chico, él sabía sobre ojos tristes y sonrisas forzadas porque esa era su vida; su día a día. Por algún motivo vio parte de él en el pequeño defensa y se sintió enternecido. Quería estar con él, ¡Quería ayudarlo! Y se trazó una meta. Esperaba que sus jugadas pudiesen motivarlo, trasmitirle un poco del espíritu que recién había recuperado en ese equipo. Tal vez se esforzó más de lo necesario, lo perseguía a cada instante solo para poder intercambiar unas palabras con él pero jamás lo hacía. Pero se sintió realmente bien al escuchar ese humilde “Eres increíble. Te admiro”. Sabía que su vida podía mejorar porque, si ese chico sentía tal afecto hacía él, quería decir que podía hacer lo que quisiera.




—Cuando inspiras a una persona a ser mejor, inevitablemente también quieres ser mejor. — dijo suspirando y sonriendo.


—Las personas tienen el poder de cambiar a otras personas.— dije.


Mi amigo me miró y yo lo miré a él.


—Es por esto que debes encontrar a Fubuki.— dijo, se giró para quedar de frente a mí. —Por esta pequeña parte de tu vida. Nuestra vida. La que hemos compartido.— se acercó un poco y gesticulando cada palabra dijo: —Debes. Salvarlo. De. Él. Mismo.—


Lo dijo con tanta seguridad, que sentí miedo.



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Por desagracia me percaté de algo muy importante cuando ya era demasiado tarde. Yo debía estar en otro lugar hace más de 2 hora. En el transcurso del camino pensaba qué es lo que diría para justificar mi inasistencia en el partido. Lo había olvidado por completo y ahora corría por las calles, cuestionándome por qué lo hacía si de todas formas ya iba retrasado, pude haber tomado un taxi, pero mis piernas respondieron primero. Igualmente no hubiese cambiado nada. Mi cerebro era una fábrica de excusas que trabajaba a una rapidez sobrehumana.


“—Escuchen chicos, los aliens me raptaron e intentaron inducir mi cerebro a un perro.—“


No, sonaba ridículo.




Tal vez si me arrojaba a algún auto podría llegar con una pierna rota y decir que me asaltaron


“—Eran tres. No, ¡cinco hombres que…—“


No porque se supone que yo estaba con ellos en ese momento. Aparte de que, ahora pensándolo bien, lanzarme a un auto resultaba demasiado extremo. Yo estaba allí con ellos y luego desaparecí.


“—¡No lo van a creer! ¡Me secuestraron!—“


Sí, no lo van a creer.


Al final, no tuve que decir una intrincada y compleja excusa. O mencioné a los aliens. Ni a los cinco hombres. Ni el secuestro. Porque cuando apenas llegué a la entrada del recinto, el entrenador me esperaba con sus brazos cruzados y esa espantosa mirada de “Debemos hablar. Estás expulsado, ni Dios te salvará de esta.” A su lado también aguardaban, con miradas de niños regañados, Kidou y Endou. Ellos parecían haber viajado en el tiempo y ahora semejaban a niños de ocho años, con sus enormes ojos brillantes y temerosos. Me miraban también, a diferencia de que sus ojos solo podían decir “Estamos en problemas”.


—Shuuya Gouenji.— La pronunciación de mi nombre, acompañado de mi apellido y es tono de voz áspero me hicieron sentir entonces, como mis dos amigos. De ocho años y estando a punto de ser regañado.


—Señor.— En momentos como estos es muy importante mostrar respeto. Lo había aprendido con mi padre.




—¿Dónde estabas?— preguntó. La pregunta de mierda que estaba esperando. Cuando abrí mi boca para responder, él me interrumpió. —Sabes, no importa. Lo que importa es que están en problemas, sabes eso, ¿verdad?— inquirió.


—Sí señor.— asentí.


Nos llevó a su oficina, y cuando caminábamos por los pasillos los chicos nos miraban como criminales que acababan de hacer algo realmente malo. En esa fila advertí a mi amigo pelirrojo con su novio, les envíe miradas de auxilio pero no había nada que ellos pudiesen hacer. Hiroto solo abrió sus hermosos ojos claros y negó varías veces con la cabeza, de alguna manera me decía que estaba decepcionado de mí. Lo que aumentaba el drama. Entramos a “La cueva del ogro” y en cuanto las puertas se cerraron tras nosotros, sabíamos que no podíamos volver. Estábamos en problemas.


El hombre se sentó en la silla que estaba detrás de su escritorio, apoyó sus codos sobre la madera y su mentón sobre sus manos entrelazadas. Nos miró con su ojo visible, que era suficiente para hacernos estremecer de miedo, su expresión permanecía neutra y nos hacia cuestionarnos la magnitud de su cólera.


