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Inocentes Besos por Riko

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Notas del fanfic:

Uff! como sufrí con este fic!! pensé que no lo terminaría nunca pero aca está. Dedicado a VaLee Skitles, espero que te guste ;_; porque si no te gusta pos me muero (?) fue escrito con mucho amor y cariño para ti y bueno también para toda la gente que disfruta del AoKaga/KagaAo.

 

En fin, EL FIC ESTÁ SIN BETEAR, porfavor, perdonenme desde ya si hay una falta de redacción, lo subiré sin betear porque estoy muerta y solo quiero dormir ahora xD mañana lo betearé y ya estará editado dsklfjdsf bueno eso, espero lo disfruten.

ACTUALIZADO: CAPITULOS YA BETEADOS

 

Dividi el fic en 2 capitulos para que la lectura no sea tediosa :P

 

¡Eso!

 

A tener en cuenta:

 

« Pensamiento»

Notas del capitulo:

Inocentes Besos parte I

—Taiga, es hora de la cena—La voz de la mujer ascendía desde las escalares hasta la habitación del aludido—.Si no vienes luego se va enfriar—Advirtió de forma amable.

— ¡Enseguida! Voy Alex—respondió el pequeño, guardando sus juguetes y otras chicherías que tenía desparramadas por todo el suelo de su habitación.

Una vez que hubo dejado ordenada su pieza, se dirigió hacia las escalares, bajándolas con prisa. Su estómago rugía de hambre y el olor de la cena que había preparado su madre sólo hacía que su apetito aumentara.

—Taiga, te he dicho que no bajes las escalares corriendo, ¡Te puedes caer!—lo regañó la bella mujer de cabellos rubios que tenía por madre—.Además tienes que decirme mamá, niño tonto—refunfuñó la rubia, de forma divertida, sabiendo que las palabras que decía no tendrían efecto, puesto que su hijo ya se había acostumbrado a llamarla por su nombre de pila y no con el típico “mamá” que la mayoría de los niños de 11 años solía usar en sus respectivas madres.

Haciendo caso omiso de las palabras de su madre, el pequeño chico dio un brinco y tomó asiento en el puesto donde Alex le había servido aquella deliciosa comida. La mujer se posicionó en un asiento contiguo al de Taiga y observando al pequeño con ojos llenos de dicha, comenzó a comer, sintiéndose feliz de ver lo alegre y animoso que era su pequeño hijo.

Taiga y su madre habían vuelto a Japón hace un par de semanas atrás. Alex se sentía bastante insegura con este hecho, puesto que el pequeño Taiga había vivido solamente los primeros dos años de su vida en el país del sol naciente. Después de cumplido los dos años, Alex se había llevado al pequeño pelirrojo junto a ella a Estados Unidos y en aquel país habían vivido hasta hace muy poco. A pesar de que el pelirrojo fuera un japonés, debido a que había vivido prácticamente toda su vida en América, a Alex le preocupaba que tuviera problemas de adaptación o que quizá no le gustaría demasiado vivir en su país de origen. Sin embargo, para fortuna de la rubia, al parecer, aquella situación no había sido la ocurrida. Por esta razón, la mujer se encontraba muy feliz, su pequeño tenía tan sólo 11 años y además de eso era algo tímido, por lo que saber que su pequeño se encontraba feliz y aparentemente sin problemas, la tranquilizaba en demasía.

—Y dime Taiga, ¿Has hecho algún amigo ya? –le preguntó la rubia al chico, cuando observo que este ya se había acabado por completo el plato que le había servido.

—Aún no—pronunció algo decepcionado—.Pero hay un chico que me interesa—continuó, con un pequeño brillo en los ojos.

— ¿Un chico?—repitió Alex, dándole paso al pequeñín para que continuara con su relato.

-¡Sí!—respondió, emocionado—.Vive un par de casas más allá. ¡Es muy genial, Alex!— dijo con entusiasmo, levantando sus manos en señal de asombro— ¡Juega básquet de una forma increíble!

Alex esbozó una sonrisa frente al entusiasmo de su pequeño. Debido a su vida en América, a sus pequeños 11 años, Taiga era un asiduo seguidor del básquet, lo practicaba desde que era pequeño en las canchas de básquet callejero de América, con sus demás amigos e incluso adultos, que se divertían jugando con él. 

