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My Sweet Queen por Felix Esquite

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Notas del capitulo:

Dedicatoria

 

 

A Pablo que con sus ojos me contó más que con sus palabras.

 

A José que con ilusión escuchó historias de reinas destrocadas y falsas mujeres que eran más que hermosas. 

 

 

OoOoOoOoO

 

 

 

Las luces brillantes y entrecortadas por el humo que expedían las máquinas, impregnan el sitio con un aire insinuador. Los murmullos eran muchos y a pesar de que la música era bastante fuerte, aún se los podía escuchar. Mis ojos, cansados, bailaron de aquí para allá, pero, no le veían aún. Varios de los rostros de aquellos hombres que al parecer eran asiduos al lugar me eran de total desagrado. Yo sabía que lo que a continuación verían y, desearían, por supuesto; era mi razón de ser, mi único deseo de existir en este mundano mundo. Sabía que posarían sus impías miradas en el ángel que tanto he deseado proteger. La luz bendita que la podrida vida puso en mi vera, para conquistar, cuidar y por siempre amar.

 

De entre la mezcolanza que era el escenario salió ella, por caracterizarla de alguna manera, pues ese bello ser humano de tersa y clara piel, de pestañas postizas y, luminosos maquillajes, enfundado pues, en su corsé y malla de punto, era un chico; mi chico. Y estaba orgulloso de él. Mi pecho se hinchaba de orgullo cada que recordaba las mil y una voltereta que hice para poder estar hoy acá, en su primera aparición como una reina, mi reina.

 

Con aplausos fue bien recibido (perdón, pero aun no me acostumbro a tratarle como una mujer). A mis ojos sigue siendo el hombrecito esbelto y de rasgos finos que me llevó a la locura y que me trajo de vuelta de ese mágico viaje, no sin quedarse con la mayor cantidad de mi cordura.

 

Me he puesto de pie para yo aplaudirle también. Él me observa con sus hermosos ojos enmarcados con ficticios pigmentos, entonces me dedica aquella mirada, la misma mirada tímida que vi la noche en que confeso su deseo de hacer alguna vez un drag. En esa ocasión me reí sin querer y lo lastimé. Debo sincerarme y decir que soy un hombre tosco y a veces con mis palabras lo lastimaba. Luego, poco a poco aprendí cómo hacer de él la persona más amada.

 

Las luces van apagándose paulatinamente hasta volver de aquella pequeña tarima el sitio perfecto para que mi diosa hiciera su primera aparición.

 

Se ve sólo un reflector de tono rosa; al centro de las cortinas, un micrófono de pedestal y todos estamos en silencio. A mi mente retornan algunas noches en que él cogía una escoba me apagaba el televisor y a acapella daba rienda suelta a su creación. El tímido Carlos que en apariencia se hallaba frente a mí dejaba de serlo y renacía Charlotte; la divertida Charlotte, con sus ojos coquetos y de delicados movimientos, postura seductora. La personificación de ella se fue tornando menos ruda conforme la veía y, yo lo veía más a gusto cuando cantaba mis temas favoritos. Los mejores, o bien, los que mejor le sentaban eran algunas canciones de Rocío Durcal, Juan Gabriel, Yolandita Monje, José José, Amanda Miguel entre unos varios más. Ese tipo de letra tan llena de sentimiento, histrionismo y fuerza; le quedaban como anillo al dedo. Las palabras de Este amor que hay que callar salieron de su apetecible y sensual boca. Gesticulo tan bien ese sentimiento de miedo, de rabia, de ansia por el ser amado que en muchas ocasiones me halle celoso, pero, ¿celoso de qué? De lo ojos que la vería, de los hombres que de alguna manera le ovacionarían, de su talento. Eso parecía una blasfemia a ese amor que por ella he tenido. Dejóse el implemento para limpiar y con sensuales pasos y bastantes vistosos movimientos de caderas llegó a mí. Paso, pues, su mano por mí ya comenzado a encanecer cabello y prosiguió rodeando mi oreja; sus dedos llegaron a mi barbilla, le sonreí, sonrió. Los versos y las palabras fueron totalmente cambiadas. Como han pasado los años me dedico esta vez. Sus pupilas refulgían ilusión, y, los míos, seguramente pasión. Cada vez que Carlos se mezclaba con Charlotte provocaba eso y más en mí. Le adoraba cuando se hallaba así de feliz, me hacía ver que todo valía la pena. La soledad de antaño ahora era un vago recuerdo, desde que ese hermoso y angelical hombre llegara a mi vida la única tristeza y soledad me sobrecogía cuando no estaba a su lado.

