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my church offers no absolutes (traducción) por mcass

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Notas del fanfic:

Este fic está disponible en mi Dreamwidth para quienes prefieran leerlo allí. Naturalmente, cuento con la autorización de la autora para realizar esta traducción. 

El título puede traducirse como "mi iglesia no ofrece dogmas".

Notas del capitulo:

Nota de la autora: Este trabajo contiene menciones de homofobia y trata temas religiosos. Muchos. No tengo intención de ofender a nadie con las cosas que digo, porque yo también soy religiosa, pero estas son más que nada mis opiniones sobre ciertas cosas. Inspirado en gran medida por “Take Me to Church” de Hozier, ¡escúchenla por favor!

«Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño».
—Paulo Coelho


Jungkook tiene quince años cuando sus padres lo llevan a la inauguración de la casa del pastor.

Ve la puerta principal de roble macizo, su evidente capa de barniz fresco sobre la madera, el pequeño crucifijo de metal colgado sobre el marco emitiendo un débil destello bajo la luz del porche.

El pastor tiene una sonrisa cálida, y manos con las cuales Jungkook está familiarizado. Se siente como en casa, su mano entrelazada con la de este ejemplar hombre de Dios, la brillante promesa del Cielo provocándole un hormigueo en la lengua y mezclándose con su tímido “hola”.

—Muchas gracias por acompañarnos esta noche —dice el pastor Kim, y Jungkook hace una reverencia por segunda vez, dando un paso al costado fuera de su vista para permitir que sus padres se encarguen de socializar por él.

Al dar un vistazo a su alrededor, reconoce a varios miembros de la iglesia a la que ha asistido desde que tenía cinco años, y siente un impulso inexplicable de bajar la cabeza, de impedir que lo vean.

El primer recuerdo de Jungkook consiste en el pastor Kim sujetándolo por debajo de la superficie de una pequeña piscina. Lo recuerda: es una depresión en el suelo, escondida ingeniosamente bajo la tabla de madera que hace las veces de pasarela en mitad del parque infantil de la iglesia. Un mal encubierto.

Todos estaban sonriendo y Jungkook se sentía frío, caliente sólo bajo su piel, mientras el pastor Kim susurraba una oración con voz grave. De sus labios escapaban pequeños balbuceos; estaba confundido ante el hombre que había intentado ahogarlo cuando todos le habían enseñado que podía confiar en él. Sus pulmones ardían y sus ojos rojos escocían a causa de las violentas lágrimas cuando por fin logró dejar de toser. 

Bautismo, así lo llamaron. Ahora estás unido a Dios, Jungkook. Ahora eres salvo.




(Jungkook ha estado intentando averiguar el significado de la salvación desde entonces).




Se sirve un vaso de jugo de naranja y se apoya contra la pared, lejos del bullicio de las conversaciones adultas.

—Parece que hubieras cometido el peor de los pecados.

Jungkook se sobresalta, y el vaso de jugo de naranja a medio terminar se le resbala entre las manos hasta que se calma lo suficiente y lograr aferrar el borde antes del desastre.

El chico tiene una extraña sonrisa rectangular, y le habría resultado inquietante si no fuese por las suaves arrugas de sus ojos, que lo tranquilizan. Su aura parece emanar inocuidad.

—Bueno… —Jungkook responde finalmente, su voz ronca y áspera por la falta de uso—. Te equivocas.

—Entonces no hay razón para que te escondas al lado de la cocina, ¿no? —Tiene una voz grave, reconfortante, de una cadencia juguetona pero amigable, y Jungkook se siente a gusto con él inmediatamente. 

—No me gustan mucho las multitudes.

—Ah.

Permanecen así, el chico inclinado contra el muro de enfrente, Jungkook tomando sorbos del jugo de forma lenta y sin apuro, con el rumor de las conversaciones del salón como música de fondo.

—¿Quieres salir de aquí?

Jungkook levanta la mirada, una chispa de curiosidad y alivio en su propia sonrisa, y el chico lo invita a seguirlo con tres movimientos consecutivos de su dedo índice, dándose la vuelta sin decir una palabra. Jungkook obedece.

Hay un jardín, cuando se escabullen por la puerta trasera; una considerable extensión de tierra con césped recién cortado, y Jungkook observa cómo el chico se deja caer de espaldas justo en el medio, brazos y piernas extendidos, y le indica que se una a él.

—Mira. —Sus ojos están vidriosos, como si de repente estuviese lejos de allí, y Jungkook mira hacia el punto que señala con su mano, explorando la llanura de estrellas derramadas en la tinta de la noche—. ¿No es hermoso?

—Impresionante —concuerda Jungkook con un murmullo, levantando el brazo sin darse cuenta para trazar las líneas entre los espacios de cada estrella resplandeciente.

Puede que haya pasado una hora, quizá dos, pero se siente como un minuto.

La puerta trasera se abre y el pastor Kim está parado en la entrada, su silueta tapando la tenue luz naranja que inunda la cocina a sus espaldas, y Jungkook levanta la cabeza del césped en el que se encuentra tumbado, sus mejillas ligeramente sonrosadas de vergüenza.

—Oh, Jungkook —dice el pastor Kim como si estuviera sorprendido de encontrarlo allí—. ¿Qué están haciendo aquí?

El chico se ha sentado erguido, pasándose una mano por el pelo para quitarse las hojas que se le han enredado en él, y una pequeña parte de Jungkook desearía que se las dejara allí, porque lo hacen lucir bien (etéreo, de otro mundo), pero no lo dice en voz alta. 

—Estaba mostrándole las estrellas.

El pastor Kim suspira resignado y les dice a ambos que regresen adentro, porque la noche está fría, y no queremos que ninguno de ustedes se enferme.

Jungkook deja que los dedos del chico se paseen por su cabello, permaneciendo quieto ante el leve roce de las yemas contra su cuero cabelludo cuando intenta desenmarañar cada hoja.

—De acuerdo, vamos. —Ahí está esa sonrisa otra vez, y Jungkook no aparta la mirada de la curva de sus labios mientras se internan nuevamente entre la muchedumbre.

Con el pasar de las horas, Jungkook se entera de que el chico se llama Taehyung. Kim Taehyung, diecisiete años (“Llámame Taehyung”), hijo del pastor. El pastor Kim no es de dar muchos detalles, así que Jungkook decide jugar un juego de veinte preguntas con Taehyung, alejados en un rincón de la casa, sentados frente a frente de piernas cruzadas.

—Libro favorito. —Jungkook lo escruta con la mirada, disfrutando cómo el chico titubea una respuesta.

—No puedo responder eso.

—¿No lees?

—No —Taehyung está absolutamente espantado ante la acusación de Jungkook—, por supuesto que leo. Simplemente no puedo escoger un favorito, hay demasiados libros buenos allí afuera.

Se hace un silencio, y Jungkook asiente.

—Tienes razón. —Y prosigue—: ¿No estás en buenos términos con tu padre?

Se arrepiente de decirlo en cuanto las palabras salen de su boca, y la risa de Taehyung se atenúa ligeramente, convirtiéndose en una débil sonrisa.

—¿No te han dicho?

—¿Decirme qué? —Jungkook se arrima, escuchando el secreto aun antes de que sea revelado.

—Nací enfermo —la voz de Taehyung es suave, triste incluso, y Jungkook la compara con forzar dos piezas de un rompecabezas que claramente no encajan—. Escuché a mi padre decirle eso a mi madre, una vez.

Más tarde, cuando Jungkook se pone las zapatillas y sigue a sus padres hacia el coche, se estira y aprieta la mano de Taehyung para tranquilizarlo, observando cómo sus ojos se abren de la sorpresa.

—A mí me parece que eres perfectamente normal —dice Jungkook, y Taehyung deja escapar una risita.

—Gracias. —Retira la mano de su agarre y le regala una sonrisa (Jungkook se sorprende a sí mismo queriendo sujetarlo unos minutos más)—. Yo también lo creo.




La luz es de un azul pálido; fragmentos brillando, como cristales rotos, en el suelo del santuario donde cae el sol por los vitrales coloridos detrás del pastor Kim, quien está hablando de crecimiento espiritual y de cómo encontrarse a uno mismo.

Jungkook es totalmente consciente de lo cálido y familiar que le resulta la cabeza de Taehyung contra su hombro, un hábito que el mayor ha cultivado los últimos tres años, especialmente durante los sermones.

—Ey —susurra Jungkook, bromeando—, Dios lo ve todo.

—Entonces verá mis sentimientos —la voz de Taehyung es un murmullo medio dormido, pero aún así sarcástico, y Jungkook se ríe por lo bajo hasta que el otro lo toma por el brazo repentinamente—. Yo también tengo algo que mostrarte, es una mejor vista que… —Taehyung gesticula vagamente hacia el resto de los bancos y los demás presentes— …esto.

No importa qué tan ridículos suenen, Jungkook jamás se ha arrepentido de participar en los planes de Taehyung.

Los gatitos son blancos como la crema y están salpicados de castaño en el lado izquierdo de sus cabezas y orejas.

Jungkook parpadea, gratamente sorprendido, mientras Taehyung se agacha y toma uno entre sus brazos, ofreciéndoselo al menor.

—Oh —exclama Jungkook, confundido, pero acepta al gatito entre sus brazos, permitiendo que le toque la mejilla con la pata—. ¿Hace cuánto están aquí?

—Los encontré esta mañana. —Taehyung tiene al otro caminando sobre su pecho, él mismo tirado panza arriba en medio del cementerio, y Jungkook se estremece ante las implicaciones—. Adorables, ¿no crees?