—Siéntense.— ordeno de una manera autoritaria, ni siquiera mi padre podía llegar a ese nivel y eso que ya lo he visto realmente molesto. Sentí miedo.


Los tres nos sentamos de golpe en el suelo, no sé a ellos, pero a mí me dolió en el momento que mi trasero tocó el suelo. Estábamos uno al lado del otro, Endou estaba en el medio y nos sujetaba a Kidou y a mí por el brazo. Acercándonos más a él.


—Estoy jodidamente asustado, amigos.— Nos susurró.


—Saben, hay un sillón a su derecha.— dijo el entrenador.



—Aquí estamos bien. Gracias.— respondió Kidou con un nerviosismo que jamás había visto en él.


Suspiró. El clásico suspiró que nunca debe faltar antes de ser regañado.


—Noté su ausencia en el partido de hoy, en serio lo noté y lo notó todo el mundo; cada continente. — inició.—¡Obama me llamó para quejarse!— Y Endou se rió y el entrenador Kidou lo fulminó con la mirada. —No necesito que me digan dónde estaban, porque ya lo sé. Y no, no me lo dijo nadie del equipo, conozco a muchas personas.— aclaró.


Dejó la mirada puesta en Endou y en unos segundos sus ojos negros se ablandaron. Tenía una expresión conmovida en su rostro. Una que no había visto jamás. —Endou.— dijo el nombre de mi amigo de una manera especial, no es como cuando un profesor pasa lista y dice tu nombre y tú respondes. No, esta vez fue real, el entrenador estaba consciente de que había dicho el nombre del portero. —Admiro tu fidelidad y el cómo vives tu amistad con estos chicos, pero antes de ayudar a uno, debes saber lo que es mejor para todos. En la cancha hay 11 jugadores. No lo olvides.— Endou pareció comprender a lo que se refería, porque estaba serio y asentía varías veces con la cabeza. —Te dejaré ir, pero no creas que te salvarás de tu castigo.—señaló.


El chico abrió sus ojos sorprendido y apretó con fuerza el agarre que mantenía en ambos brazos, miraba al entrenador como diciendo que no quería irse, que quería quedarse con nosotros para apoyarnos.


—Tu participación en esta guerra ha acabado por ahora. Vete.— dijo y no sonó autoritario. Solo lo pidió.


Entonces se levantó del suelo, nos palmeó el hombro deseándonos buena suerte y salió dejando un silencio inquisitivo entre los presentes que se encontraban allí. Estaba ansioso, casi tanto como Aprhodi cuando habla de su pasado y no tiene un cigarrillo entre sus dedos.




—Y en cuanto a ustedes.—habló, su voz hizo eco en el estudio.


Había un espacio entre Kidou y yo que había dejado Endou tras irse, pero cuando la voz de Kudou se proyectó con esa autoridad acostumbrada, Kidou de un salto se ocupó de rellenar ese espacio vacío entre los dos. Ahora estaba casi sobre mí, pero no le dije nada al respecto.


—Kidou, nunca he tenido problemas contigo. Gouenji, últimamente estoy teniendo demasiados problemas contigo.— dijo intercambiando su mirada entre Kidou y yo. Me sentí realmente avergonzado cuando se refirió a mí de esa manera. —Pero les daré otra oportunidad, ¿quieren saber por qué?— preguntó.


—Sí, señor.— dijimos en coro.


—Porque los comprendo.— dijo. —No crean que solo porque son adolescentes tienen todos los problemas reservados para ustedes.— Sé que lo dijo con la intención de hacernos sonreír, y lo logró.



Y Kudou ya no era nuestro entrenador, era nuestro consejero; un poco tanto como un amigo. Se sentó en el suelo, al frente de nosotros y cuando nos miró parecía una persona agradable. —Las personas son como pasiones; tienen el poder de mover tus emociones y alimentar tu alma con sueños, desesperanzas, amor y dolor. Creamos momentos con esas personas, que se convierte en recuerdos que atesoramos y deseamos también olvidar.— Cuando él hablaba sobre odio, rencor y olvido, siempre miraba a Kidou. Y cuando mencionaba el amor, dolor y esperanza me miraba a mí. —Esas personas a veces se tienen que ir porque ellas así lo deciden, pero ustedes no pueden andar persiguiéndolas. Porque ustedes caminaran hacía atrás, pero la vida anda hacía delante y por caminar de espaldas se llevarán una paliza.— Risas flojas. —Debemos soltar cuando lo único que conseguimos es dañarnos.— Kidou asintió porque sabía que esas palabras iban dirigidas a él. —Y si, de lo contrario, quieres luchar por esa persona, no descuides tus otras pasiones. Dedícales a ambas un amor reciproco. — Y yo asentí porque sabía que esas palabras iban dirigidas a mí.