— ¿Enserio?—le preguntó Alex, fingiendo sorpresa—.Pues deberías acercarte a él y hablarle, así pueden jugar básquet juntos—le comentó Alex, dando el último bocado de su ya extinta cena.

— ¡Sí!—respondió Taiga— ¡La próxima vez que lo vea, lo invitaré a  un 1 vs 1! –Se levantó de la silla de un pequeño salto y subió rápidamente las escaleras en busca de su balón.

Inmediatamente, había bajado con una gran sonrisa en su rostro y ya en el marco de la puerta de salida de la casa, avisó:

— ¡Vuelvo en un rato, Alex!—La mujer lo observo con una sonrisa y asintió con la cabeza, dándole el “está bien" al pequeño para que saliera a jugar.

 

 

Un niño de piel morena y cabellos azules se encontraba jugando con su balón en la cancha de la vecindad. El sol que había a esas horas de la mañana parecía no hacer mella en su energía y entusiasmo. El chico se movía haciendo diferentes piruetas, jugando con el balón, lanzándolo al aro de frente, de espaldas, en diferentes posiciones, intentando encestar el balón de todas las formas que se le ocurrieran. Se encontraba muy concentrado, sin notar nada más a su alrededor a parte del aro y del balón. Nada más existía para el en ese momento.

Fue por esta razón que se llevó un pequeño susto, cuando notó a otro pequeño, cerca de él, observándolo de manera fija. El otro chico parecía querer decirle algo, sin embargo, sus labios se encontraban sellados.

— Y tú que estás mirando enano—dijo el moreno, de forma ruda— ¿Acaso quieres pelea?—había dejado el balón en el suelo y se había puesto en posición de combate.

— ¡Creo que juegas fantástico!—soltó el pelirrojo, haciendo ademanes con sus manos y brincando de emoción— ¡En serio! ¡Juegas genial!—continuó—.Ni siquiera en América había visto a alguien  que jugara de esa forma tan genial—finalizó, riéndose de forma efusiva.

El niño de cabellos azules quedó descolocado. La posición de combate que había formado se desvaneció quedando perplejo.

— ¿Tú crees?—le preguntó en respuesta a las entusiastas loas del pelirrojo—. Nunca me habían dicho algo así…—añadió, rascándose la nuca y desviando la vista  de forma tímida, con un ligero sonrojo surcando su rostro.

— ¡Sí!—respondió Taiga— ¡Yo también juego básquet! ¿Puedo jugar contigo?—preguntó el pelirrojo, de forma alegre, tan radiante como el mismo sol.

—Eh…Bueno…—respondió dudoso el moreno—.Si quieres…—El color rojo de sus mejillas se había expandido en todo su rostro.

— ¡Genial!—respondió el pelirrojo—. Mi nombre es Taiga—había extendido su mano derecha en busca de un apretón de manos—.Kagami Taiga ¡Mucho gusto!

—Bueno…esto…—Por alguna razón, el moreno se sentía muy avergonzado—Daiki…—susurró, correspondiendo el apretón de manos del efusivo pelirrojo—.Aomine Daiki, mucho gusto…

 

Aquel día, ambos chicos se habían quedado jugando baloncesto hasta al anochecer.

****

Había pasado un mes desde que ambos niños se habían conocido. Aomine y Kagami se habían vuelto grandes amigos, a menudo Taiga solía invitar al pequeño de ojos y cabello azul a su casa, cenaban junto a Alex y luego se encerraban en la habitación de Taiga y jugaban videojuegos o a las luchas hasta el amanecer. Alex se encontraba realmente feliz al ver que su pequeñito hijo había hecho un amigo, le agradaba con demasía el peliazul, ya que ni siquiera en América había visto a su hijo ser tan feliz con un amigo.

Los días pasaban y faltaba muy poco para la fecha de fiestas de fin de año. Taiga vivía solo con su madre y desde siempre todas las navidades y años nuevos habían sido así, sólo entre ellos dos. Sin embargo aquel año, Taiga deseaba con premura poder compartir aquellas fechas con su nuevo y especial amigo.

—Dime, Aomine—había comenzado el pelirrojo con algo de duda en su voz. Aquella vez, Aomine había ido una vez más a pasar la noche a la casa de Taiga— ¿Que vas a hacer para navidad?—preguntó finalmente, con un deje de sonrojo en sus mejillas.