 

Se acercó tanto y más a mi rostro, sello sus labios a los míos “te amo” dijo entonces y su voz ya no era la de Charlotte sino la de él; la de Carlos, la del flaquito hombre que conocí una tarde lluviosa, mientras nos refugiábamos en la cornisa de un local. Había decidido salir a caminar un poco, no me encontraba en mi mejor momento y no me apena admitirlo. En realidad, no pasaba por un buen momento desde hacía nueve o diez meses. Desde que era joven siempre fui y he sido un ser solitario; siendo hijo único, me las arreglé para sobrellevar bien esa falta de cariño fraternal, por ende, aprendí a hacer todo por mí mismo. Creía en el amor, claro, pero era un tipo de amor extraño ese que te hace sentir que todo está bien; y no como en el que se sienten mariposas en el estómago y por el cual haces locuras. Jamás amé así o quizá, jamás he amado.

 

Aquel recuerdo lo mantengo aun con tanta claridad que podría jurar que sucedió unas horas antes de entrar al pequeño y concurrido local.

 

La lluvia repentinamente calló sobre todos nosotros, el día estaba fresco, se veía, obviamente, un poco nublado, sin embargo, no se veía que pudiese llover, pero se suscitó y nos aglomeramos en varios sitios. Carlos y yo, que en aquel entonces éramos un par de desconocidos, terminamos frente a un local deportivo. Nunca he sido y, supongo que nunca podre ser un fanático de los deportes o la vida deportiva, más bien, soy del tipo holgazán; sí, de esos que pagan el gimnasio y van una o dos veces cada quince días y a pesar de que hacen tan poco regresan a casa tan adoloridos que deciden no volver, sin embargo, el mes siguiente vuelven a cancelar el pago y siguen de la misma manera. Él muy similar a mi manera de pensar. Nuestra pequeña e infortuna conversación se suscitó muy abrupta (cada que lo recuerdo sonrío tan ampliamente), yo le pisé y él se enfadó, mucho. Por aquella temporada su manera masculina de ser era mucho más que la de hoy día, pero eso no me hace amarle menos, creo que el cambio se fue dando tan lentamente que fui amando todas sus maneras, todas sus formas, todo él. Tampoco pienso negar que la primera vez que observe ese comportamiento tan afeminado me gusto muy poco. Pero ahora puedo decir que lo amo y eso me hace amar los mil rostros de él. Todas sus facetas, todas sus enloquecidas ideas. Estas últimas mis favoritas. Recuerdo bien que ese día fue él que por una de sus ideas endemoniadamente locas habló conmigo, desquiciándome, pero al final, me avergüenza decirlo, hasta mi número telefónico obtuvo. No fueron más de dos o tres días para que tuviera las ganas, suponiendo que siempre tuvo el valor, de comunicarse conmigo. Me mostré reacio, pareció no importarle. Siempre ha sido un tipo obstinado y sabía muy bien que era lo que quería, y me atrevo a decir que en ese caso: a quien quería. Tras conocerlo un poco supuse que era ambicioso y en buena parte lo era, había estudiado derecho y leyes, alternando su trabajo con sus estudios. Fue algo que me agrado. Y mucho lo admitiré.

 

Sacudo un poco mi cabeza recordando que en nuestras primeras conversaciones él no era Carlos, más bien se hacía llamar Charles. Hoy día, Charlotte por su alter ego.

 

¿Cómo ese tipo tan peligrosamente dulce se ha apoderado de mí?, resoplo vencido.

 

Su mano enfundada en un guante largo que le cubría hasta el codo, se pasea suavemente por el largo pedestal. Es muy sensual, Charlotte es una diosa; sabiéndose única y maravillosa. A todos en el recinto les tiene absortos en su actuación. Serán cinco temas, los mismos que hemos practicado en casa, mejor dicho, que ella ha practicado. Esos y otros más, en total me atrevería a decir que son quince, quizá más. Su voz conforme practicaba se fue adaptando rápidamente a todos y cada uno de ellos. Y eso era el mejor regalo que yo podía recibir esta noche. Hoy que yo celebro un año de compañía con el mejor.