Jungkook asiente y demuestra su acuerdo recostándose al lado de Taehyung, dejando que los gatitos se acurruquen entre ellos, mientras se voltean para mirarse, tierra y pasto en sus cabellos. 




(—¿Quieres salir de aquí?)




—¿Qué planeas hacer luego de la secundaria? —Los ojos de Taehyung son oscuros, curiosos. Intensos, y Jungkook siente un cosquilleo debajo de la piel, las palabras de Taehyung grabándose en sus venas.

—Universidad.

—Expláyate.

Taehyung siempre ha tenido una risa que cautiva a Jungkook. Profunda, meditada, con un rastro de tentación, como si estuviese invitándolo a reír con él, a perderse en los sonidos. En todo caso, entiende por qué existe la tentación, y por qué a veces se puede malinterpretar como salvación.

—Creo que quiero estudiar el universo. —Jungkook se da la vuelta, sus ojos dirigiéndose hacia el cielo donde el azul es hondo e infinito, y la vibración del ronroneo de los gatitos lo mantiene anclado al momento, ambos acostados entre las tumbas de piedra del cementerio. Mórbido, nostálgico—. Astrofísica y astronomía. Quiero saber por qué las cosas son como son.

—El universo… —Taehyung repite, y suena distante—. ¿Te mudarás a una residencia estudiantil?

—Nah, creo que iré a una universidad de por aquí.

—Mm.

Permanecen así, hasta que Taehyung habla otra vez (Jungkook había estado dormitando, y se despierta con un sobresalto).

—Ey, ¿Jungkook?

—¿Sí?

—¿A dónde crees que van todas estas almas, cuando alguien muere?

Se hace una pausa, y entonces Jungkook dice:

—¿Cómo voy a saberlo? Tu padre es el pastor, ¿no dice que van al Purgatorio?

—Eso es lo que dicen. —Y ahí está, el fuego en los ojos de Taehyung. Arde desesperadamente, y ahora se encuentra más cerca, su aliento acariciando la mejilla de Jungkook—. Pero, ¿es verdad?

—Si no lo es, entonces sus vidas enteras habrán sido una mentira.

Da un vuelco un corazón; cuál de los dos, no saben con seguridad. Tal vez haya sido el de Taehyung, tal vez el de Jungkook.

(Tal vez ambos).

—¿Ves? Ese es el problema. —Taehyung se incorpora, acunando al gatito durmiente en su regazo, dedos arrastrándose por su pequeño y frágil cuerpo—. Nunca lo sabremos, porque los únicos que tienen la respuesta son incapaces de decírnoslo.

—Taehyung.

—¿Quieres saber por qué dicen que nací enfermo? —La cara de Taehyung está a centímetros de la suya, y Jungkook no se da cuenta de que está aguantando la respiración hasta que separa los labios para inhalar, súbito y profundo—. ¿Por qué no soy normal, por qué no soy como los demás, por qué nací siendo un pecador?

Jungkook susurra: 

—¿Por qué?

El tiempo se arrastra como tierra en un reloj de arena, atascándose en el cuello. Los labios de Taehyung se sienten cálidos y suaves contra los de Jungkook, y ambos tienen los ojos semiabiertos, curiosos y ruborizados por lo nuevo de la situación.

Taehyung es el primero en romper el contacto, y se muerde el labio con la cabeza gacha como avergonzado, acariciando al gatito tan fuerte que éste larga un gemido quejumbroso. Hace amago de hablar, presumiblemente para disculparse—

(En ese momento, Jungkook decide que nunca va a permitir que Taehyung se disculpe por algo que no debería considerarse malo. Nunca, nunca permitirá que Taehyung se disculpe por enseñarle que hay mucho más en este mundo).

—Yo creo que eres perfectamente normal —dice Jungkook. Se inclina otra vez y toma el rostro de Taehyung con sus manos, vacilando una décima de segundo antes de unir sus labios una vez más. Asustado, nervioso, pero seguro. Jungkook nunca ha estado más seguro de algo en toda su vida.

Taehyung se roba el sol y lo exhibe en su sonrisa.

—Yo también lo creo.




(—Ey, ¿Jungkook?

—¿Sí?

—¿Por qué crees que hay ciertos tipos de amor que se consideran pecado?

—Yo nunca he estado de acuerdo con eso.

—Pero seguro te preguntas por qué. Por qué algunos tipos de amor son impíos, perversos. Por qué la gente mira ciertos tipos de amor con desprecio y desagrado, y dicen que son un error.

—Ningún amor debería considerarse un error, el amor es el amor. Todos pueden amar, todos pueden amar a quien sea.

—¿A quien sea?

—A quien sea.

—Pero todos pueden enfermarse
.)




Yemas de los dedos como plumas de puntas negras, aliento cálido que arde como cenizas sobre piel pálida. Jungkook está en llamas, embriagado de los labios de Taehyung, el fuego del infierno hirviendo lento e intenso en su estómago, las serpientes enroscándose.

Y Taehyung.

Taehyung besa como si fuera el demonio: caliente, húmedo, esperanzador. Agridulce; y él es tan vulnerable, tan confiado y tan abierto, que Jungkook no ha aprendido más que a recibir.

Pide y te será dado, Jungkook recuerda haberlo visto en la Biblia, una mera ojeada a los versos resaltados a medida que el pastor los mencionaba, y recuerda que se estaba mordiendo los labios, porque la cabeza de Taehyung estaba entre sus rodillas, sonriendo socarronamente contra su piel punzante. Un verso magnífico, Él es Todopoderoso. Jungkook musita:

—Abre las piernas para mí. —Y Taehyung gimotea, separando los muslos. Fácil, tan fácil.

Jungkook introduce sus dedos, fríos e impregnados de lubricante, y absorbe cada gemido que Taehyung le ofrece desde el santuario que es su boca.Busca y encontrarás. Sus dedos son incoherentes, temblorosos, y Jungkook todavía está buscando qué significan sus manos entrelazadas, Taehyung aferrándose fuertemente a la suya, puño cerrado, nudillos blancos como hueso.

Cuando levanta la mirada, sólo apenas, la habitación es una nebulosa de blanco y negro; las sábanas se arrugan debajo de ellos cuando embiste con tanta fuerza que la espalda de Taehyung se desliza hacia arriba sobre el colchón.

Sólo pueden amarse aquí, en la seguridad del apartamento de Taehyung, ocultos de las miradas reprobadoras y las malas lenguas. Jungkook suele aprisonar a Taehyung contra la puerta de entrada mientras éste busca a tientas la llave y la encaja en la cerradura, ambos moviéndose a tropezones con sus labios conectados como si estuviesen hechos el uno para el otro.

(Es algo que decidieron cuando Jungkook empezó la universidad, y ahora, dos años después, sigue siendo así. Eran el uno para el otro. Todavía lo son).

El recuerdo es vívido y doloroso; siente como una alerta de tormenta en la base del cráneo cuando piensa en su padre diciéndole que se aleje de Taehyung.

—Es el hijo del pastor, lo sé. —Levantó una mano a pesar de las protestas de Jungkook—. Pero es diferente, no es como nosotros. Será mejor que no pasen mucho tiempo juntos.

—Ama a tu prójimo como a ti mismo —escupió Jungkook, encogiéndose de desesperanza, con dieciocho años y hundido bajo el suelo por el peso de la opresión paterna—. Eso es lo que aprendimos, ¿o no?

—Es una mala influencia.

A estas alturas, ya todos saben que cuando eres joven no tienes voz y voto en nada.

—Las personas son fácilmente influenciables, Jungkook. Somos muy susceptibles a la tentación y al pecado. No deberíamos ponernos a prueba.




(—Yo creo que eres perfectamente normal.)




Las uñas de Taehyung dejan lunas crecientes blancas, atenuadas, en los brazos de Jungkook; y los labios de Jungkook se han arrellanado en su cuello, mordisqueando moretones en su piel pálida, cada nueva marca mereciéndole un gemido ahogado, la espalda de Taehyung arqueándose.

—Jungkook —jadea, y con una embestida de sus caderas Jungkook le quita las palabras de la boca, las devora como si fueran una plegaria que no quiere que Dios escuche—. Por favor.

Taehyung le ofrece su cuerpo, y Jungkook lo acepta, ve el universo implosionar sobre sí mismo, desparramando estrellas frente a sus ojos.

A Jungkook le recuerda a cuando tenía ocho años y vio las perlas marmóreas del rosario de su madre caer al piso, una por una, golpes cortos y secos contra el suelo de parquet de la casa.

Taehyung se deshace debajo de él, muerde su labio inferior, y Jungkook usa su propia boca para persuadirlo de que abra la suya, empapándose de cada sílaba rota, cada “Dios, por favor” que escapa de los labios de Taehyung.

Jungkook no es ateo, y es probable que su religión radique en la forma en que Taehyung ha hecho de su nombre una oración.

—Te amo —dice Jungkook.

Y Taehyung se lo repite sin vacilar.




(—Yo también lo creo.)




Un par de brazos rodean la cintura de Jungkook mientras éste intenta hacer un hueco para sus apuntes dentro de la mochila, y se sobresalta, casi golpeándose el hombro contra la puerta del auditorio.

Se escucha una risa, bajita y ahogada contra la espalda de Jungkook, y deja escapar un suspiro, mitad avergonzado mitad exasperado.

—Taehyung.

—Hola. —Taehyung porta una sonrisa cuando Jungkook se gira para envolverlo en un abrazo, apoyando su barbilla sobre el hombro del mayor—. ¿Cansado? ¿Quieres ir conmigo a la cafetería? 