—No lo sé—respondió Daiki, algo despreocupado—.Probablemente iremos a visitar a mi abuela en Osaka, todos los años hacemos lo mismo—dijo, con una expresión de aburrimiento e irritación.

—Ya veo…—susurró Kagami algo, triste.

— ¿Qué ocurre, Kagami?—Daiki se había acercado al pelirrojo, poniendo su rostro cerca de él. Por alguna razón, la tristeza plasmada en los ojos rojos de Kagami, le hacía doler el pecho de una forma que nunca antes había sentido.

—Pensaba preguntarte si querías venir a jugar ese día a mi casa, para que nos divirtiéramos—susurró Kagami, decepcionado—.Pero si vas a salir con tu madre, pues ni modo—clavó sus ojos en la alfombra color verde limón que cubría el piso de su habitación, donde él y Aomine se encontraban recostados.

El pelirrojo se encontraba lamentándose internamente cuando sintió una acogedora calidez en su mano. Desvió la vista para comprobar la razón de aquella calidez y ahí lo encontró. El moreno había entrelazado su pequeña mano a la de Taiga, apretándola con fuerza.  Kagami observó el rostro del peliazul y pudo notar un gran color carmesí en sus mejillas, parecía que quería decir algo, sin embargo, sus labios tiritaban, incapaz de articular palabra alguna. El pelirrojo sintió como el agarre en su mano se hacía más fuerte, mientras observaba como Daiki se esforzaba intentando decir algo, pero sin éxito.

 Los ojos azules de Aomine se encontraban observando hacia al costado, no sabía muy bien la razón, pero al ver aquellos ojos rojos tan tristes, de forma casi instintiva había decidido entrelazar una de sus manos con el chico, de esta forma, ese dolor en el pecho que le habían transmitido los ojos rojos del otro, se había apaciguado, siendo reemplazado por una sensación de calidez y regocijo en su interior. Quería decirle a Kagami que también quería pasar navidad con él, que lo extrañaría, pero su boca se negaba a emitir palabra. Un torbellino de emociones invadía su corazón y su mente. Dentro de sus 11 años de vida nunca se había sentido así, no sabía muy bien que era todo aquello pero ¡Maldición que era molesto!, quería mirar a Kagami, pero sentía que si sus ojos se cruzaban con los del pelirrojo moriría de vergüenza. No sabía qué hacer, todo aquello era algo realmente nuevo para él  « ¿Que es todo esto?, ¿En qué me metí? ¿Acaso será algún tipo de enfermedad?»

La confusión de Daiki no hizo más que aumentar, cuando sintió como su amigo afianzaba el agarre de sus manos y posteriormente depositaba un tierno beso en su mejilla.

—Gracias, Aomine—pronunció Kagami, con una alegre sonrisa plasmada en su rostro—.Espero pases una linda navidad en la casa de tu abuela—una pequeña risita se escapó de entre sus labios.

Aomine soltó repentinamente la mano de Taiga cuando sintió que su corazón comenzó a latir con fuerza. El palpitar de aquel órgano tan sensible era tan fuerte que Daiki incluso pensaba que se iba a morir. Sin saber qué hacer, agarró el cojín donde se encontraba recostado minutos atrás y lo aventó con fuerza en el rostro de Kagami.

— ¡Cállate, Kagami idiota!—gritó, con una voz temblorosa y cargada de duda, con su rostro completamente rojo, como un tomate.

El pelirrojo comenzó a reírse de forma efusiva después del ‘cojinazo’ que había recibido en la cara.

—Que es tan gracioso, Idiota—balbuceó el peliazul— ¿Acaso quieres pelea?—dijo tartamudeando, sintiendo vergüenza, sin saber bien el porqué.

En ese momento, Kagami se sentía muy feliz, tan feliz que sólo podía reír. 

 

 

El día de navidad había llegado y a pesar de no encontrarse increíblemente animado y alegre como los otros años, igualmente Kagami se encontraba entusiasmado. ¡Era primera vez que pasaría navidad fuera de Estados Unidos! Por lo que tenía curiosidad de saber cómo celebraban aquellas fiestas los japoneses.

