I. Intro: 화양연화
El azote de la puerta resonó por todo el treceavo piso. No era la primera vez que aquello ocurría. Tampoco la segunda, la tercera, ni cuarta. Simplemente ya se estaba costumbre escuchar esos portazos. Y no se sentía culpable, en lo absoluto. El enorme letrero con letras de neón luminoso marcando la palabra “Amor” se había apagado. La luz no iluminaba más. Nada lo iluminaba ya, estaba más que claro que esta vez era la definitiva. El último portazo que se escucharía en ese maltrecho departamento de quinta categoría. O al menos el último en un largo tiempo.
Desde que se había mudado a América, sus relaciones amorosas parecían no funcionar en ninguno de los aspectos. Y simplemente, se sentía solo. Tal vez solo debía quedarme en Corea.
Observó quedamente el desorden que se había originado en su departamento. Su celular en medio de la sala de estar con la pantalla hecha añicos. Una lámpara tirada en una esquina. El cenicero en mil pedazos. La botella de Absolut sobre el sofá con medio contenido esparcido por este. Sus composiciones regadas por el sucio suelo.
Lo único que se podía escuchar era su respiración y el constante ruido que hacían las gotas de agua caer sobre el balde bajo la gotera del techo en una esquina de la sala.
- Maldita sea – el murmullo se hizo escuchar después de varios minutos de silencio.
Se dejó caer en el sofá sin importarle lo mojada que quedaría ahora su ropa por el vodka esparcido. Sacó un cigarrillo del costado del mueble y lo posó en sus labios. Él no fumaba, lo detestaba. Pero ahí se encontraba ahora, encendiendo uno de los tantos cigarrillos que su novia, o bueno, ex novia, había dejado. Dándole una larga calada sintiendo un amargo sabor en su garganta. Dejó el humo salir lentamente y echó la cabeza hacia atrás. Se prendería en llamas si seguía fumando en aquel sofá. Pero poco le importaba. Nada lo hacía. Ya nada importaba.
Y fue entonces que dio la primera patada contra la mesa de estar lanzándola lejos hasta que se estrellase contra la pared de enfrente con un fuerte ruido. Se levantó y se encargó de romper la lámpara que aún permanecía intacta. Golpeó los muebles. Lanzó los cuadros con fotografías de “ellos”, rompiéndolos a su paso. Tomó la hermosa guitarra que en algún momento le perteneció a su novia, o ex novia. Él se la había regalado, la compró con sus ahorros de meses. Meses de esfuerzo para conseguirle un regalo digno. Pensando solo en ella.
La madera se rompió haciendo que las cuerdas saltasen sonoramente apenas se estrelló contra el suelo, y luego contra la pared. Destrozándose. Destruyendo los sueños de su amada, o ex amada. Maldición.
El sudor se hizo presente, al igual que las lágrimas. Pero no lágrimas de pena, sino lágrimas de ira. Porque le dio todo. Compartió todo con ella. Sus pensamientos, su hogar, sus letras, su cuerpo, su alma, su amor. Pero ella no supo apreciarlo. No supo valorar su esfuerzo, sus detalles, sus canciones.
La odiaba con todo su ser. La odiaba tanto por haberle permitido que la amase. Por haberle ilusionado, y jugado con sus sentimientos al igual que con un adolescente enamorado. La odiaba tanto porque incluso en ese momento, ella seguía rondando en su mente. Seguía pensando en ella, y eso solo lo enfurecía más. Se agachó en el suelo atrapando todas sus composiciones. Canciones que escribió para ella, pensando en ella. Las estrujó en sus manos rompiéndolas. Haciéndolas pedazos, al igual que sus sentimientos.
Dejó caer su cuerpo en el desorden. Sus sollozos se escuchaban suavemente. Cerró los ojos por un momento para luego abrirlos observando la colilla del cigarrillo muy cerca del sofá. Mierda.