Jungkook siente un calor en el pecho (sólo un poco, todavía le queda algo de cordura) cuando Taehyung retrocede, largas pestañas rozando sus pómulos. Alcanza a escuchar a un imbécil susurrando “maricones” cuando pasa por al lado, y sus puños aferran con fuerza la camisa de Taehyung, que se remueve incómodo.

—Por supuesto —la voz de Jungkook suena grave, afligida y llena de tensión, pero sabe que no puede meterse en una pelea y correr el riesgo de que sus padres descubran su relación—. Vamos a la cafetería.

La sonrisa de Taehyung es como la luna, pero hoy, Jungkook siente que está menguando; pequeña, fina, una curva apenas visible.

El vaso desechable calienta las manos de Jungkook, pero los dedos de Taehyung se ven fríos, sus uñas raspando la mesa distraídamente, ambos chicos escondidos en una esquina de la cafetería.

—Ey —Jungkook murmura, estirando el brazo para entrelazar sus dedos, sosteniendo la mano de Taehyung con fuerza—. ¿En qué piensas?

Taehyung luce inquieto, levanta la mirada; aprieta los labios en una fina línea, y los bordes de sus ojos se arrugan con una sonrisa que no llega al corazón.

—No es nada interesante.

Jungkook quiere decir algo más, pero se limita a asentir y comentar “ya veo”.

—¿Cuáles son tus planes para el futuro? —Taehyung mantiene la cabeza gacha, mirando fijamente la superficie de la mesa mientras desliza el mocachino de una palma a otra, el roce del papel contra la mesa produciendo un sonido ahogado—. ¿Vas a pasar el resto de tu vida así, conmigo, huyendo de todo y mintiéndole a tu familia?

Una parte de Jungkook quiere acercarse y tomar el rostro de Taehyung entre sus manos, pero otra parte de él tiene miedo y es inmenso, un peso en su pecho que suelda sus manos al borde de la mesa, piel derritiéndose sobre la madera porque no, alguien nos verá y será el fin.

—Yo-

—Dios no es ciego —interrumpe Taehyung, y cuando por fin levanta la mirada sus ojos están llenos de tristeza. Su sonrisa está llena de tristeza; luce tan cansado que a Jungkook le resulta físicamente doloroso mirarlo—. La verdad es que no tengo futuro, nací sin uno. Pero tú… —estira el brazo y agarra la mano de Jungkook; está fría—, tú tienes todo por delante. Todavía no es demasiado tarde para ti, Jungkook. No tienes que condenarte conmigo.

El silencio entre los dos es sofocante.

Y entonces Jungkook se estira sobre la mesa y presiona sus labios contra los de Taehyung firmemente, sin importarle el profundo silencio que se hace en toda la cafetería o la pequeña exclamación que escapa de la boca de Taehyung antes de que deje de respirar.

Jungkook rompe el beso, le dice que es un idiota, y en cuestión de segundos están tomando sus cosas y escapándose de ese café y de cada uno de los pares de ojos que los observan con desprecio, rogando a todos los cielos que ninguno de los clientes asista regularmente a su iglesia.

Más tarde, parados frente a la puerta del apartamento de Taehyung, Jungkook lo acorrala contra la pared y lo besa otra vez. Lento, dulce, doloroso. Le dice:

—Te amo, Taehyung. No me importa una mierda mi familia, ni mis amigos, ni Dios —respira pesadamente, y es consciente de que luce asustado—. Que se vayan a la mierda —sus labios rozan los de Taehyung, temblorosos—, si no nos dejan ser felices.

Taehyung se limita a decir, en voz baja: 

—Las paredes oyen.

Se quedan allí, cavilando en silencio, embebiéndose el uno del otro, asimilando todo lo que tienen en ese momento, y entonces Taehyung baja la cabeza y masculla:

—¿Pasarías la noche conmigo?

Jungkook dice que sí, porque nunca se niega.

Taehyung está recostado en la cama mientras Jungkook habla por teléfono con su madre para avisarle que va a pasar la noche en la casa de un amigo porque tienen un trabajo grupal que terminar. La llamada finaliza sin contratiempos, y cuando Jungkook se mete debajo de las sábanas, Taehyung se permite acurrucarse en sus brazos, descansando la cabeza en el cuello del menor y apoyando la mejilla contra su piel cálida, familiar, con aroma a jabón de menta.

Se duermen así, envueltos el uno en el otro, perdidos en su propio mundo; y entonces los rayos de sol se inmiscuyen entre las cortinas, queman feroces (casi con rabia) los párpados de Jungkook hasta que despierta y se deleita contemplando el castigo eterno.




(—¿A dónde crees que van todas estas almas, cuando alguien muere?

—¿Cómo voy a saberlo? Tu padre es el pastor, ¿no dice que van al Purgatorio?

—Eso es lo que dicen. Pero, ¿es verdad?

—Si no lo es, entonces sus vidas enteras habrán sido una mentira.

—¿Ves? Ese es el problema: nunca lo sabremos, porque los únicos que tienen la respuesta son incapaces de decírnoslo.
)




El coro va por el primer canto cuando Jungkook sube las escaleras del santuario corriendo. Al mirar hacia arriba, nota que el acomodador acaba de cerrar la puerta, y una parte de él se pone muy nerviosa; es algo que le ha sido inculcado desde pequeño.

Una mano le sujeta la muñeca, y Taehyung está observándolo desde la pared; baja las escaleras arrastrando a Jungkook con un destello travieso en sus ojos que complementa la confusión en los de Jungkook, quien a pesar de todo alza las cejas con curiosidad. Le divierte, tal vez. Taehyung siempre ha tenido un comportamiento peculiar.

Jungkook se da cuenta de que Taehyung lo está llevando a las playas del estacionamiento. Se dirigen hacia su coche.

—¿Vamos a algún lado? —Jungkook mantiene la voz estable y tan neutral como puede, aunque aun así se le escapa una risita incrédula—. ¿Es urgente?

—Definitivamente. —Taehyung tira de la puerta para abrirla y se trepa al asiento trasero (el pulso de Jungkook se acelera ante tal descarada invitación, y no va a negarse bajo la excusa de que preferiría volver a misa y escuchar un sermón que critica todos sus principios), sus ojos ensombrecidos por su flequillo y sus labios arqueados en una ligera sonrisa.

Jungkook traga saliva, porque ¿qué estás haciendo, Taehyung?

Arrugas se forman en los costados de sus ojos; Taehyung aferra la camisa de Jungkook y lo jala hacia el interior del coche, y Jungkook se deja llevar, adormecido, con fuertes palpitaciones llenando sus oídos. Se escucha un susurro; Taehyung está susurrando, y sus labios rozan el cartílago de su oreja antes de tomar el lóbulo entre sus dientes. Dice:

—Rinde culto en el dormitorio.

—Esto difícilmente puede considerarse un dormitorio. —Pero Jungkook gruñe y se aleja para observar a Taehyung yaciendo debajo de él y por Dios, Taehyung es la perfección encarnada con sus mejillas sonrojadas y sus ojos entornados, desenfocados. Es hermoso, y Jungkook está jodidamente seguro de que no hay en el Cielo ángel más dulce.

Es incómodo: el coche de Jungkook es un pequeño Volvo plateado cuya pintura está descascarándose alrededor del parachoques, y las varias raspaduras en los costados probablemente provengan de sus propias llaves o de los botones de sus pantalones (porque a Taehyung le gusta cuando se besan sobre el capó), pero se las apañan. 

Han aprendido a aceptar todo lo que la vida les ofrece, aprovechando todas las situaciones; como ahora, Taehyung con una pierna sobre el hombro de Jungkook, camisa levantada hasta su pecho y pequeños gemidos escapando de sus labios entreabiertos mientras Jungkook delinea su pezón izquierdo con la punta de la lengua.

—Dios —jadea Taehyung, y Jungkook deja lo que está haciendo para robarle de la garganta cualquier sílaba subsecuente.

Cuando rompe el beso, Jungkook sonríe satisfecho, rasgando con torpeza un paquete de lubricante que encontró (como era de esperarse) en el bolsillo trasero de Taehyung.

—Agradecería que dijeras el nombre correcto.

Jungkook inserta dos dedos a la vez, y Taehyung gime contra el hombro del menor mientras éste explora su interior con las puntas de sus dedos, raspando suavemente con la uña, embriagado de los gimoteos abruptos e incontrolados que Taehyung trata desesperadamente de dominar. 

Y junto con el placer, Jungkook es consciente de cuán sacrílego es lo que están haciendo. El crucifijo de metal en el techo inclinado de la iglesia proyecta una sombra sobre el coche, ominosa, como una advertencia.




(—¿Has pensado alguna vez que quizá deberíamos parar?)




—Jungkook —suplica Taehyung, y a Jungkook ya no le importa, apenas registra el suave vaivén del coche con cada impulso de sus caderas.

Lento. Tan lento, y tan cuidadoso. Jungkook se toma su tiempo, observa cómo Taehyung se deshace debajo de él, cómo su espalda se arquea cuando Jungkook se entierra en él, duro y profundo. Dice “por favor, por favor, por favor” como si estuviera implorando la salvación, y Jungkook no es quién para denegárselo, precipitándolos a ambos por el acantilado de lo desconocido, sin saber adónde terminarán.

Taehyung guarda silencio, y Jungkook los limpia a los dos con un par de pañuelos que ha arrugado en su mano. Presiona sus labios contra los de Taehyung, y es un beso lento, cálido y húmedo; sólo se separan cuando escuchan el reloj de la torre anunciando el mediodía.