Habían ido a un pequeño festival cerca del vecindario para conmemorar la fecha, si bien en Japón la navidad no se celebraba con la misma adhesión que se hacía en América, igualmente se hacían festivales pequeños en torno a la festividad. Alex deseaba pasear con su pequeño hijo, mostrándole las cosas que hacían en Japón. Pasaron a un pequeño puesto de comida típica, donde ambos disfrutaron comiendo dulces y riéndose de conversaciones espontáneas y sin sentido. A pesar de que aquel día no había podido compartir con su querido amigo, Kagami deseaba internamente que Aomine también se estuviera divirtiendo en casa de su abuela y que al igual que él, recibiera regalos de sus seres queridos.

La noche había avanzado con rapidez y después de haber disfrutado el festival en su máximo esplendor, Alex había decidido volver a casa con su pequeñín.

Cuando volvieron a la casa, Alex aprovechó que su Taiga había entrado al baño y aprovechó de ir a su habitación para traer el hermoso regalo que le tenía preparado al pequeño. Para cuando Kagami hubo salido del baño, se encontró con Alex sonriendo de manera cómplice, escondiendo algo con sus manos, atrás de su espalda. Kagami había abierto sus labios para decir algo cuando fue interrumpido:

— ¡Sorpresa!—dijo, sacando tras de sí un delgado sobre de color rojo, con mosaicos de balones de básquet por todo el lugar—.Este es el regalo que mamá tiene para ti este año—Le acercó el sobre, a Taiga, para que este lo recibiera— ¡Espero que te guste, querido! Me costó mucho conseguirlo—la última frase la dijo más para sí misma que para el pequeño, esperando ver el rostro de emoción de su hijo al momento de abrir el regalo.

Kagami abrió el sobre con cuidado de no romper lo que este contenía, debido a que era fino y delgado, decidió ser precavido. Metió su mano al sobre y sacó una fina revista, la cual no pudo identificar bien al principio. Cuando ya hubo retirado completamente la revista del sobre una intensa emoción recorrió sus fibras nerviosas. La revista ponía “Captain America #42”

— ¡Es el número que me faltaba de Capitán América!—gritó Kagami, emocionado, comenzado a dar vueltas en círculos y pequeños saltitos con el cómic en la mano.

— ¿Ahora puedes ver lo grandiosa que es tu madre?—comentó Alex, haciendo una pose ganadora, mirando hacia el horizonte—.Te dije que no perdieras las esperanzas y que haría lo posible por conseguirlo—finalizó, esbozando una gran sonrisa.

— ¡Gracias mamá!—Kagami la abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en el abdomen de Alex— ¡Eres la mejor!—le dijo, haciendo más fuerte el abrazo.

Alex correspondió el abrazo del pequeño, entrelazando sus cabellos rojos entre sus dedos. El esfuerzo de haber gastado meses antes de venir a Japón en América había dado resultados, su hijo se encontraba tan feliz que incluso la había llamado “Mamá” y no “Alex”, como solía hacerlo en su vida cotidiana.

—Yo también te quiero, Taiga—le habló con ternura y amor—.Ahora ve a acostarte querido, ya es muy tarde y mañana no querrás estar con sueño cuando tu amigo venga a visitarte.

Alex se agachó para depositar un beso en la mejilla de su pequeño y posteriormente lo vio subir las escaleras emocionado hacia su habitación.

 

Kagami entreabrió sus ojos con pereza. Observó el reloj de mesa que se encontraba en la mesita de noche y comprobó la hora, ya era tarde y debía levantarse.

—Taiga—La voz de Alex se escuchaba del otro lado de la puerta, mientras daba pequeños golpes en esta—.Tu amigo Daiki está aquí, si no te levantas luego te verá con pijamas—le mencionó, riéndose.

Al momento de escuchar la última frase, Kagami se levantó de un golpe y comenzó a desvestirse y vestirse rápidamente, rebuscando entre sus cajones las prendas necesarias para abrigar su cuerpo.

—Alex, dile que enseguida bajo—le advirtió a su madre, mientras se calzaba unos calcetines y posteriormente las zapatillas.

 

Una vez que estuvo listo, bajó rápidamente las escaleras, en busca del encuentro con su amigo, al cual había extrañado tanto la noche anterior.

— ¡Aomine!—saludó, lanzándose hacia a su amigo con un cariñoso abrazo, cuando lo observó sentado en uno de los sofás que adornaban el living— ¡Te extrañe!—le confesó, mientras mantenía el abrazo con el chico.