 

El melancólico sonido de un clarinete resuena y las palabras de una canción distinta a las que yo estaba acostumbrado ella comienza a cantar.

 

Eres todo en mí, el sol que me ilumina y me hace tan feliz.

La fuerza que conduce mi existir. Solo tu mi amor.

 

 

Sus manos agiles incitaban a todos a postrarse ante ella y, tras el coro su mirada se ensombreció, sus sentimientos, los que aún eran un misterio para mí, en ese momento se hallaban a flor de piel. Sus caderas ensanchadas con un poco de esponja, bajo ese vestido rojo satinado la hacían ver como la misma afrodita. Dulce, dulce diosa virginal con corazón destruido. Canto de sirena perdida, amada y abandonada.

 

En los rostros de todos nosotros se veía reflejado el dolor que nuestra dulce reina quiso transmitir. Y con ese mismo sentimiento acabo su primer acto. Culminaba victorioso.

 

Tras unos escasos momentos en total oscuridad varias finos y pequeños rayos de luces verdes, violetas y azules bailaron por doquier en la sala. Los destellos parecieron lluvia, encegueciéndome a mi como al resto. Lo cual me llevo a la primera vez que salí a una discoteca con él, no solo era mi primera vez con él sino también en ir a una disco gay, tras mucho tiempo. Todo había cambiado desde mi juventud. Por supuesto. Cuando yo era joven, no teníamos la libertad de poder ser nosotros mismos y los que se atrevían eran cruelmente marginados y juzgados. Aunque algunos eran amanerados, otros debimos comportarnos como la sociedad marcaba que fuera por lo mismo. Los muchachitos de ahora vestían tan desigual. Algunos vestían ropas tan apretadas que les hacían ver demasiados maricones, otros en cambio vestían muy casuales, tenían apariencia de ser heterosexuales. Todo el mundo que yo creía estaba de cabeza. Los pronunciados tipos de gimnasio eran pasivos y los delgados y frágiles ahora eran más activos que otra cosa. Lo de etiquetar no era lo mío, pero como habían cambiado las cosas. Sin embargo, ellos disfrutaban su vida tal cual era y Carlos no era la excepción.

 

Con el sonido de un teclado sintetizado, muy acorde a los destellos, y una guitarra eléctrica que emanaba tristeza, fueron los que llevaron la plegaría de Charlotte de que daría cualquiera cosa por volver a ver a un amante ajeno, etéreo, que hoy no estaba y, aunque, fuese un acto bastante vistoso dejaba a primera vista lo doloroso de ese amor. Y lo maravilloso de su talento. Carlos se hallaba sobre ese escenario como lo que deseaba ser, una reina. Y no sólo para mí, como creí, sino para los demás como supuse.

 

Las luces menguaron una vez más con la diferencia que esta vez al centro de la tarima el magnífico porte de mi reina fue bañado por sobre de él con un solo reflector. Una canción que yo desconocía que ella cantaría dio inicio. Sus tonalidades mostraban ese dolor que llevaba tan dentro que uno deseaba salir a su encuentro, acunar entre los brazos a esa pobre avecilla herida. Curarle en ese instante su alma y escuchar de nuevo su dulce trino, que sus hermosas palabras fuesen de amor y fuesen para uno.

 

Era a un amor sin olvido a quien ella cantaba.

 

Y sin más, todos la ovacionamos. Me atrevería a decir, no enceguecido por la conmoción del momento, que la mayoría coreamos la triste canción del divo de México. Y para un hermoso final, la frase te sigo amando sonó maravillosamente bella que creo que, como a mí, a más de uno logró erizar la piel.

 

Insofacto su voz se volvió a escuchar; un día es un día y no quiero volver a casa, fueron los que me dejaron claro que Charlotte había derrocado a mi hermoso Carlos. Abanicando su estandarte victorioso sobre el cadáver de un bello hombre. Y quise llorar, llorar de impotencia; de rabia por alentar este silencioso homicidio. Difícilmente él volvería a mi vida de manera igual a como solía serlo antes. Yo que creía conocerle tan bien, sabía que estaba a punto de llorar. No era a mí a quien ella cantaba ahora. Y me dolía. Su verdadero amor, aquel que hoy no existía más sobre esta tierra le era el motivo que impulsaba a ser la musa de muchos de ahora en adelante. La misma que engalanaba el humilde escenario del local. Al final lloré, y sonreí, ante ese gesto de tan abnegado amor. Deseé, pues, que ella me amara igual.