—¿Por qué? —Jungkook exhala—. ¿Por qué es un pecado?

El silencio desciende sobre ellos como polvo, y durante varios minutos Taehyung rehúye su mirada.

—Cómo es posible que esto… —Jungkook se estira y aferra la mano de Taehyung y se da cuenta de que el otro está temblando violentamente; ahora lo nota, el débil estremecimiento de sus hombros y la rigidez de sus labios sellados con fuerza, como si tuviera miedo de decir algo—. ¿Cómo es posible que el amor sea un pecado? 

—Jungkook-

—Te amo, maldita sea. Realmente te amo.

Taehyung rompe en llanto y Jungkook lo acoge en sus brazos, el dulce aroma de su piel calándole los pulmones, hasta que por fin se calman, sus respiros semejándose a estática en el encierro del coche.

—Lo siento —susurra Taehyung, y es casi un sollozo—. Lo siento por haber manchado tu halo.

(Varias horas después, mientras Jungkook está cenando con su padres, cae en la cuenta de que Taehyung nunca le respondió “te amo”).




(—¿Parar qué?

—Esto. Lo nuestro.

—Nunca. ¿Tú sí?

—Todo el tiempo.

—Oh.

—No deberías haberme conocido, voy a arruinarte. Eres perfecto, tan perfecto, y te amo tanto, pero no vale la pena que pierdas tus alas por mi culpa.

—No seas idiota.

—Voy a arrastrarte al Infierno conmigo.

—Iría a cualquier lado contigo, lo sabes bien. Nada vale la pena sin ti.

—Podrías tener el cielo, las estrellas. El sol. Podrías tener el mundo entero.

—Tal vez tengas razón, pero si no fuese por ti, nunca habría conocido todas esas cosas.

—No hay forma de salir del Infierno. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé. Tu padre nos lo recuerda todas las semanas.
)




Se dice que las peores cosas llegan, como una carga retrasada en un puerto, cuando menos te lo esperas. Se acercan sigilosamente, y sus fríos dedos se ciñen alrededor de tus tobillos, tirando de ti con tanta fuerza que pierdes el equilibrio. La calma antes de la tormenta. Aparecen de la nada, sin previo aviso, y han sido diseñadas para destruir.

Jungkook acaba de salir de la ducha, con una toalla alrededor de su cintura y el cabello todavía húmedo, cuando ocurre.

Su padre está parado al pie de la cama con el teléfono de Jungkook en la mano, la pantalla iluminada con un nuevo mensaje. Levanta la cabeza y Jungkook ve la tormenta que se avecina en sus ojos, ve la calma tensándose, agrietándose como fisuras en vitrales blindados.

—¿Qué has hecho?

No es una pregunta, porque Jungkook sabe que su padre sólo exclama “¿qué has hecho?” de manera retórica, cuando ya sabe cuál es el crimen. Es consciente de esto, y todavía puede sentir el bambú que partió contra su muslo cuando tenía ocho años por saltarse el colegio para jugar fútbol con sus amigos.

El silencio es seguridad. El silencio es bueno, porque entonces su padre no tiene nada para regañarlo, nada a lo que aferrarse y nada que rebatir. Así que Jungkook se queda en silencio.

—¿Acaso tienes idea de qué es lo que estás haciendo?

Su padre ha dado vuelta el teléfono, y la mirada vacía de Jungkook se enfoca en la pantalla de bloqueo: Taehyung besándolo en la mejilla y Jungkook volteando la cabeza para mirarlo, con los ojos tan llenos de adoración que hasta los ciegos podrían ver cuánto se aman.

La mirada de su padre de desploma hacia el torso de Jungkook, y el menor siente el cosquilleo en sus clavículas desnudas, percatándose con un sobresalto y un pánico diferido de que no están tan desnudas como pensaba. Siente que las marcas que Taehyung le dejó esa misma mañana arden sobre su piel; blanco candente, rojo furioso, negro indecoroso como carbón sobre un paño blanco.

—Te dijimos que no te juntaras con él. Te dijimos que no es como los demás, que es riesgoso para ti.

—Yo-

—¿Por qué no nos escuchas? ¿Algún día empezarás a razonar y considerar las consecuencias de tus acciones? ¡Solamente queríamos lo mejor para ti! —su padre ha dado varios pasos adelante, y de repente Jungkook se siente pequeño y vulnerable—. Mírate —su voz acarrea más desdén que enojo—, influido por el pecado con tanta facilidad. Todavía no es demasiado tarde, siempre que pares y le ruegues a Dios que te perdone.

Entonces Jungkook dice:

—Lo amo.

Su padre levanta una mano y hay un escozor en su mejilla, la misma mejilla que Taehyung estaba besando en la foto.

—Fuera de aquí —su voz es severa, sumamente controlada—. Sal de esta casa, y no se te ocurra volver.

Mientras Jungkook cierra la puerta principal, con dedos temblorosos, lo oye. Lo oye alto y claro a pesar de que su padre está hablándole a su madre en un tono airado y apresurado.

—Nació enfermo.

A Taehyung debe haberle dolido muchísimo el crecer escuchando eso.




—¿Jungkook?

Taehyung se asoma por detrás de la puerta con el cabello ligeramente revuelto, un par de gafas rectangulares de marco negro y una sudadera tan grande que se le resbala del hombro. Parece confundido, como si hubiese estado haciendo algo (probablemente su tesis de grado) y todavía estuviese en el proceso de volver a la realidad.

Como Jungkook no ofrece respuesta alguna, el mayor parpadea y se endereza, tomando la mano del menor.

—¿Qué pasa?

Jungkook da gracias por la personalidad de Taehyung: nunca lo presiona para que responda, y si Jungkook necesita un abrazo, Taehyung accede. Lo protege sin necesidad de palabras. Taehyung es capaz de hacer que Jungkook se sienta insignificante en sus brazos; es capaz de hacer que Jungkook sienta que tiene un universo entero en su pecho.

Se quedan así, Jungkook hundiendo la cabeza en el cuello de Taehyung, hasta que dice en voz baja:

—Mi padre ha descubierto nuestra relación. Me dijo que me largara de casa.

Y en ese momento Taehyung se pone tenso. Dice, “oh”.

Un suspiro largo, cuidadoso.

—Así que he decidido mudarme. —Jungkook toma el rostro de Taehyung entre sus manos, y el mayor se echa atrás ligeramente, sus labios palideciendo—. Para estar contigo. Para que seamos sólo nosotros dos, Taehyung. Juntos, siempre.

—Jungkook…

—Nadie nos dirá que no. Podemos amarnos sin límites, sin miedo. Taehyung… —Jungkook lo rodea con los brazos y lo estrecha fuerte, pero Taehyung lo empuja por los hombros.

—Jungkook —dice Taehyung, y el menor deja caer las manos, porque lo escucha en su voz, escucha a Taehyung pidiéndole que mantenga una distancia—. Sabes que no es posible. Las cosas no siempre salen como queremos, y la vida es injusta.

Jungkook se siente frío cuando intenta sujetar su mano, porque sus dedos se cierran alrededor del aire.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir… —y Taehyung respira profundamente, una sonrisa mordaz en sus labios (y Jungkook se traga sus súplicas, por favor no, amargas sobre su lengua) —, que deberíamos parar.

Incluso cuando pregunta ¿parar qué? ¿de qué estás hablando? Taehyung, Jungkook sabe. Sabe exactamente qué está pasando.

—Lo nuestro. Deberíamos dejar de vernos. Nunca iba a funcionar, de todas formas.

—Pero-

—Algo no anda bien con nosotros, Jungkook —la voz de Taehyung está empañada de emoción, y Jungkook percibe un dejo de enfado en ella. Enfado contra el mundo, enfado contra Jungkook—. Ni siquiera deberíamos estar enamorados.

—Sabes que no es así. —Jungkook aprieta los puños con tanta fuerza que sus brazos tiemblan visiblemente y sus nudillos se vuelven blancos—. Ya hemos hablado de esto. Nosotros no somos el problema. Tú no eres el problema.

—No es verdad —dice Taehyung entre dientes—. Jungkook.

—Dios, por favor. No me hagas esto ahora, Taehyung.

—Ya es suficiente. —Taehyung se da la vuelta, se pasa una mano por el pelo, la exasperación evidente en la curvatura de sus cejas—. Nunca iba a ser algo permanente, de todos modos. Nos hemos divertido bastante, me he divertido bastante. Es hora de seguir viaje.

Taehyung.

Taehyung no responde, sólo se mete de nuevo en su apartamento y comienza a cerrar la puerta. Se detiene cuando está a cinco centímetros de cerrarse y Jungkook está mirándolo por el espacio que queda entre el marco y la puerta.

—Te amo —dice Jungkook, con un nudo en la garganta, y su nariz quema, ni siquiera puede ver con claridad porque sus ojos se le llenan de lágrimas. Está llorando—. Te amo, Taehyung. Por favor, detente, encontraremos una solución.

—Vete a casa —Taehyung susurra al fin—. Olvídate de mí. Arrepiéntete: Dios te perdonará, Jungkook.

Recién cuando se da cuenta de que está parado frente a una puerta cerrada Jungkook comienza a creer, por primera vez en su vida, que tal vez todas las cosas en el universo sí están predestinadas, y que no importa cuánto luche, porque todos los caminos llevan al mismo sitio.




(—Te lo dije, nací enfermo.)




Años más tarde, Jungkook va a teorizar que las personas crean sus propias órbitas o se unen a las ya existentes dependiendo de su fuerza gravitacional. Jungkook aceptará que si no tiene la fuerza suficiente para atraer a Taehyung hacia su órbita, entonces Taehyung debería, ciertamente, ser libre de gravitar hacia atracciones mayores.




