Matt no quería seguir pensando en el tema. Todo había ocurrido seis meses atrás, y sin embargo lo sentía como si hubiese sido ayer. Según había oído decir Mello había apaciguado la amargura de su corazón acostándose con todo lo que tuviera dos piernas y mucha tolerancia al alcohol. Y probablemente todos eran del mismo estilo. Altos, lánguidos, de pelo rojizo o rubio, ojos verdes, y linda sonrisa. Ese era el tipo de Mello. Lo era desde el orfanato y desde aquel año excitante en que habían salido juntos por primera vez. Una noche se habían colado juntos entre las sombras, mientras todos dormían, y allí mismo habían perdido ambos su virginidad, en el sofá del despacho del rector, el sofá en el que se sentaban los niños castigados, nada menos.
Matt creía ser la plantilla en la que iban encajando una a una las sucesivas conquistas posteriores de Mello. Pero eso sólo lo creía cuando tenía un buen día. Al fin y al cabo él tenía los ojos verdes, era pelirrojo y su humor le encarnaba una versión pasable de un rostro sonriente. Sin embargo cuando tenía un mal día se preguntaba si no sería más bien él el que encajaba en el tipo que Mello había formado en la pubertad. Matt sabía que había gente que funcionaba así: creaba una fijación con un tipo determinado y se pasaba la vida buscándolo. Años atrás, antes de que Mello y él fueran a la feria del pueblo por tercera vez, un detective amigo suyo había dicho que <<Mello habría atravesado el atlántico y llegado hasta el fondo si el capitán del Titanic hubiera tenido los ojos azules y la sonrisa de un vaquero>>.
De momento habían sido ya la feria del pueblo en cinco ocasiones, y en los intervalos Matt se había comprometido y separado dos veces. Tampoco había contribuido mucho a su serenidad mental el hecho de que ese mismo detective y amigo le hubiera señalado cuanto se parecían sus dos novios a Mello.
Matt le había dado un ultimátum la última vez que habían salido juntos. No podía seguir soportando los altibajos de la relación. Quería que fuera algo permanente por muchas facturas de psiquiatra que implicara e incluso a pesar de que eso los llevara al asesinato de los dos. Mello le había contestado que tenía que pensarlo.
Al día siguiente, él se había presentado en el departamento de Mello con chocolates, un anillo y dos boletos de avión a Aruba. Había abierto la puerta con la llave que Mello mismo le había dado y había entrado con la sonrisa de niño inocente, dispuesto a ofrecérselo absolutamente todo, por este orden: su corazón, su carrera y sus esperanzas y sueños de aquel entonces. Pero Mello estaba desnudo y despatarrado en brazos de un motoquero rubio de pelo largo con aspecto de expresidiario. Así que Matt había echado mano de todos los insultos que, por lo general, reservaba para las personas que detestaba.
Mello había salido tras él hasta la calle con un arma en la mano. Desnudo y, según se comprobó después, con el arma descargada.
Un vecino conocido se había visto obligado a intervenir a la fuerza para apaciguar las cosas. Pero la magia de la relación se había roto.
¿No es verdaderamente grandioso el amor?, meditó Matt mientras conducía.