 

Se tomó unos momentos, dio un par de reverencias y tras tomar un poco de agua y dedicarnos unas cuantas palabras el sonido de los violines y guitarras se precipitaron por los altavoces, entonces ella bailó con los ojos cerrados y con su pedestal. Se veía tan divina, muy encantadora. Sus primeras frases las dijo de aquella misma manera. Era a ese amor eterno a quien ella anhelaba. Sonreía y pensé: ¡Oh, bienaventurado ese ser al cual iban dirigidas estas canciones! Y muy claro estaba que ninguna de ellas era para mí. Aguardé a que su actuación acabase, sin embargo, en ese tiempo vi como una lágrima tímida recorrió su rostro y no hizo por secarla; dejó que su trozo de alma navegara los delicados mares de su rostro y se acercase al abismo del mismo. No había punto de retorno y así lo veía yo. Su amor eterno me llenó de fuerzas el corazón. Charlotte, o Charles, quizá Carlos me enseñaron algo. Sólo hay un amor verdadero; ese que hace sentir en uno sentimientos encontrados. Felicidad al tenerle cerca, ansiedad por compartir más tiempo con él; tristeza en su ausencia y candor en su compañía. Ese amor que yo no había sentido.

 

Más que evidente era que yo no era el suyo y aunque ella se hubiese ganado mi corazón yo no pude ganarme ni la mitad del de ella. Eso me entristeció. No lo evite más y comencé a llorar. Como un chiquillo al cual se le ha arrebatado algo preciado. Las acusadoras miradas de aquellos que en un principio me parecieron rivales, no eran más que pobres almas mortificadas igual que la mía. Algunos la desearían, otros recordarían el verdadero amor y caerían en cuenta de que en esa época de su vida fueron felices; no lo volverían a ser así. Unos cuantos la odiarían por abrir viejas heridas que creían cicatrizadas.

 

Todo parecía haber acabado, pero fue entonces que su andrógina voz, entre mujer y niño en pubertad dijo que en esos momentos haría una última actuación. Agradecía por nuestra atención, la misma que había sido tan atenta. Nos lanzó unos cuantos besos e hizo un par de reverencias. Levantó su vista al techo, todo se ilumino la música inicio y al poco su voz.

 

No puedo ser fuerte, no puedo hoy que tú no estás aquí.

Mendigo sonrisas, me duele hasta el aire que choca en mí.

Conmigo no suenan los chistes que un día contigo aprendí.

Me envuelve este frío, me matan las horas, me matan.

 

Parece que tú te llevaste mi mundo contigo también.

Procuro otras calles, pero siempre llego a las mismas de ayer.

No hay nada que logre bórrate un minuto en mi vida.

Tengo tanto cielo, pero soy un ave perdida.

 

Extrañándote, solo vivo extrañando tus besos y tu mirada sí.

Extrañándote, me quede desde el día que te fuiste, solo extrañándote.

 

 

“Para aquellos que no logramos olvidar a ese verdadero amor es esta canción”, dijo sonriendo de manera tan distinta a la que yo estaba acostumbrado.

 

No hay nada que logre borrarte un minuto en mi vida.

Tengo tanto cielo, pero soy un ave perdida.

 

Extrañándote, solo vivo extrañando tus besos y tu mirada sí.

Extrañándote, me quede desde el día que te fuiste, solo extrañándote.

 

 

Acabo su última actuación con ambas manos sobre el micrófono y las luces fueron menguando tan lánguidamente hasta quedar en total penumbra el local. Muchos, sino la mayoría, le aplaudimos, la dimos una evocación como la que se merecía por lo que era ahora. Era una diosa, era una reina. Todos sabíamos aquello. Había nacido una estrella y era dulce, mi dulce reina.

 

Le dediqué una anónima reverencia y así, con el corazón herido me encaminé a la entrada del lugar, la que ahora era mi salida de su vida. Me habían vencido en una lucha que no sabía que estaba luchando. Vire un poco y le observe por una última vez con su delicada figura ayudada con un poco de esponja. Su lustroso vestido rojo, sus guantes a juego; su bello rostro bien maquillado y su voluptuosa, casi viva, cabellera roja. Decidí volver, sin embargo, sabía que ya no era para mí. Creo que jamás lo fue. Salí del recinto con tanta soledad que la misma creí me aplastaría, pero no lo haría la vida a veces le gustaba gastarse bromas en uno. Lo que ocurría afuera y lo que no se esperaba era la lluvia. Una lluvia de gotas gordas que lo empapaban a uno en un santiamén.