—¿Piensas irte a casa?

Jungkook levanta la vista de su laptop, la pantalla abarrotada de ventanas: Visual Studio, ventana de comandos, Google Chrome, y un documento de Word abierto junto a varios archivos PDF sobre proyectos de investigación pasados que ha arrastrado por doquier, ubicándolos en donde hubiese un espacio, para poder accederlos mientras escribe su propio trabajo de investigación (algo sobre medir el tiempo de acuerdo a los movimientos del sistema solar).

Jimin es bajito, pero Jungkook nunca ha conocido a alguien con una sonrisa como la suya, tan grande que es imposible no devolverla (en realidad sí lo ha hecho, pero el recuerdo en cuestión luce una extraña sonrisa rectangular, y es más contagioso en varios sentidos).

—Sí. —Reclinado en la silla giratoria, Jungkook pasea la mirada por el laboratorio y ve que el resto de los pasantes ya se ha ido, y que su espacio de trabajo es la única área bañada en el brillo blanco y fluorescente de su lámpara—. Debería ponerme en marcha pronto.

—Voy a encontrarme con Yoongi para cenar, ¿quieres venir? —Jimin le ayuda a recoger el desorden de papeles desparramados sobre el escritorio, y Jungkook se frota la nuca tímidamente, asintiendo—. Pensábamos comer jajangmyeon y luego ir a un bar.

—¿Un bar? —Jungkook alza las cejas, divertido, mientras guarda todos sus documentos y tipea “shutdown /l” en la ventana de comandos; un círculo de puntitos gira por unos segundos hasta que la pantalla queda en negro—. ¿Es buena idea presentarse borracho al trabajo?

Jimin lo estudia casi con exasperación y le lanza su chaqueta.

—Como parece que te has olvidado, hoy es viernes.

Jungkook sólo agacha la cabeza.

—Ah.

—Entonces, ¿cuál es el veredicto?

—Si a ustedes no les importa que yo haga de sujetavelas, me parece bien.

—¡Genial! A decir verdad, ya le había dicho a Yoongi que ordenara tres porciones. Habría sido un desperdicio si hubieses dicho que no.

Cuando menos, Jimin es una de las personas más impulsivas que Jungkook ha conocido.

Por otro lado, está el novio de Jimin (prometido, más recientemente), Yoongi, quien parece que hubiera renunciado a inyectar entusiasmo en nada (a no ser que involucre a un tal Park Jimin) porque ha visto todas las cosas horribles que ofrece este mundo y se ha propuesto como objetivo en la vida el devolver la negatividad diez, cien veces amplificada.

Jimin saluda con la mano cuando están cerca de la tienda, y Yoongi le devuelve el saludo desde su mesa, poniéndose de pie y abriendo los brazos casi como si fuese un hábito (y en verdad lo es) para que Jimin se acomode contra su pecho.

Jungkook no puede evitar sentir una punzada en el pecho, entre sus costillas, cuando Yoongi deja un pequeño beso en la sien de Jimin, devolviendo la mirada devota del menor con una afectuosa sonrisa. Se ven tan contentos y a gusto en la presencia del otro, y no se puede negar que son perfectos el uno para el otro. Jungkook está feliz por ellos, tan feliz, pero también está celoso (porque en otro tiempo, hace ya muchos años, él había estado convencido de haber encontrado su propia felicidad también).




(—¿Por qué crees que hay ciertos tipos de amor que se consideran pecado?)




Se come sus fideos entre inclinaciones de cabeza y débiles murmullos en respuesta a la cháchara de Jimin, escuchando a su colega y mejor amigo contándole a su novio sobre su propio proyecto de investigación: lo que había descubierto, lo que odiaba, y lo que estaba a punto de encontrar. Yoongi se limita a sonreír distraídamente, y los tres saben que está aburrido, pero no le dice a Jimin que se calle, simplemente lo escucha.

Jimin estuvo ahí para levantarlo cuando Jungkook cayó al punto más bajo de su existencia. Fue durante el segundo año de universidad, cuando Jungkook tuvo que aprender a respirar otra vez sin Taehyung a su lado. Hasta entonces sólo habían sido compañeros en el grupo de baile. Al volver por su botella de agua, Jimin encontró a Jungkook acurrucado en una esquina del estudio, ahogándose en sus sollozos.

Jimin le mostró que los tiempos están cambiando: los límites del amor han sido ampliados. Ahora es libre de amar a quien quiera. Nunca dice palabras vacías, sino que las respalda con sus actos. Él entiende; le dice a Jungkook que la gente se rehúsa a aceptar las diferencias porque tiene miedo a lo desconocido. Tienen miedo al cambio. El cambio es nuevo, el cambio no es seguro, porque el cambio viene sin garantías.

—Que les den a todos los que dicen que lo diferente es malo —dijo Jimin una vez—. Tú eres tú, eres cualquier cosa que quieras ser.

Así, Jungkook se graduó. Jimin se tomó dos años para trabajar a tiempo completo y luego comenzaron sus maestrías juntos, comprometiéndose a colaborar en el sector I&D en el futuro, porque nada es más exhilarante para ellos que el universo y todos sus misterios.

Jungkook estuvo ahí cuando Jimin le dijo a sus padres que estaba enamorado, de rodillas con lágrimas en los ojos porque estaba enamorado de un chico, y tenía miedo. Mucho miedo. Jungkook estuvo ahí cuando los padres de Jimin lo envolvieron en un abrazo tan estrecho e intenso que Jungkook dio un paso atrás. Estuvo ahí cuando le dijeron que no importaba a quién amara, siempre sería su hijo. Jungkook estuvo ahí, cuando Yoongi le propuso matrimonio y Jimin lloró en sus brazos una hora entera.

Trata de no pensar en Taehyung, pero hay cosas de él que lo persiguen sin importar cuánto intente olvidar. Jungkook aprendió ciertos hábitos de él: dejar el cepillo de dientes en el vaso y la pasta dental hacia abajo, colgar las toallas sólo en el lado derecho del toallero, dejar la puerta de la ducha abierta aunque no se esté usando. Cosas que Jungkook tiene que hacer todos los días, fragmentos de Taehyung que se aferran a todo, como no queriendo soltarse.

Sin embargo, se torna más fácil con el pasar de los años. Como datos sobrescritos, Jungkook intenta cambiar sus hábitos, hacer cosas diferentes. Se muda, finalmente, una vez que termina la carrera. Adquiere nuevos hábitos en un nuevo ambiente, y todo está bien.

Dejó de ir a la iglesia porque no quiere ver las caras que son la mismísima causa de sus tormentos, no quiere escuchar palabras como lanzas afiladas que degradan su existencia entera o le oran a un dios que ha olvidado su nombre. Jungkook sólo cree en “perdonar, pero no olvidar”.

Dios nunca olvida, y Jungkook todavía no le ha perdido perdón por algo de lo que no se arrepiente.

Así que Jungkook permanece escéptico, porque ¿quién dice que las cosas están predeterminadas? Todo está sujeto al cambio, cada acción o pensamiento puede influir en el futuro.

Jungkook observa a Yoongi dando toquecitos en la comisura de los labios de Jimin con una servilleta, frunciendo las cejas mientras se queja de que Jimin no sabe comer como una persona decente y que ya tienes veintiséis años, por Dios, ¿tengo que limpiarte la boca por siempre?

—Claro que sí —canturrea Jimin, tomando la iniciativa y relamiéndose el labio inferior—. Por eso me propusiste matrimonio, ¿no?

—¿Por qué te comportas como un mocoso?

—Amas a este mocoso.

Continúan gastándose bromas mientras pagan por su comida y caminan por la calle hacia el bar, declarando un alto al fuego recién cuando se encuentran buscando lugares para sentarse. Eventualmente Jungkook descubre un taburete frente a la barra, y se gira para avisarles a los otros, pero se da cuenta de que tanto Yoongi como Jimin se han esfumado.

—Tengo unos amigos fantásticos —dice Jungkook entre dientes. Se acomoda en su asiento y ordena un bourbon (puro, porque es viernes y a Jungkook no le importa una mierda nada).

Va por su tercer trago cuando lo escucha a él.

Jungkook tiene un nivel de tolerancia al alcohol bastate decente, por lo que está seguro de que no está ni cerca de emborracharse, no todavía. Pero no cabe duda, porque cuando se da vuelta (gira la cabeza con tal fuerza que le da un calambre en el cuello), ahí está Taehyung, hablando por teléfono a media voz con un trago que parece margarita entre sus dedos.

Su cabello es un impactante naranja chillón, su flequillo cae sobre sus ojos. Taehyung es todo lo que Jungkook recuerda. Ojos expresivos que se arrugan en los costados cuando sonríe; y Taehyung está sonriendo ahora mismo, riéndose de lo que le dicen del otro lado de la línea, y Jungkook atisba esa sonrisa rectangular tan familiar.

No se da cuenta de que está estrujando el vaso hasta que el barman le pregunta si se siente bien, y Taehyung se da la vuelta, lo mira a los ojos.

—¿Jungkook?




(—Quiero estudiar el universo.

—¿El universo?

—Quiero saber por qué Dios creó el mundo del modo en que lo hizo, por qué las cosas son como son. Por qué algunas cosas están bien, y otras están mal.

—Pero no puedes cambiar nada.

—Oh, sí que puedo.

—¿Sí?

—Voy a cambiar las cosas.

—¿Qué cosas?

—El amor. Voy a hacer que el amor no sea un error.