—Que estás haciendo, Kagami idiota—murmuró con palabras temblorosas el peliazul, deshaciéndose del agarre del pelirrojo, con sus mejillas brillando del color carmesí que poseían—.Me estás aplastando—se quejó, una vez deshecho aquel fuerte abrazo proporcionado por el de ojos rojos.

Kagami respondió riéndose como siempre y sonriendo de esa forma amable y alegre, la cual solía hipnotizar al pequeño Aomine. Al observar aquella risa tan alegre y llena de sentimientos del pelirrojo, el corazón de Aomine una vez más comenzó a latir con fuerza. Daiki estaba seguro de que si Kagami seguía siendo de esa forma con él, provocaría que su frecuencia cardiaca aumentara tanto hasta el punto de llegar a un paro cardiaco.

—Ya deja de reírte como idiota, idiota—le regañó el peliazul, intentando ocultar su vergüenza—.Mejor apúrate y vamos a jugar básquet—Kagami respondió sonriente y ambos chicos salieron de la casa con dirección a la cancha de básquet del vecindario.

Una vez más, ambos chicos pasaron la tarde dedicándose a su querido y amado baloncesto. Aomine y Kagami ni siquiera podían notar como pasaba el tiempo mientras ambos probaban nuevas jugadas y se enfrentaban 1 vs 1. Apenas y tomaban pequeños descansos para hidratarse con sorbos de agua y luego, seguían jugando como si no hubiera mañana. 

No había cosa que Kagami disfrutara más que pasar el tiempo con Aomine y no había situación alguna que emocionara más a Aomine que pasar el tiempo con Kagami. Durante el mes y algo que llevaban siendo amigos, no había día en que no se dedicaran pensamientos el uno al otro. Mientras jugaban al 1 vs 1, Kagami se preguntaba a que se debían los últimos cambios actitudinales de su amigo frente a él.

Desde que conocía a Aomine lo había notado algo tímido e introvertido, sin embargo, las últimas semanas, sentía que el primer aspecto se había multiplicado por mil. Kagami había sido siempre de la misma forma con él y sin embargo, el peliazul parecía avergonzarse con cualquier cosa que Kagami le decía.  Taiga no tenía idea de que podría haber provocado tales reacciones, pero si sabía muy bien que de alguna manera, ver aquellas reacciones y comentarios avergonzados y llenos de timidez del peliazul lo divertía de forma inimaginable e incluso encontraba que aquellas reacciones eran lindas. Fue por esta razón que Kagami, de forma inconsciente, había aumentado aquellas manifestaciones que provocaban que el peliazul se molestara y se avergonzara, como lo eran los abrazos, las sonrisas y las pequeñas risas.

Taiga se encontraba ensimismado en sus propios pensamientos, pensando cual podría ser la razón lógica de aquellos cambios conductuales para con él del peliazul, tan ensimismado se encontraba, que no logró visualizar aquel balón que venía directamente en dirección a su rostro y que inevitablemente, terminó estampándose en toda su cara.

— ¡Auch!—se quejó el pelirrojo, el impacto había sido tan fuerte que se había caído al suelo y ahora se encontraba sentado, sobándose la zona donde el balón había impactado. Mientras se lamentaba internamente por estar pensando cosas sin sentido y no poner atención al juego, sintió como la melodiosa risa de Aomine se colaba por su pabellón auricular, llegando hasta sus oídos.

— ¡Sí que eres idiota, idiota!—Aomine se reía a carcajadas—.Te avise que iba el balón pero tú te quedaste mirándolo como tonto, Bakagami—la risa de Aomine era tal, que incluso se había caído al suelo, sujetándose el estómago en señal de que este le dolía de tanto reírse.

Algo apenado, Kagami se levantó de donde estaba y se dirigió hacia donde yacía Daiki, aun riéndose animadamente de la situación ocurrida. «Ya verás, maldito Aomine» pensó Kagami, para sí, mientras planeaba su venganza.

Encontrando a Aomine desprevenido, se lanzó encima de él, haciéndole cosquillas a este en toda la zona abdominal, a lo cual, las carcajadas del peliazul no hicieron más que incrementar.

—Si quieres reírte, yo haré que te rías—le dijo Kagami, con una sonrisa traviesa en el rostro.