 

Llovía tanto que podría jurar que el cielo, mi cielo, se veían abajo. En picada.

 

La lluvia, hacía un año, nos acercó y ahora; me alejaba cobardemente con una intensa lluvia que se llevaba mis pecados, mis sueños y mi ilusión. Camine, abatido, por varias calles sin rumbo alguno. Frente a mis ojos estaba aquel parque, sitio en que tuvimos nuestra primera cita. Me invadió una nueva oleada de nostalgia.

 

De pronto me sentí colérico. Repasando este tiempo me di cuenta que Charlotte había asesinado a Carlos frente a mis ojos, tan descaradamente, y yo no hice nada por evitarlo.

 

Detuve un taxi y me dirigí a casa. En el trayecto todos los recuerdo se aglomeraron, y las esperanzas me abandonaron. Fue muy triste he de admitir, pero era parte de la vida. Perder para renacer. Al llegar a nuestro antiguo hogar todo parecía distinto, aunque todo estaba en el mismo sitio. Era su sonrisa, la que siempre me recibía, la que hoy faltaba. Me deshice de las prendas mojadas y me metí a la cama. Cerré los ojos.

 

Soñé con ella, con él, con ambos.

 

Sus brazos me abrazaban tan gentilmente a mí, sus caderas pegadas a las mías lo hacían tan mío, y, entre mis piernas las de él. Su rostro acunado en mi pecho. Podía sentir sus manos paseándose por mi espalda; lo que me llenaba de inmensa felicidad, pero de un momento a otro se desvanecía como neblina. Entonces despertaba transpirado. Así se repitió por toda la larga noche, tras despertar del tercer sueño me dedique a sonreír ante su recuerdo.

 

 

 

 

Meses después

 

Tras aquella noche Carlos volvió una única vez a casa, lo hizo para recoger las cosas que yo ya había metido en cajas, depositando tanto sus cosas como parte de mi amor en cada una esperanzado que él pudiese sentirlo y abdicar a esa locura que era abandonarme. No sucedió.

 

Hoy mientras bebía una taza de café negro he visto que Charlotte en verdad fue mucho más fuerte que él y ganó. El pobre Carlos dejó de existir, esa sirena se bañó al final con su sangre. Intento superar la noticia que ella dejo de ser él y que mi amor así tuvo que perecer. Pero en realidad me afecta más de lo que creía. Cierro los ojos y me pongo a recordar.

 

El recuerdo de Carlos en mi vida me hizo sonreír.

 

El recuerdo de Charlotte hizo de mi lo que no pedí.

 

Ella era mi dulce reina y moriría de poder ser así para que hoy estuviera a mi lado. Y poder ser feliz. 

Notas finales:

Notas de autor

 

 

Hace mucho que no tenía espacio para escribir una nota como esta, primeramente “Hola” y “Gracias” por seguir allí esperando algún desvarió mío. Pasando de ello, quiero aclarar que mi dulce reina, se comenzó a gestar, como muchas de mis otras historias, tiempo atrás; poco más de un año. Tuve la oportunidad de hablar con un chico que a veces era vestida, como le decimos en mi país a las drag. Las pocas historias que me contó fueron una mezcla entre su propia gloria y su tristeza. Pero como bien saben, soy dramático y melancólico (perdónenme) por ello mi dulce reina sólo actuó una vez en mi cabeza, brillo, me enamoro y luego se desvaneció como bruma al viento. Aclarado eso, también debo comentar que al inicio la historia no tenía tantos temas y tanta música, pero, soy un adicto a esa droga hermosa que es la música, y el día que volví a retomar la historia pasaba por una mala racha, mis más cercanos saben el nombre y razón por la cual terminé así, pero eso es punto y aparte.

Las canciones que aparecen, son en lo personal muy buenas y estoy completamente seguro que, a Charlotte, que en algún lado estará, le sientan muy bien. Ella las canta como toda una diosa, como una reina.

 

 

 

Félix Esquite

19/11/15

 

 

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Gracias por leer y feliz año nuevo.


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