Se levantó del suelo y nos miró desde arriba. —Luego hablaremos de su castigo. Por ahora vayan a denar.— dijo.



Y nosotros nos levantamos y nos dimos la vuelta para irnos, abrimos la puerta y salimos. Kidou se quedó de pie allí mismo y yo lo acompañé, levantó la mirada y la clavó sobre mí.



—¿Quieres que nos sentemos juntos en el comedor?— preguntó, pero lo sentí más como una petición.


—Sí.— respondí, porque la verdad quería hablar con alguien que entendiera un poco por lo que estaba pasando. Además, siempre es genial hablar con Kidou, él sabe muchas cosas.


Caminamos apresurados hacía el comedor, y cuando entramos todos los ojos se clavaron sobre nosotros, lo que ya presentíamos que sucedería desde el principio. Había un silencio incómodo, de esos que pasan cuando todos hablan al mismo tiempo sobre un mismo tema y la persona que no debe saber nada aparece. Así de incómodo. Kidou se hizo el indiferente y de fue directo a tomar su comida, yo fui detrás de él porque aquellas miradas ya comenzaban a ponerme molesto. Tomamos nuestras bandejas y fuimos a una mesa que estaba al fondo, desocupada.


—Dime, ¿por qué no llegaste al partido?— pregunté una vez que ya estábamos sentados.


—Kageyama volvió.— soltó. —Lo peor de todo, es que vi a Fudou encontrándose con él.— Apretó sus manos con fuerza. —Creo que nos traiciona.—


Yo me llevé un bocado de comida, mastiqué con una tranquilidad que era tortuosa para él. —Si yo fuera tú, no lo creería. ¿Ya probaste hablar con él? tal vez estés malinterpretando todo.— dije.



—Pero yo lo vi.— exclamó alterado.


—Un actor solía decir: No creas en lo que escuches y solo la mitad de lo que veas.— cité y él frunció el ceño sin comprender. —Ciel Phantomhive, a ver ¿es que soy el único que se ha visto Kuroshitsuji? — inquirí.


—Bueno, creo que el único chico.— dijo él.


—Siempre me ofendes.— murmuré. —El caso es que, Hiroto también pasó por esto, solo confió en lo que sus ojos veían y la regó con Midorikawa. Escucha, parte importante de una relación es la confianza. Confía.— dije, él asintió, pero no se veía muy seguro.


Estuvo callado por unos segundos y solo me miraba con sus labios entreabiertos, queriendo seleccionar bien sus palabras antes de decirlas.


—¿Aún lo buscas?— preguntó.


Me encogí de hombros. —He intentado dejar de hacerlo, pero siempre vuelvo a él. Hoy estuve persiguiendo a una chico que se veía como él.— expliqué.


—¿Y era él?— preguntó con una emoción particular en su voz.


—No lo sé. Cuando estaba por alcanzarlo me choqué con Aprhodi y luego él ya no me quiso dejar ir.—respondí y luego me llevé otro bocado.



—No te he visto tan enganchado con una persona, ni siquiera con Natsumi.— dijo, tenían una sonrisa discreta en sus labios. —Y sé que en serio amas a Fubuki, porque cuando dices su nombre suena de una manera especial. Cuando des con él, asegúrate de decirle que lo amas, porque las personas suelen olvidarlo y también golpéalo por ser un imbécil.— dijo frunciendo el ceño.


Reí suavemente por su comentario. —Suenas igual a Fudou.— dije y él se ruborizó.



—Pero ya en serio,— dijo nervioso, tratando de desviar la conversación. —recuérdale, porque a las personas como Fubuki se les debe recordar que son especiales, porque no lo saben.—señalo.


—Yo creo que él está muy consciente de lo increíble que es.— dije, llevándole la contraria.


Kidou se rió, fue la primera vez que lo escuché reír y se burlaba de mí. Se estaba riendo de mi comentario y él solo suele actuar de esa manera cuando una persona le parece lo demasiado estúpida como para reprimir su burla.