—Espera idiota, me está doliendo—le respondió Aomine entre quejidos y risas.

Estuvieron revolcándose, propiciándose cosquillas el uno al otro de forma simultánea durante un largo rato. Cuando el cansancio los alcanzó, Kagami quedó posicionado encima de Aomine. Producto del agite, ambos chicos respiraban de forma rápida y tortuosa. Se encontraban en silencio, observándose a los ojos directamente, como si no existiera nada más que el uno y el otro. Taiga observaba el rostro de Daiki atentamente, ahí estaba otra vez, esa expresión tímida y avergonzada de la cual había estado reflexionando antes. El rostro de Aomine se encontraba color sangre y sus ojos azules se habían desviado hacia el costado, evitando la mirada atenta del pelirrojo.

Daiki pensaba que su corazón iba a estallar, al principio pensaba que era debido a todo el ejercicio físico que había hecho y sin embargo, rememorando se dio cuenta que nunca antes en toda su vida había sentido su corazón latir así «Que demonios es esto»

Kagami observaba a Aomine y el único pensamiento que surcaba entre las neuronas de su cerebro era que Daiki se veía lindo. «”Lindo” ¿cómo otro hombre me puede parecer lindo?» se preguntaba, mientras fijaba sus ojos en los labios entreabiertos del peliazul.

Con un esfuerzo sobrehumano, Daiki logró posar su vista en Kagami y para su sorpresa, cuando lo hizo, notó como este descendía su rostro en dirección suya, acercándose cada vez más a sus labios.

—Ka—susurró—.Kagami… Hey… Que estás—sus palabras se vieron interrumpidas por un casto y tierno beso que el pelirrojo depositó en sus labios. Aomine se quedó congelado, cerró los ojos tan fuertes como para ver lucecitas de colores, y sintió como le ardían los labios mientras estos estaban conectados a los de Kagami.

Había pasado un minuto aproximadamente desde que los labios de ambos niños se encontraban juntos, sin embargo para Aomine, aquel minuto había sido como un año entero. Haciendo uso de toda su fuerza física y de voluntad empujó ligeramente a Kagami de su cuerpo, rompiendo el contacto e incorporándose.

— ¡Que fue eso Kagami!—gritó Daiki, algo horrorizado, con aquel bello sonrojo que tanto admiraba Kagami surcando su rostro.

—No lo sé…—respondió el pelirrojo, tocándose los labios—.Mi cerebro sólo me dijo que lo hiciera y ya—dijo finalmente, elevando los hombros en señal de que aquello no tenía tanta importancia.

— ¡Fue un beso! ¡Me besaste!—Aomine se había agarrado la cabeza con ambas manos—.Yo que pensaba que mi primer beso sería con alguna linda chica de grandes pechos—se lamentó, con voz temblorosa.

— ¡Es cierto!—dijo Kagami—.Fue un beso, ahora lo recuerdo, como esos de las películas—murmuró emocionado— ¡Fue genial! ¿No?—le preguntó al peliazul, con ojos tan brillantes como un rubí.

— ¿Eh? ¿Genial?—se repitió el peliazul, confundido.

— ¿Acaso no te gusto?—preguntó Kagami, con una expresión cargada de tristeza en su rostro, decepcionado.

—No, quiero decir, Si—Una vez más, Daiki se agarró los cabellos azules, no sabiendo cómo reaccionar ante lo sucedido—.No lo sé…creo que…—Se llevó el dedo índice a los labios, tocándoselos—.Creo que…Tendría que probarlo una vez más para saber si me gusta o no…—dijo con timidez, evitando la mirada color carmesí del pelirrojo.

— ¡Está bien!—respondió Taiga, de forma instantánea. Y sin más, se acercó al peliazul y tomándolo por los hombros, volvió a besar sus labios, esta vez incorporando su lengua.

Daiki entreabrió los labios y se dejó besar por Taiga, el cual introducía de forma tímida su lengua en la cavidad oral de él.

El beso concluyo después de un rato, cuando ambos niños se vieron con la necesidad de respirar.

— ¿Y?—preguntó Kagami, emocionado— ¿Te gustó?

—Do-donde aprendiste-te a hacer eso?—preguntó el peliazul, tartamudeando, mientras sentía como su rostro hervía ante aquel último íntimo contacto.