—Nunca ha sido un error.

—Voy a hacer que nosotros no seamos un error.
)




—Taehyung.




(—¿Has pensado alguna vez que quizá deberíamos parar?

—¿Parar qué?

—Esto. Lo nuestro.
)




Taehyung lo mira fijamente, con los labios semiabiertos en lo que Jungkook supone es incredulidad. Tiene sentido: no se han visto ni se han dirigido la palabra en casi seis años. Seúl es una ciudad pequeña, pero lo suficientemente grande como para que dos personas que no quieren verse no tengan que siquiera rozarse los hombros.

—Te ves bien —dice Taehyung por fin, en voz baja, desviando la mirada hacia la barra del bar.

—Estoy bien. —Jungkook es consciente de que esta vez el silencio es doloroso, un vacío en el espacio entre él y Taehyung, y el ruido de afuera no va a ocupar el lugar de sus voces.

Taehyung levanta su trago y toma un sorbo, tocando con su lengua la sal que bordea el vaso. Está haciendo un gran esfuerzo tratando de encontrar algo que decir, y Jungkook por poco no puede ver los engranajes girando en su cabeza.

—Me alegra que estés bien.

—Gracias.

Jungkook ordena un cuarto trago, lo sostiene entre sus palmas hasta que se calienta y sabe raro en su lengua.

Se considera a sí mismo una persona organizada. Mantiene sus apuntes y libros rotulados con un color distinto para cada cosa, pone todo en carpetas, y controla que el número de filas de íconos en su escritorio no exceda tres. Tiene todo planeado, y sabe exactamente qué espera de la vida.

Taehyung lo descoloca de formas que no logra comprender, lo deja sin aliento como si hubiese tropezado y caído y ahora no supiese hacia qué dirección ir. Taehyung siempre tuvo ese efecto en él (Jungkook descubre que todavía lo tiene).

—Te he echado de menos. —Y Jungkook se percata de su error demasiado tarde, cuando Taehyung se pone de pie y hace una reverencia, conciso, cortés, distante.

—Un gusto haberte encontrado aquí, Jungkook.

—¿Te vas, así sin más? —Jungkook sabe que suena desesperado, pero está enfadado y tal vez en negación, porque lo ha intentado. Ha intentado durante seis años olvidarse de Kim Taehyung para que después reaparezca en su vida y pretenda que son extraños. No lo va a permitir.

—Tengo un trabajo que entregar —Taehyung masculla, mordiéndose el labio inferior, y Jungkook reconoce el hábito: está nervioso—. Debe estar listo para mañana a la tarde.

Jungkook inhala profundamente, piensa en lo estúpido que es, y dice:

—Yo te acerco.

Pasan unos segundos, luego Taehyung baja la cabeza y suspira.

—De acuerdo, está bien. Gracias.

El viaje al apartamento de Taehyung trascurre en silencio, excepto por Jungkook que le pregunta su dirección y Taehyung que le da una respuesta sucinta y fracturada, como dudando si decirle donde vive. Jungkook se siente transportado a aquellos tiempos en los cuales Taehyung insistía con tomar su mano mientras el menor conducía, jugando con sus dedos y hablando hasta por los codos sobre nimiedades.

Lo extraña. Extraña a Taehyung y quiere que regrese.

Y entonces se encuentran frente a su edificio, y Taehyung forcejea para abrir la puerta como si no soportara estar encerrado con Jungkook. Mete las manos en los bolsillos de su abrigo y levanta la cabeza, observando a Jungkook caminando hacia su lado del coche.

—Gracias por-

Jungkook lo besa. Lo acorrala contra el coche y le roba las palabras de la boca, y el bufido de Taehyung se transforma en un gemido de sorpresa, sus manos aferrándose a la chaqueta de Jungkook.

—Te extraño —Jungkook susurra contra los labios del mayor, y Taehyung se estremece, entrecerrando los ojos—. Te extraño tanto. —Rodea su rostro con las manos y comienza a extender besos por su mandíbula, mordisqueando su cuello. Puede que esté un poco borracho, pero es consciente de lo que está haciendo, y lanzarse de vuelta a la tormenta que es Taehyung no es una buena idea. Lo sabe.

—Para. —Taehyung lo empuja insistentemente, y Jungkook se tambalea hacia atrás, con los ojos clavados en sus labios rosados y humedecidos. De la boca del mayor salen pequeñas espirales blancas que se enroscan en el aire cada vez que jadea, inclinado contra el auto, tan lejos de Jungkook como le es posible—. Por favor —habla otra vez, sin aliento, desgarrado—. Para. 

Se quedan ahí de pie, perdidos y a punto de encontrarse, y Jungkook baja la cabeza, sintiendo que su pecho se comprime por el frío o por el rechazo, no está seguro.

—Lo siento —murmura, levantando la vista para mirar a Taehyung a los ojos una vez más antes de agachar la cabeza y darse la vuelta, dirigiéndose al asiento del conductor.

—Yo lo siento. —El mayor alarga el brazo y agarra la manga de su chaqueta, y Jungkook se detiene—. ¿Quisieras… pasar?

Jungkook se gira, lo observa con una expresión ensombrecida.

Taehyung se muerde los labios, pasándose una mano por el pelo.

—¿A beber algo?

Las palabras flotan en el aire, y Jungkook las pondera un rato antes de tomar una bocanada de aire y asentir con una leve sonrisa suspicaz.

—De acuerdo. Espérame aquí, voy a estacionar el coche.

Cuando Taehyung asiente, Jungkook jura que puede ver alivio en su sonrisa.

El apartamento de Taehyung es casi igual al que tenía durante la universidad. Carente de colores exceptuando negro y blanco, con el ocasional mueble o adorno: un cactus por aquí, una pintura por allá.

El único objeto del living que le llama la atención es la estantería; alta, hecha de madera pintada de blanco, apoyada contra la pared al lado del sillón gris. Está llena de libros y revistas salvo por el estante superior, al menos una cabeza por encima de Taehyung, donde se exhiben un par de placas.

—Todavía lees —Jungkook murmura, con cariño más que con sorpresa, y Taehyung le responde con una suave sonrisa que se asoma en sus labios y una pequeña inclinación de la cabeza.

—Por supuesto.

El tercer estante está atestado de revistas que conoce, y el pulso de Jungkook se acelera ligeramente mientras se estira para tomar uno de los volúmenes, hojeando las páginas.

—Yo también las leo. —Levanta la vista y encuentra que Taehyung está observándolo con curiosidad—. Aunque mi colección no es tan impresionante como la tuya.

—Soy un fiel seguidor —Taehyung ofrece como respuesta; el contorno de sus ojos adquiere esa forma de luna creciente tan distintiva, y Jungkook siente que la nostalgia lo golpea una vez más—. No hay mucha gente que lea esta revista. Es bastante oscura y controversial, después de todo.

—Lo sé.

Jungkook pasa las páginas en silencio hasta que Taehyung habla otra vez, con voz suave:

—¿Cuál es tu columna favorita?

—Todo es interesante. —Se escucha el ruido del papel, y Jungkook le pasa la revista a Taehyung, señalando con el dedo una página—. Pero mis artículos favoritos son los de V.

—¿V? —La voz de Taehyung tiene un dejo de alegría, y baja la vista para seguir las líneas del artículo—. ¿Alguna razón en particular?

—No sé. —Jungkook deja escapar una risa falsa—. Su estilo es familiar.

—¿Familiar?

—Sí. —Jungkook lo mira a los ojos—. ¿No te parece? Aborda temas tabú desde el punto de vista de todas las partes involucradas —hace una pausa, su voz se vuelve un susurro—; la sexualidad, por ejemplo. La religión.

Taehyung se remueve, incómodo, y a Jungkook no le pasa desapercibido.

—Sí, claro, tienes razón.

Devuelve la revista a su lugar y camina lentamente hacia el sofá para sentarse, dejando a Jungkook parado al lado de la estantería, hasta que levanta la cabeza y le ordena que tome asiento, ¿por qué me haces sentir como un terrible anfitrión?

—Así que —dice Jungkook, luego de un rato mirando fijamente la mesa de centro—, ¿cómo te está yendo?

—Ya sabes… —Hace un gesto vago con la mano, dirigiéndole una sonrisa árida—. Trabajo por mi cuenta, a veces me contratan para realizar proyectos. ¿Qué hay de ti?

—Estoy bien —Jungkook musita, y casi se ríe en voz alta porque la atmósfera entre ellos es claramente de incomodidad en comparación a seis años atrás —. Haciendo una pasantía para terminar mi maestría. Me graduaré en unos meses, si todo sale bien.

—¿Todavía insistes en estudiar el universo a nivel protónico? —Taehyung bromea, pero suena forzado, y a Jungkook le duele en el cuerpo.

—Siempre —responde, clavando sus ojos en los de Taehyung.

El mayor parece aguantar la respiración, mira hacia otro lado, y Jungkook sabe que ya se ha quedado demasiado.

—Debería irme. —Se pone de pie, y Taehyung lo sigue tímidamente—. No quiero que te atrases con tu trabajo.

—Mi trabajo —Taehyung repite—, claro.

Jungkook lo observa unos momentos, y luego extiende la mano.

—Teléfono.

—¿Cómo?

—¿No podríamos al menos seguir siendo amigos?

—Jungkook. —Taehyung cierra los ojos, frotándose exasperado el puente de la nariz—. No creo que sea buena idea.

—Cortaste conmigo de la nada —dice Jungkook, y sabe que no debería sacar a relucir el asunto, pero está desesperado, no puede detenerse—. Me debes eso, aunque sea.

