El Fantasma del Ático. por LadyBier

Eddward era un chico demasiado introvertido. Solía pasar sus tardes leyendo extensos libros de biología o etiquetando todo lo que había a su alrededor, eran sus pasatiempos favoritos. Aunque claro, tampoco es que tuviera mucho para elegir.

No tenía amigos, aunque de hecho, no le importaba tenerlos, solo de vez en cuando sentía un poco de envidia de quienes estaban rodeados de sus acompañantes.
Claro, ahora podía ser diferente la historia de este muchacho ¿por qué? Bueno, debido a una oferta de trabajo la familia de Eddward tuvo que mudarse, y por supuesto, él iba con ellos.
La casa nueva era enorme y vieja, con muchas habitaciones que podrían servir de bibliotecas o estudios donde trabajar. La habitación que había elegido era genial, simplemente genial, espacio por doquier, desde que entro empezó a etiquetar las paredes. Ya sabía dónde iba a colocar exactamente todo, incluso le pidió a su padre un librero nuevo para colocar sus cuadernos de investigación. También había una ventana que daba al patio trasero, era muy grande y tenía un semi-balcón, apenas y podía poner a Jim ahí.
Sobre la habitación de Edd, en su techo para ser exactos, se encontraba el ático. La puerta estaba en una de las esquinas del mismo, un trozo de mecate colgaba de ella para, seguramente, ser tirado y bajar las escaleras que daban hacia él.
Nadie había entrado ahí desde que se habían mudado, aunque tampoco era mucho tiempo, ya después habría de investigar lo que podía hacer en ese espacio.

Los vecinos estaban alejados, los terrenos eran demasiado extensos, más sin embargo, estaba seguro de que en la casa que estaba al frente de la suya había otro niño que parecía tener su edad. El día que habían llegado a aquella nueva localidad lo vio esconderse entre los arbustos mientras que él ayudaba a su padre a meter las cajas y demás.
Todo se veía tranquilo, pacifico y absolutamente hermoso, el pasto estaba por todos lados, apenas había una pequeña carretera a la mitad de las casas para que los coches pasaran, y al terminar esta carretera llegaba a una institución del aprendizaje.
La vieja casa donde ahora vivirían estaba pintada de azul oscuro, aunque lleno de humedad. En el patio delantero había muchas flores silvestres creciendo y pequeños arbustos, mientras que en el patio de atrás estaba un enorme roble con un columpio de madera colgado del él.
Aquel columpio había llamado la atención de Edd desde la primera vez que lo había visto, estaba ya muy viejo y su padre había dicho que cambiarían lo soga con la que estaba colgado. El punto es que cuando lo vio, estaba moviéndose, balanceándose levemente. Pero no había ninguna corriente de aire.
El tiempo fue pasando muy rápido y, cuando menos se dieron cuenta, llevaban tres semanas ahí, en dos semanas más empezarían las inscripciones en el colegio. Pero cuando eso empezaba resulto que Edd se quedaría solo durante unos meses hasta que se solucionaran otros problemas en el anterior domicilio en el que se encontraban, no le parecía algo extraordinario, pues constantemente se quedaba solo.
Edd estaba esperanzado de que todo saldría a la perfección. Había, incluso, leído un par de libros acerca del “como hacer amigos”.
Pero no era el colegio ni los amigos lo que le preocupaba. Y fue esa noche, un día antes de que sus padres partieran y lo dejaran, en el que sus preocupaciones tomaron nombre y forma.