—En la tele lo hacen siempre—respondió Kagami, despreocupado—Vamos, respóndeme ¿Cómo se sintió?

—Se sintió…—Aomine no podía creer que es lo que estaba a punto de decir—.Se sintió muy…bien…Creo…—Daiki se rascaba la cabeza con demasía en respuesta a sus nervios.

— ¡Qué bien!—exclamó el pelirrojo—Entonces puedo hacerlo cuando quiera ¿Verdad?—preguntó, con ojos que brillaban como una estrella fugaz.

—Claro…eh?—Un pequeño quejido se escapó de los labios de Daiki— ¡Claro que no!

—Eh… ¿Por qué?—La expresión de Kagami era comparable a la de un cachorrito al cual le niegan la comida.

—Pues…Porque… ¡Agh!—Aomine soltó un grito de exasperación— ¡Porque no! Lo haremos sólo cuando yo quiera—dijo finalmente— ¿Esta bien?

—Es injusto.

—Eso o nada, ¿Me oíste?—Daiki levanto su puño derecho, agitándolo de forma amenazadora en contra de Kagami.

—Está bien…—respondió Kagami, resignado. Al menos era eso mejor que nada.

 

Aquel día había terminado con Kagami yendo a dejar a Aomine a las puertas de su casa. Se encontraba realmente feliz frente al descubrimiento que había hecho ese día ¡Los besos eran algo genial! Se decía así mismo, mientras rememoraba aquel exquisito contacto que había compartido con su querido amigo.

 

Dentro de la semana que había transcurrido de navidad a año nuevo, ambos chicos se habían estado besando escondidamente, cuando jugaban básquet o cuando Daiki se quedaba a pasar la noche en la casa de Kagami. Ninguno de los dos se cuestionaba de que si aquello estaba bien o estaba mal, debido a que eran dos pequeños niños de 11 años y ambos pensaban que si les gustaba hacer aquello, no había nada de malo en ello.

La noche de año nuevo había llegado y esta vez Kagami había pedido permiso para ir a pasar el rato a la casa de Daiki, puesto que por aquella noche, el padre de Daiki tenía que trabajar haciendo horas extras y su madre estaría sola con él en casa.  Era la primera vez que Kagami pasaría la noche en casa de Aomine por lo que estaba muy entusiasmado.

Una vez que habían visitado los templos dejando sus deseos para el nuevo año que se vendría, Alex se había dirigido con su pequeño a la casa de Aomine, hablando con la madre de este e indicándole que cualquier problema que hubiera, no dudara en dirigirse hacia su casa. A lo cual la madre del peliazul había respondido con una hermosa sonrisa, despidiéndose de Alex de forma amable.

—Muy bien pequeños, pueden jugar hasta las horas que quieran pero traten de no hacer demasiado ruido ya que mamá está cansada ¿Vale? –había advertido la madre del peliazul, sonriéndole a los pequeños, los cuales habían asentido de forma alegre.

Taiga y Aomine habían subido de forma rápida y entusiasta las escaleras en dirección a la habitación del peliazul. Kagami estaba muy emocionado ya que tenía curiosidad de saber él como serían los adornos y otras cosas que su querido amigo tendría en su habitación. Cuando cruzaron el marco de la puerta Kagami esbozó un sonido de asombro. La pieza de Daiki era una verdadera oda al básquet, Kagami sabía lo mucho que amaba este deporte el peliazul pero nunca había dimensionado que tanto, hasta que observó como la habitación estaba plagada de posters de equipos y jugadores de la NBA, una pequeña vitrina con trofeos de distintos campeonatos locales de básquet, y otra repisa llena de balones y zapatillas especiales para jugar básquet.

— ¡Wa!—exclamó el pelirrojo— ¡Tu habitación es genial!—Kagami se lanzó de un salto a la cama del peliazul.

— ¿Tú crees?—preguntó el peliazul, inseguro y con timidez

— ¡Sí!—respondió el pelirrojo, tan efusivo como siempre— ¡Es genial, igual que tú!—le dijo, sonriendo de forma alegre.

Y ahí estaba otra vez. Ese molesto corazón que se volvía loco con cualquier cosa que el pelirrojo decía. Aomine respondió a aquel cumplido lanzándose de un brinco a la cama, agarrando un cojín y ahogando a Kagami con este.