La mirada del mayor se oscurece, ensombrecida debajo de su flequillo.

—No soy para nada interesante. Ya sabes todo acerca de mí.

—El noventa por ciento del universo todavía no ha sido descubierto. —Jungkook da un paso adelante, y Taehyung retrocede contra el marco de la puerta, aturdido—. Lo mismo se aplica a ti, y si eres tú, Taehyung —una risita sardónica se asoma en los labios del menor cuando baja la mirada, y Taehyung se da cuenta (con retraso) de que Jungkook tiene su teléfono en la mano y está marcando su número—, no me molestaría aprender algo nuevo cada día.

—No tienes vergüenza —dice Taehyung, pero sin maldad, sólo incredulidad y diversión en sus ojos.

Jungkook le devuelve el teléfono y deja escapar una risita, calzándose los zapatos y haciendo una reverencia con su sombrero imaginario.

—Hora de retirarme.

No recibe respuesta, pero puede sentir la mirada de Taehyung en su espalda durante todo el trayecto por el pasillo hacia el ascensor.




(—Tú primero.

—Ok. ¿Nombre?

—Kim Taehyung.

—¿Kim?

—Sí, soy el hijo del pastor.

—De acuerdo… ¿edad?

—Diecisiete.

—Entonces eres mayor.

—Sí, pero llámame Taehyung.

—Taehyung. ¿Libro favorito?

—No puedo responder eso.

—¿No lees?

—No, por supuesto que leo. Simplemente no puedo escoger un favorito, hay demasiados libros buenos allí afuera.

—Tienes razón.
)




Durante el mes siguiente, Jungkook se entera de que Taehyung ha dejado de beber mocachinos día por medio, y que prefiere té antes que café. Se entera de que raramente sonríe hoy en día, y que debería estar agradecido de atisbar el menor esbozo de una sonrisa.

Se entera de que Taehyung adora la poesía, y de que se pasa horas recitando versos de su poema favorito a todo el mundo, incluso a Jungkook, a pesar de la grieta en su historia.

Ambos hemos conocido la pérdida, como los bordes afilados de un cuchillo —murmura Taehyung, y Jungkook aprende a enamorarse de él una vez más—. Ambos hemos vivido con labios cubiertos de cicatrices en lugar de piel.

—Es un poema hermoso. —Jungkook mira hacia arriba al cabo de un tiempo. La mayoría de la gente en la cafetería se ha ido, el reloj de pared detrás de Taehyung marca las 22:48, y Taehyung parece cualquier cosa menos cansado—. ¿Cómo se llama?

Taehyung canturrea mientras piensa; tiene una taza de Earl Grey en la mano, una leve sonrisa en los labios, y no contesta la pregunta, le responde con otra. Pero Jungkook ya se lo veía venir.

—¿Te gustaría escuchar otra parte?

Jungkook dice “seguro”, porque está rendido a los pies de Taehyung. Taehyung es quemaduras de cera y anclas, y Jungkook es velas y naufragios combinados.

Así es como sanaremos. —Taehyung pone sus codos sobre la mesa, clava su mirada en la de Jungkook, y Jungkook jura que ve fuego ardiendo en los ojos del mayor—. Te besaré como si fueses el perdón. Me abrazarás como si yo fuese la esperanza. 

No se percata de lo cerca que están sus rostros hasta que Taehyung se echa atrás bruscamente, bajando la vista, nervioso, y Jungkook carraspea, avergonzado por lo cerca que estuvo de perder el control. Otra vez.

—Continúa —dice con voz ronca.

—Eso es todo —Taehyung masculla, llevándose la taza a la boca, y Jungkook desvía la mirada y se termina el resto de su Americano.

Jungkook lleva a Taehyung a casa, y se despiden discretamente. Siempre se quedan observándose por un rato largo hasta que uno de ellos mira hacia otro lado. Y como pasa cada vez que Jungkook alcanza al mayor hasta su apartamento, Jungkook vuelve a meterse en su coche, y se va sin besar a Taehyung.

(Y cada vez que el coche se aleja del edificio, Taehyung aprieta los puños, y sus uñas dejan marcas blancas en sus palmas).




Jimin rodea el cuello de Jungkook con los brazos desde atrás cuando el menor entra en el laboratorio, y Jungkook casi se cae de cara contra la pantalla de su laptop y deja escapar un grito ahogado (no porque esté sorprendido, sino porque tiene miedo de perder su trabajo y las computadoras son caras, benditos sean los avances tecnológicos).

—Santo Dios —Jungkook respira con dificultad, levanta las manos del teclado, tratando de recuperar el equilibrio con sus músculos tensos—. Jimin. Por todos los cielos, Jimin.

—Lo siento —dice Jimin, sin verdadero remordimiento, y le presenta una pila de papeles impresos. Jungkook alcanza a ver algunos gráficos y vectores, un par de círculos rojos aquí y allá, y mira a Jimin levantando una ceja—. ¡A que no sabes quién encontró datos utilizables!

De acuerdo, está bien, va a echárselo en cara y regodearse con sus nuevos descubrimientos mientras Jungkook todavía no tiene ni puta idea de cómo diseccionar la dilatación del tiempo y el tiempo propio en relación a la continuidad espacio-tiempo.

Por lo menos Jimin está tan feliz que le promete pagarle la cena (también es porque Yoongi está haciendo horas extras y Park Jimin nunca, bajo ningúnconcepto, come solo).

—Voy a irme temprano —dice Jimin, guardando sus papeles en una carpeta y mirando a Jungkook de reojo—, y darme una ducha o algo. ¿Te quedas?

Jungkook hace un sonido evasivo como respuesta y Jimin aprovecha para alborotar el pelo del menor, luego toma su chaqueta y sale pitando del laboratorio, vociferando “¡nos vemos más tarde, Jungkookie!”.

Ya son más de las siete de la tarde cuando la pantalla de su teléfono se ilumina, la suave vibración sobre la mesa inusualmente ruidosa, y Jungkook no puede ignorarlo como lo hace cuando la vibración se escucha débil debajo de montones de hojas.

La voz de Taehyung se filtra por el auricular, suave pero clara, y Jungkook se tensa, olvidando la tarea en la que estaba trabajando hasta ese momento.

—Hola.

—¿Estás ocupado? —Es muy típico de Taehyung el no devolver un saludo.

—A decir verdad, no. Estoy a punto de irme a casa.

Se oye un leve rumor de estática en la línea, y Taehyung masculla:

—Estoy afuera del observatorio.

—¿Qué?

Jungkook no suele quedarse sin palabras. En general tiene todas sus respuestas planeadas, pero Taehyung es la sola excepción. Siempre ha sido una excepción.

—¿Es mal momento? Pensé en darme una vuelta.

—No, no —suelta Jungkook abruptamente, sintiéndose ridículo y desorientado y aterrado al mismo tiempo—. Espera que bajo y te abro la puerta.

Taehyung está abrigado con un sobretodo y una bufanda, reclinado contra la pared del edificio, y así es como Jungkook lo encuentra. Se atreve a alargar una mano, y Taehyung se sobresalta cuando toma la suya.

—Sorpresa. —Las mejillas de Taehyung están sonrosadas (por el frío o por algo más; Jungkook se inclina por lo segundo, pero nunca sabrá con certeza) —. ¿Quieres que vayamos a cenar?

—Claro. —Jungkook hace una nota mental de cancelar la cena con Jimin durante el trayecto hacia el vestíbulo, sus ojos fijos en Taehyung mientras esperan el ascensor. 

—¿Qué? —farfulla Taehyung.

—No esperaba una visita. —Jungkook ríe bajito, observando la mano de Taehyung, deseando ansiosamente sujetarla—. ¿Querías ver el observatorio?

—Sí. Es genial que trabajes en un observatorio. Tienes la oportunidad de ver las estrellas y de tocar telescopios todo el día. —Ahí está otra vez, la leve curvatura de sus labios, de la que Jungkook está siempre pendiente (la ve más seguido últimamente).

—Mi trabajo es más que eso. —Jungkook presiona el botón que corresponde al planetario y se inclina contra la pared del ascensor con los brazos cruzados, con la esperanza de poder controlar mejor sus manos—. Estoy realizando un proyecto de investigación. Tengo que escribir reportes, códigos, y todo eso: no es sólo observar estrellas a través de telescopios.

—Aún así es interesante.

—Lo sabes —Jungkook dice de repente, y Taehyung alza la cabeza para mirarlo—. Sabes que me aventuré en la astronomía por ti, ¿no?

Taehyung se tensa visiblemente, y Jungkook lo observa apretujarse las manos, voz suave, inestable.

—¿Estás enojado?

—No —su voz aumenta de volumen, y no siente enojo, por el amor de Dios. Más bien incredulidad. Confusión—. ¿Por qué diablos estaría enojado?

—Fui el catalizador de una decisión de vida importantísima. —Taehyung vacila, sólo un poco, pero no pasa desapercibido.

—Fue la mejor decisión de mi vida.

Las puertas del ascensor se abren. Taehyung sale sin decir palabra y se queda mirando la pared más cercana.

—Taehyung-

Se gira y le brinda a Jungkook una sonrisa que no llega a sus ojos. Dice:

—Muéstrame el planetario. Quiero ver las constelaciones.

Jungkook respira profundo, asiente, y le hace gestos para que lo siga, empujando las puertas dobles del auditorio sumido en la oscuridad, supuestamente cerrado ese día. Avanzan por el pasillo lateral; Jungkook se acerca al panel de control, acciona los interruptores de encendido, y el proyector emite un suave zumbido.

