Mecánicamente Sehun trabajó en aquel asunto, y al despedir a la clienta, le dijo al pasante que fuera a buscar dos cafés. Al atardecer recibió a un obrero que habían despedido injustamente. Cuando entro en su apartamento a las 10 de la noche, se despojó de la chaqueta y la camisa, y se dirigió a la cocina donde rodeó la cintura con un delantal oscuro. Frío papas y dos huevos. Con un vaso que saco de la alacena y un poco de vino, se sentó a la mesa y procedió a cenar.
Siempre pensaba que aquellos días que estuvo ausente, sin siquiera advertir a Luhan que volvería, habían sido los causantes de aquella catástrofe que vivía. Además, la muerte del chatarrero provocó una gran pena en el pueblo, y al día siguiente, el escándalo de los hombres que vinieron a echarlo a calle para apoderarse de la chatarrería y de la parcela. Sin duda alguna Luhan había tenido que enterarse de lo ocurrido, del embargo, de la visita inesperada a Santander... Sus padres, sabedores de aquello, encontraron un motivo para convencer a su hijo. No podía ser de otro modo, el hecho de que Luhan desapareciera en esos días, lo indicaba, y era algo que tenía clavado en su corazón como una espina sangrante, y ya habían pasado 10 años.
A la mañana siguiente, aun desencajado por la falta de sueño, fue al banco.
Trabajó como siempre, pero al medio día lo llamaron al despacho del director.
-Siéntese, señor Oh -le dijo aquel -. Dentro de unos días vendrá el presidente y hablará con algunos de ustedes. Quiero que esté al tanto, que no falte en toda la semana, porque una de las personas que desea ver es a usted.
- ¿No puedes adelantarme algo, Paco? -le pregunto Sehun.
-No, no puedo -y mirando a un lado y al otro dijo-: No me trates de tú en el banco. Somos amigos, pero eso lo sabemos tú y yo.
-Tienes razón. ¿No tiene la menor idea de lo que desea el presidente?
-No tengo ni idea, de todos modos, usted no falte, por favor.
Horas después, entró en la cafetería.
Era el tercer día que entraba desde que lo vio por primera vez, y cada uno de aquellos días se reafirmó más en que aquel hombre, con 10 años más, era Luhan. Xi Luhan, el muchacho que a los 14 años amó con desesperación y a los 16 la adoró. Sin duda alguna, fue el hombre de su vida.
No lloró por él porque era demasiado fuerte, pero nunca pudo olvidar sus ojos avellanados, ni su cabello anaranjado, ni su cuerpo esbelto. Nunca pudo olvidar su pecho, esa piel pálida y suave, sus pequeños botones rosados que pedían a grito ser mordidos, ni su boca llena de dientes blancos e iguales, ni sus labios húmedos que se movían dentro de los suyos con habilidad, la habilidad que él le enseñó....
Dio la vuelta a toda la curvatura de la barra y se sitúo al otro extremo. En ese momento lo vio.
"Esta vez", pensó, "no se me escapará. Tengo la moto fuera y lo seguiré cuando se vaya".
Y eso hizo. Cuando el hombre joven se bajó de la banqueta con aquella agilidad, con aquel cuerpo enfundado en un traje de chaqueta que se lo había ver muy masculino, era de color gris a rayas, lo siguió. Cuando el subió al descapotable rojo, el subió a su moto.
Rodaron por todo Seúl. Cruzaron Jung-gu hasta lo alto y al dar la vuelta al automóvil, él también la dio.
Al salir de Jung-gu, el auto se deslizó por un estacionamiento subterráneo de un edificio situado en mitad de la plaza. Esperó que saliera y como no lo hizo, supuso que trabajaría allí.
En un letrero se leía: Agencia de publicidad Mondar.
Un portero estaba sentado y Sehun lo llamo por el cristal.
-Dígame, señor
-Verá, es que busco al dueño de un automóvil descapotable color rojo, con esta matrícula.
. ¿Le ha ocurrido algo?
-No, no, sencillamente, hay una equivocación en el seguro y quería entregarle a su dueño la documentación.
¿Podría decirme donde trabaja?
-si como no. En Mondar, la agencia de publicidad. Son los cuatro primeros pisos. Si quiere usted pasar.
-No, solo quería saber el nombre del empleado.
-No es un empleado, señor, es el director general y dueño, junto con otro socio de la agencia.
- ¿Es el señor Xi?
-Sí, señor. Xi Luhan.