— ¡Deja de decir cosas tan vergonzosas!—le regaño, mientras le hundía el cojín en la cara.

Así fue como aquella jornada nocturna de videojuegos, lucha libre y demás comenzó.

 

 

Después de haber jugado por más de 3 horas aquel videojuego llamado “The Last of Us”, Kagami y Aomine habían decido darse un descanso, y ambos se habían recostado en la blanda cama del peliazul. Habían estado conversando sobre cosas triviales y sin sentido, hasta que Kagami decidió entrelazar una de sus manos con una de las de Aomine.  Ante aquel contacto, el peliazul dirigió con timidez la vista hacia el pelirrojo, el cual lo observaba sonriente, con ojos llenos de alegría y amor.

—Realmente me gusta estar contigo, Aomine—habló Kagami, con voz sincera y honesta, llena de amor y ternura. Al momento de decir estas palabras, el pelirrojo sintió como el peliazul apretaba con fuerza su mano, al parecer, de forma inconsciente.

—Porque…—comenzó el peliazul, en un susurro—Porque siempre dices cosas tan vergonzosas…—Una vez más, la sangre se había acumulado en el tejido subcutáneo de sus mejillas.

—No lo sé—respondió Kagami, riéndose ligeramente—.Sólo digo lo que siento—dijo, despreocupado.

—¿Ves?—se quejó Aomine—Debes dejar de hacerlo…—susurró Daiki, tapándose los ojos con el brazo que le quedaba libre—.Cada vez que dices cosas así…Siento miedo de que mi corazón se vaya a salir.

—Aomine—lo llamó el pelirrojo.

— ¿Qué?

— ¿Puedo besarte?—preguntó el pelirrojo, de la forma más normal del mundo, sin ningún atisbo de vergüenza. Casi como si aquello fuera algo natural.

— ¿Por qué?

—Porque me gusta besarte—respondió Kagami, soltando una ligera risa.

— ¿Por qué te gusta besarme?—preguntó Aomine, quitándose el brazo de encima de sus ojos, y fijando su vista de forma tímida y cautelosa en la de Kagami.

—No lo sé… ¿Quizá es porque me gustas?... Creo—susurró Kagami, lleno de dudas, sin saber muy bien porqué esas palabras habían salido de su boca. Sin siquiera saber muy bien que significaban.

—Está bien—dijo Aomine, con un susurro apenas audible—.Si puedes besarme…—afirmó el peliazul, girándose levemente en dirección a Kagami, dándole luz verde para realizar aquella acción.

 

Sin esperar más, Kagami enredó sus brazos entre el tórax de Aomine y lentamente, depositó sus labios en los del chico, quedando unidos por aquel cálido toque, sintiendo el calor que emanaba de cada uno de sus labios.  Como ya se había vuelto costumbre, Aomine entreabrió sus labios de forma ligera, dándole paso al pelirrojo de introducir su lengua y realizar aquella magia que había aprendido observando la ‘tele’.

La conexión que ambos chicos tenían en ese momento se había vuelto tan intensa, que una vez más todo lo que estaba alrededor de ellos había dejado de existir. Sólo podían pensar el uno en el otro. Para Kagami todo su mundo era Aomine y para Aomine todo su mundo era Kagami, aquellos sentimientos eran tan fuertes dentro de aquella profunda simpleza y sin embargo, aquella unión los hacía sentir regocijados, como si fuesen seres únicos en la tierra.

La intensidad de aquel beso era tan fuerte, que ninguno de los dos chicos pudo percatarse que habían golpeado la puerta y que al no recibir respuesta, alguien la había abierto y atravesado.

Aomine y Kagami se separaron de golpe cuando sintieron el sonido de un recipiente de vidrio o porcelana estrellarse contra el piso y quebrarse en mil pedazos. Cuando se incorporaron y observaron lo ocurrido, a ambos chicos se les heló la piel.

La madre de Aomine había ingresado a la habitación con un plato de porcelana con galletas recién horneadas para que los dos ‘pequeños’ la disfrutaran, sin embargo, el horror de observar a su hijo haciendo ese tipo de cosas con otro niño fue tan grande que de forma instintiva las dejó caer en el piso.

—Mamá…—susurró Daiki apenas, tragando saliva, sintiendo un gran miedo recorrer su medula espinal.

Notas finales:

Parte II ya lista :)


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