Cuando levanta la vista, ve a Taehyung con la cabeza inclinada hacia arriba y los labios semiabiertos, asombrado ante las proyecciones de estrellas titilantes en el techo abovedado, y Jungkook no entiende cómo alguien que ha visto las estrellas reales puede sentirse tan fascinado por una mera imitación.

—Esa es Andrómeda —murmura Taehyung, con el brazo extendido, siguiendo líneas imaginarias con el dedo como si estuviese jugando a unir los puntos—, esa es Piscis. 

Mira a Jungkook un momento, y Jungkook nota que su sonrisa por fin ha alcanzado sus ojos.

—¿La proyección varía con los meses? Parece muy detallada.

—Sí —responde Jungkook, su garganta seca, porque no se esperaba el sentirse tan descolocado ante la sonrisa que anheló ver durante seis años. Es como una bofetada que lo deja sin aire, y su pecho se comprime.

Entonces rodea a Taehyung en un abrazo y hunde el rostro en su cuello, porque su entereza tiene un límite. No puede fingir por siempre. Taehyung susurra:

—Jungkook.

—Fue la mejor decisión de mi vida —repite contra la piel del mayor, estrechando su cintura, y siente el calor de las manos de Taehyung sobre las suyas, sus dedos entrelazándose—, porque ahora lo hago por mí. Hay tantas cosas que no conocemos, Taehyung. Y las cosas que sí conocemos están sujetas al cambio.

Taehyung acaricia con su pulgar el dorso de la mano de Jungkook, y suena cansado. Exhausto, derrotado.

—¿Qué intentas decir?

—Lo que intento decir es, que no fue un error. —Jungkook toma a Taehyung por los hombros y lo gira, abrazándolo nuevamente, con ojos suplicantes—. Nuestro amor no fue un error.

—Jungkook-

—No es un error —Jungkook interrumpe, más alto— que nos amemos.

Las luces resplandecen sobre ellos, el suave sonido de la maquinaria y los aparatos rompe el silencio del auditorio, los ecos de la confesión reverberan en los confines y contra las paredes.

Taehyung suspira y alza la cabeza.

—Ya lo sabes, el universo no es el problema. Soy yo. Yo nací enfermo.

—No —Jungkook respira, luego toma el rostro de Taehyung con sus manos—, yo creo que eres perfectamente normal.

Taehyung no intenta retroceder, sólo se queda quieto, mirando al menor a los ojos, con un nudo en la garganta porque de repente los labios de Jungkook están sobre los suyos, desesperados y familiares y extraños al mismo tiempo. Jungkook siempre ha besado con voracidad, y todavía es así, pero se siente distinto. Taehyung puede sentir precipicios en su lengua, la determinación y la promesa, puede sentir el consuelo.

Se besan en silencio en la penumbra del planetario, bajo la mirada de estrellas que tarde o temprano se consumirán y colapsarán sobre sí mismas. Todo se dirige hacia la destrucción; el tiempo se fragmenta y la única forma de ralentizar su paso es yendo más rápido.

Jungkook rompe el beso sólo cuando ambos se quedan sin aire, y se embriaga con la apariencia de Taehyung en la oscuridad: su cabello desordenado, sus labios rojos y semiabiertos, respirando entrecortadamente.

—Eres perfectamente normal —repite el menor, apartándole el flequillo de los ojos y uniendo sus labios otra vez.

Pasan unos momentos y Taehyung sonríe, entrecerrando los ojos. Con confianza, sinceridad, y convicción al fin. Deja escapar una risita.

—Yo también lo creo. 




(—¿De verdad no hay nada malo en lo que hacemos?

—Si nosotros decimos que no, entonces no, Taehyung. Somos los únicos que podemos definir quiénes somos.

—Pero somos una minoría.

—Una minoría relevante.

—No para ellos.

—Sí somos relevantes para ellos. Nos temen, porque somos los únicos que estamos aventurándonos fuera de los santuarios de este mundo en busca de otros Jardines del Edén. Quieren hacer lo mismo, pero tienen miedo de lo que encontrarán, o de lo que no encontrarán. Pero nosotros no tenemos miedo. No, ¿verdad?

—No estoy seguro.

—Yo no tengo miedo. Te tengo a ti; sé que estarás aquí conmigo.

—Así es.

—Y estaremos bien.

—Estaremos bien.
)




(—Lo siento tanto, mamá.

—¿De qué hablas, Jungkook?

—Mentí. No era algo pasajero. Estaba enamorado de él, y todavía lo estoy.)




El día que Taehyung se muda con él hay luna llena.

Jungkook rodea a Taehyung con sus brazos mientras está afuera, en el balcón, con su barbilla sobre sus manos.

—El mundo es un lugar hermoso —dice Taehyung, echando la espalda hacia atrás contra el pecho del menor, jugando con sus dedos—. Realmente quiero creerlo, pero los demás me lo ponen difícil.

Jungkook deja escapar un sonido de asentimiento y acaricia con la nariz la sien del menor, hablando bajo.

—El mundo es lo que tú quieras. Tenemos el poder de crear nuestros propios cielos, Taehyung. Podemos elegir entre el eclipse y el sol de medianoche. Mi mundo —hace una pausa, y Taehyung se da vuelta en sus brazos, expectante, ojos brillando con complicidad— eres tú. Tú eres mi universo, no permitas que nada ni nadie te haga sentir lo contrario. 

Taehyung susurra “no te preocupes” y deja que Jungkook le robe el resto de las palabras de la punta de la lengua, abriendo la boca para los besos y promesas implícitas que sólo leerá con sus dedos sobre piel caliente.

En otra vida, Jungkook será un cartógrafo y dedicará años y eones a trazar los contornos de la espalda de Taehyung, la pendiente de su garganta. Dejará rastros rojos y púrpuras a lo largo de su piel y los seguirá con la lengua como analgésico. Hará lo que fuere, con tal de tenerlo cerca.

Taehyung se deshace en gemidos graves y guturales, hipersensible debido al tiempo que ha pasado desde la última vez que dejó que alguien,cualquiera lo tocara del modo en que Jungkook solía hacerlo, y a Jungkook lo regocija saber que es el único que puede imprimir escrituras entre los moretones.

—Te amo. —Jungkook lo susurra en el oído de Taehyung, y Taehyung grita, el impacto de caderas una colisión de dimensiones, gimiendo la palabra santa contra los hombros del menor como un peregrino que ha encontrado su causa.

Jungkook presiona a Taehyung contra las sábanas, lo conduce a las puertas del Cielo y lo vuelve a bajar, sumerge los pies de ambos en la entrada al Infierno, pero no lo suficiente para hundirlos. Lleva a Taehyung a la locura, los lleva a ambos al momento en que escapan de los confines esféricos del universo y sus mismísimos bordes.

Más tarde, cuando están en silencio y saciados bajo el calor de las sábanas, Taehyung habla. Dice, “te amo”.

Hay una sonrisa traviesa en los labios de Jungkook, como si hubiese estado esperando la ocasión. Se reacomoda, acercándose hasta que sus rostros están a un aliento de distancia.

Sé que a veces te resulta difícil dejar que te vea en toda tu perfección resquebrajada, pero ten presente —hace una pausa y ve el reconocimiento iluminando los ojos de Taehyung— así sean días en que brilles más fuerte que el sol o noches en que colapses en mi regazo, tu cuerpo roto en mil preguntas, eres lo más hermoso que he visto en mi vida.

Si Jungkook tuviese que renunciar a algo en el mundo, no sería la sonrisa de Taehyung. Porque el sol palidece al lado de su sonrisa. Sus ojos se han curvado como lunas crecientes, y Jungkook acaricia sus labios con los dedos mientras Taehyung continúa:

Te amaré cuando seas un día sereno.

Te amaré cuando seas un huracán.

Taehyung lo besa primero esta vez, aprovecha su turno para dejarlo sin aliento; y saben que no importa si no tienen nada, porque se tienen el uno al otro, y aún así, la nada puede ser todo, porque todo está sujeto al cambio.




(—Mentí. No era algo pasajero. Estaba enamorado de él, y todavía lo estoy.

—Aún eres mi hijo, no lo olvides. Siempre podrás contar conmigo.
)




“… Siempre he escrito sobre lo perdido que me siento. El mundo es un lugar tan pequeño, pero es muy fácil perderte a ti mismo cuando parece que nadie va en tu misma dirección. Mi padre es un pastor, y yo era su hijo enfermo. Viví en la penumbra durante años, y en un cierto punto encontré una luz, pero la dejé ir.

Hace un mes, el mundo decidió que nuestra historia no ha de terminar aún, y nos ha arrojado de vuelta a la órbita del otro. Él era alguien muy importante para mí. Todavía lo es. Él me dice que no estoy enfermo, que sólo soy diferente, y que lo diferente es bueno.

Dice que soy perfectamente normal, y yo le creo.

— V.”    

«La Ley Universal de Causa y Efecto afirma que por cada acción, hay una reacción equivalente y opuesta. Cada causa tiene un efecto, y cada efecto tiene una causa. Sé una causa de lo que deseas, y obtendrás el efecto».

Notas finales:

Incluye fragmentos de un poema de Clementine von Radics que pueden encontrar aquí.

Por favor, si notan algún error o tienen alguna sugerencia, háganmelo saber. Lo he releído dos veces pero aún así, entre tanto formatear, a una se le escapan las cosas.

¡Gracias por sus comentarios! Y si saben algo de inglés, también pueden ir a dejarle comentarios a la autora en el enlace de la historia original ^^ Igualmente, trataré de traducirle sus opiniones para que sepa qué opinan ustedes!


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