—No, no.— negó. —Si él fuese consciente de lo increíble que es no haría este tipo de cosas como, escaparse y enviar cartas y dejar un diario.— explicó, agitando sus manos al frente, aún con esas acciones, él seguía siendo tan sofisticado. —Él era mi amigo, bueno, más que nada era amigo de Fudou. Y cuando estábamos juntos, él lo único que hacía era sentarse en una esquina y se ponía a escribir en su diario mientras escuchaba canciones de Lana del Rey, siempre era la misma ¿sabes? Dark Paradise.— Hizo una pausa para morderse los labios y recordar. Sus palabras habían sido las mismas que me había chico Midorikawa aquella tarde. —Y cuando hablaba conmigo, siempre estaba sonriente, pero en realidad se sentía muy triste, ¿sabes a lo que me refiero? Me hacía pensar que ocurría algo con él que, nuevamente, no quería compartir con nadie. Creo que está buscando llamar la atención.— dijo finalmente y ese era su conclusión final.


Suspiré pesadamente. —No lo sé, yo creo que él está bien y solo somos nosotros quienes sacamos conclusiones. —dije. —Y sé que te estás apoyando en lo que ocurrió hace un año con su problema de personalidades, pero él logró superar esa etapa de su vida, lo visto cuando llegó, él estaba bien.— aseguré.



Entonces Kidou volvió a sonreír, pero esta vez parecía comprensivo, se inclinó hacia adelante y me dijo. —Shirou Fubuki nos ha enseñado que las personas no son lo que aparentan, y también, que es un mentiroso muy astuto.—señaló.



Escuchamos las puertas del comedor abrirse, giramos la cabeza, curiosos de saber quién había llegado. Fudou entro con mirada clavada en el suelo y las manos dentro de los bolsillos del pantalón del uniforme, el aura que traía consigo era fría, tan triste que nadie se atrevió a mirar directamente. Sin darme de tiempo de siquiera darme cuenta, Kidou se había levantado y se dirigía hasta el chico melancólico. Hizo algo que jamás en nuestras vidas hubiésemos esperado presenciar, fue tan insólito que sentía la tierra abrirse por la mitad y tragarnos a todos.


Kidou Yuuto le regaló un fuerte y profundo abrazo a Fudou Akio y este último correspondió al abrazo estrechando al estratega entre sus brazos. Y así estuvieron un largo rato, solo ellos dos abrazados y nosotros admirando con discreción la bonita escena que habían montado. Se mecían de un lado a otro como si estuvieran bailando un vals lento y sus caras estaban escondidas en el hombro del contrario y sus ojos permanecían cerrados como si de verdad lo estuvieran disfrutando. Luego de un minuto exactamente ellos se alejaron un poco, pero aún se sujetaban el uno al otro. Kidou dejó ir a Fudou, pero Fudou no lo dejó ir, Kidou hizo sus manos para decirle algo a Fudou que nadie más en el comedor pudo descifrar. El chico asintió y volvió a abrazar al más bajo, luego se fueron.



Sé que la noche de todos allí se mejoró y ya el partido se había quedado pequeño en su memoria.



Caminé hasta mi habitación luego de terminar de jugar Charadas con Tachimukai, Toramaru y Midorikawa quien al parecer aún no ha hecho las paces con Hiroto. Me sentía bastante cansado pero ligero a la vez. Aun no lograba comprender cómo podía sentir, al mismo tiempo, dos emociones tan diferentes. Cuando llegué al final de la escalera y me encontraba de frente al pasillo tuve que esconderme de nuevo detrás del muro que ocultaba las escaleras y que ahora me ocultaba a mí. Frente a la puerta de la que era mi habitación, se encontraba el entrenador, sostenía algo entre sus manos y lo miraba como si fuese lo único en el mundo. Él suspiró, apoyó su rodilla en el suelo y se inclinó para deslizar aquel paquete por la abertura de la puerta. Mi incertidumbre era enorme, al igual que mi miedo. Por supuesto, cualquiera sentiría miedo si vez a una persona deslizar un paquete sospechoso bajo la puerta de tu habitación, y más aún cuando esa persona utilizaba las escaleras de emergencias para retirarse, pudiendo bien, utilizar las principales. En cuanto lo vi desaparecer me apresuré a correr para llegar a la habitación y encerrarme dentro de ella. Necesitaba saber qué era “eso” que estaba sobre el suelo.




No era un paquete, como mis ojos me hicieron creer, se trataba de un casette envuelto con una carta y sostenido con una cinta de color rojo. La tomé del suelo y desaté la cinta. En efecto, era una carta sin destinatario ni dirección de entrega, solo un sobre blanco pulcro. El casette se notaba antiguo, la cara estaba pintada a color, era hermoso dibujo de Marilyn Monroe y en la cara de atrás tenía adjunta la canción, que era “I wanna be loved by you” de Marilyn Monroe. Me dirigí hasta el reproductor Mp3 que también aceptaba casette porque me pareció especial leer la carta mientras escuchaba la canción.


Aunque, ahora leyéndola, pensaba que en realidad no fue una buena idea.

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